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La escatología cristiana y su significado

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    1. La escatología cristiana y su significado
    2. La escatología en el Nuevo Testamento
    3. Cristo como acontecimiento escatológico para la humanidad, el mundo y la historia
    4. La escatología y su relación con la cristología o dimensión cristológica de la teología
    5. La escatología y su relación con la antropología
    6. La parusía de Cristo
    7. El juicio escatológico. ¿Salvación o condena?
    8. ¿Qué pasa después de la muerte?
    9. Resurrección de la carne y vida eterna
    10. San Pablo en Grecia
    11. Conclusión

    Introducción

    Muchas veces, a solas o en compañía, nos preguntamos acerca de cuestiones existenciales y también acerca de la muerte. ¿Qué es la muerte, qué pasa después? Este trabajo tiene que ver justamente con eso. Por supuesto que yo, personalmente, no tengo idea de lo que pasa después. ¿Después de qué? después de morirte.

    Después de nacer, crecer, caerte por primera vez de la bicicleta, después de madurar, formar una

    familia, realizarte profesionalmente, envejecer…

    …Podría decirse entonces que no tengo por qué escribir nada. Porque si no soy capaz de contestar a una pregunta tan pero tan profunda como esa mi trabajo no vale. Pero no, sí que vale.

    Propongo una respuesta desde la fe. Muchas veces he trasnochado con amigos preguntándonos cuestiones incapaces de responder racionalmente. Este trabajo tiene que ver con el fin de los tiempos, con lo que pasará después. Es díficil imaginárselo porque nadie lo ha revelado. Son preguntas, preguntas retóricas que sacuden el alma y nos hacen pensar.

    Por todo eso, dejo a un lado la filosofía y le doy paso a Dios.

    Le entrego mis dudas a Él y les digo: adelante.

    La escatología cristiana y su significado

    La palabra escatología deriva del griego ‘éskhata’, que significa "cosas últimas"; fue traducida al latín en la versión de la Biblia llamada "La Vulgata" como ‘novissima’, que significa "lo más nuevo" o "las cosas más recientes".

    "En todas tus acciones ten presente tu fin, y jamás cometerás pecado" (Ecl 7, 36). Es común que se recurra a este último pasaje bíblico para intentar fundamentar un tratado de escatología, en la que la Biblia se refiere al fin individual de cada persona.

    Sin embargo, con esta definición se hace un lado a lo que se conoce como escatología intermedia: aquella que estudia la etapa que va desde la muerte de cada persona hasta el final de toda la humanidad. "(…) la escatología se refiere, sobre todo, al destino del hombre y del mundo después de la muerte"

    La escatología en el Nuevo Testamento

    Tiene su característica propia en el acontecimiento de Cristo, considerado como presencia personal de Dios en la Tierra y también como anticipación de la manifestación futura de Dios con la venida del Espíritu Santo.

    Desde sus comienzos la fe cristiana consideró a la resurrección de Cristo no sólo en relación al pasado como cumplimiento de las profecías divinas, sino también en relación al futuro, como anticipación y garantía de la salvación venidera al final de los tiempos. El sentido escatológico del misterio de Cristo, desde su entrada en el mundo hasta su resurrección, adquiere así una perspectiva nueva: aparece la teología de la carta a los Hebreos, por ejemplo, que nos da su visión de Cristo como presencia personal de Dios en la historia (Hb 1, 1.4).

    Según San Pablo, Cristo se encarna en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4) y presenta todo el misterio de Dios como un mismo acontecimiento que se inicia en la encarnación como apropiación de nuestra existencia temporal y mortal, que culmina en la cruz "y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz. Por lo cual Dios se exaltó y le otorgó el Nombre que está por encima de todo nombre" (Flp 2, 6-11), y que llega a su plenitud con la glorificación del Señor.

    San Pablo subraya también el acto de la potencia divina en su resurrección, que da lugar a la divinización plena de la humanidad de Cristo (Col 1,9; 2,9). Cristo se hace hombre para que el hombre se haga Dios. Cristo nos comunica una gracia que nos la hace saber con la cruz.

    Santo Tomás concluye que la economía salvífica de Dios para el hombre se ha cumplido. Cristo, al encarnarse, asume la naturaleza humana con todo lo que implica. Asume el límite característico del hombre al unir lo infinito con lo finito.

    También lo afirma el Catecismo: "El fin último de toda la economía divina es el acceso de los hombres a la unidad perfecta de la Trinidad. Pero desde ahora somos llamados a participar de Dios trino" Además de aludir, claro está, al misterio central de la revelación: a Dios trino y salvador del hombre.

    En la teología cristiana hablamos de pleroma; de la encarnación del Verbo que significa el fin del universo. Así, Cristo aparece como fin y como plenitud, porque todo resucita con Cristo y todo llega a su fin. Por ello decimos que Cristo es Señor de la historia y Cabeza de la Iglesia (Ef 1, 22) (Apoc 22, 12.13).

    "Si alguno me ama guardará mi palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23).

    Cristo como acontecimiento escatológico para la humanidad, el mundo y la historia

    Como hombre:

    El Nuevo Testamento presenta a Cristo como destino definitivo de la humanidad. Una vez que Cristo resucita no muere jamás, su resurrección es definitiva e imposible de anular. Cristo ha vuelto a la vida para siempre. San Pablo afirma que Cristo resucitó como primicias de entre los muertos; esto significa que en la resurrección de Cristo está incluída la nuestra, porque primicias indica el inicio de una serie.

    El mismo San Pablo afirma que Cristo es primogénito de entre muchos hermanos (Rom 8,29), o de entre los muertos (Col 1,18), siendo primogénito el primer hijo después del cual vendrán otros. Por esta misma razón es que se le llama primogénito, porque indica que otros muertos resucitarán después que Él.

    Es importante aclarar que Cristo resucita en función del hombre. Resucita para inagurar el camino que seguirá más tarde toda la humanidad. Y su resurrección significa para el hombre la instauración definitiva de la salvación: el hombre puede ahora esperar un destino eterno al asociar su destino al destino de Cristo resucitado.

    Del mundo:

    El Nuevo Testamento también presenta a Cristo como fundamento de la creación "el es imagen del Dios invisible, primogénito de toda la Creación" (Col 1, 15). Por tanto, Cristo interviene en la creación, por Él fueron creadas todas las cosas y todo tiene en Él su consistencia; además, todo cuanto existe alcanza su plenitud en Cristo, Dios tuvo a bien residir en Él toda plenitud (Col 1,16-19).

    Entonces, en Cristo se recapitulan todas las cosas, las del cielo y las de la tierra "… hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza" (Ef 1,10); esto significa que fuera de Cristo la creación carece de sentido, no podría sostenerse. Sería impensable porque Cristo es el principio creativo y divino de todo cuanto existe.

    De la historia:

    La encarnación de Cristo es signo de solidaridad y de amor hacia todos los hombres. Al encarnarse Dios hizo suya la historia y logró que la historia cronológica –temporal- se convirtiera en historia salvífica, de la salvación, redimida. Más aún, con su muerte Cristo se solidarizó con la condición mortal del hombre. La glorificación de la humanidad de Cristo ocurrida en el momento de su resurrección implica una transformación total del ser humano y de todo lo creado. A partir de la resurrección surge, entonces, un destino trascendente y eterno para todos los hombres, porque existe posibilidad de purificarse y de salvarse.

    La escatología y su relación con la cristología o dimensión cristológica de la teología

    La escatología entra en relación con la cristología de acuerdo a la soteriología, a la salvación humana gracias a la obra de Cristo.

    La resurrección de Cristo es el único acontecimiento definitivo de toda la historia de la salvación. Su resurreción ha de extenderse a los que pertenecen a Cristo y sería "la cima del misterio que comenzó en el bautismo"

    Según San Pablo, sobre Cristo resucitado la muerte ya no influye sobre él. De esta manera Cristo es el acontecimiento escatológico en sí mismo, es el máximo –éskaton– de salvación que Dios puede ofrecer al hombre, es la plenitud de lo opuesto a lo provisional.

    Cristo es también la comunión más profunda que pueda existir entre Dios y el hombre y, por ello, decimos que es imagen perfecta del hombre. Todo fue creado por Él, todo tiene su consistencia en Él y todo llegará a su plenitud en Él. La humanidad de Cristo hace, entonces, al Hijo de Dios como único mediador entre Dios y los hombres, y también, como mediador de todas las cosas divinas.

    La escatología, por tanto, no hace otra cosa que explicitar lo que está ya implícito en la cristología. Entonces: no puede haber escatología sin cristología porque la resurrección de Cristo es el único misterio escatológico que ha sucedido en la historia humana y, es precisamente por ella, que podemos hablar de realidades últimas o escatológicas –de un ‘más allá’-.

    La escatología y su relación con la antropología

    Sabemos que la resurrección es un acontecimiento histórico y salvífico, que es lo único que nos permite hablar de las cosas que están ‘más allá de la muerte’, es decir, de cosas trascendentes.

    El miedo a la muerte radica en pensar que, al carecer de cuerpo, tampoco tendremos conciencia de existir. Tenemos miedo de que con la muerte corporal dejemos de tener un yo conciente. Entonces, si el hombre siente que vive en cuanto a lo que aspira y proyecta, ¿qué sentido tiene esforzarse en una vida que habrá de terminar?

    La realidad es que el hombre no puede evitar la muerte. Si el hombre, entonces, sufre la muerte como experiencia límite de su existencia es porque anhela seguir viviendo y porque la muerte lo desvincula de ese contacto sensible con el mundo y con los otros seres humanos.

    El hombre busca trascender. Es un ser creado a imagen y semejanza de Dios, un ser que se caracteriza por estar dotado de libertad, dignidad, diferenciarse de los demás seres, capacidad de amar y de conocer.

    Y Cristo es aquel que vuelve a unir aquella semejanza del hombre a Dios –rota en el Antiguo Testamento– por ser el nuevo Adán, el nuevo hombre, que libera al mundo de pecado y lo salva. Hablamos de una antropología unitaria, la cristiana, en la que la muerte es terrible "porque significa el final del hombre entero".

    Según Carvajal, la Biblia nos dice el hombre es una unidad integrada por un cuerpo (bazar), por un primer ‘soplo’-el que nos revive y anima a vivir (nefesh)- y por un espíritu orientado hacia Dios (ruah), entre lo más importante. Y es un hombre que necesita de Dios, justamente, por haber sido creado a imagen y semejanza suya.

    Según el filósofo atropólogo Bloch, la reflexión sobre el hombre como espíritu encarnado y sobre las condiciones fundamentales de su acción en el mundo se muestra incapaz de alcanzar una plenitud definitiva en todo lo que hace. La fe puede ayudar, pero no desborda al hombre, no lo apacigua. Por ello necesitamos de Dios, de alguien que nos de esperanza de resurreción y de salvación. Gracias a la venida de Cristo la historia se ha eternizado y ha dado paso a una verdadera historia de salvación.

    Y es en Cristo donde "podemos ver, por tanto, ‘al hombre prefecto’. Sólo en Él la humanidad alcanza su plenitud y se hace totalmente imagen de Dios"

    A modo de conclusión, la antropología humana hace del hombre un ser dual; un ser de cuerpo y alma. Y es justamente la concepción antropológica, la que permite y hace posible la escatología, porque se necesita de un ser integral como el hombre capaz de trascender a la muerte y resucitar en cuerpo glorioso y alma. "Esta antropología hace posible la escatología"

    La parusía de Cristo

    Parusía deriva del griego "pareimi" que significa "estar presente" o "llegar". Antiguamente el helenismo utilizó esta palabra para referirse a la manifestación en la tierra de las personas divinas, así como para designar la entrada triunfal de los reyes o príncipes a las ciudades de sus dominios.

    En el Nuevo Testamento "la resurección de Cristo está asociada con la Parusía de Cristo". Según el Catecismo la parusía es el advenimiento de Cristo resucitado al final de los tiempos; por ello, se encuentra asociada con el fin del mundo (Mt 24,3.27.39, entre otros). Se asocia con la resurreción porque gracias a ella Cristo volverá a nosotros en su segunda venida. Una venida que será definitiva.

    San Pablo describe muy bien la parusía en Tes 4,13-18:

    "Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto a los muertos, para que no os entristezcáis como los que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a los que murieron en Jesús. Os decimos esto como Palabra del Señor: Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del Señor, no nos adelantaremos a los que murieron. El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras".

    A modo de conclusión, Parusía responde a la venida de Cristo o su venida gloriosa. Parusía es la manifestación espléndida de la gloria de Cristo y la revelación completa de su misterio, tanto en el mismo Jesucristo como en quienes esperan y aman la Epifanía del Señor; es decir, el esplendor o manifestación luminosa propia de Cristo. Por tanto, decimos que nuestra resurrección ha de ser un acontecimiento eclesial en la parusía de Cristo (Apoc 6, 11).

    El juicio escatológico. ¿Salvación o condena?

    Según la fe cristiana, la historia de la humanidad tiene un sólo fin: la salvación. Ésta última es el objeto propio de la Escatología.

    "La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo". Según el Catecismo, la muerte significa la incapacidad de acciones benhévolas que puedan llevar al hombre a la salvación o a la condenación eterna; ya nadie puede hacer nada por su propia salvación porque dejó de existir. Una vez muerto, el hombre pierde la posibilidad definitiva de aceptar o rechazar a Cristo.

    Existe un juicio particular que ocurrirá para cada quien en el momento de su muerte, y un juicio final –o escatológico- que ocurrirá al final de los tiempos. Según el Catecismo, aquellos que mueren en la amistad de Dios viven para siempre con Él. Los que no, se condenan. Las almas amigas de Dios se vuelven imagen del Padre porque todo lo ven "tal y cual es" (1 Jn 3,2), es decir, entienden toda la revelación y han de contemplar eternamente a Dios.

    El juicio escatólogico de Dios será, entonces, la triunfo definitivo de Dios sobre el pecado y la muerte. Es verdad que, a lo largo de los siglos, la idea de justicia empezó a verse algo así como una rendición de cuentas del hombre frente a Dios. Esto empezó a generar mucha angustia en el hombre, un hombre que afirmaba que muy pocos eran los que se salvaban. Sin embargo, nótese que "(…) Jesús (…) anuncia sólo la salvación (…) La condenación del hombre sería en el peor de los casos, únicamente una posibilidad para personas individuales (…). Esto último significa que la salvación o condena de cada uno depende pura y exclusivamente de cada uno. Existe el pecado, pero también existe el arrepentimiento. Dios es infinitamente justo, pero también infinitamente misericordioso.

    Por otra parte, en el Antiguo Testamento, existen pasajes bíblicos que encierran a la misericordia divina: "Dios vio que era bueno todo cuanto había hecho(…)" (Gn 1). "(…) no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes" (Sab 1,13). "No quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Ez 18, 23).

    Recordemos que el Nuevo Testamento define a Dios como Amor (1 Jn 4,8) y quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad (1 Tim 4,8).

    Sin embargo, la Comisión Teológica Internacional afirma que existe una condenación definitiva para aquellos que mueren con pecados graves: "El infierno es una verdadera posibilidad real y, por ello, no es lícito suponer un automatismo de salvación".

    Es difícil hablar del fin de los tiempos. Dios no lo ha revelado. Lo que sabemos es que el Reino de Dios llegará a su plenitud luego del juicio final. Sólo Dios conoce y sabe cuándo y en qué lugar. "Será entonces cuando comprendamos toda su Providencia y Dios triunfará justamente sobre las injusticias mundanas" . Esto último significa entender la revelación completa de Dios.

    ¿Qué pasa después de la muerte?

    Luego de la muerte, muchos teólogos confían en lo que se llama " (…) atemporalismo: afirmando que después de la muerte el tiempo no puede de ninguna manera existir más (…)". Por ello, sostienen que ‘todos morimos al mismo tiempo’, es decir, al no haber tiempo, la muerte eterniza al hombre. Por ende, las resurrecciones también serán simultáneas.

    Según la tradición bíblica, el pueblo de Israel creía que los hombres debían subsistir después de la muerte en un lugar llamado sheol. Era una segunda vida, tanto para los justos como para los impíos. Era un mundo subterráneo al cual debían descender los que iban a él (Gn 37,35; Num 16,30-33). Los muertos (refaim) que están allí "no alaban al Señor y están separados de él".

    Será a partir de esta idea del sheol cuando se empezará a hablar de resurrección.

    Ya en el Nuevo Testamento se cree en una supervivencia inmediata luego de la muerte. Y resurrección es, justamente, aquella unión profunda con Cristo, la comunión que nos lleva a Dios.

    Por otra parte, la Iglesia cree que existe un estado de purificación luego de la muerte, un estado intermedio entre el mundo y la contemplación divina. Cuando uno muere, "existe una comunión con Cristo resucitado que, si es necesario, presupone una purificación escatológica" .Entonces, la muerte es el paso del hombre a la eternidad, y a un purgatorio si es que necesita de ello.

    • El purgatorio significa que, por gracia de Dios, se concede al hombre madurar de forma radical luego de morir. El purgatorio es ese proceso, doloroso como todos los procesos de ascención y educación, por medio del cual el hombre, al morir, actualiza todas sus posibilidades y se purifica de todas las marcas con las que el pecado ha ido estigmatizando su vida, sea mediante la historia del pecado y sus consecuencias o sea por los malos hábitos adquiridos a lo largo de la vida. Es un estado intermedio, "habla con gran alegría de la esperanza de la parusía de Dios que ‘transformará a nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso’ (Flp 3, 21)"

    La Sagrada Escritura contempla otra posibilidad, la de que el hombre fracase en su destino de

    alcanzar la salvación y se hunda en un horror que sobrepasa todo lo imaginado: la condenación o infierno.

    • El infierno supone la negación de aquella comunión con Dios que constituye la bienaventuranza de los muertos. Se habla de perder la vida (Mc. 8,35), del "horno de fuego" (Mt 13,50), del "fuego que no se apaga" (Mc 9,43.48), del "llanto y rechinar de dientes" (Mt 13,42), del "fuego que arde con azufre" (Ap 19,20), entre otras citas bíblicas. El infierno es una condenación eterna. Significa perder a Dios. Sin embargo, según Carvajal, Dios no ha creado el infierno, porque todo lo que tiene en Él su origen es bueno. ¿Y por qué? Porque "el infierno es una situación humana y, por lo tanto, no es algo que pueda existir con independencia de que alguien decida colocarse en dicha situación". El infierno en Carvajal tiene que ver con el endurecimiento de una persona en el mal. Por ende, es un estado creado por los mismos que se condenan.

    Ahora bien, el cielo o paraíso es la continuación lógica de los otros temas escatológicos que ya hemos visto.

    • Cuando hablamos de cielo hablamos del Reino de Dios. Según Carvajal, al igual que el purgatorio y el infierno, el cielo es un estado de amor y de gracia eterna, de comunión profunda con Cristo y de contemplación y gozo eterno de nuestro Padre, Dios.

    Resurrección de la carne y vida eterna

    Como ya se dijo, la resurrección de Cristo ha de extenderse a aquellos que pertenecen y aceptan a Cristo. Lo acontecido en Cristo con su resurrección significó la confirmación categórica de la esperanza cristiana: Dios no abandonará a sus elegidos en poder de la muerte. Pero ojo: la inmortalidad del alma no significa lo mismo que la resurrección de los muertos. La inmortalidad del alma significa la existencia de la misma por siempre, mientras que la resurrección de los muertos es la divinización o glorificación del ser humano con cuerpo y alma, la que alcanzará una vida plena semejante a la que recibió la humanidad de Cristo al resucitar.

    Ahora bien, ¿cómo resucitarán los muertos? Es decir, ¿con qué cuerpo? Según San Pablo la imagen de la semilla propuesta en Cor 1, 35-49 trata de ilustrar la necesidad de pasar por la muerte en atención a la trasformación definitiva del ser. Pablo presenta así al cuerpo actual como el "grano desnudo" que no es todavía el cuerpo definitivo; desde este cuerpo provisional que hoy poseemos, no podemos ni siquiera imaginar como será nuestra corporalidad resucitada.

    Entonces, cuando hablamos de cuerpo no hablamos de cadáver. Es diferente. Cuando hablamos de cuerpo hablamos de un cuerpo místico, el de Cristo, pues " (…) habiendo llegado a su fin la historia, la resurrección de todos los ‘co-servidores’ y hermanos completará el cuerpo místico de Cristo" (Apoc 6, 11). Por ende, es el cuerpo de Cristo quien resucita alcanzando así su plenitud, y los individuos singulares llegarán a la resurrección en cuanto que se hagan miembros de ese cuerpo.

    A todo esto, el hombre porta de un elemento consciente llamado alma (psyché). Ésta hace que la esperanza escatólogica cuente con una fase doble: entre la muerte y el fin de los tiempos existe la psyqué humana. Esto último hace que el hombre jamás deje de existir totalmente. Sin embargo, se han elaborado "nuevas teorías que afirman la resurrección en el momento de la muerte para que no queden espacios vacíos entre la muerte y la parusía"

    San Pablo en Grecia

    En Grecia, antes y después de la revelación Cristiana en Roma, "(…) existían dos tradiciones míticas muy diferentes pero solidarias entre sí(…)" que se referían a los cataclismos griegos futuros:

    • la teoría de las edades del Mundo, que comprendía el mito de perfección de los comienzos
    • y la doctrina cíclica.

    Hesíodo fue el primero que escribió acerca de la degeneración progresiva de la humanidad en el curso de las cinco edades. La primera, la Edad de Oro, bajo el reino del dios Cronos (el tiempo) era una especie de paraíso: los hombres vivían mucho tiempo, no envejecían nunca y su existencia era semejante a la de los dioses del Olimpo. "(…) La teoría cíclica tuvo su aparición con Heráclito que tuvo gran influecia sobre la doctrina estoica del Eterno Retorno. Más adelante se constatará la asociación de estos dos temas míticos (…)".

    Luego de las influencias orientales, los estoicos tomaron de Heráclito la idea de el Fin del Mundo por el fuego, mientras que Platón sostuvo que el fin del mundo sería El Diluvio.

    Atenas, en aquel momento, era una tierra politeísta y que desconocía la resurrección de la carne. Los griegos creían en la descención del alma humana al Hades -Tierra de los muertos o infierno- y confiaban en la permanencia eterna del alma en el hades sin posibilidad juicio previo.

    El Hades, según la mitología griega, está gobernado por Hades, el dios de los infiernos. Un dios inmortal que conserva las mismas pasiones que los hombres y que no es más malo o justo que los demás o que el mundo entero por ser el dios de los muertos. En Hades, entonces, permanecen por siempre las almas de todos los hombres. Por ello era muy importante para un griego la práctica correcta de ritos funerarios y enterrar honorablemente a sus muertos, porque creían que el hombre alma, al carecer el cuerpo de un entierro digno, jamás podría descansar en paz.

    Ahora bien, luego de la revelación cristiana, San Pablo se encaminó a Atenas a fin de predicar el kerygma. Una vez allí, la Biblia afirma que San Pablo inició un discurso memorable al senado de los sabios paganos, en el Aerópago, y les habló de un "Dios desconocido", de un único Dios todopoderoso y eterno. "(…) Pues bien, lo que adoraís sin conocer, eso os vengo a anunciar" (Hch 17, 23). Aquel que ha creado todas las cosas, que nos ha redimido y que un día resucitará nuestra carne.

    Al hablar de la resurrección de los muertos, fue interrumpido por gritos, murmullos obstructivos y carcajadas. "(…) ¿Qué querrá decir este charlatán? (…) Parece ser un predicador de divinidades extranjeras (…)" (Hch 17, 18). Muchos oyentes abandonaron el lugar, mientras que otros se acercaron al orador para decirle: "Basta por hoy, otro día nos hablarás de estas cosas". Pero algunos creyeron.

    Al salir Pablo de Atenas, con tristeza por los pocos adeptos conseguidos, se encaminó a Corinto.

    Se concluye, entonces, que los griegos no aceptaron el misterio de la resurrección de la carne porque ellos tenían otras creencias. No entendían le hecho de que el hombre pudiera resucitar en un cuerpo glorioso. A falta de fe quizás, no pudieron comprender el misterio de un Dios trino y resucitado. Porque en Grecia, el fin de los tiempos -como ya se dijo- tiene que ver con la teoría de las edades del mundo y con el Eterno Retorno.

    Conclusión

    Pudimos ver que la escatología encierra los misterios más profundos. La Biblia nos habla de escatología en el Apocalipsis, pero de manera metafórica y confusa. Si fin de los tiempos tiene que ver con la muerte, debemos morir para poder ser partícipes de la comunión con Dios en Cristo.

    Es verdad, nadie dijo que morir fuera algo lindo o deseable. Pero retomando la fe, afirmo que Cristo tampoco. Él no quería morir pero sabía que iba a resucitar al tercer día. También sabía que debía cumplir con la voluntad del Padre.

    La muerte, entonces, se muestra como una señora desconocida. El hombre teme a la muerte porque todo aquello que el hombre desconoce le teme. San Pablo ya lo dijo una vez: "El salario del pecado es la muerte" (Rom 6, 23). Entonces es cierto, la muerte es consecuencia del pecado.

    Más allá de lo que sea, es natural que el hombre sufra la muerte de las personas que ama. La muerte de alguien cercano es fea, el que sufre se enoja, llora, se cuestiona el por qué, reza, se abandona y, si el golpe no es muy fuerte, la acepta.

    Hay que entender que la muerte es parte de la vida; es decir, la vida no sería "vida" sin muerte. Si decimos que la muerte es "una oportunidad en la cual el hombre puede y debe manifestarse como hombre", debemos ayudarnos de la fe y de la esperanza, de la revelación cristiana, tenemos que acordarnos de que Cristo resucitó y venció a la muerte, a toda enfermedad y a todo sufrimiento que existió, que existe y existirá.

    Hay que creer a la muerte como una "puerta" que conduce a la comunión con Cristo. Por ello, según la Comisión Teológica Internacional, debemos ayudarnos de los sacramentos, que nos preparan para la muerte.

    De hecho, en la escatología y revelación cristiana "la eucaristía es el remedio de la inmortalidad"

     

     

    Materia: Teología I