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La dama de la bicicleta (Novela) (página 11)


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Al cerrar la consulta escribí a Julius pidiéndole que tuviera la amabilidad de gestionar el traslado por vía marítima de mi automóvil Jaguar que había dejado guardado en su garaje, en España no era fácil comprar un automóvil de importación y precisamente aquel modelo era muy poco frecuente verlo rodar por las carreteras españolas, el que yo estaba utilizando era un Renault que compré de segunda mano, andaba bastante bien, pero me hacía ilusión traer el que tenía en los Estados Unidos.

Por las tardes, cuando finalizaban las visitas facultativas, con el fin de distraerme iba al bar de Cal Pascual o el Casinet, a jugar a las cartas o al dominó con las gentes del pueblo. Desde el primer día me habían acogido como uno más de ellos. Pasaba un par de horas conversando y jugándome unas pesetillas a la "manilla", que casi siempre perdía, mis rivales eran gatos viejos y se manejaban con las cartas mucho mejor que yo, en alguna ocasión les había pillado haciéndose algunas señas convenidas con las cejas o frotándose la barbilla, pero no les decía nada, eran felices ganándome las partidas y ellos inconscientemente hacían que fueran cicatrizando las heridas de mi alma.

Se acercaba la peor época del año, el verano, que me traía imborrables recuerdos de una adolescencia feliz y alegre y por que allí en este bello pueblo del corazón de Osona, conocí a mi amor por primera vez.

Hacía ya dos años que mi adorada Laura me había dejado en la más completa soledad. Todavía en cualquier rincón del pueblo me parecía ver su imagen aguardándome con su sempiterna y dulce sonrisa. De vez en cuanto me veía con Maite que significaba para mi un sedante, un remanso de paz, con ella podía descansar mis pensamientos e inquietudes. Ella sentía gran interés por conocer la vida y costumbres norteamericanas, muy natural, nuestra juventud fue, por decirlo de algún modo, intoxicada de películas que nos llegaban de aquel gran país, películas que abarcaban desde la heroica conquista del lejano Oeste del país hasta las más modernas construcciones, la vida estudiantil, los amores llenos de glamour y los musicales, todo ello forjó de algún modo un estilo de vida y cultura en los jóvenes de nuestra generación que invitaban a la imitación.

Un sábado Emili y su esposa me había invitado a cenar en la nueva casa que acababan de adquirir, Maite estaba también invitada, durante la cena se suscitó hablar sobre Italia, venía a cuento por que estábamos viendo, mientras cenábamos, la retransmisión del festival de la canción de San Remo, mi amiga se sentía terriblemente atraída por conocer el país transalpino, les conté que en mis últimos años de estudiante, había efectuado, junto a mi amigo Beppo, un par de viajes por el Norte del país, y que precisamente una de las ciudades visitadas fue la que se celebraba el prestigioso festival lírico, del que tan bellas canciones habían salido, y de cuyo lugar quedé prendado.

Me apercibí de que Maite suspiraba por viajar y conocer Italia, evidentemente era más sencillo viajar al país trans- alpino que a Norteamérica. En pleno entusiasmo de Maite, su cuñada dirigiéndose a mi, me dijo -¿Porqué no os tomáis los dos unos días de vacaciones y os dais un paseo por Italia?-. La proposición no dejó de sorprenderme, pero no me pareció descabellada, miré a Maite y adiviné en sus brillantes y expresivos ojos un deseo afirmativo, entusiástico, me recordó su expresión a la que puso cuando la invitó mi madre a visitar Barcelona, de ello hacía ya bastantes años. En muy breves instantes pensé cómo podría ser un viaje con ella, los dos solos y lejos de allí. Dejé que mi pensamiento volara.

-No me parece una idea descabellada, ¿no te parece Maite?-, le dije mirándola a los ojos.

A pesar de que ya había dejado de ser una niña, mi pregunta la hizo dar un salto de alegría, -¿de veras Guillermo que haría esto por mi?-, dijo con innegable ilusión que salía por sus ojos.

-Te prometo estudiarlo, pero como comprenderás que no puedo dejar a mis pacientes solos a la mano de Dios, voy a ver si puedo lograr que algún colega puede sustituirme por unos días, entonces estudiaríamos el viaje-.

Maite en un revuelo se levantó y vino a mi para abrazarme demostrando así su alegría y a la vez su cariño hacia mi persona. -Acabas de recordarme el Guillermo que me hizo conocer por primera vez Barcelona-, me dijo con ojos alegres e implorantes al mismo tiempo.

Finalizada la cena y el festival de la canción de San Remo, que retransmitía en directo la televisión, salió ganadora la canción: 24.000 abbaci, del cantante y compositor A. Celentano, me excusé de mis compañeros y me fui a casa, había sido un día bastante laborioso y me sentía fatigado, necesitaba dormir, pero ya sabía que una vez más iba a enfrentarme, como cada noche, con los fantasmas del pasado.

Me metí en la cama pensando en el viaje a Italia, me trajo buenos recuerdos y con ellos, ¡ albricias ¡, me dormí.

CAPÍTULO XXXIIº

El Jaguar……

En los albores del verano Julius me llamó para comunicarme que había embarcado aquel mismo día mi Jaguar en un container, tal y como le había pedido, desde el puerto de Boston, destino Miami y trasbordando a otra naviera que llegaba a Valencia casi un mes más tarde.

Me llevé una soberana alegría a la vez que tristeza, me vino la imagen de Laura cuando le mostré por primera vez el automóvil en el Country Club de Boston junto a Peggy. Había pasado ya el tiempo suficiente como para que cuando recordaba a Laura no sintiera el dolor de los primeros meses, sentía tristeza, añoranza, soledad, pero la cicatriz que el negro puñal me había hecho, poco a poco cicatrizaba. Maite tenía gran parte de culpa en ello, su compañía y las charlas que a menudo manteníamos generalmente al fin de la jornada, me hicieron mucho bien, fueron un bálsamo para mi atormentada existencia.

Me senté en la silla de mi mesa de trabajo y medité sobre la conveniencia del viaje a Italia que casi me había comprometido con ella. Dejé que mi imaginación volara y sin apenas darme cuenta me encontré en el Estrómboli, degustando una focaccia preparada por el matrimonio italiano que tanto me apreciaban, así estuve un buen rato, perdí la cuenta del tiempo. Luego regresé de nuevo a la realidad y un impulso me hizo que llamara a mi madre, hacía un par de semanas que no había hablado con ella.

Estuvimos charlando por un buen rato, me llevó la conversación a mi situación personal y estado de ánimo, mi madre a raíz de mi infortunio había envejecido prematuramente, en pocos meses se la había vuelto casi todo el pelo gris y perdió una buen aparte de su habitual alegría y ánimo emprendedor que siempre la había distinguido.

Le dije que estaba pensando en la posibilidad de irme de viaje de vacaciones con Maite. No pudo disimular su alegría, ella había deseado siempre que me casara con la hija de su amiga, en alguna ocasión he pensado que si en algún momentos ambas no habrían convenido un posible matrimonio entre nosotros dos. Finalmente me dijo : -Hijo, ¿has considerado volver a casarte?-.

-No, no se mamá, no entra por ahora en mis cálculos-.

-Pues deberías de pensarlo, eres todavía muy joven para estar solo, piensa en Maite, me consta que ella te quiere mucho-, me soltó de repente.

No supe que contestarle, por una parte mi espíritu estaba hecha todavía un mar de dudas, sabía con certeza que Maite me quería mucho, al igual que yo a ella, pero era algo distinto a lo que yo había llegado a sentir por Laura. Siempre existiría esa comparación con el resto de mujeres. Dejé que mi madre siguiera hablándome de las delicias y ventajas del matrimonio todavía un buen rato hasta que ella probablemente se dio cuenta de que yo no estaba demasiado interesado en ello.

Me despedí de ella dándole muchos besos para todos y me marché al casinet para jugar mi partida de cartas con

los amigos del pueblo. Sabía de antemano que perdería algunas pesetillas como todas las tardes que acudía a jugar, pero era para mi una divertida terapia, y de paso me enteraba de todos los chismes y sucesos que ocurrían

en el pueblo y sus alrededores. Algunas tardes se unía a nosotros el rector de la parroquia, era hombre de espíritu animoso y todo el tiempo que estaba con nosotros era un constante divertimento, era tan mal jugador como yo y perdía casi siempre. Alguno de los compañeros de juego, viejo amigo del clérigo, bromeaba con él diciéndole que no se afligiera por perder unas pocas monedas, siempre tenía el cepillo de la iglesia para recuperar. La risotada era general, pero el mosén guardaba siempre el buen humor y no le ofendían las bromas del Isidre, su amigo de la infancia.

La primera semana de Julio una compañía naviera me llamó al teléfono para avisarme que acababan de descargar en el puerto un container de 20 pies que contenía mi automóvil. Sentí una gran alegría, ya casi lo había olviudado, no pude contener mi entusiasmo y llamé a Maite al teléfono de la clínica en la que prestaba sus servicios de enfermera para decirla si le apetecería venirse conmigo a Valencia a retirar el automóvil. Creo que debió de dar un brinco de alegría pues oí a través del auricular un golpe seco y unos segundos de silencio, luego con voz rebosante de alegría me dijo que no deseaba otra cosa que ir conmigo de viaje.

Al domingo siguiente tomamos el tren en la Estación de Francia de Barcelona, y a media tarde poníamos pie en el andén de la estación término de Valencia en la avenida de Xátiva. Maite estaba pletórica de entusiasmo, le gustaba viajar y desde que la conocía había observado en ella que sentía una gran inclinación por conocer lo desconocido. Entramos en un hotel cercano a la estación, en la calle Colón, al registrarnos la recepcionista nos confundió por una pareja de recién casados ofreciéndonos una habitación con cama de matrimonio, se quedó muy extrañada cuando le pedí que fueran dos habitaciones, Maite y yo nos miramos y sonreímos calladamente.

Dejamos nuestros breves equipajes y salimos a pasear por esa bella joya mediterránea que es la ciudad de Valencia. Invité a mi compañera a tomar una típica horchata en la cafetería y heladería Barrachina, lugar muy frecuentado en la capital levantina, luego repetimos en la cafetería Lauria cerquita del edificio de correos y casi en frente del ayuntamiento.

Alrededor de las seis se me ocurrió tomar un taxi e ir a visitar a unos parientes de mi madre que vivían en el Grao, un barrio marinero junto al puerto, un equivalente a lo que es en Barcelona la Barceloneta. Los hallamos en la casa de los vecinos de enfrente con los que guardaban también un parentesco. El matrimonio María y Pepe eran primos segundos de mi abuela materna, un matrimonio encantador donde los haya, dentro de sus posibilidades nos agasajaron como si fuéramos príncipes, sintieron una gran alegría por atendernos y agasajarnos, no pudieron tener descendencia después de más de cuarenta años de matrimonio. Nos invitaron a cenar y a eso de media noche nos despedimos de ellos.

A nuestro regreso al hotel, Maite y yo estuvimos charlando todavía una hora en el hall ,luego el sueño comenzó a apoderarse de nosotros y decidimos irnos a nuestras habitaciones. Al día siguiente temprano fuimos a la compañía naviera a por mi automóvil.

Después de abonar el importe del flete nos llevaron hasta el container donde estaba el auto, el bueno de Julius había tenido el detalle de ponerle una funda de tela de algodón que le protegía del polvo. El hombre que había abierto el contenedor, me dio las llaves del coche que estaban dentro de un sobre de color caqui. Entré en el vehículo y conecté la batería después de comprobar el nivel del aceite del motor, al primer intento de puesta en marcha, el motor rugió como si tuviera un verdadero Jaguar vivo en su interior. Lo saqué muy lentamente al exterior hasta situarlo en mitad de la explanada de aquella parte del puerto. Maite estaba alucinada ante la belleza del automóvil, ella no estaba habituada a ver demasiados vehículos de aquella índole, por un momento me recordó la actitud de Laura el primer día que vio el auto. Una vez más la comparación….

Salimos del puerto y enfilamos la avenida de Levante en dirección al centro de la ciudad. Maite estaba feliz y no cesaba de preguntarme por las cosas que iba viendo de la ciudad, yo conocía un poco Valencia, pues ya era la tercera vez que la visitaba, finalmente decidimos ir a comernos una paella típica en una barraca de la albufera que dista a muy pocos kilómetros de la ciudad. En una ocasión un compañero de estudios, valenciano, me había invitado a degustar una paella en este bello y típico lugar que me quedó en la memoria gracias al delicioso arroz que la esposa del "llauraor" que en aquella ocasión nos había condimentado.

En poco más de media hora nos avisó de que la paella estaba a punto. A Maite la sorprendió de que no pusieran

platos en la mesa, me miró intrigada, en su mirada se adivinaba lo que quería decirme. -Maite, en Valencia, los campesinos comen directamente de la paellera, ayudándose de una cuchara de madera que se unta con limón previamente a cada cucharada de arroz-, le expliqué.

La esposa del campesino sonreía bondadosamente a mi explicación, a la que añadió :. -Debe usted trazar señorita, una línea imaginaria sobre la parte de arroz que piense usted comer y no sobrepasarla, por que al otro lado de ésta ya pertenece a otro comensal-, a todo esto le dio una cuchara de madera a Maite y la invitó a que iniciara el ritual de la comida.

-¡Excelente! no había comido nunca nada igual-, exclamó Maite entusiasmada.

Trozos de conejo, anguila, garrafons y algunos pedacitos de judías verdes se entremezclaban con el arroz, el azafrán y el tomate le había conferido un color amarillento que todavía la hacía más apetecible. Existen una gran cantidad de modos de hacer la paella, a cual más rico, la campesina que estuvo todo el tiempo sentada junto a la mesa acompañándonos nos dijo: -En nuestra tierra, en cada comarca se elabora la paella con ingredientes distintos, pero siempre está presente como base natural el arroz. La paella es un plato muy antiguo que se remonta a más de trescientos años que los campesinos de antaño elaboraban con los ingredientes que se tenían más a mano y propios de cada zona, este es el motivo de la gran variedad de especialidades paelleras existentes.

Al finalizar la comida, la señora nos obsequió con un postre de la tierra elaborado por ella. Al ir a abonar el importe, me preguntó si a mi esposa le había gustado la paella, Maite que estaba cerca de mi oyó el comentario de la buena mujer, automáticamente me cogió de un brazo y se estrechó en el, -No estamos casados, ni tan siquiera somos novios-, le respondí a la señora.

-Pero hombre de Dios, ¿a que espera para hacerla su esposa?, ¿no está usted viendo que solo tiene ojos para usted?. No aguarde más en pedírselo o corre usted el peligro que le roben una preciosidad como ésta-, añadió con una gran sonrisa en la que mostraba la carencia de algunos de sus incisivos.

Nos reímos los tres sin contenernos, la simpática mujer creo que había dado en el clavo y yo no lo había sabido apreciar en toda su dimensión. Su frase quedó muy dentro de mi, poco después llegaba el esposo en una barquichuela que impelía con una larga vara al estilo de los gondoleros venecianos.

Regresamos a Barcelona en poco menos de cuatro horas y media, y bien entrada la media noche estacionaba mi flamante Jaguar en la puerta de mi casa de Folgueroles. Fue el espectáculo del pueblo.

Acompañé a Maite hasta la puerta de su casa, sus ojos brillaban a la luz de la luna, como siempre eran expresivos y alegres, me besó en las mejillas y me dio las gracias por el viaje tan delicioso.

Me fui taciturno y pensativo a casa, por el camino me crucé con alguien que me dio las buenas noches y ni tan siquiera le correspondí, tal era la ausencia terrenal de mis pensamientos.

Me metí en la cama mucho más relajado que en otras ocasiones, pensé durante bastante tiempo en Maite, en lo bien que me sentía a su lado y lo divertida que podía llegar a ser. Era como si no nos hubiesen pasado los años. Por primera vez dormí placidamente una noche entera, pensé en "polvorilla"……

CAPÍTULO XXXIIIº

¡¡ Italia……. !!

Pude arreglar con un colega de profesión de la población vecina de Calldetenes que atendiera durante mi ausencia a los pacientes de Folgueroles. Decidí finalmente ir de vacaciones a Italia con Maite a finales del mes de Julio, tal y como le había casi prometido unos meses atrás. Procuré que todos los habitantes del pueblo conocieran el nombre y teléfono de mi compañero por si tuvieran necesidad de sus servicios.

Llamé a Maite y la invité a cenar en casa, le dije que le iba a preparar un plato muy especial, aceptó encantada la invitación, como siempre tan positiva. Por la mañana tuve que ir a Vic por unas gestiones profesionales y aproveché para entrar en un establecimiento especializado en vinos, compré una botella de Lambrusco, un vino ligeramente espumoso de pocas pretensiones enólogas, y baja graduación alcohólica, no excesivamente caro, y de un precioso color que rayaba al rubí. Al llegar a casa puse la botella en el frigorífico con el fin de poderlo degustar muy frío.

A eso de las ocho y media Maite subía por las escaleras a la planta donde yo tenía la vivienda, todavía andaba yo con el delantal puesto, había cocinado una ensalada y unos spaghetti a la bolognesa, solo me faltaba añadirles la salsa de tomate con la carne picada y el queso parmesano, que lo dejé para el último momento.

-Qué bien huele-, me dijo mientras me saludaba dándome un beso en la mejilla haciendo puntillas.

Estaba francamente luminosa, para la ocasión se había vestido de color azul eléctrico con un generoso escote, que armonizaba con el color de sus ojos, ella sabía que este tono le sentaba muy bien, me quedé observándola con admiración, llevaba sus dorados cabellos sueltos cayéndole por encima de los hombros, estaba más bella que nunca, creo que ella lo notó y me hizo un gracioso mohín con los labios a la vez que me guiñaba un ojo con su natural simpatía.

Me quité el delantal y ya que Maite se había puesto elegante, me puse la americana para no desentonar y seguir con el encanto de la cena. Prendí las dos velas de los candelabros que había colocado sobre la mesa y apagué las luces del techo, dejando solo encendida una luz indirecta que había en una lámpara de pie en uno de los rincones del comedor. La escena no podía ser más romántica.

Serví la ensalada y descorché la botella de vino, era simplemente un ritual, ya que ninguno de los dos tenía excesiva pasión por el vino, pero no me había parecido oportuno servir coca cola en este evento. Brindamos por nuestra amistad y pude observar en Maite un atisbo de brillo especial en sus ojos qué no llegué a interpretar su verdadero contenido, al revés que las féminas los hombres no solemos ser excesivamente perspicaces e intuitivos en ocasiones como esta.

El vino frío invitaba a degustarle y nos condujo a una animada y locuaz conversación. Maite me contó toda su andadura desde que acabó sus estudios hasta el momento, la escuché con mucha atención y admiración, se había forjado ella misma su situación profesional, era una mujer de gran carácter y de firmes convicciones, solía alcanzar las metas que se proponía. Me sorprendió cuando me dijo: -¿estás en situación de contarme algunas de tus cosas que desconozco?-.

Asentí con la cabeza, pero no quise en ningún momento tocar ningún tema que se refiriera a Laura, era para mi como un altar sagrado, una especie de tabú.

Finalmente cuando ya estaban al caer las dos de la madrugada le dije : – ¿estás dispuesta a ir unos días de vacaciones a Italia?-.

Mi pregunta la sorprendió hasta tal punto que abrió sus vivaces ojos en toda su posible dimensión, ya casi no se acordaba de cuando unos meses atrás le dije que consideraría la posibilidad de viajar al país transalpino, claro está que había transcurrido algún tiempo y ella ya casi ni se acordaba.

Me abrazó y me besó un montón de veces llena de este entusiasmo tan propio y natural en ella que comunicaba a cuantos la rodeaban. Me sentí yo también muy feliz viéndola rebosar de alegría.

Miré mi reloj y la cogí del brazo mientras le decía : -Te acompaño hasta tu casa, es muy tarde ya- .Seguía viviendo todavía sobre el colmado, en la que fue la casa de sus padres. Se resistió soltándose suavemente de mi mano, me miró a los ojos con una expresión que jamás había observado en ella, era una mirada dulce que a la vez demostraba decisión.

-Guillermo, me haría muy feliz no ir a mi casa-, me dijo sin sonrojo lanzándome la mirada más angelical de la que era capaz, al tiempo que me abrazaba por la cintura y apretaba su pequeño cuerpo al mío.

Sentí como si mi alma se liberara de un gran peso, y el corazón volvió a latirme como hacía mucho tiempo no había hecho, le devolví la mirada y la estreché también con mis brazos, podía sentir a la vez los latidos del su corazón sobre mi pecho. Juntamos nuestros labios dulcemente y dejamos que todo lo demás transcurriera con la mayor naturalidad.

La mañana siguiente amaneció un día cargado de negras nubes que amenazaban tormenta, no era de extrañar, en las zonas montañosas en verano suelen producirse tormentas de esta índole con cierta frecuencia.

Cuando desperté un penetrante aroma a café recién hecho embargaba la habitación, estimulando mi apetito matutino. Había dormido como un recién nacido, hacía muchos, muchos meses que no conciliaba el sueño como la pasada noche. Entró Maite con una bandeja en la que todavía humeaba la cafetera, unas tostadas con mantequilla, confitura de naranja amarga, que ella sabía que me gustaba, y un par de tazas. Dado a que el día anterior no había traído consigo ningún camisón, llevaba puesta una de mis camisas cuyos faldones le llegaban casi por las rodillas y las mangas le sobraban medio palmo, había improvisado con su rubio pelo una especie de moñique sobre la cabeza que todavía la aniñaba más, me incorporé sobre la cama y la miré sonriendo, no la importó en absoluto que pudiera verle algunas de sus intimidades a través de los huecos del improvisado camisón, me devolvió una pícara mirada -ven acá polvorilla-, la dije recordando viejos tiempos.

Dejó la bandeja sobre una de las mesitas de noche y de un salto se puso junto a mi abrazando mi todavía desnudo cuerpo y besándome con pasión incontrolada. La noche anterior, pude comprobar que fue la primera vez que Maite había entregado su amor, aunque este factor para mi no era fundamental, pero era sumamente significativo.

Nos serenamos y desayunamos, durante éste, planeamos nuestro viaje a Italia, fijamos la fecha para dos semanas después, antes debía hacer algunas llamadas a una agencia de viajes de Barcelona para que nos tramitaran las reservas de habitaciones en los hoteles de las distintas poblaciones del itinerario que habíamos previsto.

Sonó el teléfono de la mesita de noche, Maite fue atenderlo, le cogí la mano justo en el momento que iba a cogerlo, era Joaquín, me dijo que vendrían con su esposa Helena a pasar el fin de semana conmigo, -me dais una gran alegría, os espero, hasta luego-.

Me disculpé con Maite por haberle interrumpido que atendiera el teléfono, -imagínate si llega a ser un paciente del pueblo y atiendes tu a estas tempranas horas de la mañana-, la dije, -hubiese sido el escándalo y la comidilla de las comadres del pueblo-.

-No me importaría lo más mínimo-, me respondió haciendo un expresivo gesto con uno de sus brazos medio doblado y el antebrazo del otro en el ángulo de éste.

Solté una sonora carcajada, estaba graciosísima cuando se enfadaba. La cogí de un brazo y me la llevé al cuarto de baño, nos metimos los dos bajo la ducha y así se le pasó el enfado. Poco después me llamaba un paciente para que fuera a visitarle, había pasado la noche vomitando casi si parar. Me vestí para ir a visitarle, en el entretanto Maite hacía lo propio, quedamos encontrarnos al mediodía con Joaquín y Helena para ir los cuatro a almorzar al Parador de Vic, junto al pantano de Sau, nos despedimos con un largo y dulce beso.

Mi paciente daba síntomas de padecer cólera, algo que en la Edad Media junto con la peste, había hecho terribles estragos en la humanidad, y que en nuestros tiempos era ya una rareza. Le aconsejé una severa dieta y hervir todos los alimentos, así como echar unas gotas de lejía en el agua en la que lavaran las verduras y ensaladas.

El 25 de Julio cargamos al coche las maletas e iniciamos el prometido viaje. Dos horas y media después cruzábamos la frontera con Francia por el paso de La Jonquera, en algo más de un kilómetro de rodar por las carreteras del vecino país, ya pudimos observar que éstas estaban mejor cuidadas que las nuestras, sin embargo las edificaciones y el paisaje seguían siendo muy similares a las de Cataluña.

Poco después sobrepasamos Perpignan y una hora más tarde Narbona , Montpellier , Beziers y la bella ciudad de Nimes, la región de la Provence, tierras que algunos siglos atrás habían pertenecido a la corona Catalanoaragonesa.

Almorzamos en Niza, capital de la Costa Azul francesa, visitamos el pequeño y bonito Principado de Mónaco, en el que la ex actriz Grace Kelly y su matrimonio con Rainiero la convirtió en un principado lleno de glamour, y la princesa pasó a ser la estrella de las revistas del corazón que la mostraban casi todas las semanas. A media tarde cruzábamos la frontera con Italia por el paso de Ventimiglia y poco más tarde entrábamos en la Riviera italiana, en la provincia de Imperia.

Dirigimos nuestros pasos al Hotel que la agencia de viajes nos había reservado en la ciudad en plena Piazza Colombo de San Remo, el centro neurálgico de la famosa villa que por su Casino de Juego y el festival anual de la canción era conocida en el mundo entero.

Algunos años atrás tuve la oportunidad de haber visitado San Remo con mi amigo Beppo, le mostré a la entusiasmada Maite los lugares más característicos de la capital de la Riviera, La Chiesa Russa, una bellísima reproducción suntuosa de una iglesia ortodoxa Rusa copia de la existente en la Plaza Roja de Moscú, el jardín botánico que por la noche estaba primorosamente iluminado logrando que aquella parte del Paseo marítimo realzara todavía más su belleza y señorío. Finalmente y por la hora que era, entramos en el Casino para cenar en su restaurante y luego jugar algún dinero en las máquinas tragaperras. Fue realmente una velada agradable y feliz. Maite estaba asombrada por el lujo que en el interior de aquel clásico edificio se derrochaba, desde su decoración a la elegancia y las joyas que algunas damas lucían.

Alrededor de las dos de la madrugada regresamos al hotel, estábamos francamente fatigados.

A las diez de la mañana descendimos al comedor del hotel para desayunar. A través de los grandes ventanales acristalados, entraba una exuberante luz que iluminaba todo el salón, un simpático y locuaz camarero nos acomodó en una romántica mesa junto a uno de los ventanales que nos permitían visualizar una buena parte del Paseo Marítimo y el puerto deportivo además de la famosa Piazza Colombo, en él estaban atracados algunos yates de espectaculares dimensiones, según el mismo camarero que nos atendía, nos dijo que el yate que estaba atracado en el muelle Sur, de dimensiones superiores a los demás, pertenecía al famoso armador y multimillonario playboy griego, Aristóteles Onassis, casado recientemente con la viuda de J.F. Kennedy, ahora Jackelin Onassis, a mi modo de ver un matrimonio de conveniencia social, económica y política.

Nuestros comentarios eran oídos involuntariamente por un matrimonio de cierta edad que desayunaban en una mesa contigua a la nuestra. La señora se dirigió a nosotros en un aceptable francés para preguntarnos con agradable sonrisa si éramos italianos, dado a que con el camarero hablábamos en este idioma. Le respondí que no, que éramos españoles, ella mostró algo de desconcierto por cuanto oía que entre Maite y yo hablábamos un idioma que les parecía también italiano. Le respondí con toda cortesía que nosotros hablábamos en un idioma que se llama catalán y que ciertamente guarda un gran parecido con el italiano ya que ambos junto al castellano y el francés, partieron en su día de la misma cuna. Nos dijeron ser de nacionalidad canadiense, del Quebeq, era por eso que hablaban francés a pesar de que su lengua habitual era la inglesa.

Aparentaban tener ambos alrededor de unos sesenta años, por su aspecto no podían negar que eran turistas procedentes del continente americano a pesar de que sus ropas denotaban calidad. Mantuve hablarles en francés para que Maite pudiera participar también en la conversación.

Nos explicaron que llevaban ya unos quince días viajando por Europa, Evelyn y Gregory Stam, que así se llamaban, nos contaron que habían vendido recientemente su empresa maderera a una multinacional norteamericana y tomaron la decisión de viajar por todo el mundo en compensación a los duros años de sacrificios y trabajo. Yo sabía muy bien que era ello.

Nos invitaron amablemente a que nos sentáramos a compartir su mesa a lo que accedimos gustosamente ya que eran de muy agradable trato, se les veía algo desplazados, era normal, no habían salido nunca de su país, según nos dijeron, y algunas de las costumbres europeas les resultaban algo extrañas.

Hablamos de mil cosas, desde mi estancia en los Estados Unidos, de la profesión, de nuestro querido pueblo de Folgueroles y ellos de sus orígenes y familias. Según nos dijeron sus ancestros fueron franceses y polacos, ellos ya eran la cuarta generación en el continente. Miré el reloj y eran ya casi las once de la mañana, Gregory captó mi gesto y me preguntó qué teníamos previsto hacer, le respondí que visitar la ciudad y sus alrededores, -¿les sería a ustedes muy molesto que les acompañáramos?- preguntó.

Miré a Maite para ver que opinaba de la proposición de aquella simpática pareja, me miró sonriente asintiendo con un leve movimiento de la cabeza.

-Hecho, si les apetece será un placer compartir con ustedes las bellezas de esta ciudad-.

Salimos del hotel y nos dirigimos al elegante paseo marítimo que parte desde el puerto deportivo hasta el límite de la ciudad en sentido Sur, cerca del interesante y bello jardín botánico, siempre orilleando el mar y las bellas y tranquilas playas. Visitamos la Chiesa Russa y el Casino. Nuestra nueva amiga Evelyn se entusiasmaba con las joyerías que íbamos encontrando en nuestro paseo que las habían en profusión, en uno de los escaparates se prendó de un anillo en conjunto con unos pendientes y collar plagados de brillantes, nos conminó a entrar en el establecimiento. El local estaba finamente decorado y la atención al cliente estaba a la misma altura. Una atenta empleada nos invitó a tomar asiento en unas bonitas sillas de diseño orientadas frente a uno de los expositores y una mesa auxiliar construida en cristal de Murano.

De inmediato una bella y elegante dependienta nos preguntó si deseábamos tomar algún refresco o café, en el entretanto un joven de unos treinta años muy elegantemente vestido y de exquisitos modales atendió a la que le pareció la dama que iba a ser su clienta, y no era otra que Evelyn Stam, había dado de lleno en la diana. Nuestra compañera le indicó que tenía interés en el conjunto que estaba expuesto en el escaparate, la señorita que nos había ofrecido las bebidas sacó del escaparate las joyas por las que se había interesado Evelyn, las entregó al joven dependiente y este las depositó delicadamente sobre un pequeño mantel de fieltro de color hueso que había extendido sobre la mesita de cristal. Evelyn alargó la mano para probarse el anillo que llevaba un brillante engarzado de 4 quilates, según nos informó el dependiente. Los efectos de refracción lumínica sobre las facetas de la preciosa piedra, hacían que los destellos multiplicaran su belleza y causara un mayor impacto en el cliente.

Casualmente el anillo le ajustaba perfectamente en el dedo, luego se puso el collar y los pendientes, le acercaron un espejo auxiliar para que pudiera comprobar lo bien que le sentaban. La experiencia e intuición del joven dependiente captó de inmediato que Evelyn estaba prendada con el conjunto y a ella dedicó toda su atención. Finalmente Gregory pidió precio por el conjunto completo, con toda naturalidad, como si no fuera importante, el dependiente le escribió en una tarjetita de color crema el importe de ochenta mil dólares americanos, este miró a su esposa que le correspondió con un movimiento afirmativo de la cabeza acompañado de una dulce sonrisa.

Gregory preguntó si podía pagar con tarjeta de crédito, el empleado le dijo que no había inconveniente alguno, le entregó a este una tarjeta de categoría oro de American Express, el empleado le pidió también el pasaporte, -es solo para poder extenderles una factura-, le dijo a modo de excusa, levantándose para dirigirse a la trastienda en la que tenían la oficina. En el entretanto la señorita que nos atendió ponía en unos delicados estuches de carey las tres piezas adquiridas por el matrimonio Stam.

Regresó el dependiente y le alargó un boleto impreso para que Gregory lo firmara después de haber pasado éste por

el aparato que grababa los datos. Nuestro compañero firmó y le entregaron un ejemplar del mismo además de la factura.

Escoltados por los dos empleados que nos habían atendido, nos acompañaron muy ceremoniosamente hasta la puerta deseándonos una feliz estancia en la ciudad. Ya fuera del establecimiento Evelyn sugirió a su esposo ir hasta el Hotel para depositar las joyas adquiridas en la caja fuerte de éste. Gregory nos sugirió a Maite y a mi, que no era necesario que les acompañásemos, que nos encontraríamos a la hora del almuerzo en el restaurante que había junto al edificio del hotel, asentimos y nos despedimos de ellos.

Maite y yo nos fuimos hasta una playa muy cercana en la que en mi pasada visita a la ciudad había conocido al propietario de una especie de chiringuito muy concurrido, el establecimiento estaba emplazado sobre la misma arena y disponía de una terraza cara al mar muy agradable. "La Bussola" (la brújula), rezaba el cartel de la fachada. Tomamos asiento en unas sillas a la sombra de un parasol, se acercó para atendernos un muchacho muy simpático con aspecto de ser del sur del país, probablemente napolitano o siciliano, le pedimos una arangiatta y un Campari con soda, le pregunté si el propietario seguía siendo el señor Elio, me afirmó que si, y le pedí si podía avisarle de que deseaba verle, al poco vi acercarse al que yo había conocido, tenia ya alguna ausencia de cabello, pero se conservaba todavía muy bien, rondaría por la cincuentena de años.

Comprobé que después de los muchos años pasados me había reconocido al instante, nos estrechamos efusivamente la mano dándome a la vez unas cariñosas palmadas en el hombro. -¡¿Come estai caro amico spagnuolo?!- me dijo.

Saludó a Maite y se sentó en nuestra mesa para charlar. Después de un buen rato me interesé por su estado civil, me respondió que estaba casado y tenían una parejita de bambini . -La mia molle labora con me-, me dijo y añadió : –sicuro que tu la ricordas -, quedé algo sorprendido ante tal afirmación, Elio observó mi desconcierto y dirigiéndose al interior del establecimiento gritó : -¡¡ Ornella!!-, al instante se asomó tras la cristalera una de las muchachas que había conocido en mi corta estancia en la Bussola.

Me levanté para saludarla, poco había cambiado , ligeramente más llenita, pero seguía siendo aquella bella muchacha que bastantes años atrás habíamos conocido, Beppo y yo, bautizándola como; Elizabeth Taylor, por su gran parecido con esta actriz, los dos estuvimos algo enamoradillos de Ornella Rampinini, una milanesa hija de industriales, que con su familia solía ir todos los veranos a San Remo los meses de Julio y Agosto, en uno de éstos veraneos se enamoró de Elio, unos diez años mayor que ella, y se casaron.

Al igual que Elio su esposo me recordó inmediatamente, me dio un fuerte abrazo besándome en ambas mejillas, no podía negar que se alegraba de verme, le presenté a Maite a la que también saludó con afecto al igual que Elio, me preguntó si era mi esposa, miré a Maite y esta me miró sonriendo, les dije que éramos amigos de la infancia y novios "siamo fianzatti" aseveré, Maite me cogió disimuladamente una mano y la apretó sensiblemente, como asintiendo a mis palabras.

Estuvimos tomando el aperitivo y charlando de un sin fin de cosas, recordaron el día que me atreví hacer una paella en la cocina de la Bussola, confieso que no me salió excesivamente bien, pero a los italianos les encantó, los pobres no habían degustado jamás una verdadera paella valenciana para poder establecer una comparación. En aquella época la Bussola era un lugar de moda elegido por la juventud veraneante que procedía del norte del país, y allí por casualidad fuimos a caer Beppo y yo.

Nos invitaban a almorzar, pero debimos declinar la invitación por que habíamos quedado hacerlo con el matrimonio Stam, pero les prometimos acompañarles para la cena.

Nos acercamos al hotel en el que nos alojábamos, en el lobby no vimos al matrimonio, pero Maite se acordó que habíamos quedado en el restaurante que se hallaba justo al lado. Fuimos allí y tampoco estaban. Regresamos de nuevo al hotel y preguntamos en recepción por los Stam. La respuesta del recepcionista nos dejó muy sorprendidos, -se han marchado del hotel-, nos respondió éste. -¿Pero quiere decir que han pagado la cuenta y se han ido?-, insistí.

-Efectivamente señor, así ha sido-.

Maite y yo nos encogimos de hombros extrañados y regresamos de nuevo al restaurante para comer una buena pasta asciutta recién hecha. Maite disfrutó muchísimo de la comida, no había tenido oportunidad de comerla en España, no eran todavía demasiado frecuentes los restaurantes italianos en nuestro país.

-Si seguimos muchos días aquí me engordaré una barbaridad, todo esto son hidratos de carbono-, me dijo sonriendo y apoyando su cabecita en mi hombro. -Cuanto estoy disfrutando de este viaje Guillermo-, me dijo con los ojos llenos de alegría y admiración.

Al finalizar el almuerzo, salimos a la calle para caminar un poco, pero hacía un calor sofocante, decidimos ir a la habitación y echarnos una buena siesta. En Italia la mayoría de hoteles de cuatro estrellas ya disponían de aire acondicionado, haciendo más cómoda la estancia a sus clientes.

En realidad, hicimos de todo a excepción de la siesta. Nos amamos sin reservas, allí en aquel hotel y en aquella habitación le pedí matrimonio a la deliciosa "polvorilla". Había meditado mucho este decisivo paso, no dudé ni un momento en pedírselo. Fue un momento de gran e intensa felicidad para los dos, también de este modo regularizábamos una situación social. Acordamos fijar la fecha de la boda a nuestro regreso a Folgueroles.

Un par de horas más tarde nos vestíamos para salir a dar un paseo para luego ir a cenar a la Bussola, cuando llamaron a la puerta de nuestra habitación.

Fui abrir, y me encontré con un policía o carabiniere acompañado de un hombre vestido de paisano.

-¿Qué desean?-, les pregunté en italiano.

-¿Puede usted respondernos a unas preguntas?-, me dijo el de paisano mientras me mostraba la placa que le identificaba.

-Naturalmente, pasen por favor, ¿de que se trata?- les pregunté extrañado por su presencia, mientras Maite aparecía en escena procedente del cuarto de baño, donde había estado maquillándose.

-¿Qué ocurre?-, preguntó extrañada por la presencia de aquellos dos personajes.

-No se, no te preocupes, estos caballeros precisan hacernos algunas preguntas-, le dije para tranquilizarla.

-Verá señor, ¿conocen a este matrimonio de la fotografía?-, me dijo el que iba de paisano alargándome una fotografía.

Cogí la fotografía para verla mejor y me sorprendieron sus imágenes, – son el matrimonio Stam-, les respondí.

-¿Son ustedes amigos de ellos?, preguntaron de nuevo.

Mi corazón me dijo que algo ocurría, la policía no te abordaba por cualquier cosa, debía haber algún motivo para ello, quizás hubieran tenido algún accidente, pensé. Procuré ser cauto.

-No, no somos amigos, simplemente los hemos conocido aquí en el hotel durante el desayuno y luego no han invitado a que visitáramos juntos la ciudad, dado a que yo ya la conocía de algún tiempo atrás-.

Los dos policías intercambiaron una mirada.

-Y ¿Dónde han ido con ellos?-.

-Simplemente hemos paseado por el Paseo Marítimo, y luego nos han pedido que les acompañáramos a efectuar unas compras, dado a que yo hablo italiano, eso es todo-.

-¿Les han vuelto a ver?, o ¿sabían donde tenían previsto ir?-

-Pues francamente no, no se..- les dije, estaba intrigado por tanta pregunta.

-¿Les han acompañado ustedes a un joyería?-.

-Si, efectivamente-, intervino Maite, cada vez más sorprendidos.

-Señora, podría decirme qué es lo que allí han adquirido estos señores-.

-Si, un juego de preciosas joyas compuestas de un collar, pendientes a juego y también un anillo-. -¿Es que les ha sucedido algo a los señores Stam-, preguntó Maite.

Los dos agentes de la ley se miraron y el de paisano nos respondió: -Son una pareja de estafadores internacionales, buscados por casi todas las policías de mundo, incluida la Interpol.

-Dios mío-, exclamó Maite poniéndose una mano en la boca por la sorpresa y sentándose en una esquina de la cama.

-¿No irá usted a pensar que nosotros……?-, dije,

-No deben ustedes preocuparse, simplemente se han valido de ustedes dos para el número de la estafa de esta mañana, ustedes son jóvenes y se les ve que son personas honestas, el cuadro perfecto para dar confianza a los empleados del establecimiento-.

-Pero ellos pagaron lo que han adquirido-, les dije.

-La tarjera de crédito que han utilizado fue robada ayer en Milán a un señor llamado Stam, así como el pasaporte. El verdadero nombre del varón es Frederic E. Hartley y el de ella Margaret Stewart, no son tan siquiera matrimonio pero llevan trabajando juntos más de diez años. Hartley es un falsificador de documentos de primera línea, por eso roban además de la billetera el pasaporte, que simplemente substituyendo cuidadosamente la fotografía con el arte que el domina, adopta la personalidad de la otra persona, por ello cuando efectúan una compra si el vendedor consulta al banco le dan conformidad, por que a excepción de la fotografía todo es auténtico-.

-Esto no ocurre ni en las mejores películas-, exclamó Maite mirándome con expresión divertida.

La policía italiana se despidió de nosotros, Maite y yo nos quedamos mirándonos todavía algo atónitos, hasta que estallamos en una sonora risa, quizás era una manera de liberarse de la tensión soportada por la inesperada visita de la policía. Nos decidimos salir a dar un paseo y luego ir a cenar a la Bussola con nuestros amigos Elio y Ornella, regresaríamos pronto ya que a la mañana siguiente viajaríamos con destino a Pisa e intentaríamos pernoctar en Roma o sus alrededores-.

Regresamos de la cena alrededor de media noche, fueron unas tres horas verdaderamente formidables, que pareja tan encantadora formaban Elio y Ornella, al despedirnos prometieron venir a visitarnos a nuestro país.

Maite estaba rebosante de felicidad, se le adivinaba en el brillo de sus ojos, antes de dormirnos definitivamente, permanecimos en la cama enlazados y acariciándonos casi una hora, comentando todavía el suceso del matrimonio Stam. Nos quedamos profundamente dormidos…….

CAPÍTULO XXXIVº

Roma citá eterna……

A las siete y media de la mañana el cielo estaba limpio, de un azul inmaculado, ni un solo jirón de nube en el horizonte, se adivinaba que iba a ser un día de fuerte canícula a pesar de la ligera brisa matutina que procedía de poniente. Abonamos la cuenta del hotel y cargamos el equipaje en el maletero del auto. Dado a lo temprano de la mañana decidimos desayunar por el camino, nos quedaba un buen trecho de singladura hasta llegar a Roma, y teníamos previsto hacer algunas detenciones para visitar algunas poblaciones que encontraríamos por el camino.

Tomamos la sinuosa carretera que bordea la orilla mediterránea, La Riviera dei Fiori, como le llaman los italianos, tiene muy fundamentado su apelativo, durante bastantes kilómetros se divisan en las laderas de los Alpes marítimos cuyas faldas mueren en el mar, cientos de invernaderos de flores de muy variopintos colores, que vistos desde el mar le confieren a aquellas laderas un singular colorido siendo para el visitante un excepcional espectáculo visual. Sobrepasamos Alassio, y al llegar a la provincia de la Liguria, nos detuvimos para desayunar en la terraza de una cafetería cuyo frente daba al mar todavía tranquilo, ausente de olas, una balsa de aceite, los primeros rayos solares rielaban plateando la superficie de las adormecidas aguas, un bello espectáculo que transmitía relajación espiritual.

Nos sirvieron café con leche acompañado de algunos recién elaborados bollos que todavía despedían el tan característico aroma de las pastelerías, solo los italianos con su saber son capaces de elaborar un café sobrio, con carácter, casi espeso diría yo, y excelente sabor, gracias al arte de escoger la procedencia de los granos y el sabio tratamiento para que con sus máquinas a presión puedan ofrecer al paladar de quien lo degusta el placer único de un humeante café recién elaborado.

Maite estaba feliz y transpiraba alegría por todos sus poros, no había tenido demasiadas oportunidades para viajar y conocer otras ciudades y otras culturas, todo lo tomaba con tal entusiasmo que sin apenas darme cuenta me comunicaba y que tanto necesitaba, todavía en algunas ocasiones me venían a la mente recuerdos e imágenes de Laura, en ocasiones me embargaba aún un sentimiento de cómo si estuviera traicionando su memoria, pero luego reflexionaba fríamente y convenía conmigo mismo que yo debía seguir viviendo en esta gran nave espacial que es la tierra y que vaga ordenadamente por el infinito universo.

Unas cuatro horas más tarde, después de haber dejado atrás, Génova, La Especia, Massa y Carrara, famosa esta última por sus níveos mármoles, efectuamos escala en la ciudad medieval de Lucca, que visitamos con cierta rapidez, una joya, nuestro destino era almorzar y visitar, Pisa. Dice la historia que Pisa fue fundada por los predecesores de los romanos, los Etruscos, la estatua de la loba con los dos infantes amamantándose de ella, fue hallada en este lugar, más tarde este símbolo fue adoptado por los romanos y consecuentemente por la ciudad de Roma.

Pisa, tiene mucho y poco que visitar, se mire como se mire. Poco si el visitante se limita a ver las construcciones desde el exterior, la torre inclinada, el baptisterio o la catedral desde la Piazza dei Miracoli, está pronto vista, pero si uno se entretiene a profundizar en las construcciones, estatuas, y visitar cada una de ellas por su interior, se dará cuenta que contiene verdaderas joyas de arte, desde las meramente arquitectónicas a las artísticas. Para acceder a la visita de la mundialmente famosa torre inclinada, invertimos casi una hora de aguardar en una larga cola para que llegara a nuestro turno, ya que el acceso de personas es limitado y los vigilantes regulan las entradas y salidas del público visitante, no fuera a ser caso de que un exceso de carga depositado en un punto determinado acabara de inclinarse y diera con ella en el suelo.

Compramos algunos souvenirs y tiramos un buen número de fotografías para perpetuar nuestra visita. Almorzamos en una trattoría cercana, todavía en estos lugares se come bien y por poco dinero, no pude evitar que ésta me recordara el Stromboli del matrimonio sorrentino en Boston.

Dado a que el tiempo sin darnos cuenta se nos echó encima, llamé al hotel que teníamos reservado en Roma y les advertí llegaríamos dos días después de lo previsto, teníamos por delante la visita a Florencia y casi setecientos kilómetros hasta la ciudad Eterna.

La camarera que nos atendió en la trattoría nos recomendó pernoctar en la población termal de Montecatini, y desplazarse a la vecina Florencia en ferrocarril, ya que esta ciudad monumental tiene grandes problemas para poder estacionar un automóvil, especialmente en el histórico núcleo urbano, hicimos caso a su consejo y francamente nos fue muy útil.

Montecatini es una población con mucha clase, plagada de hoteles con baños termales en dura competencia entre si, su publicidad se basa fundamentalmente en que sus aguas volcánicas sanan casi todo tipo de enfermedades. Pudimos hallar acomodo en el Hotel de Inghilterra, un clásico elegante y de cuidada decoración, pequeño pero sumamente acogedor y de trato exquisito, que por demás estaba a escasos doscientos metros de la estación del ferrocarril, así que al día siguiente tomamos éste a las nueve de la mañana y en treinta minutos estuvimos en el corazón de la bellísima ciudad capital de la Toscana, bañada el fiume Arno.

Paseamos por toda la ciudad, pero en un día era del todo imposible poder ver y disfrutar de tanto arte distribuido por todas las calles, las fachadas de las suntuosas casas, museos y las estatuas cinceladas por los mejores escultores de la Toscana. En una de ellas en ambos lados habían las estatuas de los grandes hombres nacidos en la región: Dante, Petrarca, Bocaccio, Cellini y tantos otros, posamos la mano sobre el jabalí de bronce que según la tradición pidiendo un deseo, este deberá cumplirse, ambos nos miramos y sonreímos, posiblemente habíamos coincidido con los deseos.

En el Ponte Vecchio a Maite le faltaban ojos para admirar todas la joyas expuestas en los escaparates elaboradas por los mejores orfebres del mundo. La vi con tal entusiasmo que la arrastré de la mano al interior de la joyería Cellini, compré allí el anillo de compromiso y los de nuestro futuro matrimonio. A la salida del establecimiento Maite se colgó de mi cuello y me besó entregando toda su pasión en ello, de reojo pude ver a la empleada de la joyería que nos había acompañado hasta la puerta y que a través de los cristales se sonreía por nuestra enamorada actitud, también algunos viandantes se volvieron sonrientes y complacientes para contemplar tan romántica escena, aaah Italia. Ya de regreso al hotel de Montecatini durante la cena le dije a Maite :. -Espero que no vengan a visitarnos de nuevo los carabinieri como en San Remo-. Nos reímos sin ningún viso de discreción, los comensales de las mesas de nuestro alrededor se quedaron mirándonos no comprendían el motivo de nuestra alegría. Pero estábamos en Italia, y allí las gentes suelen ser de talante alegre y enamoradizos, complacientes con los enamorados, como Bocaccio los perfila en su Decamerón, hasta el punto de que el maître nos invitó a una botella de su spumante creyendo que éramos una pareja de recién casados en viaje de boda, in viaggio di nozze?, preguntó.

A la mañana siguiente partimos camino de Roma, sin olvidar efectuar una breve visita a la ciudad medieval de Siena, famosa por sus excitantes fiestas del Palio, fue una visita bastante parca, nuestro objetivo era la ciudad Eterna y ya llevábamos dos días de retraso, no obstante tomamos una carretera de segundo orden que cruzaba las Colline Metallisfere desembocando en la población marítima de Piombino, desde allí divisábamos la isola d´Elba en la que estuvo preso Napoleón y de la que finalmente pudo huir, mediaba poca distancia entre el continente y la isla, estaba simplemente separada por el canal del mismo nombre, apenas quince kilómetros. En este pintoresco puerto almorzamos a base de variados pescados a la parrilla, siendo una de sus especialidades el pulpo, para Maite fue una novedad, no había probado nunca la carne de éste cefalópodo. Finalizado el almuerzo reemprendimos la marcha, estábamos ya a poca distancia de nuestro principal destino, la carretera fue tornándose en una generosa y bien pavimentada calzada bordeada a ambos márgenes de preciosos pinos mediterráneos de copas redondas y sumamente verdes. Cruzamos la antigua villa de Civitavecchia y continuamos por la misma carretera que en uno de sus márgenes pudimos leer labrado sobre una gran piedra : Via Aurelia, que gran emoción, estábamos circulando por la misma carretera que lo habían hecho muchos siglos antes las coortes romanas y también Aníbal.

Casi un par de horas más tarde comenzamos a divisar a lo lejos la gigantesca cúpula del Vaticano. Llegamos al hotel alrededor de las ocho de la tarde. Se hallaba en una de las zonas residenciales que bordean la ciudad llamada Pinetta Sachetti, un bonito y tranquilo lugar.

Al día siguiente muy temprano después de desayunar, tomamos un autobús público en la misma puerta del hotel que en su trayecto tenía una parada al lado mismo de la ciudad del Vaticano. Nuestra gran meta.

Dedicamos toda la mañana y una buena parte de la tarde en visitar la basílica de San Pedro, el museo Vaticano, y otras varias dependencias, allí estaba reunida una buena parte de la historia de la humanidad occidental. Tuvimos la fortuna de haber coincidido en uno de los días semanales que el Santo Padre tiene dispuestos para la audiencia pública, ello nos dio ocasión de poder estar a unos pocos metros de distancia de Juan XXIII. Para un católico esa es una experiencia indescriptible, la bondadosa faz de aquel hombre irradiaba paz, felicidad y un gran caudal de ternura, al unísono, como si algo invisible nos hubiese aleccionado, nos pusimos todos los cientos de asistentes de rodillas para recibir su bendición.

Luego nos fuimos a visitar la cercana capilla Sixtina, tuvimos que hacer casi media hora de cola hasta llegar al acceso. Solo penetrar en la austera edificación tienes ya la impresión de estar en el lugar donde han sido elegidos muchos de los Papas de la historia, pasé mi brazo por encima de los hombros de Maite y la acerqué a mi cuerpo, eran unos momentos muy emotivos que me hacían muy feliz de poder compartirlos con ella. Las pinturas de la bóveda y el fresco del Juicio Final del altar mayor son algo grandioso y sobrecogedor, me vino a la memoria la frase de Goethe que dijo: "cuando contemplas la Capilla Sixtina se comprende de que es capaz el hombre". Miguel Ángel Buenarotti, fue arquitecto, escultor y pintor, pero todavía no he llegado a saber en cual de estas tres disciplinas había destacado más, ya que en las tres había brillado en el firmamento de las artes como nadie hasta nuestros tiempos ha sido.

Para nosotros dos había sido un día de grandes emociones, no quise mencionárselo a Maite pero de rodillas frente al altar de la Capilla Sixtina, pedí a Dios con todas las fuerzas de mi alma, que Laura estuviera cerca de El, muy probablemente Maite estaría adivinando

a quien dedicaba mi íntima plegaria. Su silencio y su modo de mirarme bastaron, y se lo agradecí inmensamente.

En silencio y cogidos de la mano salimos del santo lugar y echamos a andar en busca de la parada del bus que nos retornaría al hotel.

CAPÍTULO XXXVº

Finalmente…………………..

Los dos días que todavía nos quedaban de estancia en Roma, los dedicamos a visitar las ruinas de la ciudad romana, el Foro, el Coloseo, la catacumbas cristianas y tantísimos otros lugares que junto con la cultura griega forjaron la historia y el saber de la humanidad occidental.

Llevábamos poco más de una semana lejos de casa y ya sentíamos la necesidad de estar con los nuestros. A la mañana siguiente cargamos las maletas y partimos en dirección a Barcelona, estábamos deseosos de estar en nuestra Folgueroles y preparar nuestra boda. Enfilamos la Vía Appia y la propia alegría del regreso nos impelió a cantar la canción del momento : Arrivederci Roma… y cumpliendo con la letra de la canción hemos vuelto en varias ocasiones a la Citá Eterna, pareciéndonos en cada ocasión más bella y romántica.

Después de pernoctar en Génova, ciudad en que según algunos historiadores la sitúan como la cuna de Cristóbal Colón, y otros en las islas Baleares, reemprendimos la marcha por la autopista que unía la Liguria y la Spezia italiana con la Costa Azul francesa, que casualmente hacía pocos días habían inaugurado. Un verdadero descanso conducir por ellas, bien pavimentadas y excelentemente señalizadas en todos sus tramos, permitiéndonos reducir algunas horas el viaje de retorno.

Folgueroles estaba plenas fiestas patronales, la encontramos con gran bullicio por las adornadas calles y muy cerca de mi casa habían plantado el tradicional "embalat", metí el auto en el garaje y subimos las maletas al piso. Miré el reloj y le dije a Maite que viniera conmigo a la rectoría, -vamos a ver si todavía está el mosén en ella-.

Nos encontramos al párroco por el camino, nos invitó a tomar un refresco en Can Pascual, tomamos posición en una de las mesas y allí le expusimos nuestro deseo de casarnos. Nos citó para el día siguiente en la rectoría con el fin de proceder a los trámites burocráticos habituales.

Un par de semanas después Maite y yo estábamos delante del altar acompañados de todos nuestros amigos y familiares y por que no decirlo, de casi todos los habitantes del pueblo, en una muestra del cariño que nos profesaban a ambos.

Epílogo

Querido lector, si has tenido la voluntad de haber llegado con tu lectura hasta ésta página, te pido seas benevolente en el juicio de mi obra, la he desarrollado con todo el cariño desde lo más profundo de mis sentimientos. Con ella he intentado relatar vivencias extraídas de la vida real y otras que son meramente idealizadas pero que intentan reflejar la vida y hábitos sociales de los jóvenes en aquella época. Algunos de los nombres y situaciones de personajes que aparecen en ella, son reales y, otros son simplemente imaginarios o ficticios. Tampoco es biográfica aunque en algunos momentos pueda haber algunas coincidencias de tipo personales.

De las dos protagonistas femeninas, Laura o "La Dama de la Bicicleta", como la bautizo, es un personaje inspirado en la ficción e idealizado por el autor. He dejado para el final a Maite, la segunda protagonista femenina, en la actualidad, mi esposa, y a quien dedico esta obra, y a mis nietos Guillermo, Ignacio, Álvaro y Daniela que son la felicidad en nuestra madurez.

Ah, por cierto, Maite todavía hoy desprende ese ligero aroma a Red Door que me encanta……

Y por último, a ti, paciente lector que has tenido la voluntad de leerme.

¡¡ Vaya toda mi gratitud !!.

El Autor.

Manel Batista i Farrés

Sant Quirze de Safaja

A Maite, mi esposa, su mirada y su bondad me cautivaron, y con ella volé hasta la luna…para alcanzar las estrellas.

"Fly me to the moon…"

 

 

Autor:

Manel Batista I Farrés

Inició su escritura : Marzo del 2007.

Finalizó : Agosto 2008

Inscrita en el Reg. de la Propiedad Intelectual

Número: B-5734-08

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
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