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Su Excelencia El amor (página 2)

Enviado por Theodoro Corona


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El amor, como dice el canto-autor venezolano Simón Díaz, "… no tiene fecha ni tiempo en el calendario…" Los siglos han pasado y ese sentimiento habrá cambiado de forma, pero sostuvo el principio químico esencial, cual es el amor mismo.

Al amor, muy a pesar de opinión en contrario, le ocultamos románticamente la responsabilidad que conlleva la relación que mantenemos de manera libre y espontánea, asumiendo un literal desprecio por las consecuencias de las decisiones que tomemos en esta materia. Luego le culpamos trágicamente de los desengaños y tropiezos; del dolor que nos cause la desilusión y de la impotencia de mejorar en su momento cualquier relación que nos causa daño.

Para muchos puede resultar incongruente imaginarnos un amor responsable, sin embargo, debemos tener presente que un sentimiento donde se involucra presente y futuro, decididamente tiene que tener relación directa con estos dos tiempos, lo que resultaría suficiente como para estimarlo y respetarlo.

La idea de este libro, ojalá lo logre, es despertar el desarrollo y crecimiento del amor, el afecto, el diálogo y la comprensión. Y mientras podamos crecer en estos rumbos, conseguimos tener la seguridad que la vida crecerá de manera indetenible. No le tengamos miedo al amor, no le miremos como una cosa rara; no lo tengamos presente sólo porque así lo recomendó Jesús, el Nazareno, sino que además de esta condición fundamental, veamos al amor como una pieza propia que para nada es banal o ligera. Allí, en el amar, tendremos lo más hermoso de esta transitoriedad humana.

Te puedes preguntar ¿Qué hubiese sido de mí, si mis padres no me hubieran dado el amor, la protección y la paciencia que me dispensaron cuando era sólo un niño?

Antropólogos y sociólogos han desarrollado diferentes teorías sobre la evolución de las estructuras familiares y sus funciones. Según éstas, en las sociedades más primitivas existían dos o tres núcleos familiares, a menudo unidos por vínculos de parentesco, que se desplazaban juntos parte del año, pero se dispersaban en las estaciones en que escaseaban los alimentos. La familia era una unidad económica: los hombres cazaban mientras que las mujeres recogían y preparaban los alimentos y cuidaban de los niños.[1]

Esta sujeción histórica nos limita a un abordaje científico de la familia, sin embargo, existen otros elementos de análisis que nos indican que al existir vínculos perdurables, se involucran igualmente factores emocionales ligados al amor.

Quizá uno de los yacimientos arqueológicos que más información ha proporcionado sobre el origen del hombre sean las cuevas del monte Lungku, en Chukutien, cerca de Pekín. Allí se han encontrado restos humanos con una antigüedad de 500 mil años, y se pudo constar la existencia de elementos domésticos, signo inequívoco de sedentarismo y familia. Y donde existe familia bien asentada, hay amor.

Aquel habitante de las cavernas de alguna manera jugó el juego del amor y cultivó, rudimentariamente, la idea de que a través de una relación familiar lograba seguridad y protección. Esos dos estados eran y siguen siendo factores predominantes que sugieren o recomiendan la vida en familia.

Para el año 2025 se proyecta una población mundial de 8 mil millones de personas y sólo Asia tendrá poco más de la mitad, estimándosele unos 4 mil setecientos millones de seres. ¿Esa población podrá vivir en paz bajo el signo del odio? O ¿será bajo el signo del amor la fórmula indiscutida para la convivencia fraterna y en paz?

Sin duda que la repuesta es fácil, lo que no pareciera obvio es la disposición del hombre para la práctica del amor. Sin embargo, no podemos cejar ni un minuto, quienes creen que sí existe esa posibilidad, para propagar la idea y convertirnos en vendedores de un producto abundante, pero que no le termina de gustar a muchos.

Existen puntos álgidos de confrontación en el mundo, bien por ideologías disímiles, por luchas fronterizas, por guerras civiles, por cuestiones raciales o religiosas, y por enconados odios sembrados por diferencias sociales y económicas. En esto el hombre pareciera no aprender

¿Para qué me sirve tu dios guerrero, insensato? ¿Cuál es la razón para en nombre de una creencia o religión me vea obligado a matar? ¿Para qué esa bomba terrorista, que mata principalmente inocentes?

¿Acaso no son suficientes los diversos accidentes naturales que sacuden a la humanidad? ¿No nos bastan el SIDA, el cáncer y las epidemias, males contra los que luchamos? y ¿el hambre de millones de seres, no tiene importancia? ¿Será cierto que amor es el antídoto contra tales venenos? Con toda sinceridad pienso que sí.

La idea no es pedir que renuncies a tu ideología, ni a las diferencias religiosas, ni a la reclamación fronteriza. La idea es no utilizar la guerra y el terrorismo para imponer la "justicia", para vengar muertes ni para posesionarnos de apetecibles territorios. La idea es ver al hombre como centro de todo desarrollo, de toda fortuna, de todo bien. He dicho que nada está por encima de la felicidad del hombre, pues ésta tiene ese sólo destinatario. No importa si conquistamos la Luna u otro planeta; si dominamos la producción de alimentos y sembramos el más recóndito y pequeño lugar de nuestra Tierra de escuelas, tecnológicos y universidades; pues si tales hazañas no van dirigidas en procura de la hermandad del hombre, habremos arado en el mar.

Este planteamiento me lleva a una interrogante, que asusta, pero que también crea esperanza.

¿Habrá terminado la evolución del hombre? La respuesta de los científicos es que efectivamente la evolución prebiológica ha terminado, no así la biológica que continúa lenta, pero progresivamente. La evolución de las especies no se ha paralizado con la aparición del hombre. Se opina que el hombre ha entrado en una tercera fase del proceso evolutivo: la evolución cultural y psicosocial.

Esa evolución o tercera fase de adelantamiento tienen que ver con lo que hemos venido planteando, pues sería la conquista de un nuevo orden social que cambie la relación política y económica en procura de una justicia social, y la preeminencia del hombre sobre los factores económicos.

Pero, tales cambios sólo son posibles en paz, pues el oprimido no se libera convirtiéndose en opresor, sino llegando a tener alcance a los bienes fundamentales que sustentan una evolución cultural, social y económica.

No planteo el igualitarismo por decreto, sino la justicia; y justicia es igualdad de condiciones para que cada cual determine sus alcances y metas, según sus facultades intelectuales. Es posible que lejos esté el día cuando el sol brille con la misma intensidad para todos, pero esto que no es sino una expresión literaria, descifra al hombre en su progresiva superación que debe ser personal para convertirse luego en una acción social de magnitud plurivalente.

Sucumbir no puede ser el futuro del hombre y no será por las inclemencias de una tierra que es su dominio, ni por efectos de una guerra nuclear devastadora que el hombre estaría condenado a ser extinguido de la faz de la Tierra, sólo el odio, la injusticia y la falta de amor, lo condenan inexorablemente.

-Cuando opina sobre la bondad del amor, dice que él no podrá ser usado para causar daño, pero, ¿hasta cuánto se puede realmente soportar la evidente perdida del amor?

-Entiendo que su pregunta va dirigida al amor entre parejas, ¿es eso correcto?

-Sí, efectivamente así es

-Dije que el amor es mutable; cambia de forma pero nunca muere, lo que evidencia que es posible que entre las parejas se sucedan variabilidades, trasformaciones o definitivos desamores. Es factible que de no revisarse una situación a tiempo pueda terminar con un rompimiento de la relación de pareja, pero ello no necesariamente liquida el amor ni en el uno ni en el otro. El amor como tal sigue existiendo, sólo que irá dirigido, posiblemente, hacia otra persona.

Pero, me pregunta hasta cuánto se puede soportar la perdida de amor hacia nuestra pareja. Mire, eso depende de múltiples factores y uno en particular pudiera desdibujar una idea de rompimiento. Los hijos en muchas ocasiones suelen ser factor de unión que evitan situaciones límites entre las parejas, permitiendo una introspección de la relación y un diferimiento y hasta aplazamiento de una dura decisión. Por eso insisto en la necesidad del diálogo franco, sincero y trasparente. Las parejas no pueden negarse el uso de una herramienta tan poderosa y sabia, como lo es el conversar sobre el más mínimo detalle de controversia que pudiera significar malos entendidos.

Difícilmente no tendremos diferencia de criterios, costumbres y puntos disímiles que nos separen, pero como en toda relación debemos avenirnos tras la solución más inteligente o, si se nos permite, un híbrido como solución salomónica. En este aspecto el equilibrio permite manejarnos con muy pocas sombras y es otro factor de singular importancia.

Debo inferir la no-existencia de conflictos serios que amenacen la tranquilidad emocional de algún miembro de la pareja, pues de existir tal posibilidad, lo recomendable es buscar ayuda profesional que medie en el conflicto y logre soluciones consensuadas.

Lo que no se puede aceptar son daños físicos, morales, sicológicos o emocionales. Si una situación de esta naturaleza está presente en tu relación de pareja, debes rápidamente encontrar la forma para que tal situación cese de inmediato o se produzca una separación que puede ser temporal o definitiva. Ninguna pareja puede crecer bajo la fuerza de la presión sicológica, como tampoco es posible encontrar caminos de solución bajo los efectos del odio y el revanchismo. Nada justifica la venganza y por dura que sea la situación se habrá de buscar medios que alivien los aspectos ásperos.

Ese aliviadero, si no lo sabías, es el amor mismo que todo lo hace posible. Fracasar puede ser sinónimo de experiencia, sólo debe mediar nuestra inteligencia que nos permitirá aleccionarnos para futuras situaciones.

Es muy común encontrar segundos matrimonios exitosos que se caracterizan por una relación madura e inteligente. No digo que estas relaciones sean particularmente calculadas con la presencia de un amor tibio, no, lo que refiero es que dada la experiencia o fracaso, quienes forman pareja traen un bagaje de conocimiento que sólo se aprecia en el día a día de la vida en pareja.

Sería incomprensible el fracaso de unas segundas nupcias, no digo que no suceda, pero ello es extraño ante la seriedad con que se toma una segunda relación de parejas. La experiencia es conocimiento procesado para el disco duro de nuestra computadora; el resto dependerá de cada cual.

La familia y el amor

Hemos venido hablando de un hombre en crecimiento; vimos cómo el hombre de hace 500 millones de años se hizo la idea, indudablemente rudimentaria, del núcleo humano que hoy llamamos familia. Verter pues nuestras esperanzas en la familia no parece descabellado, sino enteramente positivo e histórico.

Pero, ¿qué es la familia para que esté más allá de un término que señala la conjunción de un grupo unido por grados consanguíneos?

La cabal definición de familia se conoce como célula fundamental de la sociedad, lo que resulta un aserto sociológico de aceptación general. En ella conviven grupos humanos unidos por lazos, además de los meramente biológicos, afectivos que son el primer eslabón de la cadena familiar. Le llamo "cadena" para tomar el término en su sentido gramatical de unión o atadura, pues estaríamos auténticamente unidos o atados por medio de esa cadena de eslabones inseparables. Así es la familia concebida de la manera más llana y simple, pero sabemos y estamos concientes que esa familia originaria posee una función histórica que termina separándola, cual es el cumplir con el rol irrenunciable de poblar la Tierra.

Pero, lejos de ser un factor de división, lo que aparentemente proyecta, es un valor fijo multiplicador que lustra de manera inmanente al núcleo familiar. Esa multiplicación crea cadenas de eslabones menos rígidos, pero que cumplen, igualmente, la función de unir.

Pero, ¿es posible una familia sin amor?

Lamentablemente tenemos que decir que como posibilidad es posible. Te ruego que me aceptes, amigo lector, la redundancia, pero al buscar una vocablo sinónimo me encontré que ninguno me hablaba tan terminantemente como el redundante, no porque el significado gramatical no fuere exacto, sino por que la fuerza de voz idiomática se perdía tras el símil.

Realmente existen "cosas" llamadas familias donde el amor brilla por su ausencia. La vida para ellos transcurre en una constante búsqueda de soluciones para sus asuntos meramente personales. Cada cual por su lado y de manera egoísta enfrenta su propia vida, la solidaridad está ausente y domina de manera absoluta el "yo" por encima del "nosotros" En una familia la solidaridad es el sentido real del grupo, pues sería mejor vivir solo, aislado del mundo, así por lo menos la posibilidad de amarnos no existiría. El anacoreta se retira, se aparta del mundo, se dedica a sus meditaciones; su compañía es la propia soledad por él sostenida, pero, esa ha sido su decisión. Muy distinto es vivir en un núcleo familiar donde ignoramos y somos ignorados.

"El amor hace posible lo imposible. El amor sólo el amor hace que los hombres no acabados crezcan juntos y formen una comunidad. Sólo en el amor se pueden soportar mutuamente los hombres" (Phil Bosmans)

Cuál duda cabe sobre esta realidad, para mí ninguna. Pero, aún cuando tengamos dudas al respecto, te preguntaría ¿Cuánto te cuesta experimentar un nuevo estilo de vida, incorporando el amor (gratuito) a tu entorno? Si alguien te dice: Ve, sube aquella baja montaña, allí encontrarás un tesoro. ¿Cuál sería tu primera reacción?, lógicamente no creer lo que te dicen, pero, no te atreverías, aunque fuere por simple curiosidad, subir y verificarlo. Con el amor la cuesta más alta y empinada está dentro de ti. Ese esfuerzo consistiría en creer en la posibilidad de que el amor existe, luego reconocerlo como vínculo y vehículo de armonía, solidaridad, perfectibilidad y felicidad para terminar practicándolo fervorosamente a tiempo y a destiempo.

Sé que no estoy diciendo nada nuevo. Un hombre, el más grande de todos los hombres y reconocido como Hijo de Dios, lo dijo hace más de dos siglos; y es común escuchar aquello de que "por la verdad y el amor murió Cristo"

Quienes creen en Él sabemos que por algo mucho más grande fue su sacrificio humano, pero ciertamente su misión y enseñanzas, aún no comprendidas totalmente, se fundaron en la entrega y el amor por sus semejantes. Su solo ejemplo de vida, pasión, muerte y resurrección así lo acredita, lo que ha quedado en la conciencia del hombre como sello indeleble que lo diferencia, caracteriza e identifica como criatura predilecta.

En la doctrina cristiana la escatología engloba la segunda venida de Cristo o parusía, la resurrección de la muerte, el juicio final, la inmortalidad del alma, la idea del cielo y del infierno, y la culminación del reino de Dios. En la Iglesia católica, la escatología comprende, además, la visión beatífica, el purgatorio y el limbo de los justos. Todo esto junto es posible gracias al amor del Padre. Entonces nos podemos dar cuenta de cual es la real dimensión del amor, si tales trascendencias son posibles gracias a ese sentimiento.

Podemos afirmar, sin equívocos, que estamos en presencia de la única revolución posible para que el hombre se encuentre a sí mismo. Y no sólo porque el mandamiento de amar a nuestros semejantes como a nosotros mismo así lo guía, sino porque cualquier otro camino distinto al amor le condena al ostracismo dentro de sí. No es posible la vida en familia, sociedad, en comunidad sin la existencia y vigencia del amor.

Cuando afirmo que no es posible la vida sin el amor, me refiero no a la cohabitación bajo un mismo techo, lo que ya es un problema en sí, sino al oxigeno que le proporciona a la vida misma el amor.

Así como Dios es amor, la familia es igualmente amor. Ese núcleo jamás podrá existir ciertamente sin la presencia de ese bien inconmensurable que nace de nuestras entrañas.

Pienso, y así se los trasmito, que la familia será la responsable por el futuro de la humanidad. Si se avizoran nuevos y positivos tiempos para la raza humana, esa esperanza tiene, como signo de los tiempos, su asiento en la familia. No importa cual complicada sea su situación actual, sin ella la humanidad no tiene futuro.

-Centra usted en la familia el amor de manera categórica y le confiere a ese núcleo el futuro de la humanidad, pero, ¿no es una exageración afirmar tal cosa con la crisis de valores que amenaza a la familia?

-Por eso que usted afirma es que hago responsable a la familia del futuro de la humanidad, y cuando hablo de la humanidad por supuesto que me estoy refiriendo al hombre como criatura humana y social, no al despojo que quedaría de él si se llegaré a la involución de una nueva raza de nómadas.

La familia tiene un rol indiscutible e indiscutido en la indisolubilidad de la raza humana, porque ella, como ningún otro núcleo social, posee el don de la consaguinidad y la herencia genética que confiere, ante todo, identificación. No hablo aquí de una o de un millón de familias, hablo de toda una inmensa mayorías de familias que saben y valoran estos principios naturales que le sustenta.

Si por una lamentable equivocación la familia yerra el camino y su existencia se desvanece, también la humanidad se hundirá en la más negra de sus noches; nada comparable con el desastre natural o provocado que haya existido jamás. Tal vez, por su característica apocalíptica, sólo el Diluvio Universal que narra la Biblia, sería comparable con la liquidación de la familia.

Siempre he estado identificado con la opinión de lo perfectible, y con relación al hombre con lo inacabado de su naturaleza. Por eso es que el pulimento se hace necesario en el diamante crudo, sin ese cambio su belleza continuaría escondida tras su simple figura mineral. Así el hombre ha tenido que soportar talladuras que lo han ido sacando de su rusticidad, y elevando su valor como preciosa gema de la creación.

Ciertamente la familia enfrenta en la actualidad duras pruebas, pero ellas serán, eso espero, para el trabajo del exfoliador experto la más retadora tarea que se le hubiere asignado. Ese tallador no es otro que el hombre mismo, quien no tiene la posibilidad de esquivar la responsabilidad.

Nosotros, creyentes o no; humanistas; políticos; científicos y fundamentalmente los hombres comunes, somos los encargados de inyectarle a la familia su alto sentido existencial dentro de la raza humana. Recuperar, no me gusta el término por no considerarla perdida, a la familia es el más grande reto del hombre civilizado.

"No nos hacemos ilusiones. No esperemos milagros. Hacemos juntos el largo camino" (Phil Bosmans) O pereceremos más temprano que tarde.

Pero tampoco está solo en la gesta el hombre, nos acompaña miles de años de historia, aquello que le asignamos el sobrenombre de "experiencia"; sin olvidar, principalmente, el deseo de hacer las cosas cada día mejor dentro de la perfectibilidad.

Allí donde exista una familia bien avenida y con raíces de amor auténtico, está el futuro de la humanidad, no importa cuantos fracasos se den, serán los que tengan que ser, pero los éxitos llegan para quedarse y hacer esa nueva historia marcada por la llegada del hombre genuino y debidamente esculpido.

El amor no es un trasatlántico, pero en él cabemos todos los hombres de buena voluntad que empeñados trasmontemos los más fieros océanos y procelosos mares tras la conquista de esa tierra prometida, cual no es otra que la preponderancia del amor.

Sabemos que el amor tiene enemigos acérrimos y ellos están dentro del corazón del hombre que se niega a reconocerlo como su Excelencia. Ojalá podamos muy pronto ser propagadores de ese sublime sentimiento humano, y olvidemos la vergüenza de reconocerle su predominio y rectoría en la vida del hombre.

El amor propio

Muchas son las razones para que le dediquemos tiempo a este aspecto de nuestras vidas, ya que no gratuitamente se afirma que "debemos amar a nuestro semejante como a nosotros mismos"

Por esto voy a sugerir algunos aspectos guías que nos permitan manejar el asunto con alguna propiedad

  • 1. Ser nosotros mismos: Nada ni nadie puede modificar esta primera condicionante que nos imprime un sello particular, por lo que debemos aprender a aceptarnos tal como somos, aunque muchos nos dirán que como seres imperfectos e inacabados que somos, estamos supeditados al logro de la perfectibilidad. Con eso estoy de acuerdo y me identifico. Pero, no se trata de ser nosotros mismos para detenernos en el crecimiento espiritual y material, no, se trata de aceptar aquello que no podemos cambiar y transformar lo que sí podemos.

¿Hasta dónde podemos afirmar que la personalidad es genética, y hasta dónde negar tal especie? Cruzar esa barrera, en lo personal, sólo le corresponde a cada individuo, pero la ciencia puede acercarse a ciertas definiciones que concretaría tal especie, dándonos cierta certeza en una dirección u otra.

Aquí lo que nos interesa, por lo pronto, es dejar asentado el elemento que nos permita ser nosotros mismos. Cada uno de nosotros buscará otras fuentes que nos ayude a despejar la incógnita de la superación personal.

  • 2. Buscar en nuestro interior: Pareciera ser lo mismo que lo anteriormente expuesto, y así lo es en cierto sentido. Se trata de seguir la orientación que nace de nosotros mismos, para lograr determinadas metas. Si nos preparamos intelectual, espiritual y emocionalmente tenemos los pilares fundacionales para erigir un magnifico edificio antisísmico. Lo que nos deja poco para pulimentar con las influencias foráneas, cuestión ésta muy buena pues nos aleja de ser influenciados por personalidades en general poco edificantes. Sin embargo, estamos obligados a leer en el libro de la vida, esa vida construida por muchos seres que nos antecedieron y dejaron bagaje de conocimientos y experiencias que bajo ninguna circunstancia podemos relegar

  • 3. El crecimiento que nace desde nuestro interior tiene exquisitas formas de manifestarse, dejándonos placenteramente entregados a un juego personal pletórico de rectificaciones que sólo nosotros conocemos. Eso evita explicaciones que pudieran ser comprometedoras en su momento. Sin duda que al crecer como personas no lo hacemos fuera del contexto de nuestras vidas, sino rodeados de ese mundo que nos es especialmente íntimo. Ese crecimiento adelantado en el seno de nuestra pareja y con nuestra familia toda, considerado por muchos como una invención o intención literaria, no es un virtualismo metafísico sino una realidad que debemos surcan con seguridad y decisión. Pero, ¿es que acaso podemos aspirar menos? Tenía un amigo que solía decirme, refiriéndose a los anhelos personales, algo que se me quedó grabado para siempre: Si vamos a ser pobres para aspirar, entonces si que estamos muy, pero muy mal.

  • 4. Aceptar lo tenido: Querer y tener no siempre se corresponden, dejando espacios que pudieran ser frustrantes. Fíjate que digo pudiera ser desilusionante, no que lo es, porque dependiendo del cómo lo veo y cómo lo acepto, el querer y lograr tener lo veremos sin traumas. Aceptar lo tenido en ningún modo puede ser tildado de conformismo, sino de una posición inteligente que nos ayuda a permanecer con los pies sobre la tierra. No digo que el soñar tenga algo particularmente dañino en sí mismo, pero los sueños deben tener una mínima dosis de probabilidad para que entren en nuestras vidas. Soñar tener un yate o un avión propio, cuando para ello habría que realizar inversiones inalcanzables para nuestra situación financiera, no puede de modo alguno ser considerado como una meta sino como un auténtico sueño, pues las posibilidades de lograrlo no dependen de nuestro talante, sino de un golpe de suerte que nos ponga al alcance de una inversión de tal naturaleza. Si embargo, debo acotar a riesgo de ser tildado de contradictorio, que sin empeño personal las metas jamás llegara, no sólo las alcanzables sino las inalcanzables. Querer es poder, se afirma un tanto publicitariamente, pero ese querer tiene que ir acompañado del hacer para que llegue ese poder tener.

  • 5. Ser feliz: La conquista de la felicidad es un condicionante de nuestra vida, pues vivimos en una constante búsqueda de ella sin darnos cuenta que la felicidad se logra segundo a segundo. Esto es, la felicidad no es una meta sino un modo de vivir. Si esperamos para ser feliz tener todo lo que ambicionamos, muy probablemente jamás nos sentiremos felices. Incluso existen logros que nos proporcionan felicidad momentánea, y pasado el momento se esfuma. Pero nos permitió vivir momentos de felicidad, lo que debe ser un poco el norte de nuestra conducta. No te limites en ella ni le niegues su posibilidad, sólo así sabrás que la felicidad existe para todos y para siempre. Habrá que hacer ajustes y modificaciones en la justicia, pero te puedo asegurar que la felicidad está al alcance de todos.

  • 6. Conservar la vida: Este es el punto de partida para toda obtención, y hasta los animales irracionales poseen el instinto de conservación de la vida. Pero, aún cuando nos suene extraño, el hombre desvirtúa en muchas ocasiones con su conducta este principio fundamental, incluso atenta contra su propia existencia logrando terminar con su vida. No es que sea fácil o difícil conservar la vida, la cuestión es más trascendental, pues estamos en el deber de conservarla a toda costa. Cierto es que toda vida tiene un final natural, empero ese tiempo no definido por nosotros deberá cumplirse, y sólo será así cuando se haya de cumplir. Es un tiempo exacto y no prorrogable. Hasta ese momento, no conocido, estamos en la obligación de mantenernos vigilantes y empeñados en conservar la vida. Claro que llegado el momento nada puede hacerse, pero, ¿cuándo es el momento? Como no podemos responder a esta interrogante debemos estar dispuestos en todo momento a la conservación de la vida. Aquí tengo que referirme incuestionablemente al hecho de que la conservación de la vida propia parte por el respeto que le debemos a la vida ajena. Es punto de partida, es invalorable para que tengamos una filosofía conservacionista sobre todo tipo de vida en la tierra. El cuido de nuestra vida tiene una raigambre indiscutida en el velar por la calidad de vida, que también nos indica esa necesidad de ser servidores y conductores de mejor vida. Estamos en el deber de hacernos una calidad de vida que sea producto de nuestro amor por la vida misma.

  • 7. Hay que aprender a vivir: Saber vivir es un aprendizaje y la escuela es la vida misma. Aprendemos a hablar porque copiamos de otros la forma de hacerlo y, entonces ¿por qué no imitar las conductas de los triunfadores? Formarnos profesionalmente es la herramienta que nos va a servir para desarrollarnos. Esa formación o instrucción puede ser académica o no, pues lo importante es saber usar la herramienta adecuada para cada momento. Desarrollar la inteligencia está demostrado es una cuestión de técnica, por lo que podemos afirmar que el desarrollo está al alcance de todos.

  • 8. Admitir incumbencias: La mente debe estar siempre ocupada, nunca dejarla divagar o perderse en quietudes enfermizas o posiciones alienantes, ya que dominarla debe ser nuestra meta. Hacer lo bueno que quiero y evitar lo malo que no quiero, nos puede permitir una vida sin remordimientos o sufrimientos por penitencias o castigos que nos infringimos inclementemente. Esa responsabilidad, sobre muchas, nos debe señalar indeleblemente y habremos ganado el 99% de una buena y placentera vida. Ser responsable es una actitud, lo que viene después es fácil, y nunca olvidar que lo que a mí me incumbe a mí me concierne, no puedo soslayar nada que sea propio de mi obligación.

  • 9. Ganar tiempo: "Mi mascota el tiempo" es un libro que actualmente tengo en preparación, y aún cuando encierra pretensiones de ser un texto dedicado a los gerentes, en él, como en todas mis obras, se mantiene el humanismo sobre el mecanicismo.

Al explorar ese tiempo expreso

Para muchos el tiempo es un dictador, para otros la vida misma y hay quienes piensan que es un recurso escaso.

El tiempo, llamado "el padre", es una simbiosis de particularidades que combina acciones que producen efectos. Por lo que a todo ritmo nos"impone" pautas; por lo que es vida e igualmente un recurso.

El tiempo es una de las dimensiones cardinales del mundo físico, igual que la extensión y el volumen por lo que fueron, son y serán compañeros del hombre mientras éste exista como ente físico.

Como es un recurso escaso su administración se hace imperativa para que su rendimiento sea acabado, optimizado y, como quiera que en su dimensión nos movemos, resulta incuestionable su medición en términos de actividades programables.

El tiempo no excusa ni exime equívocos, ya que a corrección del tiempo perdido supone la utilización de otro tiempo que logre con eficacia el objeto o fin, es este sentido es un auténtico tirano. Por lo tanto tuvo razón Benjamín Franklin al opinar que "El tiempo es dinero"

Para el hombre de negocio ese calificativo del tiempo le resulta familiar, por lo que no podemos concebir al tiempo fuera de su medición como herramienta indispensable en toda línea de producción. La productividad se basa precisamente en la optimización de los recursos, y siendo el tiempo uno de ello, lo tenemos muy pendiente.

"Mi mascota el tiempo" quiere ser un compendio de discerniendo, opiniones y enseñanzas sobre el valor del tiempo y nuestro comportamiento frente a él; así como la forma para lograr su mejor uso. Serán, eso sí, lineamientos generales y no fórmulas matemáticas sobre las cuales los autores sobre temas como la producción y la productividad han sido realmente profusas.

La experiencia de más de treinta años dedicados a la administración de empresas, se verá aquí volcada como una reseña y una filosofía que han sido norte en mi vida profesional. Espero que de alguna manera te proporcione herramientas y conocimientos sobre un tema que no sólo apasiona a hombres de empresa, sino a todo aquel que se deba al tiempo. Creo que será, en tal sentido, una obra de interés general, pues todos estamos llamados a valorar el tiempo en su justa dimensión.

Pero, más allá de ese tratamiento profesional que le reconozco en la obra, el tiempo está en nosotros siempre y en cualquier actividad o ¿somos nosotros quienes están en el tiempo?

El tiempo, para no llamarlo eterno, es perdurable y disponemos de él según nuestras necesidades, pero, eso si lo usamos integralmente segundo a segundo.

Es pues el tiempo el verdadero combustible de la vida, y aun cuando nos merezca opinión en contrario, es abundante. Lo que ha sucedido es que para mayor comodidad lo hemos fraccionado, utilizando cada fracción para una determinada actividad. En oportunidades no nos "alcanza" para realizarnos integralmente.

Expone usted el tema del amor propio muy acertadamente, y nos recuerda el deber de amarnos primero para dar amor, pero, ¿es que amarnos y valorarnos en este caso son sinónimos?

Sin duda alguna. En oportunidades oímos hablar sobre ese o aquella persona de quien se dice que "tiene peso específico", lo que concluye que no requieren de flores u ornamentos para con sus facultades intelectuales, físicas, mentales o simplemente vivénciales. Quienes así estén formados no sólo tienen el aval del éxito alcanzado en el desarrollo de sus vidas, sino que proyectan un sentido e imagen que son dignos de imitar. Cultivarnos forma parte indisoluble para que esa valorización sea apreciada. No hablo sólo aquí de un cultivar intelectual, sino en todos los órdenes de la vida. No importa cual sea nuestra profesión o campo de trabajo, lo importante es que cualquier tarea la hagamos óptimamente.

Pensemos por un instante en nuestra descendencia y observemos cómo fueron moldeados, al menos en nuestros anhelos, y cuán satisfactorio nos resulta haber asumido tal responsabilidad con ahínco y constancia. Nosotros aportamos nuestro esfuerzo en diversidad de términos para que los resultados fuesen de provecho, incluyendo por supuesto los valores morales, éticos, y para muchos hasta religiosos.

Cuando por alguna razón nos extraviamos del rumbo que hemos venido trajinando por años y la vida nos resulta poco provechosa en términos gananciales, decimos que hemos perdido autoestima y pareciera que la valorización personal la hubiésemos dejado a un lado para abandonarnos mucho o poco en dimensiones no edificantes. Esas situaciones vulneran nuestra valorización y anteponen aspectos negativos que nos hacen daño.

Esa autoestima que es incuestionable blasón para la defensa de la vida toda, es de una singularidad tal que su rescate debe ser inmediato. Estimarnos y amarnos en el justo término es una ejercitación tan insustituible como el respirar, beber y comer.

Valor es sinónimo de los sustantivos alcance y alcanzar, que significan vencer, lograr una meta o cristalizar una idea. El modelo que tengo de valorización presupone triunfo o cometido agenciado y obtenido.

Si yo valoro como un logro lo que acierto proyectar, el modelo deja de ser modelo para convertirse en éxito, y éxito es en definitiva lo que abona mi autoestima; por lo que mi amor propio crecerá como los talentos de los criados que invirtieron el capital dado en préstamo. Ese talento no puedo enterrarlo por miedo a que me lo roben, pues allí bajo tierra puede ser pasto de los gusanos.

Debemos atrevernos y ser irreverente con las incógnitas planteadas, por lo que sin miedo hemos de ir por el bosque aunque la oscuridad nos aconseje prudencia, pues ésta no significa insensatez sino debido aprovisionamiento de audacia y acometividad.

Con constancia frente a la vida lograremos conquista y provecho para nuestra formación, así como valorización de nuestra personalidad. Nosotros como personas nos debemos respeto, y ello sin falsas ponderaciones será la resultante de nuestro empeño. No importa cuan grande sea la meta, lo importante es lanzarnos al camino. Recordemos a Machado: Caminante no hay camino, se hace camino al andar.

Amor, alegría y sufrimiento

El amor debe traducir alegría, si no algo está fallando en la relación que no permite un afecto placentero y gratificante. Nada que hagamos bajo la ausencia de la alegría podrá jamás ser gratificante.

Nada nos debe impedir ver la vida con alegría, aun en las situaciones más terribles, el ser humano debe permanecer alegre. Ojo, no digo que tenemos que estar eternamente alborotados y bullangueros, lo que no es malo, porque asumimos que existen situaciones duras en la vida que nos borran la sonrisa de nuestro rostro, pero ellas en nuestro ánimo deben ser pasajeras, como pasajera es la vida misma.

Contra la alegría existen muchos conspiradores cuyo objetivo es destruirla, uno de ellos es el mal humor, la falta de gracia, la falta de jovialidad y el mal genio, sólo por nombrar algunos de ellos.

Personalmente en ocasiones e intentado reírme de todo lo que me inspire tristeza, pesimismo, abatimiento; claro que no siempre lo he logrado, pero no deja de ser un buen método. Sin embargo, tenemos que estar concientes de aquellas situaciones donde nuestra vitalidad es puesta a prueba, siendo éstas las que ameritan verdadero análisis de nuestra parte. Pienso, por otra parte, que dentro de lo malo siempre hay situaciones peores que pudieran ocurrir.

Por ejemplo, en un accidente de tránsito perecen los padres, dejando tres niños huérfanos.¿ Podemos saber con certeza si lo malo es que murieran los padres o lo peor es que los niños queden huérfanos? Como vemos una situación es consecuencia ineludible de la otra, por lo que siendo malas las consecuencias lo peor es la pérdida de los progenitores.

Cotidianamente digo frente a acontecimientos inesperados y dolorosos, pero de poca monta, que tal vez algo peor se frustro en el hecho venial acontecido. No es que busquemos sedar las aflicciones, sino que las asumamos con el debido tenor, sin minimizarlas, pero tampoco magnificándolas. Dar el justo valor a los acontecimientos nos permite "sobrellevarlos" en su justa dimensión, sin gastar energías en lo que no debemos. Nada más serio que la vida, veámosla con alegría y disfrutemos su tiempo irrepetible.

¿Comparte usted el criterio que la alegría es gratuita?

¿Nos cobran los pájaros por su canto, los árboles silvestres por sus frutos, las plantas ornamentales por sus flores y ornamentos? ¿Se nos cobra el aire que respiramos? Cómo, entonces, cobrar la alegría que proporcionamos y pagar la que se nos proporciona. Definitivamente la alegría es un donativo, un don, se nos da y damos bondadosamente, sin esperar nada a cambio.

Hay quienes opinan que somos hijos de las circunstancias y como tales debe ser nuestra actitud frente a la vida, yo creo que somos hacedores de vida y no una consecuencia de ella. Somos imagen y semejanza de un Creador, no de un administrador de la vida, por lo que se nos permite moldear las circunstancias y no permitir jamás que ellas nos moldeen a nosotros. De otra manera, quiero que se me responda ¿Cómo superar esa circunstancia si no logramos dominarlas?

La gratuidad de la alegría es lo que permite sonreírle a un desconocido, atender desinteresadamente a un semejante, cobijar a un huérfano o a un mendigo. Amar a quien no conocemos y, peor aun, a quien nos adversa o nos hiere; es ver la vida con alegría, una alegría que, para muchos, pudiera serles difícilmente aceptada. Y conste que no estoy hablando de heroísmos ni de sacrificios, estoy simplemente hablando de la alegría, algo sencillo y deseable.

Al antónimo de la alegría es la tristeza, situación que tratamos o, por lo menos, deberías tratar de evitar a todo evento. Si no lo hacemos así cómo podemos entender vivir en un mundo feliz. El amor es alegría, si no entendemos esto los momentos de felicidad se nos escaparán.

Hoy, hay que admitirlo, la sonrisa no es tan común como lo era antes, pero cuando en nuestras vidas la encontramos espontáneamente en alguien, ello me hace feliz. Los adustos parecieran que les están ganando terreno a los a amables. La querella embiste a la concordia; se hace la guerra, porque hay que buscar la paz, lo que es una mentira sólo sostenible por temerarios e insolentes enemigos del bien universal: su excelencia el amor.

Se puede decir o hablar en nombre de la diversidad de culturas, donde todo no suena igual, pero, preguntémonos ¿es distinto el dolor para los musulmanes, que para los cristianos? ¿Para el hombre que todavía vive en una caverna, que para quien vive en un lujoso habitad o en una moderna ciudad? Honestamente creo que el dolor, al menos el físico, es igual para todo ser vivo, incluyendo el hombre. Y perdonen la ironía, pero es que duele pensar y admitir que pudiera ser considerado, hasta en este punto, al hombre como desigual por consideraciones económicas, culturales, religiosas o de cualquier otra índole que segregue al semejante.

Me niego concluyentemente aceptar que el hombre está en este mundo destinado para el sufrimiento, y menos admito que el sufrimiento es la "carta aval" para ganarnos la vida eterna, ofrecimiento gratuito que nos viene dado por nuestro Padre bueno, Creador de todo lo excelente y admirable.

El sufrimiento es hechura del hombre, él es responsable de esa crueldad y de esa estupidez. Por nada en el mundo acepto que las calamidades, tanto natural como provocadas, que viene siendo casi lo mismo, son castigos de un dios que nos quiere, ese dios no es mi Dios. Admitir pues nuestra culpa en este sentido es el paso fundamental para que podamos acabar con el sufrimiento humano.

Revisar nuestra falta de amor para con el semejante, factum inaplazable, es examinar el sufrimiento mismo de los seres humanos condenados al hambre, a la inopia, al escarnio, al abandono, al pecado, y por ende a la muerte prematura.

Corregir nuestra falta de amor frente al adversario político; frente a quien no piensa ni comparte nuestra fe religiosa igual o sostiene su agnóstica postura, es una cuestión que el hombre no puede ni debe retardar su inicio.

El hombre posee todo para convertir la vida en felicidad, en dicha, en holgura, en certidumbre y, finalmente, en gloria eterna.

El castigo, que como ya he afirmado no nos viene del Padre, nos lo infiere de manera vil nuestro egoísmo, y por eso que llamamos carácter, y que nos empeñamos en blandir con aquel "yo soy así" El ser así no nos autoriza para despreciar, para teñir de negro los días de mi familia o de mis amigos, o para amargarle la existencia a los hijos o a cualquier desconocido que tenga la suficiente desgracia de toparse inadvertidamente con nuestra personalidad extraviada de la buena conducta societaria y cristiana.

El hombre con su desidia ha permitido que se originen enfermedades, epidemias, endemias y, peor aun, ya vencidas por medio de su avanzada ciencia inspirada por Dios, permite su regreso en nombre de la insensata mezquindad y desprecio por el hombre mismo. Ha llegado al colmo de fabricar armas que envenenan el aire que respiramos, el agua que bebemos y la comida que comemos. ¿Es tal horror creíble? ¿Es acaso aceptable?

¿En nombre de cuál dios, tótem, ideología política, filosofía o misteriosa deidad se puede someter al hombre en su libertad, y sobre todo negarle su condición de privilegiado de la tierra?

Y esta no es sólo una crítica al cosmopoliticismo violento de los fanáticos que ven en la política un medio de venganza social; ello va también con quienes revestidos de alguna autoridad ven en su correligionario o hermano un ser inferior por ser menos cultivado que ellos. Cuidado especialmente con esta última conducta, porque ella está corroyendo desvergonzadamente la fe de los más humildes, preferidos del Señor, nuestro Dios.

Nuestra sabiduría, si así puede llamarse la ventaja cultural y académica que podamos tener, no es una patente de corzo que nos autoriza destruir a los demás; a ver en ellos personas disminuidas o atrasadas. Esto no es así de ninguna manera. Los conocimientos adquiridos en la forja de la vida nos permite ver con relativa mejor claridad algunos elementos que sustentan cuestiones vitales en el desarrollo del hombre, pero de ninguna manera es pasaporte para cruzar cualquier frontera, con la innoble tarea de subyugar al ser libre, y me refiero al yugo tanto material como espiritual.

Cuando hablamos de sufrimiento estamos hablando de condicionantes; de conductas atávicas que suprimen voluntades y minimizan prosperidad, desenvolvimiento y evolucionismo. Sujetarnos a los sufrimientos es perder la vida, permitiendo que la pesadumbre invada terrenos donde tendría que brillar la felicidad.

El sufrimiento, por otra parte, es una refracción negativa que alcanza un desarrollo inimaginable y contagia el entorno. Con él hacemos padecer a la familia y a los amigos, construyendo a mí alrededor una atmósfera nociva que aleja no solamente a la gente, sino a los éxitos que debemos de manera "normal" alcanzar. No estoy aquí hablando de esoterismo, sino de una verdad que está al alcance de todos. Actitud mental positiva, que no es otra cosa que la fe, es el primer paso que nos libera del sufrimiento, y con valor hacerle frente a los conflictos inevitables por nuestra propia condición de imperfección. Aquí el amor que recibimos, así como el que retribuimos, es vital para limpiar la negatividad propagada.

El temor y el sufrimiento van de la mano, parecieran padre e hijo empeñados en un sendero amargo y quebrajoso. Pues bien, ambos no tienen la más mínima oportunidad frente a la decisión de verlos pasar por nuestras vidas como saetas que no detienen su tránsito. Sabiduría es afilar el hacha roma, como sabiduría es también mantenerla preparada para cortar las plantas parasitarias que quieren invadir nuestro sistema vital. No le des oportunidad al sufrimiento, es un pesado que no vale la pena conocer. Y si llegamos por error a conocerlo, lo despediremos raudo por pestilente.

Cuando habla de sufrimiento envuelve usted la solución en amor y sabiduría, incluso utiliza el hacha para talarlo ¿acaso es posible por nuestra sola voluntad erradicar el sufrimiento?

El sufrimiento es una especie de demonio, pero no un demonio surgido de las oscuras profundidades azufradas del infierno. El sufrimiento es una creación del hombre, tal como lo apunté, y lo mantenemos gracias a la actitud mental negativa que asumimos frente a las dificultades que de seguros tenemos que resolver. Aquí podemos recordar lo que Jesús nos enseñó: Hombre de poca fe, por que dudáis

William Parker y Elaine St. Johns en su libro "La oración en la psicoterapia" nos hablan de los cuatro demonios que son los principales agitadores del inconsciente personal. El temor, la culpabilidad, los sentimientos inferiores y el odio; en resumen: El sufrimiento. Todos y cada uno de estos "demonios" nos llevan directamente al agotamiento, al aislamiento y a la muerte espiritual, mental y física.

El hacha es un simbolismo necesario para expresar nuestra decisión de no permitir que esa planta parásita -el sufrimiento- invada nuestro roble fuerte y erguido. Ninguna otra voluntad, distinta a la nuestra, será capaz de erradicar estos demonios que nacen en nuestra interioridad mental.

Si somos temerosos no podremos jamás enfrentar cara a cara el problema y nos alejaremos de la solución. Si la culpabilidad nos hace prisionero, nunca aparecerá el perdón hacia nosotros, y mucho menos hacia nuestros semejantes. Si el complejo de inferioridad nos invade, seremos un fracaso inevitable, pues nadie que se sienta inferior podrá nunca hacerle frente a detractores y sanguijuelas que nos devoran vivos. Si permitimos que el odio (amor extraviado) tome nuestros sentimientos, habremos dados el paso decisivo para que nunca jamás tengamos paz en nuestros corazones, en nuestras vidas. Habremos terminado en un fracaso absoluto.

Pero quiero por último decirles algo vital: Si somos capaces de perdonar habremos logrado el 99% del éxito en la vida, pues el 1% restante lo representa: el olvidar. Utiliza estas dos herramientas, y la magia de la prosperidad, la alegría y el amor invadirán tu existencia.

No olvides que el amor sólo será en ti, mientras esté vivo en los semejantes. Amarnos los unos a los otros es la clave. ¿Cómo hacerlo? Simplemente amando.

Bien-hacer

Lo contrario del sufrimiento sería el bienestar, que es algo así como el bien- hacer.

Si reconozco en mí la voluntad creadora de un ser superior ¿por qué soy tan incompleto para ejecutar bien lo que quiero hacer bien, y no hacer mal lo que quiero hacer bien? No, no es un trabalenguas, es el reconocimiento a mi propia torpeza de no usar la herramienta del bien-hacer, porque potenciar mis cualidades bienhechoras me permitiría doblegar el egoísmo, fuente que alimenta toda limitación humana y, posiblemente, responsable de incubar el mal-hacer.

Ese bien-estar producto del bien-hacer, contrarios al mal-hacer y al sufrimiento nos provoca una condición de gozo que induce satisfacción y plenitud de vida.

Tropiezos, claro que tendremos tropiezos; dificultades, claro que las habrá; contratiempos, estarán a la orden del día, pero ellos no serán más que barreras que saltar, obstáculos frente a los cuales debemos estar preparados y entrenados para vencerlos o, ¿son imposibles por lograr?

Tu y yo sabemos -lo hemos hecho- que la vida es de esa manera, los escollos serán más o menos fuertes, pero allí estarán como para probarnos en nuestra voluntad y coraje; la consigna es vencer, nunca fracasar.

Si somos capaces de acometer tareas con diferentes grados de complicaciones, nos iremos acostumbrando a ellas y también a las soluciones.

Yo no tenía ni idea de cómo reparar un conmutador de electricidad -los llamados "ticinos" (por su marca)- pero cuando abrí uno y me enteré de su mecanismo, entonces guardé los que se dañaban hasta que pude armar (reparar) uno con las piezas buenas de otros. Ya nunca más los desecharé de buenas a primeras, sino que los examinaré y guardaré aquellas piezas que estén en buenas condiciones.

Cuando me di cuenta que mi carácter era el culpable de ciertos fracasos en mi vida, me propuse ser menos iracundo y más moderado. No digo que ha sido fácil, pero le estoy haciendo la lucha. Pudiera decir que acometer un cambio de carácter en una escala de complicación que iría del 1 al 10, se ganaría fácilmente un grado 8.

Pensé que era hasta divertido ir revisando la vida desde un atalaya graduado por espacios establecidos: No contestar una ofensa sería de una complicación grado3; mientras que pedir perdón por algo más o menos grave se tropezaría con una complicación grado 5, y así sucesivamente. Claro que esta graduación es totalmente arbitraria, personal y aleatoria, por lo que no pretende ser científica, pero sí de utilidad para tener una escala de valores que me indique cuánto "sacrificio" me costará el lograr un mejor-hacer o un definitivo bien-hacer. Pienso que cada uno de nosotros puede tener su propia tabla e ir aplicándola como una herramienta de superación.

Inventariar los acontecimientos importantes de la vida, lo que tiene su desagrado pero también satisfacciones, nos ofrece la ventaja de modificar conductas. Porque así como tenemos malos hábitos, éstos pueden ser sustituidas por buenos, más nunca a la inversa.

Debemos a toda costa evitar los círculos viciosos, como por ejemplo solventar violencia con violencia; ofensa con ofensa: ojo por ojo y diente por diente (la famosa ley del talión) Nunca una actitud negativa como las mencionadas, me dará la satisfacción de un bien-hacer, sino el sabor amargo de un muy mal-hacer.

Las particularidades mencionadas, tales como tabla de valores; modificación de hábitos, evitar círculos viciosos, etc., los menciona usted como herramientas para un bien-hacer ¿No son estos elementos formativos de nuestra personalidad? Y, ¿Qué hacer si no podemos lograr que los otros modifiquen, al igual que nosotros, el carácter, los malos hábitos, las acciones abusivas, etc.?

Estupenda pregunta que me facilita el camino para ser más exacto y prolongado con este tema del bien-hacer.

La personalidad es el universalismo más usado por el hombre para justificarse o, mejor, para permitirse el "lujo" de hacer lo que a bien le venga en gana…

Así podemos distinguir al menos tres "variedades" de personas cuyas características cognoscitivas, afectivas, volitivas y físicas desarrollan un determinado patrón de conducta que les permite distinguirse uno del otro. El introvertido es egocéntrico y aislado; el extrovertido es participativo y sociable y el de doble personalidad que se debate entre dos aguas. Claro que a esta opinión no le anima la más mínima pretensión científica, pero nos ayuda en la tarea de demostrar que el hombre manipula su accionar social bajo la conducta de una supuesta o auténtica personalidad que lo marca como persona.

No pongo en duda que los rasgos de conducta son determinantes en los ajustes sociales del individuo, pero ello, sin embargo, nos debe conducir con sumo cuidado al conocimiento de ciertas conductas manipuladoras de quienes valiéndose de tales características pretenden sacar ventaja, bien haciéndose la víctima, o los muy simpáticos que no vuelan por no enredarse con los cables.

Cuando desarrollamos conductas dentro de los rangos de normal aceptación social, nuestra vida debe discurrir en un bien-hacer poco discutible, diría, de asentimiento general. Sabemos que lo "normal" puede ser cuestionable según el criterio que se quiera aplicar. Pero, y sin adentrarnos en una poco edificante controversia, tomaremos como normal todo aquello que se ajusta a ciertas pautas fijadas de antemano, algo así como las "reglas del juego" que debemos aceptar y cumplir si queremos "jugar"

Nosotros aportamos, por lo tanto, nuestra presencia dentro del ámbito societario y allí intercambiamos prácticas que conllevan aptitudes y actitudes que generan acciones de un bien-hacer o de un mal-hacer. El acierto positivo o negativo dependerá de cómo y por qué ejecutamos dichas acciones, así como de qué manera serán recibidas, aceptados o rechazadas de acuerdo a lo bueno o malo de su contenido, y según la apreciación de quienes la reciban. Dicho de tal manera pareciera más complicado de lo que es en realidad, ya que la mayoría de nuestras acciones comportan situaciones llamadas rutinarias que cumplen cometidos ya previstos.

Por ejemplo, al adquirir un bien o servicio lo previsto es que se cancele el valor o monto pactado o sugerido por la contraparte. Aquí no cabe la menor duda de cual es la conducta de los dos actores, y ambos están cumpliendo su rol de bien-hacer. Pero cuando se trata sobre el decidir la compra de un bien mayor, por ejemplo una vivienda, es obvio que habremos de analizar el tema de manera concienzuda con nuestra pareja, con la finalidad de lograr una decisión consensuada. Si logramos ponernos de acuerdo estaremos ejecutando una acción de bien-hacer, pero si alguien impone su criterio estaría sumergido en una acción de mal-hacer, sobre lo cual tendrá, posiblemente, que rendir cuenta más tarde.

El bien-hacer que tiene repercusión debe ser ejecutado la mayoría de las veces en consenso con diversos actores, pues al estar condicionando intereses estaremos decidiendo por otros, y estas acciones no son nada fáciles a menos que sean consensuadas. Existe la posibilidad, sin embargo, que nuestra decisión sea absoluta y personal dada la característica que le envuelve y su no-afectación de terceros.

Nosotros no podemos empeñarnos y mucho menos intentar presionar para que los demás cambien de carácter o logren imponer buenos hábitos sobre los malos. Bástanos con que cambiemos nosotros. Quizás los demás nos sigan o nos copien.

Al afirmar lo anterior tendríamos que asumir de manera personal esta recomendación para que cada cual juegue su rol y el bien-hacer sea la prodigiosa conquista por un mejor vivir y una insuperable calidad de vida.

De todas formas no debemos olvidar que la vida es personalísima y, siendo de tal manera, así debemos vivirla. Esta actitud no desvirtúa el carácter societario del hombre, sino que le permite dentro del conjunto establecerse como individuo que decide y procede según sus propias características físicas y psicológicas.

Educando a papá

Los padres fueron primeros hijos para luego ser papás.

No crean que afirmo esto con la insana intención de fastidiarles la paciencia con una frase indiscutible, pero es que si paseamos nuestras imprudencias por el tamiz de dos generaciones, nos encontramos con que la experiencia vale menos que una cuarta de café, azúcar o leche. ¿Será tal afirmación cierta?

Alguno de mis viejos amigos me narra la siguiente anécdota.

Un joven le dice a un viejo:

-Quisiera tener la edad que tengo, pero con la experiencia que usted tiene.

Y el viejo de contestó: ¡Serías un desgraciado!

Quizás sería bueno preguntarnos cuál es el significado, al menos gramatical, de eso que conocemos (¿conocemos?) como experiencia.

>El diccionario nos indica que experiencia es la: Enseñanza que se adquiere con la práctica.

Al fijarnos el diccionario esta definición nuestra mente nos lleva a los valores de: teoría y práctica. Todos sabemos la diferencia que existe entre un conocimiento teórico y uno práctico, y esa diferencia es precisamente lo que marca la pauta de la experiencia.

Constatemos con el mismo diccionario sobre el significado de teoría: >Síntesis comprensiva de los conocimientos que una ciencia ha obtenido en el estudio de un determinado orden de hechos.

Si unimos ambos significados obtendríamos más o menos la siguiente conjetura: El aprendizaje sólo es posible bajo el conocimiento de la teoría, una vez corroborada la misma con la práctica. ¿Por qué tal cosa? Porque teoría no corroborada, teoría sólo figurada. Y se preguntaran ¿qué tiene que ver todo este enredo con el amor? Y, más todavía, con su Excelencia el Amor.

Como lo afirmara Fernando de Rojas, autor de La Celestina, "Obras son amores, que no buenas razones", lo que nos indica que si la tendencia hacia el amor no se pone en práctica, el deseo de hacer el bien se quedan en sólo "buenas razones"

La vida se construye sobre una sucesión de hechos, donde el virtualismo es realismo y no supuestos, por lo que ¿estaría impedido de apoyarme en bastones para salir avanti?

Nuestro deber es construir un mundo donde el amor sea una realidad y no un supuesto; donde las acciones, que hacen corazones, suplanten las buenas razones, teoría de las buenas obras.

El hombre en esta materia debe no hacer la revolución, sino ser la revolución. En él están cifradas todas las esperanzas que avizoran tiempos nuevos, siempre y cuando el desierto sea sembrado y regado con las acciones de los amores que hacen obras inextinguibles.

El hombre se ha equivocado creyendo que debe hacer revoluciones que cambien sistemas de gobiernos o creando nuevas ideologías para un mundo diferente al actual. La única revolución necesaria es aquella que entierre al hombre viejo y permita que nazca el hombre nuevo. El amante, el soñador, el convincente, el sabio, el hermoso, el magnifico o sólo el hombre, aquel que fuera creado a imagen y semejanza de Dios. Aquí quiero advertir algo. Cuando hablo de hombre viejo no me estoy refiriendo a la edad cronológica del individuo, sino al cúmulo de aprendizajes y hábitos que aun perdurando en el tiempo, señalando puntos de vistas superados o conductas antiguas fundadas en hechos o teorías ya pasadas de moda. Es bueno señalar, sin embargo, que lo atinente a la moral y la ética debe verse con sumo cuidado, pues desde Moisés a nuestros días los Diez Mandamientos tienen una vigencia abismal frente a teorías o conductas que rompen con la Tabla que sigue siendo un portento de ética y moral

Este capítulo que titulé "Educando a papá" se ajusta a una realidad desde donde debe partir esa patria nueva que todos soñamos, aquella comparable con lo que conocemos como "paraíso", y donde la palabra igualdad no la conociéramos porque tampoco conoceríamos su antónima.

Allí seríamos, y ello bastaría y sobraría como esencia de lo que es, de lo que queremos, de lo que tendríamos. Sólo un comienzo si tomamos en consideración la inteligencia del proponente.

Cabe preguntarnos a estas alturas de la civilización (¡!) ¿Qué hemos ganado con tanto desamor? ¿Por qué no experimentar, entonces, con el amor?

Aquí podemos recordar lapidariamente la literatura sapiencial: ¿Hasta cuándo, tontos, les gustarán las tonterías? ¿Hasta cuándo orgullosos, tendrán ganas de burlarse? Necios, ¿hasta cuándo aborrecerán la verdad? (Prob. 1,22)

Por eso, "Feliz el hombre que ha hallado la sabiduría, dichoso el que adquiere la inteligencia" (Prob. 3,13)

Quiso hacernos ver que en el capítulo anterior anduvo usted por las ramas, pero ninguno como en éste ha hablado con tanta transparencia. Educando a papá sugiere revisión ¿existe un método para revisar la vida?

De qué vale revisar la vida si al final continuamos siendo los mismos, ahoyando en análogos errores y "lustrándonos" con las idénticas malas costumbres. Al auditarnos debemos poner en blanco y negro todo lo que de alguna manera nos cause desasosiego, culpa o remordimiento, y tal auditoria conlleva la corrección, pues si no lo hacemos jamás nos cuadrarán las cuentas. Esa auditoria debe ser exhaustiva a tenor de cubrir aquellas normas transgredidas que nos causan problemas con los patrones de aceptación general.

Si eres católico con una buena confesión bastaría para quedar como nuevo, sabiendo que acude a esa reconciliación con la prelación de haber pedido perdón al hermano que ofendí o le causé algún daño, bien por omisión como por acción.

Al examinarnos, si bien es cierto que debería ser de la manera más exhaustiva como lo recomendé, no podemos ni debemos ser severos hasta llegar a causarnos daño. Para que funcione el perdón lo primero que tenemos que hacer es perdonarnos; ese auto perdón y cualquier otro significará olvido.

Nada de flagelaciones físicas ni, mucho menos, mentales pues sólo un atrasado se le ocurriría tales atrocidades. Les puedo asegurar que Dios no nos pide que nos martiricemos, sino que rectifiquemos, pero que sea para siempre.

Sabemos que las solas fuerzas personales no son suficientes para hacer una vida apegada a la ley de Dios, por ello tenemos a ese Hermano mayor que está presto a tendernos la mano en auxilio, y Él quiere que le aprovechemos es su pasión favorita, cual es, ayudarnos

Por otra parte, la ayuda profesional jamás hay que desdeñarla, y si es que le llegáramos a necesitar la debemos buscar con la frente erguida, pues jamás hemos conocido al hombre perfecto.

Un buen terapeuta está en capacidad de guiar y convenir nuevas normas de comportamiento, ellas estudiadas logran una "normalización" de las relaciones. Cuando utilizo el término "normal" siempre lo ubico entrecomillado, pues lo normal depende de muchas variables; donde estaría implicadas características culturales, educativas, sociales, religiosas y todo aquello consustanciado con la personalidad y hasta con el gusto.

Revisarnos sicológicamente no necesariamente implica alguna anomalía mental vinculada a nuestro comportamiento, sino que estaríamos haciendo el esfuerzo del crecimiento, y este no sólo es cultural y educativo, sino también como persona humana.

Ahora bien, cuando nosotros tenemos la suficiente capacidad de adaptabilidad normativa, y nuestra acción y conducta se rigen por un modelo social, cultural o religioso, es más sencillo concebir un hermoso trato con quien nos rodea.

A la luz de la vida es como logramos crecimiento, adultez e identificación con los sentimientos más preclaros del hombre. Sólo los seres vivos son capaces de formarse y reformarse; de desarrollarse y crecer inconmensurablemente. La perfectibilidad, siempre lo he dicho, está al alcance de todos y, al igual que la santidad, la perfectibilidad es obra de vivos y no de muertos.

No es con la muerte como vamos a lograr ser santos, sino con nuestra vida; con la vida movida hacia el servicio, pero incuestionablemente inmaculada. Que no es fácil, eso ya lo sabemos; que cuesta y es causa de esfuerzo, ya nos percatamos, pero ello será difícil en la medida de nuestro esfuerzo. Mientras veamos y vivamos la vida con sencillez, tendremos caminos de transito fácil, y cuanto más complicada hagamos la vida en cuanto a la búsqueda de la verdad, más azarosa se nos hará.

Creo que la mejor manera de lograrlo es dejarnos llevar tan mansamente como nos sea posible, sin claudicaciones ni alienantes postraciones, pero tampoco con vanidades, cuestionamientos a la fe y torpes enfrentamientos con los misterios.

El velo de la ignorancia será develado, pero ello se tomará el tiempo indicado, no más; pero tampoco menos. Cuando un ciego de nacimiento llega a ver, le tomará su tiempo aprender a conocer y valorar aquellas cosas que sólo conocía por tacto o referencia.

Hoy conocemos más de nuestra fe que hace quinientos años, y mañana sabremos mucho más que hoy, esto, sin embargo, no será posible si cerramos las vías que nos llevara a la luz. Con tranquilidad y paciencia la sabiduría se volcará sobre nosotros. Mientras más rebeldes nos mostremos, más obtusas serán las conclusiones de las que nos servimos o alimentamos, puesto que ninguna rebeldía construye, sino que destruye para luego intentar reconstruir lo que antes destruimos, pero según nuestro conocimiento y fuerzas.

Aprender de la vida revisándola, es tan sabio como afilar el hacha cuando está roma.

¿Cuánto vale para ti la vida?

Esta pregunta sólo puede tener una repuesta, y ella la dará la lógica Aristotélica. Por lo que arguyendo un silogismo clásico, diría que la vida vale mientras sea vida, y ello no se refiere sólo a la existencia animada, sino a la calidad de esa vida y su propuesta de felicidad como fin último transitable.

Esa vida, que la veo, siento, considero, valoro y respeto como irrepetible, es única e inigualable, y nadie podrá jamás vivirla por mí, pues he de asumir esa responsabilidad desde el momento mismo que fuera concebida.

En tales términos la vida es valorable porque le hemos asignado valores que la dignifican y le dan propiedad fundamental para que todo lo que nos atañe sea signo de buena vida.

Debemos entender la vida como un tejido conectivo que amalgama lo personal con lo social, lo transitivo con lo conquistado, lo exitoso con el esfuerzo y la prosperidad con la intencionalidad. De nosotros depende ese ¿cuánto vale la vida? que propongo como enunciado. Y algo más importante, en ocasiones de nosotros dependen también aquellas vidas dadas a nuestro cuidado por diversas circunstancias.

La vida es una secesión de acontecimientos que van llenando los días de nuestra existencia, por ello es importante que los instantes sean medidos y valorados en su exacta dimensión. He afirmado que la felicidad no es una meta sino un camino, de entender esto dependerá que hayamos vivido y no simplemente vegetado. Es de importancia vital que entendamos, así mismo, que la vida posee todo lo que somos y el ignorar una cuestión tan significativa nos hará ajenos a nuestra propia vida. Siendo así ¿qué caso tendría vivir sin motivación?

Vida es actualidad pero es también futuro, y este último está íntimamente ligado a la esperanza de una mejor calidad de vida. Proyectar la vida con naturalidad, pero sin descuidar detalles que pudieran alejárnosla abruptamente. Y no me refiero sólo a la vida física, aunque sí dentro de ella, porque me refiero a la vida como conjunto de actos y propiedades que le dan valor a la existencia. La palabra clave de la vida es: Luchar. Nada será imposible si nos proponemos luchar por ello, y aunque tropecemos mil veces, mil veces hemos de levantarnos y continuar el camino. Con ánimo, con entusiasmo, con valor y gallardía. Nada no hace crecer más que los obstáculos, ellos son en muchas oportunidades el acicate para seguir en la empinada cuesta de la vida. Nada de tristezas y melancolía, ellas enferman la mente y una mente enferma sucumbe más temprano que tarde. Existen opiniones que niegan la posibilidad del colapso nervioso, sin embargo, los acontecimientos que nos acusan estrés y presión nerviosa invaden nuestra armonía mental, produciendo ansiedad y depresión. Así es que si nos proponemos una calidad de vida satisfactoria, la podemos lograr con tenacidad y lucha.

La vida es biológica, una vez terminada la vida biológica nada queda de esa máquina maravillosa que es el cuerpo humano. Pero, ese cuerpo fue depositario de una alma inmortal, de un espíritu imperecedero que alojado en nosotros me hizo vivir la mortalidad del cuerpo junto a la inmortalidad del alma.

¿Opina usted que la vida, privada de calidad no vale la pena vivirla?

La vida hay que entenderla en su vitalidad, pero también en su comodidad, lo que, sin embargo, no obsta para denegar de ella. Es por lo que tenemos que mirar con sumo cuidado cuando hablamos de las comodidades de la vida. La calidad de vida no depende simplemente de que tengamos satisfechas las condiciones mínimas, sino tener en ella el cúmulo de satisfacciones que permitir un disfrute de lo esencial, sin menospreciar aquellos elementos que adornan y hacen más placentera la vida. No tenemos que despreciar lo que de alguna manera se le llama frívolo o trivial, porque también forma parte de la vida lo superficial. Con esto no digo que la frivolidad es atributo de la vida, sino que con lo frívolo o si él la vida vale la pena vivirla.

En esta apreciación que indudablemente tiene carácter subjetivo, se aprecia un estilo de vida que determina necesidades y costumbres, así como aspiraciones y metas. Los estilos de vida están subordinados a lo cultural, a lo social y a lo económico, siendo tales condicionantes propios de los diferentes estilos de vida.

La salud, por ejemplo, priva enteramente sobre la calidad de vida y es un condicionante fundamental para que vida sea placentera. Cuando la salud se ausenta de nuestro organismo podemos, no obstante, lograr cierta calidad de vida a través de tratamientos farmacológicos que nos ayudan a resolver ciertos desajustes, y de la misma manera podemos recurrir a la psicoterapia o cualquiera otra terapia que nos ayuda mentalmente a soportar estados privativos de una salud integral.

Pero, algo debemos tener presente, y es que, la vida con sus inconvenientes sólo logrará ser un tormento si nosotros lo permitimos. Aquí es donde funciona un estado pre-positivo ante la amenaza pre-negativa de los acontecimientos.

La cuestión estriba en nuestra disposición de luchar contra la negatividad de los hechos por medio de una acción aptitudinal que marca acciones para sobreponernos a las vicisitudes o privaciones, ya que estamos en la obligación de buscar soluciones y nunca doblegar nuestra voluntad ante un hecho negativo. ¿Difícil? Es posible, pero nada ganamos si no lo intentamos. Quedarnos con los brazos cruzados y no hacer nada dejando que el tiempo resuelva, sólo nos traerá frustración y una carga negativa que ensombrecerá nuestra vida.

A estas alturas del libro quiero hacerte una pregunta, amigo lector: ¿He inventado algo nuevo para ti? O, ¿sólo me he permitido escribirte lo que ya tú sabias? Creo honestamente que la segunda interrogante es a la que le darás una respuesta positiva.

Y, ¿Por qué esta reflexión ahora, en este punto del libro? Porque los temas que veremos a continuación son esencialmente trascendentales para lograr un crecimiento personal que tiene que ver con tu bagaje cultural y formativo. Debes sacar de ti lo mejor para que esta "segunda" parte del libro te sirva como conductor y consiga extraer de ti ese extraordinario ser que eres.

Una pieza clave: El perdón

Los seres humanos por inacabados somos erráticos, nos equivocamos con frecuencia y somos dados a insistir sobre el mismo error, como dicen, somos los únicos seres vivientes que tropezados dos o más veces con la misma piedra. Pero, y a pesar de ser así, nada nos obliga a permanecer por mucho o todo el tiempo sobre la charca, porque los errores son eso charcas que deben ser secadas y convertidas en tierra fértil donde sea posible la vida armoniosamente.

Como nuestro enfoque se basa en el amor, sería imposible dejar de ver los errores desde ese atalaya que hoy llamamos Su Excelencia.

El amor puede ser analizado, estudiado, investigado desde todos los puntos de vista que se nos antoje, pero existe uno en particular donde se siembra de manera definitiva y donde se crece hasta el infinito, me refiero a la clave de toda relación humana: El perdón.

Para quien quiera buscar paz verdadera y duradera, el perdón le debe ser todo; sin él nada logramos. Perdón y olvido son palabras inmensas que están llenas de sublimidad, pero también de coraje; son acciones difíciles, pero no imposibles; dejan poco margen a la especulación y nos colocan frente a la verdad. Perdonar y olvidar son piezas claves en las relaciones humanas, sin estas resulta imposible vivir. El infierno de una vida dedicada al remordimiento por nuestros errores sólo es comparable, digo yo, al odio in calificado de un hijo. Ese remordimiento debe dejarlo pasar; que se ocupe el tiempo que todo lo repone, como la ola borra la figura impresa en la arena a la orilla de una playa. Ese perdón y olvido practicado para con nosotros, ha de ser igual magnitud para todos y hacia todos. Podemos hablar de justicia, de sanción, pero también hemos de hablar de perdón y olvido. Nada fatiga más que el rencor y el recuerdo de la ofensa; nada hiere más que la manipulación de nuestros errores para infringirnos un castigo a destiempo o para justificar acciones injustificables.

El gran amanecer del hombre sólo será posible tras la forja contumaz que calque sobre su corazón y sobre su alma la misericordia infinita de su Creador. Ese amanecer es posible si estamos en disposición de amar, y por lo tanto de perdonar.

Pero perdonar, que es más grande en su dimensión humana que el olvido, será posible siempre y cuando lo estimemos como forjador de felicidad. Es necesario perdonar para poder ser dignos de pertenecer a la sociedad, pero no la sociedad vista únicamente como ese conglomerado regidos por normas éticas, morales y religiosas, sino aquella que nos corresponde de manera sicológica. Ojalá podamos darnos cuenta algún día del terrible daño que infringimos, y nos infringimos, cuando somos incapaces de perdonar. La vida no dura una eternidad, cómo hacer durar en nosotros el recuerdo de un agravio sin perdonarlo.

Miren, cuando decidimos no perdonar y guardarnos dentro de nosotros el rencor, permitimos un envenenamiento paulatino de dos o más vidas, lo que terminará destruyendo miserablemente a una o varias personas.

Por eso vemos en las novelas dramáticas que el personaje que inspira el odio, la rencilla, el rencor y siembra la temática con ese halo de desdicha, termina siendo castigando hasta con la muerte. Pero, esa muerte no repara el daño que causó y que quedará indeleble en las victimas.

Las ofensas que inferimos van directamente proporcionales unidas a la dignidad de los hemos ofendido, y me refiero que las ofensas tengan grados dependiendo de la persona ofendida, me refiero al tipo de ofensa que hemos sido capaces de inferir. Más claro todavía: si tengo una diferencia con alguien y esa diferencia la quiero remediar matando su masota preferida, tienen un grado de gravedad evidente, pero si en lugar de matar a su mascota, elimino físicamente con quien tengo la diferencia, indudablemente que el daño es diametralmente distinto, desde el punto de vista humana y legal. Con toda seguridad al matar la mascota sería reprendido por las autoridades en la medida y grado de mi actitud, pero nada comparable sería el castigo en el segundo caso. El grado e indignidad del hecho cometido, dada la gravedad del mismo, merecería un castigo diferente. Y es que, haciendo a un lado los motivos, el objetivo determina la gravedad del crimen o la ofensa.

Es como el caso del suicidio. Y aquí quiere decir algo sobre el mismo, pues quien es capaz de atentar contra su vida, tenga "éxito" o no, es capaz igualmente de atentar contra la vida de su semejante, pues aunque son vidas diferentes, se atenta contra la persona humana y su existencia, lo que no está ni estará en nuestras manos resolver. Cómo resolver una culpa como el suicidio, si ya quien lo llevó a cabo no existe. Ya no es posible pedir físicamente perdón por el crimen cometido, quedando para suicidad el sólo rendimiento de sus cuentas a quien en definitivamente le corresponde e perdón llamado "magnifico" Claro que aquí también debemos perdonador, pero ese perdón llegará de manera espiritual y nunca material para quien cometió la ofensa suicida.

Pero además de todo esto, la ofensa que origina por nuestra parte el perdón va unida, igualmente, a nuestra propia dignidad. Yo digo que todo se puede perdonar, pero estará en cada uno de nosotros, de nuestra dignidad, hasta donde somos capaces de elevar el perdón.

Por otra parte el perdón tienen para cada cual sus propias condicionantes, venidas, como lo es por ejemplo, el aprecio que podamos sentir por el perdón y el olvido de la ofensa

Los escritores se las ingenian para presentarnos un final "feliz", pero en el sabor del espectador quedó grabada la maldad que prodigó el personaje ruin y perverso. Esto, sin embargo, no justifica el odio, el rencor ni el resquemor, como tampoco, el no dar el perdón.

Señala usted al perdón como una pieza clave y discurre sobre el tema con magnificencia, pero, los errores suelen causar hondas heridas de difícil curación, pues a diferencia de las heridas infringidas en la carne, las heridas dejadas por la ofensa se alojan muy dentro de la psiquis o del corazón y el alma, si así lo prefiere ¿Qué hacer entonces con ese sufrimiento que muchas veces duele más porque queremos demasiado a quien nos ofende? Pero, como si fuera poco perdonar, nos propone también olvidar ¿Cabe en el hombre tal disposición?

Si estas dispuesto a perdonar tienen necesariamente que aprender a olvidar, pues si no olvidas el perdón le llega al eximido, pero no a ti. Amar y dejarnos amar es la clave.

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