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La dama de la bicicleta (Novela) (página 6)


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Edu se tomo bien la broma y terminó de ordeñar a "Francisca" hasta casi llenar el cubo. Luego en la cocina, la Padrina hizo el resto. Durante el desayuno las bromas indirectas de Justet, de Beppo y mías asetearon al pobre Edu, que tuvo que tragar con ellas hasta el final. En honor a la verdad, debo decir que en ningún momento se inmutó.

Después de desayunar opíparamente, nos fuimos a buscar a Laura.

CAPÍTULO XIIIº

En la Misa dominical……….

La iglesia del pueblo en la misa dominical del mediodía, solía estar abarrotada por los propios lugareños además de la colonia de veraneantes, no quedaba un asiento libre. La abuela de Laura era habitual asistente a la celebración de esta misa, disponía de un sitial preferente con reclinatorio acolchado en terciopelo rojo, cerca del altar. Algunos años ha, todavía en vida de su esposo, la familia Soladrigas había sufragado la reconstrucción de el deteriorado templo, lo que permitió le fuera dispensada por el obispado de Vic, una distinción de sitial.

Nos presentamos los tres en la sacristía coincidiendo con el mosén vistiéndose la casulla alba sobre la sotana negra que llevaba de a diario.

Se le alegró la cara en cuanto nos vio. Le ayudamos a terminar de enfundarse el alba, la casulla y la estola cuyos colores cambian según la liturgia, nosotros nos enfundamos los roquetes blancos de monaguillo.

Este día, toda la gente de mi casa estaban presentes en la iglesia, mis padres que habían venido a buscarme para regresar con ellos a Barcelona dando así fin al veraneo, Lluís con su esposa Mercé y la Padrina, vinieron pronto y tomaron asiento en los bancos de las primeras filas. Mi padre no solía asistir habitualmente a la iglesia pero en esta ocasión quería ver a su hijo como se desenvolvía en la función de monaguillo, creo que era la primera ocasión que me veía vestido de tal guisa, en esta ocasión les acompañaba mi hermana Nini recién llegada de sus vacaciones en Valencia.

Nos desenvolvimos los tres muy bien, en nuestro colegio el hermano Ramón nos había "adiestrado" eficazmente en oficiar de monaguillos, especialmente antes, durante y después de la celebración del XXXVº Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona, del 27 de mayo de 1950, le correspondió a nuestra Congregación la distinción de enviar a una serie de muchachos a ayudar a los sacerdotes a oficiar las misas que se celebraron.

Por aquellas fechas, Barcelona cambió totalmente su fisonomía gracias a ésta magna consecución religiosa luchada con gran tenacidad e inteligencia por Monseñor Gregorio Modrego Casaus y, con el beneplácito final de Su Santidad Pío XII además de la ayuda entre bastidores, de Mos. Giovanni Montini. Se ordenaron en el estadio de Montjuich para la ocasión, 820 nuevos sacerdotes, la más multitudinaria ordenación de la historia, se construyeron las Viviendas del Congreso, convirtiéndose por su magnitud en un nuevo barrio barcelonés, moderno y, asequible a las clases sociales menos favorecidas, fue ésta última una gran obra social que vino a solventar en parte el grave problema de vivienda que la ciudad venía sufriendo.

Durante la comunión, la profesora, la señorita Amalia, tocó en el modesto órgano de la iglesia, el Ave María, con gran silencio y recogimiento entre los asistentes, los tres nos miramos y pasamos apuros por contener la risa, luego a la salida del templo Beppo dijo con gran agudeza y solemnidad : -He podido comprobar cuan bien toca el "órgano" la señorita Amalia -. Al finalizar la misa con el "Ite misa est" del sacerdote y el "Deo gratias" de los monaguillos y el resto de asistentes, las gentes solían congregarse en la plaza Mayor en la que se solían intercambiar saludos y conversaban de las cosas cotidianas, algunos aprovechaban para comprobar quienes habían asistido a la Santa Misa o que vestidos llevaban sus vecinos. Ya en la sacristía, el mosén estaba el hombre tan satisfecho que no pudo más que venir a agradecernos nuestra colaboración, para él había sido una jornada grande y festiva, dado que en el largo y crudo invierno ocasiones como ésta no se repetían.

Después de despojarnos de las vestiduras religiosas salimos a la plazoleta, Laura su hermano y la abuela estaban conversando con el señor alcalde, el farmacéutico y el doctor, las fuerzas vivas sociales de la población.

El doctor recordó una vez más la ocasión en que fui a buscarle a raíz del achuchón de la señora Soladrigas y de verme en la casa en alguna de sus visitas a la paciente.

Le saludé con sincero respeto, era un hombre alto, enjuto y serio, que lucía un abundante bigote de un blanco ligeramente amarillento, probablemente debido a la acción del tabaco que fumaba en su pipa, el rostro lo tenía cruzado por múltiples pliegues de una epidermis curtida y algo tostada por el sol, que explicaban con claridad la sacrificada vida rural dedicada a sanar a sus semejantes en un pueblecito del interior con notable escasez de medios a su alcance, condiciones muy habituales en los médicos de pueblos pequeños. Vestía un algo arrugado traje de lino beige y, se tocaba con un sombrero de alas algo anchas de color tostado que le daba al mismo tiempo un cierto aire elegante y descuidado. Infundía respeto a la vez que confianza, detalle muy importante en un médico y también para sus pacientes.

-¿Cómo estás muchacho?- me dijo alargándome su huesuda mano que estreché con satisfacción.

-Bien, gracias doctor- respondí acompañando a mi saludo una ligera inclinación hacia delante de la cabeza.

Se giró ligeramente a su derecha para decirle a su esposa, una señora algo regordeta y bajita con mejillas bastante coloradas y vestido estampado:. -Olga, éste es el muchacho que te expliqué que estuvo tan oportuno en advertirme de la posible indisposición de la señora Soladrigas, y digo oportuno por que fue realmente así, pienso que si no llega ha tener este ojo clínico, las consecuencias hubiesen podido ser lamentables para la señora-.

Saludé a la esposa del doctor estrechándole la mano y llevándome ésta hasta casi los labios en señal de respeto, la esposa del doctor puso cara de satisfacción por la finura de mi saludo, no era habitual en el pueblo un saludo tan refinado y distinguido.

Laura y su abuela se unieron al grupo que formábamos, al ver a la anciana el señor alcalde se acercó presuroso a presentarle sus respetos, Laura me dio un beso en la mejilla a modo de saludo, detalle que vi que no se le escapaba al doctor. Mis dos amigos se fueron con Justet y Joaquín en busca de los demás.

El doctor se interesó por mis estudios, le dije que estaba finalizando el bachillerato y que había decidido estudiar medicina.

-Entonces quizás algún día vayamos a ser colegas ¿no?- me dijo con acento que denotaba simpatía hacia mi persona.

-¿Has pensado en que rama de la medicina estás más interesado?- preguntó.

-No se, todavía no tengo muy clara la especialidad, por una parte me gustaría ser cirujano, pero también me atrae mucho la biología, tengo una particular afición por la investigación-.

-Pues si tienes esa afición, cultívala, a la medicina le hacen falta buenos investigadores, especialmente biólogos, será la carrera que revolucionará la medicina y a la humanidad en los cien años venideros-, sentenció.

Me impresionaron mucho las palabras del doctor, las aparqué en un rincón de mi cerebro para meditarlas más adelante, cuando fuera el momento oportuno, primero debía finalizar el bachillerato e ingresar en la facultad de medicina, me obligué alcanzar la meta que me había fijado; ser médico y, luego ya escogería la especialidad. Noté que Laura se sentía muy ufana, estaba cogida de mi brazo y el otro al de su abuela, ésta última vi que me observaba atentamente de cómo me desenvolvía en la conversación.

Se acercaron mis padres y les presenté a los que estaban conmigo, Laura los saludó besando ambos y les presentó a su abuela, así mismo lo hicieron el doctor y su esposa que en aquellos momentos se protegía del sol con una coqueta sombrilla, así como al alcalde al que ya conocían de otras ocasiones.

El doctor le comentó a mi padre la conversación que instantes antes ambos habíamos mantenido respecto a mis futuros estudios. -Desde muy pequeñito que Guillermo viene expresando sus deseos de ser médico-, apostilló.

-Me viene de madre- dije sonriendo.

-¿A caso es usted doctora, señora?- preguntó el galeno.

Intervine rápidamente para aliviar del apuro a mi progenitora. -Verá doctor, he dicho esto por que mi madre siempre tiene un remedio para cualquier enfermedad-, aclaré sonriendo.

Nos reímos todos a gusto, hasta mi madre, que no le dio importancia alguna a la broma que acababa de gastarle.

El resto de la conversación fue intrascendente, un rato después la reunión se disolvió, solo Laura y su abuela se quedaron algún tiempo conversando con mis padres.

El calor arreciaba y a pesar de la sombra que proyectaban los árboles de la plazoleta era casi insostenible. La señora Soladrigas sacó un bonito abanico de su bolso para aliviarse de la canícula que manejó con delicadeza y elegancia, no exento de la natural coquetería femenina. Para este día se había puesto un vestido blanco con estampados a tonos negros y grises.

Conversó con mis padres algunos minutos y al despedirse me miró a los ojos mientras me decía :-Este ha sido un verano excepcional por lo especial, doy gracias a Dios por haberte conocido, has aportado vida y alegría a nuestra casa tan falta de ello, espero que siga siendo así, ¿no es cierto Laura?- le dijo a su nieta con cierta socarronería.

Laura ruborizada asintió con la cabeza, mientras me miraba como si me preguntara a que venía lo de la abuela.

La señora Soladrigas, había intuido desde hacía bastantes días la atracción que ambos sentíamos el uno del otro.

-Regresamos hoy a Barcelona en el último tren de la tarde-, dije para que Laura supiera que nos marchábamos poniendo así fin al veraneo.

-Nosotros lo haremos la semana siguiente, tenemos que cerrar la casa para que el próximo verano todo esté otra vez en orden-, dijo la abuela. – Espero verte por Barcelona Guillermo-, me dijo.

-Haré todo lo posible para ello, no voy a disponer de demasiado tiempo, tengo que terminar el bachillerato para poder entrar a la universidad-.

-Bien, tengo entendido que sabes donde vivimos, tienes allí las puertas abiertas-, me dijo.

Me acerqué para darle la mano, pero me apartó ésta y me besó en la mejilla, a continuación con un suave empellón me situó hasta donde se hallaba su nieta para que la besara. Le di a Laura un ligero y casto beso en la mejilla, ella me miró y puso su mano en el lugar en el que había depositado mi ósculo y mirándome a los ojos pareció decirme : "amor mío, aquí queda tu beso para siempre"…..

Nos despedimos e iniciamos el camino de regreso a casa, unos pasos después me di la vuelta y vi a Laura que había hecho lo propio, Tenía los ojos tristes, la hice un gesto con la mano para decirla que después del almuerzo nos encontraríamos bajo "nuestro árbol", me comprendió y asintió con la cabeza.

Seguí caminando con el corazón preso de tristeza y encogido, sabía que después de nuestra próxima cita, pasarían días hasta poder vernos de nuevo. Al llegar a casa mis dos amigos barceloneses me aguardaban en el portal, fácilmente se apercibieron de mi estado de ánimo.

Se interesaron y les dije que estaba algo triste por que era el último día del veraneo. No les convenció mi aseveración.

-Y por algo más, ¿no es así?- me dijo Edu.

-Si, confieso que si, por que voy a dejar de ver con frecuencia a Laura, a pesar de que estoy muy enamorado de ella, o al menos eso creo, es la primera vez que experimento esta clase de sentimientos, mi corazón le pertenece, pero mi mente me dice que debo dedicarme a mis estudios y conseguir la meta que desde hace algunos años me fijé, lo contrario traicionaría mis principios y los sacrificios y la fe que mis padres vienen depositando conmigo-.

-Eso está muy bien, pero no debe entristecerte, Laura lo comprenderá, y también será a la vez una prueba de su amor hacia ti, estoy seguro que sabrá compartir el sacrificio con en el que ambos vais a enfrentaros-, añadió reflexivo Beppo.

La Padrina se asomó para decirnos que la comida estaba a punto de ser servida, no nos hicimos de rogar, estaban ya todos sentados alrededor de la larga mesa de la cocina, Beppo animó la misma con sus bromas y chistes, que me levantó algo el ánimo.

Finalizada la misma, mis padres me dijeron que fuera haciendo la maleta, nos iríamos en el tren de las siete de la tarde. En un santiamén subí a mi habitación y metí todos mis enseres y libros en la maleta, les dije a mis dos amigos que me aguardaran en el Casinet jugando al futbolín, yo iba a despedirme de Laura.

Cogí mi bicicleta y marché raudo cual centauro al encuentro de mi amor, mientras pedaleaba calle Mayor abajo, reflexionaba respecto a lo que le diría a Laura para que no se sintiera desilusionada al plan de estudio que tenía previsto y, que reduciría sensiblemente la posibilidad de nuestros encuentros durante el curso. No llegué a ninguna conclusión, lo dejé a la improvisación del momento.

Llegué en un abrir y cerrar de ojos al lugar, unos doscientos metros antes de llegar al gigantesco y viejo roble, detuve la marcha y me quedé admirando la imponente belleza de aquel centenario roble, era casi perfecto, el grueso tronco, que quizás midiera más de ochenta centímetros de diámetro, era totalmente recto y sin protuberancias, las primeras ramas que iniciaban la gigantesca y redondeada copa estaban a algo más de tres metros del suelo, únicamente en algún momento de su longeva vida, algún desalmado utilizando una herramienta cortante había practicado unas incisiones en uno de los lados del tronco que el sufrido árbol pudo superar. Se levantaba ante mí majestuoso e impertérrito al paso del tiempo, siendo el testigo de algunos de nuestros amorosos y dulces encuentros.

Me volvió a la realidad el clinc, clinc, de la bicicleta de Laura, volví la cabeza y vi como se acercaba subiendo la suave pendiente que había desde su casa hasta la loma en que se hallaba "nuestro árbol", como así le solíamos llamar. Se situó a mi lado y sin apearnos nos dimos un beso.

-No olvides nunca esta imagen-, le dije a Laura refiriéndome y señalando al imponente roble, -bajo su cobertura hemos pasado horas muy gratas y felices-.

Laura pedaleó y la seguí hasta llegar junto al tronco, dejó su bicicleta apoyada en él y vino hacia mi con los brazos extendidos, dejé mi bicicleta en el suelo y me abracé a ella, ambos nos fundimos en uno solo, estuvimos así bastante tiempo, sin decir nada simplemente mirándonos a los ojos y dándonos de vez en cuanto algún beso, podía notar perfectamente los latidos de su corazón, de nuevo volvimos a sentir aquel penetrante deseo experimentado unos días atrás, sonreímos por que los dos nos dimos cuenta de lo que sucedía al unísono, pero éramos fuertes y sabíamos como poder superar aquellos momentos.

-Laura-, le dije con cierta solemnidad en su oído, -en estos momentos desearía haber terminado mi carrera para hacerte mi esposa y así poder dar rienda suelta a la pasión y el amor que ambos sentimos en estos momentos-.

-Mis sentimientos son los mismos que los tuyos Guillermo pero pienso que debemos ser fuertes. Nuestra meta y mérito, será aguardar el ansiado día en que podamos ser esposos para toda la vida-, dijo con cara de ángel.

-Así será-. Saqué una navajuela que llevaba en el bolsillo del pantalón y nos acercamos al tronco del roble, con la punta de la misma grabé dos corazones y las letras L y G con la fecha en números romanos. -Cada verano vendremos a éste mismo lugar y grabaremos una muesca hasta llegar a al año de nuestra boda, así sabremos sin equívoco cuantos años habrán pasado hasta ese anhelado día-.

Cogí las manos de Laura y me situé frente a ella para decirle : -Laura hoy regreso a Barcelona y dentro de cinco días inicio el curso, será un curso bastante difícil en especial el capítulo de ciencias, necesitaré mantener la máxima dedicación, quiero que me ayudes en ello-.

-Guillermo cuenta que haré todo lo que esté de mi mano para ayudarte, me sentiré muy orgullosa de ser la esposa de un doctor, ¿que quieres que haga por ti? -.

-Poco y mucho querida, simplemente que deberemos sacrificar vernos más de un domingo y festivos. Mientras muchos de nuestros amigos estarán divirtiéndose, nosotros no podremos disfrutar de nuestra compañía, pero por nada del mundo quisiera que tu te sintieras ligada a quedarte encerrada en casa-. -Ahora debo marchar, me aguardan mis padres y amigos para el regreso, esta noche te llamo, te dejo mi corazón guárdalo bien ya es todo tuyo-. Le di un beso y me marché sin más, sabía que si me quedaba algunos minutos más me sería muy difícil irme y sería todavía más dolorosa la despedida.

Pasaron los meses y Laura y yo nos vimos en contadas ocasiones, Navidad, Pascua, y algún que otro festivo con algún puente, estos eran nuestros esporádicos encuentros. Fue muy duro de soportar por ambas partes, pero nuestro amor no tambaleó ni un ápice, todo lo contrario, los contados encuentros consolidaban los cimientos depositados en aquel feliz e inolvidable verano del 56 que íbamos dejando atrás.

El sacrificio dio sus frutos, finalicé mi bachillerato con notas muy estimables y pasé con facilidad el examen de ingreso a la universidad. Elegí como era natural y previsto; medicina.

Loco de alegría llamé a Laura, no estaba en casa, la doncella me pasó con la señora Soladrigas, -¿quién es?- preguntó.

Le reconocí la voz. -Soy Guillermo señora Soladrigas, ¿cómo está usted? -.

-Hola hijo, cuanto tiempo sin saber de ti, dime, dime, ¿qué es de tu vida?-.

Noté que se interesaba por mi sinceramente, yo rebosaba de alegría, el primer paso para llegar a la meta que me había trazado ya estaba cumplido, pero solo era el primero, faltaban otros más.

-Estoy muy contento, he acabado mis estudios de bachiller y el ingreso a la universidad-, le dije en tono triunfal.

-Aguarda, aquí viene Laura, espero verte pronto, ah y te felicito-.

-Hola Guillermo-, de nuevo el regalo de su voz en mis oídos.

-Laura, ya soy universitario, he aprobado todo. Oye, ¿te parece que vayamos al cine o a bailar?-.

-Me parece fantástico, ¿a que hora vendrás a por mi?-.

-¿Te parece a eso de las cinco?-.

-Me parece muy bien hasta luego amor-

-Hasta luego-.

Llegó mi padre a casa, me abrazó para felicitarme por los éxitos escolares conseguidos, me dijo sentirse muy orgulloso de mi, era el mejor regalo que podía hacerme, yo también le quería mucho y me sentía muy orgulloso de ser su hijo, desde muy niño habíamos compartido mucha jornadas andando por los montes, bien acompañándole a cazar o simplemente a caminar, a cada paso me mostraba las cosas bellas de la naturaleza y también sus peligros, me enseñaba a respetarla y aprovechar todo lo que nos daba sin dañarla. Papá se sacó del bolsillo de su chaqueta gris una cajita plana y alargada envuelta en papel blanco muy fino atado con un lazo de satén rojo Burdeos, me la dio para que la abriera. En su interior había un precioso reloj de muñeca para hombre con montura dorada y correa de cuero marrón claro, un Duward suizo.

-Dale la vuelta y lee- me dijo.

Lo giré y en el dorso de acero estaba grabada la siguiente frase : "De sus padres, al futuro Doctor".

Nos miramos los tres y nos abrazamos llorando de alegría y emoción, nos volvió a la realidad el timbre de la puerta, mi madre fue a abrir, era mi hermana que regresaba de sus clases en el Conservatorio, que también se sumó a la fiesta.

El almuerzo fue de lo más animado, dejamos volar un poco nuestra imaginación que casi llegó a rozar lo del cuento de la lechera. Mi madre que era muy pragmática, nos hizo regresar al mundo de la realidad.

De pronto recordé que había quedado en ir a buscar a Laura, me levanté de la mesa con algo de precipitación, mi madre, muy intuitiva, me preguntó a que venía tanta prisa. -Mamá, he quedado con Laura para ir al cine o a bailar, con eso de los exámenes hace más de dos meses que no nos vemos, por cierto ¿puedes darme algún dinero? ando algo escaso de este medio-.

Mi madre era pragmática pero no tacaña, satisfizo mi necesidad con cierta largueza dentro de lo que cabía en la economía de nuestra casa. Pocos días antes había sido mi cumpleaños. Unos tíos míos me habían regalado por mi cumpleaños un suéter de manga corta de la marca Fred Perry de color azul marino, me sentaba como un guante, me calcé los blue jeans y los mocasines y fui a buscar el metro. En unos cuarenta minutos de mi flamante reloj, estuve en la puerta del jardín de la casa de Laura llamando al timbre.

Salió abrir ella en persona, estaba bellísima, más que nunca, había quizás adelgazado algo, llevaba un vestido amarillo pálido que la favorecía enormemente, pero seguía siendo aquella muchacha serena, equilibrada, de espalda recta, ojos inmensamente grandes y dulces, se echó a mis brazos y me besó dulcemente. De nuevo volví a experimentar aquel suave aroma a miel que su cuerpo desprendía y que creaba en mi una loca ansiedad de poseerla para siempre, de tenerla a mi lado, de besar sus jugosos labios constantemente, en una palabra, de adorarla. Pasé noches enteras sin poder conciliar apenas el sueño pensando en ella. Aparté de mi mente toda aquella vorágine de pasiones que quemaban el alma y me quedé contemplando su cara. Volvieron a mi, mil imagines del verano anterior en que nos conocimos.

Me cogió de la mano y me llevó hasta el interior de la casa. En el salón estaba la señora Soladrigas tomando café acompañada de otra dama de su más o menos misma edad y un caballero de cara fofa y muy trajeado, con pelo engominado.

-Hola Guillermo, se bien venido- me dijo – acércate.

-¿Cómo ésta señora?, cuanto tiempo sin vernos-. Me acerqué a ella y le di dos besos a las mejillas que me ofrecía.

Mira, te presento a los señores Juan y Anita Sagnier, el señor Sagnier es nuestro administrador general desde que falleció mi marido, tiene la responsabilidad de administrar las cuentas y el patrimonio familiar-. Ahora dirigiéndose al matrimonio:. -Este es un buen amigo de la familia, Guillermo, futuro doctor en medicina, acaba de graduarse para el ingreso a la facultad de medicina con notables calificaciones-. Me sentí muy reconfortado con la presentación efectuada, en especial de quien provenía y, me hinché como un pavo. Tonto de mi, que pequeños somos los humanos que unas simples palabras son capaces de transfigurar en segundos nuestro ego.

Me di la vuelta y le di la mano a la señora, luego estreché la de su marido, el administrador, un fracaso, parecía que había estrechado la de una babosa, regordeta, blanca, blanda y sudorosa. Estaba habituado a estrechar manos de hombres que te miraban a los ojos con franqueza y apretaban la mano con jovialidad en signo de amistad y franqueza, por que estrechar la mano entre dos personas es eso, es la oferta de un signo de paz, de amistad.

No me causó buena impresión el señor Sagnier, su mirada no era franca y su manera de estrechar la mano todavía menos. No le confiaría mi alma para que la llevara al cielo.

Una sirvienta trajo una bandeja con dos servicios más de café acompañado de una bandejita con unas pastas, la abuela nos invitó a sentarnos y participar del ceremonial social de tomar el café. La conversación giró fundamentalmente sobre temas económicos de la familia a los que el señor administrador iba informando a la abuela con unos documentos que mantenía en las manos y que previamente había sacado de un sobado portafolios de piel que éste llevaba. Finalizada la misma, presentó otros documentos para que la señora los firmara, ésta los ojeó brevemente firmándolos a continuación si prestar excesiva atención al contenido.

Laura y yo nos despedimos de los presentes, nos fuimos a bailar a una discoteca cercana a su casa, en la calle de Balmes, conocida por :"Hi-Fi", establecimiento de moda entre la gente de nuestra edad.

Fue una tarde deliciosa de finales de Junio, nos resarcimos de tantos días sin haber podido estar juntos. Le agradecí a Laura su sacrificio, que fue clave para que yo pudiera concentrarme en finalizar mis estudios y poder ingresar en la universidad.

Allí, en la pista de baile, al son de la música suave y lenta, abrazados y balanceándonos, nos juramos una y mil veces, amor eterno……..en la sala sonaba un disco de Elvis que cantaba, "In the chappel"…..

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO XIVº

Boston, Massachussetts, EE.UU. Otoño de 1967….once años después….

Con hartos sacrificios finalicé brillantemente mis estudios de medicina. Solo en los dos escasos meses de las vacaciones de verano, Laura y yo podíamos gozar de nuestra mutua compañía, resarciéndonos de las privaciones habidas durante el curso, pero a pesar de ello, nuestro vínculo amoroso no decreció en ningún momento, contrariamente nuestro amor se volvió más sólido.

Después de mucho tentativas, tuve la fortuna de obtener una de las becas que ofrecía anualmente una entidad bancaria de sede barcelonesa, ésta me permitiría estar dos años en los Estados Unidos en calidad de estudiante graduado, una vez finalizada la misma y venciendo una ardua competencia, pude obtener la beca de Colaborador Visitante, de la University Massachussetts Medical School.

A través del tiempo y con la total entrega de mi parte, fui creándome un currículum personal que comenzaba a ser notorio, procuraba asistir a conferencias de ilustres biólogos, como los doctores J.Craig, G.Knight o L. Padrón. Mantenía una actividad profesional casi frenética.

Inicié un trabajo importante con un equipo de biólogos compañeros míos en la universidad de Massachussetts, trataba éste, sobre el estudio de la miosina en filamentos gruesos del músculo y ajuste de las coordenadas atómicas del subfracmento S1, que nos permitió hacernos con el premio del "Howard Hugues Medical Institute".

También nos fue concedido el Annual Award al mejor trabajo científico en el área de Biología CONOCIT, en biología Molecular, además de un efectivo y profundo estudio sobre vacunas para la tuberculosis.

Con Laura nos escribíamos semanalmente, le contaba todo sobre mis trabajos y mi vida en Boston y de cuanto la seguía amando, ella me llamaba por teléfono con cierta frecuencia a la residencia del Campus en la que me hospedaba, pero era una incomodidad, el aparato estaba en el pasillo y no podía disponer de intimidad para poder hablar libremente. Para mi era casi imposible poder llamarla, la investigación ofrece laureles pero poco dinero y, precisamente mi economía la podía definir como de tercermundista, los escasos ingresos que obtenía me servían únicamente para escasamente subsistir.

Laura, marchó a Suiza a unos cursillos de filología francesa por un período de seis meses, yo ahorraba todo el dinero posible para poder pagarme un billete de ida y regreso a Barcelona para las próximas navidades. Los sábados y domingos trabajaba en el Boston Red Soxs Stadium como repartidor de refrescos y alternativamente también en una sala de Boxeo.

Alternaba algún tiempo libre dando también alguna clase particular a universitarios hijos de familias distinguidas de la buena sociedad bostoniana, sacaba tiempo de donde podía, hasta de mis horas de sueño.

Uno de mis alumnos Julius Hagarty, pertenecía a una acaudalada y respetada familia de origen irlandés afincada en la ciudad desde hacía más de ciento veinte años. Julius iniciaba el último curso de medicina y tenía ciertas dificultades con la asimilación de algunas materias, yo había puesto algunos anuncios en el tablero de oportunidades de la facultad, ofreciendo mis servicios como profesor por horas, un día éste me llamó al teléfono y me citó en la residencia familiar de Borsworth str., uno de los barrios residenciales de Boston, era sin duda el más distinguido de la ciudad.

Por el tiempo que ya llevaba residiendo en aquella ciudad, cuya sociedad se distinguía del resto de los Estados de la Unión por una serie de peculiaridades muy propias y por ser cuna de la libertad e independencia americana, sabía que daban en general, gran importancia a los buenos modales, la lealtad y la puntualidad.

Me desplacé hasta el lugar en un bus público. Con el fin de causar buena impresión, procuré atildarme con mi mejor traje y corbata que planché antes de enfundármelo

para asistir a la cita, dicho sea de paso no tenía demasiado donde escoger en mi ropero.

Estaba algo delgado y la ropa me sentaba francamente bien, a decir verdad mi delgadez me daba un toque distinguido, a pesar de que los codos de mi chaqueta azul marino estaban bastante brillantes y algo desgastados.

Llamé a la puerta de la regia residencia a la hora exacta acordada. Abrió una especie de mayordomo vestido de negro y corbata de lazo del mismo color, que con cierta ceremonia me preguntó a quien deseaba ver de la casa. Con mi más refinado inglés británico le dije que tenía cita con el señor Julius B. Hagarty III.

-¿A quién anuncio?-, me preguntó.

-Doctor Guillermo Farrés-, le dije, mientras le entregaba mi tarjeta de visita, no quise traducir mi nombre al William inglés, estaba muy orgulloso de cómo sonaba en mi idioma.

Me hallaba en un amplio recibidor de forma elíptica con el suelo pavimentado de bruñido mármol de colores entre el marrón y el blanco marfil formando una bella combinación romboédrica, de esta pieza partía una señorial escalera que llevaba a la planta superior del edificio. El mayordomo se marchó casi sin hacer ruido alguno, regresando de nuevo un par de minutos más tarde con el mismo sigilo con que se había ido anteriormente, me indicó con un ademán para que le acompañase hasta una de las varias puertas que había en el recibidor precediéndome y abriendo las dos hojas correderas de par en par de una formidable puerta del más puro roble americano.

-El señorito Julius le atenderá inmediatamente acabe de la reunión que tiene con su señor padre, le ruega le aguarde usted aquí en la biblioteca, ¿desea tomar algo el señor?-.

-No, muchas gracias, no tengo sed-, le dije.

Se marchó y cerró la puerta. Me quedé solo dentro de aquella gran estancia. Las paredes estaban llenas de estantes con libros perfectamente clasificados, me acerqué a curiosear, pude observar que había todo tipo de literatura, desde Mark Twain, a L.Tolstoy, F. Dostoyesky, Aristóteles, Shakespeare, Molière, Bocaccio, Dante Alighieri y también descubrí un ejemplar de Don Quijote de la Mancha, una versión encuadernada de lujo e ilustrada, traducida al inglés en dos volúmenes, con ella en la mano hojeándola me encontró el que probablemente iba a ser mi alumno.

-Buenos días-, dijo con un acento muy bostoniano y correcto Julius B. Hagarty III, a la vez que avanzaba hasta donde yo me hallaba con la mano extendida para estrechar la mía. Vestía informal, con pantalón de franela gris con una raya de plancha muy recta e impecable, zapatos negros y relucientes, de hebilla a un costado, suéter de lana de cachemir en color amarillo muy pálido sobre una camisa azul celeste de cuello abierto sin corbata. Su aspecto no podía ser más distinguido y elegante, casi diría que un poco afectado. Julius era un muchacho de unos veinte años, delgado que mediría alrededor de un metro setenta, a pesar de su edad su cabellera no se distinguía por abundante, su cabeza me recordaba a la de Napoleón que tantas veces había visto reproducida en láminas de libros y cuadros.

Me estrechó la mano con cierta firmeza mientras me decía, -¿Cómo debo llamarle, Profesor o Doctor?-.

-Mi titulación académica es la de Doctor en Medicina, pero preferiría que me llamara simplemente Guillermo, será menos ceremonioso y más americano-, le dije con una ligera sonrisa.

-Entonces llámeme usted, en justa correspondencia, Julius-, dijo esbozando también una blanca sonrisa.

Me invitó a que nos sentáramos en unos butacones de altas orejeras situados uno frente al otro en uno de los lados del salón, justo debajo de una colección de pinturas de varios varones de aspecto muy serio y formal, que intuí que podían ser antepasados suyos, ya que alguno de los personajes allí colgados, guardaban cierto parecido con mi interlocutor.

-¿Es usted aficionado a la lectura Guillermo?-, me preguntó, quizás por que me vio curioseando el libro cuando entró en la biblioteca y por iniciar así de algún modo la conversación.

-Si, es una de mis pasiones, desde muy joven adquirí esta afición, ahora solo tengo tiempo para leer libros y publicaciones científicas, y dígame, ¿a que se debe el motivo de citarme en su casa?.

-Muy sencillo, este es mi último curso de medicina, necesitaría que alguien de su experiencia profesional me ampliara los conocimientos en determinadas materias en las que noto que no ando demasiado fuerte, ¿le puede a usted interesar este trabajo?-.

Su exposición fue directa, sin retruécanos, muy americana, el llamado; stablishmen. Maldita sea la gracia que me hacía el hacer de maestro en mis ratos libres a un joven de casi mi edad, pero era un dinero que me iría muy bien para mi deteriorada economía, siempre sería mejor que vender refrescos en un estadio de baseball, y probablemente hasta más productivo. No tendría más remedio que aceptar, me dije.

Finalmente acordamos que dos veces por semana, al acabar mis trabajos de investigación en los laboratorios de la universidad, le podría dedicar dos horas en cada ocasión y algún sábado o domingo completos. Las reuniones las tendríamos en la propia casa donde nos hallábamos a excepción de las del sábado que se podrían efectuar en la residencia que la familia poseía en las afueras de la ciudad, en Swampscott, pequeña población costera al Norte de Boston popular por que en ella nació el conocido actor cinematográfico, Walter Brennan que intervino en muchos de los westerns de la época dorada de Hollywood.

Interrumpió la reunión un caballero que guardaba un buen parecido con mi interlocutor y con alguno de los que se hallaban en la galería de cuadros que pendían de la pared. Se acercó a nosotros decidido, vestía un traje gris medio de elegante corte, camisa blanca nívea y corbata granate, del final de las mangas de su chaqueta asomaba ligeramente los puños de la camisa lo suficiente para mostrar los gemelos de oro que cerraban la misma.

Julius y yo nos pusimos en pie, intuí que debía tratarse del padre de éste, vino directamente a mi, me ofreció la mano mientras me decía : -¿El doctor Farrés supongo?-.

-Efectivamente-, respondí, me sorprendió un poco el modo tan directo en que se dirigió a mi, aguardé a que él llevara la iniciativa de la incipiente conversación, pude captar inmediatamente que era hombre de acción, habituado a tomar decisiones y dar ordenes.

-Es usted muy joven por todo lo que lleva desarrollado en los laboratorios de la universidad, le doy mucho mérito, he estado siguiendo su trayectoria profesional, no le debe extrañar que esté informado, soy uno de los benefactores financieros de esa universidad-, se sentó en otra butaca inmediata a la mía. Estaba claro que se había informado bien de mis actividades.

-Dice usted bien señor……-, aquí dejé en el aire a propósito, el nombre del caballero ya que todavía no se había presentado. Reaccionó de inmediato.

-Disculpe, soy Greg Hagarty II-.

-Le decía, que el mérito no es solo mío señor Hagarty, si no del equipo con el que colaboro, todos aportamos ideas y el mérito es compartido-.

-Habla usted un inglés muy fluido y británico, ¿cómo es ello, siendo usted español?-.

-Verá, tengo bastante facilidad para aprender idiomas, estudié inglés desde muy jovencito y tuve la oportunidad de leer muy a menudo los escritores clásicos británicos, no hay más secreto-.

-Bien, no le voy a entretener más, haga usted de mi hijo un doctor en medicina, es lo que nos falta en la familia, y le aseguro que no se arrepentirá-. Lo lanzó así de improvisto y directo. Me quedé de una sola pieza, no sabía que decir. Hice acopio de valentía y reaccioné.

-Señor Hagarty, ser doctor en medicina, no es un producto que se fabrique en una factoría, es una carrera de humanidades que se estudia por que se siente en el corazón, sin esta premisa es mejor que el individuo dedique sus esfuerzos a algo en que pueda ser más productivo para sus semejantes y para si mismo-. El señor Hagarty hizo un gesto de ligera sorpresa, -Pero no quisiera que interpretara usted mi respuesta como un desaire, si no todo lo contrario, lo digo por que si su hijo Julius no siente la llamada vocacional de entregar su vida al servicio de los demás, perderá lamentablemente el tiempo-. Me di cuenta que quizás había sido excesivamente áspero en mi explicación e intenté paliar la misma suavizando la expresión, no fuera a ser que por tratar de ser excesivamente sincero, me quedara sin el apetitoso ingreso de unos buenos y necesarios dólares.

-Que duda cabe-, proseguí, -que si tiene capacidad de estudio y con la ayuda de conocimientos que le pueda yo transferir logrará un Diploma de doctorado, pero sin la llamada de la vocación, se sentirá un fracasado-. -Ah, y por cierto, señor Hagarty, relájese más, duerma algunas horas más al día y baje su tensión, practique algún deporte, está usted muy estresado, no es bueno para su corazón, goce más de la vida-, le dije para su sorpresa.

El hombre se quedó bastante sorprendido, no esperaba mi respuesta y en especial mi recomendación final. Al fin reaccionó.

-¿ No es usted biólogo doctor?-.

-Y también doctor en medicina-.

-¿Y…?-

-Tiene usted unas ostentosas bolsas debajo de los ojos, síntomas de dormir pocas horas y mal, y también me he fijado en sus uñas-.

Se quedó mirándome en silencio un momento y esbozó una sonrisa, se levantó diciéndome, -espero doctor, verle a menudo por esta casa, arregle a su conveniencia con mi hijo lo de las clases y sea bien venido-. Se marchó sin más. Era un hombre pragmático y sumamente activo, habituado a que se cumplieran sus deseos.

Julius, se levantó para acompañar a su padre hasta la puerta, allí cuchichearon unos instantes y regresó. En el entretanto decidí hacerme cargo de las clases, pero pensé ponerlo difícil, iba a tentar a la suerte, lo había aprendido en aquel país, siempre jugaban fuerte, o ganaban o perdían, pero no se andaban con medias tintas.

Julius se sentó de nuevo frente a mi, cruzó las piernas y se puso cómodo -Y bien Guillermo ¿ha tomado usted alguna decisión a mi proposición?-.

-Si, en principio podría venir dos veces por semana entre dos y tres horas en cada ocasión, pero no me es posible fijar los días por que dependerá del trabajo que estoy desarrollando con el equipo del laboratorio de la universidad, sin embargo los fines de semana podría dedicárselos íntegros dado a que no tengo compromisos sociales ni profesionales-.

-Me parece muy correcto-, respondió.

-Falta determinar mis honorarios- dije.

-Usted dirá-.

-Las horas serán a doscientos dólares y los fines de semana mil dólares por día, más el desplazamiento, ¿le parece a usted correcto?-.

-Excelente, creo que es justo-, se levantó y me estrechó la mano, este gesto es muy común en los Estados Unidos para formalizar un trato, equivaliendo al acuerdo de un contrato por ambas partes, teniendo inclusive fuerza jurídica. Luego se fue hasta el otro lado de la estancia en la que había una mesa de despacho, abrió uno de los cajones del que sacó un talonario de cheques del City Bank, rellenó uno de ellos y me lo entregó una vez firmado. Lo había extendido por un valor de cinco mil dólares.

-No es necesario que me de usted ninguna cantidad anticipada- le dije sin coger todavía el cheque que me alargaba.

-Es con motivo de cerrar un acuerdo, así lo hacemos aquí en los Estados Unido-, insistió.

Pensé que esta cantidad podría venirle de perlas a mis magras arcas financieras e ir más desahogado, pero también en mi fuero interno tenía la impresión que me estaban comprando. Finalmente venció la necesidad y cogí el cheque que mi alumno me entregaba. Sin tan siquiera mirarle lo deposité en mi billetera, mientras lo hacía me vino a la mente la historia del doctor Fausto y Mefistófeles.

Seguimos hablando casi una hora más sobre las materias de estudios en las que Julius creía que necesitaba ayuda, trazamos un plan a seguir. El muchacho era inteligente y aplicaba un gran interés en los estudios, pero a decir verdad no le veía con la chispa necesaria para ser un buen médico, quizás estuviera yo equivocado y quizás su manera de ser no exteriorizaba el entusiasmo que solemos poner los latinos en las cosas que amamos, pero "alea jacta est".

Tuvo la gentileza de acompañarme hasta la puerta, me alargó su delgada y delicada mano y con un hasta pronto se despidió de mi. Bajé los tres peldaños de la escalinata que separaban la casa hasta la verja de hierro con la acera de la calle justo en el instante que un pequeño automóvil descapotable, de fabricación europea, un escarabajo VW azul marino, se detenía conducido por una jovencita pelirroja de pelo muy corto casi como el de un muchacho.

Al pasar por delante del auto para cruzar la calle ésta me llamó, me acerque hasta la puerta que abría en aquel momento -Señor, ¿ha salido usted de esta casa?- me dijo señalando la puerta por donde yo acababa de salir. -Si, efectivamente-, le respondí algo sorprendido.

-¿Podría usted ayudarme a llevar todos estos paquetes hasta la puerta?-, creo que se dio cuenta de mi sorpresa y extrañeza y añadió :. -Vivo allí-.

Realmente llevaba el asiento trasero del automóvil atestado de cajas y bolsas, cogí varias de ellas y se las deposité al pié de la majestuosa puerta de nogal barnizado, regresé para hacer un segundo viaje, pero ella ya había cogido el resto y como si fuera un malabarista avanzaba por la acera para subir por los escalones, al llegar al primero de ellos se le cayó uno de los paquetes, nos agachamos ambos al unísono para cogerlo, con tal mala fortuna que nuestras cabezas colisionaron con cierta fuerza y los dos acabamos sentados sobre nuestras posaderas en mitad de la acera frente a frente. Nos echamos a reír sin recato alguno.

La pelirroja, calculé que no rebasaría los veinte y dos años, apenas una adolescente. Tenía una cabeza de morfología muy bella, una nariz chiquita y respingona, de faz y piel muy blanca y plagada de pigmentación, frecuente en los pelirrojos, vestía como un muchacho, pantalón de pana verde musgo sujetado con tirantes verdes, y suéter de cuello cisne en tono verde pastel combinado con una chaqueta a cuadros con coderas de piel, y zapatos tipo mocasín marrones. Informal pero con un toque ligeramente distinguido, "chic" diría, sus ropas llevaban el sello inconfundible de la calidad.

Pude ponerme de pie antes que ella para ayudar a que se levantara y recoger los paquetes que quedaron esparcidos por los suelos, no sin antes haberle pedido mil disculpas por mi torpeza. Ella no le dio importancia alguna al accidente, se sacudió el trasero sin dejar de reírse mientras sacaba una pequeña llave del bolsillo para abrir la puerta, metió los paquetes dentro de la casa empujando algunos con los pies mientras llevaba a los demás abrazados y cogidos con las manos. Me dio las gracias y se metió en la casa cerrando la puerta con el talón de uno de sus pies.

Me quedé plantado en la acera, como un pasmarote casi un minuto sin saber que hacer, aquella muchacha era una especie de torbellino, diría que con acusada personalidad dominante, una mujer de acción, me dije. Supuse que podría ser hermana o tener algún parentesco con mi alumno Julius, pero a decir verdad no guardaban ningún parecido físico entre si.

Giré sobre mi mismo y me encaminé a buscar el bus que me retornaría a la residencia donde vivía. Por el camino pensé en la muchacha pelirroja. Por lo poco que vi y en algunas facetas me recordaba a mi querida amiga Maite, de la que recibía periódicamente noticias escritas. Por ella sabía del pueblo, de sus gentes y amigos y de la querida familia Vivet.

Me apeé dos estaciones antes de la que me correspondía para entrar en la sucursal bancaria en la que mantenía mi exhausta cuenta. Manifiesto que después de haber efectuado el ingreso del cheque, salí del banco bastante reconfortado.

Me fui directo a las oficinas del laboratorio de la universidad y solicité autorización para efectuar dos llamadas a larga distancia con cargo a mi bolsillo, era el modo de poder hablar con intimidad, podría efectuarlo desde mi mesa de trabajo, le daba el número a la centralita y una vez finalizada la llamada, me indicaban el importe y lo satisfacía, pero nadie me importunaba.

Mi primera llamada fue a Laura, era una hora algo intempestiva en España, alrededor de la una de la madrugada, pero para mi era tan importante hablar con ella que no pensé que el horario pudiera ser un fastidio. Al tercer timbrazo del teléfono oí su suave voz algo somnolienta :. -¿Diga?-.

-Hola amor, soy yo-.

-¡Guillermo, qué alegría!, ¡¿te ocurre algo amor mío?!-, dijo con voz sorprendida, no estaba habituada a que la llamase por teléfono, hacía algo más de cuatro años que me había ausentado del país y era la segunda vez que yo la llamaba, ella era consciente de que mi economía no me permitía hacer determinados dispendios, Laura en más de una ocasión me había ofrecido enviarme algún dinero, pero jamás permití que lo hiciera, tenía demasiado desarrollado mi sentido del orgullo.

-Si, me ha ocurrido, pero no te asustes, todo es bueno y positivo. Estas navidades cariño, al fin las podremos pasar juntos-, le dije con tal emoción que se me hizo un nudo en la garganta.

-Fantástico amor, y ¿cómo es eso?-.

-Simplemente, que voy a dar clases particulares durante unos meses a un muchacho que estudia medicina, pertenece a una de las familias más acaudaladas e influyentes de Boston. Acabo de tener una entrevista con él y su padre, hemos llegado a un acuerdo económico e incluso me han avanzado una suma importante de dinero a modo de contrato, ahora mismo llego de ingresar el cheque en mi cuenta bancaria-.

-Esto es maravilloso querido, que feliz me siento, cuantas cosas vamos hacer, pero la primera que pienso es besarte bajo nuestro árbol de Folgueroles ¿te acuerdas de el?-.

-¿Cómo voy a olvidarme de él amor mío ? antes me moriría, si te place el lugar de encuentro no vengas entonces al aeropuerto el día de mi llegada, aguárdame allí. Bésame amor, aunque no estés aquí conmigo te tengo en mi mente constantemente, ¿recuerdas la letra de la canción de Nat King Cole… que tantas veces habíamos bailado? :. "Tuyo es mi corazón o sol de mi querer, tuyo es todo mi ser..…"-, éramos un par de románticos empedernidos. La distancia aumentaba y sensibilizaba nuestro amor. Oí sus besos a través del auricular, que me supieron a gloria, se los devolví con igual pasión si cabía. Acordamos que la llamaría de nuevo cuando ya tuviera los pasajes de avión encargados y, en el ínterin seguiríamos escribiéndonos semanalmente como veníamos haciendo desde que me fui de Barcelona. Me interesé por la salud de su abuela y su hermano Joaquín, su abuela estaba algo preocupada por los negocios, al parecer últimamente, según me había dicho en una de sus cartas, no iban demasiado bien, los balances presentados por el administrador Sagnier no eran ya tan halagüeños como antaño.

Joaquín había terminado la carrera de Perito Textil y se había incorporado a la vida laboral en una de las fábricas familiares, tenía ya novia, era la hija de una familia de constructores y promotores de edificios de mucho renombre en la ciudad, me dijo que le parecía que era una buena niña y que ambas habían congeniado. Nos despedimos con harto dolor de nuestros corazones, pero con la esperanza de poder estar juntos por unos días en pocos meses.

La siguiente llamada fue a mi casa.

Se puso mi padre :- Hola Guillermo, cómo estás-.

Me sorprendió que supiera que era yo. -Papá, ¿cómo has adivinado que era yo quien llamaba?-, le dije intrigado.

-Acaba de llamarnos Laura para advertírnoslo-.

-Debí figurármelo-.

-Estoy bien, muy bien, ¿cómo estáis vosotros?-.

-Todos esperando verte pronto y que nos cuentes todas tus cosas de América-.

-Os llamo principalmente para deciros que vendré por Navidad, es la alegría que quería comunicaros-.

-Esa es una gran noticia-.

-Ya os pondré una carta y os lo contaré todo con más detalle-, seguid durmiendo, un beso a mamá y a la niña ( la niña era mi hermana).

-Adiós hijo, un beso fuerte y cuídate-.

-Adiós papá, otro mío-. A continuación colgué el aparato que gracias a Graham Bell permitía a la humanidad comunicarse de una parte a otra del globo en un instante. Salí a dar un paseo por la bonita ciudad de Boston, por precaución cogí una gabardina que me había comprado en un mercadillo a los pocos días de haber llegado a la ciudad, me costó poco dinero, pero para mi fue un dispendio importante, los atardeceres otoñales suelen ser en esa latitud bastante frescos, inclusive en los meses de verano, comenzaba a lloviznar, salí a la calle y me sentía tan feliz que casi iba cantando en voz alta, después de unos minutos de caminar canturreando me vino a la memoria la escena de felicidad de un enamorado Gene Nelly, que representó con gran realismo en el famoso film "Cantando bajo la Lluvia".

Pasé por delante de un pequeño restaurante italiano, llamado "Stromboli", me recordó el film que había visto algunos años atrás en un cine de mi ciudad, cuya protagonista era la encantadora actriz sueca, Ingrid Bergman, las emociones del día me habían abierto el apetito, fuera, en una especie de pequeño escaparate, estaban escritas en idioma italiano las especialidades de la casa con sus respectivos precios. Que bello era leer en aquel idioma, era como cantar ópera o hablar de amor, el italiano es una lengua hecha para cantar o enamorar, los italianos cuando hablan acompañan sus frases con expresivos gestos de las manos y de sus caras.

Metí la mano en uno de los bolsillos de mi pantalón y saqué todo el dinero que llevaba, vi que podía permitirme este pequeño capricho, empujé la puerta de cristalera y sonó una campanilla que tenía colgada en el quicio superior de la misma, "muy propio de trattoria italiana" pensé.

Se me acercó algo presuroso desde el fondo del local, un caballero algo bajito, rechoncho, con un delantal blanco que cubría una prominente barriga, cara oronda acompañada de una gran sonrisa. Me preguntó con un inglés "horribilis" si deseaba cenar.

Si lei preferisce possiamo parlare in la sua lingua-, le dije en su idioma. Al hombre le pareció que el cielo le venía a ver iluminándosele la cara.

Ohhh, signore prego acomodasi, acomodasi per cortesía-, me dijo muy lleno de satisfacción mientras me acompañaba hasta una mesa cubierta con un mantel a cuadritos rojos y blancos, justo al lado de una de las ventanas que daban a la calle.

Me preguntó si era italiano, le expliqué que era español, de Barcelona, pero que conocía bien su país y su idioma, desde hacía algunos años que había efectuado un viaje de vacaciones por el Norte de Italia con mi amigo Beppo, nos quedamos ambos prendados de la belleza y de sus gentes. Luego procuré mantener contacto con estudiantes y gentes italianas permitiéndome perfeccionar el idioma y conocer sus costumbres, además de varios otros viajes que había efectuado a diversos lugares de la península italiana. Para nosotros los españoles no es un idioma demasiado extraño, lo podemos entender y hablar con cierta facilidad, naturalmente no a nivel académico, pero la raíz latina de ambos ayuda.

Pedí una "salatta napoletana" y "scalopini con funghí al lemone".

-¿Da vebere signore?- me pidió.

Un bichierino di Lambrusco rosso molto freddo, pregho-, era un vino modesto, exento de pretensiones enológicas, que contenía algo de burbujas naturales, un espumante como decían ellos.

Me sirvió con toda diligencia y amabilidad, era su único cliente latino en días y que además le hablaba en su lengua materna.

El buen hombre tuvo la gentileza de obsequiarme con el postre, me dijo : –lo a fatto la "mamma", la mia molle-, me

aclaró. Eran unas deliciosas natillas con canela y unas finas hierbas con suave sabor anís, algo verdaderamente exquisito. Vio que realmente me había gustado, se fue por un momento a la "cucina" regresando con la "mamma", una oronda señora también como él, con el pelo abundante y todavía negro, así como unas cejas también muy pobladas, y generosos senos, muy típico de las mujeres del Sur itálico, traían ambos una cara de grandísima felicidad. Me levanté de la silla para saludarla, dándole un beso en cada mejilla, como solemos hacer los latinos con las mujeres que respetamos o por las que sentimos afecto, ella no hablaba nada de inglés a pesar de llevar ya más de diez años en el país, al mismo tiempo que la felicitaba por la exquisitez de su postre, me abrazó como si de un hijo se tratara.

Les invité a ambos a compartir unos momentos mi mesa, y a pesar de que el restaurante estaba bastante lleno tuvieron la amabilidad de acompañarme unos minutos, en los que nos confesamos nuestros nombres, orígenes y profesiones, él, "il padrone", se llamaba Elio y la "mamma" Santina, ambos eran sorrentinos, de la costa amalfitana del Sur de la bota italiana, más allá de Nápoles, vitales, imaginativos, generosos, amigables y al mismo tiempo trágicos, en una palabra, mediterráneos.

Tomé un "caffé stretto", como solo saben hacer los italianos con sus máquinas de presión, y pagué la cuenta, ambos me acompañaron hasta la puerta de su coquetón y familiar restaurante, "arrivederci Dottore", vuelva a visitarnos siempre que usted lo desee, será bien recibido, les estreché la mano con sincera admiración prometiéndoles volver.

En un par de horas el tiempo había cambiado, unos negros nubarrones amenazaban otra vez tormenta. En el estado de Massachussets el índice pluviométrico es bastante alto, motivo por el que el paisaje y la vegetación mantiene siempre tonos muy verdes. Me puse la gabardina ya que el viento era bastante frío, apreté el paso calle abajo, la residencia universitaria no estaba a más de quinientos metros del restaurante, al llegar a ella comenzaban a caer los primeros goterones.

CAPÍTULO XVº

Los Hagarty.….

Las semanas fueron transcurriendo sin a penas darme cuenta, mis trabajos con el equipo de investigación en la universidad y las clases con Julius, absorbían totalmente mi atención. Los sábados y domingos mi alumno venía a recogerme en su automóvil europeo. En los Estados Unidos la gente adinerada y distinguida solía utilizar automóviles de fabricación europea, predominando los de la marca Mercedes Benz y algunos también de fabricación inglesa. Este sábado muy temprano vino a por mi para ir a Swampscott por primera vez, y dar las clases en aquella mansión.

Habitualmente solía acudir a este lugar toda la familia. Julius tenía cuatro hermanos más, todas eran hembras, él era el único varón de los hijos habidos en el primer matrimonio de su padre, que enviudó siendo el todavía muy joven, le seguía una muchacha que llamaban Cathy, no demasiado agraciada y de carácter poco soportable y otra llamada Scarlett menudita y algo simpática, ambas eran dos ociosas de la vida, solo sabían hablar de modas, muchachos, viajes, y gastar el dinero de papá, y pocas cosas más insustanciales, las otras dos eran hermanastras y procedían del segundo matrimonio del señor Hagarty.

El patriarca de los Hagarty, se había casado en segundas nupcias con una dama, también viuda, de la alta sociedad bostoniana, católica por más señas, que aportaba al matrimonio además de las dos hijas de su anterior, una apellido codiciado e influyente en el país, un abuelo suyo había llegado a vicepresidente de la nación y, el resto de varones de la familia eran senadores perennes. En este caso las hijas eran mujeres preparadas con carreras universitarias y ocupaban cargos empresariales de cierta responsabilidad en las empresas familiares. Mister Hagarty las tenía en gran aprecio y no hacía esfuerzo alguno para disimularlo en presencia de sus hijas biológicas.

El torbellino pelirrojo con quien me tropecé tiempo atrás era una de ellas. En una de las ocasiones tuve la oportunidad de conocer la esposa del señor Hagarty. Fue de un modo casual; Julius y yo salíamos de la biblioteca en uno de los descansos de las charlas pedagógicas y nos dirigíamos a las cocinas a tomar un café acompañado de un sándwich, al pasar cerca de la puerta de la entrada principal de la mansión, Helen, el ama de llaves abría la puerta al recién llegado matrimonio Hagarty, Julius se acercó a saludarles, yo me quedé un par de metros retirado, el señor Hagarty me reconoció y me dedicó una sonrisa acompañada de un saludo con la cabeza, sin embargo mi alumno cogió del brazo a su madrastra y la acercó a mi mientras le decía, ven mamá te voy a presentar al doctor Guillermo Farrés, de quien te he hablado en algunas ocasiones.

Tenía ante mi una dama que aparentaba no tener más de cincuenta años, todavía bella, muy bella, de silueta todavía juvenil, de porte elegante, un óvalo de rostro diría que casi perfecto y cutis muy bien cuidado, del que destacaban sobre todo unos inmensos ojos azules , con casi ausencia de las pequeñas arrugas que suelen aparecer cerca de los ojos a partir de la cuarentena, las llamadas "patas de gallo", ésta casi perfecta cabeza femenina estaba coronada por una preciosa y abundante cabellera de color cobre muy brillante y ondulada, era como se diría vulgarmente "pelirroja" como su hija menor.

Quedé tan impresionado por esta bella imagen de mujer, que tardé unos segundos en reaccionar, al fin cogí la mano que me tendía, después de habérsela desprovisto del guante que la cubría y, me la llevé a los labios para besarla mientras la miraba a los ojos. No podía quedarme silencioso, debía dar alguna explicación a mi tardía reacción, hubieran podido tomarlo como una grosería o falta de respeto.

-Es un verdadero placer conocerla señora Hagarty, y le ruego disculpe mi demorada reacción, he quedado sorprendido al verla por varios motivos-, los tres se quedaron algo sorprendidos por mis palabras, aguardaban con atención lo que a continuación iba a decir :. -En primer lugar me ha sorprendido encontrar una dama tan elegante y bella que tanto me recuerda a la persona que me aguarda en mi país para casarnos, en distintas facetas pero me la ha recordado usted muchísimo y, al mismo tiempo me ha recordado usted también una gran actriz británica por la que siento gran admiración; Maureen O´Hara-.

Esbozó una agradable sonrisa en la que mostró parte de una cuidadísima y blanca dentadura, y en un perfectísimo castellano me dijo: -doctor, le agradezco mucho sus finos cumplidos, muy propios de ustedes los caballeros españoles de refinada educación-.

Ahora ya casi me quedo sin habla, en Boston, Massachussets, oír hablar tan buen castellano a una dama de tradicional cuna anglosajona, es algo tan inesperado que si alguien me lo cuenta no le hubiese podido dar crédito.

-Pero, pero, señora, casi balbucee, ¿cómo es posible que hable usted tan bien mi idioma?-. Le dije con cara de asombro, mientras su esposo e hijastro asistían al diálogo sin enterarse de nada de la conversación.

-Mi abuelo fue embajador de mi país en Madrid por más de cinco años, yo estuve viviendo allí casi todo este tiempo, tenía unos quince años, conocí por aquel entonces a muchos chicos y chicas españoles con los que hice buena amistad y que me ayudaron mucho en el conocimiento del idioma, y en conocer Madrid, que dicho sea de paso, es una ciudad que me enamora, luego en mi primer matrimonio me casé con un diplomático mejicano, con el que tuve dos hijas, a una de ellas creo que ya tuvo usted la oportunidad de conocer en circunstancia bastante particular, según me contó ella misma-, me dijo todo esto con una gran naturalidad y simpatía. Realmente veía en ella a mi adorada Laura, ambas compartían clase y porte.

La ayudé a despojarse del ligero sobretodo que llevaba en color hueso de seda natural, al acercarme a ella noté que desprendía el mismo aroma a miel que Laura, -Red Door, de Elizabeth Harden- murmuré inconscientemente.

-Pero doctor, ¿es que es usted también perfumista?- me dijo con curiosidad la dama.

-No, en absoluto, pero es el mismo perfume que usa la damita que aguarda mi regreso en Barcelona-.

-Es una damita con suerte, no le quepa duda doctor-, me dijo con amabilidad y ya en inglés.

El matrimonio siguió al interior de la casa y con mi alumno nos fuimos a las cocinas a por un pequeño refrigerio.

Con Julius, teníamos una excelente relación, diría que fue convirtiéndose en amistosa, los anglosajones no suelen ser tan vehementes como los latinos en mostrar sus sentimientos hacia los demás, son por lo general algo más reservados, sin embargo por las conversaciones que manteníamos al margen de las docentes, pude observar que se interesaba por mis cosas y quería saber de mis familiares, de mis aficiones, de mi país y de todo cuanto concernía a mi entorno, situación que también aprovechaba yo para saber del suyo y de los suyos.

Mientras nos comíamos los sandwitches de lechuga y pollo, que una de las doncellas nos había preparado nos sentamos en unas sillas de la cocina y continuamos nuestra relajada conversación. -Le has causado muy buena impresión a Margaret, mi madrastra- me dijo, por aquel entonces ambos ya nos tuteábamos, no obstante a pesar de haberle analizado en muchas ocasiones durante nuestras charlas docentes, no lograba penetrar en su interior, tenía el presentimiento que mi alumno tenía una rica vida interna que ocultaba a los demás.

-¿Tu crees?, ¿no habrá sido simple cortesía?-, dije.

-No lo creas, Peggy es una mujer exquisitamente educada pero si no le hubieses caído bien te aseguro que no se habría molestado en mantener tanta conversación contigo y menos en tu propio idioma. Habla además francés e italiano con mucha fluidez, estudió bellas artes en Madrid que luego perfeccionó en Florencia cuando destinaron a su primer marido a Italia, es sumamente culta, en sus ratos de ocio la verás siempre leyendo o pintando, puede mantener una conversación sobre cualquier tema y cuando hay alguna situación que no domina, apela al sentido común; escucha.

Regresamos a la biblioteca para proseguir con los temas que habíamos dejado pendientes antes de ir a tomar el breve refrigerio. Llevábamos algo más de una hora trabajando, yo permanecía de pie cerca de un gran ventanal desde el que se dominaba una buena parte del cuidado jardín y el camino principal de acceso a la casa. Pude ver que se acercaba por el camino un automóvil descapotado de color azul marino, intuí que probablemente sería la señorita con la que tuve aquel cómico e inesperado encuentro semanas atrás.

Abandoné la posición en que me hallaba y me senté junto a Julius que mantenía entre sus manos uno de los libros de consulta que yo había traído de la biblioteca del laboratorio. Mi alumno, aquel día se había vestido con más formalidad de lo habitual, llevaba un traje gris de lana fina y chaqueta cruzada, con camisa azul celeste y corbata azul marino con unos pequeños topos crema.

A medida que avanzaba la mañana observaba que Julius estaba más nervioso y perdía algo de la concentración que merecía la ocasión, se acercaba repetidas veces al ventanal que dominaba el acceso a la casa, se quedaba mirando y regresaba de nuevo al asiento que ocupaba, hasta el punto que algunos conceptos tuve que repetirlos en varias ocasiones. Finalmente entendí que éste tenía la mente en otra parte.

-¿Julius, tienes alguna preocupación que absorba tu atención hasta el punto de que tenga que repetirte varias veces algunos conceptos?-, pregunté.

Se quedó algún tiempo con la cabeza gacha mirando el suelo, luego levantó la vista y me miró con aire de preocupación, noté que no sabía como comenzar a explicarme el motivo de su inquietud. Le animé a ello.

-Julius, he observado que durante toda la mañana estás desconcentrado de nuestra tarea, apenas prestas atención a los conceptos que desarrollamos, y durante el viaje desde Boston hasta aquí casi no has hablado, lo cual me hace deducir que alguna razón de peso tiene ocupada tu mente no permitiendo concentrarte. Si lo deseas puedes explicarme el motivo de esta razón y si pudiera ayudarte lo haré con sumo gusto, puesto que además de ser tu profesor soy amigo tuyo-.

Se frotó la barbilla varias veces mientras me miraba dudoso, en aquellos momentos probablemente estaba sosteniendo una lucha consigo mismo para ver si confiaba su problema a un tercero. Se levantó e inició un lento ir y venir meditabundo y con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, finalmente tomó una decisión:. -Si, llevas razón Guillermo, el problema que absorbe toda mi atención viene de lejos, de algunos años atrás, ando buscando una solución a ello pero no se cómo afrontarlo-.

Me quedé en silencio invitándole a que siguiera en su exposición.

-La historia se comienza algunos años atrás-, inició, -cuando todavía estudiaba en los cursos de acceso a la universidad. Un compañero de mi promoción, que de entre todos era mi mejor amigo, un día a finales de curso, se quedó en mi cuarto a repasar unas lecciones, se hizo muy tarde y se quedó a dormir en mi habitación. Teníamos ambos diez y seis años. Casi sin darnos cuenta nos enamoramos y desde entonces hemos mantenido nuestro amor oculto a todo el mundo. Guillermo, tú eres el primero en conocer nuestro íntimo y celoso secreto, guardado como si del fuego sagrado se tratara-.

Exhaló un profundo suspiro me miró a los ojos, quizás esperando alguna reacción mía, al ver que yo permanecía callado siguió:.

Hemos tenido encuentros periódicos, siempre discretos y ocultándolo a los ojos de todo el mundo, aquí en los Estados Unidos nuestra condición es terriblemente mal vista socialmente, y perseguida por la ley, ambos pertenecemos a familias muy prominentes de la ciudad, vosotros los europeos sois en este concepto algo más condescendientes, en especial en los países nórdicos, vuestra sociedad es en general, menos hipócrita que la nuestra.

Aquí cesó su exposición y, me pareció que yo debía decir algo al respecto.

-No me ha sorprendido nada todo lo que me has contado, debes tomarlo bajo el punto de vista científico, es humano, tú no tuviste la oportunidad de elegir tus genes antes de nacer, a nadie le es ofrecida ésta opción. Socialmente en nuestra cultura y a través de los años, la iglesia católica logró que este tipo de "conductas" fuesen rechazadas o castigadas socialmente e incluso penalizadas con la hoguera, pero recuerda que es una condición más de la naturaleza humana, se ha dado desde que el hombre dejó su estado de irracionalidad animal hasta nuestros días y así será. Pero no comprendo tu preocupación tan repentina.

-Agradezco tus palabras, son realmente reconfortantes, pero es que, verás, hoy he invitado a mi pareja a almorzar en casa y pensamos anunciar a la familia nuestra relación y también que hemos decidido irnos a vivir juntos a un apartamento a las afueras de la ciudad, éste es el motivo de mi desconcierto y nerviosismo, todavía no se como vamos a enfocarlo, imagino la reacción de mi padre y mis dos hermanas, que con toda seguridad será virulenta, pero estamos dispuestos a todo y arrostrar con las consecuencias que ello pueda generar -.

-En cierta ocasión, un amigo mío del pueblecito en el que yo veraneaba-, le dije, -cometió con una persona del grupo de nuestros amigos comunes, una lamentable e injusta afrenta, que después no sabía como reparar, me pidió consejo de cómo podía hacer para disculparse de su injusta acción-. -Le aconsejé simplemente que se disculpara siendo el mismo, que se mostrara tal y como era, que presentara sus excusas exponiéndolas con toda naturalidad-. -Surtió el efecto deseado, después de pedir las disculpas y sincerarse con la persona a la que había agraviado, así lo hizo y hoy siguen siendo grandes y entrañables amigos-.-En mi opinión creo que deberías hacer una exposición de vuestra situación e intenciones con toda normalidad, dándolo por hecho, como si fuera la cosa más natural del mundo-.

-Así lo haré, pero si ves que flaqueo acude en mi ayuda-, dijo en tono esperanzado.

-No dudes que acudiré en tu ayuda-, le dije poniéndole una mano sobre el hombro para reconfortarle. Estaba visto que cuando alguien estaba en dificultades, acudía a mi, me dije en mi fuero interno, al parecer yo estaba destinado a ser una especie de pañuelo de los desvalidos.

Interrumpimos nuestra charla docente y salimos a pasear por el espacioso jardín, nos acompañaba un enorme y lanudo perro de los varios que había en la casa. El tiempo había refrescado algo, eran inicios de octubre y el sol brillaba por su ausencia, andaba escondido detrás de unos negros cúmulos que amenazaban una vez más lluvia. Dirigimos nuestra andadura hasta el ala del jardín en la que había un gran invernadero de cristal que poseía una estimable variedad de plantas exóticas, luego supe que una de las hijas de la señora Hagarty era aficionada a la botánica tropical, todos los veranos viajaba a países del trópico y casi siempre se traía alguna planta exótica que luego cultivaba.

Entramos a visitar aquel museo viviente, pero tuvimos que abreviar la visita ya que la climatización dispuesta en aquella nave correspondía a la que aquellas plantas debían tener en su país de origen, el clima era sofocante e insoportable.

Rompió el silencio reinante el rugir del motor de una motocicleta de gran cilindrada que entraba en aquel momento por la puerta principal del jardín. Al verla, mi compañero se puso tenso, por ello adiviné de que el motorista podía tratarse del amigo que aguardaba, nos acercamos al lugar donde estaba estacionando éste la Harley Davidson.

El motorista se despojó del casco y unas gruesas gafas especiales que le protegían los ojos del polvo y de los insectos que hallara por el camino, una larga chaqueta tres cuartos de cuero marrón con el cuello alzado, le servía de reconfortante protección del aire frío que se generaba con la velocidad del vehículo y que penetraba por el más mínimo de los resquicios de la vestimenta.

Debajo de todo este atuendo apareció un joven de aspecto sumamente agradable, alto, algo más que yo y por supuesto también de mi alumno, lucía un lustroso cabello rubio casi albino y bastante largo que le llegaba por debajo de las orejas, tenía aspecto de artista, poeta o músico, de manos finas y nervudas, propias de artista, vestía un traje azul marino con camisa blanca y en lugar

de corbata llevaba un fulard de seda natural anudado al cuello y metidos sus extremos por dentro de la camisa, con lo cual le daba todavía mayor aspecto de ser un hombre dedicado al mundo del arte.

Julius se adelantó para darle un abrazo y a continuación presentármelo como su pareja, aquel se quedó algo extrañado por la expresión utilizada por mi amigo, Julius captó la misma y le dijo en confianza, que me había puesto al corriente de su relación por que yo era un buen amigo suyo.

-Te presento a Horace, mi pareja sentimental-. Dijo textualmente.

-El doctor Guillermo Farrés, amigo, profesor y últimamente se le podría añadir además, consejero personal-. Dijo con una ligera y nerviosa sonrisa.

Horace me alargó su nervuda mano y la estrechó con cierta intensidad, quizás queriendo con ello demostrar afecto y agradecimiento a mi posición o complicidad. -Es un placer conocerle doctor- me dijo.

La pareja de mi amigo pertenecía a otra de las familias influyentes de la ciudad, entre ellos se encontraban financieros, industriales y también políticos, la mayor parte de las familias acaudaladas tenían indefectiblemente alguno de sus familiares dedicado al mundo de la política, era un modo sutil y aparentemente distinguido de poder obtener información de cierto privilegio que luego quizás podría ser de provecho para alguno de los negocios familiares. Este mismo sistema de estructuración de elite social, suele repetirse en muchos otros países, solo que en los de Centro y Sudamérica a dicha estructura se le suma el militar de alta graduación, el poder directo de las armas.

Poco antes de entrar a la residencia, se nos añadió la hermanastra menor de Julius, la pelirroja pecosa con la que tuve el ridículo y a la vez simpático encuentro a la salida de la casa de los Hagarty en Boston, y que poco antes había visto llegar con su pequeño auto europeo.

Kitty, nos saludó a los tres, pero puso un especial énfasis cuando saludó a Horace, dado a que éste era mucho más alto que ella, Kitty tuvo que ponerse de puntillas para poder llegara hasta las mejillas de este, le pasó una mano por detrás de la cabeza como ayudándole a que la inclinara y así poder acceder mejor, fue un beso más largo de lo habitual, tuve la sospecha de que la muchacha andaba algo enamorada del amigo de su hermanastro.

A mi me saludó con un simple -Hola doctor-, que acompañó con una pícara sonrisa de complicidad.

Correspondí con un movimiento de la cabeza devolviéndole también la sonrisa. Ella me guiñó el ojo pícaramente mientras me decía :. -Tengo que decirle doctor que posee usted una cabeza bastante dura, algunos días después de nuestro encuentro tenía todavía mi frente algo dolorida-., a continuación, se puso a reír sin recato alguno mientras se colgaba del brazo de Horace.

No podía quedarme callado, me había lanzado un simpático reto dialéctico, la respondí:. -Yo podría decir lo mismo pero, creo que coincidir con la cabeza de un ángel es un privilegio poco dado a los mortales como yo-.

Touché, doctor- , dijo llanamente señalándome con el dedo índice . Horace y Julius sonrieron, Kitty también lo hizo luciendo unos simpáticos hoyuelos en sus mejillas. La joven nos condujo hasta el salón en el que estaba reunida casi toda la familia, incluidas las dos ociosas hermanas biológicas de Julius a las que no había tenido todavía ocasión de conocer personalmente.

El recién llegado Horace Pendelton, fue recibido con muestras de afabilidad, era persona conocida en la familia y pieza codiciada para cualquier fémina soltera de la buena sociedad bostoniana, representaba el buen nombre, la influencia política y el dinero, la familia Pendelton poseía varias explotaciones mineras en Sudáfrica y Brasil cuya sociedad cotizaba habitualmente al alza en el "parket" de Wall Street, era además el único hijo varón de la dinastía, sentenciado a heredar y administrar toda la fortuna que algún día vendría a caer en sus manos. Sus hermanas, mayores que, le habían mimado desde que nació, quizás de este trato tan acusado con el elemento femenino desde tan temprana edad, pudiera haberle acelerado el despertar de su actual inclinación a la homosexualidad.

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