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La dama de la bicicleta (Novela) (página 9)


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El resto de la velada estuvimos charlando animadamente de un sin fin de cosas, pero que sirvieron para que Julius fuera conociendo a Laura y, esta a él y en parte a su familia.

Una hora y media después nos separamos de nuestro anfitrión, habíamos quedado con él que vendría a por nosotros alrededor de la ocho de la mañana. Teníamos por delante un largo camino que recorrer hasta llegar a la capital del estado de Massachussets.

Laura le abrazó y le dio un beso en cada mejilla. Noté en Julius una gran relajación en su comportamiento, sin duda alguna había gozado con nuestra compañía.

Nos acercamos al mostrador de recepción para dejar pagada la factura del Hotel, cual no sería nuestra sorpresa cuando el empleado que nos atendía nos informó de que la cuenta había sido satisfecha desde Boston. Nos quedamos muy sorprendidos no llegaba a adivinar quién podría haber sido nuestro benefactor. -Quizás haya podido ser Julius- apuntó Laura.

-Es posible, mañana lo averiguaremos preguntándoselo a él-.

Tomamos el ascensor para retornar a nuestra habitación. El día había dado mucho de si.

Nos metimos en la cama muy agarraditos hasta quedarnos profundamente dormidos después de los juegos del amor.

Nos despertó el teléfono, Laura había encargado a la telefonista de la centralita que nos llamara a las siete de la mañana. Poco después de asearnos bajamos a desayunar, Julius se incorporó a nosotros unos pocos minutos después.

Nos informó de que ya tenía el automóvil preparado en la puerta, llamé a uno de los botones del vestíbulo y le pedí que bajara nuestras maletas. Unos minutos después estábamos los tres sentados en el confortable Cadillac de nuestro amigo, y casi una hora después salíamos de la ciudad de Nueva York por la carretera 95 que nos llevaría hasta las mismas puertas de la aristocrática y liberal ciudad de Boston. Por el camino, se sucedieron panorámicas verdaderamente bellas, cruzamos una buena parte de los montes Apalaches con algunos de sus picos nevados, dominaba el verdor de la vegetación como una constante del paisaje.

Julius resultó ser un excelente compañero de viaje, buen conversador y a la vez excelente guía turístico. Al entrar en el estado de Massachussets nos explicó que el nombre del estado provenía de una antigua tribu de indios nativos cuyo significado era : Lugar del monte grande.

Alrededor del mediodía entrábamos en Boston, nuestro amigo condujo el vehículo hasta el barrio de Somerville, lugar elegante y residencial de la ciudad, deseaba mostrarnos la casa en que él y Horace, su pareja, vivían.

-Estoy seguro que os gustará ver el apartamento del que os hablé-, nos dijo.

Se detuvo frente un bloque de modernos apartamentos con jardines alrededor y piscina comunitaria climatizada, era realmente un bello lugar para vivir y más acorde que el apartamento que hasta entonces yo había habitado en la residencia del campus universitario.

-Bajad las maletas, las dejaremos en mi apartamento mientras vamos a visitar uno de los que tiene el casero por alquilar-.

Luego nos llevó a ver uno de los apartamentos dos plantas por encima del suyo. Era realmente moderno y luminoso, estaba dotado de grandes ventanales que permitían gozar de una buena parte del día de luz natural. No era excesivamente grande pero, las dos habitaciones-dormitorio eran suficientemente espaciosas

junto con el salón de estar que estaba dotado de chimenea hogar, construida ésta con piedra rústica tallada que contrastaba armónicamente con la modernidad del resto de la edificación. La cocina es una de las piezas más importantes en los hogares americanos, ya que en ellas las familias suelen pasar bastante tiempo, por eso los arquitectos interioristas al diseñar daban importancia capital a esta pieza de la casa. Estaba dotada de los más modernos electrodomésticos, que a mi esposa Laura no le venía de nuevas, en la casa de San Gervasio ya los tenían instalados desde que las primeras unidades llegaron a la ciudad importadas.

Laura y yo nos miramos, vi en su mirada que el piso la complacía así como el emplazamiento de la zona.

-Veamos, Julius, ¿tienes una idea aproximada del alquiler?-, me interesé.

-Yo vengo pagando unos ochocientos dólares mensuales, con todos los gastos incluidos, claro está-.

Me quedé algo atónito con la cifra, significaba casi el cuarenta por ciento de mis ingresos. Tampoco sabía si continuaría las clases con mi alumno, era un dinero extra que me ayudaba a seguir adelante.

-No sé, no sé Julius, es demasiado dinero para nosotros, quizás no podría atenderlo, ahora debo pensar por dos-, dije algo compungido, pues leía en la cara de Laura que le estaba gustando mucho la vivienda.

-Siempre a vueltas con tu sensatez, debes ser algo más osado amigo-, me dijo.

-Comprendo y respeto tu opinión Julius, pero yo soy así, que le voy hacer-, le dije encogiéndome de hombros.

Se me acercó Laura y colgándose de mi brazo dijo: -Guillermo creo que Julius tiene razón, aunque también comprendo tu manera de ser y tu punto de vista, los investigadores sois gente muy prudente y os basáis siempre en cosas sólidas, no os gusta correr riesgos inútiles, propongo una solución, tengo mi propio patrimonio y puedo disponer de el cuanto quiera y desee, entonces me haré cargo yo del alquiler y tu esposo mío del resto de los gastos. ¿De acuerdo?-, acabó la frase con un mohín de sus tiernos labios.

No podía negarme a la evidencia, Laura estaba encantada con el apartamento, y yo también, iba a ser nuestro primer hogar, si no quería que Laura se disgustara, debía asentir su alquiler. Se me ocurrió un último recurso : – Pero Laura, debemos de amueblarlo y esto cuesta una fortuna-.

Hasta entonces Julius había permanecido callado, simplemente observando nuestros razonamientos.

-Si permitís introducirme en vuestra conversación, creo que tengo la solución al dilema-.

Nos sorprendió la manifestación de nuestro amigo-,somos todo oídos-, le respondí.

-Bien, dado a que sois unos de mis mejores amigos, voy a regalaros yo los muebles que podáis precisar, será mi regalo de boda. Ah y no admito objeciones-, añadió a la frase una franca sonrisa de satisfacción.

Laura corrió espontáneamente a darle un par de besos y mostrarle nuestro agradecimiento, Julius casi se sonrojó ante la espontaneidad de mi esposa.

-Ah, sabed amigos que la estancia en vuestro hotel de Nueva York, fue el regalo de bodas de Margaret, tenía prohibido decíroslo, espero que sepáis guardarme el secreto. Y como todavía es hora de que los comercios estén todavía abiertos, propongo que vayamos en busca de los muebles indispensable para que esta noche no debáis dormir en el suelo-.

Poco después entrábamos los tres en un establecimiento en el que vendía paramentos para dormitorios.

Dejé a Laura que eligiera a su gusto, me quedé en una esquina del salón de exposición y gocé viendo como aquella Dama de la Bicicleta, cogida de la mano de Julius elegía los muebles de la que iba a ser nuestra primera y propia habitación……….

CAPÍTULO XXIIº

Margaret…………

Una semana después teníamos ya todo el apartamento completamente amueblado, se notaba en ello la mano y el estilo de mi adorada Laura, todo él traslucía un sencillo estilo con ligeros toques de elegancia, era sumamente confortable, conjugó con excelente habilidad los tonos de las tapicerías y cortinas con el color del suelo de madera de nogal. Los muebles que se fabrican en los Estados Unidos, son muy distintos a los que en Europa estamos habituados y en particular a los de los países ribereños al Mediterráneo, sin embargo conservan cierto aire de algunos de los que se fabrican en determinados países del norte de nuestro continente, fruto de los colonos establecidos procedentes especialmente del Reino Unido, Suecia o Alemania.

-Esta noche he invitado a cenar a Julius y Horace- me dijo Laura a la hora del almuerzo.

-Pero cielo, si tu no has cocinado nuca-, le dije sorprendido y sonriente.

-Me traje de Barcelona un libro de cocina y lo que vas ahora a comer lo acabo de cocinar con estas manitas-, me dijo con la cara que rebosaba alegría. Efectivamente observé que llevaba un llamativo delantal puesto. La besé en los labios, otra vez sentí aquel aroma a miel que tanto me agradaba en ella.

-Bien pues mientras tu acabas de cocinar las "exquisiteces del día", yo pondré la mesa-.

Nos sentamos, Laura había puesto una humeante sopera sobre la mesa, me sirvió un plato del contenido de ésta. Se trataba de una sopa de pollo con pasta de fideos. No puede más que felicitarla, -está exquisita, querida-, le dije sorprendido.-¿Qué ingredientes has utilizado?- le pregunté.

Se levantó y regresó con un grueso sobre en la mano, -Verás, aquí dice, concentrado de pollo y verduras, fideos, sal y conservantes-.

Me reí a gusto por el fino humor que Laura había empleado en la broma, no puede más que levantarme y besarla una y mil veces.

El segundo plato era pollo guisado con verduritas, resultó excelente. -¿Este pollo también venía dentro de un sobre?-, pregunté con ironía.

-No querido, este sí lo han guisado estas manitas-, respondió mostrando sus dos manos en alto y una amplia sonrisa. -He seguido paso a paso las instrucciones de la receta del libro que me traje-.

-Mejor cocinera no la hallaré en la vida, está realmente rico-, la dije elogiando su guiso.

Me acordé de Margaret, todavía no la había llamado para agradecerle el detalle de regalarnos la estancia en Nueva York. -Laura, voy a llamar a la madrastra de Julius, desde que hemos llegado no la he dicho nada y no quisiera que pensara que somos unos desagradecidos, ¿te parece?-.

-Lo que tu creas más conveniente amor, se portó muy bien con nosotros, y por Julius me consta que te tiene en gran estima-.

Saqué la agenda que llevaba en el bolsillo de mi chaqueta y marqué el número de la residencia de los Hagarty.

Atendió mi llamada Lucas, el viejo mayordomo, -¿Quién le digo que la llama señor?- preguntó.

Me identifiqué.

-Aguarde un momento Doctor-.

-Guillermo, ¿cómo estás?-, dijo en tono de voz acogedor y alegre.

-Hola Peggy, estamos muy bien-, utilicé el plural del verbo estar, para que no obviara que había regresado con mi esposa, para a continuación decirle : -Peggy, Laura y yo deseamos agradecerte el fino obsequio que nos hiciste en nuestra estancia en Nueva York, aunque no me sorprendió excesivamente, de buena tinta se lo detallista y tu proverbial generosidad -.

-Tú te lo mereces querido Doctor-. Ella seguía utilizando el singular.

-Voy a pasarte con Laura, está deseosa de saludarte y conocerte-, yo estaba algo incómodo con la conversación.

Le pasé el auricular a Laura. -Hola Margaret, es un placer saludarte, Guillermo me ha hablado mucho de ti, estoy deseosa de conocerte-, utilizó su más exquisito inglés británico.

-Yo también Laura, te diría que casi te conozco, pues también tu esposo me ha hablado de ti y de tu familia en infinidad de ocasiones, ¿qué te parece si vengo mañana a por ti y almorzamos juntas?-

-Creo que sería fantástico, ¿a que hora vendrás ?-.

-¿Te parece alrededor de las once y media?-.-

-Encantada, entonces hasta mañana-.

-Aguarda un momento por favor, pásame con Guillermo.

-Dime, Peggy-.

-¿Creo que mi hijastro te comentó la posibilidad de dirigir el departamento de investigación de una compañía farmacéutica perteneciente a la corporación de sociedades de la familia?-. -Si algo me dijo de ello, pero necesitaría que me lo explicaras con detalle, es un paso muy importante y no desearía hacerlo a ciegas, en modo alguno me permitiría que tu pudieras hacer el ridículo por mi culpa-.

-He quedado con tu esposa para mañana almorzar juntas en el Country Club, ¿porqué no vienes a tomar café con nosotras y te informaré con más detalle?-.

-Allí estaré, hasta mañana pues-.

Colgué el teléfono pensativo, no sabía todavía que me depararía la oferta del puesto de trabajo que Margaret me había dicho. Estaba hecho un mar de dudas. No tenía ninguna experiencia en trabajar para la empresa privada.

Me senté en una de las dos butacas que teníamos en el salón de estar y me puse a pensar respecto a mi posible vida profesional al frente de unos laboratorios farmacéuticos, cosa que iba a ser mi primera experiencia. Laura me vio pensativo y con el fin de animarme se acercó a mi y abrazándose a mi cintura me dijo : -Oye maridito ¿porqué no llevas a tu mujercita al cine para ver alguna película, auténticamente americana?-.

-¡Hecho!, y luego voy a invitarte a un restaurante cuyo ambiente te encantará-, la encantadora Laura logró sacarme de mi ensimismamiento.

Eran ya algo más de las seis de la tarde del domingo, salimos disparados a adquirir las entradas de un cinema no demasiado lejos de nuestra casa, pues los restaurantes en Boston cierran mucho más pronto de lo que nosotros estábamos habituados. Entramos para ver una película de James Bond, protagonizada por Sean Connery y Ursula Andress, fue para nosotros el primero de los films de las aventuras del agente 007 al servicio de su Graciosa Majestad, de la exitosa serie de películas de espionaje del escritor, Ian Fleming.

A la salida del cine, tomamos un taxi que nos llevó al restaurante Stromboli de mis amigos sorrentinos, Elio y Santina.

Fuimos recibidos por Elio como dos príncipes, éste llamó a voces a su esposa desde el otro extremo del local : -¡¡ mamma, mamma, vieni qui, guarda e venuto, il Dottore!!-.

Toda la clientela del recinto se nos quedó mirando, posiblemente por las efusivas muestras de acogimiento con que el buen matrimonio nos obsequiaba.

Presenté a mi esposa a ambos, a la que colmaron de elogios. Dios no les había dado la oportunidad de haber tenido hijos, posiblemente algún motivo Divino habría en este designio, por ello volcaban todo su cariño en la gente joven que apreciaban.

Pasamos una feliz y plácida velada. Cuan maravillosa era la vida junto a Laura, su carácter equilibrado y sereno hacían de nuestra relación un remanso de paz, como las tranquilas aguas de un pequeño lago exento de oleaje. Hacía ya poco más de ocho años que nos conocimos por primera vez en aquel lejano y entrañable pueblecito de mis veraneos en Folgueroles, ella en el viejo puentecillo de piedra y su bicicleta, yo tumbado en la orilla de aquel aprendiz de río cuyas cristalinas aguas al discurrir apaciblemente se asemejaban al carácter de mi adorada esposa. Una vez más di gracias a la providencia, por haberme permitido este encuentro con un ángel en la tierra.

Nos despedimos de los bondadosos italianos y regresamos paseando hasta nuestro apartamento, era algo tarde y un poco apartado del centro de la ciudad, pero nos apetecía caminar cogidos de la mano y que el fresco airecillo de la calle nos azotara el rostro.

Llegamos casi una hora después a nuestra casa, estábamos agotados, nos metimos en la cama. El día siguiente iba a ser posiblemente un día muy interesante……

CAPÍTULO XXIIIº

De sorpresa en sorpresa….

Me levanté temprano para ir al laboratorio, hacía pocos días que me había incorporado. Durante mi ausencia habían iniciado un nuevo programa dedicado a la anterior investigación que debería mejorar la misma.

El director del programa me mandó llamar un poco antes de que fuera a salir para almorzar. Entré en su amplio despacho en el que había un gran ventanal del que se divisaba el edificio de la universidad casi en su totalidad y parte del campus.

-Siéntese doctor, ¿Qué tal le prueba su nuevo estado civil?-, se interesó con natural cortesía.

-Excelente Doctor Hill, mejor imposible, era algo que había anhelado con mucha fuerza desde hacía bastantes años-.

El señor Hill era un británico asentado en Boston desde hacía más de veinte años, llegó allí al igual que yo, había finalizado sus estudios de biología con calificaciones muy notables, ganó una beca y la fortuna le llevó a la Universidad de Massachussets, allí comenzó a distinguirse de entre sus colegas por su rigor científico y aportación de ideas. Se creó una notable aureola científica entre sus compañeros de profesión. Sus conferencias por el país le producían unos buenos ingresos adicionales.

-Doctor, le he pedido que viniera a verme por que tengo una agradable noticia que comunicarle-. Al tiempo que decía esto, sacaba del cajón de su escritorio un sobre blanco alargado del que me hizo entrega mientras me decía:.

-¿Recuerda usted doctor que en una ocasión me lanzó la idea de lograr un microscopio que permitiera tal aumento de imagen que nos permitiera penetrar más fácilmente en las células que investigamos?-.

Me quedé algo desconcertado, recordaba confusamente este detalle. El señor Hill notó mi desconcierto y añadió, el ejemplo que a tal efecto en su día le había indicado.

-A usted se le ocurrió explicarme con un ejemplo práctico, que si desde un avión a determinada distancia de la tierra vemos una playa, observaremos una línea más o menos amplia y larga de color beige o blanco, según sea la naturaleza de la que estén compuestas sus arenas, pero a medida que nos aproximamos a ella iremos distinguiendo los granos que la componen hasta el punto de poder contarlos y distinguir la composición mineral de cada uno de sus granos, -¿recuerda usted ahora este detalle?-

-Ahora que lo dice, lo recuerdo perfectamente-, no obstante no adivinaba a que venía citar este sencillo ejemplo.

-Le dije a usted que me parecía interesante su concepto y que hablaría con un buen amigo mío que estaba en el departamento de investigación y desarrollo de IBM-.

Se detuvo en este punto para reflexionar unos instantes. Yo estaba muy atento al razonamiento que mi jefe exponía. -Verá, le lancé su idea a mi amigo y este, que es un hombre sumamente inteligente e ingenioso, la tomó y pensó en ella, hasta el punto que han perfeccionado en el departamento de mecánica y electrónica de la empresa, un microscopio electrónico que aumenta casi 250.000 veces una imagen según me explicó. La lectura se efectúa mediante la utilización de electrones en lugar de fotones, sin necesidad de luz, aunque la imagen es en blanco y negro. Por el momento es todavía experimental, pero el primer paso está dado, posiblemente los actuales microscopios ópticos pasarán bien pronto a la historia de la medicina. En definitiva doctor, su idea no cayó en saco roto, la ciencia tuvo la fortuna que su razonada imaginación cayera en manos de un hombre también inteligente y con ideas y conocimientos suficientes para plasmar su concepto a una máquina que puede que revolucione en el futuro la ciencia y en especial la investigación biológica-. Me vino a la memoria un pensamiento del insigne escritor francés, Julio Verne : " Todo lo que un hombre puede imaginar, otros serán capaces de hacerlo".

-No se que decir, yo solo tuve una corazonada, nada más, el mérito no es mío-.

-No sea usted tan modesto, la sociedad en la que mi amigo trabaja, ha sabido valorar su idea en toda su dimensión y trascendencia, y han decidido hacerle un pequeño obsequio que se halla dentro de este sobre, desconozco su contenido, puede usted abrirlo, he de confesar que me tiene realmente intrigado-.

Miré a tras luz el sobre y me pareció ver que contenía un papel algo más pequeño que el mismo sobre. Rasgué uno de los extremos procurando no dañar el contenido del interior. Tiré con cuidado del papelito rectangular impreso en tinta de tono gris ligero y le puse ante mis ojos. No podía salir de mi asombro, era un cheque bancario a mi nombre contra el Chase Manhattan Bank por valor de ciento ochenta mil dólares. No podía creerlo, estaba sorprendido a la vez que asombrado, así es como se hacen algunas cosas en los Estados Unido. Para mi modesta economía aquella suma era una verdadera fortuna. Le entregué el "papelito" al doctor Hill para que pudiera despejar su intriga. Se lo quedó mirando por unos momentos y con cara de satisfacción se levantó de su butaca, se acercó a mi para retornarme el "papelito" y estrecharme la mano para felicitarme, lo hizo con verdadera sinceridad.

Tuve que contener el río de emociones que en pocos segundos pasaban por mi cabeza, que iban de mi cerebro al corazón y viceversa.

Mi jefe intuyó mis pensamientos y me dijo : -Doctor, tómese el resto del día libre y vaya a reunirse con su joven esposa, disfruten del momento.

Le di las gracias y me marché volando en busca de mis ropas de calle, dejé la bata blanca sobra la silla de mi mesa de trabajo y crucé el campus como una exhalación.

Parecía que una serie de factores se hubiesen conjurado, extrañamente lucía un día espléndido, frío pero soleado, y por otra parte sentía una íntima satisfacción por haber contribuido con mi granito de arena a la posibilidad que la ciencia pudiera dar quizás un paso importante que a la fin y a la postre podría ser aprovechado en beneficio de la humanidad.

Con este pensamiento llegué a la parada del bus que me llevaría al apartamento. Muy cerca tenía una agencia bancaria del City Bank en el que mantenía mi cuenta desde que llegué a los Estados Unidos, ingresé el cheque, y mira por donde me había convertido milagrosamente en un cliente distinguido de la sucursal, el director de la entidad, tuvo la deferencia de venir a saludarme y entregarme personalmente un talonario de cheques enfundado en una bonita cubierta de fina piel. Hasta se molestó en acompañarme a la puerta giratoria del establecimiento, -vuelva usted siempre que lo desee, está usted en su casa doctor-. Me dijo mientras me alargaba su fláccida y regordeta mano, que me recordó la del administrador infiel Sagnier.

Súbitamente recordé que Laura y Peggy me esperaban en el distinguido Country Club para tomar café con ellas. El problema era cómo llegar hasta allí.

Pasé por delante de un concesionario de automóviles GMC, me quedé indeciso mirando el interior del establecimiento, presentaban solamente automóviles de la marca de la que eran concesionarios, pero a través de los cristales vi que en la parte posterior del edificio tenían también automóviles en exhibición pero de diversas marcas. Entré decidido a curiosear, deseaba averiguar si había algún modelo poco usado a la venta y ver así mismo el precio.

Me salió al paso un joven de más o menos mi misma edad que me dijo ser el encargado de ventas. Le indique que tenía intención de adquirir un automóvil usado que estuviera en muy buen estado. Comprendió inmediatamente que era cliente de vehículo usado, con lo cual obvió mostrarme los que había en dentro del local próximos a los grandes escaparates.

Estuve viendo varios que me gustaban, pero finalmente centré mi duda de adquisición entre dos modelos:. Uno de ellos era un Cadillac Seville de dos años y el otro un Jaguar MKII, también con poco más de dos años de historia. Ambos sobrepasaban algo el precio de diez mil dólares. Finalmente y después de un breve regateo con el vendedor, opté por el automóvil británico, era un sueño de auto, estaba en perfecto estado y en el totalizador de su cuenta millas, figuraban poco más de quince mil, era de un bonito color verde inglés, estaba equipado con radio y la atracción de lo más moderno en audio, lo último: dispositivo para la reproducción de grabaciones sobre cinta magnética de la marca Motorola. Los asientos estaban tapizados en piel de color marfil, en su conjunto el automóvil era una verdadera joya de la ingeniería británica. Presioné al vendedor para que me diera una garantía de calidad para un par de años, trato que aceptó.

Finalmente le extendí un cheque por el importe acordado y salí del establecimiento con mi exquisito automóvil. Fue el primer capricho de mi vida. Miento, el segundo….

En poco más de treinta minutos entraba muy ufano en la zona de estacionamiento para automóviles del Country Club de la ciudad.

Subí la escalinata que llevaba al elegante restaurante, eran casi la una del mediodía, y el local estaba a rebosar de socios. Vi de inmediato a las dos elegantes damas departiendo animadamente en una de las mesas cercanas a los ventanales que daban frente al área de las pistas de tenis. Mientras me acercaba sorteando algunas mesas, Peggy giró la cabeza y vio que me acercaba, se lo advirtió a Laura que me lanzó una reconstituyente y amorosa sonrisa.

Saludé a Peggy besándole la mano que me alargaba y luego la besé en ambas mejillas. La entusiasmaba que un caballero le besara la mano en el saludo, no era un gesto frecuente en los Estados Unidos, ella con su cultura europea agradecía este refinamiento. Besé en los labios a mi esposa Laura, que para la ocasión se había vestido con un traje chaqueta de franela gris y pantalón, que acompañaba con una camisa blanca y un fulard de seda natural granate. La única joya que llevaba puesta, era nuestro anillo de boda.

Margaret, no quedaba a la zaga, llevaba un bonito vestido color malva que la favorecía enormemente, estaban ambas radiantes y se sabían admiradas por los ocupantes de las mesas inmediatas.

Guardaban ambas un cierto aire de estilos parecidos, no sabría como definirlo, quizás fuera el aplomo y seguridad con que se expresaban y desenvolvían socialmente.

Compartían aficiones artísticas comunes, música, pintura. Peggy aventajaba a Laura en experiencia y mundología, había viajado mucho más que mi esposa, por lo demás estaban a la par.

Pedí a uno de los camareros que me trajera una ensalada y un café acompañado de un vaso de agua fría, hasta aquel momento no recordé que todavía no había almorzado.

-Pero querido, ¿cómo ha sido que no hayas almorzado todavía?- me preguntó Laura.

-Verás, esta mañana he tenido una gran sorpresa acompañada de una generosa alegría-. Les conté todo cuanto se refería al premio que el director del laboratorio me había hecho entrega, y luego justifiqué mi demora por la compra del automóvil.

-Guillermo, ¿has comprado un automóvil?-, me dijo Laura fascinada, pero sin perder en ningún momento su aplomo.

-Si, no se si he cometido una tontería, pero he cobrado este dinero, necesitaba llegar aquí y no sabía como, y el auto me gustaba tanto que lo he comprado-, -de todos modos necesitábamos un automóvil para podernos mover-, dije para justificarme un tanto a mi mismo.

-¡Vamos a verlo!, enséñanoslo-, dijo Laura contenta como una muchacha con un anhelado juguete. Margaret se levantó y cogiendo a mi esposa del brazo se la llevó en dirección a la salida. Las acompañé hasta el lugar en el que había estacionado mi flamante automóvil.

Les señalé con el dedo el lugar en el que se hallaba el auto. -Precioso- exclamó Margaret, -Guillermo has tenido un gusto exquisito- añadió.

Miré a Laura, se había acercado al automóvil y estaba pasando suavemente el dedo índice de una de sus manos por encima de la carrocería como si deseara medir el perfil de la misma, me miró dulcemente y echó a correr hacia mi para abrazarme y besarme con pasión. Me quedé algo abochornado, no esperaba esta reacción de mi esposa tan espontánea y en presencia de otras personas.

Margaret se sonrió y dio media vuelta alejándose en dirección al restaurante de nuevo.

Unos minutos después regresábamos a la mesa. Margaret tomó la palabra: -Bien tortolitos, ¿se han serenado ya ustedes dos?-, nos dijo con voz sutil y sonriente.

Asentimos con la cabeza no sin cierto sonrojo.

-Creo que mi hijastro Julius te habrá comentado que mi familia paterna posee un grupo de empresas entre las que destacan el pool farmacéutico, es un momento muy propicio para que pudieras incorporarte en ellas como director de los laboratorios de investigación. Tienen un ambicioso plan de expansión y deben reforzar todas las líneas directivas de la organización con gente de valía-.

Mientras agitaba el café y el azúcar con la cucharilla que uno de los camareros me acababa de servir, me quedé pensativo y en silencio, mi cabeza intentaba hacerse una composición de mi situación profesional actual y la que el

futuro podía depararme, Laura me miraba aguardando a que diera mi opinión a la proposición de Peggy.

-Margaret, no tengo palabras para expresarte mi agradecimiento a tu generosa oferta, sinceramente creo que puede ser una gran oportunidad para un investigador como yo formar parte y estar al abrigo de un poderoso grupo farmacéutico donde los medios para poder desarrollar mi trabajo pueden ser casi ilimitados, lo siempre soñado por cualquier científico, pero creo que debo meditarlo, sería para mi un paso trascendental , que también afecta al programa de investigación que estamos llevando a cabo en el laboratorio de la universidad y me consta que el doctor Hill, director del proyecto, confía en mi, como con el resto del equipo que personalmente él ha ido formando. Necesito meditarlo y probablemente comentarlo también con él-.

-Tu razonamiento es muy sensato Guillermo, y sin duda dice mucho en tu favor, pocas personas tendrían en cuenta los razonamientos lógicos y sinceros que acabas de exponer, antepondrían su interés personal al de los demás colaboradores. No debe preocuparte lo más mínimo el resultado de tu decisión, es tu conciencia la que debe dictar el camino que deberás seguir en la vida-, dijo Peggy con una serenidad muy propia en ella.

Miré a Laura, vi que su cara trasmitía satisfacción por el momento que estaba viviendo, su imagen me comunicó entusiasmo y felicidad.

Margaret se me anticipó y pagó la cuenta, la acompañamos hasta el aparcamiento para allí despedirnos.

-Laura he pasado contigo una velada muy agradable, debemos repetirlas con más frecuencia, te llamaré un día de estos para que vayamos a visitar el museo de arte contemporáneo, te encantará y quiero también que conozcas a mis hijas y al resto de la familia-, dijo todo esto sinceramente, tenía cogida la mano a mi esposa, parecían hermanas. Acompañé a Peggy hasta su automóvil, mientras Laura se sentaba en el interior del nuestro.

-Peggy, te estoy muy agradecido por haber invitado a mi esposa y hacerla sentir como una amiga-, le dije todo esto mientras la besaba en una de las mejillas para despedirme de ella ya en la puerta de su automóvil.

-No debes agradecerme nada mi querido doctor, ella y tu os lo merecéis. Ah, y Laura es ya una amiga mía y un ser adorable, ahora comprendo tus desvelos mientras vivías aquí solo-, me lo dijo pasándome la palma de su mano enguantada suavemente por una de mis mejillas.

Regresé al auto, en el entretanto Laura había puesto una de las casettes con que me había obsequiado el vendedor de la tienda, sonaba la suave melodía de "Te para dos", me pareció que la interpretaba la orquesta de Ralph Flanagan, el equipo de música del automóvil era excepcional, reproducía el sonido en alta fidelidad, Hight Fidelity, como decían los anuncio publicitarios del nuevo sistema de sonido.

Aprovechamos la oportunidad para darnos un paseo por la ciudad de Boston con nuestro espléndido automóvil. Le mostré a Laura los lugares más característicos de la señorial capital del Estado, regresamos a nuestro apartamento antes de que comenzara a llover.

CAPÍTULO XXIVº

La decisión….

Laura y yo estuvimos sentados varias horas alrededor del hogar de nuestro apartamento hablando de mil cosas y de la oferta de trabajo que Margaret Hagarty me había planteado. Finalmente decidí mantener una entrevista con el Consejero del grupo de sociedades para conocer más sobre ello y así poder valorar la oferta que podían plantearme. También decidí hablar al día siguiente con el doctor Hill, mi jefe en el laboratorio de investigación de la universidad. Deseaba y debía ser muy sincero con el.

-Seguro que tu director comprenderá la decisión que puedas tomar, el tendrá otras alternativas para poder suplirte-, añadió Laura.

Laura me acompañó en nuestro auto hasta mi trabajo, me dijo que pasaría a por mi al medio día, la besé y me quedé unos instantes viendo como se alejaba calle abajo.

Entré en el despacho del Doctor Hill, yo tenía necesidad de conocer su opinión respecto a mi posible marcha del equipo que él había formado, era una cuestión de lealtad.

Escuchó en silencio y con atención mi exposición, después de casi media hora de oír mis consideraciones, me dijo: -lamentaré perder para el equipo un apoyo tan valioso como el de usted, pero si decide que le conviene más dar este paso tan importante en su carrera profesional, hágalo sin ninguna duda, aquí siempre tendrá un lugar entre nosotros, de otra parte también le digo que el grupo farmacéutico que usted me ha hecho referencia, es uno de los más potentes del mundo. Creo doctor que es una oportunidad única para su carrera, pero también debo advertirle de los riesgos que se corren en la industria privada, la competitividad es muy alta y los puestos de ejecutivo suelen ser muy ambicionados-.

-Gracias doctor por su opinión y consejos, pero todavía no he tomado todavía ninguna decisión al respecto-.

Estuve el resto de la mañana dándole vueltas al asunto. Llamé a Margaret para que me consiguiera una cita con los responsables de la sociedad, quería conocer la oferta que estaban dispuestos a presentarme, sin ello no me sería posible tomar una decisión a conciencia.

Llegué a casa bastante cansado por la tensión que estaba soportando aquellos días. Mi deliciosa mujercita Laura salió de la cocina para recibirme con un largo y calido beso, de nuevo aquel reconfortante olor a miel de su tan característico perfume. -Ha llamado Margaret para darme la dirección y el nombre de la persona con la que deberás entrevistarte-, me dijo sin soltarme de su abrazo.

-¿Para cuando sería?-.

-Podrías ir hoy, la dirección es Cambridge Street 545-.

-Deberé pedir permiso al doctor Hill para ausentarme. Esta mañana le he hablado de la posible oferta, es un tipo fenomenal, me ha dado carta blanca para que pueda elegir la decisión que yo crea más conveniente, debo sospesarla muy bien no puedo equivocarme-.

-No te equivocarás Guillermo, siempre has tomado decisiones razonadas y, en esta ocasión también lo vas hacer-.

Rodeé con mis brazos a mi dulce mujercita, que desde que la bauticé como "la dama de la bicicleta", no dejó de estar en mi corazón. Le acaricié suavemente el rostro, me miré en el espejo de sus grandes ojos y de nuevo me embargó el olor de su peculiar perfume.

Con mi mejor traje me dispuse a asistir a la entrevista. Laura quiso acompañarme, no se lo impedí, ella era también parte interesada en la decisión a tomar, además de que tenía mucho criterio, la decisión que tomara nos afectaba a ambos. Llamé a mi jefe para informarle que iría más tarde.

Aparcamos nuestro automóvil en el lugar que el edificio tenía dispuesto para las visitas. Era una impresionante construcción, tenía unos veinte pisos de altura y las fachada en todo su alrededor eran de vidrio de color ligeramente ahumado. En el hall nos identificamos al conserje y de inmediato se acercó una azafata que muy amablemente nos conminó a que la acompañáramos a uno de los ascensores para a continuación llevarnos hasta el despacho de dirección.

Nos recibió el director general de la compañía en su despacho de la planta veinte, desde el que se gozaba de una excelente vista de la ciudad de Boston. El señor William Henry Brooks era un caballero de unos sesenta años, que vestía elegantemente y que acompañaba con modales sumamente educados, luego supe que además de accionista guardaba parentesco con Margaret.

Durante la conversación salió a relucir el nombre de Peggy, de hecho ella poseía un paquete importante de acciones de la compañía, lo que le daba un peso específico importante entre el resto de accionistas.

Después de una dilatada e interesante conversación, me hizo una sustancial oferta económica que cuadruplicaba sobradamente los ingresos que obtenía en mi actual ocupación, además de una bonita casa con jardín en la zona residencial de la ciudad y billetes de avión en primera clase para viajar en vacaciones a Europa, todo ello a cargo de la compañía.

Mi misión sería dirigir un equipo de jóvenes científicos que yo mismo podría elegir, para investigar sobre la aplicación de nuevos fármacos para el tratamiento del cáncer.

-Le quiero significar Doctor, que para este proyecto, la compañía ha construido un nuevo edificio que alberga un laboratorio con los avances científicos más actuales, casi me jactaría de decirle que puede que sea el mejor y más moderno del mundo, este es el motivo principal por el que le estoy presentando a usted esta oportunidad, y le añadiré que nos satisfaría mucho contar con su valiosa colaboración en el desarrollo de este ambicioso proyecto-.

Nos dijo todo esto mientras nos acompañaba hasta la puerta de su espacioso y elegante despacho.

-Gracias señor Brooks por su amabilidad y la confianza que me ha mostrado, le prometo estudiar con mucho cariño su oferta y le daré mi respuesta en un par de días-, le dije estrechándole la mano mientras nos despedíamos.

La misma azafata nos acompañó hasta la salida del edificio. Por el camino Laura me iba comentando sus impresiones de la entrevista. -¿Qué opinión has sacado del cambio de impresiones con el señor Brooks?-.

-¿Y a ti-, le respondí. Las mujeres suelen ser muy intuitivas, me interesaba mucho conocer la opinión de mi esposa, al fin y al cabo si aceptaba la oferta, íbamos a compartir la "aventura" juntos.

-Mi opinión poco cuenta esposo mío, eres tu quien debes valorarla y decidirte-.

-Valoro dos cosas; En primer lugar es un proyecto ambicioso, la enfermedad del cáncer se está extendiendo cada día a mayor velocidad, haciendo verdaderos estragos entre los humanos, todo lo que se haga para combatirla es poco, puede ser un proyecto altamente interesante y beneficioso para la humanidad, y en segundo lugar la oferta económica es ¡¡irrechazable!!, ¿no te parece?-.

-Tienes mucha razón querido, ¿entonces piensas aceptarla?-

-Si, pienso hacerlo, mañana hablaré con el Doctor Hill, quiero comunicárselo personalmente, le daré unos días para que pueda buscar un sustituto-.

-Harás muy bien, muy honesto por tu parte-.

Estábamos los dos felices y contentos, todo nos sonreía, la vida era maravillosa, con esta íntima euforia que ambos gozábamos, le propuse a Laura ir al Country Club a celebrarlo.

En el restaurante coincidimos con Julius y Horace, tuvimos la fortuna que nos pudieran acomodar en una mesa contigua a la de ellos, le pedimos al camarero que juntara ambas. Horace no había tenido todavía la oportunidad de conocer a Laura, congeniaron de inmediato. Les explicamos nuestro proyecto de cambio de trabajo.

-Creo Guillermo que harás muy bien en aceptar este importante puesto, puede representar una gran proyección profesional para ti-.

-¿Sabes?, creo que Peggy ha logrado apaciguar a mi padre, próximamente será el cumpleaños de una de mis hermanas, celebramos una tradicional comida familiar en Swampscott, la ha organizado como es natural Margaret, debería ser el acto de la reconciliación-.

-Eso me hace muy feliz Julius, tu padre es un hombre muy inteligente y a buen seguro que Peggy habrá sabido aprovechar el momento oportuno para influir en él. De corazón te digo que ello nos hace muy felices-

-Lo se, lo se, amigo, pero verás se me ocurre que voy a decirle a Peggy que os invite, tu ya estuviste en una de ellas, que como recordarás fue por cierto bastante agitada, de este modo la familia tendrá la oportunidad de conocer a tu bella y agradable esposa-.

-Julius conseguirás que me ruborice-, apuntó Laura con una tierna sonrisa.

Terminamos el almuerzo conversando animadamente de múltiples cosas, particularmente Laura les contó como nos conocimos y, el entorno de aquel pintoresco pueblecito, tan querido por nosotros, allá lejos, en España.

Dejé a Laura en casa y fui al laboratorio para notificarle mi decisión a mi jefe, el Doctor Hill. Compartió y comprendió mi exposición. Celebró que no dejara pasar una oportunidad que me abriría las puertas al mundo empresarial de la investigación.

Salí de su despacho muy reconfortado, hubiese sido para mi un pesado lastre conciencial que mi jefe no bendijera la decisión que había tomado. Al día siguiente le hice entrega de todos mis apuntes y él me presentó a mi sucesor, era un joven canadiense que acababa de ganar una beca en su país, venía pletórico de entusiasmo, me recordaba a mi cuando también tuve la fortuna de incorporarme el programa del Doctor Hill. Nos despedimos con un fuerte y sincero apretón de manos, como hacen dos buenos amigos.

Abandoné el laboratorio y el recinto de la universidad con cierta melancolía, no cabía la menor duda de que yo le había dado muchas horas de mi vida, pero recíprocamente también yo había recibido mucho. Miré a mi alrededor para obtener una última imagen del lugar que jamás olvidaría. Subí al automóvil y me encaminé a mi apartamento.

Por la tarde, llamé al señor Brooks para confirmarle que aceptaba su generosa oferta. Para cerrar la conversación me dijo que pasara a firmar el contrato que me ligaría con la compañía y me presentaría al resto de los componentes del consejo de administración. -Sea usted bienvenido abordo doctor-.

CAPÍTULO XXVº

La reconciliación…

Una vez al mes solíamos llamar por teléfono a nuestros familiares de Barcelona, Laura a su hermano y futura cuñada Helena, y yo a mis padres. Les manteníamos así al corriente de cómo transcurrían nuestras vidas.

Mis padres como es natural y humano se sentían muy orgullosos de mi nuevo trabajo y del proyecto que este contemplaba. Estaban muy sensibilizados con ello, lamentablemente un hermano de mi madre, el tío Paco, como yo le llamaba y con el que había pasado ratos muy gratos, había sucumbido recientemente devorado por el cáncer, apunto que era un fumador empedernido.

Llevaba ya algunas semanas en mi nuevo trabajo. Me concedieron carta blanca para organizar mi propio equipo de colaboradores que seleccioné de entre los mejores de las tres últimas promociones de licenciados en bioquímica de varias universidades del país, además de los becados de otros países. Para la organización del equipo me basé en la estructura del doctor Hill, mi anterior y único jefe. Asigné a cada uno de mis colaboradores una función determinada dentro del proyecto, con reuniones comunitarias una vez por semana para comentar sus trabajos y logros o fracasos, este sistema permite estar constantemente al corriente del desarrollo de los trabajos realizados y facilita la toma de decisiones.

Iniciamos el proyecto seleccionando los distintos tipos de cáncer conocidos hasta el momento, con estadísticas fiables en la mano observamos que el cáncer de mama femenino destacaba en bastante porcentaje sobre el resto. Dirigimos y concentramos todos nuestros esfuerzos científicos en la investigación sobre éste en particular.

El señor Brooks no había exagerado en lo más mínimo cuando me informó que el laboratorio dispondría de los más avanzados instrumentos científicos del momento, era evidente que la compañía había depositado grandes esperanzas en el éxito del magno proyecto, desconocía el costo exacto de la inversión, fui siempre un negado para este tipo de cálculos, pero estaba seguro que debería haber sido de cientos de millones de dólares. Jocosamente diría que casi habría que pagar dinero por trabajar en aquellas instalaciones.

El gélido frío del invierno inició su retroceso a finales del mes de marzo al aguardo del siguiente ciclo, la nieve y el hielo se fueron fundiendo con el tibio sol que día a día aumentaba su presencia y regalaba vida a los seres de esa parte del planeta.

Las plantas comenzaron a verdear y el paisaje iba tomando paulatinamente colores de mayor viveza. Asomaba la nariz de la inminente primavera.

Llegamos a Swampscott alrededor de las doce del mediodía, Laura estacionó nuestro auto en batería junto al VW escarabajo de la pelirroja de pelo corto, Kitty. Vino abrirnos la puerta el veterano mayordomo que me saludó con un :-Bienvenido Doctor-, al que correspondí.

Nos condujo hasta el gran salón. En el pude ver a Margaret y su esposo hablando animadamente junto a uno de los ventanales, en una de las esquinas del salón estaban las hermanas biológicas de Julius parloteando siempre de lo mismo.

Se dieron la vuelta al vernos entrar, se hizo un momentáneo silencio que rompió Margaret al acercarse a nosotros con los brazos extendidos cogiendo a Laura de ambas manos y acompañándola hasta donde se hallaba el señor Hagarty.

-Greg, quiero presentarte a mi nueva amiga Laura, esposa del doctor Farrés a quién tu ya conoces-.

Laura le alargó la mano que estrechó con una sonrisa el señor Hagarty, -sean ustedes bienvenidos- nos dijo.

-Doctor-, me dijo al estrechar la mía.

-Le veo muy bien señor Hagarty-, le dije mirándole a los ojos.

-Espero que me disculpara usted por mis bruscos modales al marcharme tan airadamente de la reunión, en nuestro último encuentro-.

-No debe disculparse señor, estaba usted bajo los efectos de una sorpresa que no esperaba, le hubiese ocurrido a cualquiera en esas mismas circunstancias-, le dije con el fin de paliar su disculpa, -pero le afirmo sinceramente que le veo con mejor aspecto-.

-Seguí sus consejos, hago ejercicio, como más fruta y verduras, y hasta me atrevo con el pescado a la plancha que tanto odiaba-.

-Ha hecho usted un gran bien a su salud, eliminando en buena parte las grasas animales e ingiriendo vegetales aumenta usted su calidad de vida. Y por cierto ¿que deporte practica?-.

-Golf, y la verdad que no tenía ni la menor idea de este deporte, un amigo del Club me lo recomendó, tomé unas cuantas clases y procuro jugar dos veces por semana, confieso que me divierte mucho, más de lo que al principio pude prever-.

-Interesante, muy interesante, ideal para la salud física y mental, como mínimo recorrerá caminando unas tres millas sin fatiga excesiva, pero al mismo tiempo su cerebro se mantendrá concentrado en el juego y eso le distraerá de los problemas cotidianos que luego podrá afrontar con mayor claridad-.

-Doctor, ha hecho usted un eficaz diagnóstico, ¿juega usted al golf?-.

-No, no he jugado jamás-.

-¿Pero como sabe tanto de él?- preguntó algo sorprendido.

-Simplemente por que hay libros que hablan de ello-, le respondí amablemente.

Se rió con ganas, -siempre me sorprende usted-, me dijo. Cogiéndome del brazo me acercó al mueble bar y me preguntó que deseaba beber. -Gracias, me conformaré con una simple bebida refrescante-.

-¿No le apetece un whisky o un Martini?-.

-Gracias pero no tengo afición alguna a las bebidas que contengan alcohol-.

-También he reducido la cantidad y he dejado de fumar los habanos-.

-Esa es una de sus más acertadas decisiones señor Hagarty, no le quepa la menor duda, está usted alargado su vida-.

Me sirvió una Coca-Cola, -y a su esposa ¿que le sirvo?-.

-Creo que lo mismo que a mi, con un pedacito de limón y hielo, gracias-.

Ambos nos dimos la vuelta y vimos a Peggy y a Laura charlando animadamente con las hermanas de Julius, le lleve a Laura la bebida que el señor Hagarty le había preparado, ésta la cogió y alzándola un poco le agradeció al señor Hagarty el detalle en un símil de brindis a distancia.

-Tiene usted una mujer muy distinguida doctor, con clase, me atrevería a decirle que Margaret y ella, aunque distintas, guardan cierto parecido,¿no le parece?-.

-Coincidimos plenamente en ello, desde el primer día en que conocí a la señora Hagarty, tuve esta misma impresión-.

Irrumpió como un torbellino en el salón la pelirroja Kitty, que hasta el momento había permanecido en la cocina preparando con la cocinera un postre especial. Se acercó para saludarme acercándome al mismo tiempo la mano a mi rostro para que se la besara, no había olvidado la amena y divertida conversación que sobre el tema tuvimos algunos meses atrás.

Satisfice su deseo y le dije :-¿Cómo estás Kitty?-, -Ven acompáñame voy a presentarte a alguien-. La cogí de la mano y la llevé hasta el grupito que formaban Peggy, Laura y las hermanas de Julius.

-Esta es Laura, mi esposa-. -Laura esta es Kitty, hija de Margaret-.

Laura le tendió la mano con una sonrisa, Kitty hizo lo propio pero la retuvo unos instantes cogida mientras miraba atentamente a mi esposa, era una especie de examen. Laura me miró y noté que estaba en una situación algo embarazosa, al ir a intervenir, Kitty le soltó la mano y dirigiéndose a mi me dijo: -¿Sabes doctor que eres un hombre afortunado?, has elegido una mujer con gran estilo y sumamente bella-.

-Gracias, pero por un momento creí que te la ibas a comer y me quedaba sin esposa-, la dije.

Un ruido ronco de motocicleta llegó hasta el salón. Eran Julius y Horace que acaban de llegar. Presté atención en el señor Hagarty, vi que se ponía algo tenso, Margaret le cogió de un brazo y se encaminaron en dirección a la puerta de acceso del salón, en el entretanto ésta le iba hablando.

Entraron Julius y Horace, el primero le dio dos besos a su madrastra Margaret, luego se giró para dirigirse a su padre acercándole la mano con el fin de estrecharla, éste en lugar de hacerlo le abrazó, ambos permanecieron unos instantes en esta posición. Fueron unos momentos sumamente emotivos, pero valía la pena disfrutar de ellos, Horace permaneció en segundo término, era un personaje sumamente discreto y educado, de su rostro manaba la satisfacción y la felicidad que le estaba produciendo aquel acto de reconciliación entre padre e hijo.

Poco después una de las sirvientas avisó a la señora de la casa que estaba todo dispuesto para el almuerzo. La mesa estaba puesta primorosamente. Transcurrió el almuerzo con una corriente de buen humor y cordialidad. Laura y yo fuimos aseteados a preguntas sobre detalles de nuestra boda, de cómo nos habíamos conocido, tal parecía que era un almuerzo en nuestro honor en lugar del de una de las hermanas de Julius. ¡Qué romántico! exclamó una de las hermanas.

Al delicioso postre que Kitty había preparado primorosamente, sentí el impulso de decir unas palabras en honor a los señores de la casa, me puse en pié y rodeando la larga mesa, fui hasta donde estaba sentada mi esposa Laura, que siguiendo el protocolo social la habían distinguido situándola a la derecha del señor Hagarty.

Puse una de mis manos sobre el hombro de Laura que permanecía sentada y dije : -" Señor y señora Hagarty, queridos amigos, en nombre de mi esposa Laura y el mío propio, quiero daros las gracias por la deferencia y amistad con que nos distinguís y de la que nos sentimos verdaderamente honrados. Pero éste no es el motivo principal de las palabras que desde hace un buen rato estaba deseosos de dirigiros, no-, me detuve unos instantes y miré a los presentes, estaban todos muy atentos y proseguí: -Deseaba expresaros que hoy nos sentimos doblemente felices y creo que también todos, por que hemos asistido a un bello acto de reconciliación familiar, en el que el amor y el cariño entre padre e hijo ha prevalecido sobre todas las cosas y convencionalismos, es por eso, y por muchos otros valores que dan la grandeza de estas personas, y finalmente deciros que nos sentimos muy orgullosos de contarnos entre vuestros amigos-.

-Agradezco sus bellas palabras doctor, y brindo por ellas-, dijo Greg Hagarty, y creo que emocionado, mientras se ponía de pié y levantaba su copa de vino blanco para brindar.

Laura me puso una de sus manos sobre la mía que descansaba sobre su hombro y mirándome me sonrió complacida, como si quisiera asentir a mis palabras, le di un beso en la frente y regresé a mi lugar, al sentarme, Peggy se inclinó para hablarme al oído diciéndome : -has estado muy oportuno doctor, era necesario que alguien ajeno a la familia dijera algo al respecto, Greg se siente feliz, había tenido a casi toda la familia en contra suya por este asunto-.

-Tú has tenido mucho que ver en esta reconciliación, estoy convencido de ello, eres un ángel Margaret, el día que me muera desearía que también lo fueras para mi, para que no tuviera inconvenientes en la puerta de acceso al paraíso-.

Por un momento vi que Julius cogía discretamente la mano de Horace y ambos se miraban sonrientes, el primero vio que les observaba y me guiñó el ojo complaciente, le devolví el guiño. Aquel simple y natural gesto significaba, agradecimiento, amistad y complicidad.

Nos levantamos de la mesa para ir al salón a tomar café, el señor Hagarty me cogió del brazo y me preguntó si me apetecería jugar una partida de billar. -Desde mis tiempos de estudiante que no he vuelto a jugar- , le dije.

-¿Entonces vamos allá?-.

-Usted primero-, le dije cediéndole el paso en la puerta de la sala de juegos.

Era una sala espaciosa, en el centro de ella, había una hermosa y maciza mesa de billar, cuyo tapete de paño verde esmeralda estaba protegido del posible polvo por un lienzo blanco, una lámpara rectangular de pantalla también verde que colgaba del techo iluminaba profusamente toda la superficie de la mesa.

Me di cuenta que era uno del tipo americano por los seis alojamientos que tenía para las bolas en las esquinas y en la mitad de los laterales, yo no había jugado jamás en este tipo de billar, mis escasos pinitos los había efectuado en el conocido por el billar francés o también ruso, que se jugaba con tres bolas, una de ellas de color rojo y las otras dos blancas, y que impeliendo con un taco de madera sobre una de ellas debía tocar a las otras dos, a esto se le decía hacer carambola. Se lo manifesté a mi anfitrión, pero me respondió que para el caso daba igual, -ya aprenderá, yo le enseñaré lo más básico- me dijo.

Estuvimos jugando el resto de la tarde, el señor Hagarty era un jugador de primera, me enseñó los primeros pasos y las normas de este particular juego tan americano y que yo había visto tantas veces en algunas películas.

Me ganó por "goleada", como diríamos en mi país. Dejamos los tacos en los alojamientos del mueble que a tal propósito colgaba de la pared y regresamos al salón.

-¿Que tal se te da el billar americano?- me preguntó Laura.

-Mal, rematadamente mal, he sido un mediocre compañero de juego del señor Hagarty-.

-No diga usted eso doctor, para mi ha sido un verdadero placer propinarle esta "paliza"- dijo jocosamente y soltando una ostentosa carcajada a la que me uní.

Margaret invitó a todos a dar un paseo por el jardín, la tarde estaba deliciosa para ello, solo algo fresquita pero soportable con algo de ropa de abrigo.

El señor Hagarty me cogió de un brazo para decirme que estaba al corriente del nuevo rumbo que había tomado en

mi profesión, -se ha incorporado usted doctor en una gran compañía que puede serle útil para catapultarle a metas más elevadas-.

-Me consta señor, lo he podido comprobar ahora personalmente. Los medios con que contamos en nuestro proyecto son excepcionales, lo que demuestra cuanto confía en el ello la Corporación-.

Se nos acercó corriendo Laura, sonriente, destilando felicidad por todos sus poros, llevaba el pelo suelto y a pesar de su juventud tenía ya algunas mechas de canas que todavía la embellecían más, dándole además un aire de mayor distinción.

-¡¡Guillermo!!- gritó desde la distancia, parecía una niña ilusionada con su juguete preferido, llegó a la carrera donde estábamos nosotros dos con la respiración casi entrecortada, -¡!¿sabes?, Margaret acaba de invitarme a visitar las famosas cataratas del Niágara!!- dijo plena de entusiasmo. -¿Te importará si te dejo solito por unos pocos días mi amor?-.

Sus ojos traslucían ilusión, ¿cómo podía yo deshacerla?.

-Cómo no mi vida, no soy nadie para privarte de ese placer, no olvides cariño que ahora vivimos en el país de la democracia por antonomasia, la gente aquí es absolutamente libre de sus decisiones y actos-.

-Te traeré un recuerdo de allí-, y acercándose a mi oído me rozó este con sus cálidos labios mientras me decía: -¿vas a echarme de menos?-.

-No podré vivir sin ti amor mío, prométeme que regresarás pronto-.

-¡¡Prometido!! – dijo llena de entusiasmo mientras regresaba al grupo de las damas.

El señor Hagarty sonriendo me dijo : -E aquí una mujer feliz-.

Una hora más tarde nos íbamos con el MKII a nuestra nueva casa de uno de los barrios residenciales de Boston, hacía solo un par de semanas que la compañía nos había hecho entrega de las llaves, tuvimos la fortuna que pudimos aprovechar casi todos los muebles que teníamos del primer apartamento.

Nos acostamos pronto, al día siguiente debía madrugar, me levantaba todos los días a las seis de la mañana y tenía unos cuarenta minutos para llegar al laboratorio. Iba y regresaba en el metro, le dejaba el auto a Laura para que pudiera moverse con soltura.

Estuvimos un buen rato abrazados en la cama, habíamos pasado una feliz jornada, nos besábamos con pasión, y finalizamos en la cumbre de la pasión poco antes de que nos quedáramos dormidos, exhaustos y abrazados.

CAPÍTULO XXVIº

Niagara Falls…

Poco después de la reunión con mi equipo de colaboradores, Priscila mi secretaria me pasó una llamada, -Doctor, su esposa al teléfono-.

-Hola querida dama de la bicicleta-, le dije bromeando, -¿precisa usted de los servicios del doctor?-.

-Oye querido, te parece que venga a por ti y me lleves a almorzar a aquel restaurante italiano de tus amigos?, me gustó muchísimo, son tan agradables. Además tengo una noticia que darte-.

-Encantado de llevarte al Estrómboli y también ellos les agradará vernos otra vez-. -En una hora y media puedes pasar a por mi. Un beso-.

-Un millón de los míos, adiós amor-.

Laura fue puntual, se identificó en recepción, y la acompañó uno de los guardias de seguridad hasta mi despacho.

Estaba radiante, llevaba un vaporoso vestido de amarillo paja que combinaba con el abrigo de fina lana de igual tono que el sombrerito de ala corta en color tostado que la favorecía todavía más, llevaba su abundante pelo recogido detrás de la nuca al estilo Grace Nelly, me levanté del sillón embelesado con ansiedad de besar aquellos jugosos labios que se me ofrecían sonriendo y mostrando la hilera de perlas que había debajo de ellos. La besé apasionadamente y de nuevo me embriagó el suave aroma de su perfume. La estuve mirando a los ojos un buen rato lleno de amor.

Me dio un empujoncito para que me sentara de nuevo en mi sillón, a continuación ella lo hizo en mi regazo mientras me abrazaba. Tuve el presentimiento que algo se fraguaba en aquella cabecita.

-Guillermo, antes de que nos vayamos al restaurante tengo que comunicarte algo-. Adoptó una pose de mujer interesante, se puso además sumamente solemne. Yo no sabía por donde tomarlo.

-Dime, dime cariño, me tienes en ascuas-.

-Verás querido, tu sabes que suelo ser muy previsora, ¿cierto?-.

-Cierto-, asentí.

-Como te decía-, adoptaba ahora un tono todavía más solemne. -He comenzado a coleccionar ropas de talla muy pequeña-.

Adiviné de inmediato lo que deseaba comunicarme, pegué un salto del sillón que casi da con Laura en el suelo, boquiabierto casi no sabía que decirle.

-Pero, pero….-balbucee.

-Si, si, lo que piensas es cierto querido-.

-¿Pero estás segura de ello?-.

-Naturalmente que estoy segura, con algo así jamás bromearía-.

Yo estaba loco de alegría, alcé a Laura en brazos, ella me rodeó con los suyos el cuello, me besaba por todas las partes de mi cabeza.

-¿Desde cuando lo sabes cielo?-.

-Llevo ya dos meses sin ovular, pero además he efectuado la prueba de la rana, y ésta ha sido positiva, más cierto ya no puede ser, solo me falta acudir al ginecólogo-, me dijo con un gracioso mohín de sus carnoso labios que parecían fresas pidiendo ser comidas.

En la calle repicaban algunos relámpagos y se había girado algo de viento, el invierno empujado por la primavera estaba dando los últimos estertores.

Nos volvió a la realidad el repiqueteo del teléfono de mi mesa de trabajo. Acudí para atender la llamada.

-Hola Guillermo, soy Peggy, ¿está Laura contigo?, la llamo a casa y nadie me responde, debo quedar con ella para la hora de salida de mañana-.

-Ahora mismo te la paso, pero creo que además te dará una feliz noticia-.

-¿De que se trata?-, preguntó con curiosidad.

-Prefiero que sea ella la que te lo cuente, creo que es más propio-.

Le pasé el auricular a Laura, ésta le contó a Peggy la buena nueva y luego estuvieron hablando casi media hora.

-Hemos acordado que vamos a viajar en el coche de Peggy, en cuanto le he desvelado mi estado, me ha prohibido que yo condujera. -A partir de ahora deberás cuidarte mucho y no realizar esfuerzos-, me ha dicho. Es una compañera fantástica además de amena y agradable conversación, amén de culta, me siento muy bien en su compañía-.

Vi a mi esposa entusiasmada con la inmediata visita a las cataratas del Niágara justo en la frontera con Canadá. -Avísame si ves a Marilyn Monroe paseando por allí-, le dije bromeando y recordando la película del mismo título que allí grabó junto a Joseph Cotten.

Me senté al volante del Jaguar MKII mientras Laura acababa de acicalarse y darse unos retoques en el maquillaje. Deseaba llamar a Barcelona para comunicarles a mis padres la feliz noticia, pero decidí hacerlo al regreso de la cena, sería quizás una hora más apropiada, ahora estarían probablemente en el primer sueño y como mi padre solía madrugar bastante con un poquito de suerte les pillaría levantados.

Laura bajó algo apresurada los cuatro escalones hasta llegar a la puerta del auto que yo mantenía abierta. Para la ocasión se había puesto un vestido negro con escote palabra de honor, adornaba su esbelto cuello con un collar de perlas grises heredado de su abuela, sobre los hombros llevaba una capelina de armiño gris perlado que le daba un gran toque de distinción y elegancia, en las manos enguantadas sostenía un pequeño bolso de mano de forma alargada en nácar , en el que llevaba algunos de los enseres propios de las damas.

Conduje suavemente el automóvil cruzando una buena parte de la ajetreada ciudad de Boston, una urbe realmente bonita y bien urbanizada, sin dejar de ser americana tenía el sello europeo, quizás con Buenos Aires eran las ciudades con aspecto más europeo del continente americano. Pude estacionar nuestro automóvil frente la puerta del Estrómboli. Coincidimos que en el mismo instante mi amigo Elio salía del establecimiento para substituir una de las bombillas de la fachada que se había fundido del cartel luminoso que anunciaba el restaurante.

-Carissimi amici, sete benvenutti-, nos dijo con sincera alegría, a la vez que nos abría la puerta del local de par en par. Santina, su esposa acudió también nos había visto a través del ventanuco de la cocina, vino a nosotros con los brazos abiertos durante todo el recorrido, sentíamos un gran placer ser tan familiarmente acogidos por aquel matrimonio italiano, es por ello que acudíamos con bastante frecuencia a su restaurante.

Laura le explicó a Santina su futura maternidad, ésta estalló de alegría y sin más fue a la bodega regresando con una botella del dulce Vergini, delicioso vino siciliano de Marsala de más de cinco años, para celebrar con nosotros tan importante evento. Esta pareja de italianos nos hacían sentir como en familia. Cuando estás tan lejos de los tuyos estos pequeños momentos se agradecen y paladean íntimamente. Fue una emotiva cena que se prologó hasta más allá de la media noche. Hubo de todo, amena conversación, música, como no, al piano Laura, para que el bueno de Elio nos interpretara algunas canciones napolitanas, este era el momento cuando el matrimonio anfitrión se encontraban en su salsa, eran también como nosotros felices con estas sencillas cosas.

Al regresar a casa, llamamos a mis padres, estábamos deseosos de comunicarles el embarazo de Laura . En Barcelona serían ya poco más de las seis de la mañana, como era habitual en él, mi padre se había levantado y estaba en pleno desayuno cuando le sonó el teléfono, se llevó en principio un susto por la llamada, pero se le pasó pronto al conocer el motivo de la misma, su alegría fue inmensa. Luego me dijo que el se lo comunicaría al resto de la familia y amigos.

Luego llamé a Joaquín, mi cuñado, para darle la noticia, en diciembre habían dispuesto con Helena unirse en matrimonio, según nos había dicho en una de sus cartas.

Al colgar el teléfono, cogía a mi esposa en brazos y la deposité sobre nuestra cama. Había sido un día pródigo

en noticias y en felicidad, -estoy rendida, no tengo ni fuerzas para cambiarme de ropa y ponerme el pijama-, me dijo con voz somnolienta.

Le fui quitando prenda a prenda de las que llevaba puestas, abrió uno de sus ojos para mirarme acompañando una sonrisa picarona a la vez que voluptuosa, que interpreté perfectamente.

Al finalizar me dijo: -tengo el camisón en el primer cajón del tocador, ¿puedes alcanzármelo?-.

-¿Y para que lo quieres?-, le dije en el mismo tono socarrón……

CAPÍTULO XXVIIº

Viaje sin retorno……

Me desperté sobresaltado y sudoroso, había dormido relativamente poco e inquieto, tuve sueños que no recordaba pero que no permitieron el sosiego deseado. Fui al baño para darme una ducha, al pasar por delante de la ventana que daba al jardín, la luz del día era todavía muy tenue, pero me permitió ver que el cielo estaba encapotado con nubes grisáceas que amenazaban lluvia, por mis adentros hubiese preferido que Laura y Peggy hubiesen viajado en tren o en avión.

Alrededor de las siete de la mañana, llamó a la puerta Peggy, fui yo mismo a recibirla. Estaba como siempre radiante, se había puesto un atuendo apropiado para el viaje, pantalón de franela gris, suéter de lana en color rojo Burdeos de cuello cisne, por abrigo llevaba un chaquetón de piel en color tostado que le llegaba hasta casi las rodillas y del que colgaba una capucha en la espalda.

-Buenos días doctor-, me saludó dándome un par de besos en las mejillas. Como siempre le devolví el saludo besándole una de sus manos, era un detalle que yo sabía que a ella le encantaba. Le estaba muy agradecido, había acogido a mi esposa como si fuera una hija, y quizás diría más, como una verdadera amiga. Ella jamás volvió a hablarme de aquel breve escarceo seudo amoroso que en su día ella y yo tuvimos.

Vi a Peggy muy contenta, me dio la enhorabuena por mi próxima paternidad, -Guillermo-, en esta ocasión dejó de llamarme doctor, -que contenta estoy, ¿para cuando lo esperáis?- dijo todo esto mientras me abrazaba efusivamente y me besaba varias veces en las mejillas, era la segunda vez que tenía a aquella dama, tan cerca de mi cuerpo, hasta el punto que pude notar en el mío todas las sinuosidades del suyo, sentí un extraño de escalofrío.

Apareció Laura que puso una cara de cierta sorpresa al vernos abrazados. Peggy reaccionó rápidamente, soltándome y abrazándose a mi esposa mientras le decía :-Oh querida, que contenta estoy, acabo de felicitar a tu esposo por lo de tu embarazo-.

Laura correspondió al gesto efusivo de nuestra amiga, -Gracias Peggy, Guillermo y yo estamos locos de felicidad, ardo en deseos de que llegue el momento en que pueda tener a nuestro bebé en mi regazo-. Estaba dichosa y feliz, le había desaparecido de su semblante la posible duda que le pudiera haberle creado la situación que poco antes había observado en nosotros.

Fui a por la maleta de Laura y acompañé a ambas hasta el automóvil, besé a mi esposa y luego a Peggy en la mano, comenzaban a caer algunas gotas de los nubarrones que en poco tiempo se habían instalado sobre la ciudad, me quedé viendo como el coche se alejaba hasta que se perdió de vista al doblar la esquina de Columbus Avenue. Me quedé algo intranquilo, no se como explicarlo, pero la noche pasada una serie inconexa de sueños me dejó el animo decaído y temeroso.

Entré en casa y subí a la habitación para acabar de vestirme y marchar a mi oficina en los laboratorios, aquella mañana tenía una importante reunión con algunos de los accionistas de la Corporación para informarles de los avances obtenidos en aquellos primeros meses de nuestro proyecto, el día anterior había estado preparando con minuciosidad la reunión.

Media hora mas tarde me sentaba al volante del coche, lo saqué del garaje y lo dejé estacionado un momento en la puerta de casa, acababa de llegar la muchacha que nos hacía los trabajos, Laura poco antes de salir de viaje, me había dado algunas instrucciones para ella.

Al llegar a mi oficina mi secretaria tenía ya preparada la sala de reuniones, frente cada una de las butacas y sobre la mesa, había dispuesto un dossier con información para cada uno de los asistentes además de una jarra con agua y vasos. En una esquina de la sala hice que colocaran un panel con hojas grandes de papel para poder dibujar algunos gráficos explicativos.

Durante algo más de dos horas estuve informando y respondiendo y aclarando las preguntas que algunos miembros del consejo me fueron efectuando, al finalizar, varios de ellos se acercaron a mi para felicitarme por los progresos alcanzados hasta el momento. Salí satisfecho de la reunión y me dirigí a mi despacho con la intención de reunir a mi equipo para transmitirles las felicitaciones que los consejeros de la Corporación me habían dado, esto sería un estímulo que con toda seguridad agradecerían.

Me sentía en la gloria, había desaparecido aquella sensación de inquietud con que me había despertado, quizás hubiese podido ser motivado por la responsabilidad que pesaba sobre mi ante el inminente consejo que al día siguiente tendría, era la primera ocasión que debía someterme a dar explicaciones del proyecto.

Sonó el teléfono de mi mesa, -Doctor su esposa al teléfono- me anunció Priscila, mi secretaria.

-Hola querida, ¿habéis llegado ya a las cataratas?-.

-No, todavía no, hemos parado a pocas millas de ellas, llueve con mucha intensidad y además hay niebla, hasta el punto que casi no se veía la carretera, estamos en un área de servicio tomando un café bien calentito. ¿Qué tal te ha ido con la reunión de esta mañana?-.

-Fantástico, mejor imposible, al finalizar me han felicitado, estoy muy satisfecho y con muchas ganas de verte, acabas de marcharte y ya te extraño- le dije lleno de felicidad en mi corazón-.

-Te dejo amor, me llama Peggy para reemprender la marcha, besos-. Me lanzó un sinfín de besos a través del auricular.

Me reuní con el equipo de gente que participaban en el proyecto, les cité a todos ellos en el restaurante que había en el propio edificio de la Corporación, con anterioridad Priscila había solicitado que nos reservaran algunas mesas.

Les invité de mi bolsillo y pasamos un rato muy agradable y distendido con mis colaboradores. Algunos de ellos eran de distintas nacionalidades, pero todos nos expresábamos en inglés, al igual que los informes escritos que también se efectuaban en éste mismo idioma.

Súbitamente apareció Priscila mi secretaria por uno de los extremos del salón, se acercaba apresuradamente donde nosotros nos hallábamos y agitaba los brazos azorada como deseando llamar mi atención. Me levanté y fui a por ella.

-¡¡Doctor, doctor, hay una llamada urgente para usted de la policía de Niágara!!-.

El corazón me dio un vuelco y sentí un gran sofoco en la cara, fui presuroso al teléfono de una cabina que estaba junto a la recepción.

-Dígame-.

-¿Es usted el doctor Guillermo Farrés?-, me preguntó una voz impersonal y metálica.

-Efectivamente, soy yo, ¿con quién estoy hablando-, pregunté.

-Soy el sheriff del condado, le agradecería viniera usted inmediatamente, ha habido un accidente automovilístico múltiple en la autopista-, no dijo más.

-Pero ¿cuál es el motivo de su llamada, además de informarme de este accidente?-, dije esto por decir algo, pero en mi fuero interno me temía lo peor, se me encogió el corazón.

-¿Su esposa doctor se llama Laura Soladrigas?-.

-Si ciertamente. ¿Es que le ha ocurrido algo?-, pregunté temeroso con un nudo en la garganta que casi me impedía hablar.

-Ha tenido un accidente, al igual que su acompañante-, me dijo aquella voz impersonal y fría. -Debería usted venir inmediatamente-. Comprendí perfectamente lo que aquel hombre todavía no me había dicho.

-¿Ha fallecido?-insistí.

-Ambas-, respondió lacónicamente.

Repentinamente una especie de negro puñal se clavó en mitad del corazón, me quedé sin habla, dejé caer el auricular, no podía entender ni oír nada de lo que había en mi alrededor, en un instante toda mi felicidad se derrumbó como un castillo de naipes y, con ella toda mi vida, estaba atónito, no podía creer lo que aquella voz acababa de afirmarme, no era posible, Dios no podía ser tan injusto con nosotros.

Creí volverme loco, una sensación de soledad y de desamparo se apoderó de mi, no podía concebir el vivir sin su compañía, no, no era posible, estaba vacío, todo me daba vueltas.

Busqué una silla para sentarme, Priscila, mi secretaria, me acercó una en la que caí como un saco vacío, al atender la llamada, ella supo antes que yo del accidente, había hablado con aquel sheriff de la voz metálica, tenía órdenes de filtrarme las llamadas, por ello deduje que estaba al corriente.

-Doctor ¿qué puedo hacer por usted?-, me preguntó.

No sabía que hacer ni decir, mi mente no coordinaba. Me vino la imagen de Laura al despedirse de mi, feliz como una niña, y también el fruto de nuestro amor, nuestro hijo, que sin haber nacido ya le queríamos, no pude más, me puse la cara entre las palmas de las manos y eché a llorar como un niño, en una palabra, me derrumbé. Me entró un frío infernal, temblaba todo mi cuerpo, a pesar de la agradable temperatura que dentro del edificio se gozaba, la boca la notaba seca y ni tan siquiera podía tragar la saliva.

Mi secretaria, la pobre, no sabía que hacer, estaba muy afectada por verme en aquel estado. Pasó el tiempo y yo no reaccionaba a lo que me decían. Me auto culpaba por haber permitido que Laura se fuera de viaje en automóvil en un día tan desapacible. De pronto apareció frente a mi Julius, que agachado me hablaba y no le entendía.

No se el tiempo que tardé en reaccionar y coordinar ideas, al levantarme de la silla me abracé a Julius, luego vi detrás de él a Horace que le acompañaba, sostenido por ambos y precedidos por mi secretaria me condujeron hasta mi despacho. Mis dos amigos trataban de consolarme, Julius me explicó entre sollozos que su madrastra Peggy también había fallecido, su padre todavía no sabía nada del suceso por hallarse de viaje por Brasil visitando una de las factorías que poseían en este país y no había medios materiales para poder avisarle, trataban de localizarle a través de la embajada en Brasilia.

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