Entramos en la casa que tan felices recuerdos me traía, no pude evitar un entrañable pensamiento para la abuela, sin ella la casa parecía vacía, sentía por ella un reverencial respeto y cariño, en su día depositó mucha confianza en mi persona. Por expreso deseo de Laura, Eulalia, la doméstica, había cocinado una típica comida invernal, un delicioso cocido y una calentita "sopa de escudella" de primer plato.
Después del almuerzo, nos sentamos en el salón para tomar café, era la ocasión de entregarle a Laura el regalo que le había comprado en una joyería de Boston. El hogar de ésta sala estaba encendido despidiendo sus brasas un confortable calorcito y un agradable aroma de encina quemada, que invitaba a estar sentado a su vera. El salón era una de las piezas más grandes de la casa y no era sencillo mantener caliente todo su ambiente, pero el esposo de Eulalia, el jardinero, el día anterior por orden de Laura lo había encendido y mantenido prendido todo el tiempo.
Saqué del bolsillo de la chaqueta la cajita que la dependienta de la joyería había envuelto primorosamente
con papel de motivos navideños, me senté sobre el brazo de la butaca que ocupaba Laura y la besé en la frente mientras le decía: -Te he traído un modesto obsequio con el deseo de que nunca te desprendas de él, por que en el está todo mi amor-.
Laura cogió la cajita para desenvolverla con gran delicadeza y la abrió. Contenía un anillo en oro blanco con un brillante de 2 quilates tallado en forma de corazón. La adquisición de esta joya había representado para mi economía un esfuerzo considerable, pero no importaba, el amor y el cariño que sentía por aquella mujer era infinitamente superior a la joya.
Laura se quedó casi inmóvil al ver el contenido de la cajita, me miró con sus enormes ojos en los que aprecié que comenzaban a bailar algunas lágrimas producto de la emoción del romántico momento.
Se levantó para abrazarme y besarme apasionadamente, sentándose sobre mi regazo. Se me hizo un nudo en la garganta por el ansiado momento que ambos estábamos viviendo, después de tanto tiempo alejados el uno del otro, sedientos de amarnos, de mirarnos y tocarnos, el sacrificio soportado por los dos había sido muy duro, solo el amor tan grande que nos profesábamos fue capaz de sobrellevarlo.
Sonó la campanilla de la verja de hierro rompiendo el silencio del entorno, Laura y yo nos levantamos, Eulalia cruzó el salón en dirección a la puerta, Laura la interrumpió diciéndole que abriría ella a los visitantes.
Acudimos ambos a abrirla, salimos al jardín, al otro lado de la verja estaban nuestros tres mejores amigos:. Maite, su hermano Emili y Justet. Fue un momento realmente bello y emotivo, Maite me dio un cálido abrazo y mil besos, su hermano después de darme un cariñoso pescozón en una de mis mejillas se abrazó a mi con gozo, Justet no podía ser menos, fue mi primer amigo a mi llegada al pueblo y siempre andábamos juntos, parecíamos más que amigos, hermanos. Luego le tocó el turno a Laura. Maite se abrazó a ella y ambas lloraron de felicidad.
Ya algo más serenos, entramos en la casa para resguardarnos del frío y nos dirigimos al acogedor salón. Emili había avisado por teléfono a Maite de nuestra llegada, ésta solicitó la tarde libre a su jefe inmediato, un Doctor de medicina interna en el Hospital de Vic, su hermano que ya se había hecho cargo del colmado le pidió a sus padres que le suplieran y el "Pinsá" trabajaba de vendedor para una firma de alimentos y disponía de su propio tiempo y vehículo, una Vespa 125.
Pasados los primeros instantes del encuentro, y mientras conversábamos de mil cosas, observé a mis amigos:.
Maite, seguía siendo aquella muchacha alegre, pizpireta, franca y simpática, con la diferencia que ahora se había convertido en toda una mujer, seguía tan menudita como siempre, se había cortado su larga y rubia cabellera dejando el pelo muy cortito, era una moda general que había "impuesto" una actriz llamada Jeanne Seberg, no obstante la sentaba muy bien, tenía una estructura de cabeza muy apropiada para este tipo de corte de pelo. Había finalizado sus estudios de enfermería y ejercía como tal.
Su hermano Emili, había engordado notablemente, pero había dejado atrás la cara de jovencito, el abundante bigote rubio que lucía le daba un aspecto de ser algo mayor, tenía novia, hija también del pueblo y pensaban casarse la próxima primavera.
Justet, era el de siempre, vestía algo descuidado, pero mejor que en sus años de jovenzuelo adolescente, seguía tan delgado como siempre y el cabello le continuaba cubriendo la frente hasta casi taparle parte de la visión.
Laura solicitó a Eulalia que preparara café para todos, en poco tiempo se presentó con un carrito con ruedas portando una bandeja con todo el servicio necesario, en el centro de la misma había una humeante cafetera de plata que desprendía un agradable aroma a café recién hecho.
A Laura se la veía feliz, como nunca diría yo, creo que quizás con mi compañía se sentía protegida, mantuvimos entre todos una animadísima tertulia, salieron nuestras andanzas juveniles estivales y, como no, me tocó explicarles parte de mi estancia en los Estados Unidos, relato al que todos estuvieron sumamente atentos y en silencio. Mostró orgullosa a todos nuestros amigos el anillo que acababa de regalarle.
Le comenté a Justet que me había sorprendido ver la casa de la Padrina, cerrada a cal y canto. Éste me desveló que se habían marchado del pueblo, a vivir a Barcelona. Al parecer a su tío, el bueno de Lluís, en la cantera donde trabajaba se les había acabado el trabajo y no obtenían el
suficiente para poder mantenerla abierta. Se habían ausentado del pueblo, hacía escasamente dos meses. Fue mi padre quien le encontró un puesto de trabajo a Lluís, en los talleres donde mi progenitor trabajaba desde hacía bastantes años. Luego más tarde supe que mi padre me había enviado una carta en la que me explicaba este cambio de domicilio de la familia Vivet, pero ésta viajaba a Boston mientras yo lo hacía en dirección a Barcelona.
Se pasó la tarde casi volando, alrededor de las ocho Justet se despidió de todos, le acompañamos Laura y yo hasta la verja, nos dijo que debía madrugar pero que si el domingo estábamos todavía en el pueblo nos invitaba a almorzar en el restaurante local. Le agradecimos la invitación y bromeando le dije : -Prepara bien el bolsillo, he venido hambriento-, soltó una sonora carcajada.
-Hambriento ¿de qué?-, me respondió socarronamente sin dejar de mirar a Laura. Nos reímos los tres con ganas.
Emili y Maite estuvieron poco tiempo más, al despedirse, Maite nos cogió a ambos del brazo y lanzó la esperada pregunta: -Y ¿para cuando está prevista la boda?, avisad con tiempo para que pueda encargar el vestido para asistir a ella-.
-Lo esperaba polvorilla, me ha extrañado enormemente que no lo hubieses manifestado antes. No se, Laura y yo debemos todavía plantearlo formalmente, pero como ya le dije a Justet, será sin duda en Folgueroles-.
–Adiós Laura, me he sentido muy feliz de estar con vosotros, ata bien al doctor, está muy guapo-, dijo esto último bromeando, pero vi que me miraba a mi.
-Te aseguro Maite que no escapará-, respondió Laura agarrándose fuertemente a uno de mis brazos y mirándome a los ojos.
-Adiós Emili, nos veremos en más ocasiones, vamos a estar en el pueblo tres o cuatro días más-, les dijimos al despedirse.
Cerramos la puerta y regresamos al salón, Laura le pidió a la sirvienta que nos preparara una cena ligera que tomaríamos allí mismo en el salón, a la vera de la lumbre. Finalizada ésta, Laura dio permiso a Eulalia y su marido para que pudieran irse a su casa.
Nos quedamos los dos solos en la enorme mansión, ahora por demás solitaria. Éramos sus únicos habitantes y quizás algunos ratoncillos en la leñera. Nos sentamos sobre la mullida alfombra situada frente al hogar, añadí algunos troncos de encina. Nos besamos una y mil veces mientras oíamos el crepitar de los leños sobre las brasas. Se creó un cierto paralelismo, le dije a Laura, hay tanto fuego en el hogar como sobre esta alfombra, nos reímos sin recato alguno.
Laura se levantó, me cogió de la mano haciendo ademán para que yo también me levantara mientras me decía: -Debes estar fatigado del viaje, amor. ¿Deseas que nos vayamos a dormir?, supongo que por el cambio de horario y el propio viaje debes estar agotado-.
-No estoy fatigado, el solo hecho de que estés junto a mi hace que me olvide de todo ello, pero si tu lo estás, proseguiremos mañana-.
-No, mañana no, por que si tú lo deseas, no vamos a separarnos-. Dijo esto con gran aplomo y una dulce y pícara sonrisa. El corazón me dio un gran vuelco, seguíamos cogidos de la mano, ella ahora tiraba de mí para que la siguiera. Subimos al piso superior hasta llegar a la puerta de la habitación que en su día fuera de su abuela, la abrió y ví que no había ni uno de los muebles que allí estuvieron, Laura había hecho que los retiraran para instalar todo un nuevo conjunto de dormitorio matrimonial de estilo moderno. Cruzamos el dintel de la puerta y, cerrando la misma con llave me dijo: -De esta no escapas amor mío. Hoy voy a ser tuya, y tu serás mío, como tantas veces habíamos deseado y jamás culminamos-.
La abracé dulcemente y la besé con pasión incontenible. Nos acercamos al lecho e iniciamos una especie de ritual de irnos despojando el uno al otro de nuestras prendas de vestir, una a una. Ambos estábamos ciegos de amor y pasión. En un momento dado recordé que había dejado en la planta baja la bolsa con mis ropas y el neceser. -Ah, me he dejado el pijama abajo, voy a por el-, le dije.
-¿Y tu crees que puede serte de mucha utilidad esta noche?-, respondió esbozando una franca y maliciosa sonrisa.
Me dejó de una pieza la fina ironía de Laura, estaba sorprendido por el cambio que ésta había experimentado. No pude por más que reírme de buena gana. Seguimos el ritual iniciado hasta quedarnos ambos como Dios nos trajo al mundo, abrazados y sin soltarnos nos metimos en la cama cubriéndonos con la ropa de la misma. Seguimos un buen rato acariciándonos dulcemente los cuerpos, estábamos ambos excitadísimos, a cada beso que nos dábamos nos entregábamos más el uno al otro. Con paciencia, teníamos toda la noche por delante, pude ir descubriendo las partes más erógenas de Laura y ella a su vez, las mías. Nuestro juego amoroso duró prácticamente hasta el amanecer. Nada hicimos para prevenir o evitar el posible fruto de nuestra anhelada unión carnal y, al fin consumamos el cénit de nuestro amor. Habíamos casado nuestros cuerpos, las almas ya lo estaban desde años atrás.
A eso de las once de la mañana sonó el teléfono de la mesita de noche, estábamos todavía los dos abrazados y adormilados. Laura atendió la llamada que era de su hermano Joaquín.
Sin duda, este fue el mejor despertar de mi vida. A través de los empañados cristales de la ventana penetraban algunos rayos de una asustada luz solar, propia del inmediato invierno y la niebla, fuera reinaba un gran silencio, el pueblo estaba también como adormilado, humeaban la mayoría de las chimeneas de los tejados de las casas desprendiendo este olor a leña de encina quemada tan agradable y tan propio de las poblaciones rurales. La habitación se mantenía en una cierta penumbra, oí el suave crujir del parquet de la habitación, era Laura que regresaba del baño. Se había despertado algo antes que yo y había aprovechando para darse una reconfortante ducha.
Me quedé contemplándola, estaba bellísima me recordaba a la vestal de un templo romano, llevaba su largo cabello suelto que cubría parte de su angelical rostro, aumentando su belleza que le daba ahora un toque ligeramente salvaje, se había puesto un albornoz de baño que al no estar del todo cerrado, permitía ver una buena parte de su todavía desnudez. Me quedé mirándola con admiración y ojos enamorados.
Aquella memorable y sagrada noche habíamos culminado nuestro anhelado y contenido deseo, nos habíamos entregado uno al otro sin ningún tipo de reserva.
Me levanté de la cama envolviéndome en una de las sábanas, como si fuera la toga de un senador romano, hacía algo de fresquito en la habitación. -Buenos días amor-, me susurró al oído. Nos abrazamos dándonos un dulce beso que duró una eternidad. Otra vez apareció en mi el irrefrenable deseo de poseerla nuevamente, la cogí en brazos depositándola sobre la cama dulcemente mientras ella me miraba a los ojos plenos de amor y deseo. Estuvimos todavía algo más de una hora en la habitación retozando sobre el lecho.
CAPÍTULO XVIIIº
Navidades blancas….
Eulalia, nos tenía preparado el desayuno en la espaciosa cocina. Por el horario y abundancia del mismo podía ser calificado casi de almuerzo. Confieso que yo estaba francamente famélico por muchas razones, obviamente innecesario relatar ahora.
El humeante café con leche, las generosas tostadas de pan del pueblo, el tomate rojo y maduro, el denso aceite puro de oliva y los embutidos, propios de la comarca, tan añorados por mi durante la larga estancia en los Estados Unidos, se hallaban presentes en la mesa. Admito que recuperé con creces las energías invertidas durante la pasada noche.
En el exterior el día estaba bastante frío, pero en la espaciosa cocina reinaba a una temperatura confortable y acogedora. Unos grandes fogones alimentados por leña o carbón, disponían de un ingenioso sistema para aprovechar la energía calórica que la combustión liberaba para proveer de calefacción a casi todo el edificio. En su día, el señor Soladrigas había hecho instalar una especie de serpentín de tuberías de acero que contenía un circuito cerrado de agua que una pequeña y silenciosa bomba eléctrica que impelía el líquido haciéndolo circular constantemente y que al pasar por el interior de los fogones, se calentaba enviándolo de nuevo a los radiadores distribuidos por las diversas estancias de la vivienda, retornando una y otra vez al punto de partida para reiniciar sucesivamente el ciclo.
Durante el desayuno, Laura fue poniéndome al corriente de las vicisitudes acaecidas a la familia durante mi larga estancia en el extranjero. Me habló de Joaquín, su hermano, y de la muchacha con quien se iba a casar, del repentino fallecimiento de su abuela y, de la preocupación que ésta soportó durante los dos últimos años de su vida, por culpa de la desfavorable marcha de los negocios familiares administrados por el señor Sagnier.
Al citarme a éste último, recordé el encargo que efectué a mi buen amigo Doménech, con el fin de que realizara una serie de averiguaciones respecto al modo de administrar aquel los negocios familiares.
-Por cierto Laura, poca cosa me explicabas en tus cartas de la entrevista que tuviste con mi amigo Doménech-.
-Ah, si-, me dijo, como si súbitamente le hubiese venido a la memoria este tema, prosiguiendo a continuación:. -Realmente tenía tantas preocupaciones desde el fallecimiento de la abuela, que casi olvidé contarte en mis cartas como fueron-. Hizo un pequeño receso como para recordar, iniciando acto seguido la explicación, asió con las dos manos la taza de café como si quisiera calentarlas. -Tuve dos reuniones con tu amigo al que le acompañaba un socio suyo, les informé de todo cuanto sabía referente a los negocios de la familia, que dicho de paso no era gran cosa, ya que la abuela no nos contaba demasiado a Joaquín y a mi respecto a ellos y, del hombre a quien el abuelo había depositado su total confianza, el administrador que tu conociste hace bastante tiempo-.
-Y bien, ¿te pidió algún documento?-.
-O si, muchos, pero le dije que nosotros no teníamos nada, que muy probablemente estarían todos ellos en manos del administrador. Me solicitó un poder notarial a favor de ambos para poder actuar en nombre de Joaquín y mío, cosa que hicimos-.
Se detuvo unos momentos como si quisiera ordenar sus ideas prosiguiendo a continuación:. -Unos días después me llamó para informarme de que ya había tenido una primera reunión con el señor Sagnier en la que le había requerido todo cuanto nos pidió a nosotros, y ya no se más-.
Bien, no te preocupes, llamaré a Doménech más tarde y le pediré reunirnos con él para cuando regresemos a Barcelona, debéis conocer vuestra situación financiera cuanto antes, y también si el administrador ha cumplido honestamente con su cometido-.
Laura se levantó de su silla y vino a sentarse sobre mis rodillas a la vez que me rodeaba el cuello con sus brazos, susurrándome al oído :. -Te quiero mi amor-.
-Laura, ¿te parece que nos casemos, ya?-, dije de sopetón. La intención me había salido de lo más hondo de mi corazón. Había pensado y soñado en ello en multitud de ocasiones, pero mi situación económica y, el propio trabajo que estaba desarrollando en los laboratorios de la Universidad de Boston, no aconsejaban en aquellos momentos tomar una decisión firme al respecto, quizá era yo excesivamente conservador.
Mientras decía esto, miré con atención los ojos de Laura. Adiviné en ellos un brillo especial que desprendían felicidad.
Me abrazó con fuerza y me dio un largo y profundo beso. Al finalizar el mismo, me dijo con aquella mirada tan dulce y apacible y tan característica en ella : -¿Crees que después de este beso necesitas algún tipo de respuesta?-.
-Vayámonos pues a ver si está en la rectoría el párroco y hablaremos con el-, respondí. La cogí de la mano y nos dirigimos corriendo como dos adolescentes a la rectoría del pueblo.
Por fortuna el señor párroco se hallaba en ella. Al vernos no pudo disimular una sonrisa de complacencia, nos conocía a ambos desde muchos años.
-¡¡Guillermo!!-, casi gritó, -entrad, entrad, no os quedéis aquí afuera, hace hoy un día bastante frío y húmedo-, nos dijo, invitándonos a entrar y cogiéndonos a ambos del brazo. -¿Qué es de vuestras vidas? Y tu muchacho, ¿cómo te ha ido por América?. Laura, cuanto sentí el fallecimiento de tu abuela, tengo un pensamiento por ella en todas las misas que oficio-, todo esto nos lo dijo acercándose a la estufa de leña que tenía prendida en el centro de la habitación.
-Bien, francamente bien, aquello es otro mundo muy distinto al nuestro-, le dije. En aquellos momentos no tenía yo demasiados deseos de contar mi vida en los EE.UU..
-Mosén, venimos a verle por que tenemos deseos de casarnos. ¿Qué necesitaremos para ello?-.
-¿Para cuando habéis previsto el feliz evento?- nos preguntó mirándonos complaciente.
-Pues nos agradaría que pudiera ser la semana próxima-, apuntó Laura.
El mosén casi da un salto de su silla. -Pero, pero, ¿tanta prisa tenéis?, ¿ocurre algo irreparable hijos míos?-, preguntó con cara de sorpresa y algo descompuesta. En aquel rincón del mundo, las cosas todavía se hacían con otro aire, no había prisa para nada.
-No, verá mosén, se trata de que yo debo regresar a los Estados Unidos, poco después de primeros de Año Nuevo, al fallecer la señora Soladrigas, Laura se siente muy sola y yo también allí, y naturalmente el motivo principal es por que nos queremos mucho y nos es difícil vivir tan separados el uno del otro-.
-Entiendo hijos, y os felicito por vuestra sabia decisión-. Sacó del cajón de su mesa de escritorio una agenda de color rojo, bastante voluminosa y la abrió por la página que correspondía al mes de diciembre.
-Veamos, ¿qué os parecería el mismo día de la Natividad del Señor?, esa fecha sería un hito importante en vuestras vidas, inolvidable diría yo-, nos dijo con la sempiterna y oronda sonrisa.
Laura y yo nos consultamos con la mirada, ambos asentimos, realmente nos pareció una fecha sumamente señalada y muy acorde a nuestros propósitos. Faltaban solo seis días. No obstante dimos nuestra conformidad al mosén.
-Mosén ¿qué trámite documental se precisa?-, preguntó Laura.
-Eso no debe preocuparos, yo me ocuparé de todo el papeleo, únicamente vosotros deberéis pedir en vuestras respectivas parroquias en las que fuisteis bautizados, una Fe de bautismo, nada más-.
-Pues nos vamos a Barcelona a por ellas ahora mismo, a participarlo a la familia y demás amigos, mil gracias mosén por sus facilidades-, le dije lleno de entusiasmo.
-Id con Dios hijos-, nos dijo al mismo tiempo que nos daba una bendición. No os preocupéis por nada, aquí os estaré aguardando, ah, no olvidéis que la tarde anterior deberéis pasar por la iglesia para ensayar algo de la ceremonia-.
Salimos disparados en dirección a la casa. Laura llamó a Eulalia y a su esposo el jardinero, los reunió en el salón para decirles :. -Os quiero participar que Guillermo y yo vamos a casarnos, celebraremos la boda, si Dios quiere, el día veinticinco de este mismo mes, el banquete nupcial vamos a celebrarle en la casa, quiere ello decir Eulalia que deberás estar dispuesta a tener todo a punto para esta fecha-.
-Señorita Laura, que alegría, si pudiera verlo su abuelita…-, dijo soltando unas lágrimas de emoción que secó con una de las esquinas del delantal, ¿pero dispondremos del tiempo necesario para todo el ajetreo que se avecina?-, planteó la buena mujer, poco habituada a trabajar con tanta rapidez e improvisación.
Ahora salió la Laura que yo conocía. -Eulalia, no debes ponerte nerviosa para nada, ni por nada, mandaré dos de las muchachas de servicio que tengo en Barcelona para que estén a tu disposición, ellas te ayudarán en todo lo que les ordenes. La casa deberá estar impecable y adornada para la ocasión, también te enviaré a un florista de Vic para que se ocupe de los adornos florales de la casa y la iglesia, pienso que vamos a ser alrededor de una cincuentena de invitados, no más. No deberá preocuparte en absoluto el servicio del banquete, encargaremos a un restaurante de Vic el menú, utilizarán nuestra cocina y guisarán sus cocineros y servirán sus camareros, solo deberás facilitarles algunos enseres que quizás puedan pedirte-.
Dijo todo esto con la serenidad habitual en ella cuando debía repartir instrucciones, utilizaba un tono de voz amable y correcto, pero al mismo tiempo serio, había adoptado aquella posición de la espalda recta, que yo tanto admiraba en ella que le confería un porte tan elegante y que al mismo tiempo le imprimía aire de firmeza, como si quisiera decir, "no admito divagaciones y no me falles". Por mis adentros pensé cuanto quería a aquella adorable persona, cuán benigno había sido el destino conmigo al concederme que su vida se cruzara con la mía. Dios sea loado una y mil veces.
Cogimos el automóvil de mi padre y regresamos rápidamente a Barcelona, teníamos que informar a la familia de nuestra feliz decisión. Dejé que condujera Laura, era una excelente conductora, serena y tranquila a la vez que rápida, transmitía seguridad.
Fuimos directos a mi casa. Hallamos a mis padres a punto de salir, se marchaban al cine. -¿Os unís a nosotros, vamos al cine?-, nos dijo mi madre.
Papá, mamá, antes de que os marchéis necesitamos hablar con vosotros-, les dije algo serio.
-Entrad, hijos, entrad, ¿ocurre algo grave?-, preguntó mi padre algo alarmado, a la vez que entrábamos en casa.
-No papá, es una gran alegría la que venimos a comunicaros. Laura y yo hemos decidido unirnos en matrimonio-, casi saltaron de alegría por la noticia, nos abrazaron a los dos, a mi madre le aparecieron algunas lágrimas generadas por la emoción y la trascendencia de la noticia.
-¿Y para cuando habéis dispuesto tan feliz evento hijos?-.
-Para el 25 de Diciembre, y en la iglesia de Folgueroles-.
-Algo precipitado ¿no os parece?, pero qué bella y significativa fecha habéis elegido, mejor imposible-, dijo mi madre, algo azorada todavía por lo repentino de la noticia.
-No debéis preocuparos por nada, Laura y yo vamos a disponer de todo lo necesario, únicamente os ocuparéis de avisar e invitar a los Vivet en nombre nuestro-.
-Y después de la boda ¿dónde vais a vivir?-, preguntó atinadamente mi padre.
He aquí la gran cuestión a la que Laura y yo todavía no habíamos afrontado.
-Mientras Guillermo esté en Barcelona, viviremos en la casa del Paseo de San Gervasio-. Aquí Laura detuvo su explicación, se quedó mirándome para ver si yo continuaba.
-Luego nos iremos a los Estados Unidos hasta que yo acabe mi contrato-.
-No podíamos estar más tiempo separados el uno del otro, últimamente los meses se me convertían en años-, dije mirando a los ojos de Laura.
Ésta me hizo un mohín cariñoso y se abrazó a la cintura apoyando su bella cabeza sobre mi pecho, nuevamente el suave aroma a miel embriagó mi olfato y alteró todos mis sentidos.
Mis padres se marcharon al cine, Laura y yo nos fuimos a San Gervasio.
Más tarde llegó Joaquín con su novia. Éste demostró gran alegría al verme, me dio un abrazo tan efusivo que casi creí haber caído en las garras de un oso. Me presentó a su novia Helena, una muchacha menudita, de pelo muy negro y ojos de un azul muy claro, cuyo contraste hacía que resaltara mucho en una cara de semblante simpático, algo tímida al principio, pero franca de expresión, a medida que iba tomado confianza participaba más en la conversación, la vi en todo momento muy pendiente de Joaquín, no podía negar que estaba enamorada de él. Era sumamente educada y con estilo, distinta a Laura, ésta la superaba en belleza y personalidad, pero Helena tenía la suya, sin duda podría hacer muy feliz a Joaquín.
Laura les comunicó la feliz noticia de nuestra inmediata boda, fruto de la alegría, Joaquín nos volvió a obsequiar con otro "generoso" abrazo que hizo que mis huesos crujieran.
Más tarde, acompañados por ambos, visitamos una pequeña imprenta próxima a la casa de Laura y encargamos las tarjetas de invitación. A continuación nos acercamos hasta la calle Petrixol, la calle de las prestigiosas galerías de arte en el casco antiguo de la ciudad, nos merendamos unos "suizos" con churros en una chocolatería muy conocida y típica de la zona. Pasamos un buen rato en el establecimiento de ambiente estudiantil, nos traía a todos muy buenos recuerdos de una etapa que ya habíamos dejado atrás.
Recordé que debía comprarme un traje oscuro para el día de la ceremonia y un ajuar complementario, me acompañaron a la sastrería Gales, en el Paseo de Gracia, confluencia con la calle de la Diputación. En la sección de "Pret a Porter", encontré un precioso traje de color gris
marengo casi negro, que me sentaba como un guante, tan solo fue necesario retocar ligeramente el largo de las mangas de la chaqueta. En el entretanto Laura y Helena, habían seleccionado una bonita camisa de fino popelín blanco y corbata de seda natural en gris muy claro casi blanco, felicité a ambas por la acertada elección. Ahora tocaba el turno a la elección de mi ropa interior, ellas también querían participar, a lo que me opuse enérgicamente, -¡faltaría más!-, les dije sonriendo, mi pudor masculino no lo podría soportar, les dije bromeando. Elegí varios calzoncillos y camisetas de hilo escocés y calcetines negros del mismo género. Pagué en efectivo, curiosamente en este establecimiento la vuelta la efectuaban en billetes de banco totalmente nuevos, enfundados en papel transparente de celofán con la impresión del anagrama de la sastrería, era un buen motivo de publicidad. Los albores del marketing publicitario en España.
Regresamos a San Gervasio en el auto de Joaquín, desde allí llamé a mi amigo Doménech, acordamos vernos a la mañana siguiente en el bufete de su compañero abogado, me dijo que habían avanzado bastante en la investigación, creían que estaban en disposición de poder demostrar que el administrador había metido la mano en el "cajón" indebidamente, pero que ya hablaríamos. -Entonces, hasta mañana- me despedí.
Laura solicitó uno de los automóviles de la fábrica de Torelló con el fin de tenerlo disponible para la boda, pero en el entretanto lo utilizaríamos ella y yo. Al día siguiente el chofer Alfonso, lo estacionó en la puerta de la casa. Era
un Citroën Stromberg de color negro, de tracción delantera. En la época, una pieza de relojería. Disponía de una palanca para la selección de las velocidades en el salpicadero muy cerca del volante y de corto recorrido, sumamente accesible y precisa. Ésta firma francesa, siempre aportava avances tecnológicos en los nuevos modelos que lanzaba al mercado, hasta en el sencillo y económico modelo bautizado como 2CV cumplía esta máxima, disponía de tracción delantera, y cilindros horizontales opuestos que se refrigeraban por aire, y un más que confortable sistema de suspensión.
A la mañana siguiente fui a por Laura, luego retiramos las tarjetas que debíamos enviar a los invitados y posteriormente pasamos a recoger mi traje por la sastrería.
Laura y Helena cuidaron del traje de novia que ella llevaría al altar, estuvieron en algunas conocidas modistas de la ciudad, finalmente optaron por una que tenía trajes de novia semi confeccionados, no se disponía de más tiempo. Pocos retoques tuvieron que hacer al modelo elegido, Laura tenía una silueta muy estilizada, se diría como el de las modelos que utilizan los modistos para desarrollar sus creaciones. Acordaron su entrega para el día anterior a la boda. En ningún momento observé a Laura que estuviera nerviosa, era una mujer sumamente serena, no perdía jamás la lucidez y el dominio de la situación, tenía una gran capacidad de trabajo, era la compañera ideal con quien se podían compartir amor y responsabilidades.
En el entretanto Laura y Helena se ocupaban de los menesteres propios de la organización y detalles del evento, Invité a Joaquín a que me acompañara a la entrevista que debía mantener con Doménech y su socio abogado.
Mi amigo y yo nos fundimos en un caluroso abrazo, hacía algunos años que no nos veíamos, pero la sólida amistad que hicimos durante nuestra estancia en el ejército en el Norte de África, acrisoló lealtad y una corriente de camaradería que la distancia y el tiempo no borrarían jamás.
Efectuadas las presentaciones, el abogado sacó un voluminoso dossier del cajón de su mesa escritorio y pasó a informarnos:. -Veréis amigos, comenzamos por pedirle al administrador las escrituras de propiedad, que luego confrontamos con las copias que pedimos en el Registro de la Propiedad, de todos los bienes inmuebles de la familia y de todas las sociedades. En pocos días nos llamó para que fuéramos a recogerlas.
Luego le pedimos los Balances y Libros Oficiales de todas las sociedades familiares, además de todos los movimientos bancarios de los últimos diez años. Aquí comenzó a ponernos excusas y evasivas, tuvimos que amenazarle con que le enviaríamos requerimientos notariales y posteriormente debería sentarse ante un juez. Se puso muy nervioso y comenzó a sudar, nos entregó al día siguiente dos cajas de cartón llenas de papeles de banco con los extractos de las cuentas bancarias, estaban todos ellos desordenados, todavía tengo a una persona trabajando en ello, clasificando por banco, fechas y número de cuenta, ya que en un mismo banco nos hemos encontrado con más de una cuenta.
Pero, he aquí la noticia, hallamos algo irregular que nos movió a agudizar la investigación. Se ha encontrado un sobre con un documento en su interior, aparentemente firmado por la señora Soladrigas, en el que le hacía cesión al administrador señor Sagnier, de una gran parte de las participaciones de una sociedad que a su vez es la propietaria de las tres fábricas textiles de la familia.
Dicho documento además estaba firmado por dos testigos, uno de ellos es la esposa del administrador y el otro es de una persona que todavía no hemos identificado.
Ahora tenemos en las manos un abanico de posibilidades. Posibilidad uno, que el administrador por descuido hubiera guardado el sobre que contiene el documento dentro de alguno de los libros de contabilidad que nos ha entregado y, ahora se esté tirando de los pelos si lo busca y no lo encuentra.
Posibilidad segunda. Que hubiese cedido este derecho a terceros. Pero ello es casi imposible, por cuanto el primero debería haber sido registrado notarialmente para poder ser transferidos los derechos a terceros.
Tenemos cita para la próxima semana con un perito experto en grafología para que nos dictamine si la firma de este documento es auténtica o por el contrario ésta ha sido falsificada. En el caso de haberlo sido, este hombre podría ser juzgado por estafa y falsificación documental, y daría con sus huesos en la cárcel. En el caso de que la firma fuera auténtica, debería verse en que estado estaba la señora Soladrigas y cómo y en que circunstancias se obtuvo dicha firma. También simplemente rompiendo el documento podría quedar solucionado el problema, revocando luego los poderes del administrador por los herederos-.
-Bien, te felicito, has hecho una exposición perfecta de la situación y habéis desarrollado un gran trabajo, os agradeceremos sigáis en ello hasta las últimas consecuencias-.
-Gracias Guillermo, ahora un consejo, tu Joaquín y tu hermana, deberíais abrir unas nuevas cuentas bancarias mancomunadas, en otros bancos y, transferir a éstas, los saldos existentes en los bancos que actualmente operan las sociedades que eran de tu abuela, de ese modo evitaremos algún posible tejemaneje del administrador si se ve acorralado-.
-¿Puedes ocuparte tu de ello Doménech?, procura que solo tengamos que intervenir mi hermana y yo solo para las firmas-.
-Pasa cuidado, ningún problema, te avisaré cuando todo esté dispuesto-.
-Gracias por todo amigos-. Le di un fuerte abrazo a mi buen camarada de armas y nos despedimos con un -hasta pronto-.
Conducir el Citroën Stromberg transmite todo un placer a quien lo lleva , era una máquina precisa y con nervio, la reacción al acelerador era realmente brillante, pero quizás la cualidad que más resaltaba era su extraordinaria estabilidad, era prácticamente involcable, el centro de gravedad lo tenía a escasos treinta y cinco centímetros del suelo y el ancho de vía era superior al metro y setenta centímetros, lo que le confería un excelente agarre sobre el asfalto, no había en el mercado mundial un automóvil de fabricación de serie, capaz de igualar estas prestaciones de estabilidad.
Fuimos a la sastrería Gales a por mi traje de boda, a la salida nos tomamos un calentito café con leche en la cafetería Milán, muy cercana de la sastrería, luego Joaquín y yo nos dirigimos a por Laura y Helena que probablemente ya estarían en San Gervasio.
CAPÍTULO XIXº
La boda………
La noche anterior al veinticinco de diciembre estuvimos toda la familia celebrando la noche buena hasta la hora de ir a la Misa del Gallo. La noticia de nuestra boda había corrido como la pólvora por la reducida comunidad de Folgueroles.
A la salida del Oficio todo el mundo se agolpó a nuestro alrededor para felicitarnos, vi a mi amiga Maite, que estaba radiante, seguía soltera y sorprendentemente sin novio, nos miraba a ambos con ojos alegres, de cariño y al mismo tiempo de bondad. La observaba mientras hablaba con los demás, se había convertido en toda una mujer, pero no había perdido la espontaneidad y la alegría que la distinguía de los demás seres. Repentinamente se acercó a mi y me rodeó con sus brazos la cintura, se elevó sobre las puntas de sus pies para llegar con su boca a mi oído y susurrando me dijo: -Guillermo deseo con todo mi corazón que Laura te haga muy feliz-, creí intuir una especie de sollozo en su voz, a continuación deslizó suavemente una de sus manos por mi mejilla mirándome a los ojos y se marchó corriendo perdiéndose en la oscuridad de la calle.
Me quedé pensativo y algo triste, quería mucho a Maite, ella era consciente de ello. Comenzó a nevar copiosamente y en pocos minutos las calles quedaron blancas como si las hubiesen empolvado de harina. Cogí a mi madre y a Laura por el brazo y nos dirigimos con paso vivo a la casa Soladrigas, nos acompañaban además de mi padre y mi hermana, Justet, Emili y algunos de los amigos y amigas de la pandilla, les habíamos invitado a comer turrón y unas copas de cava, de algún modo sería una especie de despedida de solteros. A las dos de la madrugada todavía andábamos cantando canciones navideñas alrededor del piano que unas veces lo tocaba mi hermana Nini o Laura y en ocasiones Amelia la señorita profesora, todavía soltera.
En el salón, los leños de encina crepitaban en el hogar y ardían lentamente desprendiendo un calor y aroma sumamente confortable, creando un ambiente cálido y hogareño a la estancia, me asomé a una de las ventanas, en el exterior seguía nevando todavía con cierta intensidad, hasta el punto de que sobre el pavimento de la calle, la nieve había cuajado algo más de treinta centímetros. Me froté los ojos, estaba que me caía de sueño, animé a mis padres y a Laura a finalizar la fiesta e irnos todos a acostarnos, al día siguiente teníamos a las doce del mediodía una cita con el altar y el mosén, pero el ajetreo en la casa se iniciaría a partir de las nueve de la mañana.
Justet y Emili fueron los más tardíos en marcharse, el último se apoyaba en el primero pues era incapaz de andar por si mismo en línea recta debido al cava ingerido, le había entrado ya el sopor que le dejaría aletargado en poco tiempo.
Salieron ambos de la casa, agarrados por los hombros y cantando todavía a grito pelado villancicos, perdiéndose sus voces en la plácida y silenciosa noche navideña. Había finalizado el temporal de nieve, las nubes se diseminaron abriendo un gran boquete en el firmamento que permitía divisar un cielo negro y tachonado de brillantes estrellas. Para nosotros los de confesión católica, ésta mágica noche en la que conmemoramos el nacimiento de Jesús, tiene muchos significados, pero principalmente significa: paz, amor y buena voluntad entre los hombres, sean de la confesión que sean, es la noche que nos hace más propensos en amar y comprender a nuestros semejantes.
Caímos rendidos en la cama, la actividad del día había sido trepitante, Laura y yo habíamos bebido algunas copas de cava y al no estar habituados nos hizo su efecto, abrazados nos quedamos dormidos inmediatamente como dos bebés.
La mañana amaneció limpia de nubes, brillante y despejada, el cielo en deferencia a nosotros, se había vestido con su mejor gala, de azul lustroso, la nieve caída durante la noche, daba al paisaje un aspecto totalmente distinto para mi, que solo conocía el pueblo en época veraniega, me pareció que me había trasladado a un lugar desconocido. Desde el ventanal de nuestra habitación a través de los empañados cristales se divisaban todos los tejados de las casas de pueblo de un albo inmaculado solo interrumpido por el humo de las abundantes chimeneas, el silencio era total, hacía tanto frío que ni los gallos se atrevían a cantar. Se me ocurrió abrir la ventana de par en par con la intención de ventilar
el aire de la habitación, la cerré inmediatamente, el airecillo que entró era tan helado que cortaba la cara.
Alguien llamó un par de veces a la puerta de nuestra habitación, me puse el abrigo de piel de antílope que había comprado en Boston por encima del pijama y fui a abrir, era Eulalia que iba llamando a todos para advertir que el desayuno estaba ya dispuesto en la amplia y confortable cocina. Laura entraba en el baño y aproveché la ocasión para darme una ducha con ella, todo era nuevo para nosotros, dejé el rasurado de mi barba para más tarde, mi estómago me pedía alimento.
Bajamos a desayunar, en la cocina, sentados alrededor de la larga mesa de nogal se hallaban ya mis padres con mi hermana y la señorita Amelia, ellos habían madrugado bastante más que nosotros dos. Mientras desayunábamos Laura y yo, con la ayuda de mi hermana, revisábamos la lista de invitados. Casi una hora más tarde, llegó una camioneta con varios empleados del restaurante de Vic al que habíamos encargado el menú nupcial, ocuparon la cocina y tuvimos que finalizar a toda prisa de desayunar.
Subimos a nuestra habitación para vestirnos, Laura y yo cogimos el Citroën y fuimos a la estación del ferrocarril en Vic, para recoger algunos invitados, especialmente a Edu y Beppo y sus respectivas, otros fueron llegando escalonadamente por sus propios medios, todos se reunieron en la casa. En el entretanto los empleados del restaurante habían instalado una larga mesa que formaba una U en el gran salón de estar de la casa, quedaba francamente bonita con los manteles en color salmón suave, candelabros de tres brazos de plata con velas del mismo color que los manteles y unos pequeños ramilletes de flores a todo lo largo de ésta. Los de la floristería la tarde anterior habían adornado la casa y la iglesia primorosamente.
Maite, con Justet y Emili, se unieron a nosotros ofreciéndose para colaborar en algún menester. Laura les agradeció su amabilidad y les encargó que atendieran a los invitados que iban llegando. Al igual que Laura, yo había invitado a algunos compañeros de estudios.
Alrededor de las doce Laura acompañada de mi hermana y de nuestra futura cuñada Helena y también su hermana Beatriz, fueron a ayudar a vestir a la novia, yo hice lo propio en otra habitación, pero en mi caso lo hice solo, sin compañía. Me asomé a una de las ventanas que daban a la plazoleta, vi a algunos vecinos armados de palas apartando la nieve caída durante la noche formando un sendero entre la casa Soladrigas y la iglesia. Cuan estimados éramos, pensé.
Después de afeitarme miré el reloj y vi que faltaban pocos minutos para ir a la iglesia, mi madre, como es tradicional en estos eventos, iba a llevarme hasta el altar, subió a por mi, estaba muy elegante estrenaba un vestido de color azul añil y un grueso abrigo negro, que le había confeccionado una modista y amiga vecina.
-Guillermo, ¿estás a punto?-, preguntó asomándose por la puerta, se la notaba nerviosilla y un poco acelerada.
-Si mamá, entra por favor, estoy ya vestido, solo me falta hacerme el nudo de la corbata-.
-Que guapo y distinguido se te ve hijo, este traje oscuro te favorece mucho, vas a ser el novio más guapo del mundo-, me dijo llena de amor maternal.
-Gracias mamá, pero estás algo ciega, soy el novio más feliz del mundo-, la corregí. En verdad era un día de inmensa felicidad, en unos segundos vinieron a mi mente algunas imágenes de mi infancia y adolescencia. Cuanto tenía que agradecer a Dios por haberme permitido llegar hasta aquí, susurré.
-¿Me dices algo hijo?-, preguntó mi madre.
-No, mamá hablaba conmigo mismo-.
Entró Joaquín sin apenas llamar a la puerta, -Guillermo ¿estás preparado?- preguntó. El era el encargado de llevar al altar a su hermana en substitución de su fallecido padre y también del abuelo.
-Si, acabo de anudarme la corbata y estaré listo-.
-¿Oye, no tienes un abrigo que ponerte?, fuera hace un frío que pela, de salir así vas a pillar un soberbio resfriado.
-Pues no, solo tengo el chaquetón de piel que me compré en Boston-.
-Pero esto no puedes ponértelo, no pega ni con tu vestimenta ni para la ocasión. Aguarda, tengo una idea, ahora regreso-.
Se marchó, mi madre y yo quedamos mirándonos sin comprender que pensaba hacer el que en pocos minutos iba a ser mi cuñado.
Regresó unos pocos minutos después. Llevaba colgado de un brazo una capa negra española. – Toma, pruébatela, era de mi abuelo, se la ponía cuando se vestía de etiqueta para asistir a las representaciones de ópera en el Liceo-, me dijo entregándomela.
Realmente era una capa preciosa, estaba forrada por su cara interna de tejido de seda natural en color rojo pasión, que hacía gran contraste con el negro azabache del tupido tejido exterior. Me ayudó a ponérmela sobre los hombros, me quedaba impecable, posiblemente su abuelo tendría mi misma talla, olía ligeramente a naftalina, pero el aire ya cuidaría de evaporarlo. Llevaba un cierre o broche de plata en la parte superior, con el fin de que no resbalara del cuerpo y se sujetara firmemente sobre los hombros. Quizás no fuera la prenda más apropiada para la ocasión, pero confieso que me quedaba muy bien, ande yo caliente… pensé, me sentí muy confortable dentro de esta elegante prenda.
-¡Venga, andad, deberías estar ya de pié frente al altar aguardando la novia, el mosén debe estar más nervioso que vosotros dos!-, salió de la cámara echando una fuerte risotada.
-Vamos hijo, estarán ya todos los invitados en la iglesia, no les hagamos esperar-.
Le brindé mi brazo y bajamos ceremoniosamente las escaleras hasta llegar al gran salón, que estaba ya con la mesa perfectamente puesta y engalanada. Qué feliz me sentía.
Al salir por el jardín hacia la verja de la calle, el frío hacía notar su presencia, crucé una parte de la capa cubriéndome el pecho cayendo el extremo por encima del hombro, definitivamente pude comprobar que era una prenda que abrigaba mucho.
Caminamos hasta la iglesia por el sendero que habían abierto algunos voluntariosos vecinos, andábamos con sumo cuidado ya que el pavimento estaba algo helado a pesar del sol que recibía.
Llegamos en un instante a la puerta de la iglesia, al entrar, todos los asistentes silenciaron el murmullo que generaban sus conversaciones, se dieron la vuelta para mirarnos. Mi madre y yo entramos con paso firme cogidos del brazo avanzando en dirección al altar.
Algunos de mis compañeros me guiñaban el ojo a guisa de broma, otros como Beppo, se atrevió bromeando, claro está, a darme el pésame.
Nos situamos en un lado del altar, junto a unas sillas y reclinatorios que el mosén había dispuesto, me despojé de la capa y la dejé doblada en una cercana silla, Maite, mi gran amiga Maite, se acercó a nosotros, le dio un beso a mi madre, luego vino a mi, estaba divina, llevaba un vestido color malva que hacía resaltar todavía más su belleza y particularmente el rubio oro de su cabello, me pareció atisbar en su semblante una sombra de tristeza, pero obvié ello, me dio un beso en cada mejilla y regresó a su asiento de primera fila junto a sus padres y hermanos, de vez en cuanto me miraba y me regalaba una suave sonrisa, intuía que ella estaba pasando por unos momentos no demasiado gratos.
Repentinamente, sonó la marcha nupcial de Mendelsson procedente del órgano de la iglesia, la señorita Amelia se había hecho cargo de la música. Un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral al ver aparecer por la puerta a la bellísima Laura acompañada del brazo de su hermano. Estaba radiante como una diosa, caminaba con gran solemnidad y mantenía su espalda erguida como solía hacer en las grandes ocasiones.
Fuera del templo en la plazoleta, se había congregado casi todo el pueblo para ver a la novia, la jalearon con piropos : -¡guapa!-, -¡que seáis muy felices!-, para luego aplaudirla todos al unísono, más tarde Laura me contaría el hecho y me confesó que se sitió algo avergonzada por el clamor popular. -Probablemente aquellas buenas gentes les parecería estar viendo unas páginas de la revista Hola, en vivo-, le dije bromeando.
Joaquín dejó a su hermana frente al altar, en el centro, Laura llevaba todavía el velo nupcial echado por delante del rostro, pero a pesar de ello, irradiaba belleza, bondad y su principal característica: serenidad.
Me acerqué a ella lentamente saboreando aquel momento que estaba viviendo, una gran emoción me embargaba, creí enajenarme de felicidad. Nos quedamos uno frente al otro mirándonos a los ojos en silencio, como tantas otras veces habíamos hecho, me obsequió con una dulce y suave sonrisa, a pesar del velo que le cubría el rostro, pude ver como brillaban de fulgor sus grandes ojos.
Nos volvió a la realidad el discreto carraspeo del mosén que ya se había situado frente a los dos con un pequeño librito de oraciones y una cuartilla de papel mecanografiada con las frases del ritual escritas. -Cuándo gustéis podemos iniciar la ceremonia parejita-, nos dijo con una sonrisa algo socarrona.
……….Y tu Guillermo, ¿quieres por esposa a Laura, para………?, y tu Laura, ¿quieres por esposo a Guillermo, para………………….?. El mosén nos acercó una bandejita con los anillos que siguiendo el ritual eclesiástico nos pusimos en sendas manos, luego con su mano derecha hizo la señal de la cruz bendiciendo nuestra unión con las palabras reglamentarias : "Ego conjungo vos in matrimonium in nomine Patris, et Filii et Spiritu Sancti. Amén". Ahora Laura se alzó el velo, lucía un rostro radiante de plena felicidad, yo no me quedaba corto, había llegado a la cumbre de mis deseos por tantos años anhelados, no pude contener por más tiempo mi gozo, allí ante el altar y casi exento de recato, estreché a mi reciente esposa contra mi pecho y le di un apasionado beso, al que ella correspondió. Fue la chispa que hizo explosionar a nuestros jóvenes amigos asistentes en la ceremonia irrumpiendo todos al unísono en una salva de aplausos. Nuestro amigo el mosén sonreía apaciblemente.
Luego ya en casa y durante el banquete se sucedió la alegría y el buen humor, de ello cuidaron mis dos amigos Beppo y Edu, bien secundados por el resto de gente joven.
CAPÍTULO XXº
New York, New York….
Me sorprendió que al día siguiente de nuestra boda recibir un telegrama que Julius me enviaba desde Boston, alguien le habría comunicado nuestro enlace. Le abrí, me felicitaba por nuestra boda y me decía que estaba ansioso de conocer a mi esposa, añadía además que a mi regreso tenía muy buenas noticias que darme. Se lo mostré a Laura, -que atento es tu alumno, también yo tengo interés en conocerle a el, y también a su peculiar familia, me has contado tanto de ellos que es como si ya les conociera a todos-.
-A nuestra llegada, buscaremos un apartamento más espacioso que el que ahora tengo en la residencia del Campus, es pequeño, una sola pieza, con un pequeño baño y sin teléfono dentro de ella, para llamar se debe salir al vestíbulo, no sería nada cómodo para ti-.
Nos habíamos aposentado en la espaciosa casa de San Gervasio, era una casa sumamente cómoda y confortable, al tiempo que elegante, teníamos pocos días de estancia en Barcelona, con Laura fuimos a una agencia de viajes próxima a por su billete de avión, tuvimos la fortuna de que la señorita que nos atendió, lograra billete en el mismo vuelo que el mío además de situarnos en asientos contiguos. Procuramos visitar en estos pocos días a la familia y amigos.
Teníamos cerrado el regreso a los EE.UU. para el día ocho de Enero.
El día de nuestra partida Joaquín y su novia Helena nos acompañaron al aeropuerto. Joaquín había cambiado mucho desde que yo marché a Boston, se había convertido en un muchacho más afable y comunicativo, Laura en más de una ocasión me lo había comentado. Yo me encontraba muy cómodo en su compañía y añado a ello su futura esposa Helena, que justo es decir que además de ser una bella y elegante muchacha, tenía una gran cultura, destacaba además por su bondad, participaba en muchas obras sociales de beneficencia era además Dama de la Cruz Roja Española. Un cielo de mujer. Sin duda iban a ser muy felices.
Nuestro vuelo desde Madrid salía por la mañana temprano, pernoctamos el día anterior en la capital y tuvimos oportunidad de visitar el famoso museo del Prado, una de mis asignaturas pendientes, estuvimos de visita durante casi cinco horas, aprovechamos comer algo ligero en la propia cafetería-restaurante del interior del mismo, era muy práctico ya que no obliga a salir al exterior del museo y se aprovechaba ampliamente la visita. Laura era también una gran aficionada al arte, de hecho era bastante más entendida que yo, ella había tenido la oportunidad de hacer unos cursos de dibujo y pintura en la prestigiosa academia de arte, conocida por la Escuela de Arte Massana, mi cultura artística se basaba en haber leído algunos libros sobre arte pictórico, y contemplado algunas exposiciones de pintura en alguna sala especializada de Barcelona.
El vuelo hasta Nueva York fue muy apacible, y la fortuna nos fue favorable, la fila de nuestros asientos coincidía con una de las puertas de emergencia del aparato, con lo que la distancia entre nuestros dos asientos y los anteriores era bastante más holgada que en el resto, permitiendo poder estirar con toda comodidad las piernas. Alrededor de dos horas de vuelo, Laura pudo conciliar el sueño, la eché por encima una de las ligeras mantas que estaban a la disposición de los pasajeros y me la quedé mirando por un buen rato, era un ser inigualable, uno de los generosos regalos que la naturaleza me había deparado.
Le pedí a la asistenta de vuelo un refresco de cola, y me senté de nuevo en la butaca junto a mi amor que dormía ya ahora profundamente. Nueve horas y poco más invirtió el aparato en cruzar de un continente a otro, por la megafonía el comandante nos anunció la próxima llegada al aeropuerto de La Guardia, en Nueva York. Poco después el avión fue perdiendo altura al mismo tiempo que describía un prolongado arco para ir situándose en la línea de la pista de aterrizaje, permitiéndonos por la ventanilla de nuestra derecha que divisáramos la isla de Ellis en la que se halla la estatua de la Libertad, obsequiada por Francia a los Estadounidenses en conmemoración a su independencia en al año 1876, diseñada y construida por el prestigioso escultor Frederick Auguste Bertholdi. Cinco minutos más tarde tomábamos tierra.
Después de pasar el control de pasaportes e inmigración, tomamos un yellow cab, uno de los miles de taxis amarillos de la ciudad, que en tantas ocasiones habíamos
visto en los films que nos llegaban a Europa procedentes de este gran país. -Tengo la impresión de estar viviendo una película-, me dijo Laura sonriendo y agarrándome del brazo mientras caminábamos en dirección al lugar de estacionamiento de los taxis, yo llevaba nuestras dos voluminosas y pesadas maletas en uno de los carritos metálicos de la Terminal y Laura portaba un neceser de viaje en el que habíamos metido nuestro dinero, los pasaportes y las joyas de ésta. -Laura, te recomiendo que no sueltes en ningún momento el neceser, en estos centros de gran concentración de viajeros, es donde los cacos suelen actuar-, le advertí.
Saboreamos el paseo con el taxi hasta la isla de Manhattan, Laura estaba muy nerviosa y entusiasmada, el conductor nos dejó en la puerta de entrada del hotel que la agencia de viajes nos había reservado, el Hotel Roger Williams, en Madison Av. Esquina con la calle 31, en la zona de Murray Hill un barrio bastante distinguido, muy cercano a la Estación Central, el SoHo y a dos pasos del rascacielos Empire States.
Después de registrarnos en la recepción, un botones uniformado nos llevó las maletas a nuestra habitación, le di una generosa propina de cinco dólares y el muchacho se marchó tan contento. Habíamos reservado cuatro días de nuestras mini vacaciones para visitar la gran metrópoli americana, el centro mundial de casi todo, vanguardia de la modernidad arquitectónica e ingeniería entre muchas otras cosas. Era asombroso ver como crecía el número de grandes edificaciones con las caras exteriores completamente forradas de vidrio, los europeos los habíamos bautizado con el nombre de "rascacielos o colosos de cristal".
Después de una buena ducha, nos dimos una amorosa y reconfortante siesta. Luego organizamos la primera visita a la ciudad. Antes de salir llamé por teléfono a mi amigo y alumno Julius, le noté sumamente contento de recibir nuestra llamada, me preguntó cómo teníamos previsto desplazarnos hasta Boston. -Pensamos hacerlo en ferrocarril, tenemos la estación Central casi al lado mismo de nuestro hotel-.
-Voy a venir a buscaros con mi automóvil, hace mucho tiempo que no voy a Nueva York y realmente me apetece mucho-.
-Pero Julius, no debes molestarte por nosotros, te lo agradecemos igualmente-.
-No hay más que hablar Guillermo, ya lo he decidido, voy a por vosotros el sábado próximo, dime el hotel en que estáis hospedados-.
No me dio otra opción, le di las señas del hotel y nos despedimos. No me atrevía a preguntarle por el estado de las relaciones con su progenitor, creí que no era una pregunta ni la ocasión para hacerlo a través del teléfono.
-Anda vamos, la primera visita la efectuaremos al edificio más alto del mundo inaugurado en 1931, el Empire State-, le dije a Laura que en aquel momento luchaba intentando abrocharse, sin demasiado éxito, la fila de botones del vestido de su espalda. Me acerqué a ella y le finalicé la tarea en la que se había metido, mientras le abrochaba los botones fui besándola por el cuello y por sus pequeñas y bien formadas orejas, motivo por el que nuestra salida se demoró algo más de una hora……
Nos abrigamos bien y salimos a la calle, tuvimos la fortuna de que a pesar del frío que hacía, el día era muy claro, exento de nubes, lucía el sol pero éste casi no tenía fuerza, quizás estaba exhausto por los esfuerzos realizados durante la estación de verano, apenas calentaba. En nuestro paseo pasamos por delante del edificio del ayuntamiento y luego torcimos por la 5ª Avenida, al doblar la esquina apareció a nuestra vista el impresionante coloso de cemento y acero, símbolo y orgullo de la ciudad y de los norteamericanos, como denunciaba su nombre: Estado-Imperio.
Un policía patrullero al que preguntamos para visitar el singular rascacielos, nos informó amablemente que debían comprarse tickets para que permitieran subir hasta el piso 102 en el que se halla el observatorio para el público. Los adquirimos en el mismo edificio, pero tuvimos que aguardar casi treinta minutos de cola hasta poder tomar el ascensor que nos llevaría a la cumbre. Mientras ascendíamos, Laura me recordó: -Creo que fue en la película titulada "Tu y Yo", en la que los protagonistas al final del film debían encontrarse precisamente en el piso 102 del edificio-.
-Llevas razón, si no me traiciona la memoria creo que los protagonistas fueron Deborah Kerr y Cary Grant, la vi pero la recuerdo muy vagamente, era algo romántica pero no finalizaba demasiado bien-.
-Si, ha sido filmado en muchas otras ocasiones, en King Kong también salen escenas célebres-, abundó Laura gran aficionada como yo al cine.
Entramos en uno de los 73 ascensores del edificio con otras quince personas, que nos llevaría hasta la azotea a casi 450 metros de altitud. Nos impresionó con la velocidad que se desplazaba en busca del piso 102, así como la desaceleración que se experimentaba a los pocos metros de llegar al final del recorrido.
La panorámica que se divisaba desde la azotea solo era comparable con la de un avión, por fortuna nuestra, el día era sumamente claro y podía divisarte todo el paisaje con excelente nitidez. Allá arriba el aire y el frío penetraba por todos los resquicios de nuestras ropas, Laura se acurrucó a mi intentando protegerse del mismo, no resistimos más de diez minutos, en el primer ascensor que llegó descendimos de nuevo hasta llegar al gran hall de mármol de la puerta que daba a la 5ª Avenida.
Entramos en una tienda de ropa para adquirir unos guantes de piel y gorros de lana con orejeras para ambos, con los que nos resguardaríamos algo más del frío, probablemente andábamos muy cerca de los cero grados centígrados, que con el airecillo que corría, multiplicaba el efecto en nuestros rostros y orejas.
Seguimos caminando y bromeando por la quinta Avenida, éramos felices y gozábamos de la vida con toda la capacidad que nuestras almas eran capaces, caminábamos cogidos de la mano como dos adolescentes enamorados, besándonos de vez en cuanto entre el trajín de la gente en las aceras de la mundialmente famosa avenida.
Unos minutos después de nuestra andadura, llegamos al cruce con la calle 57th, en la que se halla la entrada de la joyería Tiffany´s & Co., habíamos llegado allí casi sin darnos cuenta. Laura se quedó boquiabierta ante la majestuosidad de la impresionante fachada de mármol negro del famosísimo establecimiento y la figura hercúlea sosteniendo un gran reloj sobre la puerta, que confería una extraordinaria sensación de fortaleza inexpugnable al establecimiento. -Guillermo, tengo la impresión de como si estuviera viendo salir por la puerta de la joyería a la actriz Audrey Hepburn, con gafas oscuras y con la música de fondo de Moon River en la película "Breakfast in Tiffany´s"-, dijo Laura llena de un inusitado entusiasmo que hasta entonces era por mi desconocido.
Empujamos la puerta giratoria para entrar en el establecimiento, con el simple afán de gozar de las obras de arte en joyería que allí siempre son exhibidas, al fondo de la planta baja entramos en el ascensor de madera barnizada; second floor please, le dijimos al ascensorista. Estuvimos más de una hora y media gozando de tantas y tantas joyas en múltiples formas, probablemente era el único lugar en el mundo donde tanto arte orfebre se reunía.
Desde que salimos del hotel, habían transcurrido algo más de tres horas. El airecillo había casi amainado totalmente, y con él, la sensación tan ingrata del frío que hacía que el paseo callejero fuera más soportable. Nuestros estómagos comenzaban a inquietarse, llevábamos varias horas sin ingerir ningún alimento. En una librería adquirimos una guía de Nueva York editada para turistas, consultamos las páginas que correspondían a la zona a la que nos hallábamos en busca de un restaurante. Mientras estábamos en ello, Laura vio en una esquina cercana, un vendedor con uno de los típicos carritos de hot dogs, -¿te apetece comer como lo hacen muchos de los oficinistas neoyorkinos?- me preguntó.
La miré algo sorprendido por lo inesperado de la proposición, ella me señaló el carrito del vendedor ambulante, acepté con una sonrisa. De sobra sabía que Laura estaba gozando mucho de aquella breve estancia en la ciudad capital del mundo civilizado, en más de una ocasión me había confesado su admiración por Nueva York y por el peculiar estilo de vida que había visto en las muchas películas del cine americano que invadían nuestras pantallas.
Nos acercamos al carrito y pedimos dos bocadillos de salchicha que complementamos nosotros mismos con abundante mostaza, acompañamos al "exquisito" ágape con unas bebidas refrescantes, Coca Cola, naturalmente. De pié junto al carrito mientras dábamos buena cuenta del "hot dog", charlamos con el "propietario del negocio", un colombiano que llevaba apenas un año viviendo en la Gran Manzana. Nos contó que apenas malvivía con el negocio del carrito, estaba deseoso de reunir el dinero suficiente para retornar a su país, -allí siempre luce el sol y la gente es amable con uno-, nos dijo con aire de tristeza.
Yo sabía por propia experiencia lo duro que era vivir lejos de los seres queridos y del lugar donde uno ha nacido, esta es una sensación muy poco frecuente en los norteamericanos, más dados a independizarse de los suyos a la mayoría de edad.
Proseguimos nuestro recorrido como dos turistas más, algo más allá quedaba el Rockefeller Center, a dos pasos de Broadway y del conocidísimo Central Park, sus diecinueve imponentes edificios en los que se hallan restaurantes, hoteles, cinemas, tiendas de todo género, y el mundialmente y famoso Radio City Music Hall, hicieron nuestras delicias. Laura se enamoraba de todo, estaba tan impresionada que reaccionaba con la espontaneidad de una adolescente, yo la miraba con gozo y felicidad. Una vez más daba gracias al Todopoderoso por haberme puesto en mi camino aquel delicioso ser.
Nos causó gran impresión el gigantesco árbol navideño plantado en mitad de la plaza principal del Centro, un neoyorkino que acompañaba a sus nietecitos y que estaba también observándolo encandilado, nos contó que todos los años, era tradicional traer desde las lejanas Montañas Rocosas, un ejemplar de grandes dimensiones para adornar la plaza durante las fiestas navideñas. Buscamos un lugar allí mismo para dar reposo a nuestros fatigados pies, yo tenía los pies rendidos. Localizamos en una esquina un banco de madera en el que nos aposentamos. Comenzaba a oscurecer, repentinamente se prendieron las luces del gigante, y miles de pequeñas bombillas lucieron dando color y forma a éste. Un espectáculo inigualable. Nos quedamos los dos mirándolo embobados, como dos campesinos recién llegados a la gran urbe.
Al marcharse el sol, la temperatura bajó en picado, un gran termómetro lumínico, indicaba 17º Farenhait, alrededor de -8º centígrados. Laura se enrolló al cuello una gruesa bufanda y con parte de ella se hizo una especie de capucha que le cubría algo la cabeza y sus pequeñas orejas, yo llevaba mi abrigo de antílope y el gorro estilo David Crocket de piel de zorro, que me calé hasta casi cubrir las orejas a pesar de los gorritos de lana que habíamos comprado.
Descansamos unos veinte minutos y ateridos por el frío decidimos regresar al hotel para reconfortarnos. Cuarenta minutos después entrábamos por la puerta de éste. Le sugerí a Laura que subiera a la habitación, yo iba a ir en unos minutos, me excusé diciéndole que me quedaba a comprar unas postales para enviar a la familia y amigos, se fue al ascensor y me dejó en mitad del hall.
En realidad el fin era quedarme solo, no deseaba solamente adquirir unas postales, quería darle aquella noche una sorpresa. Me dirigí al mostrador de recepción y pedí que me facilitaran el teléfono del restaurante del famoso hotel: The Waldorf Astoria el de las mil quinientas habitaciones , el propio recepcionista se ocupó de efectuar la reserva de mesa en el selecto restaurante, por él habían pasado y pasaban todavía, personalidades del mundo de las artes, de la política, de la cinematografía y la ciencia, diré más, el tristemente famoso gangster Al Capone, solía frecuentarlo cuando se hallaba en Nueva York.
Adquirí una docena de postales y subí a la habitación. Laura estaba a punto de entrar en el baño para tomar una ducha, aproveché la ocasión y me metí con ella dentro de la amplia bañera, nos reímos y jugueteamos hasta la saciedad.
-Laura, ponte el mejor y más elegante de tus vestidos, vamos a cenar fuera-, le dije.
-Pero querido, si estamos rendidos de cansancio-, respondió abrazándose a mi y besándome.
-Tú haz caso a tu maridito-, le dije bromeando.
Creo que intuyó que le preparaba algo especial. Se puso un bonito vestido de color rojo pasión con atrevido escote palabra de honor, que dejaba sus bellos hombros al aire, provocando que su belleza natural fuera todavía más relevante, le pregunté ¿qué sostenía que el vestido no se cayera para abajo", me respondió que era simplemente el pudor. Mientras me ponía el traje oscuro que estrené para nuestra boda, la admiraba embelesado.
Alrededor de las ocho bajamos al hall del hotel, salí a la calle y llamé un taxi. -Al 301 de Park Avenue por favor-, le dije al conductor. Laura me miró con ojos de asombro preguntándome : -Pero Guillermo, puedes decirme ¿dónde vamos a cenar?-.
-Es una sorpresa querida, pero se que será algo que recordarás toda la vida-. Me besó una y mil veces, por el rabillo del ojo puede ver a través del espejo retrovisor del conductor como éste se sonreía.
El tráfico aquella hora era denso y nuestro taxi avanzaba con bastante dificultad, este problema todavía no lo teníamos en las grandes ciudades de España, claro está que Nueva York es una ciudad de casi ocho millones de habitantes. En unos treinta minutos el vehículo paró en la puerta principal del Waldorf.
Elegante pero recargado, en su interior el arte se palpaba por todos los rincones, desde el suelo al techo, el mobiliario exquisitamente cuidado, y el edificio de estilo art deco, han hecho de éste establecimiento, el más famoso del mundo durante algo más de un siglo, un sin fin de escenas de famosas películas de cine han sido filmadas en sus dependencias o reproducidos en algún estudio cinematográfico y en varios de sus más conocidos salones.
Cruzamos el amplio lobby del hotel para dirigirnos al selecto restaurante. Cabe confesar que desde que uno entra al recinto, la exquisitez de trato y amabilidad, es norma en todos los empleados del Waldorf, proverbial diría. El recepcionista me pidió el nombre, acto seguido consultó una lista que tenía sobre un elegante y dorado atril, a continuación llamó un camarero ordenándole que nos acomodara en una de las mesas centrales, -les deseo que tengan ustedes una jornada placentera en nuestro restaurante-, nos dijo con total naturalidad, como si fuésemos clientes habituales del establecimiento. Este detalle hace sentirte bien y cómodo. La cena no podía comenzar mejor.
Me olvidaba de significar que la belleza y porte de mi adorada esposa Laura, no pasó desapercibida por algunos caballeros y damas del restaurante, en la mesa inmediata a la nuestra, el matrimonio que la ocupaba cuchicheaban creo que respecto a nosotros. La dama nos lanzó una suave y agradable sonrisa, la correspondimos ambos con un movimiento de cabeza a modo de saludo.
Unos segundos después se acercó el camarero para preguntarnos si deseábamos que nos sirviera algún aperitivo en el entretanto seleccionábamos la comida que nos apetecería. Nos entregó un par de cartas encarpetadas con cubiertas de fina piel e iniciamos la selección de platos. Después de un tiempo prudencial se acercó el Maïtre que vestía de smoking y que con gran amabilidad nos preguntó si ya habíamos tomado partido por algún plato en especial…………………….
CAPÍTULO XXIº
En Boston…..
Los días de nuestra breve estancia en la Gran Manzana, fueron emotivos, intensos e inolvidables, llenos de amor y felicidad, con mil anécdotas habidas que algún día podríamos contar a nuestros nietos.
El viernes al mediodía, teníamos intención de almorzar en el restaurante de nuestro hotel, estábamos agotados y preferimos quedarnos aquella tarde en la habitación, así podríamos hacer las maletas pausadamente, sin prisas, a fin de tenerlas dispuestas para el día siguiente, sábado, día en que venía a por nosotros Julius.
Sonó el teléfono de la mesita de noche, lo atendí yo mismo. -Guillermo soy Julius-.
-Hola Julius, ¿dónde estás?- .
-Estoy en el hall de tu hotel, acabo de llegar ahora mismo, ¿habéis almorzado?-.
-Pues no, todavía no, íbamos hacerlo ahora en el restaurante del mismo hotel-.
-Si me permites, os invito yo, y no admito réplica-, me dijo cordialmente.
-Ahora mismo estamos contigo, aguárdanos en el restaurante, vete pidiendo mesa para los tres-.
Laura se cambió de atuendo, sabía por mi de los refinados gustos de nuestro amigo americano y deseaba causarle una buena impresión, la secundé en ello.
Vimos a Julius sentado en una de las mesas del casi lleno restaurante. Al vernos se levantó de inmediato acercándose presuroso a saludarnos y darnos la bienvenida, como siempre su atuendo era impecable.
Se abrazó a mi y en su abrazo pude notar que realmente estaba contento de volver a verme.
-Querido Guillermo, te hemos echado todos mucho de menos-, me dijo mirándome a la cara sin acabar de soltarme del abrazo. Sonreía como no le había visto nunca hacerlo. Laura se había quedado algo desplazada tras de mí.
-Oh, discúlpame Julius, permíteme que te presente a mi esposa Laura-, le dije, mientras me daba la vuelta y tomaba de la mano a Laura para acercarla a nosotros dos.
Julius la miró unos segundos y acto seguido le cogió una de las manos para besarla con gran delicadeza. -No puedo más que felicitarte por la elección. Realmente tenías razón cuando nos hablabas de la preciosa mujercita que te aguardaba allá en tu país para casaros-, dijo todo esto sin soltar todavía la mano a Laura mientras la miraba a los ojos. -Me atrevería a decir Guillermo, si me lo permites, que te habías quedado algo parco en ello-.
-Que galante eres Julius-, le respondió Laura.
-Parte de esta galantería la aprendí hace algún tiempo de tu esposo. El es un maestro en el arte del trato refinado con las damas, recuerdo que en cierta ocasión, en una reunión familiar nos dio toda una disertación sobre el arte y el modo de besar la mano a una dama, a si como de los muchos significados que puede entrañar-. -¿Pero que hacemos aquí de pie? sentémonos y permitidme que haga de anfitrión vuestro-.
Ayudó galantemente a Laura acercándole la silla al sentarse, haciéndolo él a continuación. Me fijé en Laura, la noté que sentía cómoda con la presencia de Julius, le había caído bien, era un muchacho culto, elegante y sumamente educado, algo a lo que ella estaba habituada.
Elegimos la cena, y en el entretanto dábamos buena cuenta de ella, manteníamos una animadísima conversación, procuré llevar la misma por cauces en los que Laura tuviera opción de intervenir. En un momento de la misma, Julius me dijo : -Sabes Guillermo que aun siendo distintas, Laura me recuerda muchísimo a mi madrastra Margaret-.
-No te desmiento, tienen bastantes cosas en común, ambas son de porte distinguido, elegantes, inteligentes y refinadas-.
-Vais a lograr que me salgan los colores en las mejillas con tanto halago-.
-No, Laura, es cierto cuanto Guillermo dice, ya tendrás oportunidad de conocer a Peggy, como la llamamos familiarmente, y comprobarás la veracidad de lo que tu esposo acaba de contar-.
-Por cierto, amigo, ¿Qué tal andan las relaciones con tu padre?-, le pregunté.
Julius, se quedó unos segundos pensativo frunciendo ligeramente el ceño, como si fuera a concentrarse en la respuesta a mi pregunta. Cogió el vaso de agua y bebió un sorbo.
-Verás, diría que se han suavizado, la mano persuasiva y diplomática de Margaret creo que ha ablandado un poco las decisiones precipitadas e impulsivas de mi padre, quizás a la larga algún día podamos volver a ser lo que fuimos-, al finalizar la frase soltó un profundo suspiro.
-Pero, olvidaba la buena noticia que te anuncié por teléfono. Margaret me dijo que había influido en una de las compañías de la familia para que a tu regreso te ofrecieran el puesto de director del departamento de investigación-.
-Pero ¿de que compañía se trata?-. Pregunté bastante sorprendido.
-No sabría decirte, pero sé que se trata de una sociedad propietaria de varios laboratorios farmacéuticos, un gigante mundial del sector, ya te lo expondrá ella en cuanto estéis en Boston-.
-Bien, puede ser un excelente inicio para nosotros y una solución para afincarnos en los Estados Unidos por un largo período, ¿no te parece Laura?-.
Laura había estado un largo período de la conversación sin participar en ella, simplemente escuchando y observándonos.
-Creo que es una oportunidad excelente para ti Guillermo-, me dijo poniendo su estilizada y suave mano sobre la mía-, deberías estudiarla-.
-Bien cuando lleguemos a Boston llamaré a Margaret. Pero en primer lugar necesitamos mudarnos a otro apartamento, el de la residencia del campus es bastante pequeño e incómodo para dos, miraremos en el periódico la sección de alquileres de viviendas-.
-No debéis molestaros, en el mismo edificio en el que yo vivo, hay algunos apartamentos pendientes de alquilar, estoy seguro que os va a gustar, es una zona tranquila y muy bien comunicada con el centro de la ciudad. Los apartamentos son bastante espaciosos y modernos, mañana en cuanto lleguemos a Boston os los enseñaré-.
-Fantástico, ves Laura, no hay como tener buenos amigos-.
-Lo estoy comprobando Guillermo-, dijo esto mirándonos a ambos con una sonrisa que transmitía felicidad.
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