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La dama de la bicicleta (Novela)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11

  1. A modo de prólogo
  2. Folgueroles, inolvidable verano de 1956……..
  3. El "embalat"…..
  4. La Fiesta Mayor…..
  5. La "Dolce Vita"…..
  6. La Excursión a Tavérnolas y el "maqui"…..
  7. Los amigos de Barcelona
  8. En la Gran Ciudad….
  9. El final del verano….
  10. La Trama….
  11. Los acontecimientos…..
  12. ¡¡ Alarma !!, un desconocido….
  13. Adiós al dulce verano…..
  14. En la Misa dominical……….
  15. Boston, Massachussetts, EE.UU. Otoño de 1967….once años después….
  16. Los Hagarty.….
  17. La Western Union……
  18. El encuentro…
  19. Navidades blancas….
  20. La boda………
  21. New York, New York….
  22. En Boston…..
  23. Margaret…………
  24. De sorpresa en sorpresa….
  25. La decisión….
  26. La reconciliación…
  27. Niagara Falls…
  28. Viaje sin retorno……
  29. Folgueroles, verano del 2009…..Siglo XXI
  30. Raíces……………
  31. Una primavera llena de vida….
  32. El viaje y Maite…….
  33. El Jaguar……
  34. ¡¡ Italia……. !!
  35. Roma citá eterna……
  36. Finalmente…………………..
  37. Epílogo

A modo de prólogo

En esta novela, he intentado reflejar muy someramente, y sin ánimo de que fuera un estudio de sicología social, algunas de las costumbres de la juventud en la década de los 50 y 60, con sus comportamientos, relaciones y valores sociales, lamentablemente hoy bastante lastimados.

Algunos de los personajes y lugares que aparecen en la novela son reales y otros simplemente ficticios.

Beppo (+) y, Edu, y algunos de los amigos del autor, aparecen en la novela con sus propios nombres en virtud de los inolvidables y gratos momentos pasados en su compañía durante la adolescencia y juventud.

Completan este mismo elenco de personajes entrañables y lugares; Justet Vivet, M. Morera, J.Subirana, M.C. Unzeta, Mª T. Vidal, Consol "Cuca", D. Monlleó, J.A. Audet, J. Sanmartín, M.Sagués, y una interminable lista, y finalmente el pueblecito de Folgueroles en el corazón de la comarca de Osona, bello y pintoresco donde los haya, con gente franca y cordial, que recomiendo visitar.

PRIMERA PARTE

CAPÍTULO Iº

Folgueroles, inolvidable verano de 1956……..

Mi interés por cobrar alguna pieza, hacía que soportara pacientemente la fuerte canícula de aquel día de Julio. Me hallaba descalzo con las perneras de mis "tejanos" arremangadas hasta las rodillas y los pies sumergidos dentro del agua del riachuelo cuyo caudal discurría lenta y perezosamente en silencio haciendo más llevadero el agobiante y seco clima de aquella tórrida tarde de verano.

El concierto de ranas y cigarras intentando mitigarse algo del calor reinante rompían el silencio de aquel delicioso y bucólico entorno. Era ya con éste, el sexto de mis veraneos en aquel bello pueblecito de la plana de Vic en el que siempre fui muy bien acogido, incrustado en el corazón de la comarca de Osona.

Del modo más simple me había fabricado una rústica caña de pescar, si así se la puede llamar. Un buen día, me acerqué al campo de deportes del pueblo y corté una del cañizal que crecía detrás de las porterías, la despojé de las tiernas hojas que brotaban de cada uno de sus nudos, hasta el extremo más delgado de la misma. Aproveché en una de las visitas efectuadas a Vic, bella y activa capital de la comarca, para comprar en una ferretería de la plaza Mayor, algunos anzuelos y sedal, el flotador me lo fabriqué yo mismo utilizando la pluma de una de las gallinas del corral trasero de la casa y un tapón de corcho que procedía de una botella de vino, que pinté de rojo y blanco.

En todo el tiempo que llevaba yendo a pescar, jamás tuve oportunidad de cobrar pieza alguna, todos los días me juraba que no volvería más, pero al día siguiente después de la siesta del mediodía, de nuevo cogía la caña e iba en busca de aquel apacible remanso del riachuelo que ni tan siquiera sabía como llamaban.

De la húmeda orilla, solía coger de entre el barro algunos gusanillos que metía en una lata medio oxidada para que me sirvieran de cebo. Era el arte de practicar la paciencia, en el que yo era un campeón.

Para sorpresa mía y cuando menos lo esperaba, experimenté un fuerte tirón en la caña que se arqueó por el extremo superior, el sedal se tensó y el flotador desapareció bajo el agua. De un brinco me puse en pié para poder maniobrar más cómodamente, ¡había picado un pez por primera vez en mi vida!. Una gran emoción se apoderó de mi, el corazón aceleró sus latidos, no cabía en la piel de satisfacción, al fin llevaría a casa el producto de mi pesca, pero la Diosa fortuna aquella tarde me había abandonado, no era mi día. Resbalé con los húmedos hierbajos y juncos de la orilla yendo a caer dentro del riachuelo. Solté la caña con el afán de amortiguar mi caída, y adiós a mi pesca. La profundidad en aquella parte no sobrepasaba mi altura, pude ponerme en pie con cierta rapidez, pero ya no me dio tiempo a recuperar mi arte de pesca que se la llevó arrastrando el pez despavorido en su huída y en colaboración con la corriente, me sentí el individuo más patoso y desafortunado del planeta.

Regresé de nuevo a la orilla, para que se secaran mis ropas al sol, me tumbé boca arriba sobre la hierba desolado y avergonzado. Las machaconas cigarras volvieron a iniciar su concierto probablemente silenciado por el barullo y maldiciones que había mascullado durante la pirueta de caída.

Acababa de tumbarme al sol para secarme cuando oí unas sonoras y cercanas carcajadas, incorporé el tronco y pude ver a mi amigo y vecino Justet retorciéndose de risa. Desde el viejo puentecillo de piedra había presenciado todo el espectáculo de mi acrobática peripecia y la consecuente pérdida de mi caña.

De un salto se plantó en la orilla y acercándose me dijo : -Mira que eres pardillo, ¿cómo se te ocurre soltar la caña?-.

Ante la evidencia no tuve más remedio que admitir mi torpeza de muchacho de ciudad, poco ducho a desenvolverse en el campo.

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