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La dama de la bicicleta (Novela) (página 7)


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El matrimonio Hagarty estaba sentado en uno de los sofás cercano a la prendida chimenea del hogar, Greg Hagarty mantenía en la mano un vaso de cristal tallado en el que flotaban algunos hielos en un líquido de color dorado, posiblemente whiskey, como le llaman los americanos al wihsky producido en el estado de Tennessy, luego me di cuenta que tuve un error de apreciación, procedía de una botella de viejo Antiquary escocés que había en la mesita auxiliar. A su lado su esposa Margaret o Peggy, como la llamaban todos, conversaba con una de sus hijastras, no se cual de ellas se trataba, no las conocía todavía, pero si pude observar que ésta miraba sin disimulo y con admiración al invitado de "honor" y a mi con cierta indiferencia, la señora Hagarty estaba resplandeciente, llevaba un cómodo traje chaqueta de franela gris muy fina, con pantalón que se le ajustaba muy bien en las caderas resaltando su elegante y todavía juvenil silueta, dándole un toque de elegante feminidad a la vez que práctico, blusa camisera de color rosa sumamente pálido y un elegante collar de dos vueltas de perlas negras, posiblemente australianas, que rodeaban su cuello largo y ágil, no llevaba excesivas joyas, creo que era una de esas mujeres que nunca se convierten en un escaparate de joyería, no tienen necesidad de ello, su personalidad y belleza superan a éstas con creces.

Me dirigió una mirada acompañada de una simpática sonrisa mientras me alargaba su mano a la que besé suavemente, gesto que retuvo la atención del resto de las féminas asistentes por ser de inusual práctica en la sociedad norteamericana.

Kitty, la más decidida y usando un cierto descaro preguntó el motivo de por que algunos europeos tienen la costumbre de besar las manos de las damas. Me sentí aludido y no tuve más remedio que dar una explicación al motivo.

-Verá usted señorita, el beso en el dorso de la mano a una dama puede tener muchos significados, el origen de su uso se remonta a la corte francesa del siglo quince aproximadamente. La nobleza besaba la mano de su rey en señal de respeto y obediencia, luego se extendió a que los caballeros lo hicieran a las damas de la corte, también como signo de admiración y de respeto, hoy se utiliza también por los caballeros de finos modales, para con las damas por las que sienten admiración, aprecio y respeto, éste es el caso. Otros significados muy distintos podría tener el de besar la palma de la mano de una dama-, añadí.

-Yo creía que este signo afectivo solo se hacía en las películas de espadachines-, dijo Kitty con toda la espontaneidad que la distinguía. -Y ya puestos a historiar el beso en las manos de las damas, ¿cuál sería el significado de besar un caballero la palma de la mano de una dama?-.

-A mi buen saber y por lo leído en múltiples libros de diversos autores, el beso en el interior de la mano de una dama, uno de los muchos significados que podría contener, sería el erótico o una invitación a ello-.

A todo ello intervino en la conversación el señor Hagarty, que dirigiéndose a Kitty y en un tono simpático pero al mismo tiempo de advertimiento le dijo: -Kitty, desacelera tus impulsos de esclarecimientos osculares en las manos de las damas, por que podría abocar a una conversación algo embarazosa-.

-Greg, querido, deja que diserten sobre cualquier tema, son adultos, en eso nos diferenciamos los americanos de los europeos, ellos son bastante más liberales y sinceros que nuestra sociedad-. El señor Hagarty se encogió de hombros y echó un largo trago a su bebida prendiendo luego un cigarrillo.

-Siga, siga disertando sobre ello doctor, me ha abierto usted el interés y la curiosidad por el significado de los besos-, apuntó la señora Hagarty.

-Si, si, continúe doctor, esto se está poniendo emocionantísimo-, secundó la inquieta Kitty, mientras se frotaba las manos.

Horace y Julius habían tomado asiento en un sofá junto a la señora Hagarty, las hermanas a las que yo llamaba por mis adentros, las ociosas, se levantaron marchándose del salón, poniendo como excusa que deseaban oír música, yo permanecí de pié entre el matrimonio Hagarty con un vaso de Coca Cola en una de mis manos. Estuve disertando un buen rato desde distintos ángulos, sobre los múltiples significados de los besos y también de las posibilidades de transmisión de enfermedades a través de ellos, resultó una amena y divertida reunión.

Una de las doncellas de la casa entró en el salón para indicarle a la señora que el almuerzo ya estaba dispuesto para ser servido.

La señora Hagarty se levantó y se colgó de mi brazo mientras me decía: . -Vamos doctor acompáñeme, se sentará usted a mi lado, quiero refrescar mi español y recordar la deliciosa estancia de mi juventud en su país-, me decía mientras me conducía al comedor.

De nuevo la proximidad de la señora Hagarty y el aroma a miel que desprendía era para mi el recordatorio de Laura.

Entramos en un salón de considerables dimensiones, en su centro se hallaba una larga mesa primorosamente dispuesta, en una de las cabeceras tomó asiento el señor Hagarty y a su derecha el invitado, Horace Pendelton. La señora de la casa se empeñó en que ocupara un sitio inmediato a donde ella se sentaba en el otro extremo de la misma. Dos fámulas de color, vestidas de uniforme apropiado, iniciaron el ritual de servir los alimentos iniciando siempre éste por el dueño de la casa.

El almuerzo transcurrió placentero y ameno, Kitty era una buena y dinámica conversadora que llevaba la iniciativa de los temas que se trataban, era realmente una muchacha culta e inteligente, las dos hermanas de Julius casi no participaron en ninguna ocasión, Horace era también un buen conversador, especialmente en arte, tema en el que rivalizaba con la señora Hagarty, Julius permaneció bastante reservado, intervino en muy pocas ocasiones en la conversación, se le notaba que estaba bajo una gran tensión.

Terminado el almuerzo, regresamos de nuevo al salón para tomar el café que sirvió una de las asistentas. El señor Hagarty sacó un grueso cigarro habano de una fina y elegante caja de madera noble que había sobre uno de los muebles del salón, creo que las llaman humidificadores, en ellas se conservan los cigarros en las mismas condiciones de humedad y temperatura que el tabaco precisa cuando está todavía en la planta. Efectuó todo un ritual antes de prenderle, el humo que desprendía era realmente aromático, a pesar de ello la señora Hagarty mandó abrir uno de los grandes ventanales del salón para que éste se aireara.

En un momento dado, Julius se puso en pié y solicitó la atención de los presentes. Casi todos quedaron algo sorprendidos ya que éste había permanecido en silencio en muchas fases de la tertulia. No obstante se hizo un silencio casi sepulcral, solo alterado por el ruido de la fuerte lluvia que en aquellos momentos caía en el exterior pegando en el alfeizar del ventanal abierto.

Julius hizo carraspear la garganta para aclarar la voz y al mismo tiempo para que le prestaran la atención necesaria. -Quiero aprovechar el momento en que está la familia reunida para haceros un manifiesto al que os solicito simplemente pongáis atención y tengáis comprensión a su contenido-, aquí hizo un momento de silencio aguardando captar totalmente la atención de todos, algunos de los asistentes se miraron entre si con cara de preguntarse el motivo de las palabras de Julius.

-Como todos los presentes sabéis, la amistad entre Horace y yo se origina desde que nos conocimos en los cursos precedentes a la universidad, con el paso del tiempo ésta a solidificado con mayor firmeza-. Aquí efectuó un silencio de unos segundos, que parecieron eternos, prosiguiendo:.-Hasta el punto de haber decidido de mutuo acuerdo, compartir un apartamento que alquilamos recientemente en una pequeña población cercana a la ciudad-. En este punto Julius volvió hacer otro espacio de silencio.

Kitty fue la primera en reaccionar. -¿Acaso no te encuentras cómodo en casa o con nuestra compañía?-, preguntó.

-No comprendo Julius el motivo de que tengas que ir a compartir un apartamento con un amigo cuando en tu propia casa tienes todo lo que se precisa-, repuso su padre con cierto aire de hombre intrigado, precisamente Greg Hagarty lo que más odiaba eran los acertijos y los misterios, y esto llevaba trazas de serlo, se revolvió algo inquieto en el butacón y dejó de chupar el puro que había

prendido. Volvió hacerse un nuevo silencio alterado solamente por las campanadas del reloj de peana que estaba adosado a una de las paredes del salón.

-Os lo voy a simplificar, en nuestra casa me siento muy cómodo y vuestra compañía es cálida y excelente, pero, Horace y yo sentimos algo que está muy por encima de la simple amistad que la de dos camaradas puedan experimentar, hasta el punto que no podemos vivir el uno sin la compañía del otro. ¿Habéis entendido ahora?-, dijo con voz serena y clara que quedó como suspendida en la sala.

Durante todo el tiempo permanecí de pie y estuve observando las caras de todos los presentes, al principio, fueron de sorpresa, en especial la del señor Hagarty que se revolvió en su asiento una vez más, las de las dos hermanas de Julius reflejaban indiferencia y la de la señora Hagarty serenidad.

A Greg Hagarty se le cayó al suelo el platillo y la taza del café que iba a sorber, el cigarro que fumaba lo dejó precipitadamente sobre la mesita que tenía a su alcance sin depositarlo en el cenicero, se levantó de su butaca como si de repente le hubiese impelido un resorte debajo de sus posaderas y con la cara enrojecida y la carótida hinchada, se dirigió a su hijo para decirle en tono subido e iracundo :. – ¡¡¿A caso intentas decirnos que sois un par de maricones? !!-.

-Papá, si prefieres llamarlo así, allá tu, pero te aseguro que nuestra decisión es firme y no retrocederemos bajo presión alguna-, aseveró Julius con firmeza y sin perder la serenidad.

-¿Pero habéis pensado por un momento la trascendencia y la repercusión social que ello puede reportar al buen nombre de las familias?-, arguyó el señor Hagarty.

-Nos atreveremos a correr este riesgo con todas las consecuencias que ello pueda reportarnos -.

-¿Pero es que a vosotros no os importan los demás?-.

-Naturalmente que si, precisamente por ello tomamos la decisión de irnos a vivir apartados de la ciudad de Boston, para evitaros posibles disgustos-, repuso mi alumno, cada vez con mayor aplomo. Me miró y le asentí con los ojos y un leve movimiento afirmativo de la cabeza, quería decirle con ello que andaba por buen camino su exposición.

La situación se convirtió tan tensa como la que la cuerda de un arco experimenta antes de lanzar la flecha. En este momento intervino la señora Hagarty . -Greg querido, esto nos es el fin del mundo, Julius es mayor de edad y responsable de sus actos, y añadiré más, pienso que hace tiempo que debería haberse emancipado, vivir su vida y, estar en paz con su propia conciencia-. Dijo todo esto cogiendo la mano de su hijastro al mismo tiempo que la acariciaba.

-Estoy de acuerdo en que la noticia ha sido una sorpresa para todos-, dijo prosiguiendo inmediatamente -pero simplemente eso, una sorpresa, no somos nadie para juzgar y crucificar a alguien, y en este caso se trata de tu propio hijo-, sentenció con firmeza la señora Hagarty, sin soltar la mano de Julius.

Llegados aquí, intervino Horace. -Podría añadir que si ello debe significar, como se está insinuando, un escándalo social, nos iríamos a vivir a Europa, donde son mucho menos hipócritas con el problema que aquí se plantea, allá, y en especial en Suecia, se superó hace ya algunos años y no tiene la repercusión social que aquí se le da-.

-Pero debéis pensar en el escándalo que generará en nuestra sociedad y el desprestigio, pensad que en ambas familias hay prominentes hombres públicos a los que puede llegar a afectarles profesionalmente- añadió el señor Hagarty en tono cada vez más alterado.

Al ver que no obtenía respuesta por parte de su hijo, ni la complicidad de nadie de los asistentes, salió del salón dando un sonoro portazo.

Las hermanas biológicas siguieron el mismo camino que su padre, Kitty se quedó, pero no sabía que determinación tomar, se la notaba confusa, posiblemente por que ella quizás tenía esperanzas matrimoniales depositadas con Horace y ahora veía que éstas se diluían, se quedó acurrucada en el sofá observando silenciosa el desarrollo de los acontecimientos.

La señora Hagarty, se levantó de su butaca y se acercó a Julius para abrazarle con verdadero cariño, estaba realmente emocionada, era una dama con gran sensibilidad. – Julius, hijo, creo que has hecho lo mejor que cabía hacer, exponer tu situación de frente, con toda la normalidad necesaria para el caso. Tu padre y tus hermanas están ahora muy sorprendidos y confusos, a la vez que disgustados, pero en el fondo te quieren y acabarán aceptando la situación, dejemos pasar unos días, yo hablaré con ellos para llevarles al campo de la comprensión, son inteligentes y a la vez humanos, la mejor terapia será el tiempo, acabarán aceptando vuestra situación, no tengáis la menor duda-. -¿No le parece doctor?-, dijo dirigiéndose a mi.

Yo había permanecido todo el tiempo en silencio, me limité simplemente a observar para ver el desarrollo de los acontecimientos. -Señora Hagarty, yo estaba al corriente de ello, y creo que Julius y Horace han hecho lo que debían. Tenían dentro de sus conciencias algo que les roía y por ello sufrían, eran sabedores del momento y el disgusto que sus familias iban a tener. Yo aconsejé a Julius que fuera sincero y que no dejara nada en su conciencia por decir. Peor hubiese sido que ocultando sus vidas fueran a saberlo sus familias por terceras personas y, pudiesen ser motivo de extorsión por este hecho-. -Estoy de acuerdo con usted señora Hagarty, el tiempo sanará todas las heridas abocándolos a la comprensión-.

Así estuvimos dialogando por más de una hora, Julius y Horace decidieron marcharse, comprendimos los que en el salón quedábamos que habían estado sometidos a una gran tensión y necesitaban poder estar juntos sin presiones externas que les influyeran. Se despidieron de nosotros, Julius abrazó a su madrastra, a la que el siempre llamaba cariñosamente Peggy, besó a Kitty y al llegar a mi me dio las gracias y estrechándome la mano me dijo :. -Gracias por tu consejo, me ha infundido el valor que quizás necesitaba, te llamaré en unos días-.

La señora Hagarty nos dijo que iba en busca de su esposo para tranquilizarle mientras salía del salón. Kitty seguía silenciosa y acurrucada en el sofá en el que había estado todo el tiempo, se hizo un largo silencio. Yo volví a sentarme en una de las butacas, por hacer algo, me serví un café , pero comenzaba ya a estar algo frío, mientras ponía una cucharadita de azúcar y lo removía, trataba de hacer tiempo para ver si Kitty tenía interés en conversar, me interesaba conocer la opinión de aquella muchacha inteligente. Al ver que no decía nada, traté de tomar la iniciativa :. -¿Qué opinión te merece la declaración de tu hermano?-.

-¡Puha!, no se que comentarte, estoy desconcertada, solo puedo decirte ahora que me ha quitado un posible novio-, dijo acompañando una sonrisita algo sarcástica y atusándose el suéter.

-¿De veras?- insistí.

-Bueno, no éramos tal, pero yo tenía algunas esperanzas, Horace siempre tenía detalles muy delicados conmigo, por ello estaba esperanzada. Bien, que le vamos hacer, ahora me preocupa la reacción de papá para con Julius-.

La señora Hagarty volvió a entrar al salón, la noté algo nerviosa, -Vuestro padre se ha marchado sin decirme nada, creo que habrá regresado a Boston, doctor ¿desea usted que le lleve?- me dijo en castellano.

-Oh si encantado, si es usted tan amable-, la dije. Habitualmente solía regresar a la ciudad con Julius, pero este se había marchado con Horace hacía ya algo más de una hora.

Fuera seguía lloviendo y relampagueando, ahora con bastante intensidad y la temperatura había bajado ostensiblemente. Me puse la gabardina para protegerme algo del frío, mientras la señora Hagarty sacaba su automóvil Cadillac del garaje y lo acercaba a la puerta principal para que me fuera asequible y no me mojara excesivamente.

Me quedé de pié en el portal aguardando a que viniera, soplaba un gélido aire procedente de la cercana bahía que helaba los huesos, el mayordomo que estaba cerca de mi con un paraguas preparado me dio una bufanda para que me cubriera el cuello, gesto que agradecí.

El automóvil conducido por la señora Hagarty paró frente a la escalinata de la puerta, y el servicial mayordomo me acompañó cubriéndome con el amplio paraguas que ya tenía preparado.

Tomé asiento en el lado derecho de la señora, me invadió el olor a cuero que desprendía la tapicería del vehículo, ésta sincronizó la marcha del cambio automático arrancando el confortable automóvil con gran suavidad y silencio. Mientras recorríamos la carretera que llevaba a Boston, yo miraba de vez en cuanto a mi acompañante. En la oscuridad del vehículo, solo podía distinguir el perfil de sus facciones, en las ocasiones que éste pasaba bajo alguna de las luces que iluminaban la pista, realmente era una mujer sumamente bella pensé, me recordaba tanto a Laura que mi mente se trasladó inconscientemente a recordar nuestros veranos en Folgueroles, experimenté un gran sentimiento de añoranza y soledad, que hasta entonces no había sentido hasta tal extremo, al menos no con aquella intensidad.

Apoyé la cabeza en el respaldo del asiento e inconscientemente me relajé de la tensión vivida en las últimas horas en la residencia de los Hagarty, a decir verdad creo que dormité durante algún tiempo.

Súbitamente el automóvil se detuvo haciéndome regresar a la realidad, la señora Hagarty había parado en una estación de servicio Shell para repostar, bastante cerca de la ciudad.

Bajé para estirar las piernas y despejarme, había dejado ya de llover pero el tiempo seguía siendo fresco. Un empleado de la gasolinera limpió el cristal del parabrisas y controló el nivel de aceite del motor del vehículo. Volví a

ocupar mi asiento y, observé que mi acompañante estaba mirándome, se sonrió mientras me decía : -Doctor, ha estado usted soñando mientras dormía, y ha repetido en varias ocasiones el nombre de Laura, que creo que debe ser esa personita que me dijo usted que le aguarda para casarse ¿no es así? -.

-Discúlpeme señora Hagarty haber sido tan mal compañero de viaje, debí evitar dormirme, no lo tome usted como una falta de respeto a su persona-.

-Usted siempre tan correcto doctor, suéltese algo más, pero no ha respondido a mi pregunta-, dijo.

-Si, sin duda se trata de ella, la hecho mucho de menos, hace casi cuatro años que no nos vemos-.

El repostado ya había acabado y después de abonar el importe, el automóvil regresó a la carretera. Cuando se divisaban las primeras luces de la ciudad la señora Hagarty me propuso :. -¿Tiene usted algo en concreto que hacer ahora?, ¿acepta a que le invite a cenar?-.

Me sorprendió la invitación, pero confieso que me apetecía a la vez que me intrigaba conocer algo más de la que, intuía interesante vida de aquella bella y atractiva dama, me sentía bien a su lado.

-Acepto, pero solo le voy a imponer a usted dos condiciones-.

-¿De que se trata doctor?- me respondió con curiosidad.

-Muy sencillo, la primera es que debo pagar yo la cuenta, no estoy habituado a que una dama me invite y pague ella, la segunda es que propongo ir a un restaurante que conozco y que con toda seguridad le encantará-.

-Doctor es usted un típico latino- me dijo riéndose con franqueza.

-Acepto y, dígame a donde debo dirigirme-.

-Cuando entremos en la ciudad vaya usted a buscar Main street, hasta llegar casi al campus universitario, allí le indicaré-.

Pocos minutos después estacionábamos el automóvil casi en la misma puerta del "Estrómboli". Comenzaba a ser algo tarde para ir a un restaurante a cenar, en los Estados Unidos el horario de los establecimientos de restauración suele ser bastante distinto al europeo y en especial a los de los países latinos.

Solo verme cruzar la puerta Elio, "il padrone", se acercó a nosotros muy diligente, se le veía contento por la visita, – Oh caro Dottore sia lei benvenuto di nuovo a la nostra stanza-, me dijo al tiempo que miraba de reojo a mi acompañante, y me estrechaba la mano con verdadera efusión. Se giró para llamar a su esposa Santina, -¡"mamma, mamma" guarda chi e venuto"!-. Santina se asomó por el ventanuco que comunicaba la cocina con el restaurante, de inmediato se acercó sonriente con los brazos abiertos con pasitos cortos y rápidos.

Me dio un abrazo y dos sonoros besos que me recordaron a los de mi madre y los de la Padrina, también se quedó mirando de soslayo a mi acompañante. Me di cuenta de ello y reaccioné con toda naturalidad, -Ah, les presento a una buena amiga mía, la señora Hagarty, los señores Elio y Santina, los propietarios del restaurante donde nos hallamos-.

Margaret Hagarty estuvo sublime, puso toda la amabilidad y simpatía que era capaz de generar en el saludo "alla italiana". En un más que correctísimo italiano, no exento de acento florentino saludó a ambos alabándoles al mismo tiempo la decoración del local, -"veramente fa sentirmi come en la mia propia casa"-, les dijo.

El matrimonio nos acompañó hasta una de las mesas cercanas en una de las equinas del local, muy próxima a un viejo piano que permanecía cerrado. El rincón era sumamente acogedor, en las paredes pendían algunas fotografías ampliadas de diversos lugares de la costa amalfitana, en una de ellas no podía ser otra que la bella y romántica villa de Sorrento, colgada sobre el mar de la cultura; el Mediterráneo. No podían faltar algunas fotografías de cantantes italianos, como Enrico Caruso, Tito Schippa o Mario del Mónaco, todo muy típicamente itálico.

El matrimonio no salía de su asombro por la fluidez y corrección con que la señora Hagarty se expresaba en la "sua lingua". En uno de los momentos Elio me dio disimuladamente un codazo a la vez que me guiñaba el ojo, como queriéndome decir :-menuda señora-. Para corregir posibles malos entendidos, añadí a la presentación que la señora Hagarty era la madre de un compañero de la universidad.

Dejamos que nos sirvieran ellos el menú que más les apeteciera, la señora Hagarty les dijo que estaba deseosa de comer verdadera comida italiana. Santina se esmeró con una lasagna de carne picada aromatizada con hierbas y una exquisita salsa bechamel gratinada al horno con formaggio parmeggiano por encima, que con el calor del horno se había fundido y tomado un exquisito color dorado. Acompañaron la lasagna con un delicioso vino Chianti.

La señora Hagarty y yo estuvimos conversando animadamente en el entretanto dábamos buena cuenta de los platos que nuestros anfitriones nos servían. Hablamos de mil cosas, de mi juventud y mis orígenes familiares, de mis estudios, y mis afanes presentes y futuros, y no pudo faltar hablar de Laura, a la que ya ahora a medida que se acercaba el día de mi regreso a Barcelona para pasar las vacaciones navideñas, la extrañaba mucho, cada vez más, hasta el punto de sentir por ello una especie de nudo en mi corazón.

-Es usted un hombre muy peculiar Guillermo-, me dijo mirándome con simpatía con aquellos grandes ojos azules, mientras con una mano se tocaba uno de los pelirrojos mechones de pelo que le caían por la frente. -Tiene usted un evidente atractivo personal y un gran poder de seducción, en el mejor sentido de esta palabra, por supuesto. Sabe como ganarse la atención y la voluntad de las personas con las que trata, Julius me había comentado en más de una ocasión esta faceta suya-.

Me sorprendió algo que dejara de llamarme doctor y lo hiciera por mi nombre de pila, pero no le di mayor importancia a este detalle. Al poco me tomó una de las manos que tenía sobre la mesa mientras me decía, -tiene usted unas manos muy bonitas y varoniles-, confieso que el tacto de las suyas me dio un ligero escalofrío en la columna dorsal, su piel era sumamente suave y tersa, a pesar de ser una mujer que, por su edad vislumbraba la madurez, en ello se notaba que no había efectuado probablemente en su vida trabajos caseros y que debía cuidar mucho de su físico.

Quedé algo turbado por el gesto de la señora Hagarty, ella quizás intuyó mi situación al decirme :.

– Puede usted si lo prefiere, llamarme Margaret o Peggy como me llaman mis hijas y amigas, quizás así le valga para sentirse algo más cómodo cuando esté conmigo-.

-Gracias por la confianza, puede usted llamarme Guillermo y tutearme-, le dije en correspondencia.

Me sonrió con afabilidad, sus ojos traslucían que se sentía cómoda y feliz, comenzó a hablarme de su juventud, de sus diabluras juveniles durante su estancia en España, del novio que tuvo durante este tiempo en Madrid y que tan buenos recuerdos guardaba de el, me confesó que aún ahora cuando en alguna ocasión visitaba Madrid, se citaban para cenar o pasear. Luego me habló de su matrimonio con el primer marido, el diplomático mejicano, de su estancia de varios años en Italia, de sus estudios de arte y de sus hijas. En ningún momento me habló del señor Hagarty, su actual marido.

Me sentía intrigado por ello, hasta que no pude contenerme por más tiempo y lancé una pregunta así como aquel que no quiere:. -¿Cómo conoció a su actual esposo, el señor Hagarty?-, le dije.

-Aguardaba que usted me hiciera esta pregunta. Muy sencillo de responder, nuestro matrimonio no fue un romance y tampoco un enamoramiento, de hecho fue la unión social de dos apellidos ilustres, de fortunas y poder, la prueba es que no hemos tenido hijos en común-. En este punto Margaret se detuvo, se le entristeció algo la mirada y el gesto de su cara, pensé que quizás mi pregunta hubiese sido inoportuna y así se lo hice saber.

-O, no te apures, no ha sido ninguna indelicadeza de tu parte que me preguntaras por ello, habrás observado que entre Greg y yo existe una excelente comunión, hasta el punto de que parecemos una pareja muy bien avenida y feliz, y casi te diría que así es, salvo que entre nosotros no existe casi intimidad, dormimos en dormitorios separados, ya me entiendes ¿no?-, al llegar a este punto exhaló un ligero suspiro, como si acabara de descargar un peso que llevara en su interior. Me miró a los ojos regalándome una débil sonrisa de sus labios que todavía parecían ser frescos y hasta amorosos. Sentí algo de pena por aquella elegante y serena mujer, que me había abierto tan espontáneamente su corazón.

Durante la conversación salimos hablar de su hijastro Julius. -Un excelente muchacho-, dijo, -es sumamente educado y sensible, la declaración que hoy nos ha hecho, no me ha sorprendido excesivamente, hacía algún tiempo que tenía un presentimiento sobre su conducta.

Cuando Greg y yo nos casamos, Julius tenía unos ocho años, era un muchacho débil y apocado, su padre le exigía mucho en todo, le exigía que fuera el mejor de su curso, el mejor en el deporte, en una palabra, en todo y, él soportaba toda esta presión con tenacidad, se refugiaba en sus hermanas pero en ellas hallaba poca comprensión. Cuando me incorporé a la familia, fue tomándome confianza y se apoyaba en mi, me contaba sus desventuras y la presión a que le sometía Greg, yo le aconsejaba como mejor sabía e intermediaba entre el y su padre. Luego a medida que fue haciéndose mayor se fue volviendo más independiente y fuerte en carácter, hasta llegar al punto de discrepar con su padre en distintos puntos de vista y situaciones-.

Aquí detuvo su razonamiento y se quedó mirándome a los ojos como pensativa, la mano que me había cogido se soltó e inició unas suaves y casi imperceptibles caricias sobre el dorso de la mía, no sabía que hacer si retirarla o quedarme quieto para ver que ocurriría. Estas caricias hicieron que Laura viniera de nuevo a mis pensamientos y, por un momento creí verla reflejada en la señora Hagarty, no pude más que coger su mano y besarla suavemente. Margaret no la retiró, todo lo contrario, inclinó ligeramente la cabeza a un lado y se sonrió dulcemente.

-Ah, Guillermo-, dijo dando un suspiro, -este beso en la mano me ha hecho que me sintiera otra vez joven, como cuando era una alocada estudiante universitaria-.

Rompió el encanto del momento la presencia del simpático Elio, –desiderate gli signori un vero caffé italiano o appure un té?- nos dijo con su sempiterna afable sonrisa.

Miré a Peggy y asintió con un gesto afirmativo de la cabeza en tomar un café "stretto". –Per cortesia due caffé stretti padrone-, le afirmé a Elio, – solo un attimino i lo servo Dottore-, se marchó presuroso a la barra del bar para prepararlos en su cafetera Gaggia, traída especialmente de Italia, para poder servir cafés a sus clientes como si se hallaran en cualquier rincón de la península itálica.

Margaret se giró poniéndose frente al piano que tenía a su espalda, levantó la tapa que cubría el teclado pulsando algunas de las teclas con sus delicados dedos, algunos clientes levantaron la cabeza para ver de donde salían las notas. Elio que estaba todavía tras el mostrador atareado con nuestros cafés, con la cabeza animó a mi acompañante a que tocara alguna melodía.

Me levanté de mi asiento y me puse de pié en un extremo del piano, Peggy me miró como preguntándome que hacer

-Toca si te apetece-, le dije.

¡Santo cielo!, inició las notas de "Torna a Surriento". A medida que tocaba, Santina y Elio se acercaron y rodearon a la improvisada pianista : "Quando il mare de Surriento……", ambos cogidos del brazo estaban emocionados, realmente Peggy tocaba con gran sentimiento que transmitía a la melodía. Al finalizar la pieza, el restaurante explotó en aplausos y el matrimonio se abrazó a Peggy en prueba de agradecimiento. Una velada realmente emotiva y bella.

No nos habíamos dado cuenta y ya eran casi las once de la noche y seguía lloviendo, pedí la cuenta que bajo ningún concepto Elio permitió que pagara, "avviamo gaudito della sua compagnia…", Santina nos dio dos efusivos y sonoros besos a ambos acompañándonos hasta la puerta, mientras Elio había ido a por un paraguas para protegernos de la lluvia hasta donde habíamos estacionado el automóvil. –Arrivedella amici– nos dijo todavía pleno de emoción. –Ciao caro amico-, le dije.

Peggy puso el auto en marcha y se empeñó en acompañarme hasta la puerta de la residencia. Al llegar a la misma, le di la mano para despedirme, pero obvió dármela, se puso frente a mi y se acercó hasta que su cuerpo quedó casi pegado al mío. No sabía que hacer, otra vez aparecía el azoramiento de mi juventud, se puso de puntillas y me dio un dulce beso en los labios. -Gracias por la soireé tan agradable con que me has obsequiado, has vuelto hacer sentir una mujer joven-, dijo con acento nostálgico.

El beso y el suave aroma a miel de su perfume, vino de nuevo a recordarme a mi Laura, sentí un impulso que intenté refrenar, no sabía que hacer, tenía frente a mi aquella bella mujer que me había besado y seguía mirándome a los ojos como pidiéndome que le devolviera su gesto de afecto, mientras pensaba en ello, ella pasó su antebrazo por detrás de mi cuello aproximó nuevamente sus labios a los míos y volvimos a besarnos, en esta ocasión con bastante más pasión que en el anterior y en este correspondí. Luego seguimos besándonos hasta que ella se apartó de mi como avergonzada, -Oh discúlpame Guillermo, no he podido contener el impulso del momento que tan feliz me hacía-, me dijo con un susurro en el oído.

No sabía que hacer ni que decir, opté por darme la vuelta y darle un beso en el dorso de su mano e irme escaleras arriba, sin tan siquiera despedirme de ella.

Arriba, desde la ventana de mi pequeño apartamento, pude ver como Peggy subía al Cadillac y permanecía unos minutos sin arrancar, finalmente se alejó. Había dejado de llover, los faroles de la calle se reflejaban en los charcos de agua que habían quedado. Los árboles del pequeño parque que había frente a la residencia las hojas iniciaban la caída, era el ciclo natural de los vegetales a la llegada del otoño que ya asomaba y coloreaba de múltiples tonos marrón y dorado.

Me di un templado y reconfortante baño, me puse el pijama, sentándome luego junto a una mesita me dispuse a escribir a Laura, el día había estado lleno de sorpresas y emociones.

Le contaba de mi sorpresa con mi alumno y su familia, traté de describirle a cada uno de ellos, y la impresión que yo tenía de los mismos, desde su aspecto físico a su carácter. Le hablé también, sin omitir detalle, de la cena con Margaret en el Stromboli, así como del comportamiento de ésta conmigo. Jamás le había ocultado nada de mi vida.

Unos golpecitos en la puerta de mi dormitorio me volvieron a la realidad, abrí y un compañero me dijo que tenía una llamada telefónica, se lo agradecí y fui al pasillo para atenderla.

-¿Hola?-.

-¿Guillermo?-.

Reconocí la voz, era Julius el que estaba al otro lado de la línea. -Julius ¿cómo estás?- le pregunté.

-Dentro de lo que cabe estoy bien, algo preocupado por la reacción de mi padre, espero en cualquier momento su llamada, es lo único que me intranquiliza y preocupa, pero por otra parte me siento muy liberado, como si hubiese dejado por el camino una pesada carga que llevara arrastrando desde mucho tiempo-.

-¿Me llamas desde tu casa?-, le pregunté con el afán de saber donde hallaba.

-No, no, estoy con Horace en nuestro apartamento de Tremont str., precisamente te llamaba para decirte que si no te importaría que diéramos nuestras clases en el-.

-No tengo inconveniente alguno, siempre que mantengamos los horarios previstos-.

-De acuerdo, entonces te espero para mañana a la hora de siempre, tómate nota de la dirección y el teléfono……-.

Tomé nota de los datos que me facilitaba y me despedí con un: -Hasta mañana Julius-.

Por ir vestido solo con el pijama, había cogido algo de frío en el pasillo donde se hallaba el teléfono. Me metí en la cama, apagué la luz y me arrebujé con la sábana y la colcha que en poco tiempo guardaron el calor que mi cuerpo desprendía y que me dio una plácida sensación de confort. Cinco minutos después estaba profundamente dormido.

CAPÍTULO XVIº

La Western Union……

Al salir del laboratorio me sentía bastante más fatigado de lo habitual, probablemente fuese cansancio mental, había sido una jornada bastante dura, por la mañana tuvimos una decisiva reunión todos los que formábamos el equipo de investigadores presidida por el director del proyecto, giró sobre el desarrollo que llevábamos en diversas materias. Habíamos llegado a un punto en el que nuestra investigación no avanzaba, el director nos había reunido para analizar la situación y coordinar las acciones a tomar. La reunión se prolongó hasta casi bien entradas las cuatro de la tarde.

Al salir, me abrigué con la gabardina y la bufanda y unos guantes de lana que mi madre me había enviado junto algunas cosas más. Era una de las muchas tardes grises y lluviosas del noviembre de la costa Nord Este de los EE.UU..

Decidí no tomar el bus e ir andando hasta la residencia, de este modo me distraería y quizás me viniera a la mente alguna solución que pudiera desatascar el escollo en que nos hallábamos metidos en la investigación.

Recordé que Julius al finalizar la clase del día anterior me había dado un cheque por valor de dos mil dólares y que todavía no había ingresado en mi cuenta. Entré en una sucursal del City Bank que encontré por el camino y

efectué el ingreso. Pude comprobar que mi cuenta estaba en óptimas condiciones.

Poco antes de llegar a mi apartamento, pasé por delante del escaparate de una oficina de viajes, tenían anunciados viajes a todas las partes del mundo, en especial a lugares cálidos y con mucho sol, lo anhelado por todos los habitantes del Norte del país. Venía anunciado un viaje de diez días a España, concretamente a Madrid, incluía visitas a los alrededores, el Escorial, Ávila, el museo del Prado. Decidí entrar, el precio que anunciaban por todo ello, incluido el hotel, era francamente asequible a mi bolsillo.

Me atendió una simpática señorita muy alta que vestía el uniforme azul marino de la agencia. La dije de mi interés por el viaje a Madrid, pero le consulté la posibilidad de canjear el importe de la estancia en Madrid por un billete de ida y regreso a Barcelona.

Me respondió que no podía informarme de ello pero que lo consultaría con su jefe.

-Verá- le dije, -realmente a mi me interesaría disponer solo del billete de ida y regreso, renunciaría a todo lo demás del programa, creo que podría cubrir sobradamente el importe del billete.

-¿Prescindiría usted de los alojamientos en Hotel y las excursiones de los alrededores de Madrid?-, me preguntó algo extrañada.

-Así es-.

-Permítame que efectúe la consulta a mi superior, ya que su proposición se sale de lo habitual no está de mi mano este tipo de decisión-, me dijo, en el entretanto se levantaba para dirigirse a un despachito cerrado con cristaleras en el que se hallaba un individuo fumando en pipa y que hablaba por teléfono. Entró y el individuo detuvo por unos instantes la conversación telefónica que mantenía para escuchar lo que su empleada le comunicaba. El boss giró su cabeza en mi dirección y me hizo un gesto con la mano indicándome que aguardara unos instantes.

Efectivamente en unos instantes vi que el hombre levantaba toda su humanidad del sillón giratorio que ocupaba. Era un gigantón de casi dos metros de estatura, de pelo rubio algo largo y alborotado, no tendría más allá de unos cincuenta años, se había puesto antes de salir de su despacho, una chaqueta muy llamativa de cuadros escoceses en la que dominaban los colores verde oscuro, amarillo y rojo. Estuve por preguntarle a que "clan" irlandés pertenecía. La vestimenta tradicional de los "clanes" familiares irlandeses y escoceses, los colores de sus faldas y chales o "scarfs", como les llaman ellos, identifican el clan al que pertenecen. Con la camisa y la chaqueta de aquel individuo casi se hubiese podido hacerme una sabana y una colcha para mi cama.

Una gran parte de los habitantes de Boston y del estado de Massachussets proceden de irlandeses que huyeron de la miseria que doscientos años atrás asoló su país, solían ser, en general, gentes sumamente trabajadoras y ahorradoras, y muy aferradas a las viejas tradiciones de sus ancestros, los Celtas. Irlanda era pobre en recursos naturales y el dominio británico no dejaba que progresaran, vivían casi como esclavos de los Señores feudales que eran los dueños y señores de las tierras donde ellos vivían.

-Me llamo Henry McKay-, me dijo alargándome una mano grande casi como una pala de ping pong. -Me ha consultado mi empleada que usted propone unas variaciones en nuestro viaje a España-.

-Efectivamente señor McKay, el próximo mes debo ir a Barcelona para pasar las navidades con la familia y había pensado en la posibilidad de aprovechar el viaje de ustedes, naturalmente no utilizaría todo el paquete turístico que ofrecen, la cuestión es: ¿ sería posible que adquiriendo su oferta, pudiera obtener el billete a Barcelona a cambio de renunciar a una parte de la estancia en Madrid?-.

-¿Porqué no se pasa usted mañana por aquí y estaré en condiciones de darle una respuesta a su proposición?, debo yo también consultar con mis corresponsales en Madrid para ver si estarían dispuestos a efectuar este retoque en el programa.

La empleada me dio una tarjeta de la oficina, me despedí de ambos y salí de nuevo a soportar el fino airecillo helador que reinaba en la calle.

Al llegar al apartamento de la residencia, el conserje de la misma me alargó un sobre amarillento de la Western Union, una de las compañías de telégrafos del país, quizás la más antigua. Sin abrirlo, lo metí en el bolsillo de la gabardina y subí al apartamento.

Después de la ducha recordé el sobre que me había metido en al bolsillo. Lo saqué bastante arrugado y procedí a abrirle. Era un telegrama de Laura bastante escueto. El corazón me dio un vuelco. Me comunicaba que su abuela acababa de fallecer, su corazón dejó de palpitar al haber infartado. Se despedía enviándome muchos besos y me recomendaba no intentar ir, pues la habían ya incinerado tal y como ella había dispuesto por escrito. Me quedé triste y compungido, la señora Soladrigas se había ganado todo mi aprecio y simpatía. Sentí un gran vacío en mi interior, nos había abandonado una gran mujer. Pensé en el dolor que Laura debía sentir, ella y su abuela estaban muy unidas, sería como si a un dedo le hubiesen arrancado una uña de cuajo. Me arrodillé a los pies de la cama para dedicarle con toda la fuerza de mi corazón unos rezos por su alma.

Me vestí en un instante y salí al pasillo para llamar a Laura. En un momento la tuve al aparato. -Hola amor mío, acaban de entregarme tu telegrama, estoy desolado-.

-Si amor, ya puedes imaginar como estoy-, dijo entre sollozos, -además de eso, estoy muy desconcertada por el vacío que ha dejado la abuela entre nosotros. Últimamente estaba muy preocupada por los negocios. El administrador recientemente le había presentado unas cuentas que la dejaron muy inquieta, no dejaba de pensar en ello y la mortificaba. A mi no me contaba nada al respecto, probablemente para no preocuparme, pero por mi hermano sabía que las cosas no andaban demasiado bien en las fábricas. Joaquín sospecha de alguna extraña maniobra del administrador-.

-Te confieso cariño, que a mi particularmente, este individuo no me cayó bien desde el día que tu abuela nos presentó en tu casa, no miraba a los ojos cuando te hablaba, desconfié de él desde el primer momento, pero cielo debes ser fuerte, pronto nos veremos y podremos avivar nuestro amor-, la dije intentando aportarle algo de ánimo a la tristeza que la embargaba, -casualmente hoy he estado en una oficina de viajes próxima a mi residencia para encargar el billete de ida y regreso para dentro de unos veinte días, mañana me darán una respuesta. Por lo que respecta a la situación financiera de tu abuela, después de hablar contigo, llamaré a un gran amigo mío con el que compartí armas cuando estuve en el ejército, para que inicie una investigación discreta respecto a las actividades de este señor Sagnier y comprobar si es tan limpio y pulcro como quiere aparentar. Mi amigo es Agente de la Propiedad Inmobiliaria, además de ser una persona sagaz, discreta y meticulosa, cuenta con toda mi confianza, voy a darle tu teléfono y te llamará, con toda seguridad deberás verte con el y, es muy probable que te pida información de todo lo que haga referencia al administrador y a vosotros mismos, te lo digo para que no te sorprendas. Para entonces deberás tener todos los documentos, los libros contables de los negocios de tu abuela, y cuentas bancarias, seguro que lo va a necesitar para analizarlos minuciosamente -.

-De estos documentos que me dices yo no tengo nada, están todos ellos en posesión del administrador, ¿y si se niega a dármelos qué hago?-, dijo Laura algo compungida.

-En primer lugar, recuerda que tu hermano Joaquín y tu sois ahora por ley los verdaderos y únicos propietarios de los negocios de tu abuela, pienso que os habrá dejado herederos universales, por lo tanto tenéis todo el derecho y poder de poseer hasta el último papel y, el administrador no puede negarse a entregároslos, recuerda bien esto, no cedáis ni un ápice de vuestros derechos, ni os comportéis como dos corderitos y, sino, se acude a la justicia-.

-Si amor, así lo haré, que lástima de no tenerte a nuestro lado, me das tanta confianza que hace sentirme fuerte, voy a llamar ahora mismo a Joaquín para explicarle la conversación que hemos tenido y tus consejos. Creo que será importante que también asista a la reunión con tu amigo, por cierto ¿cómo se llama éste?-.

-Tómate nota, se llama Doménech Montlleó, te repito, goza de mi más absoluta confianza y, recomiendo que sigáis sus consejos fielmente-.

-Así lo haremos, ¿cómo estas tu?, hace algunos días recibí tu carta en la que me contabas los sucesos de la familia con quien te relacionas, me da un poco de pena este Julius que me dices-.

-Como siempre te extraño mucho querida, pero a parte del disgusto que tengo por el fallecimiento de tu abuela, a la que tú sabes bien cuanto quería y respetaba, ardo en deseos de que pasen pronto estos pocos días que faltan para que podamos estar juntos. Llama luego a mis padres y confírmales mi viaje, voy a ver si puedo llegar el día 15 de diciembre para regresar el dos de enero. Tenemos ahora muchísimo trabajo en el laboratorio, todo

lo que llevábamos desarrollado de un año para acá, solo ha servido para que nos diéramos cuenta de que seguíamos un camino equivocado en la investigación y, nos obliga a tener que comenzar de cero, el jefe de equipo está algo nervioso y preocupado, pero la investigación es así, a veces recorres un largo camino para encontrarte que al final de éste no hay nada-.

-Ahora mismo llamaré a tus padres para darles la buena noticia de tu llegada, has de saber que me han consolado mucho estos dos días, mañana iré seguramente a almorzar a su casa-.

-Bien amor mío voy a tener que dejarte, y tú por la hora que tenéis debes estar muerta de sueño, te envío mil besos, no puedo decir lo mismo de mi corazón, por que éste se quedó contigo cuando me marché-.

-Ven pronto amor, ven pronto-, me dijo con un tono de voz que intuí sollozos-, oí a través del auricular el sonido de unos besos que me enviaba.

-Adiós pequeña, hasta el día 15 de diciembre, aunque mañana te volveré a llamar para contarte lo que he hablado con mi amigo Doménech-, a continuación colgué el auricular y me quedé algo pensativo y preocupado junto al teléfono.

Hurgué en el bolsillo trasero del pantalón y saqué mi agenda de teléfonos de tapas negras de hule, estaba algo arrugada y algo sobada, la tenía desde hacía más de cinco años. Seleccioné en el abecedario la letra M y localicé el teléfono de Montlleó, en la calle de Rocafort.

-Doménec, muchacho soy Guillermo, ¿te he despertado?-.

-No, no, todavía no me había acostado, pero el ring, ring, del teléfono ha despertado a mi hijita, ¿cómo estás camarada?, ¿qué es de tu vida en las américas?-, me dijo el siempre cordial y atento amigo.

Le expliqué el motivo de mi llamada, le puse en antecedentes de lo que intuíamos que ocurría en los negocios heredados de la abuela, le pedí que contactara con Laura y Joaquín. Le dije que sospechamos que el administrador ha metido la mano en el "cajón". Yo tenía toda la confianza en Doménech y estaba seguro que llevaría la investigación con todo rigor y eficacia como es norma en el.

Nos despedimos y quedé con el para llamarle a mi llegada a Barcelona.

Regresé al apartamento y preparé un té, desde hacía algún tiempo me había habituado a beberlo, era diurético y bastante más barato de adquisición que el café. Muy próximo al laboratorio se hallaba una shop-tea regentada por un matrimonio oriental, tenían té de todas las partes del mundo y sus variedades, en especial del famoso ceilandés. Valía la pena entrar en su tienda por el delicioso aroma que desprendían los tarros en los que tenían almacenadas todas las variedades existentes. Habitualmente les solía adquirir un cuarto de libra de una mezcla especial que ellos preparaban con tres variedades de té y a la que le añadían unas diminutas virutas de chocolate puro. No era muy clásico pero sabían deliciosamente.

Tomé asiento en el balancín que tenía junto a la ventana desde la que divisaba buena parte de la calle y al pequeño parque de jardines que daba frente a la residencia, apoyé la cabeza en el alto respaldo del mismo y mientras daba pequeños sorbos a la caliente taza que contenía la infusión, dejé que volara mi mente…

Pasaron escenas del año que conocí en Folgueroles a Laura con su bicicleta, y las deliciosas tardes bajo "nuestro" centenario roble en el que compartíamos lectura, planeábamos nuestro futuro y nos cruzábamos palabras de amor. Los desvelos de la Padrina para que tuviera siempre disponible mi ropa y de sus deliciosas tortillas de cebolla y patata incomparables. Los esfuerzos de mis padres para que yo pudiera llevar a cabo mis estudios. Cuanto extrañaba a todos ahora que estaba pronto a volver a verles.

Sin darme cuenta me quedé adormilado. En la calle, por no perder la costumbre, de nuevo volvía a llover con ímpetu.

Me despertó un sonoro trueno que hizo temblar los cristales de la ventana, vestido como estaba y somnoliento me tumbé sobre la cama y quedé dormido profundamente.

Pasé una noche plagada de pesadillas muy poco agradables, en la que la muerte prevalecía. Por la mañana me desperté antes de lo habitual, me enfundé un chándal, las zapatillas de deporte y salí a la calle para hacer algo de footing y así paliar las largas horas que estaba sentado tras la mesa de trabajo del laboratorio de la universidad. Eran alrededor de las seis de la mañana, la lluvia hacía algunas horas que había cesado pero ahora soplaba un aire muy frío y húmedo que procedía del Charles River, estuve en un tris de desistir de efectuar el recorrido urbano corriendo, pero decidí desafiar las inclemencias del tiempo e inicié la carrera, primero de un modo pausado para tonificar los músculos, luego cuando comprendí estar en el punto del tono muscular apropiado aumenté ligeramente la velocidad, al llegar al final de la Beacon street, aminoré ésta y me detuve unos instantes para tomar aliento y acompasar de nuevo la respiración, me tomé las pulsaciones y estaban todavía algo aceleradas, efectué algunos ejercicios respiratorios y de nuevo tomé las pulsaciones, éstas habían ya aminorado estabilizándose, de nuevo inicié el regreso a la residencia, en esta ocasión efectué el recorrido por Arlington str. y Boylston street. La ciudad comenzaba a cobrar vida.

Llegué sudoroso hasta el punto de que el suéter del chándal estaba empapado del líquido desprendido por mi cuerpo. Después de una reconfortante ducha, me preparé unos huevos revueltos y un té con leche. Era mi desayuno habitual desde que llegué a los Estados Unidos, la cultura del pan con tomate y aceite de oliva, la tuve que aparcar, al igual que las paellas o arroz a la cazuela que tan bien cocinaba mi madre o las ensaladas de tomate cebolla y lechuga. Siempre he pensado que uno debe adaptarse a las costumbres del lugar donde habita, sin perder las propias de cuna, es una manera de enriquecer los conocimientos.

Mientras corría reflexionaba sobre la problemática que se nos había planteado en el laboratorio, se me ocurrió que si pudiéramos disponer de un instrumento o microscopio que nos permitiera poder ver una célula mil veces mayor que el tamaño que nos permitían los instrumentos que estábamos utilizando actualmente probablemente nos permitiría ver e introducirnos con mayor claridad las micro partes de las que posiblemente esté compuesta y ello podría ser el motivo de que pudiéramos tomar otros caminos en la investigación y otros descubrimientos hasta el momento impensables, en una palabra, probablemente trabajaríamos en otros campos, me puse como ejemplo, la imagen de una playa vista desde un avión, se percibe una masa uniforme de color amarillento, pero no se distinguen los granos de arena que la componen, si nos acercamos hasta pisarla, podemos apreciar todo los granos y las particularidades físicas de cada uno de ellos.

Llegué pleno de entusiasmo al despacho de nuestro jefe de equipo, le expuse mi idea, se quedó un buen rato pensativo, como abstraído, poco después reaccionó para decirme : -¿sabe que lo que usted propone no es nada descabellado?, con probabilidad nos permitiría penetrar en otros campos hasta ahora desconocidos. Tengo un gran amigo que dirige un departamento de investigación y nuevas tecnologías (I+D) en IBM, le hablaré de la idea, veremos hasta que punto pueda interesarse en idear un instrumento con la nueva tecnología electrónica que pudiera desarrollar estas características y prestaciones que usted propone, pienso que quizás sería un gran paso para la ciencia y también para la investigación biológica en general.

Esta circunstancia hizo que el día me fuera algo más llevadero, en ocasiones me venía a la mente la figura de la señora Soladrigas, pero intentaba sobreponerme y concentrarme en mi delicado y comprometido trabajo en el laboratorio.

Al finalizar la tarde, pasé por la oficina de viajes. La amable empleada me informó de que su jefe había efectuado la consulta con los corresponsales de Madrid y estos habían aceptado el canje propuesto.

-Mil gracias señorita, dígale al señor McKay que le quedo muy reconocido por su gestión, ¿puede usted prepararme ahora los billetes Boston-Madrid-Barcelona-Madrid-Boston para las fecha indicadas?.

-Al momento se los emito, creo que me dijo usted que para diciembre, ¿cierto?-.

-Si, a poder ser para mediados-.

-Tenemos una salida para el día 16 de diciembre, con vuelo directo desde Boston a Madrid, otra para el día 22, y la siguiente sería para la primera semana de Enero-.

En pocos minutos tuve los billetes en mi bolsillo. Salí de la oficina de turismo muy contento. Al fin vería a los míos y tendría entre mis brazos a la dulce Laura.

CAPÍTULO XVIIº

El encuentro…

Boston amaneció frío y como casi siempre con grandes cúmulos plomizos amenazando lluvia. El día anterior antes de acostarme dejé preparada la maleta y una bolsa de cuero que compré para poner los modestos regalos que había adquirido para la familia. Unos días antes había comprado en uno de los almacenes Sears, un tres cuartos de piel de antílope forrado por dentro con tejido de lana que me resguardaba muy bien del crudo frío invernal y un gorro de piel de zorro, que con él puesto parecía al héroe explorador, David Crocket.

Abrigado de esta guisa salí a la calle a por un taxi para que me llevara hasta el aeropuerto de Boston, el taxista era un portorriqueño de color, bastante simpático, me dio conversación todo el camino, observé que le apetecía hablar en castellano, sin embargo no podía disimular el fuerte acento anglosajón que había asimilado a través de los veinte años que ya llevaba en los Estados Unidos, me dijo que se llamaba Alfredo, pero añadió que le gustaba que le llamaran Al.

Al me dejó en la puerta de acceso a los vuelos de salidas internacionales, le gratifiqué con una buena propina, el hombre se lo merecía por su amabilidad y conversación, me había ayudado a distraer mis pensamientos y ansiedad por llegar al destino. A partir de este momento las horas se me hicieron interminables, tal era mi anhelo de volver a estar con mi gente.

Tomé la carta de embarque y facturé la maleta con la bolsa de cuero. El vuelo de la TWA a Madrid salía dos horas más tarde, adquirí un par de revistas junto a algunos periódicos y me dirigí a una coffee shop, tuve la fortuna de encontrar una mesa vacía, pedí un café con leche y un sandwitch de pollo con vegetales, rociado de una especie de salsa mayonesa picante que probablemente llevaría pepinillos en vinagre triturados, no estaba mal del todo, al quitarle el papel transparente que lo envolvía, me vinieron a la memoria los bocadillos del buen pan español untado con tomate y rociado con aceite puro de oliva, sin olvidar el exquisito jamón de bellota de Huelva o Salamanca, único en el mundo, pero que solo se puede degustar allá en nuestra tierra. Me consolé pensando en que pronto lo tendría a mi alcance.

Abrí uno de los periódicos e inicié la lectura, repentinamente una voz femenina se dirigió a mi en perfecto castellano : -¿permite caballero que tome asiento en una de las sillas de su mesa?-.

Sin todavía haber levantado la cabeza para ver quién era mi interlocutora, supe de quién se trataba, mi fino olfato había percibido el aroma a miel del Red Door que me era tan familiar, alcé la vista y me encontré con Margaret Hagarty de pie en el lado opuesto de la mesita.

-¡Peggy!- no pude más que exclamar, mientras me levantaba y la tomaba la mano que me ofrecía para que la besara. No pude disimular que estaba algo azorado por la

sorpresa, hasta el punto que me tropecé con una de las sillas haciendo que ésta se tumbara. Margaret iba envuelta por un elegante abrigo de piel de visón color castaño bastante largo, que le llegaba ligeramente por debajo de media pantorrilla, con el cuello del mismo alzado, se tocaba con una especie de elegante boina de la misma naturaleza y color que su abrigo y unas grandes gafas oscuras. Estaba como siempre muy bella y elegante. Algunos caballeros de alrededor la miraban con curiosidad y admiración, también alguna que otra dama, la elegancia y belleza de Peggy no pasaba nunca desapercibida donde se hallara.

-Hola Guillermo, te veo sorprendido-, me dijo con voz suave y bien modulada, no exenta por ello de firmeza. Peggy era un tipo de mujer poco común, su estilo y carácter hacían que desprendiera una especie de aura o hálito especial a su alrededor.

-Si, francamente me has sorprendido-, confesé, -pero por favor toma asiento, ¿deseas tomar alguna cosa?-, la dije mientras la ayudaba a despojarse de su abrigo y le acercaba la silla.

-Te agradecería me pidieras un café, en este caso americano y suave- dijo con una insinuante sonrisa que comprendí perfectamente que se refería al café "stretto" del "Ristorante Stromboli" de algunas semanas atrás.

Llamé a la camarera para efectuar el encargo. -¿Cómo tu por aquí?-, lancé la pregunta sin saber casi por que.

-He venido a despedirte-.

-¿Cómo has sabido que me marchaba hoy?.

-Muy sencillo, me lo dijo Julius, ayer estuve almorzando con él, no se si sabrás que parece que Greg mi marido, quiere desheredarle y trato de interceder entre los dos, ruego a Dios que pueda darle una solución digna que no rompa los lazos familiares-.

-Me alegrará mucho que puedas lograr lo que te propones, dice mucho en tu favor, eres una excelente diplomática-.

-Pero no siempre logro lo que me propongo…-, soltó el verbo proponer dándole una entonación especial que me hizo comprender el doble sentido en que lo aplicaba, sin por ello dejar de mirarme fijamente a los ojos.

-¿Y…..-, no añadí nada más, dándole pie a que pudiera ser algo más explícita.

-He venido a despedirme de ti y, a la vez presentarte mis disculpas por mi comportamiento de hace algunas semanas, ¿lo recuerdas?-.

-Naturalmente que si, mentiría si te dijera lo contrario, pero no tiene la menor importancia, todo fue motivado por la fuerte tensión que tuviste que soportar aquel día y la agradable cena en el restaurante italiano de mis amigos que hizo el resto-.

-Yo añadiría que romántica cena, además de agradable-.

-Bien, dejémoslo así si te parece…-, dije con intención de zanjar aquella incómoda conversación, al menos por mi parte no tenía interés alguno en continuarla, sin por ello, dejar de ser al mismo tiempo cortés y educado, estaba muy lejos de mis deseos que pudiera sentirse herida por mis palabras.

-Tienes una gran dosis de autodominio Guillermo, y confieso que aquel día te comportaste como lo que eres, un caballero, yo estaba muy vulnerable-, dijo con voz en la que adiviné un timbre de tristeza.

Me salvaron los altavoces de la megafonía del aeropuerto que anunciaban por primera vez el embarque de mi vuelo, salvado por la campana, pensé. Me levanté y me excusé con Peggy, ella comprendió y también se levantó. La ayudé a ponerse el abrigo mientras se empeñaba en acompañarme hasta la puerta de embarque. Anduvimos juntos para cruzar el amplio hall del aeropuerto hasta llegar a la puerta de acceso del control de pasaportes. Me dio un cariñoso y reconfortante abrazo, y un par de besos en las mejillas, en esta ocasión fueron abrazos y besos muy distintos, simplemente los que dos buenos amigos se dan en una despedida.

-Adiós Peggy, me acordaré mucho de todos vosotros durante estos días, deseo que paséis unas Felices Navidades, dentro de lo que cabe, pero no tengo la menor duda que lograrás tu objetivo, rogaré por ello-.

-Adiós Guillermo que tengas un placentero vuelo y dile a tu Laura que es una mujer muy afortunada-, se dio media vuelta y se marchó con paso firme y vivo. Me quedé unos segundos viendo como se alejaba admirado por su belleza y temple, todo un carácter de mujer.

Unas ocho horas de vuelo después, el avión tomaba tierra en el aeropuerto de Lisboa, a los pasajeros nos permitieron una hora de descanso en la zona internacional para poder efectuar algunas compras en las tiendas libres de impuestos, mientras el aparato repostaba combustible.

Durante el vuelo tuve oportunidad de relacionarme con un matrimonio bostoniano de trato agradable que por primera vez visitaban Europa y también era la primera vez que salían del país. Frank y Marie, eran propietarios de una cadena de tiendas de calzado en la ciudad de Boston, él confesó tener 56 años, Marie obvió la suya, pero calculé que tendría tres o cuatro menos que su esposo, ella era bastante parlanchina sin embargo Frank era algo más reservado, no le hacía falta, ella hablaba por los dos, conozco algún caso de estos. Les expliqué algunas características de Madrid dignas de ser visitadas además de las previstas en el pack del viaje.

Observé que eran gente de buen comer, les recomendé muy particularmente que visitaran el restaurante de Casa Botín, en el Arco de Cuchilleros, justo al lado de la Plaza Mayor, les sugerí que pidieran cochinillo al horno y un buen vino tinto de la ribera del Duero, naturalmente tuve que explicarles lo del cochinillo y las delicias de este vino que solo se obtiene en determinadas tierras de Castilla.

Frank que era hombre bastante metódico, anotaba minuciosamente todas las recomendaciones y lugares a visitar que le fui indicando en una especie de libretita de bolsillo. Dado a que yo tenía todavía unas cuatro horas para tomar mi enlace para Barcelona, me brindé en acompañarles hasta su hotel de Madrid y desde allí les efectuaría la reserva de mesa del restaurante recomendado, de otro modo no les sería posible poder cenar es este lugar tan característico del viejo Madrid.

Dos horas más tarde tomábamos tierra en el aeropuerto de Barajas, recogieron los equipajes, el mío lo había facturado directamente a mi destino final, un bus fletado por la agencia corresponsal nos llevó a la ciudad, el hotel que les había seleccionado la agencia era el Washington, en la Gran Vía, muy cerca de la Plaza de España, lugar inmejorable para unos turistas.

Llamé por teléfono al restaurante y les encargué una mesa para las nueve y treinta minutos, cuando les dije la hora se quedaron algo asombrados, ellos estaban habituados a cenar alrededor de las siete de la tarde, les expliqué que en España los horarios para el almuerzo y cena eran completamente distintos a los de su país, debido a que los de trabajo también lo son. Me despedí de ellos deseándoles una agradable estancia en nuestra tierra.

Me fui a dar un paseo por la bulliciosa Gran Vía hasta llegar al cruce con el Paseo de la Castellana. En Cibeles, crucé la bella y elegante avenida hasta llegar a las puertas de la majestuosa construcción del edificio de Correos, luego doblé a la derecha hasta llegar a las puertas del Museo del Prado, en el paseo del mismo nombre, tuve la tentación de entrar a visitarle, pero miré mi reloj y comprobé que no disponía de tiempo para ello, a lo sumo podría dedicarle una hora, del todo imposible, lo dejé para mejor ocasión, pero me quedé con las ganas de efectuarlo.

Dirigí mis pasos a la Terminal de Iberia para tomar uno de los buses que transportaban a los pasajeros hasta Barajas, estaba próximo a la glorieta de Neptuno, afortunadamente pillé un día soleado, Madrid por su altitud goza de inviernos de clima continental, no era éste precisamente un día excesivamente frío e invitaba a pasear y gozar de sus calles y avenidas.

Al llegar a Barajas busqué una cabina telefónica, llamé a Laura y a mis padres. – Laura, amor, ya estoy en Madrid, en una hora tengo el embarque y en otra hora más estaré en Barcelona, ya queda menos amor mío-.

-No puedo creer que estés tan cerca de mi, cariño. La última vez que hablamos me dijiste que te aguardara bajo "nuestro árbol", ¿deseas que venga al aeropuerto a recibirte?-, dijo en el tono de voz que yo tanto ansiaba oír.

-Desearía que tuviéramos nuestro reencuentro en dicho lugar, ya que en el aeropuerto estarán mis padres y quizás no podríamos expresarnos como ambos desearíamos, ¿no te parece?-.

-Allí te esperaré amor mío, se me va hacer el tiempo eterno, pero allí estaré-. La calidez y la suavidad de su voz, hizo que mi corazón se acelerara como hacía bastante tiempo no experimentaba. Que dura es la distancia y el tiempo para los enamorados.

Me despedí de Laura y a continuación llamé a la casa de mis padres. Solo estaba mi madre, la dije que estaba en Madrid y que en un par de horas llegaría al aeropuerto del Prat.

-Papá y la niña (mi hermana), acaban de salir para allá, han llamado esta mañana a Iberia y les han informado del horario previsto de llegada. ¿Estás bien hijo?-, me preguntó.

-Si mamá, estoy muy bien y muy feliz de poder volver a veros a todos vosotros de nuevo-.

-Laura nos visitó hace pocos días. Lo está pasando bastante mal por el fallecimiento de su abuela, dentro de nuestras posibilidades hemos tratado de consolarla, pero la pérdida tan repentina la ha afectado mucho-.

-Lo se mamá, pero hay que hacerla ver que este es un doloroso paso por el que todos estamos obligados a sufrir y que no queda más remedio que rehacerse del mismo-.

-Oye hijo, en el aeropuerto te aguarda una sorpresa-.

-¿De que se trata?-

-Ya lo verás, tengo prohibido revelártelo, si no dejaría de ser eso, una sorpresa-.

-Te dejo mamá, ya están llamando a los pasajeros de mi vuelo para el embarque, ¡hasta ahora mismo!-. Le envié un beso telefónico y colgué.

En las llegadas nacionales distinguí inmediatamente a mi padre y hermana, ésta última daba saltos para sobresalir de entre el grupo de personas que estaban tras la valla aguardando a los pasajeros.

Nos abrazamos los tres llenos de alegría y emoción, hacía algo más de cuatro años que no nos veíamos, no teníamos palabras suficientes para aquellos emotivos momentos, permanecimos abrazados un buen rato, luego ya algo más serenos, recogí mi equipaje e hice intención de ir a situarme en la cola del bus que nos llevaría hasta la Terminal de la Plaza de España.

Mi padre me cogió del brazo y casi me arrastró hasta la explanada del aparcamiento público, le seguí obedientemente, pero vi que mi hermana se sonreía maliciosamente. Al llegar a uno de los pasillos que formaban los automóviles estacionados, mi padre se detuvo junto a un pequeño automóvil de color blanco nuevecito y reluciente, sacó unas llaves del bolsillo y abriendo la puerta del mismo me preguntó socarronamente : -¿Dónde desea el señor que le llevemos?-.

Menuda sorpresa me llevé, luego me contó que hacía poco más de quince días que le habían adjudicado un automóvil de la fábrica SEAT, un modelo 850 c.c. de cuatro puertas. Por aquel entonces el fabricante demoraba más de un año para entregar el automóvil solicitado. Para mis padres era como si hubiesen adquirido un Rolls Royce. Siguiendo el mismo tono respondí : -¡A casa Ramón!-.

En menos de treinta minutos estacionaba el automóvil en la puerta de casa, al apearme me quedé mirando la fachada, se agolparon en un instante los gratos recuerdos vividos en ella.

Mi madre salió a la puerta a recibirme, se añadieron algunas vecinas que me conocían desde que yo era un bebé. Nos fundimos en un abrazo, estaba muy emocionada, me miró para decirme: -estás muy guapo hijo, pero demasiado delgado, al parecer los alimentos de los americanos no te sientan demasiado bien-.

No quise contradecirla, en efecto, llevaba algo de razón, entramos en casa y les di los obsequios que había comprado para ellos, les pedí que me disculparan, Laura me aguardaba en Folgueroles, fueron muy comprensivos conmigo, de sobra sabían que ansiaba verla. Mi padre me dio las llaves de su utilitario diciéndome que me lo llevara. Se lo agradecí en el alma, de ese modo podría estar mucho antes con mi amor.

Llamé a Laura para decirle que ya salía para allá. -En hora y media estaré aguardándote bajo "nuestro árbol"-, me dijo.

Crucé las poblaciones de Granollers, La Garriga, Figaró, Aiguafreda, entre éstas dos últimas poblaciones, me encontré con el obstáculo de una densa niebla que se había aposentado en la garganta del desfiladero que formaban los llamados singles o farallones del Bertí con el río Congost por un lado, y el macizo del Tagamanent por el otro, encendí las luces del auto y procuré avanzar con suma precaución, no me sorprendió el estado climático de la zona, solía ser bastante frecuente en aquella época del año.

Pero a pesar del pequeño contratiempo, pensaba que cada metro que avanzaba, estaba cada vez más cerca de mi amada, mi espíritu se llenaba de ansiedad por poder estrecharla entre mis brazos, a pesar de todo, no le exigí demasiado al pequeño automóvil, le encontraba muy frágil, me había habituado a los automóviles americanos que eran de dimensiones y potencia muy superiores.

La bella y laboriosa ciudad de Vic, estaba aquellas horas bastante tranquila, la niebla se había ya disipado casi en su totalidad, enfilé la carretera que conducía a Calldetenes, unos pocos kilómetros después encontré a mi izquierda el desvío a Folgueroles. Ahora mi ansiedad se hizo más latente. Lucía un asustado sol invernal que entraba por la ventanilla de mi lado que calentaba tímidamente.

Vi la orgullosa y grácil espadaña de la iglesia del pueblo que a la vez hacía de campanario , se alzaba inhiesta sobre la fachada del templo con sus dos campanas, cada vez lo tenía más próximo. Fuera hacía bastante frío, a pesar del tímido sol.

Todo cuanto veía, me era familiar y me traía muy gratos recuerdos, en aquel pedazo de tierra había pasado tantos días de mi infancia y adolescencia que me sentía como en mi propia casa. Vinieron a mi los recuerdos de los amigos de los veraneos; Justet, Emili, Maite y tantos otros, hacía

mucho tiempo que no sabía de ellos. También tuve un recuerdo para la Padrina, su hija Mercé y Lluís, que fueron siempre tan generosos conmigo. Hacía algo así como un año que había recibido una carta de Lluís Vivet, era bastante escueta y de difícil lectura, Lluís no era precisamente hombre de letras, tuve harta dificultad para poder entender su caligrafía y contenido, iniciaba la misma con el signo de la cruz dibujado en el encabezamiento, tradicional en la época por la gente sencilla del campo, luego continuaba con el clásico encabezamiento de: "Espero que al recibo de ésta te halles bien de salud, nosotros a D.G.. también lo estamos….etcétera.". Venía a contarme en ella que la Padrina solo hacía que hablar de mi a las gentes del pueblo, para ella era todo un acontecimiento que yo estuviera en ¡América!, era una carta sencilla pero entrañable, la guardé junto con las perfumadas que recibía semanalmente de Laura y de mis padres.

A todo esto me encontré entrando al pueblo por el acceso Norte, pasé el cementerio, el Ayuntamiento y la casa del Pere Fusté, aminoré la velocidad y me detuve frente al número 15 del carrer Nou, la puerta de la casa de mis veraneos (Ca la Manela), estaba cerrada totalmente, así como los postigos de las ventanas, me sorprendió, ya que en el pueblo las casas solo solían cerrarse por la noche cuando sus habitantes iban acostarse. No vi a ninguno de los vecinos conocidos, era la sagrada hora del almuerzo. Puse la segunda velocidad y bajé suavemente por el Carrer Nou hasta llegar a la plaza de Verdaguer, doblé a la izquierda y vi la casa de los Soladrigas, dejé el automóvil estacionado frente el Casinet y seguí el resto del recorrido a pie hasta tomar el senderito que me llevaría al majestuoso roble: "nuestro árbol".

Un par de minutos después volvía a ver la copa del imponente y majestuoso árbol de la colina, debajo de su enorme y redondeada copa me pareció distinguir la silueta de Laura, detuve por un momento mi andadura y permanecí unos instantes de pie para ver con más detalle la imagen que la naturaleza me ofrecía. Laura que también me había visto, echó a correr colina abajo con los brazos extendidos, yo hice lo propio, corrí colina arriba, a medida que nos aproximábamos pude distinguir la cara de felicidad de la mujer que había secuestrado mi corazón y mi voluntad y que tan feliz me hacía su compañía.

Fue un momento indescriptible, no tengo suficientes palabras para relatarlo, nos fundimos en un abrazo, nuestros labios se buscaron afanosamente, sedientos de besos hasta encontrarse, su cabello se interponía entre nuestras bocas, pero no importaba, nos dimos el beso más largo y amoroso de nuestras vidas, sobraban las palabras, nos separamos el uno del otro para mirarnos a los ojos como en tantas otras ocasiones habíamos hecho. Ahora de nuevo frente a mi dejé de ver a la muchacha que al marcharme era, se había convertido en una mujer, ¡una bellísima mujer!, su cuerpo conservaba el aroma que me enloquecía, de nuevo me miraba a través de aquellos grandes ojos color de miel, y sus carnosos y apetecibles labios que estaban pidiendo ser besados.

-Amor, amor, bésame no te detengas, mis labios están sedientos de ti, de tu amor, de tus caricias, no me dejes sola nunca más-, me susurraba en el oído, con la incontenible pasión de mujer enamorada.

Terminamos arrodillados en el suelo, uno frente al otro abrazados y besándonos sin cesar, finalmente algo más serenos, enlazados por la cintura, nos encaminamos a la Gran Casa. Al llegar a la plaza de Mayor, vimos a Justet que salía de la panadería con una barra de pan bajo el brazo, y como siempre el pelo por la frente.

¡¡ Pinsá !!-, grité.

Se detuvo a la vez que ponía una de sus manos a modo de visera, por la posición en que se hallaba, el débil sol invernal le deslumbraba. -¡¡Guillermo, Laura !!- gritó al reconocernos al mismo tiempo que echaba a correr para reunirse con nosotros.

Nos dio un fuerte abrazo a ambos, no podía disimular que se sentía muy contento de volver a vernos. –Chico, estás hecho todo un señorito-, -y tu Laura estás de rechupete-, dijo con su habitual socarronería y sinceridad, a la vez que nos miraba de arriba a bajo, -En el pueblo os hemos echado todos mucho de menos, en especial los últimos veranos, sin vosotros no han sido lo mismo-. -¿Para cuando es vuestra boda?-.

Laura y yo quedamos mirándonos, Justet había dejado en el aire una cuestión que realmente todavía no nos habíamos planteado.

-No sabemos, debemos hablarlo todavía, pero por descontado que será en Folgueroles-.

-Oye- le dijo Laura, -¿Por qué no vienes esta tarde a merendar a casa y hablamos de todas nuestras cosas?, invita también de nuestra parte a Maite y Emili-.

-Así lo haré, adiós parejita, hasta luego-. Dobló la esquina y siguió para su casa.

Saqué del auto la bolsa de cuero en la que había puesto algunas ropas además del regalo que había comprado para Laura.

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