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La dama de la bicicleta (Novela) (página 4)


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Me dio un vuelco el corazón, ¿estaría de algún modo insinuándose?, -Pues te prometo que a mi personalmente me iba hacer muy feliz y, también a mis amigos, que saben apreciar la belleza-, respondí sin premeditar el requiebro, era la primera vez que manifestaba algo de mis sentimientos hacia ella, bajó lentamente sus grandes pestañas y volvió abrirlas para mirarme acompañando una irresistible sonrisa de agradecimiento por lo que acababa de decirle. De nuevo mi corazón volvió a galopar a toda velocidad.

-Cuando regresemos del baño, se lo pediré a la abuela, no creo que vaya a poner ningún reparo. Estará Joaquín, mi hermano, en casa además del servicio-.

-Preveo que lo vamos a pasar muy bien si ello sucede-.-Vayámonos al baño, nos están aguardando-, dije tirando de ella.

Se dejó llevar…..

CAPÍTULO VIIº

En la Gran Ciudad….

-Padrina, esta semana voy a echar de menos tus famosas tortillas de patatas y cebolla-, la dije mientras la abrazaba y besaba para despedirme de ella, estaba eufórico.

-Ay Guillermo, no se que voy hacer sin tener con quien meterme- dijo.

-Guillermo ¿has hecho tu maleta?-, preguntó mi madre.

-No mamá pero la tengo hecha en un santiamén, hay pocas cosas que meter-.

Mi padre acababa de bajar con la de ellos. -Anda hijo haz la tuya y baja enseguida, un momento u otro llegará el autobús que nos ha de llevar a la estación, ve a buscar a Maite, no vaya a ser que se quede en tierra, ya sabes que las mujeres tienen por hábito llegar tarde a las citas-, dijo socarronamente.

Cogí la bicicleta y fui a por ella, -¡Maiteee!- grité desde la puerta del colmado.

Se asomó por la ventana de su habitación -Ya voy Guillermo, de todos modos el autobús para en la puerta de nuestra casa, ve tu a buscar a tus padres y acercaros-.

De nuevo cogí la bici y regresé a casa, hice mi reducida maleta y la puse junto a la de mis padres.

-Pues vamos allá- dijo mi padre mientras se despedía de su gran amigo Lluís y su esposa Marcé, la Padrina se empeñó en acompañarnos hasta que cogiéramos el autobús. Lluís y mi padre se habían hecho grandes amigos durante la guerra Civil, siendo ellos soldados, y compañeros de cuerpo, compartieron muchas situaciones harto difíciles que sobrellevaron con gran entereza, este cúmulo de peligros y dificultades hizo que su compañerismo y amistad se acrisolara para siempre.

Cargados con las maletas llegamos a la plaza mayor, la Padrina estaba hablando con algunas vecinas y amigas del pueblo. Maite estaba ya en la puerta con una pequeña maleta de cuero bastante ajadita acompañada de su madre, era el momento de las despedidas. Llegó corriendo Laura, venía a decirnos adiós, jadeaba por la carrera que había echado desde su casa. También Emili y Justet se unieron al cortejo para decirnos adiós, no sin cierto aire de tristeza.

-Adiós Guillermo, adiós Maite, nos dijo Laura, dándole un abrazo a ésta última y que ésta aceptó de buen grado. Laura al darme la mano dejó en ella un papelito escrito, lo puse en el bolsillo de mi pantalón, pensé leer su contenido luego, más tarde. Me llevé en mi intimidad la imagen de aquella bella muchacha con la mirada de unos ojos que parecían decirme : "llévame contigo".

Al poco rato llegó el viejo y desvencijado autobús que nos llevaría hasta la estación.

Lentamente arrancó el añejo vehículo que a decir verdad no estaba para demasiados acelerones, nos llevó a todos hasta la estación en tiempo realmente breve, pero que a Maite le pareció un siglo, tal era el afán que la impelía a llegar cuanto antes a Barcelona.

Al llegar a la estación mi padre adquirió los billetes y, en el entretanto aguardábamos el tren, nos invitó a tomar un refresco en la cantina. Maite estaba muy nerviosa, iba de un lado para otro, estaba a punto de realizar un sueño anhelado durante muchos años. La cogí de la mano para tranquilizarla. -Maite serénate, así nerviosa no vas a poder gozar de nada, conocerás Barcelona, te llevaré a pasear por los sitios más bonitos de la ciudad, te presentaré a todos mis amigos y amigas, iremos al cine, a bailar, verás el mar, pero todo esto deberás tomarlo con gran serenidad, por el contrario no podrás disfrutarlo-.

-Oh, Guillermo, no me puedo creer que voy a ver todo lo que me estás diciendo-.

Sus ojos hablaban, los tenía más centelleantes que nunca y sus mejillas estaban sonrosadas de maquillaje natural.

Una hora y tres cuartos más tarde el tren paró en la estación de Sant Andreu, anduvimos unos diez minutos hasta llegar a nuestra casa, afortunadamente no estaba lejos de la estación. Maite rebosaba de entusiasmo, lo encontraba todo fantástico, bonito y grande.

Al llegar a casa, mi madre le mostró la habitación que iba a ocupar, la de mi hermana Nini . Puso su ropa en el armario y se vino al jardín que teníamos en la parte posterior. Mi padre y yo nos habíamos sentado en unas hamacas debajo de una gran higuera que en verano producía una agradable sombra además de excelentes higos blancos. Con mi padre tenía una gran relación, en verano siempre nos sentábamos allí para charlar de nuestras cosas, Maite se sentó silenciosa junto a nosotros dos acompañándonos.

Repentinamente me acordé del papelito que Laura me había dado y que había metido en el bolsillo. Lo desdoble para leerlo, me ponía simplemente su número de teléfono de la casa de San Gervasio y añadía que el lunes al mediodía estaría en la ciudad.

Cogí el teléfono y llamé a mis dos amigos, les avisé de mi llegada y añadí: -Ha venido conmigo un "bomboncito" que quita el hipo-. No tardaron más de veinte minutos en llegar, no vivían lejos de mi casa.

-Hola Guille-, saludaron entrando al jardín, Edu a pesar del calor reinante, se había puesto corbata, cuidaba mucho su estética personal. Beppo (José), llevaba un "blue jeans" como le llamábamos en la gran Ciudad a los tejanos, y camisa blanca.

Maite y yo nos levantamos para saludarles, ésta se quedó algo rezagada detrás mío, llevaba puestos los pantalones

cortos y una blusa azul celeste que la favorecía mucho. Vi reflejado en la mirada de ambos el efecto que mi amiga les había causado. Inmejorable.

Saludaron a mis padres pero no quitaban la vista a Maite. Se la estaban comiendo con los ojos. Propuse salir a dar un paseo e irnos a tomar algún refresco en la terraza de verano de la cafetería Colombia a la que habitualmente solíamos reunirnos con el resto de amigos y amigas de nuestro grupo.

Maite se alegró mucho de mi proposición, – voy a cambiarme de ropa-, dijo.

-Pero si así vas muy bien- le dijo Beppo mientras miraba socarronamente de reojo a Edu.

Le sugerí que fuera a cambiarse de ropas, si se presentaba en pantalón corto, los del grupo seguro que la iban a armar y las muchachas la recibirían de uñas, por competencia "desleal".

Regresó radiante, había soltado su rubia cabellera que recogió detrás de sus diminutas orejas, se había puesto algo de rimmel en las pestañas, sus centelleantes ojos azules acabaron de cautivar a todos. Mi padre, espectador de primera fila vi que se sonreía discretamente.

Nos fuimos andando por la calle principal hasta llegar al lugar donde nos reuníamos habitualmente todos los amigos, por el camino, Beppo y Edu, con el afán de hacerse simpáticos con Maite, le iban explicando cosas de sus estudios, de las nuevas canciones de moda, y de lo que se suele hablar entre gente de nuestra misma edad.

En la cafetería Colombia o Cal Albert , ocupamos la única mesa que quedaba libre en la terraza instalada en el bulevard del paseo de Fabra y Puig, la Rambla, como la llamábamos los del lugar, aquella hora del final de la tarde era un sitio muy concurrido, diría que de moda en la zona. Durante la conversación que manteníamos, a Edu no se le ocurrió otra cosa que decirme: -Oye Guille, y ¿para cuando nos presentarás el otro bombón anunciado?-.

Maite al oír el comentario de mi amigo se quedó algo tensa, creo que adivinó de quien se trataba el "bombón".

-¿Se trata de Laura? Guillermo-, me preguntó.

Si, me dijo que ella debía venir a Barcelona el lunes y le gustaría que nos viéramos, la llamaré más tarde-, dije intentando quitar importancia al asunto.

Vi que a Maite no le había hecho excesiva ilusión la noticia, se puso algo seria y tensa, pero le duró pocos minutos, comenzaron a llegar uniéndose a nosotros, el resto de amigos y amigas del nutrido grupo que formábamos, al verse el centro de atención, se distrajo de todo lo demás, la notaba feliz y contenta como nunca la había visto, para ella todo era nuevo y agradable y sabía manejarse muy bien entre todos nosotros. La sencillez y espontaneidad natural que poseía, hacía que cayese bien entre casi todas las féminas del grupo, se estaba captando sin quererlo, el acogimiento de todas ellas, ellos sin embargo iban más lejos, además de sus cualidades morales, se sentían terriblemente atraídos por su belleza fresca, juvenil y serena. Todos se atropellaban en proposiciones de las más variadas; la invitaban al cine, a bailar, a la playa, y un sin fin de ofertas de lo más singulares.

Yo no estaba dentro de la piel de Maite pero con toda seguridad en aquellos momentos se sentía una verdadera "prima donna".

Uno de los muchachos del grupo, Joan, hijo de la tintorería Pilar, propuso organizar un improvisado baile en el terrado de su cercana casa, sus padres con motivo de su cumpleaños acababan de regalarle un modernísimo tocadiscos microsurco portátil eléctrico, una novedad, los demás que poseíamos alguno eran accionados a cuerda, de "tracción sanguínea" como alguien del grupo los bautizó, -¡vamos allá!- dijimos casi todos a una.

Algunos fueron a sus casas a por discos, era la primera etapa de los llamados microsurcos, funcionaban a 45 revoluciones por minuto, solían tener dos canciones por cara, y la reproducción de su contenido era de una calidad muy superior a los conocidos por discos de baquelita o también llamados vulgarmente, de "piedra".

A Margarita Morera, una de las bellezas del grupo, le habían regalado por su cumpleaños el disco de moda del verano; "Diana" , " Put your head on my shoulder", etc. del cantante y compositor, Paul Anka, otro trajo el último disco ganador del Festival de la Canción de San Remos, "Nel blu, di pinto di blu", quizás más conocido como "Volare" del italiano Domenico Modugno, el Rock and Roll estaba en sus albores Chubi Checker y E. Presley como estandartes de la nueva tendencia musical americana que comenzaba apasionar a nuestra generación, sin olvidar a los clásicos Glenn Miller y Tommy Dorsey con su encantador: "You are my everding", y María Teresa Vidal, la relaciones públicas del grupo, no podía ser menos, aportó lo más último: "Oh Happy Day" interpretado por la actriz Doris Day.

Maite alucinaba con todo lo que le iba sucediendo a su alrededor, se hallaba transportada como por arte de magia, en medio de un ambiente juvenil de la gran ciudad que desconocía, luego más tarde me diría que vivíamos a una velocidad de vértigo, pero confesó que la entusiasmaba nuestro estilo de vivir.

En pocos minutos se había montado nuestra improvisada fiesta en el terrado de Juan, otros habían aportado algunas botellas de refrescos de Cola acompañados de pequeños bocadillos de pan de molde, todavía no se les llamaba sandwitches.

Comenzó a girar el plato del tocadiscos y el brazo oscilante con la finísima aguja de diamante inició su contacto con el microsurco de Modugno : " Penso que un sogno cosi non ritorna mai piu…" comenzaba la canción. Maite estaba pasando verdaderos apuros para cumplir con todos los que le solicitaban bailar, deseaba complacer al alud de demandas hasta que propuse como solución que bailara una pieza con cada uno comenzando por el orden alfabético del apellido de los varones que pretendían bailar con ella, solución algo la salomónica pero eficaz y puso orden.

Temía por la reacción del resto de las féminas ante tanto y poco disimulado desinterés para con ellas por parte de ellos, algunos ya estaban de alguna manera "aparejados", quiero decir que salían juntos con cierta asiduidad, sin ser declaradamente novios, pero por sorpresa mía, Maite se había ganado la simpatía de todas ellas y no las molestaba lo más mínimo que fuera el centro de la reunión.

Pasamos un par de horas sin darnos cuenta, hubo de todo, desde baile a bromas entre unos y otros y chascarrillos graciosos sobre la inocencia campesina e inexperiencia ciudadana de Maite. Desde el terrado de Juan, se divisaba a lo lejos el mar, el sol fue bajando poco a poco, cual globo deshinchándose que lentamente fuera perdiendo altitud, el cielo se tinto de un rosado intenso y el calor fue aliviándose perezosamente. Alrededor de las ocho y media, la madre de Juan nos avisó de que algunos padres habían llamado al teléfono para recordarnos que era la hora de retirarse a casa para cenar.

Maite no se hubiese marchado nunca de allí, se hallaba como en estado de éxtasis, era su primer encuentro con un grupo de chicos y chicas de su admirada Gran Ciudad, lo que siempre en sus sueños había anhelado que sucediera, rebosaba felicidad por todos sus poros. La tuve que coger de una mano y tirar de ella, mientras daba las gracias a las chicas por haber acogido con tanto cariño a mi amiga. -Estoy en deuda con vosotras-, les dije mientras nos íbamos.

-Espera Guille, espera-, me dijo Edu, -falta el baile del farolillo-. Tuve que acceder, era tradicional en todas las fiestas privadas que alguno de los últimos bailes fuera éste.

Edu se lo hizo venir bien para que le tocara bailar con Maite, tenía en su apellido una de las últimas letras del abecedario. Alguien puso en el fonógrafo la composición de G.Miller, "Serenata a la luz de la Luna", los trombones de la orquesta le daban a la composición un aire romántico y al mismo tiempo melancólico, marcando un ritmo muy lento para bailar. Edu sabía escoger. Se apagaron las luces y encendimos las velitas de los farolillos, acabada la pieza, a la pareja que le quedaba prendida la velita, tenía el derecho de darse un beso en plena oscuridad. Edu luchó a brazo partido para que no se le apagara su farolillo, pero creo que mi amiga no dejó que la besara donde el deseaba.

Al llegar a casa llamé a Laura, no había llegado todavía, la sirvienta que atendió al teléfono me dijo que la esperaban al día siguiente. Le pedí que le dijera que la había llamado y le di mi teléfono. No tuve la precaución de pedirle el teléfono de la Gran Casa en Folgueroles.

Durante la cena, Maite no descansó ni un momento de hablar, a mi madre le hacía mucha gracia oír con el entusiasmo con que se expresaba, contó todo los eventos de la tarde, de lo bien que había sido acogida, de lo simpático que era el grupo, hasta llegar al baile, -¿verdad que Edu es algo fresco?- me dijo con toda la naturalidad del mundo.

-¿Porqué dices eso?- le pregunté, aunque yo ya intuía la respuesta.

-Es que durante el baile del farolillo, me apretaba tanto contra él que casi me impedía respirar, y al final me quiso besar algo forzado-.

Sonreí y le dije : -es que Edu es muy enamoradizo y algo osado, no se lo tengas en cuenta-.

-Mira mañana vamos a ir en barco-, la dije para desviar la conversación.

Se le abrieron los ojos como naranjas – ¿Cómo?- respondió.

-Vamos a ir con el metro hasta la Plaza de Cataluña, luego bajaremos andando todas las Ramblas hasta el puerto y allí tomaremos billetes para montarnos en las golondrinas que van hasta el faro del rompeolas. Seguro que va a gustarte-.

Con la cara iluminada me dijo : -Guillermo no podré olvidar mientras viva lo que haces por mi-. -¿Vas a decirles a tus amigos que nos acompañen?- me dijo con mirada picarona.

-¿Quieres que les diga para que nos acompañen?-.

-Si, si, son muy divertidos-, dijo con juvenil entusiasmo.

-¿A pesar de los achuchones de Edu?-.

-No tiene importancia, se defenderme de ellos, y no me disgustan del todo- dijo al fin sonriendo pícaramente, no se si era con la intención de comunicarme algo de celos.

-Bien, por hoy ya es suficiente, todos a dormir-. Dijo mi madre cerrando la sesión.

Maite nos dio a los tres un beso de buenas noches y se fue canturreando a su habitación. Supongo que aquella noche dormiría poco con motivo a la excitación experimentada por los acontecimientos de la jornada.

A la mañana siguiente después de hacer mi tabla de ejercicios gimnásticos en el jardín, costumbre adquirida desde hacía algún tiempo y que me ayudaba a sentir más tonificados los músculos de mi cuerpo, entré en la cocina donde mi madre ya estaba preparando los desayunos, mi padre hacía pocos minutos que se había marchado a los talleres donde trabajaba desde hacía muchos años.

Fuera en el jardín el sol comenzaba a hacer notar su presencia, se preveía un clásico día del bochornoso verano barcelonés.

Del fondo de la casa se podían oír los cánticos de mi amiga que estaba tomando una reconfortante ducha.

Apareció por la cocina con el pelo todavía sin secar del todo, mi madre la conminó a que se lo secara, no fuera a ser que se constipara. Le dio un secador manual y saliendo a la galería que daba al jardín comenzó a secarlo, pidió mi colaboración, que hice muy gustoso, tenía un pelo abundante, muy bonito y recio.

Después de desayunar, le dije a Maite que se pusiera aquel pantalón corto que tan bien le sentaba, iba a ser un día de fuerte calor, además de la caminata que nos íbamos a dar.

Salió de su habitación con ellos puestos que acompañó con una camisa blanca escotadita. A decir verdad tenía unas piernas preciosas y muy femeninas, mi madre se la quedó mirando sonriente y le dijo: -Maite, los muchachos se te van a comer con la mirada, estás guapísima-.

Alrededor de las nueve y media llamé a Laura al número que me había dado. Se puso ella al segundo timbre del teléfono.

-Hola, dígame-.

Otra vez aquella voz dulce y angelical. -Laura soy Guillermo, ¿cuando has llegado?-.

-Ayer por la noche bastante tarde, no quise llamarte por que pensé que quizás estuvierais ya durmiendo-.

La voz suave y reposada era una bendición oírla, no me hubiese cansado nunca de escucharla. De nuevo observé que se aceleraban mis pulsaciones. Pasó por mi lado Maite, que probablemente había oído parte de la conversación y adivinando que era Laura. Con gran desparpajo me quitó el teléfono de las manos y se puso hablar con ella: -Laura, vamos a ir en barco-, le dijo llena de entusiasmo. -Guillermo tiene unos amigos muy divertidos y, también muy guapos-, dijo socarronamente.

Rescaté el auricular y me puse hablar con Laura. -vamos a ir al centro en metro, hasta la Plaza de Cataluña, para bajar por las Ramblas hasta el puerto y allí tenemos la intención de montar en las golondrinas, ¿te apetecería unirte a nosotros?-.

-Si mucho, por eso he venido a Barcelona- dijo con cierto aire insinuativo, Laura era un ser sumamente femenino, tenía ese raro don que algunas pocas mujeres poseían, ser coquetas sin aparentarlo.

Acordamos encontrarnos en la Plaza de Cataluña alrededor de una hora después, junto al reloj floral.

-Adiós Guillermo-, me dijo antes de colgar en un tono de voz dulce y muy sensual.

Colgué muy excitado, aquellas palabras y el tono empleado, me cautivaban, estaba ansioso de llegar al lugar de la cita y volver a verla, deseaba tener alas en los pies como el héroe Aquiles para volar a su encuentro.

Fuimos en busca de Beppo y Edu, que ya estaban dispuestos para el gran paseo. Éstos al ver a Maite y su atuendo se quedaron de una pieza, parecía que sus ojos no daban crédito a lo que veían, Beppo no pudo contener una exclamación jocosa a la vez que era un requiebro para ella.

El metro aquellas horas no andaba demasiado lleno de pasajeros, en pocos minutos llegamos a nuestra estación. Salimos al exterior por la salida del lado Norte de la gran plaza de Cataluña.

Yo había preparado a mis dos compañeros respecto a Laura, les advertí que era una "niña bien", muy bien educada, elegante y equilibrada, en una palabra, con "clase" y bajo ningún concepto admitiría bromas malintencionadas o pesadas. Les expliqué que sentía algo especial por ella. Asintieron muy serios.

Brillaba un sol vertical esplendoroso acompañado de un cielo muy azul y limpio, las palomas revoloteaban por la plaza picoteando insectos y semillas que algunos peques les tiraban para atraerlas y poder tocarlas.

Maite andaba hablando y preguntando a mis dos amigos por un sin fin de cosas que le eran desconocidas, que encantados y solícitos le explicaban, ésta se había situado entre ambos colgándose de los brazo. Luego me confesaron que no habían conocido jamás una muchacha tan alegre, simpática y natural, y que además estaba "muy buena".

Vi a Laura de pie junto al reloj floral tal y como habíamos acordado, el corazón de nuevo comenzó a palpitarme acelerado, sentía un bienestar indescriptible, no hacía más de veinticuatro horas que había estado con ella, allá en el pueblo, pero en todo ese tiempo mi subconsciente me pedía estar con ella. Comenzaba a experimentar algunos sentimientos que jamás, hasta ahora como adolescente había sentido, y realmente estaba algo desconcertado.

Ella también me había visto, nos acercamos el uno al otro hasta que quedarnos frente a frente y, sin darnos cuenta nos cogimos las manos mirándonos a los ojos un buen espacio de tiempo en silencio, descubrimos que ésta era otra manera de hablar.

Fue Laura quien lo rompió, – hola, ¿cómo estás?-, dijo con aquel suave tono de voz tan característico en ella, que más parecía una sugerencia.

-Hola-, no supe decir nada más, la seguí mirando a los ojos hechizado.

-¡Parejita, despertad!- era la voz de Maite quien acababa de romper el encanto.

Presenté a Laura a mis dos amigos, que dicho sea de paso no salían de su asombro, la serena belleza y estilo de aquella muchacha les impresionó, más de lo que yo había previsto. Beppo en un aparte, no pudiéndose contener me dijo : -Menuda suerte has tenido Guille-.

Iniciamos la excursión por las Ramblas, que a mi entender, son el salón de estar de la ciudad. La espesa arboleda proyectaba una agradable sombra sobre el paseo central invitando a pasear bajo ella, contrastaba con el bullicio del ir y venir de la variopinta y cosmopolita gente que durante las veinticuatro horas del día llena este típico lugar de la milenaria urbe. Iniciamos la andadura por la Rambla de Canaletas dirección Sur, a nuestra derecha la famosa fuente de varios caños bautizada con el mismo nombre, de la que se dice que el forastero que bebe de ésta agua retornará a la ciudad, y frente a ella la cafetería Nuria.

En ambas orillas del bulevard central, habían sillas de madera plegables formando hilera en las que uno podía sentarse todo el tiempo que deseara por el módico pago de media peseta.

Laura y yo caminábamos cogidos de la mano casi sin darnos cuenta de ello, fue de manera instintiva, solo en alguna ocasión nos mirábamos a los ojos. Nos precedían Maite y mis dos amigos que esporádicamente volvían las cabezas para comprobar si les seguíamos, en alguna ocasión les sorprendí sonriendo y dándose algunos codazos.

Casi sin darnos cuenta llegamos a la Rambla de las Flores, en su intersección con la calle del Carmen y la iglesia de Belén, después de haber dejado atrás la cafetería Moka y los "Grandes Almacenes El Sepu" , algo más allá, el sector de la de Los Capuchinos o Rambla de Sant Joseph, con el bello y elegante palacio de la Virreina, quedaba éste algo retranqueado del resto de la línea de edificaciones colindantes, formado una pequeña plazoleta en su parte frontal. Por cierto que en uno de los lados de la misma, solían ocuparlos algunos personajes que por unos dineros se dedicaban a leer o escribir cartas o documentos a personas que carecían de estos conocimientos, algunos de ellos estaba provisto hasta de una pequeña mesita y una destartalada máquina de escribir Underwood.

Continuando nuestro paseo, quedó a nuestra derecha el mercado de La Boquería, después la calle del Hospital y el Gran Teatro del Liceo cuya austera fachada al igual que la de su homónimo milanés, encerraba en su interior una de las joyas más preciadas de la ciudad, la catedral de la música.

Detuvimos nuestra andadura para descansar un poco, el sol seguía apretando de firme. Mientras observábamos la seria fachada, nos sentamos en la barandilla de cemento de una de las salidas de la estación del metro para descansar unos minutos, por fortuna la proximidad al mar enviaba una suave brisa que hacía algo más soportable el fuerte calor reinante, no eran más allá de las doce del medio día.

Maite y Laura se sentaron juntas, hablaban de infinidad de cosas que a la primera se le ocurrían, Laura confesó no conocer demasiado esta parte de la ciudad, no había tenido casi nunca la ocasión para ello, nos dijo que siempre le habían dicho que era un lugar peligroso para las muchachas "decentes", que por ello su abuela solo en una ocasión la llevó al Liceo para presenciar una ópera de Verdi, "Il trovatore". Era lo único que conocía de las Ramblas.

Cuando hablaba, sus sensuales y rosados labios se movían con tal gracia que invitaban a besarlos con ansiedad.

No quise obsesionarme con ello. -¿Seguimos con nuestro paseo?-, les dije.

Algunas prostitutas ya deambulaban por allí buscando algún tempranero cliente. Maite se me acercó para decirme : -Guillermo, Beppo me ha dicho que algunas de éstas mujeres tan estrafalariamente vestidas son prostitutas-, -¿es cierto o me está tomando el pelo?-.

Laura también había oído la pregunta y dio un paso para acercarse algo más a mi. -Creo que si lo son, no soy demasiado entendido en ello pero por su vestimenta y actitud yo diría que si son-. Tenía a Laura tan cerca que podía oler el suave aroma de la colonia que usaba, me recordó mucho al olor que desprende la miel. -Señoritas-

, las dije, -No las miréis con tanto descaro hacedlo con algo más de recato-.

Súbitamente se nos acercó un individuo malcarado amenazándonos por estar mirando a una de aquellas mujeres de "mala vida". -¡¿Qué queréis? niñatos de mierda, ¿no tenéis otra cosa que hacer que mirar a mi "mujer"?!- dijo con voz ronca y escandalosa.

Nos alejamos a toda prisa de allí. Estábamos llegando a la altura de la Plaza del Arco del Teatro, o Rambla de Santa Mónica. Al fondo se divisaba la gran columna de acero que soportaba al navegante Cristóbal Colón que con el índice de su brazo extendido señalaba la dirección donde se halla el continente americano, a nuestra izquierda quedaba el popular frontón que llevaba el mismo nombre que el insigne almirante, casi pegado al museo de figuras de cera.

Aceleramos el paso y acabamos corriendo hasta llegar al pie de la gran columna. Después de adquirí los tickets de acceso, entramos dentro y subimos al ascensor cilíndrico que discurre por el interior de la columna hasta llegar a los mismísimos pies del Almirante de la mar Oceana, como le habían bautizado Los Reyes Católicos después de completar su primer viaje.

Desde allá arriba gozábamos de unas vistas prodigiosas sobre el puerto, Maite alucinaba y Laura no le andaba a la zaga, habitualmente los residentes en la ciudad no solíamos subir a aquel lugar, más propio para los forasteros que nos visitaban.

A nuestros pies en la Puerta de la Paz, se hallaban ancladas las golondrinas, embarcaciones de paseo para viajeros, que aguardaban bailando suavemente sobre las tranquilas aguas del muelle, a que fuéramos a por ellas, a poca distancia había amarrada en el mismo muelle, una buena reproducción de la carabela la "Santa María" construida en los astilleros de la Unión de Levante de Valencia.

Al bajar en el ascensor, Laura apoyó su cabeza en mi hombro, de nuevo aquel cosquilleo y desasosiego apareció en mi interior. Edu y Beppo fueron testigos del detalle e iniciaron a canturrear suavemente una canción de moda del momento cuyo autor y cantante era Paul Anka; "Put your head on my shoulder….." (Pon tu cabeza en mi hombro), Laura que sabía bastante inglés, al oír la canción y conocer su contenido, sonrió dulcemente mirándome a los ojos, haciendo un mohín a mis amigos, Maite no había caído en ello y nos miraba a los cuatro como si de marcianos se tratase.

Compramos los tickets y subimos a bordo de la primera golondrina que iba a salir en pocos minutos, no estaba demasiado llena, subimos a la cubierta segunda que estaba al aire libre. En pocos minutos sonó un par de veces la sirena para advertir a los rezagados que estaba presta a partir. El piloto puso los motores en marcha, todo tembló en la nave, Maite estaba muy bien atendida por mis dos amigos, no debía preocuparme demasiado por ella, lo hacían con sumo gusto y ella estaba encantada, coqueteaba con ambos, era maestra en el arte de tratar a los muchachos, sabía conceder y quitar a su debido momento.

Por el camino, nuestra embarcación se cruzó con un transatlántico italiano que estaba entrando al puerto, el Lucania, un precioso y majestuoso barco de crucero que solo estaba al alcance de clases pudientes. Nuestra pequeña embarcación bailó lo suyo cuando las olas que el lujoso transatlántico de pasajeros generaba provocaron el "baile" en nuestra pequeña embarcación, hasta el punto que no era posible permanecer de pie en cubierta, el movimiento nos obligó a sentarnos. Maite estaba feliz y con el vaivén ora se agarraba al cuello de Edu ora al de Beppo.

En poco tiempo llegamos al final del trayecto, el rompeolas y su faro. Eran ya casi las dos del mediodía y nuestros estómagos comenzaban a hacer acto de presencia, vimos un chiringuito que servían bocadillos y refrescos. Laura se empeñó en invitarnos a unos Frankfurt y bebidas de cola muy frías para todos.

Nos sentamos sobre los grandes bloques de cemento que como rompeolas protegían el puerto del embate de las fuerzas marinas contra el muro de contención, desde allí gozábamos de una agradable brisa marina y de un azul intenso de la masa marina que en el Zenit se confundía con el cielo, en poco rato de exposición al sol nuestros rostros, quedaron rojos como amapolas.

A eso de las cuatro y media, Laura propuso irnos todos a su casa y organizar una merienda y baile. -Fantástico-, dijimos todos a la vez.

Volvimos a tomar la golondrina de regreso y caminamos hasta llegar a la plaza de Cataluña, descendimos a la estación subterránea de La Avenida de la Luz, para tomar los ferrocarriles de Sarriá, un fuerte y agradable olor a vainilla inundaba una buena parte de las galerías por la que procedía de una pastelería cercana. En un santiamén llegamos a la estación en la que debíamos apearnos: Núñez de Arce.

Dos calles más arriba se hallaba la casa en la que vivía la familia Soladrigas. Era una edificación suntuosa, rodeada de un bonito y bien cuidado jardín, clásica en el barrio de San Gervasio, en el que una gran parte de las construcciones eran de tipo unifamiliar con jardín, todas ellas pertenecientes a familias muy acomodadas, también llamadas burguesas.

Laura sacó una llave del bolsito que llevaba y abrió la reja de acceso al jardín. Al llegar a la casa, una sirvienta nos abrió la puerta.

-Hola señorita, ha regresado usted bastante pronto-.

-Inés prepare algo para merendar y algunas bebidas refrescantes, por favor-.

-Oíd chicos- dijo dirigiéndose a todos nosotros, -estamos desaparejados para bailar, voy a ver si encuentro en su casa una buena amiga francesa, compañera de estudios y la invito a que se una a nosotros-.

-Dile que aquí estoy yo-, dijo Edu bromeando.

-Se lo diré, te advierto que baila muy bien, en especial el cha-cha-chá francés y el Rock and Roll-.

Edu se infló como un pavo, y dirigiéndose a Beppo le dijo en tono jocoso :-Vas a ver tu mi francés, chaval-.

Laura regresó pronto de llamar por teléfono, -has sido afortunado Edu, estaba todavía en casa y no tenía que hacer, ahora mismo viene-.

La casa estaba decorada con mueblas clásicos de talla, probablemente antiguos y piezas únicas, bastantes alfombras cubrían los suelos y algunos cuadros de firmas importantes en las paredes del salón, me llamó la atención uno de ellos, representaba un bello jardín Mediterráneo, me acerqué para verle con mayor detalle y pude percibir que la firma del autor era de Santiago Rusiñol. Inés en un periquete había preparado el encargo de Laura.

Sonó el timbre y al poco oímos que desde la puerta alguien dijo :

Bon soir mes amis-.

¡Virgen Santa!, por el umbral de la puerta del salón cruzaba la francesita, era alta y desgarbada, la madre naturaleza no había sido demasiado generosa con ella, Laura se acercó para saludarla con dos besos, saludo este muy francés que también se puso de moda en nuestro país, hizo las presentaciones de cada uno de nosotros, al llegar a nuestro "Casanova", le dijo a Nicole, -éste es Edu, el amigo que te he comentado por teléfono, está deseoso de bailar contigo algún chachachá-.

Beppo se marchó fuera, al jardín, incapaz de contener la risa al ver la cara que se le puso a Edu cuando vio a la francesita, que para más i.n.r.i. le afrancesó el nombre acentuando la ú final : Edú.

Nicole resultó ser muy simpática y extrovertida, alguna cualidad debía tener, se defendía muy bien en castellano que lo adornaba con este acento tan propio de los franceses cuando hablan nuestro idioma, dándole un encanto especial. A decir verdad bailaba primorosamente y con gran desenfado. Era hija única, su padre pertenecía al cuerpo diplomático de la legación francesa y prestaba sus servicios en el consulado de su país en Barcelona.

Beppo se hizo cargo del tocadiscos y de seleccionar la música, había infinidad de discos de los llamados microsurcos, de todo tipo de los estilos de la música del momento estaban representados, desde franceses, como Gilbert Becaud, americanos como Ralph Flanagan, Nat King Cole o italianos como Modugno, nada a objetar.

Inició el baile con el mambo "Patricia" de Pérez Prado. Caramba con Nicole, era un espectáculo verla bailar, se movía con tal gracia y estilo que daba gusto, Edu la seguía como podía, pero no era fácil, ella improvisaba constantemente los pasos y movimientos del baile, el resto dejamos de bailar para poder ver la gracia con que Nicole lo efectuaba, acabamos aplaudiéndola.

Una hora después dimos unos mordiscos a los bocadillos que Inés había puesto en una bandeja sobre una mesita auxiliar del salón donde bailábamos, Maite había congeniado muy bien con Beppo, era muy divertido y ambos no dejaban de pasarlo muy en grande y a Edu le tocó arrastrar su propia cruz, con Nicole.

Fuera comenzaba asomar el atardecer, la luz del día iba atenuándose paulatinamente invitando a la intimidad, Laura y yo nos acercamos al tocadiscos, sin decírnoslo nos apetecía bailar lento, entre los múltiples discos, hallamos uno que nos gustaba a ambos, Nat King Cole, el título de las primeras cuatro canciones que contenía era Ansiedad, cuya letra era cantada por éste en castellano.

El disco comenzó a girar:… "Ansiedad de tenerte en mis brazos musitando palabras de amor..ansiedad de tener tus caricias y en silencio volverte a besar…·, acercamos nuestros cuerpos lentamente hasta que hubo contacto entre ambos, fue como si un gigantesco imán nos hubiese atraído a su campo magnético, rodee con mi brazo su frágil cintura, quedamos mirándonos a los ojos llenos de dulzura mientras nos balanceábamos suavemente, noté que Laura temblaba, sus manos estaban algo frías y ligeramente sudorosas, a pesar del calor reinante y yo me estremecí hasta el último de mis huesos.

No sabía a ciencia cierta que me estaba ocurriendo, parecía que no pertenecía a éste planeta, como si mi cuerpo flotara, me quedé mirando la cara de Laura casi todo el tiempo que duró la canción que creíamos estar bailando y muy apropósito de nuestros sentimientos, olvidamos todo cuanto nos rodeaba, como si jamás hubiese existido. Al finalizar la melodía seguimos balanceándonos suavemente, los labios de Laura estaban ligeramente entreabiertos como invitando a que los besara, sentí un amoroso impulso y junté los míos con los suyos, no supimos cuanto tiempo se prolongó, era nuestro primer beso, acababa de crearse un nexo indestructible entre los dos. Había finalizado la primera canción del disco y seguía la segunda que decía : " Acércate más, y más, y más pero mucho más, y bésame así, así, así como besas tú…", ambos sonreímos por que la letra coincidía perfectamente con el momento y la acción. El resto de mis amigos se quedaron mirándonos comprendían perfectamente lo que estaba sucediendo entre los dos.

Eran casi las ocho de la tarde, llamé a mis padres para que no se alarmaran de nuestra tardanza.

No me hubiese ido jamás de lugar dónde se hallaba mi "Dama de la Bicicleta" como yo la bauticé un día. Era tarde y debíamos regresar a casa, fue necesario volver a la realidad.

Laura y la simpática Nicole, nos acompañaron hasta la boca de la estación de los ferrocarriles.

Un -hasta mañana- y un suave beso fue la despedida entre ambos.

Por el camino hubo comentarios de todo tipo, mis dos amigos bromeaban, -has caído en las redes de Cupido-, me dijo Beppo.

Maite hasta entonces había permanecido en silencio, Edu la conminó a que dijera algo. Ésta pareció despertar y dirigiéndose a mi me dijo : -¿recuerdas Guillermo que un día te pregunté: ¿la quieres verdad?, y tu me respondiste : tanto como a ti-. Maite a pesar de su alegría, solía ser muy analítica.

-Se adivinaba el final de ésta bonita historia. Guillermo soy muy feliz de verte enamorado, pero me atrevo a darte un consejo de buena amiga, valorad mucho en qué vais a meteros los dos, hay diferencia de clases amigo, no lo olvides nunca-.

Maite se detuvo aquí, no quiso seguir desarrollando su idea, pero me dejó algo intrigado.

Al llegar a casa, me faltó tiempo para coger el teléfono y llamar a Laura. Estuvimos más de una hora hablando de mil y una cosas y planes.

CAPÍTULO VIIIº

El final del verano….

Los días pasados en Barcelona en la compañía de Laura y mis amigos significó para mi una de las mayores felicidades que un humano a mi edad podía experimentar.

Laura y yo, aun sin decirlo de palabra, unimos nuestras almas y voluntades apasionadamente, todos mis pensamientos convergían en ella, cuando estábamos juntos, las caricias y besos eran constantes, eran los momentos que el hombre conocía a la mujer y ésta al hombre, tan natural como la vida misma. Paseábamos cogidos de la mano, compartíamos una gran afición a la lectura siendo éste otro motivo para poder estar juntos, ahora en el campo debajo de aquel gigantesco roble, al que venimos en llamarle "nuestro árbol", o en la terraza de la Gran Casa, bajo la velada vigilancia de su abuela, siempre procurábamos permanecer uno cerca del otro, se iba larvando un amor que me atrevería a bautizar casi de platónico.

Una de aquellas apacibles tardes estivales cuando el sol comienza a rendirse a la fatiga de la jornada y se va desvaneciendo lentamente, fui a por Laura con la intención de dar un paseo en bicicleta por los alrededores del pueblo, encontré a la señora Soladrigas sentada bajo el toldillo de la mecedora que le habían puesto en la terraza de la parte posterior de la casa, fui a saludarla, pero al acercarme a ella me pareció que tenía una extraña expresión en su rostro que no era la habitual, se diría que el rictus de su cara estaba algo tenso o ligeramente desfigurado , cosa que me alertó inconscientemente de que la sucedía algo anómalo, eché a correr hasta situarme a su lado: -buenas tardes señora Soladrigas, ¿se encuentra usted bien?-.

No me respondió, simplemente giró los ojos en la dirección en que yo me hallaba quedándose mirando fijamente, ello me confirmó que algo no iba bien, le toqué una de sus manos y la encontré a mi entender algo fría, teniendo en cuenta que el calor ambiental que no bajaría de los 30º C. Eché a correr hacia el interior de la casa llamando a Laura, estaba en aquel momento en su habitación disponiéndose a bajar, se asomó por la barandilla del descansillo de la escalera : -¿Qué ocurre Guillermo?-, dijo.

-¡Corre ven, baja enseguida, creo que a tu abuela la sucede algo!-

Laura bajó como una exhalación, se arrodilló junto a ella : -Abuelita, ¿te ocurre algo?-, preguntó.

Cogí mi bicicleta y corrí desaforadamente en busca del doctor, en su residencia no estaba, su esposa me dijo que había tenido que ausentarse para asistir un parto en una de las masías cercanas, me dijo en cual de ellas estaba, casualmente sabía de la que se trataba, volé hacia allá, no estaba a más de un kilómetro del pueblo. Al llegar pude ver "aparcado" en la puerta de la misma el ágil carrito negro con toldillo de hule y el caballo que el doctor utilizaba como medio de transporte. Justo en aquel mismo instante éste salía por la puerta acompañado del propietario, probablemente padre del recién nacido.

-¡Doctor, doctor!-, grité. -¡ Venga en seguida a la casa Soladrigas ! -.

Se acercó a mi : -¿Qué ocurre muchacho?-.

-La señora Soladrigas doctor, está sentada sin moverse, no habla o no puede hablar no responde a lo que se le diga, y tiene una mano bastante fría y el rostro ligeramente distorsionado-, le dije todo esto atropelladamente mientras él montaba en su carrito y yo en la bicicleta, aceleré al tope de mis fuerzas para regresar cuanto antes a la casa, el carrito del doctor era algo menos veloz.

Cuando llegué, a la señora ya la habían acostado en la cama de su habitación en el piso de arriba, Laura se abrazó a mi sollozando, -¿cómo está la abuela?-, le pregunté.

-Sigue igual-.

-¿Has llamado a un ambulancia?-.

-No, no sabía donde hacerlo-.

-Bueno no te preocupes, he podido localizar al doctor, está viniendo para acá, no puede tardar-.

En cinco minutos llegó el doctor. -Acompáñeme doctor, la señora está en sus aposentos, la hemos puesto el camisón y la tendimos en la cama-, le decía Laura mientras subían ambos apresuradamente por la amplia escalera que comunicaba con la planta superior.

Me quedé abajo, en el salón, no creí que fuera oportuna ni necesaria mi presencia, me senté en una de las butacas cogí una revista que encontré en un mueble auxiliar cercano y me dispuse a leerla. Una media hora después bajó Laura acompañada de la sirvienta, llevaba un papel doblado en la mano.

-Guillermo-, me dijo, -¿te importaría acercarte un momento a la farmacia para que te den estas inyecciones que necesita el doctor?-.

Cogí la receta y volé a la única farmacia que el pueblo tenía. En pocos minutos regresé, Laura me hizo subir a los aposentos de la abuela, le entregamos la medicina al doctor y éste se dispuso a inyectarle la primera dosis.

Nos recomendó que dejáramos reposar a la señora, -de vez en cuanto alguien vaya a ver si necesita algo, pero lo principal es que repose-. No obstante Laura le dio instrucciones a Eulalia, la sirvienta, para que se quedara en la habitación al cuidado de la abuela.

Nos bajamos todos al jardín, el doctor le explicó a Laura la dolencia de su abuela. -Ha tenido un principio de apoplejía, por decirlo a un nivel comprensible para ti, ahora ya ha sobrepasado la etapa más peligrosa, pero necesita absoluto reposo durante unos días para ver la evolución, puede que le quede alguna secuela de tipo físico que le impida caminar con cierta soltura y hasta quizás en el rostro pueda quedarle algún músculo paralizado y ello haga que cambie ligeramente su aspecto, pero en definitiva nada grave que deba preocuparnos por el momento por su vida. Vuestra rápida reacción ha sido providencial salvándola de posible y peores consecuencias, de ello podéis estar convencidos-.

Mientras hablaba, el doctor iba escribiendo en una cuartilla las medicinas y sus dosificaciones, así como de un régimen alimenticio específico para su paciente.

-Toma Laura, te he escrito el procedimiento de cuidados a seguir para tu abuela, de todas maneras vendré todos los días a visitarla y si observas cualquier anomalía, por poco importante que te pueda parecer, llámame por teléfono, vendré inmediatamente-.

Le acompañamos hasta la puerta del jardín. Laura volvió a abrazarse a mi mientras decía a mi oído :

-Guillermo, le has salvado la vida a mi abuela, tu sabes cuanto la quiero y significa para mi-.

-No sobrevalores lo que yo haya hecho, no tiene importancia alguna, lo hubiese hecho por cualquier persona que lo necesitara, ven acompáñame voy a ir a mi casa para cambiarme la camisa, ésta está empapada de sudor de la carrera que he hecho y me siento incómodo, así conocerás a mi madre y a la Padrina-.

-Bien, voy a decirle a Eulalia que estaré un ratito fuera-.

Cogimos las bicicletas y en un santiamén nos plantamos en la puerta de mi casa.

-¡Mamá, Padrina!- dije gritando al entrar.

Estaban ambas en la parte de atrás de la casa, acababan de cuidar y regar sus flores. -Entra Laura, ven conmigo-, la dije mientras la cogía de la mano y casi la arrastraba haciendo que me siguiera.

-¿Mamá, Padrina, no me oís?, llevo una hora llamando a las dos-, las dije exagerando. Ambas al ver a Laura se quedaron algo sorprendidas. No la conocían ni la habían visto nunca. Se acercaron despacio hasta donde ambos nos hallábamos. La Padrina llevaba en sus brazos un grueso ramo de rosas rojas recién cortadas del jardín que ambas cuidaban con gran esmero y cariño. Mi madre observó que yo llevaba cogida de la mano a mi acompañante.

-Mamá y Padrina, os quiero presentar a una buena amiga, se llama Laura, es de Barcelona como nosotros, pero su familia tiene casa en el pueblo, Laura ésta es mi madre y la señora que lleva este precioso ramo de rosas no es otra que la famosa Padrina, casi mi segunda madre-.

Laura besó a ambas y se quedó con ellas mientras yo iba a darme una ducha y me mudaba de camisa.

Cuando regresé abajo estaban las tres sentadas en la cocina charlando animadamente, no se porque pero me sentí feliz por ello.

-Guillermo-, dijo la Padrina, -No sabía que esta señorita tan linda fuera la nieta de la señora Soladrigas, a la que conocemos de tantísimos años-.

-Nos ha dicho Laura que acabas de salvarle la vida a su abuela-, dijo mi madre.

-Mamá, eso no es del todo cierto, Laura ha exagerado un poco, mi único mérito ha sido intuir que a su abuela le ocurría algo anormal y avisar al médico, el resto lo ha hecho el doctor Alfonso-.

-Hijo, tu siempre quitando importancia a lo que haces, no seas tan modesto Guillermo, valórate-.

-Mamá, no debe preocuparte, si los demás lo ven así, mejor, pero no hago las cosas para que me alaben-, respondí.

Me acerqué al generoso ramo de rosas que la Padrina había puesto en agua en un jarrón de barro cocido en el centro de la larga mesa donde comíamos, saqué una de las rosas de tallo largo y se la entregué a Laura diciéndole : -Para ti Laura por que eres su principal competidora-.

Laura se sonrojó bajando al mismo tiempo la mirada al suelo, la Padrina y mi madre se quedaron algo sorprendidas, no conocían esta faceta piropera de mi persona.

-Bien, ya os habéis conocido, creo Laura que debiéramos regresar a tu casa, piensa que mientras no esté tu hermano y tu abuela siga en este estado, tu eres la responsable de la casa-.

-Si, llevas razón, he tenido mucho gusto en conocerlas, vendré a visitarlas en otro momento y en otras circunstancias-, les dijo Laura al despedirse de ambas.

-Ve con Dios hija y celebraremos que lo de tu abuela haya quedado solo en eso, un susto-, le dijo mi madre.

Regresamos a la Gran Casa, todo seguía igual, subimos a la habitación de la señora Soladrigas, ésta estaba apaciblemente dormida, efectuamos el relevo a Eulalia, ésta se fue a los quehaceres de la casa, su esposo el jardinero también se quedó acompañándonos, no querían dejar sola a la muchacha, no se si para reconfortarla o porque para protegerla de mi, tenía la sensación de que les había entrado algo atravesado.

Laura llamó por teléfono a su hermano para informarle, éste le dijo que volvería al pueblo el día siguiente en el tren junto con la profesora de piano.

Me quedé haciéndole compañía hasta casi las ocho de la tarde.

-Vendré mañana tempranito para hacerte compañía, si ocurriese cualquier cosa, ya sabes ahora donde vivo, no dudes en avisarme-.

Veinticuatro horas después, la abuela de Laura había sufrido una notable mejoría, iniciaba una lenta recuperación de sus mermadas condiciones físicas. Laura estuvo todo el tiempo junto a su abuela, no la dejó ni un solo minuto.

Joaquín, que todavía seguía en Barcelona, llamó para ponerse al corriente del estado de la abuela. Laura le encontró raro en su manera de expresarse, le preguntó que cuando pensaba regresar : -Yo no puedo hacer nada por la abuela y me quedo en Barcelona, tengo muchas cosas de que ocuparme, por cierto ¿la abuela puede hablar?-, contestó en tono molesto.

-Si, hoy ha comenzado a articular las primeras palabras, ¿por qué me lo preguntas?- preguntó Laura extrañada por el contenido de la pregunta y la sequedad con que su hermano la había expresado.

-Por que necesito dinero y no sé donde lo guarda la abuela en casa- respondió.

Laura se quedó intranquila por la inoportuna respuesta, -Llámame más tarde, la abuela ahora descansa, pero cuando despierte la preguntaré, ¿Cuánto dinero necesitas Joaquín?- preguntó Laura.

-Mucho, más del que puedes imaginar-, respondió con el acento del que le fastidia que le pidan explicaciones.

La respuesta de su hermano le pareció que a éste le ocurría algo fuera de lo habitual, -Joaquín dime que cantidad de dinero necesitas, estoy preocupada por tu actitud- le insistió.

-¡Haz el favor de decirle a la abuela que me de dinero, lo necesito urgente!-, dijo elevando el tono de voz.

-Joaquín, a la abuela no se la puede molestar y menos preocuparla. Dime para qué necesitas el dinero, o de lo contrario no le voy a decir nada-, dijo Laura muy seria y tajante en su respuesta.

-Laura, no me fastidies más, necesito más de quince mil pesetas y urgente-, respondió el muchacho.

-¿Quince mil dices?- dijo extrañada por la cuantía.

-Si, ¿y qué te importa a ti?- dijo Joaquín en tono insolente.

-Me importa y mucho, eres mi hermano y no sé porque necesitas tanto dinero y además con esa insolente exigencia-, le respondió Laura con seriedad.

-Laura, o la abuela me da este dinero o me matarán!-dijo Joaquín al ver que su hermana no cedía. Era su única interlocutora entre él y la abuela.

-Pero Joaquín, ¿quién dices que te va a matar?, ¿acaso has cometido algo de lo que tengas que avergonzarte?, no

me asustes, explícame con detalle lo que te ocurre, no se lo diré a la abuela pero necesito que me lo expliques, luego cuando me hayas puesto al corriente de tu necesidad lo hablaré con ella e intercederé por ti-.

-Laura, he adquirido una deuda de juego con una gente que me amenazan con pegarme una paliza si no les satisfago la misma en veinticuatro horas, no puedo contarte más-.

-Pero Joaquín, hermanito, ¿tan grave es?-.

-Son profesionales de esto, me han atrapado como un pajarillo, incauto de mi, pero temo hasta por mi vida-.

La inocente Laura no pudo evitar un estremecimiento que corrió por todo su cuerpo. Pensó que su hermano era un muchacho sano, algo osco a veces pero no le cabía en la cabeza que hubiese caído en el hábito del juego. -Llámame más tarde, hablaré con la abuela tan pronto me sea posible, pero Joaquín , no te metas en más líos, adiós hasta luego-. Laura colgó y se quedó un os instantes junto al teléfono muy preocupada por las noticias de su hermano, sentía una fuerte desazón en el corazón, le quería mucho.

Subió a la habitación de su abuela, ésta estaba casi a oscuras, solo un hilillo de luz penetraba por un pequeño resquicio que el postigo de la ventana dejaba. Se acercó a la cama procurando no hacer ningún ruido que pudiera sobresaltarla. Respiraba con toda normalidad, se tranquilizó un poco, se sentó en una pequeña butaca que había junto a la mesita de noche y se quedó pensativa, no acababa de comprender el problema de su hermano Joaquín.

Se quedó algo adormilada junto a su abuela, la había tomado la mano para ver si tenía temperatura, y por prescripción médica cada seis horas le ponían el termómetro para comprobar la misma.

Notó un movimiento de los dedos de la mano que tenía asida, se desveló y vio que su abuela la estaba mirando.

-Oh abuela, ¿llevas mucho tiempo despierta?-.

-Si hija hace un ratito que estoy mirándote, tienes aspecto de cansada, ¿puedes explicarme que es lo que me ha ocurrido y por que estoy en la cama?-, preguntó la señora, que hasta entonces no había todavía podido hablar con cierta soltura.

-¿No recuerdas nada de lo sucedido abuelita?-.

-No, nada recuerdo, pero ¿qué debo recordar?- preguntó a su nieta.

-Te voy a contar lo sucedido, pero si te fatigas me lo dices y te lo terminaré de contar en otro momento-.

-Si hija, te lo advertiré y, ahora cuéntame, no me tengas más tiempo en ascuas-.

Laura le contó todo lo que le había sucedido a su abuela.

-Si recuerdo que vi acercarse a éste simpático muchacho que comenzó a hablarme, pero yo no entendía nada de lo que me decía, era como si de súbito, me hubiese vuelto sorda, le veía mover los labios y sin embargo no podía entender lo que me decía, luego desapareció de mi lado y regresó momentos después. No recuerdo nada más-.

-Verás, gracias a Guillermo, hoy probablemente podemos estar hablando tu y yo, en estos momentos que tu dices que te hablaba y tu no entendías, se estaba gestando en tu cuerpo un ataque de apoplejía, afortunadamente él se dio cuenta a tiempo de la situación y me avisó, yéndose a continuación a buscar al doctor Alfonso, coincidía que en aquellos momentos no estaba en su consulta, le habían requerido sus servicios para asistir un parto en una de las masías cercanas, fue corriendo a avisarle, y gracias a esta rápida acción y la pronta intervención del doctor, estás ahora en fase de recuperación-.

-Desde que conocí a este muchacho, tuve de el un presentimiento positivo-.

-Bien abuela no te fatigues más, ahora sigue descansando, dentro de un par de horas vendrá a visitarte el doctor y te administrará la medicina que toca tomarte, el doctor nos ha recomendado especialmente que reposes y no te preocupes por nada, intenta de nuevo dormir, yo voy a bajar a la cocina para ver si meriendo alguna cosita, luego volveré para hacerte compañía-.

-No hija, no, yo me encuentro bien, no debes encerrarte todo el tiempo aquí conmigo como si fuese un convento de clausura-, tenemos el servicio para ello y si es necesario le decimos al doctor que me ponga una enfermera todos los días para cuidarme-

-Bueno abuela, ya hablaremos de ello-, hasta luego.

Laura no creyó oportuno hablarle todavía del sorprendente problema de su hermano Joaquín.

Yo me había sentado en la terraza leyendo uno de los libros que me había traído para pasar el tiempo, corría allí una brisa muy agradable que portaba aromas de las hierbas del campo, principalmente a romero, deseaba hacer compañía a Laura, pensé que era un momento en que necesitaba estar reconfortada, era todavía muy joven para tomar decisiones de responsabilidad.

Laura al cruzar el salón para dirigirse a la cocina me vio leyendo en la terraza, se acercó a mi con sigilo por detrás, yo estaba abstraído por la lectura de "Cuerpos y Almas", había llegado a un apasionante capítulo en el que el director del hospital debía tomar una decisión de tipo moral y ética extremadamente difícil y delicada.

Se situó tras de mí tapándome los ojos con sus manos. El inconfundible y suave aroma a miel que desprendía y las delicadas manos la descubrían, -¿Eres Laura?-, le dije bromeando.

-Me soltó y dando un giro fue a sentarse sobre mis rodillas, nos quedamos mirándonos a los ojos unos segundos, pero adiviné en ella una mirada que contenía tristeza -.¿Te ocurre algo Laura?- le pregunté.

-No, no es nada que te pueda concernir-, dijo en un tono que no ocultaba su estado de preocupación.

-Luego algo ocurre-.

-Se trata de mi hermano Joaquín-.

-¿Le ha sucedido algo?- insistí.

-Esta mañana he hablado con él para informarle del estado de la abuela y lo he hallado muy excitado, desconocido diría, como jamás le había visto-, dijo tímidamente y con cara compungida.

Pasé mi brazo por encima de sus hombros y la acerqué a mi con la intención de reconfortarla, le di un suave beso en el lóbulo de una de sus pequeñas orejas y vi que dos furtivas lágrimas comenzaban a rodar por sus sonrosadas mejillas -¿por qué lloras Laura?, ¿dime que te ocurre para que estés en este estado?, trata de sincerarte conmigo-.

Laura no sabía como explicarme la conversación que había mantenido con Joaquín. Le insistí diciéndole que si ella estaba triste también lo estaba yo.

-Creo que Joaquín se ha metido en un lío muy serio, me ha pedido dinero, una cantidad impensable, dice tener una cuenta a saldar con unas personas que pueden ser muy violentas en el caso de que no les satisfaga ésta de inmediato. No sé, estoy hecha un mar de dudas, por una parte temo que lo que Joaquín me haya dicho sea cierto y por otra parte no se como decírselo a la abuela, y con mayor razón en el estado en que ella ahora se halla.-.

-¿Qué te ha contado específicamente Joaquín?-, le insistí.

-Me ha pedido quince mil pesetas, para pagar a unos individuos una deuda de juego-.

-Canastos, ¿te ha dicho de quienes se trata?-, pregunté.-Laura, por lo que me has explicado y he podido leer, este vicio puede llegar a ser su ruina y la de tu familia-.

-¿Qué debo hacer Guillermo, ayúdame por favor-, me dijo con los ojos llorosos y temblorosa.

Sentí una gran compasión por el daño que la noticia le estaba haciendo, pero pensé que debía ser muy sincero con ella, debía afrontar la verdad cuanto antes. -Laura ¿quieres que hable yo con Joaquín?-.

-Si Guillermo, te lo iba a pedir pero no me atrevía, la antipatía que él te confiesa con sus actos y gestos hacia ti me impedía pedírtelo, ¿qué piensas decirle?-.

-No se, primero hablaré con el para ver como reacciona y si logro que me cuente su problema veremos como podemos ayudarle-.

-Ven, vayamos al salón y le llamaré desde allí por teléfono, te lo voy a poner al aparato-.

Laura cogió el auricular y marcó el teléfono de su casa de Barcelona. -Joaquín, oye no he podido hablar todavía con la abuela, está descansando y no se la puede molestar-.

-¡Entonces para qué me llamas!-, respondió bruscamente casi gritando. Laura se quedó muy compungida. Le quité el auricular de la mano.

-Joaquín, soy Guillermo, me gustaría que me escucharas por unos momentos-, le dije con voz seria pero procurando ser amable.

-¡¡ Y tú ¿que coño haces aquí? !!, ésta no es tu casa-, me respondió en tono grosero y agresivo.

Pensé que debía poner las cosas en su sitio: -Estoy donde debieras estar tu, ayudando a tu familia que te necesita mucho en estos momentos-, le dije ahora con más seriedad y algo menos de amabilidad que la vez anterior. Se hicieron unos instantes de silencio. Laura estaba junto a mi, había colocado uno de sus oídos junto al auricular para poder así escuchar lo que su hermano decía.

-Joaquín-, dije con energía, -¿sigues ahí?-.

-Si- dijo lacónicamente.

Pensé que era un buen síntoma que no hubiese colgado todavía el teléfono. Laura me miró esperanzada.

-Joaquín, tu hermana me ha dicho que estás en un serio apuro con una gente que te tiene amenazado y te presiona, estoy dispuesto a ayudarte, si tu me lo permites naturalmente, pero necesitaré que me expliques con detalle de qué se trata-.

Se volvió hacer un largo silencio, aunque oía al jadeo de su respiración.

-Joaquín, estoy solo y nadie puede oír nuestra conversación, explícame todo, te prometo ser una tumba y, si está de mi mano te ayudaré-.

-No puedo- me respondió.

-Bien, no me cuentes los detalle pero yo te preguntaré y tu simplemente respóndeme si o no, ¿de acuerdo?-

-Si- me dijo después de unos segundos de silencio-.

Me sentí satisfecho, una vez más había logrado a que depusiera su actitud hostil hacia mi.

-Joaquín ¿se trata de un problema de juego de cartas?-, le pregunté a bocajarro.

Otro silencio, segundos después respondió con un lacónico -Si-.

-¿Cuánto tiempo llevas jugando?- le pregunté.

-Unos dos meses- respondió, ahora con algo más de prontitud que en las anteriores ocasiones, de lo que me alegré, pensé que iba confiando en mi.

-Joaquín, esta gente con la que juegas ¿cómo contactó contigo?-.

-Me los presentaron unos compañeros de la Escuela Industrial-, me explicó.

-Entonces ¿no eras tu solo?-.

-No, éramos cuatro-.

-¿Y tus compañeros siguen jugando?-.

-No se, lo desconozco, ya que jugábamos en el piso de uno de estos sujetos que tiene en una calle que da a las Ramblas-.

-¿Cuánto dinero les debes?-.

-Unas quince mil pesetas-, dijo en un tono de voz algo bajo, casi inaudible.

-Mira Joaquín, si quieres hacerme caso, no les des ningún dinero más y lo mejor que puedes hacer es venirte para acá y desde aquí veremos como podemos librarte de este problema, ten confianza en tu familia, ellos te quieren mucho y no te dejarán nunca en la estacada-.

-Gracias Guillermo, eres la única persona que me ha hablado sinceramente. Luego te digo como voy a venir-.

-No lo dudes, ven inmediatamente sin perder un minuto, podría ser demasiado tarde, si te parece le diré a Laura que llame a vuestro chofer y te recoja en casa de inmediato. Luego te llamo para confirmarte, adiós-.

Laura que había escuchado toda la conversación saltó de alegría y se abrazó a mi como si de una hermana se tratase.

-Guillermo eres fantástico, te has ganado a mi hermano con una facilidad pasmosa, no se que decir, ni como agradecer tu gesto-. Me besó mil veces por toda la cara, naturalmente no hice nada para evitarlo, me sentía en la mismísima gloria.

Laura reaccionó de su apasionado agradecimiento, y de nuevo volvió a coger el teléfono, marcó el número de la fábrica de Torelló para hablar con el gerente de la misma : -Señor Salvador, necesitamos que envíe urgentemente el chofer a nuestra casa de Barcelona, recoja a mi hermano Joaquín, que está aguardando y le traiga hasta nuestra casa de Folgueroles, le ruego que sea sin dilación alguna, bien gracias, hasta pronto-. Volvía a ser la Laura que yo conocía, aplomada, seria y educada, pero situando cada cosa en su lugar.

-Toma Guillermo llama a Joaquín y dile que el coche va en su busca en un par de horas, le animará, seguro-, me dijo mientras me alargaba el teléfono después de haber marcado el número.

-Joaquín-, le dije, -Laura ha llamado a la fábrica y en un par de horas tendrás al chofer recogiéndote, te esperamos, anímate, verás como todo se soluciona-.

-Gracias-, me dijo con parquedad.

-Laura, se me ha ocurrido algo que quizás pueda ayudar mucho a Joaquín-.

-¿Qué es ello?-.

-He pensado que podría ir a ver al sargento de la Guardia Civil del pueblo vecino y contarle confidencialmente lo que le ocurre a tu hermano, ellos sabrán mejor que nosotros qué hacer, están habituados a ello, ¿qué opinas al respecto?-.

-Pues no se que pensar, en principio me parece bien, pero ¿no será embrollar más las cosas?-.

-No se, meditémoslo pero no dejemos pasar demasiado días, podría ser perjudicial para Joaquín, posiblemente esta gente no sepan dónde se haya ido tu hermano y se cansen de esperarle, a no ser que le sigan hasta aquí, aguardemos hasta que el haya llegado y luego decidiremos, ¿te parece?-.

-Si Guillermo, creo que llevas razón, eres fantástico-, me dijo mientras me abrazaba y me daba un apasionado beso con sus jugosos labios, que me dejó algo sorprendido, era la primera ocasión que Laura me daba un beso de aquella naturaleza de su propia iniciativa, sus mejillas estaban ardiendo y le temblaba todo el cuerpo, le correspondí con el mismo ardor, pero comprendí que no era el momento ni el lugar apropósito para ello. Me separé de ella con toda la delicadeza que me fue posible, no deseaba que su espontaneidad se sintiera herida.

-Señorita Laura, la señora se ha despertado y desea que suba a verla-, dijo Eulalia la sirvienta apareciendo por una de las puertas que daban al salón.

-Ven Guillermo sube a verla conmigo, le complacerá verte-.

Me cogió de la mano y tiró de mi para que la siguiera por la amplia escalera de madera de caoba tallada que llevaba a la planta superior de la casa. Al arribar a la puerta de la cámara, Laura llamó y sin aguardar autorización abrió la misma, mientras seguía tirando de mi.

La alcoba era de considerables proporciones, se hallaba en penumbra por tener los postigos de los ventanales entornados evitando así que penetrara libremente la luz solar, se olía a medicamentos. Frente a nosotros se hallaba una cama con dosel de respetables dimensiones con la señora Soladrigas en ella ligeramente incorporada apoyando la espalda en unos cojines que probablemente le habría puesto Eulalia.

-Abuela, ¿me has mandado llamar?-, dijo Laura al entrar. Yo me había soltado de la mano quedándome de pie en el umbral de la puerta.

-Si hijita, le he dicho a Eulalia que te llamara, deseo levantarme y caminar un poquito por la habitación y hablar también contigo, ayúdame a incorporarme-.

-Pero abuela, el Doctor ha ordenado reposo absoluto, no puedes ni debes levantarte-, insistió Laura.

-¿Quién está allí en la puerta?-, preguntó, solo podía distinguir mi silueta por el efecto de contraluz.

-Es Guillermo abuela, que ha venido a visitarte, ¿le recuerdas?-.

-Claro que si, ven muchacho acércate y ayuda a Laura a que me baje de ésta infernal cama-, dijo con cierto aire de autoridad.

Obedecí, ahora mis retinas ya se habían habituado a la escasa luz de la habitación y podía distinguirla perfectamente. El rostro de la señora había recuperado su estado habitual habiéndole desaparecido la contracción muscular, un buen síntoma pensé.

-¿Cómo se encuentra señora Soladrigas?- pregunté tímidamente.

-Bien, muchacho bien, creo que ya todo pasó-, dijo en tono ligeramente alegre, parecía que mi presencia le agradaba. -Ven échale una mano a Laura, no te quedes ahí parado-, apuntó en tono amable, entre los dos la ayudamos a bajarse.

-Ahora solo queda que me ayudéis a ponerme en pié, llevo demasiados días postrada en ésta cama y no se si aguantaré el equilibrio. Guillermo, hazme el favor, acércate al armario que hay al fondo de la habitación, ábrelo y en su interior hallarás un bastón negro con mango blanco que es la cabeza de un perro de caza, tráelo, me servirá de apoyo-.

Me acerqué al mueble que me había indicado, era un armario de considerables dimensiones, tenía dos puertas, cubiertas en su exterior con dos grandes espejos, abrí una de ellas y vi rápidamente reposando en un rincón el bastón que me había pedido, lo cogí y se lo acerqué a la abuela.

-Tenga señora, es un bastón precioso, una obra de arte-, dije.

-Es cierto, lo hizo un artesano por encargo de mi esposo, el puño es de marfil y la figura reproduce la cabeza de un perro de caza que tuvo durante muchos años mi esposo, se lo mandó fabricar en honor a éste animal al que tenía en gran estima-.

La abuela cogió el bastón pidiendo que dejásemos de sujetarla, quería andar hasta la butaca que estaba junto a una de las ventanas a unos cuatro metros de distancia. Caminamos a su lado hasta llegar a ella, se sentó y nos ordenó abrir la ventana de par en par.

Un potente chorro de luz invadió todos los rincones de la estancia, al mismo tiempo que una lengua de calor se apoderaba del frescor que había reinado hasta entonces en la habitación.

La señora se arrellanó en la butaca, respiró profundamente mirando al exterior, la habitación se llenó de los olores que suelen flotar por las calles de los pueblos rurales; heno, leña o carbón quemado, y en algunas calles el aroma de los restos de algunas boñigas de caballos que probablemente acababan de pasar y aprovecharon para dejar su tarjeta de visita. Desde aquel ángulo de la casa se divisaba prácticamente toda la población y parte del valle. La espadaña del campanario de la iglesia quedaba justo en frente mostrando su orgullosa esbeltez y, a los pies del mismo la plaza Mayor con algunas palomas picoteando por el suelo, el colmado de los padres de Maite y el Casinet o Cal Pascual, algo más arriba la farmacia y al final de la calle Nueva el ayuntamiento y hasta se llegaba divisar el viejo tejado de la casa en la que yo vivía.

La señora Soladrigas se quedó mirando por unos momentos el cuadro que el pueblo formaba a sus pies, giró la cabeza y dirigiéndose a mi me dijo: -Tenías tu razón Guillermo al decir que estabas encantado con el pueblo, fíjate desde aquí que lindo y hermoso es-.

Laura y yo estuvimos algo más de una hora conversando con ella. Estaba en un estado de ánimo bastante sensible, nos contó cosas de su juventud y de su matrimonio con Federico Soladrigas, su esposo, de las tribulaciones sufridas durante la pasada guerra civil, en la que los republicanos y las turbas comunistas se incautaron de todas sus fábricas textiles, luego al final de la guerra con la entrada de los ejércitos vencedores de la fraticida contienda, pudieron volver a recuperar de nuevo su patrimonio. Confesó que gracias a refugiarse en la casa donde ahora se hallaban, pudieron salvar la vida, supo posteriormente por algunos amigos y vecinos, que de haberse quedado en la casa de Sant Gervasio, posiblemente hubiesen sido fusilados por las hordas marxistas que en un par de ocasiones fueron a buscarles a la casa.

La bocina de un automóvil captó nuestra atención, no era de extrañar, ya que en el pueblo raramente se solía ver circular un automóvil particular.

Era el auto de la fábrica de Torelló que traía a Joaquín. Este paró en la misma puerta de la reja principal. Nos excusamos con la señora y descendimos rápidamente por las escaleras para advertir a Joaquín de que su abuela no sabía nada de lo ocurrido y hablado.

Joaquín tenía un aspecto bastante desmejorado, lucía unas ostentosas ojeras alrededor de sus ojos que acreditaban su desasosiego y falta de descanso, iba poco aseado y sin afeitar, despeinado y llevaba una camisa bastante arrugada. Laura se acercó a él corriendo y se colgó de su cuello besándole una y mil veces.

Tan pronto Laura se hubo descolgado de su cuello me acerqué a el para saludarle, no sabía como reaccionaría, al verme se quedó un momento mirándome, por fin alargó su brazo para estrechar la mano que le ofrecía. La hizo con fuerza pero no interpreté que lo hiciera por el simple hecho de competir conmigo como en otra ocasión efectuó, estaba seguro que lo hizo para demostrarme su agradecimiento.

-¿Cómo estás Joaquín?- le dije a modo de afable saludo.

-Me siento algo mejor, más reconfortado después de hablar con vosotros dos-.

A Laura se la veía algo más contenta, había desaparecido la sombra de tristeza de horas antes.

Entramos los tres en la casa. -Vamos a ver a la abuela-, le dijo Laura a su hermano, -pero Joaquín, recuerda que no le he explicado nada de lo que me contaste por teléfono, dejémosla que descanse tranquilamente, no puede bajo ningún concepto disgustarse, podría llegar a ser mortal. A Guillermo se le ha ocurrido algo que luego te explicará, pero sobre todo estate tranquilo, no te alteres en ningún momento-, le dijo mientras le agarraba del brazo e iniciaban el ascenso por la escalera para dirigirse a la habitación de la abuela, seguí tras ellos separado por un par de peldaños, Joaquín era un muchacho muy alto y fornido, mediría probablemente casi un metro y noventa centímetros, Laura, aun siendo una chica alta le llegaba a su hermano por la altura del hombro.

-¡Abuela!- casi gritó Joaquín al entrar en la habitación corriendo a su encuentro, se arrodilló a su lado abrazándola y besándola continuadamente en la cara y las manos. La escena estaba cargada de emoción, a Laura le faltó muy poco para que se le deslizaran unas lagrimillas por sus sonrosadas mejillas. Dado a que veníamos a caer por detrás del campo de visión de la enferma, me atreví a pasar un brazo por su cintura en señal afectiva, le alargué un pañuelito de papel que llevaba en el bolsillo para que enjugase las lágrimas y le di un furtivo beso en la frente, pero o fatalidad, me di cuenta que la abuela había podido presenciar con todo detalle nuestra tierna y cariñosa escena por uno de los grandes espejos del armario en el que se reflejaba nuestra imagen.

Me pareció ver que se sonreía ligeramente poniéndose a hablar a continuación con su nieto.

CAPÍTULO IXº

La Trama….

Cogí mi bicicleta y me fui a casa, llevaba más tiempo con los Soladrigas que con los míos, y casi había abandonado a los amigos de la pandilla. Le dije a Laura que regresaría por la tarde después del almuerzo y que nos llevaríamos a Joaquín al lugar donde siempre íbamos los dos a leer, a la sombra de aquel añejo y enorme roble, al que Laura y yo bautizamos como : "nuestro árbol", un ejemplar de roble único, con los años solo pude ver un ejemplar que podía haber competido con éste en el pueblo de Palau Solitá i Plegamans.

Por el camino tropecé con mi buena amiga Maite en la plaza Mayor, todavía se hallaba bajo los efectos de su estancia en Barcelona, estaba sentada en uno de los bancos con dos o tres amigas suyas relatándoles algunas de sus aventuras capitalinas, al verme se levantó como un rayo y colgándose de mi cuello me dio un abrazo al tiempo que me besaba expresivamente en una de las mejillas, casi me tira de la bicicleta por el ímpetu empleado, creo que me puse colorado por aquella demostración entusiástica y pública hacía a mi persona, probablemente lo hizo de corazón pero además quizás deseó efectuar un alarde de intimidad hacia mi para que sus amigas, que miraban alucinadas la escena, sintieran algo de envidia. Astucias de mujer, pensé.

-Guillermo ¿dónde vas con tantas prisas?, ¿no te acuerdas ya de tus amigos y amigas del pueblo?- me dijo con cierto retintín sonriente.

-No por Dios Maite no digas eso, de sobra sabes que nunca dejaré de evitar vuestra compañía, os quiero demasiado para ello, pero he estado muy ocupado ayudando a Laura por lo de su abuela, hola Renata, hola Pepi, perdonad que no os saludara antes pero como veis Maite me ha avasallado y no me dejaba casi hablar-, dije dirigiéndome a las otras dos muchachas.

-Si, algo sabemos, pero exactamente ¿qué le ha ocurrido a la señora?-.

Les conté sin entrar en demasiado detalles lo sucedido a la abuela de Laura.

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