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La dama de la bicicleta (Novela) (página 3)


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Maite, Laura y Justet, echaron a reír con cierto tinte de impertinencia, nuestra anfitriona y la profesora de piano se quedaron mirándose algo sorprendidas por las risitas, ya que ignoraban el motivo. Joaquín se puso serio y levantándose se marchó de la reunión gruñendo y metiéndose dentro de la casa.

Me arrepentí de haber hecho aquella bromita y pedí disculpas a la señora de la casa, ésta no estaba al corriente de ello, su nieta Laura la relató en pocas palabras el suceso.

-No debes preocuparte por eso, son bromas propias de la gente de vuestra edad, Joaquín es un muchacho algo impulsivo pero tiene muy buenos sentimientos, a pesar

de que hace más de diez años que sus padres fallecieron, sigue echándoles de menos y pone su mal genio como escudo de protección, pero repito, tiene un gran corazón-, dijo la señora en su descargo.

-Pero Laura-, dijo desviando la conversación, -muéstrales el jardín y la casa a nuestros visitantes, se debe cumplir siempre con las normas de la cortesía, yo con vuestro permiso voy a retirarme, echaré un vistazo en la cocina, hoy no ando demasiado bien-, dijo mientras se alejaba de la terraza apoyándose en su bastón.

Pienso que la señora, después de habernos examinado, vio en nosotros unos posibles compañeros de sus nietos para el resto del veraneo, sería un modo de que se distrajeran, comprendía que encerrados allí, solos, y rodeados de gente que no era de su edad, les debía resultar muy aburrido, en el fondo quizás fuéramos para ella unos simples comparsas. No importaba, también para nosotros ellos eran motivo de curiosidad.

Hacía un buen rato que no podía quitar la vista de la bella Laura, a pesar de que lo intentaba con todas mis fuerzas, era realmente un regalo para la vista observar tanta belleza y estilo en una sola persona, parecía una damita salida de un cuadro de algún famoso pintor clásico. Destacaría como su cualidad más relevante, a mi entender, su porte distinguido y estilo, además de su serena belleza, en una palabra, sabía estar, cada vez que la miraba mi corazón se aceleraba y tenía inusitadas sensaciones jamás experimentadas.

Nos levantamos los cuatro, la "damita misteriosa" ejerció de cicerone. En una de las esquinas del majestuoso y bien cuidado jardín había un pequeño templete con unos banquitos de obra a su alrededor, nos sentamos allí, unos altísimos chopos proyectaban abundante sombra sobre el mismo, la brisa reinante hacía temblar las hojas produciendo un agradable sonido que acompañaba al ambiente. Miré a Maite y la vi algo distinta a su habitual manera de ser, la notaba algo inquieta y tensa, menos natural, como si estuviera reprimiendo su espontaneidad.

Observé que Laura también estaba algo tensa cuando Maite intervenía en la conversación. Para romper el hielo, se me ocurrió preguntar a Laura por sus estudios.

-He finalizado cuarto de bachiller en el colegio L´Estonnac-, respondió -¿Y vosotros?-.

-Yo comenzaré el último ahora y Maite quinto-. -Estudio en el colegio de Jesús, María y José, también conocido por La Sagrada Familia, que fundó el Padre Manyanet-.

-Jamás oí hablar de él-, dijo Laura enarcando las cejas.

-Pues yo si, no lejos de aquí hay un seminario muy grande, en Sant Juliá de Vilatorta, tiene un museo de zoología muy importante y muy visitado-, añadió mi amiga Maite, en un tono como si quisiera darle en las narices.

-¿Y tu Maite, dónde estudias?-, inquirió Laura haciendo caso omiso a la frase intencionada de su interlocutora.

-En el Instituto de Vic-, dijo con algo de sequedad. Parecía que entre las dos muchachas se estaba generando una cierta rivalidad.

Justet, que hasta aquel momento estuvo callado, intervino; -Desde luego Laura, estabas más simpática cuando te veíamos de lejos sobre el puente con la bicicleta haciendo Clinc, clinc, intentando llamar nuestra atención con el timbrecito de tu bici-, le plantó.

-Pero, pero…-, Laura se quedó de una pieza y sin habla.

Me voy- dijo de repente, Justet – ésta niña aquí presumiendo de su colegio, de su casita, de su vestidito… no lo soporto más- dijo mientras se levantaba y marchaba en dirección a la salida.

Nos quedamos los tres petrificados, no esperábamos una salida tan brusca del bueno de Justet.

-¡Justet, Justet!-, grité, pero hizo caso omiso a mi llamada y se marchó.

Maite y yo estábamos abochornados, sin saber que excusa interponer para mitigar el desaire que nuestro compañero acababa de darle a la nieta de nuestra anfitriona en su propia casa. Acababa de hacer añicos todas las normas de los buenos modales y cortesía.

Se hicieron unos momentos de silencio que casi se podía cortar, nos mirábamos el uno al otro perplejos sin ocurrírsenos decir nada.

Haciendo acopio de valor y buen sentido, me atreví a pedirle a Laura que disculpara a Justet, -es un muchacho algo rústico, pero tiene un gran corazón-, puse como excusa.

Laura se quedó con cara seria y algo triste, ni Maite ni yo sabíamos que más decir, no teníamos ni la confianza ni el conocimiento suficiente del modo de ser de Laura como para poder decirle más cosas, pero nos sentíamos muy incómodos. Nos vino a salvar el poderoso estruendo de un trueno, los tres miramos al cielo, unos plomizos y amenazadores cúmulos verticales venían acercándose a toda prisa amenazando descargar toda su pesada carga de agua sobre la zona.

-Creo que debiéramos irnos ya-, le dije a Maite, -la tormenta caerá en cualquier momento y en casa estarán preocupados por nosotros-.

-Si, llevas razón, vámonos-.

-Laura, sentimos tener que irnos, si te parece y si mañana el tiempo lo permite, cosa que espero, pasaremos a buscarte con las bicis para hacer una excursión un poco larga, ¿te agradaría?-, la dije.

Me miró con aquellos grandes ojos color de miel adornados con espesas y largas pestañas. Me estremecí.

-Si mi abuela no dice lo contrario vendré encantada-.

-Bien, recuerda, si hace buen día y alrededor de las diez y media, ¿de acuerdo?, yo traeré unos bocadillos para el almuerzo-.

-De acuerdo, llámame por teléfono más tarde-, dijo con una dulce sonrisa que cautivaba.

-Lo siento pero aquí no disponemos de teléfono. ¡Despídenos de tu abuela!- la dije mientras apretábamos el paso.

Corrimos hasta donde habíamos dejado nuestras respectivas bicis, comenzaban a caer los primeros goterones de la tormenta estival. Pedaleamos con todas nuestras fuerzas, "polvorilla" me volvió a ganar, nos detuvimos en la puerta del colmado de sus padres. Al despedirme de ella me dijo en un tono algo triste : -¿te gusta verdad?-.

-¿Quién?-, le dije aunque ya yo sabía a quién se refería.

-Ella hombre, ella, ¿quién si no?-, dijo Maite con un ligero tinte de tristeza.

-Ni más ni menos que tú "polvorilla"-, la dije dándole un pellizco en una de sus mejillas.

-Hasta mañana, vendré a por ti sobre las diez y cuarto-.

La tormenta se prolongó por algo más de un par de horas, cayó con todas sus fuerzas, las descargas eléctricas rompían la monotonía, los relámpagos y el retumbar de los truenos podían interpretarse como los platillos y tambores de la gran orquesta celeste. En muchas ocasiones he pensado que si los seres humanos fuesen algún día capaces de aprovechar la energía que los rayos envían a la tierra, podría representar un gran ahorro energético, uno solo quizás podría satisfacer las necesidades eléctricas de toda una población durante varios días.

Después de almorzar me tumbé en la cama para leer, la lluvia había perdido fuerza e intensidad, de la calle se colaba por la ventana el olor característico que el suelo desprende cuando cesa la lluvia en verano y el agua caída se evapora por la temperatura del pavimento.

Me entretuve un rato revisando mentalmente los eventos de aquella sorprendente mañana:. Había estado en la casa de los Soladrigas, fue una pequeña licencia, pues no era sencillo entrar allí sin ser invitado, luego pude conocer y charlar con la que yo llamaba "la dama de la bicicleta" y su "hermanito" siempre malhumorado, una interesante aventura que animó mi veraneo. Cogí mi diario y lo reseñé.

voces en la calle, me asomé a la ventana, y vi a Justet y Emili hablando frente a la puerta, les conminé a subir a mi cuarto.

Se sentaron ambos en el borde de la cama, noté que Justet estaba algo macilento, había perdido aquella vivacidad que le caracterizaba.

-Justet-, le dije muy serio -menudo papelote nos has hecho hacer a Maite y a mi esta mañana en la casa de los Soladrigas-.

-Es que no podía aguantar tanta cursilería- dijo para defenderse.

-Pero amigo ¿no ves que en la relación social entre las personas, hay unos códigos elementales de conducta y cortesía?, lo que ésta mañana has hecho, no ha sido otra cosa que rebajarte a ti mismo, no has sabido ser paciente, te ha salido el resquemor social de que ésta gente es rica y tu no, eso es de una mentalidad mezquina. Bien, ellos son ricos en dinero, nosotros no ¿y qué?, sin embargo podemos ser más ricos que ellos en cultura, en respeto y tantas otras cosas de las que algunos ricos carecen.

De verdad te digo que hoy nos has hecho sentir vergüenza ajena con tu incalificable conducta, aquella muchacha no se merecía eso-.

Ante este alud de reflexiones que le eché encima, Justet se sintió avergonzado, y creo que sinceramente, mantenía la cabeza gacha, hasta me pareció adivinar que en sus ojos le bailaban un par de lágrimas.

-¿Qué harías tu Guillermo si te encontrases en mi lugar y en ésta situación?-, me dijo con voz algo entrecortada.

-Sencillamente pedir disculpas a quien hubiese ofendido. Todos estamos sujetos a tener un mal momento o a equivocarnos, tu has tenido ambas cosas-.

-Tiene razón Guillermo-, añadió Emili.

-¿Tu crees que si voy a verla querrá saber algo de mi?, dijo compungido.

-Pues no sé chico, pero te propongo una posible solución para que puedas arreglarlo-.

-Dime, dime-, dijo ansioso.

-Maite y yo hemos quedado con Laura para ir a por ella mañana sobre las diez y media, vamos hacer una excursión en bicicleta, si te vienes con nosotros tendrás una ocasión única para poder disculparte, ¿no te parece?-.

-¿Pero tú crees que me disculpará?-.

-Dependerá de cómo se lo digas, no la conozco lo suficiente para preveer cómo reaccionará, pero a buen seguro que si sabes decirlo con naturalidad y humildad, siendo tu mismo, te disculpará, y si no lo hiciera, entonces la que quedaría en evidencia ante nosotros sería ella-.

-¡Canástos! Justet, mañana puedes tener una ocasión única para enmendar tu yerro-, le dijo Emili dándole una palmada en la espalda.

Capítulo Vº

La Excursión a Tavérnolas y el "maqui"…..

Aquella mañana me levanté antes de lo habitual, toda la noche estuve bastante inquieto sosteniendo una ardua batalla con las sábanas, motivo por el que me costó conciliar el sueño profundamente, pero en el sueño siempre me aparecía Laura.

Un poco de ejercicio y una buena ducha hizo de mi un hombre nuevo, serían poco más de las seis de la mañana, cuando el sol comenzaba asomarse tímidamente por detrás del edificio del ayuntamiento, lo hacía lentamente, como si se avergonzara de mostrar todo su esplendor, mientras la luna corría a esconderse por detrás del campanario. Fuera, en el jardín que había junto a los corrales, todavía se notaba algo del frescor de la caducada noche, algunos pajarillos madrugadores afinaban sus trinos llamándose unos a otros, nacía un nuevo día que confirmaba el gallo de un corral vecino.

La Padrina fue la primera en aparecer por la casa, su yerno Lluís se había ido a su trabajo en la cantera sobre las cinco de la mañana.

-Guillermo, ¿qué haces levantado tan temprano?- preguntó algo extrañada la Padrina al verme allí en el jardín mirando al cielo.

-Padrina, voy a ir todo el día de excursión con algunos amigos, ¿puedes prepararnos algunos bocadillos para llevarme?-.

-Claro, ya sabes que nunca te digo que no, pero deberías decirme cuántos vais a ser-.

-Oh gracias padrina- le dije dándola un beso acompañado de un achuchón, -creo que vamos a ser cuatro o quizás cinco, depende de que venga el hermano de una de las chicas-.

-Y ¿qué muchachas vienen contigo?- preguntó con la curiosidad propia del adulto.

-Verás; van a venir Maite, la hija del colmado de ultramarinos, Justet, y Laura con su hermano, este último no es muy seguro de que quiera venir, es un muchacho algo raro-.

-¿Quiénes son Laura y su hermano?-.

-Viven en la Casa Soladrigas, son los nietos de la señora de la casa-.

-¿Y cómo es que los conoces?-. siguió preguntando, cada vez más interesada e intrigada.

-De verles por la calle y de estar ayer en su casa-.

-¿Cómo?, ¿estuviste ayer en su casa?-.

-Si, la señora nos invitó a entrar-.

En el entretanto iba preparando los bocadillos, acabé contándole los pormenores de la invitación, plantándome en la salida de tono de Justet, cosa que la disgustó bastante.

-De todos modos Guillermo, no te fíes demasiado de esta gente, no quiero decir que sean malas personas, pero son muy suyos, no se mezclan con los que no son de su clase, vienen todos los veranos, pero permanecen en la casa sin casi tener contacto con el exterior y luego se van, tienen algunas personas del pueblo a su servicio y nada más. El único que paseaba por el pueblo y hablaba con todo el mundo, era el señor Soladrigas que en paz descanse, murió relativamente joven, creo que rondaba los sesenta años cuando falleció, dijeron que de un ataque al corazón, ha sido una familia bastante desgraciada en este sentido, los padres de estos nuevos amigos tuyos murieron en circunstancias bastantes extrañas, unos dijeron que de un Accidente de avión, otros que si habían sido hallados muertos en circunstancias algo anormales -.

-Poseen mucho dinero, se dice que son propietarios de varias fábricas textiles con mucho personal trabajando en ellas. Cuando nuestra guerra civil, se refugió toda la familia en la Gran Casa, aquí estaban seguros, los anarquistas y comunistas no llegaban a este pequeño pueblo, aquí estuvieron tranquilos todo el tiempo que duró el conflicto, pero a pesar de ello casi no mantenían contacto con el resto de los habitantes-.

Me mandó a recoger unos huevos del corral para hacer las tortillas, en el entretanto ella pelaba algunas patas y cebollas fui a por ellos. Estaban recién puestos, todavía mantenían el calor del cuerpo de la gallina, me pasé alguno de ellos por encima de los párpados de mis ojos, era una costumbre adquirida muy relajante si el huevo estaba todavía caliente, me lo había enseñado Mercé, su hija.

Alrededor de las diez, Justet ya estaba en la calle aguardándome, no se atrevió a entrar, creyendo quizás que yo habría contado en casa el suceso del día anterior y temía que sus parientes le recriminaran su actitud.

La Padrina envolvió cada uno de los bocadillos y me los puso dentro de un zurrón de cazador que había colgado de un clavo en una de las paredes de la cocina, me lo puse en bandolera y después de darle un beso a mi madre y a la padrina cogí la bicicleta y salí a la calle.

-¿Dónde vais a ir de excursión?-, preguntó mi madre.

-A Tavérnolas mamá, no queda lejos, una horita de bicicleta, más o menos-.

-Andad con cuidado y sed prudentes-.

Justet me saludó todavía algo compungido, -hola- me dijo lacónicamente.

Para animarle le devolví el saludo con algo más de entusiasmo que el suyo, creo que lo agradeció. Por el camino hasta la puerta del colmado del padre de Emili, fue conversando algo más relajado. Maite estaba acabando de beber un vaso de leche, su madre Rita, no la dejaba salir de casa en ayunas. Maite era la mayor de tres hermanos, Emili estaba en medio, la hermana pequeña, Ángela, se llevaba con él cinco años, y éste con la mayor, Maite, uno y medio.

Clinc, clinc, hicimos sonar nuestros timbres, -¡Ya voy!- oímos.

Al momento apareció por la puerta agarrada del manillar de su bici. La observé con detenimiento, como el día anterior, seguía llevando pantalón corto, era consciente de que poseía unas bonitas piernas y las lucía con orgullo y naturalidad, llevaba un suéter blanco de lana fina, y anudado en el cuello un ligero pañuelo azul claro, para ésta ocasión calzaba unas wambas deportivas con calcetines cortos de lana blancos. En la cintura se había anudado una "rebeca" de punto azul celeste a juego con el pañuelo, Maite a pesar de ser una muchacha de pueblo tenía muy buen sentido para el vestir.

Al vernos allí aguardándola, paró unos instantes, tomó la pose de una estrella del cine sonriendo y mirando con el rabillo del ojo. Lo hizo con tal gracejo que Justet y yo no pudimos contener la risa. -Venga "polvorilla", no hagas más payasadas y arranquemos-, la dije riéndome.

Intuí que para aquella ocasión, Maite se había esmerado más de lo habitual en su atuendo, era consciente que la presencia de Laura tendría un peso importante en nosotros y, ella no quería perder protagonismo. Montamos en las bicis y fuimos a recoger a Laura.

Clinc, clinc, hicimos sonar los timbres.

Nadie acudió a su son. Justet que estaba en segundo plano, se atrevió a sugerir , ¿por qué no llamábamos con la campanilla?, tiré de ella y vino a abrirnos el jardinero.

Nos invitó a pasar, sabía que éramos bien recibidos en la casa. Justet se quedó fuera, -Yo os aguardo aquí, con las bicis-, nos dijo. Maite y yo sabíamos el motivo por el que se quedaba fuera.

Laura salió de la casa con su sombrero de paja en la mano, para la ocasión se había acicalado convenientemente. Llevaba un ceñido pantalón azul claro, que le llegaba algo por encima del tobillo con una pequeña escotadura en cada lado al final de la pierna, creo que les llaman "piratas" a ese tipo de pantalón, lo puso de moda la actriz Audrey Hepburn en una de sus películas, camisa blanca de manga larga algo escotada y suéter azul fuerte que llevaba echado sobre los hombros. Parecía una modelo de la revista "Elle" dispuesta a desfilar. Todo el conjunto de su armónica vestimenta ayudaba a realzar todavía más su belleza.

Al verla, debo confesar que me quedé algo boquiabierto, imágenes como ésta solo las había visto en algunas revistas o en películas americanas de mucho glamour a color. Reaccioné pronto y fui a saludarla, -buenos días Laura- casi balbuceé.

-Hola Guillermo, buenos días, hola Maite-, dijo acompañando una dulce sonrisa que era un regalo de los dioses.

-¿No viene tu hermano a la excursión?-, pregunté.

-No, no viene, se va a Vic con la profesora de piano, acompañan a la abuela que debe efectuar algunas compras-.

-¿Dónde tenéis pensado ir de excursión?-, era la voz de la señora Soladrigas asomada a una de las ventanas de la planta baja.

-Buenos días señora, vamos a ir hasta Tavérnolas para visitar la iglesia románica, regresaremos alrededor de media tarde, no debe usted preocuparse por la comida llevamos algunos bocadillos, y por lo que se refiere a la ruta, viene con nosotros Justet de guía, él conoce estos parajes como los bolsillos de su pantalón-, dije para tranquilizarla.

-Andad con Dios, y regresad pronto, hasta entonces no voy a estar tranquila-.

-Respondo de ello señora-, la dije para tranquilizarla.

El jardinero apareció de detrás de la casa con la bicicleta que entregó a Laura, -aquí tiene su bicicleta señorita- .

Al darnos la vuelta para salir del jardín, entraba Joaquín el hermano de Laura, regresaba de haber ido a buscar el periódico a su abuela, "La Vanguardia Española".

-Joaquín, ¿te vienes con nosotros a la excursión?-, le dije por cortesía.

-¡No!- dijo escuetamente sin tan siquiera mirarnos y siguiendo su camino.

Me encogí de hombros y dándome media vuelta nos fuimos los tres a la verja para recoger las bicicletas.

Justet estaba sentado ya sobre el sillín, como siempre el flequillo le caía sobre la frente cubriéndole casi los ojos y estaba algo cariacontecido.

-Justet-, le dije, – ¿nos vamos ya?-.

-Si pero antes he de hacer algo que no me ha permitido dormir en toda la noche-, se acercó donde estaban las dos muchachas y con voz algo insegura que casi no se le oía, dijo: -Laura, ayer me comporté mal, rematadamente mal, como un patán, tu no te merecías todo lo que te dije, fue un mal momento de envidia, si, quiero confesarlo, en-vi-di-a-, remarcó las sílabas, -pero estoy muy arrepentido de ello, te pido humildemente que me disculpes por mi torpeza, como ves, soy un pobre muchacho de pueblo, no soy perfecto-, dijo acompañando la frase con una tímida sonrisa y cabizbajo.

Laura le estuvo escuchando muy seria y erguida, había tomado aquella posición envarada y serena, tan característica en ella, Maite miraba a ambos con sus vivaces ojos, intentando adivinar sus reacciones, me miró también a mi, le hice un gesto arqueando mis cejas a modo interrogativo.

Laura soltó su bicicleta apoyándola en la verja, se acercó a Justet y le dio un beso en una de sus mejillas al mismo tiempo que le decía: -Acabas de darme una lección de humildad que no olvidaré nunca Justet, está todo olvidado y, ahora vayamos a nuestra excursión, lo deseo con ansiedad-.

Justet dio un salto -¡¡ Uau ¡! – gritó, -¡eres una fantástica muchacha de ciudad!-, dijo con alegría.

La belleza de un acto tan tierno y humano me causó gran impresión. Por actos como éste, valía la pena vivir y creer en el ser humano.

Subió a su bicicleta y salió disparado calle abajo hasta la salida del pueblo lleno de entusiasmo. Maite y yo nos miramos sonriendo, también había sido una lección para nosotros. Iniciamos el día con buen pie, que bella es la vida cuando te depara situaciones como estas, me dije.

-Bravo, Laura, has estado sublime- la dije. No pude más que darle un beso en la mano en señal de profunda admiración y respeto por su actitud.

Pedaleamos los tres con energía para intentar alcanzar a nuestro amigo. El aire que generábamos en nuestra alocada carrera nos azotaba la cara, a Maite la cola de caballo que llevaba por peinado se le puso algo hiniesta, Laura tenía trabajo en sujetar con una mano su sombrero de paja para evitar que se le fuera volando, y con la otra mantener atención al manillar de su bicicleta.

A la salida del pueblo nos aguardaba Justet, estaba parado con un pie en tierra y el otro apoyado en uno de los pedales. Nos detuvimos junto a él, de hecho iba a ser nuestro guía, y así se lo hicimos saber. Se hizo el importante, estaba muy cómico cuando adoptaba esta actitud napoleónica, nos dijo :. -A partir de ahora deberéis seguir detrás de mí, pasaremos por caminos poco transitados y de difícil acceso, pero vais a ver lugares que jamás habríais soñado-, dijo a modo de arenga, hizo una corta pausa para seguir luego: -Y ahora ¡¡adelante!! – gritó cual mariscal de campo arengando a sus soldados.

Pedaleando poco a poco y después de sobrepasar el cementerio, tomamos el camino al Pedró para seguir hasta la Mare de Deu de La Demunt, fuimos dejando atrás el valle, el terreno dejó de ser plano e inició una suave cuesta que nos llevó a un camino forestal solo transitado por algunos de los campesinos que habitaban en las masías de los alrededores, no era un recorrido fácil ya que el camino tenía muy marcadas las rodaduras que los carros habían hecho al pasar en días de lluvia, este accidente del terreno nos obligaba a mantener una gran atención para evitar posibles caídas.

Casi una hora después nos adentramos en un frondoso bosque de hayas, era tan sumamente espeso su follaje que los rayos solares no alcanzaban a llegar al suelo. Sudorosos por el calor y el ejercicio, decidimos proponerle a nuestro guía efectuar un pequeño descanso, y gozar del frescor a la sombra de aquellos gigantescos colosos.

Nos detuvimos en lo más profundo de aquel centenario y bello bosque que desde hacía un buen rato andábamos cruzando.

El suelo estaba completamente alfombrado por una espesa capa de las hojas que iban mudando periódicamente, hasta el punto de convertir éste en un enorme colchón que entorpecía la marcha. Dejamos las bicicletas apoyadas en los troncos de nuestro alrededor y, nos tumbamos sobre la fresca y húmeda hojarasca, Laura no se tumbó, se sentó al pie de uno de los troncos apoyando su espalda en el, sacó de su pequeña mochila una cantimplora de agua para beber e invitarnos a ello.

-Laura, ¿porqué no te tumbas como nosotros?, le pregunté.

-No puedo, me da un no se qué tumbarme aquí, pienso que debe estar lleno de gusanos o de alguna serpiente u hormigas-, respondió poniendo cara de asco.

Nos echamos a reír por su comentario, era palpable que nuestra compañera no estaba habituada a gozar de las "delicias" de la naturaleza.

-¿De que os reís?-, preguntó sorprendida.

-Mira Laura, no tiene demasiada importancia de lo que nos reímos, pero no han de preocuparte en exceso las hormigas y los demás bichos que has citado, ninguno de ellos es capaz de comerte, no tienen tu tamaño, ni tan siquiera pueden hacerte daño alguno-.

Con el rabillo del ojo pude ver como Maite sonreía socarronamente, creo que hasta disfrutaba con la situación.

Justet añadió:. -Laura, para que te tranquilices te diré que las serpientes y lagartos no viven en zonas dónde haya tanta humedad como aquí, al ser animales de sangre fría necesitan de lugares secos y calor solar. Pasaremos por algún lugar más apropósito para ello y te lo mostraré, por eso si te sientes fatigada y quieres recuperar fuerzas túmbate como nosotros, nos queda todavía un buen trecho hasta la meta, vamos a estar diez minutos y seguiremos, avísame cuando hayan pasado, eres la única que lleva reloj-.

Laura se reclinó sobre la mullida hojarasca no sin ciertos reparos. Tumbados boca arriba veíamos como se entrelazaban las ramas verdes de aquellos colosos formando una especie de cúpula, como si de una catedral de la naturaleza se tratara, el silencio era total, casi palpable, no se movía ni una sola hoja de sus ramas.

Maite, que era una romántica impenitente, propuso bautizar aquel lugar como: "El bosque de las Hadas", denominación que fue aceptada por unanimidad, y así quedó para siempre.

Al rato, Justet, que era quien marcaba las pautas de la excursión, nos conminó a coger de nuevo las bicicletas y reanudar la marcha.

Dejamos atrás el "bosque de la Hadas" , el sendero por el que ahora transitábamos se volvió más abrupto y tortuoso, era algo pedregoso y obligaba a sortear los cantos más grandes, iniciamos una escalada, que tuvimos que hacer a pie, y media hora más tarde habíamos subido casi a setecientos metros de altitud, la vegetación allí cambiaba, el arbolado era ahora de la familia de las coníferas y guardaban bastante distancia entre si, luego supimos que ello fue motivado por que durante la guerra civil se efectuaron talas indiscriminadas para proveerse de materia prima con que mantener encendidas las estufas y las cocinas de los hogares. Nos cruzamos con un par de humeantes carboneras en activo, Justet nos explicó a los neófitos, como yo y Laura, que en éstas carboneras se producía carbón vegetal que luego los carboneros lo ensacaban y lo vendían, ingresándose unos pocos dineros adicionales.

En un momento dado, dimos con una carretera que estaba bastante bien asfaltada. Justet nos dijo que era la carretera que llevaba a Fusimaña y al pantano de Sau, del que guardaba yo tan buen recuerdo.

-Oye Justet, ¿Por qué no vamos hasta el pantano?, le dije.

-Nos pilla demasiado lejos, para ello teníamos que haber ido por otro camino y haber salido mucho antes de casa-, repuso.

-Bien, es realmente atinado lo que dices, podemos dejarlo para otro día-.

Seguimos pedaleando por la carretera asfaltada, realmente era mucho más cómodo circular por un pavimento en buen estado, en especial lo agradecían nuestras posaderas poco habituadas a ir tanto tiempo apoyadas en tan pequeño y duro sillín, el tramo de carretera llaneaba serpenteando por la ladera de un pequeño macizo montañoso que nos proporcionaba además bastantes tramos con sombra.

Después de una recta de unos quinientos metros, entramos en un recodo de la carretera, Justet que abría la marcha, fue aminorando la velocidad hasta detenerse, puso pie a tierra y señaló con su brazo derecho en dirección a un punto de aquella curva.

Nos quedamos todos como decía nuestro guía, "pasmados", sorprendidos a la vista de la iglesia y campanario románico de Sant Esteve de Tavérnolas. No había tenido nunca la oportunidad de ver en "vivo" un campanario de estilo románico tan bello, se levantaba orgulloso y elegante junto a la iglesia del mismo estilo sobre un pequeño promontorio que les distinguía del resto de las escasas edificaciones del pueblecito de Tavérnoles, que probablemente no sobrepasaría los doscientos habitantes, estos se esmeraban en la conservación de esta joya del románico, conscientes del tesoro que habían heredado, lamentablemente aquel día la iglesia permanecía cerrada y no nos fue posible visitar su interior. Desistimos y lo dejamos para mejor ocasión.

Pasadas las dos del mediodía, el cansancio y el apetito comenzaban a hacernos mella, buscamos un lugar para sentarnos y comer los jugosos bocadillos que la Padrina había preparado. Junto a la iglesia había una pequeña explanada provista de una mesa y bancos hechos de troncos de árbol aserrados. Nos sentamos allí y saqué los

bocadillos del zurrón. Laura de su pequeña mochilita sacó unos refrescos y galletas que puso sobre la mesa.

Maite desenvolvió su bocadillo y le hincó el diente. -Umm que rico está-, exclamó. La jugosa tortilla de patata y cebolla que había elaborado la Padrina, mantuvo blandito el pan haciéndole todavía más apetecible.

Laura comenzó a desenvolver el suyo muy delicadamente, como si estuviera quitando el envoltorio de un regalo, usaba solo los pulgares e índice de cada mano, evidenciaba no estar habituada a comer bocadillos en el campo, probablemente era ésta la primera vez que lo hacía.

Maite la ayudó. -Mira niña, debes hacerlo con algo más de energía, ¿ves?-. Lo desenvolvió con desenvoltura y se lo colocó delante de ella en un santiamén, con cierto aire de sabiondilla.

-Ahora, si lo deseas puedes comerlo-, dijo con cierta ironía.

Justet se zampó el suyo en un abrir y cerrar de ojos, nadie diría que con lo que llegaba a ingerir durante el día, pudiera estar tan sumamente delgado. -¿Todavía no habéis terminado?-, dijo con sorna. Mientras nosotros nos acabábamos nuestro frugal almuerzo, que Justet lo amenizó contando innumerables chistes y bromeando, era un muchacho con alegría perenne en su cuerpo.

En poco tiempo el cielo se cubrió de plomizos nubarrones, la luz solar mermó casi por completo, al igual que el día anterior comenzaron a caer gruesos goterones de lluvia, cogimos las bicicletas y corriendo fuimos a refugiarnos a un pajar cubierto cercano a la iglesia, las bicicletas se quedaron al descubierto, pero nosotros pudimos acomodarnos acurrucados en un montón de paja suelta que estaba debajo de un techo ondulado de Uralita.

Las tormentas asustaban a Maite, que sentía pánico a los relámpagos y truenos, en cada ocasión que se producía alguno de estos fenómenos naturales, se agarraba fuertemente a uno de mis brazos. La temperatura bajó con bastante rapidez, hasta el punto de que las dos muchachas tuvieron que ponerse los suéters que con previsión habían traído.

Laura aparentaba estar bastante tranquila, Maite no podía evitar lo asustada que estaba, cada vez que retumbaba un trueno se estremecía y me agarraba con más fuerza hasta el punto de que estaba casi sentada sobre mis piernas.

-¿Estás asustada Maite?- le pregunté.

-Si, me dan mucho miedo las tormentas, y en especial los relámpagos y los truenos -.

-Por los truenos no debes temer, los verdaderamente peligrosos son los rayos, éstos son los que llevan alto voltaje eléctrico pudiendo llegar a carbonizar a una persona o un animal por grande que éste sea-.

Los caían goterones en gran cantidad sobre el frágil tejadillo de uralita, se añadió también el granizo que repiqueteaba con fuerza.

Justo acababa de decir esto cuando un rayo cayó en el pararrayos del campanario de la iglesia, de repente todo se iluminó como si se hubiesen encendido un millón de antorchas a la vez. El trueno que le siguió fue espantoso, tembló el suelo como si de un terremoto se tratara, Maite se agarró a mi cuello, Laura también hizo lo propio con uno de mis brazos, el momento no era para menos y, yo aunque algo preocupado, me sentía en la gloria.

-¡¡¡ Aaaaah !!!-, gritó Maite presa de pánico.

Mi compañero que estaba algo apartado de nosotros tres, a pesar de estar más habituado que nosotros a las tormentas, también tenía cara de preocupación. La lluvia arreció todavía más, caía con tal intensidad que se formó una pequeña laguna frente a la puerta de acceso al pajar, hasta el punto que éste en pocos minutos comenzó a inundarse.

Oímos unos pasos chapotear en el agua acercándose donde nosotros nos hallábamos, súbitamente se recortó la silueta de alguien en la puerta, pertenecía a la de un hombre que estaba empapado, nos dijo simplemente -hola- mientras se sentaba justo al lado de Justet.

En cada rayo que se dibujaba en el cielo, la luz que éste generaba permitía que pudiéramos ver al misterioso individuo que teníamos allí sentado junto a nosotros. No iba demasiado bien vestido, llevaba un zurrón colgado, en la cintura una canana de cazador con cartuchos y una escopeta de dos cañones. Llevaba barba de varios días, el pelo grasiento, largo y enmarañado, daba la sensación de ir muy poco aseado y de los sobacos se desprendía un aroma que precisamente no olía a Chanel.

Todo su cuerpo desprendía un olor agrio, Laura y Justet, eran los que más lo experimentaban, ya que el individuo se sentó entre ambos. Laura se acurrucó algo más a mi vera, hasta el punto que podía oír su respiración junto a mi oído.

Se palpaba tensión entre nosotros, nos mantuvimos en silencio bastante tiempo. El individuo permanecía callado, estaba constantemente pendiente de mirar al exterior del pajar. Nos intimidaba en especial la escopeta y el aspecto desarrapado del inesperado intruso.

La lluvia arreciaba cada vez con mayor intensidad, se levantó un fuerte viento que temimos arrancara el frágil techo. Sin mediar más, el hombre se dirigió a Justet diciéndole con voz bronca : -Oye ¿tenéis algo para comer?-.

Su interlocutor no supo que decir. Yo recordé que en mi zurrón llevaba todavía uno de los bocadillos que había preparado la Padrina para el hermano de Laura.

-Si creo que nos queda algo del almuerzo-, le dije mientras sacaba del zurrón el bocadillo. Se lo alargué y en verdad que no se si me dio las gracias, soltó una especie de murmullo inteligible. Ahora me fijé algo más en el individuo, los rasgos de su cara eran bastante hoscos, diría que tenían un aire algo siniestro, quizás la barba grisácea que llevaba de varios días contribuyera en ello, y unas pobladas cejas que impedían verle los ojos.

Lo engulló en un santiamén, evidenciaba que hacía algunos días que no ingería alimento alguno. Me atreví a preguntarle : -¿Va usted de caza?-.

Se me quedó mirando a los ojos sin mascullar palabra, su expresión no era precisamente amistosa, y sin responderme, descolgó la escopeta que llevaba todavía en el hombro, desplazó un resorte de la misma abriéndose ésta por la mitad, quedando las recámaras de ambos cañones a la vista, sacó de ella los dos cartuchos y los substituyó por otros dos que sacó de la canana. Fuera la lluvia y el viento arreciaban y nos temíamos lo peor, lo que comenzó como un charco en la puerta del lugar, se fue convirtiendo en una laguna y los primeros hilillos de agua iban deslizándose ya hacia el interior de donde nos hallábamos.

Repentinamente el individuo se puso en pie, colgó la escopeta en bandolera con los cañones mirando al suelo y echó a correr sin decir ni pío.

Nos quedamos todos muy extrañados, mirándonos unos a los otros con caras de sorpresa. Laura estaba todavía algo asustada, ella había tenido al individuo pegado a sus ropas, su sola proximidad la había afectado mucho, noté que todavía temblaba del miedo que había pasado, se acercó todavía más a mi apoyando su cabeza sobre mi pecho, me apené por ella, le pasé la mano para acariciarle la parte posterior de la cabeza pretendiendo tranquilizarla, su pelo me rozaba los labios y exhalaba un olor que me recordaba al de la miel, vi que dos lágrimas le rodaban por las mejillas, como puede saqué del bolsillo un pañuelito de papel que llevaba y se lo di. Me miró con sus enormes ojos con agradecimiento y sentí un agradable escalofrío. Entonces me conciencié que tenía dos amigas.

La tormenta veraniega fue amainando paulatinamente, como suele ser típico en esta época del año, Maite salió fuera del cobertizo para comprobar el estado del cielo en compañía de Justet, pero volvieron a entrar de inmediato, seguía lloviendo con menor intensidad, los relámpagos y truenos ya casi solo eran un recuerdo y ahora retumbaban en la lejanía.

Me levanté y fui a por las bicicletas, éstas al quedarse a la intemperie, habían soportado todo el chaparrón, las aproximé al abrigo del tejadillo del pajar donde nos refugiamos encontré varios trapos tirados que utilicé para secarlas.

Una hora y media después de haberse marchado aquel enigmático individuo, oímos un rumor de voces no demasiado lejos de donde nos hallábamos, los cuatro nos asomamos algo intrigados e inquietos. Desde la carretera venían caminando por el sendero que llevaba hasta la iglesia, dos guardias civiles enfundados con sendos capotes verdes que solían utilizar para protegerse en los días de lluvia y en invierno del frío.

Se acercaron hasta el pajar donde estábamos, ambos llevaban el subfusil en posición de poder ser utilizado. El que parecía ser el que mandaba se dirigió a nosotros:-Buenas tardes muchachos, ¿lleváis mucho tiempo por aquí? -.

Nos miramos los cuatro algo desconcertados, ya que no sabíamos a que venía la pregunta. Era la primera vez en mi vida que un guardia civil se dirigía a mi, los había visto en muchas ocasiones pasear por el pueblo y en el monte yendo de excursión con mi padre y los compañeros, a lo sumo nos habíamos intercambiado un lacónico saludo de cortesía de "buenas tardes" o de "buenos días". Laura tenía aún ojos de asustada y Maite rodeaba con sus brazos mi cintura a modo de solícita protección. Justet se acercó a la "pareja", que era como se les solía denominar a la guardia civil que patrullaba por los montes, para decirles: -si, llevamos casi tres horas en el pajar para guarecernos de la tormenta-.

-¿Habéis visto a alguien o algún desconocido durante éste tiempo?-, preguntó de nuevo el mismo guardia.

La pregunta nos dejó todavía más sorprendidos.

-Pues si señor-, respondimos, -mientras nos guarecíamos de la tormenta y el viento, dentro del pajar, vino un hombre también a guarecerse-.

-¿Cómo era este hombre muchacho, podrías describirle?-, preguntó el otro agente que lucía un abundante bigote negro que le caía por ambas comisuras de los labios.

-Alto más o menos como yo, iba bastante mal vestido y con barba sin afeitar de varios días, el pelo lo llevaba largo y alborotado, y desde luego no olía demasiado bien.

-¿Iba armado?-.

-Llevaba una escopeta de caza, o eso me pareció, de esas que llevan dos cañones uno al lado del otro, y una canana de cazador llena de cartuchos-.

-¿En algún momento os habló u os amenazó?-.

-Solo nos pidió si teníamos algo de comer, le dimos un bocadillo que llevaba yo en el zurrón, ni tan siquiera nos dio las gracias. Se lo comió en un santiamén, recargó la escopeta delante nuestro, cosa que nos alarmó, y a continuación sin tan siquiera despedirse, se marchó tal y como había llegado-.

-No os podéis imaginar la suerte que habéis tenido, éste hombre es un asesino, un "maqui", un terrorista que se dedica a asaltar cuarteles y matar guardia civiles. Éste fulano está en búsqueda y captura por que hace unos meses mató a tres de nuestros compañeros del cuartel de Berga-.

No salíamos de nuestro estupor. La tormenta se había alejado y el sol volvía a iluminar el paisaje, de los tejados de las casas iban escurriéndose los restos de la lluvia caída.

-¿Cuánto tiempo hace que se marchó el individuo?- preguntó uno de los guardias.

-Casi una media hora-, dijo Maite que ya estaba reponiéndose del susto pasado-.

-Se marchó por aquel sendero de allá abajo-, dijo Justet señalando el lugar por donde se había ido el "maqui".

-Es sin duda el individuo que perseguimos desde hace algunos días, vamos ¡allá!-, dijo uno de los guardias al otro.

Sin tan siquiera despedirse de nosotros se marcharon siguiendo el camino señalado por nuestro compañero.

Nos quedamos los cuatro todavía un buen rato sentados en el interior del pajar comentando la aventura vivida que jamás hubiésemos imaginado. Maite y Laura estaban ya algo más tranquilas.

-Lo ocurrido hoy, no pasa ni en las mejores películas de misterio-ironizó Laura.

Maite conservaba todavía sus temores. -Oye, ¿no pensáis que a lo mejor este individuo regresa y nos hace daño?-.

-Pues quizás lleves razón, no había caído en ello-, dije.

-Creo que lo más prudente sería coger las bicicletas y regresar a nuestras casas- añadió Justet.

Pusimos manos a la obra, la reflexión de nuestra compañera nos pareció a todos muy sensata. Había dejado de llover y la temperatura ambiente había bajado algunos grados, cosa que nos favorecía para no tener que sufrir la canícula del viaje de regreso.

Enfilamos la carretera asfaltada por la que vinimos e iniciamos un suave pedaleo. Unos minutos después Maite nos hizo una señal con la mano para que nos detuviéramos, lo hicimos arrimándonos a un lado de la cuneta, puso el dedo índice sobre la boca indicando silencio.

-Mirad allá arriba, a vuestra izquierda, junto aquella roca grande-, nos dijo. -Hacedlo con algo de disimulo-.

Miramos en la dirección que nos había dicho, pero no vimos nada de particular.

-No veo nada polvorilla-, la dije.

-Me ha parecido ver una persona que se ocultaba tras ella, y diría más, creo que era aquel individuo que estuvo con nosotros en el pajar y que anda buscando la guardia civil-. -Seguid mirando-.

Nos quedamos los cuatro mirando en aquella dirección, al poco tiempo, unos gruesos matorrales que estaban junto a la roca se movieron.

-¿Habéis visto ahora?-, dijo Maite.

-Si-, dijo Laura, -he visto como se movían aquellos matorrales, pero esto no significa que pueda haber una persona allí, puede haber sido algún animal que lo haya hecho mover, un jabalí por ejemplo-.

-Maite puede que estés todavía sugestionada por lo que nos dijeron los guardias y ello quizás te haga ver al individuo en todas partes-, añadí.

-No, no Guillermo, juraría que se trata de aquel hombre-, se defendió ella.

Ahora si pudimos verle, un individuo salía de detrás de la peña encorvado e iniciaba la escalada a unas rocas más altas que estaban justo detrás de la primera. A pesar de la distancia, estábamos seguros de que se trataba del mismo sujeto, dejamos las bicicletas en un lado de la cuneta y nos sentamos los cuatro en el borde la misma sin perder de vista al sujeto que seguía escalando la pared rocosa. Permanecimos en silencio intentando no llamar la atención del individuo. Cada vez estábamos más seguros de que era él, llevaba la escopeta colgada en diagonal sobre la espalda y el zurrón. Inconfundible.

Escaló todavía unos quince metros más y, luego se desplazó a la izquierda, se coló en una enorme grieta algo camuflada por un arbusto. El sujeto apartó éstos y luego desapareció detrás de ellos.

-Mira por donde y fortuitamente acabamos de descubrir su escondrijo-, les dije a mis compañeros.

Permanecimos todavía algún tiempo allí sentados y en silencio. Un poco más allá y por el fondo de la vaguada que teníamos frente a nosotros se acercaban los dos guardia civiles que poco antes nos habían interrogado.

La verdad es que no sabíamos que hacer, si gritarles para llamar su atención o echar a correr a toda prisa. Optamos por seguir allí sentados para ver como se desenvolvían los acontecimientos.

Los guardias avanzaban cautelosos y mirando en todas direcciones, parecía que intuyeran la proximidad del individuo. Permanecimos quietos y en silencio, casi ni respirábamos, éramos espectadores de excepción de la persecución de un terrorista. Los dos agentes pasaron de largo de donde se había refugiado el hombre, creo que no se apercibieron de nuestra presencia, siguieron por un sendero que les quedaba a la derecha, algunos minutos después dejamos de verles.

No nos atrevimos a llamarles desde donde estábamos para advertirles del lugar en el que se hallaba escondido el fulano, hubiésemos puesto en sobre aviso a éste y desde donde se escondía podía vernos y hasta quizás dispararnos, no nos separaban más de doscientos metros de distancia.

Permanecimos allí todavía unos minutos sentados, se habían perdido de vista los agentes de la ley, al final decidimos reemprender la marcha y al llegar al pueblo ir al cuartel de la guardia civil y denunciar el lugar del escondite.

Al ir a coger las bicicletas, Justet nos advirtió disimuladamente, -mirad, el individuo se está asomando de su escondrijo y mira hacia acá-.

Nos dimos la vuelta y efectivamente el delincuente se había apercibido de que le estábamos mirando nos blandió su puño a título de amenaza. Me corrió un escalofrío indescriptible por mi espalda.

-¡Vayámonos de aquí!- les dije a mis compañeros, -dejad de mirar en aquella dirección y regresemos-.

Pedaleamos desaforadamente con el afán de alejarse cuanto antes del campo de visión de aquel sujeto y llegar al pueblo.

Una hora después entrábamos en Folgueroles, sudorosos y moralmente maltrechos. Antes de despedirnos e irnos a nuestras respectivas casas, acordamos no contar nada a nadie y reunirnos después de cenar en el Casinet para ver la decisión a tomar al respecto.

-Guillermo, si no os importa venid vosotros a por mi, la abuela no me dejaría salir sola después de cenar si no voy acompañada-, nos dijo Laura.

-Vendremos, pasa cuidado, pero recuerda no contar nada de lo sucedido, luego entre todos veremos que hacer-, me regaló una de sus cautivadoras sonrisas y se marchó a su casa con ese elegante caminar que la distinguía. Maite se la quedó mirando y luego me miró a mí con una sonrisa de complicidad.

-Guillermo-, me dijo Justet, -vendré a buscarte a las nueve-.

-Entonces hasta luego-.

Maite poniéndose de puntillas puso sus manos sobre mis hombros y me dio un beso en la mejilla como despedida y se marchó. Era una muchacha deliciosa, sentía mucho afecto por ella, pero era muy distinto a lo que comenzaba a sentir por Laura. -Hasta luego- me dijo.

-Llegué a casa que ya era casi la hora de la cena. Lluís y Mercé estaban en el corral ordeñando las vacas y recogiendo algún huevo, la Padrina, como siempre, estaba atareada en la cocina preparando la cena. Mis padres habían regresado a Barcelona y no les esperaba hasta el siguiente fin de semana.

Durante la cena, estuve poco comunicativo, no dejaba de pensar en los acontecimientos vividos. Lluís notó que algo no iba bien.

Guillermo, ¿qué ocurre que estás tan callado?, ¿te ha dado calabazas alguna moza?- me dijo.

-Oh, nada de eso, estoy bastante cansado de la excursión que hemos hecho hoy- dije evasivamente.

Lluís se interesó por la excursión, me dijo que era un lugar muy bonito y que tenía en Tavérnolas unos parientes que hacía algunos años que no veía.

-Un día vamos a ir a verles, te gustarán. Iremos con el carro y el "macho"-. llamaba el "macho" a un viejo mulo grandote que estaba casi siempre en la cuadra acompañando a las dos vacas, le tenía mucho cariño y los fines de semana lo sacaba a pasear por el campo para que desentumeciera sus viejos huesos.

Después de la cena y durante la sobremesa, le pregunté a Lluís si sabía lo qué era un "maquis".

Lluís me miró por unos segundos pensativo, creo que le daba vueltas a lo qué iba a responderme.

-Verás Guillermo; en Francia llaman "maquis" a los hombres que por patriotismo y sin ser soldados, luchaban contra los alemanes que habían invadido su país, eran personas que vivían mayormente en el campo, aunque también los hubo en las ciudades. Su misión principal, era sabotear las instalaciones militares de los invasores y colaborar con el ejército aliado que desembarcó en ayuda de ellos, ¿por qué me lo preguntas? ¿acaso has visto alguno de ellos?- me instó sonriendo.

Ante la pregunta, un poco más y doy un salto. Parecía como si estuviera al corriente del suceso.

-No, no- dije algo nervioso, -lo leí en una revista y me quedó la palabra, pensaba que no fuera un asesino o un bandido-.

-Yo no diría necesariamente eso, hay de todo, pero en general son patriotas que luchan por lo que ellos creen una causa justa-.

-Y ¿en España hay maqui?- pregunté haciéndome como aquel que no le da importancia al tema.

-Si, los hubo durante y después de nuestra guerra civil, dicen que todavía quedan algunos refugiados en los montes, son gente que nos se han sabido adaptar a la nueva corriente política– dijo, -en nuestra post guerra luchaban contra los soldados de Franco y la guardia civil-.

-Ah-. Dije como cayéndome de una nube. -Si tu te encontrases con alguno, ¿qué harías?.

-Nada, haría como si no le hubiese visto, no quisiera tener problemas con ellos y menos con la Guardia Civil-.

-Mercé, ¿qué hora es?-, pregunté para desviar el contexto de la conversación.

-Casi las nueve y media-.

-Ah, con vuestro permiso me voy, me aguardan Justet y mis amigas, disculpadme-, dije mientras me levantaba de la mesa.

CAPÍTULO VIº

Los amigos de Barcelona

Recibí una postal de mis dos amigos y compañeros de estudios a la vez que vecinos, Edu y Beppo, en ella me hablaban de la nueva piscina municipal que se había inaugurado recientemente en el distrito de la ciudad donde nosotros vivíamos, también de sus nuevas amistades femeninas, etc. lo habitual entre gente de nuestra edad en vacaciones. Se interesaban también por mis dos nuevas amigas que en mi anterior les había hecho mención.

Me entraron ganas de verles, con ellos compartía mil secretos y aventuras cotidianas, uno de ellos, Edu, además de vecino, era también compañero de colegio desde que teníamos cuatro años, con el otro, Beppo, desde los seis. Aquel sábado llegaban mis padres en el tren de las nueve y media de la mañana, Maite y yo fuimos en bicicleta hasta Vic para recibirles en la estación.

Salimos a las siete de la mañana, aquella hora del día todavía se notaba algo el frescor caído durante la noche, pero pedaleando casi no nos dábamos cuenta. Arribamos a la estación con los ojos llorosos por el aire fresco y la velocidad, mucho antes de que el tren que traía a mis padres llegara, quedaba todavía casi algo más de una hora. Maite y yo fuimos a darnos una vuelta por la bonita capital de la comarca. Me llevó a ver el Instituto donde ella cursaba sus estudios y la fonda en la que almorzaba todos los medio días; "Cal U", la más antigua de la ciudad, según me dijo, luego visitamos el templo romano que se halla a pocos pasos del ayuntamiento y de la Plaza Mayor, mi compañera se conocía la Villa al dedillo. Los lugares que visitamos nos absorbieron el tiempo sin darnos cuenta, hasta el punto de que llegamos a la estación al mismo tiempo que el tren se detenía.

Con Maite habíamos dejado nuestras bicicletas muy cerca del andén. Mi madre se asomó por una de las ventanillas, de hecho aquellas horas no iba demasiado lleno, a pesar de ser sábado y día de mercado en Vic.

Les acompañamos un rato mientras aguardaban a que llegara el destartalado autobús que les iba a llevar hasta el pueblo. Les manifesté a mis padres los deseos de regresar por unos días a Barcelona para ver a mis amigos. Maite al oírlo dijo : -Guillermo que suerte tienes de poder ver Barcelona, yo no he podido ir nunca a visitarla, cuanto me gustaría algún día poder hacerlo-.

Mi madre oyó el deseo que Maite había manifestado, creo que se apenó de ella, la vio tan sincera que la dijo : -Maite, ¿por que no les dices a tus padres que te dejen venir con nosotros a Barcelona?, podrías dormir en la habitación de nuestra hija, la tenemos pasando unos días con unos parientes en Valencia, y así tendrías la oportunidad de conocer la ciudad, Guillermo podría hacerte de cicerone-.

Maite enloqueció de alegría al oír la invitación que mi progenitora acababa de hacerle. Se giró y mirándome dijo: -Guillermo prométeme que me ayudarás a convencer a mis padres para que me dejen ir-.

-Prometo ayudarte Maite, pero todo dependerá de tus padres-, si por lo que fuera no te dejasen ir, has de prometerme que no te vas a enfadar ni sentirte defraudada.

-Te prometo no enfadarme, pero pon toda tu sabiduría para convencerles, seguro que van hacerte más caso a ti que si se lo pido yo-.

Mientras mis padres esperaban el autobús que debía llevarles a Folgueroles, Maite y yo les precedimos con las bicis, les dije que nos veríamos en el pueblo.

-¡Andad con mucho cuidado por la carretera!-, nos dijo mi padre. Estaba todavía con la mentalidad del tráfico de vehículos y los peligros de la gran ciudad.

Casi no tuvimos tiempo de oír sus últimas palabras, ya estábamos sobre las bicicletas pedaleando para cruzar la ciudad en busca de la salida a Folgueroles.

Una vez en la carretera que nos llevaba al destino, Maite pedaleaba delante de mío con todas sus fuerzas, estaba ansiosa de poder llegar cuanto antes a su casa y contarles a sus padres la invitación que le habían hecho los míos. Al pasar por Calldetenes la animé a pedalear con más fuerza. -Ya falta poco, ánimo-, la dije.

Por el camino nos cruzamos con un carro tirado por dos hermosos caballos percherones cargado de leña que procedía de la limpieza que se efectuaba anualmente a los bosques por los naturales de la zona, parte de ella sería convertida en carbón vegetal o troceada para ser utilizada en los hogares de las casas en invierno.

Una media hora después divisábamos las primeras casas del pueblo, enfilamos la calle Mayor, hasta llegar a la plazoleta donde los padres de mi compañera tenían el colmado.

-¡¡Mamá, Papá!!- entró gritando en el colmado como un ciclón, en aquel momento se encontraba con varias de personas comprando, Maite estaba sudorosa y las mejillas hechas un arrebol por la enérgica pedaleada del camino, se le habían desprendido algunos cabellos de su cola de caballo, cayéndole por sendos lados de la frente formando unos pequeños tirabuzones muy rubios y naturales que le daban un aspecto todavía más aniñado y muy femenino. Pensé por mis adentros; "es una muchacha adorable".

-¿Qué ocurre hija que vienes tan alterada?-, le preguntó su madre, mientras todas las clientas se quedaban mirándola con aire de benevolencia y simpatía, pues Maite era una muchacha que despertaba ternura a todos cuanto la conocían, por su aniñada simpatía e inocente belleza.

-¡¡ Que te lo diga Guillermo, que te lo diga!!-.

-Hola Guillermo-, me saludó su madre al verme entrar al establecimiento.

-Hola señora Martí, buenos días, ¿podría hablar con usted un instante?-, la dije mientras sorteaba algunas cajas que contenían fruta y rodeaba el mostrador. Me situé a un extremo de él, justo al lado de las balanzas de pesar, allí quedaba algo más de espacio.

La madre de Maite se me acercó sonriendo, era una mujer bastante alta, también rubia como su hija, poseía la misma cualidad de tener una sonrisa noble y cautivadora, que acompañaba con unos ojos de gran viveza. Me conocía desde hacía muchos años, más de diez posiblemente, por mi madre sabía que me tenía en gran estima, no sería de extrañar que ambas algún día hubiesen planeado de que Maite y yo pudiéramos formar pareja en el futuro. Yo mismo había observado en la mía que le concedía un trato de mayor distinción que a los demás amigos que frecuentaban nuestra casa. En la época, éstos "proyectos" entre madres, solían ser frecuentes.

-¿Qué quieres decirme Guillermo?-, me dijo pasándome la mano cariñosamente por una de mis mejillas haciendo que me ruborizara un poco.

-Verá señora Martí-, dije con voz algo cauta para no ser oído por los clientes de la tienda, que bastante que miraban para ver "qué cazaban" de la conversación para luego ir a contarlo por el pueblo. Pillé a dos que estaban dándose codazos y se miraban entre sí en señal de complicidad.

-Verá-, seguí, tras lanzar una mirada de fuego a las de los codazos-, -mañana por la tarde, me voy a ir con mis padres a Barcelona, tengo algunas cosas que hacer allí.

Mi madre ha oído un comentario de Maite respecto a que no conocía la ciudad y la ha invitado a venir con nosotros a nuestra casa, y pasar unos días allí, naturalmente si ustedes no tienen inconveniente-.

-Verás hijo, agradecemos mucho la amable invitación de tus padres, pero en modo alguno quisiéramos que ello fuera una molestia para ellos. No nos lo perdonaríamos. De otra parte se que sería una ocasión única para que Maite pudiese ver y conocer Barcelona-, dijo.

-En absoluto debe preocuparle a usted éste aspecto, Maite ya es mayor y colaborará con mi madre en algunas tareas de la casa, le daremos la habitación de mi hermana, ella está con unos parientes todo el mes, también será un modo de que mi madre no la eche tanto de menos, habrá una niña en la casa-, finalicé regalándole la más simpática de mis sonrisas.

Maite se había quedado en una esquina de la tienda y pude ver que tenía los dedos índice y corazón de ambas manos cruzados.

-Guillermo, nosotros lamentablemente no podemos dar todos los caprichos que nuestros hijos desean, mi esposo y yo vamos a comentarlo y luego más tarde te vamos a dar una respuesta, ¿te parece?-.

-Me encogí de hombros y puse cara de decepcionado, mi gesto surtió el efecto deseado, la señora Martí se me acercó poniendo sus labios junto a mi oreja y me dijo casi

susurrando, no debéis preocuparos, creo que podré "convencer" a mi esposo -.

Le di un beso a la mejilla y le guiñe un ojo, a modo de complicidad.

Cogí a Maite de la mano y la saqué de la tienda, diciéndole -anda vamos a buscar las bicicletas y a Justet, nos vamos a dar un paseo, pero antes pasaremos por mi casa, voy a terminar este asunto poniéndole algo de "grasa" en las ruedas. Tú te vas ha venir con nosotros a Barcelona, te lo dice Guillermo, he leído en tus ojos la ilusión que tienes por ver la ciudad y pondré todo mi empeño en ello-.

En casa, mis padres estaban todavía deshaciendo la maleta , la Padrina al vernos entrar juntos, soltó, acompañando su afable sonrisa: – Mira que buena pareja hacen estos dos, vamos a ver si algún día todavía puedo ir a vuestra boda-.

-Padrina, no haga bromas de este estilo, ya sabe que no me agradan-, la dije abrazándola y levantándola casi un palmo del suelo.

-¡¡Suéltame, Guillermo, déjame en el suelo, que me mareo!!- me dijo.

-Prométame que no me hará más bromas del estilo-, la dije riéndome a carcajadas sin todavía soltarla.

-Te lo prometo, pero suéltame-.

La bajé, pero tuve la precaución de dejarla suavemente sentada en una de las sillas de la cocina, no fuera a ser que se hubiese mareado de verdad y diera con sus carnes al suelo, la quería demasiado para permitir que se hiciera daño ésta mujer que tanto me quería y tantos desvelos me regalaba.

Maite se reía sin disimulo alguno de la escena que estaba viviendo. Al jaleo organizado en la cocina acudió mi madre, picada por la curiosidad. -¿Qué ocurre, que estáis haciendo con tanta bulla?-.

-Carmen, este muchacho tuyo es un diablo, me ha llevado en volandas y me he mareado-, dijo la Padrina.

-Mi madre se puso algo seria : -Hijo, ten mucho cuidado lo que haces a la Padrina, piensa que es una persona mayor y sus huesos comienzan ya a estar débiles-.

-Carme, no le riñas, ya quisiera esta muchacha que tu hijo la abrazara como ha hecho conmigo-. Dijo riéndose al tiempo que miraba a Maite.

-Ve usted Padrina, hace unos instantes me ha prometido que no volvería gastarme bromas de ésta índole, ha roto la promesa hecha hace un momento, un abogado le diría que ha cometido perjurio-, la dije riendo.

-Hijo, las personas de mi edad, tenemos licencia para romper cuantas promesas podamos hacer, estamos ya a la vuelta de la vida-, me respondió acompañando una sonrisa no exenta de una sombra de cierta amargura.

Me di la vuelta y me dirigí a mi madre que se había quedado detrás mío junto a Maite, que ahora ya había dejado de reír. -Mamá, me sentiré muy feliz de poder mostrarle Barcelona a Maite-.

-¿Pero hijo no me has oído lo que dije en la estación?, Maite está invitada, con el permiso de sus padres naturalmente-.

-De eso se trata precisamente, de que sus padres no le nieguen éste regalo. Te pido que te acerques por el colmado a comprar cualquier cosa que podáis necesitar en casa y, con la ocasión hables con la señora Martí haciéndole hincapié para que de permiso a Maite para venirse con nosotros, tú ya sabes-.

-Maite-, dijo mi madre mirándola. -Por poco que pueda convenceré a tus padres, no debes preocuparte, sé como hacerlo-.

Maite se acercó a ella y la dio un abrazo acompañado de un sonoro beso. Luego fuimos a por los bañadores y a por Justet y con el resto de la pandilla al río. Al pasar por la casa Soladrigas, paré y llamé a la campanilla.

Salió el jardinero hasta la verja. -¿Está Laura?- pregunté.

-Pase señorito, está detrás, en la terraza dando clase-.

Deje la bicicleta apoyada en la verja y rodeé la casa hasta llegar al lugar. Estaban la profesora y mi amiga dando la clase de solfeo.

-Buenos días, ¿interrumpo algo?-.

-Estamos acabando ya la clase-, dijo Laura con una deliciosa sonrisa.

-He venido a buscarte por si quieres venir con la cuadrilla a bañarte al río-.

-No se, preguntaré a la abuela para ver si tiene inconveniente y me deja-.

-¿Dónde está este río?-, preguntó la señorita profesora.

-Aquí atrás muy cerquita, a penas unos quinientos metros del muro de la casa-.

-¿Os importaría que viniera con vosotros, me apetece bañarme en el río, no lo he hecho nunca-, dijo para sorpresa mía.

-Por mi no hay inconveniente alguno, puede venir si lo desea, dentro de un par de horas el sol caerá de justicia-, dije mirando al mismo tiempo a Laura para ver si ponía algún reparo al respecto.

-Voy a ponerme el bañador y regreso de inmediato-, dijo la profesora echando a correr como si se tratara de una muchacha de nuestra misma edad.

Laura se quedó mirándome algo sorprendida por la inesperada reacción juvenil de Amalia. Pensándolo bien, era una mujer joven, de unos treinta años, en un pueblo sin diversiones, aprovechó la oportunidad de pasar unas horas con gente joven y divertida, a pesar de que quizás a algunos les doblaba en edad.

Apareció la señora Soladrigas por la terraza, Eulalia le había dispuesto el desayuno. -Buenos días- nos dijo. Iba vestida como siempre de negro, a excepción de una delicada toquilla de lana, de color blanco, que hacía juego con el color de su pelo, y que llevaba echada sobre los hombros.

-Buenos días señora-, la dije yendo a darle la mano para saludarla. -¿Qué tal se encuentra usted hoy?-, la dije en tono respetuoso. Yo había intuido que le encantaba este ceremonial social.

-Bien gracias Guillermo, esta noche he descansado muy bien, la tormenta de ayer hizo que refrescara el ambiente, el calor de las noches pasadas hacía que me despertara, y no me era posible descansar.

-Abuela-, interrumpió Laura, -Guillermo ha venido a buscarme para ver si me dejas ir a bañarme al río con el grupo de sus amigos-. -¿Me dejas?-.

-No hay inconveniente alguno, pero deberás estar aquí para la hora del almuerzo-. -Por cierto ¿has acabado con la clase de solfeo?-.

-Si abuela- le dio un cariñoso beso acompañado de un abrazo, sentí deseos de que aquel beso y abrazo fueran para mi, Laura me atraía enormemente, cada vez más, -por cierto va a venir con nosotros la señorita Amalia, ha ido a ponerse el bañador, al igual que yo la apetece también la aventura del río-.

-Me parece muy bien que Amalia venga con vosotros, también necesita distraerse-.

Laura se marchó a ponerse su bañador, nos quedamos la señora y yo solos en la terraza, ella desayunando, yo me senté en una de las butaquitas de mimbre, sin saber de que hablar con ella.

Se me ocurrió decirla que el domingo por la tarde me iba a Barcelona acompañando a mis padres.

-Ah si, ¿dónde vives en Barcelona?-, preguntó.

-En Sant Andreu-.

-¿Por qué parte cae de la ciudad?, no he estado nunca allí-.

-Está a la salida de la ciudad en dirección Vic-, la dije como referencia. -Antiguamente allá por 1870 era un pueblo agrícola con algunas rudimentarias e incipientes industrias, a partir de esta fecha fue anexionado a Barcelona capital como un barrio más, ahora es eminentemente fabril-.

-¿Te gusta vivir allí?-.

-O si mucho, allí tengo mi círculo de amistades, mi colegio, mi familia, allí conozco a casi todo el mundo-. La dije lleno de entusiasmo y orgullo por mi barrio.

La señora se sonrió, posiblemente por la vehemencia de mi entusiasta comentario.

-¿Dónde viven ustedes?-, le pregunté con toda naturalidad.

-En San Gervasio-, respondió mientras acababa de poner mantequilla en una de las tostadas.

-¿Tiene muchos pisos el edificio donde viven?-, pregunté inocentemente.

Sonrió afablemente al decirme : -No tenemos pisos encima nuestro, vivimos en una casa rodeada de jardín en la parte alta de San Gervasio.

No me sentí nada herido por su comentario, yo estaba muy orgulloso de donde nací y vivía, contrariamente le respondí : -Me alegro mucho de que puedan vivir tan bien, pero por otra parte me apena que no puedan disfrutar del contacto frecuente de sus vecinos, yo si lo gozo a diario-.

-Se me quedó mirando por unos momentos muy seria, como meditativa, se hicieron unos largos segundos, hasta que me dijo : -Sabes Guillermo, eres para mi un saco de sorpresas, no sé que pensar de ti, tienes unas salidas inesperadas, es la segunda vez que hablo contigo y por segunda vez me das una dosis de lección de la vida cotidiana que yo casi había olvidado-.

-Ah pero ¿es que usted alguna vez ha estado en esta otra vida de la que yo le hablo y en la que vivo?-, la pregunté muy interesado e intrigado, mira por donde y sin desearlo, estaba a punto de conocer un secreto de aquella familia tan respetada en el pueblo y tan desconocida al mismo tiempo.

-Si hijo, si, la conocí, de eso hace años, muchos años-, dijo mirando al cielo como queriendo recordar algo muy remoto. -Nací en un pueblecito cercano a este, Gurb, en el seno de una familia tradicionalmente campesina, allí conocí a mi esposo que, en paz descanse, el y su familia venían a veranear al pueblo, tenían allí una bonita y señorial casa, nos enamoramos y nos casamos, tenía yo entonces dieciocho años, él veinticuatro, nos fuimos a vivir a la casa que sus padres nos regalaron en Barcelona, la que vivimos en la actualidad-, se le escapó una especie de sollozo y se le entrecortó la voz, la miré y vi que le resbalaban dos lágrimas por sus mejillas, dejó la tostada untada con mantequilla sobre el platillo de la mesa y sacó un pañuelo del bolsillo de la falda de su vestido.

Me apené y me levanté para acercarme a ella, me puse en cuclillas a su lado y la di un beso en una de sus mejillas mientras le cogía una de sus manos temblorosas, me miró con los ojos enrojecidos y llorosos que desprendían amor.

-Gracias hijo, gracias, tus palabras me han traído lejanos y tan bellos recuerdos que casi había olvidado, a pesar de que me veas llorar, me han hecho mucho bien, me gusta tu compañía, ven a verme siempre que quieras-, dijo pasándome la mano por encima del pelo de la cabeza a modo de caricia.

-Se lo prometo señora, tiene usted mi palabra, siempre que pueda vendré a verla-, le dije mientras me levantaba.

Aparecieron Laura y la señorita Amalia, las dos radiantes como el día, Laura alegre pero sin perder, como siempre, la compostura, era una mujer distinguida por naturaleza, la profesora se había puesto un suéter blanco de manga corta y algo ajustado al cuerpo, con lo que hacía que resaltara más su busto, y una falda roja de mucho vuelo y zapatillas del mismo color de las que llamaban "sabrinas" o también "manoletinas", por su similitud con el calzado que utilizaban los toreros.

Laura se percibió de que su abuela había llorado recientemente, ésta tenía todavía los ojos algo enrojecidos y mantenía el pañuelito de encaje en la mano.

-Abuela, ¿has llorado?, ¿qué te ocurre?, ¿te encuentras bien?-, preguntó mientras se agachaba a su lado y le cogía una de sus manos.

-Nada, hija no ocurre nada que sea malo, todo lo contrario, solo que este muchacho-, dijo señalándome a mi, -en la conversación que manteníamos me ha dicho unas palabras que han hecho que volvieran a mi mente gratos y bellos recuerdos de mi juventud, era como si estuviera tocando el arpa y una de las cuerdas correspondiera a mi parte sentimental y su vibrar me trajo un alud de recuerdos-.

Cogió el pañuelo para guardarlo de nuevo en el bolsillo mientras nos decía :. -¿Y que hacéis aquí parados?, andad ir a bañaros de una vez, os estáis perdiendo esta radiante mañana de verano, aprovechad y gozad de todas las que podáis-.

La señorita Amalia cogió la bicicleta de Joaquín, éste se había ido a Barcelona a estudiar, le habían quedado un par de asignaturas pendientes para examinarse de ellas al final del verano y tenía un profesor particular todos los días que le daba clases de repaso de ambas.

En un santiamén llegamos al lugar del riachuelo donde habitualmente nos bañábamos, muy próximo al puentecillo románico, un remanso bastante ancho de aquel aprendiz de río, tendría como unos cuatro metros de una orilla a la otra y, algo más de un metro de profundidad, le solíamos llamar al lugar, la "piscina particular".

La bulliciosa cuadrilla había tomado posesión del lugar un rato antes que nosotros, estaban en plena efervescencia, no se de dónde habían sacado el tronco de un árbol cortado y lo habían puesto apoyado de una orilla a otra a modo de puente utilizándolo como si de un trampolín se tratara. A buen seguro que fue una idea de la polvorilla de Maite, que en aquel preciso momento estaba radiante con su bañador azul eléctrico a punto de saltar desde el improvisado trampolín al líquido elemento, al vernos nos saludó con la mano y se tiró haciendo lo que llamábamos "la bomba", salpicando a todos los que estaban alrededor de donde impactó su pequeño cuerpo.

Todos se acercaron para saludarnos mientras nos rodeaban llenos de curiosidad, la presencia de Laura y la profesora, eran la gran novedad del día.

-Hola Guillermo y compañía-, dijeron casi a coro.

-Hola amigos, os presento a Laura y la señorita Amalia, su profesora de música, que hoy también nos acompañan en el baño, espero que sepáis estar a la altura que la ocasión merece-, dije advirtiéndoles así de que se abstuvieran de hacer cualquier broma pesada de las suyas.

Maite se acercó recién salida del río chorreando todavía agua por los cuatro costados, saludó a las invitadas con un lacónico hola, vino a mi y me dio un beso en una mejilla, creo que quizás para fastidiar a Laura, y para acabar de rematar la acción, se dio la vuelta poniéndose de frente al grupo que nos rodeaba diciéndoles : -¿sabéis que la madre de Guillermo me ha invitado a pasar unos días en su casa de Barcelona?-. Lo dijo con un ligero tono de desparpajo y agarrada a mi cintura, como si yo fuera de su propiedad.

El desmadre, todos jaleaban la noticia. ¡¡ Anda Maite que suerte tienes de poder visitar la capital !! exclamaron algunos, otros me pedían con sorna que también les invitase a ellos.

Por un momento miré a Laura, estaba seria y parecía algo sorprendida. -¡bien amigos, ¿seguimos con el baño o qué? !-, les dije.

-¡¡ Al baño !!- gritó con todos sus pulmones Emilio.

En el entretanto la señorita Amalia, se había desprovisto discretamente de sus vestimentas de calle para quedarse en bañador. Virgen Santa la que se organizó cuando la muchachada la vio con el atrevido dos piezas de baño de color rojo sangre que llevaba. Jamás ninguno de ellos había visto al natural lo que se le llamaba un bikini, solo habían oído hablar de el. A todo eso hay que decir que la señorita Amalia, tenía un cuerpo escultural, con lo que todavía resaltaba más su bañador. A los muchachos se les salían los ojos de las órbitas, todos querían nadar con ella, la acompañaron hasta que se subió al improvisado "trampolín" que habían puesto sobre el río, ella era sabedora del efecto que causaba en aquellos sencillos muchachos de pueblo y se dejó llevar.

Laura reía de la situación y Maite a pesar de su alegría por el próximo viaje, estaba algo mohína, acababa de perder algo de protagonismo. Me despojé del pantalón y la camisa para quedarme con el Meyba azul que llevaba puesto, Laura hizo lo propio.

Fue la primera ocasión que la veía en bañador, era tan elegante con ropa como sin ella, su bañador elástico amarillo pálido de la marca Jantzen, lo llevaba con tal prestancia y naturalidad que parecía que llevara puesto un vestido de Dior. Me la quedé mirando unos momentos embelesado, Maite lo notó, no se le escapaba detalle, me cogió de la mano y me arrastró hasta llegar a la orilla del río empujándome hasta hacerme caer dentro, en el entretanto la muchachada jugueteaba con la señorita Amalia. Todos la atendían solícitos a cualquier requerimiento de ella, para aquellos sencillos muchachos,

era como si estuvieran viviendo en aquel momento, en otro lugar, en otro mundo. Con seguridad que ninguno iba a dormir sosegadamente aquella noche, la profesora les había despertado la libido.

Maite se tiró de nuevo al agua, Laura se acercó a mi diciéndome con voz queda: -¿Es cierto que mañana te vas a Barcelona con Maite?-.

-Y con mis padres-, puntualicé.

-¿Cuántos días vas a estar fuera?- insistió utilizando el mismo tono suave.

-Creo que una semana, voy para ver a mis amigos que me escribieron una postal y les daré una sorpresa, son amigos de toda la vida, te gustaría conocerles, son realmente simpáticos y divertidos-.

-¿Y que ocurriría si coincidiera que yo estuviera estos días también en Barcelona?- dijo con cara inocente.

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