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Liderazgo y Realidad Nacional (Esencia del Líder) (página 2)

Enviado por Fredy Angel Ruiz Mena


Partes: 1, 2

  • Utiliza su carisma para impulsar su culto a la personalidad

  • Fomenta el mesianismo (su persona como Dios)

  • Señala a su sucesor y/o sucesores como también propicia innecesarias peleas internas entre sus integrantes

  • Trata de polarizar la comunidad en torno a su persona y carece de argumento utilizando epítetos facilistas (ricos vs. pobres, blancos vs. amerindios, costeños vs. serranos) [1]

  • Sus simpatizantes se mueven en torno a su divinidad

  • Si llegara a concertar con otras agrupaciones lo hace por conveniencias cortoplacistas y/o imponiéndose sobre su agrupación

  • Son personas poco entrenadas y dependen de su carisma

  • Creen en la sobreposición valorativa humana de este sujeto a sus allegados y de estos a sus trabajadores

  • Terminan siendo los "mercaderes de la pobreza" porque hacen de ello su forma de vida para ganar las elecciones

He aquí un ejemplo de caudillo brindado por Ocram de Utero.tv: el caudillo Edwin Donayre. Pasen un buen momento y chequeen sus declaraciones en su tienda de campaña.

Líder

  • Este personaje es un jefe de equipo que propone y/o concerta con distintas personas los temas sociales (propicia y/o acepta el diálogo)

  • Tiene un comportamiento racional, defiende los intereses comunes con argumentos sólidos y respeta a la gente al trabajar oportunidades sostenidas de desarrollo con ellos

  • Utiliza su carisma como medio de impulsar el diálogo entre los equipos de trabajo, diferentes actores de la población y las decisiones en conjunto que se requieran previa presentación

  • Deja que su equipo partidario fomente cuadros que hagan durar con el tiempo su partido (partido independiente de su persona)

  • Deja y/o fomenta una sana competitividad entre sus partidarios

  • Entiende representar a una parte de la comunidad y usa su intelecto para convencer y consensuar (impulsa la convivencia armónica entre distintas personas de la sociedad)

  • Los simpatizantes se mueven en torno a valores comunes

  • Si llegara a concertar con otras agrupaciones lo hace mediante reglas concretas que establezcan claramente las intenciones a corto y/o a largo plazo siendo conversado previamente con su propio grupo

  • Son personas que han hecho carrera en una agrupación y/o comunidad

  • Creen en la equidad y en el cumplimiento de roles

  • Integra a los distintos componentes de la sociedad y está como opción electoral vigente que representa a parte de la ciudadanía

Si bien puede verse un poco mal lo que voy a hacer (como si los medios nos mencionaran a cada rato… ¡que importa!) les presentaré al Presidente Regional de Junin y uno de los líderes del Partido Descentralista Fuerza Social: Vladimiro Huaroc.

Estas son algunas cosas que distinguen claramente a los caudillos de los líderes, pero aún así ustedes se preguntarán: ¿Cómo perjudica el caudillismo?

  • Debilita las instituciones (por lo tanto estas dejan de actuar debidamente)

  • No se calculan bien los recursos del estado debido al despilfarro

  • Impone su personalidad (y los intereses de unos cuantos cercanos) sobre los derechos de otros

  • Incita al populismo y a la dependencia de la gente sobre su persona

  • Condiciona el apoyo brindado a la gente con menos recursos

  • Genera corrupción en las distintas escalas y en los distintos niveles de la sociedad

  • Fomenta el odio entre distintos sectores de la sociedad

  • Impulsa ideas cortoplacistas y efectivas para su adoración (populistas)

  • Crea dependencia de su persona ante un eventual vacío de poder el cual termina produciéndose

Ustedes deciden. ¿Quieren otro caudillo más? Ellos en general fueron el porqué el Perú es un país subdesarrollado. Hay varios que ya se están preparando para el 2011 y al único "dizque partido" que se le ha dado el poder (para colmo dos veces a la misma persona) incurre en elevar el mesianismo al presidente de turno.

Lamentablemente el caudillismo en este país es muy alto y eso hace que el problema de la gobernabilidad sea muy grave. Ojalá hayan otros partidos que consensúen sus candidatos a la presidencia y se dejen de prácticas altaneras de algún tipo que se crea "el elegido". Necesitamos menos "independientes" porque al final todos dependen de alguien, el problema para escoger a un candidato es saber de quién depende (si de medios honestos o favores y/o apuestas de autoridades).

La política peruana

Se concibe a la política como una actividad pública y violenta. Los presidentes de la república son elegidos por elección congresal o por golpes de estado. A lo largo de estos primeros veinte años han circulado diversas propuestas de cómo sería nuestro sistema político. Así, San Martín y Bolívar debatieron cada uno por su lado, por la Monarquía y la República. Riva Agüero en 1822 se unió al general José de San Martín y apoyo la Monarquía Constitucional contra la República que era defendida por Torre Tagle y José Faustino Sánchez Carrión. Más tarde, Bolívar pregonaría la República Unitaria contra la República Federal de Riva Agüero. En los años de la Confederación Peruano-Boliviano, Santa Cruz defendería el presidencialismo contra el parlamentarismo de Agustín Gamarra. Nuevamente, el mismo general Santa Cruz y su proyecto de unificar ambas naciones (Perú y Bolivia) en una República Liberal desencadenaron las batallas contra Felipe Santiago Salaverry y su defensa a la República Conservadora. Finalmente, Ramón Castilla y su defensa a la República Unitaria contra la Confederada de Vivanco[2]

Las ideas políticas se debaten por medio del periodismo doctrinal. Cada diario asume una postura partidaria: Liberal o conservadora. Son en los periódicos donde se produce el debate ideológico, así lo muestra Martínez Ascensión (4). La polémica periodística se daba, por ejemplo, entre El Telégrafo de Lima, que era de tendencia liberal, junto con El Penitente, El Convencional y El Playero, que estaban al servicio de los generales José de La Mar y José Luis de Orbegoso quienes "vapuleaban" al gobierno de Agustín Gamarra que funda en el Cuzco El Sol. A Gamarra también lo apoyaban los diarios El Conciliador y La Verdad. En el periódico La Abeja Republicana escribía sus artículos, en defensa de la República, José Faustino Sánchez Carrión bajo el seudónimo del "Solitario de Sayán". El Limeño era otro periódico que atacaba a Orbegoso y polemizaba cotidianamente con El Telégrafo. (Gargurevich, 2002: 26).

Nuestra historia ha visto nacer y fenecer (en este periodo) siete constituciones políticas: 1821, 1823, 1826, 1828, 1834, 1837 y 1839. Y varios golpes de estado: 1827, 1829, 1834, 1835, 1839, 1841 y 1843, que dieron origen a gobiernos conservadores y liberales. Respecto a la política internacional, hubo cuatro guerras: En 1828 con Bolivia, que termina con el tratado de Piquiza y la renuncia de José Antonio de Sucre; en 1829 se produce la guerra con la Gran Colombia terminando con la firma del tratado Larrea-Gual y devolviéndose Guayaquil; de 1837 a 1839 se desencadena la guerra contra Chile en el contexto de la Confederación Perú-Boliviana; finalmente, en 1841 y 1842 se produce la guerra con Bolivia, pero Perú es derrotado en la batalla de Ingavi.

Hubo varios intentos de grandes proyectos nacionales en Hispanoamérica. La idea de nación en América estaba relacionada con el espacio geográfico que ocupaba. Estos proyectos de Estado fueron:

  • Las Provincias Unidas de Centro América. Confederación de cinco estados de América Central (Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica), constituida en 1823 y disuelta definitivamente en 1842.

  • La Gran Colombia. Nombre por el que es conocida la República que creó Simón Bolívar el 17 de diciembre de 1819. Comprendía los territorios de Venezuela, Nueva Granada y Quito.

  • La Federación de los Andes. Este proyecto no logró constituirse jurídicamente.

  • Confederación Perú-Boliviana. Estado formado por la unión de Perú y Bolivia, tras el acuerdo final establecido en Chuquisaca (actual Sucre), el 15 de junio de 1837, por los presidentes de ambas repúblicas: el general peruano Luis José de Orbegoso, y el boliviano Andrés Santa Cruz, jefe supremo y protector de esta idea impuesta como condición a la ayuda prestada a Orbegozo contra sus rivales Agustín Gamarra y Felipe Santiago de Salaverry. La unión perduró hasta 1839.

En este periodo se crearan nuevos departamentos:

– 1821: Ancash y Lima.

– 1822: Cusco, Arequipa, Ayacucho y Huancavelica.

– 1823: Huanuco.

– 1825: La Libertad y Junín.

– 1832: Amazonas.

El caudillismo en el Perú

El fenómeno del caudillismo esta relacionado con el caos que provocó las guerras de independencia en los nacientes estados de Hispanoamérica. En el Perú es conocida como el Primer Militarismo a esta inaugural etapa emergida de la independencia política criolla contra el colonialismo español: el Virreinato. Precisamente lo que caracteriza a este periodo fue en caudillismo militar. Aparece así, el caudillo:

"El caudillismo es el paradigma de cualquier liderazgo político exitoso…En el caudillismo –argumenta Jorge Basadre– hay que tomar en consideración, tanto su propia capacidad arrolladora, como la pasividad de la sociedad" (5).

"El caudillismo republicano nació asociado con los jóvenes militares que, como Gamarra o santa Cruz, lucharon por la Independencia, pero luego adquirió vida propia y se convirtió en el paradigma de cualquier liderazgo político[3]Sin caudillo no existe posibilidad de eficacia en la política nacional…El caudillismo asentó sus raíces antes que en un mesías, de un salvador, de un hombre providencial" (Galindo, 1999: 33).

Ante la carencia de Instituciones que regulen el nuevo sistema en la sociedad peruana, el caudillo se fortalece en desmedro del Estado y la sociedad civil. El poder que surge ante la personalidad del caudillo no es suficiente para uniformizar las nuevas estructuras de poder interno que se establecen en el naciente estado.

LOS CAUDILLOS EN EL PERU

"El caudillo es un líder regional convertido en gobernante nacional…Es un poder independiente libre de cualquier institución, libre de toda constricción…Tanto su autoridad como su legitimidad estaban representadas por su propia persona y no dependían en absoluto de la existencia de una serie de instituciones formales" (Lynch, 1993).

Así es como Lynch define al caudillo que surge en Latinoamérica después de las guerras de independencia. Señala que las guerras emancipadoras nutrieron al caudillo como una nueva figura política. Para Lynch:

"Los caudillos (con su capacidad de controlar a las clases populares) representaban la solución al desorden social, señalando asimismo que la agenda política que ellos tenían moldeó a la nación". (Lynch 1992: 35) (6)

Finalmente, el caudillo se había convertido en el máximo representante del Estado en los países emancipados, que en un futuro cercano formarían las naciones en hispanoamérica; por consiguiente, los territorios fueron exclusivos sólo para el caudillo. Lynch nos dice respecto a esto:

"Paradójicamente los caudillos también pudieron actuar como defensores de los interés nacionales contra incursiones territoriales, las presiones económicas y otras amenazas externas, fomentando, asimismo, la unidad de sus pueblos y elevando el grado de conciencia nacional. Los caudillos eran representantes y a la vez enemigos del estado nación" (Lynch, 1993: 181).

En estos primeros años de la República, hubo varios caudillos, entre ellos, Andrés de Santa Cruz. Como todo caudillo, intentó construir un nuevo tipo de ordenamiento social, que implicaba la fusión de instituciones liberales, militares y andinas: La Confederación Perú-boliviana.

"Santa Cruz se pintó a sí mismo como un legislador y describió la Confederación como un nuevo tipo de organización estatal que crearía una cultura de paz. El se veía al mismo tiempo como un Simón Bolívar y un Napoleón Bonaparte" (7).

Otro famoso caudillo en la historia republicana del Perú fue Ramón Castilla. Aunque su figura y trascendencia política escapa al arco temporal de este ensayo, es importante recalcar que fue el mayor representante del caudillismo militar de la primera mitad del siglo XIX[4]

Mensajes presidenciales, democracia y caudillismo en el Perú

Desde su independencia en 1821, el Perú ha tenido 112 gobernantes con un mandato que ha durado siete meses en promedio. Durante el siglo XIX predominaron los caudillos militares, designados ocasionalmente por el Congreso o surgidos, en la mayoría de los casos, de un golpe de Estado1. Así, para ubicar al primer Presidente civil tenemos que remontarnos hasta 1872 con Manuel Pardo, quien fuera precisamente el fundador del partido Civil. En realidad, "república" y "democracia" eran más bien conceptos importados, con poco anclaje en nuestra realidad de entonces.

La anarquía de los inicios de la república se superó, gradualmente, en el siglo XX. En efecto, tuvimos "solo" 35 presidentes con una duración media de 2,9 años.

La democracia representativa se extendió y, en los años 1960, se levantó el veto al APRA. Luego de un período de doce años de gobierno militar, el Perú recuperó la democracia en 1980. Salvo el paréntesis del autogolpe de abril de 1992, el sistema democrático se ha mantenido desde entonces por más de un cuarto de siglo, casi un récord para nuestros estándares.

En una perspectiva de largo plazo, la historia del Perú republicano muestra una lenta evolución hacia una mayor institucionalidad democrática. Sin embargo, este proceso no ha sido lineal ni ha terminado aún.

Uno de los principales obstáculos que ha debido enfrentar ha sido la tradición caudillista y autoritaria en la cúspide del poder. Si deseamos consolidar el sistema democrático, nuestros sucesivos gobernantes deberían abandonar las características del caudillo –en especial el autoritarismo y la arbitrariedad– en favor de un liderazgo político moderno, que respete las instituciones y las reglas de juego, tanto en el partido como en el Estado y en la sociedad.

Para analizar en qué medida estamos transitando el camino hacia un liderazgo democrático moderno. Los discursos al inicio de una administración son claves para reconstruir la visión del gobernante sobre el país y sobre su propio papel en la historia, pues todavía no ha sufrido ningún desgaste político. En cada caso,

La democracia ha estado continuamente amenazada por la tradición caudillista y autoritaria.

«…el Perú ha tenido 112 gobernantes con un mandato que ha durado siete meses en promedio. Durante el siglo XIX predominaron los caudillos militares, designados ocasionalmente por el Congreso o surgidos, en la mayoría de los casos, de un golpe de Estado»

«Si deseamos consolidar el sistema democrático, nuestros sucesivos gobernantes deberían abandonar las características del caudillo –en especial el autoritarismo y la arbitrariedad– en favor de un liderazgo político moderno, que respete las instituciones y las reglas de juego, tanto en el partido como en el Estado y en la sociedad»

Durante este recorrido rápido por los mensajes presidenciales y los resultados obtenidos por los sucesivos gobiernos a partir de la restauración de la democracia en 1980, hemos visto cómo el fantasma del caudillismo emerge una y otra vez, con el consecuente debilitamiento de la institucionalidad democrática.

Con demasiada frecuencia el caudillo tiende a aislarse de la realidad, vive en un círculo de adulación que lo lleva a exacerbar su narcisismo, a sobreestimar su poder y a materializar una actitud voluntarista.

En ciertas ocasiones, esto le puede conducir al desastre político o económico.

«Si bien algunas medidas buscan contrastar la imagen de su Gobierno con la "frivolidad" atribuida a la administración saliente, en términos generales, el balance del discurso es positivo. El nuevo Presidente parece ser consciente tanto de la necesidad de un manejo técnico en la gestión del Estado, como de ser eficaz y eficiente en el gasto público[5]

«Uno de los principales caldos de cultivo del caudillismo es la debilidad de los partidos políticos. Se trata de un círculo vicioso, donde el caudillo frena el surgimiento de liderazgos alternativos en su propio partido y en donde el futuro del partido depende demasiado de la capacidad de su caudillo para encandilar a las masas y ganar la elección»

Uno de los principales caldos de cultivo del caudillismo es la debilidad de los partidos políticos. Se trata de un círculo vicioso, donde el caudillo frena el surgimiento de liderazgos alternativos en su propio partido y en donde el futuro del partido depende demasiado de la capacidad de su caudillo para encandilar a las masas y ganar la elección. Frente a esta situación, necesitamos una consolidación de los partidos políticos, mediante la reducción de su fragmentación y la promoción de la transparencia y las prácticas democráticas en su interior.

En las últimas elecciones generales del año 2006, hemos tenido más de veinte candidatos a la presidencia de la República. Evidentemente, aquí no se trata de diferencias en programas de gobierno o de diferencias originadas en la representación de distintos sectores sociales, sino, en muchos casos, del afán puro y simple de poder o notoriedad que, en algunas ocasiones, bordea el comportamiento patológico. Por ende, requerimos que nuestros líderes políticos empiecen a poner los intereses del país por encima de sus deseos narcisistas. Así, estaríamos dando un paso significativo hacia el fortalecimiento de las instituciones.

Partidos Políticos y Democracia en el Perú

Terminar con la «partidocracia» —corrupta, retrógrada, indolente—  fue la gran justificación del ingeniero peruano-japonés Alberto Fujimori para convertirse en autócrata en abril de 1992. Mientras en el exterior las críticas se multiplicaban, en casa sus índices de respaldo ascendían de 59% a 82% en los días que prosiguieron al «fujigolpe». A comienzos de los 90 —observa el politólogo Martín Tanaka—  el desprestigio de los partidos políticos era un mal general en la región. Sólo en el Perú, sin embargo, confrontaron éstos un colapso tan drástico y radical. A contramano con su severa declinación regional, más aún, las Fuerzas Armadas se convertían desde entonces en el Perú en el «partido oficial» de un régimen que muchos —en América Latina, Washington e inclusive en el Banco Mundial— verían como modelo a replicar. Una década después, con un respaldo que, a ocho meses de su inauguración, se mantiene en alrededor del 30% la vida del régimen de Alejandro Toledo no pareciera estar aún del todo asegurada. En la frágil memoria ciudadana, más aún, los pleitos internos del novísimo partido de gobierno —«Perú Posible»— dramatizan el contraste entre una caótica «partidocracia» y la fría eficacia de la maquinaria fujimorista. Difícil de creer, es cierto, no faltan las expresiones de saudade por el audaz ingeniero japonés. A pesar de los cargos que se le imputan —anota la revista Caretas de fines de marzo del 2002— el 16 % de los peruanos cree que Fujimori es inocente, y el 36 % piensa que todavía tiene un futuro político en el Perú. De otro lado, mientras Toledo aprende a gobernar a marchas forzadas,  desde su cómoda plaza de cabeza de la oposición, el Partido Aprista Peruano —uno de los más antiguos de América Latina— espera, con su líder el redivivo Alan García, una segunda oportunidad.

Si los partidos son un factor o un obstáculo para la democracia es una pregunta vieja en la atribulada historia política de esta nación andina. ¿Instrumentos de una clase política o canales de participación para la ciudadanía? ¿Hay en las tradiciones políticas peruanas elementos que coadyuven a su consolidación? ¿Qué han significado los partidos políticos en la pugna por domar la legendaria inestabilidad latinoamericana? ¿Hasta qué punto, esta pieza crucial de la democracia occidental, alcanzó a aclimatarse en nuestras sociedades post-coloniales?

Acaso la historia de los encuentros y desavenencias entre partidos y sociedad sea una de las claves para comprender la volatilidad extrema, la impaciencia proverbial, de la conducta política peruana. Aquí una breve hoja de ruta histórica[6]

La era oligárquica

Al caer la tarde del 27 de agosto de 1871, los habitantes de Lima pudieron observar un espectáculo inusual: una multitud de 10,500 personas desfilando por el centro de la ciudad en perfecto orden y en absoluto silencio. Era una manifestación política pero no eran necesarias las consignas, «su silencio —comenta la historiadora Carmen MacEvoy— valía por mil palabras». Mostraban así su repudio contra quienes intentaban frustrar la candidatura de Manuel Pardo y Lavalle, un joven político que se atrevía a desafiar al caudillismo militar. Nacía el Partido Civil: el primer partido político de la historia nacional. En 50 años de vida independiente ningún civil había ejercido la Presidencia de la República.

Exitoso empresario guanero, propietario de una de las mayores haciendas azucareras del país, Manuel Pardo había propuesto invertir el importante ingreso del guano en ferrocarriles que —según él— no sólo promoverían el crecimiento económico, sino la estabilidad necesaria para que un verdadero sistema de partidos pudiera establecerse en el Perú.

Tal objetivo requería que la «gente decente» comprendiera que la política era una tarea civilizadora que le competía. Él mismo —como presidente de la Beneficencia Pública y luego como Alcalde de Lima— había ganado simpatías en sectores medios y populares. En tanto que, de otro lado, su mensaje encontraba eco en sectores intelectuales que propugnaban extender el liberalismo —vigente ya en lo económico—a la esfera política; iniciando, de esa manera, un proceso de inclusión e integración nacional. Éstos aportarían al proyecto de Pardo un distintivo tono reformista.

A lo largo de la campaña electoral Pardo demostraría su pragmatismo. De un lado, haciendo uso del telégrafo, creaba una red de vinculaciones que por primera vez sobrepasaba el cerco de los poderes locales terratenientes (los despóticos «gamonales» de las noveles indigenistas andinas); de otro, sus agentes reclutaban a las huestes armadas que eran necesarias para ganar una elección en el Perú del XIX. Aún así, en vísperas de su ascenso al poder, sus enemigos intentaron cerrarle el paso a través de un pronunciamiento militar: el trístemente célebre golpe de los coroneles Gutiérrez. En un hecho sin precedentes, no obstante, la población de Lima se levantó contra los golpistas quiénes terminaron colgados de las torres de la Catedral. Nunca quedaría del todo claro hasta qué punto aquella insólita reacción popular fue una adhesión a Pardo y Lavalle. Lo cierto fue que, con su llegada al poder, en olor de multitud, el pardismo adquiría la estatura de un proyecto burgués con inéditos rasgos populares.

Diversas circunstancias, sin embargo, conspiraron contra sus planes. El agotamiento del guano generó una severa crisis financiera que, a su vez, frustró sus planes de gobierno, a cuyo término, insólitamente, los civilistas dieron su apoyo a un caudillo militar. El asesinato del propio Manuel Pardo en 1878, y el inicio de la guerra con Chile al año siguiente, hicieron el resto. De ésta, el Perú emergió material y moralmente arruinado. Cerca de dos décadas habría que esperar para que el civilismo, reconstituido, pudiese aspirar al poder.

La revolución de 1895 fue su oportunidad. Entonces, en alianza con el Partido Demócrata de Nicolás de Piérola y respaldados por un singular ejército de montoneros, los civilistas derrotaron al Ejército Nacional, cerrando así la etapa de resurgimiento caudillista iniciada con el fin de la ocupación chilena. El sueño de Pardo parecía concretarse. Durante el siguiente cuarto de siglo —con una breve interrupción de dos años— varios gobiernos civiles se sucedieron en el poder, prevaleció la libertad de expresión y surgieron nuevos partidos sin restricción alguna.

Tras un breve dominio del sector pierolista el Partido Civil se convirtió en la fuerza dominante. Sin llegar a imponer un monopolio completo, no obstante, puesto que, con un Parlamento multipartidario, estaba éste obligado a hacer alianzas. Tampoco se le podía acusar de ser un partido caudillista o estancado en el pasado: tenía una dirigencia colectiva y, bajo la influencia del positivismo, una nueva generación de dirigentes introdujo en la visión del partido el tema de la cuestión social.

Mirada en perspectiva, no obstante, la democracia civilista semejaba a un islote suspendido en el aire cuyos pilares eran los poderes locales terratenientes que ejercían el verdadero control territorial del país[7]

El desafío radical

Ya en 1883,  Manuel González Prada —quien inicialmente había visto con simpatía el proyecto civilista— había cuestionado la autoridad de las elites políticas capitalinas para hablar a nombre del «verdadero Perú», el cuál, según él, no lo constituían «las agrupaciones de criollos y extranjeros» afincados en la costa sino «las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera». Si bien fracasó en su intento de fundar un partido radical, adoptando posteriormente ideas anarquistas, sus escritos encontraron audiencia en aquellos que miraban la política oficial —con creciente resentimiento y desconfianza— desde fuera del islote. Desde esta perspectiva, civilismo era sinónimo de oligarquía y la república nacida en 1895 era, en el mejor de los casos, una «república aristocrática». Y si algo demostraba dicha experiencia era la impotencia traidora del liberalismo local.

Posteriormente, estos planteamientos se encontraron con las masas en el agitado contexto de la Primera Guerra Mundial; resultando en una combinación de movimientos sociales y culturales de base rural, provinciana, obrera, estudiantil, que coadyuvaron a poner en crisis a la «república aristocrática» hacia finales de la segunda década del XX. Pero su verdadero sepulturero provino de sus propias filas. 

Como Manuel Pardo en 1870, Augusto B. Leguía en 1919, intentó salvar al orden exportador con una fuga hacia adelante. En base a empréstitos de la banca norteamericana, pretendía construir una «Patria Nueva». Terminaría liderando el primer proyecto de modernización autoritaria del siglo XX. Predicó el fin del gamonalismo y la oligarquía. Consiguió atraer a sectores de la intelectualidad y de las vanguardias obreras, estudiantiles y campesinas. A los que se resistieron, les dio a escoger entre la cárcel y el exilio. José Carlos Mariátegui y  Víctor Raúl Haya de la Torre estuvieron entre los que partieron. Volverían para fundar los Partidos Comunista y Aprista respectivamente. Al cabo de tres reelecciones en once años, en agosto de 1930, Leguía fue derrocado por un levantamiento militar encabezado por Luis M. Sánchez Cerro, un hasta entonces desconocido teniente coronel.

La amplia movilización social que sobrevino a la caída de Leguía perfiló el país que comunistas y apristas querían organizar. La liquidación del civilismo, de otro lado, planteaba el crucial problema de la representación política de la élite económica. Sin partido ¿de qué manera la élite agroexportadora iba a defender sus intereses? Más aún si el viejo reclamo de participación e integración política tenía ahora voceros tan tenaces como el Partido Aprista de Haya de la Torre con su propuesta de un Estado Anti-imperialista, basado en un Congreso Económico con representación de los «trabajadores manuales e intelectuales». Dos militares —el comandante Sánchez Cerro y el Mariscal Benavides— salvarían el problema durante los 30. Gobernaron con leyes de excepción que incluían la proscripción de los partidos aprista y comunista. En 1939, finalmente, tuvieron lugar elecciones presidenciales y el banquero Manuel Prado Ugarteche asumió el poder. ¿Cómo pretender, sin embargo, que existía un verdadero sistema de partidos ahí donde el partido más importante del país estaba proscrito?

La ausencia en el Perú de un partido conservador tanto como el fenómeno aprista son hebras fundamentales de esta historia.

«¡Sólo el APRA salvará al Perú!»

En 1931, por escaso margen, Haya de la Torre había perdido la presidencia ante el comandante Sánchez Cerro, en las primeras elecciones con voto secreto realizadas en el Perú. Sus seguidores alegaron fraude y el nuevo mandatario se aprestó a destruirlos. Algunas semanas después comenzó la confrontación.

Con Haya en prisión, los apristas se levantaron infructuosamente en Trujillo. Cientos murieron en la represión. Y varias decenas de militares fueron masacrados, a raíz de lo cual el ejército impondría a Haya de la Torre un veto que perduraría casi hasta el final de su vida, hacia fines de los años 70. Para sobrevivir, los apristas se convirtieron en una suerte de cofradía laica cuya mística alimentaba una maquinaria política disciplinada y eficiente. Convirtieron las cárceles en centros de formación ideológica; penetraron las filas de las fuerzas armadas; hicieron del partido una prolongación de la vida familiar de los militantes, en tanto que los comandos revolucionarios del partido se encargaban de mantener la memoria del aprismo insurreccional a través de una serie de acciones de propaganda armada. Construyeron, en suma, —como ha observado la historiadora Karen Sanders— un «simulacro de nación» cuyos integrantes, optimistas y desafiantes, usaban a manera de saludo la frase «sólo el APRA salvará al Perú». Fuera del país, mientras tanto, sus deportados difundían la epopeya del partido dejando establecido que, lejos de ser la «secta de fanáticos» de la propaganda oficial, el suyo era un modelo alternativo al comunismo, válido para toda América Latina[8]

En 1945, finalmente,  surgió la posibilidad de una verdadera apertura democrática. El 20 de mayo de 1945, tras más de una década en la clandestinidad, 150,000 apristas recorrieron las calles de Lima, en silencio como los civilistas de 1871, ante el entusiasmo y el temor de la ciudadanía. Para ese entonces, el antiaprismo era acaso tan voluminoso como el aprismo. En su discurso de aquel día en la Plaza San Martín, dirigiéndose al vecino Club Nacional —símbolo tradicional de la oligarquía— Haya de la Torre invitó a la reconciliación. El pacto en que se basaba la transición prevenía su candidatura a la presidencia mas no la presentación de candidaturas al Congreso como parte de un Frente Democrático Nacional, cuyo líder —el abogado arequipeño José Luis Bustamante— sería elegido por abrumadora mayoría.

Más allá de las buenas intenciones, para sus ocasionales socios, la transición que se iniciaba conllevaba una serie de interrogantes:

¿Era posible confiar en el APRA? ¿Cómo contrapesar su influencia en los sindicatos, universidades, gremios de empleados e inclusive, dentro del aparato estatal y las Fuerzas Armadas? Y, nuevamente. ¿Cómo iban a actuar las élites económicas —electoralmente minimizadas— frente a un régimen cuyo miembro principal exhibía un programa de corte nacional-populista: conspirarían, se refugiarían nuevamente tras un caudillo militar? ¿Sería la corriente democrática representada por el abogado Bustamante, contrapeso suficiente a la emergente APRA? ¿Aceptarían los militares un gobierno del APRA como sucesor del FDN? ¿Lograría  Haya de la Torre, más aún, mantener bajo control los ímpetus revolucionarios del APRA que él mismo había azuzado durante los años de la clandestinidad?

Acechada por tamañas interrogantes, a mediados de 1948 la primavera democrática iba camino de una muerte prematura. En octubre, bases y oficiales militares apristas se levantaron en el Callao. La dirigencia del partido desconoció el movimiento. Bustamante reaccionó expulsando a los apristas del gobierno y llamando al Ejército a co-gobernar. En noviembre, uno de sus ministros militares —el General Manuel A. Odría— lo depuso para dar inicio a un gobierno militar de 8 años.

Retorno del militarismo

En muchos sentidos, el régimen de Odría fue una vuelta al pasado, que ocurría en el momento mismo en que el Perú enfrentaba una serie de transformaciones profundas. El inicio de la masiva migración de la región andina a la región costeña era el catalizador de un proceso que transformó el rostro del país. Por primera vez, hacia mediados de siglo, la costa superó en población a la sierra y Lima se puso en camino de convertirse en la megalópolis de hoy, lugar de residencia de un tercio de la población nacional. Se iniciaba lo que José Matos Mar denominaría como el «desborde popular» de la vieja nación criolla, lo que, en rigor, significaba una abrupta ampliación, desde abajo, del escenario social y político «nacional». 

La gran pregunta de las décadas siguientes, sería cómo establecer mecanismos de representación partidaria capaces de contener a una sociedad en flujo, en un marco de inestabilidad económica y con el pobre legado político que de una centuria de sucesivos fracasos derivaba[9]

En 1957, tras ocho años de gobierno militar, se inició un nuevo intento de restablecimiento democrático. El Partido Aprista salió entonces de su segunda clandestinidad. Muchos de sus dirigentes habían abandonado la organización denunciando la traición de su líder a sus ideales originales. Sin la mística de otros tiempos, mantenía su fuerza sindical y su arraigo tradicional en la región norte del país, cuna de Haya de la Torre y del partido. No era ya, sin embargo, la fuerza hegemónica de otros tiempos: si quería llegar a gobernar tenía que transar. Para ello, el camino elegido fue ofrecer el caudal electoral del partido a movimientos conservadores como el de Manuel Prado o el encabezado por el General Odría, en la esperanza de que, dada su evidente caducidad, sirvieran simplemente como vehículo hacia el poder.

La defección aprista del campo de la reforma radical abriría las puertas a la Acción Popular de Fernando Belaúnde. Como antes el civilismo y el leguiísmo, propugnaba éste —en base al acercamiento de las élites económicas, profesionales e intelectuales— una propuesta de desarrollo y renovación nacional. Una «conquista del Perú por los peruanos» —en la retórica belaundista— cuya pieza central era la reforma agraria. Llegó al poder en 1963. Sintiendo la competencia, desde el parlamento, el Partido Aprista le declaró la guerra. El escenario de 1948 parecía repetirse. En octubre de 1968, nuevamente, el Ejército puso fin al impasse.

Los líderes golpistas venían imbuidos de mesianismo. De facto, harían lo que en siglo y medio de república no había sido posible: crear una «democracia de participación plena» para cuyo logro no eran necesarios los partidos sino, según dijeron, un «sistema nacional de movilización social». En el contexto latinoamericano de militares ultraderechistas, los oficiales peruanos comandados por el General Juan Velasco Alvarado eran una rareza. Podría decirse que habían leído «al revés» la doctrina de seguridad nacional impartida en la Escuela de las Américas. Más que desatar una guerra total contra los enemigos internos, seguridad nacional era para ellos arremeter —a través, por ejemplo, de una reforma agraria profunda— contra las estructuras del país oligárquico. En la vieja tradición corporativa, sin llegar a articularla plenamente, esbozaron una visión de futuro en que las Fuerzas Armadas aparecían como una suerte de suprapartido nacionalista. A mediados de los 70, sin embargo, la utopía militar comenzó a desintegrarse. Entre 1978 y 1980 el Perú comenzó a transitar de nuevo hacia la democracia. Imposible saber, entonces, en qué medida el impulso corporativo seguía firme en la mentalidad castrense.

La crisis presente

En la dislocación e incertidumbre que el proyecto militar generaba, la visión radical —que, desde González Prada, se había ido estableciendo como perspectiva crítica y contrahegemónica de la historia y el destino del país— encontró espacio para prosperar.

A la par con el intervencionismo militar, el complejo fenómeno del radicalismo peruano es otra de las vigas maestras de esta historia.

Leídos desde el aislamiento intelectual de las universidades públicas del interior —en combinación con lecturas sesgadas de la teoría revolucionaria y sazonadas por el resentimiento y la desconfianza— los escritos de Mariátegui inspiraron un radicalismo duro y guerrerista, al que se añadió el legado de las experiencias insurreccionales apristas, para producir una corriente subversiva de la que Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru fueron expresión culminante. El resentimiento empozado en el alma nacional —parafraseando al poeta César Vallejo— proveyó el aliento vital. Desde su nacimiento, la democracia de los 80 tuvo que vérselas con un país en erupción. Era como si el emergente sistema de partidos políticos se edificara sobre  una vieja falla sísmica que el conflicto subversión-contrasubversión expresaba con histórica perversión. En sus doce años de duración, describiría éste las tendencias siguientes:

  • La resurrección y agotamiento en el lustro 80-85 del «belaundismo» como partido a la vez conservador y reformista, capitalino y provinciano, copado, en esta ocasión, por su ala financiera y transnacional.

  • La articulación, bajo la dirección de la izquierda intelectual limeña —en alianza con líderes sindicales y regionales— de un frente político nacional de gran peso electoral. Y su fracaso, asimismo, para organizarse como partido, definiendo un perfil democrático y domeñando sus impulsos insurreccionales.

  • El fulgurante retorno del APRA post-Haya como fuerza nacional bajo la dirección de un     nuevo líder carismático —Alan García, elegido presidente en 1985—, insinuando su modernización aunque aún habitada por los  fantasmas del pasado.

  •  La búsqueda por parte de la derecha peruana de una alternativa ideológica y política propia; búsqueda coronada a fines de los 90 con la aparición del Movimiento Libertad encabezado por Mario Vargas Llosa[10]

El destino de dicho experimento es historia conocida: su agotamiento tras el nefasto primer gobierno aprista en la historia del país; la gradual socavación de los espacios democráticos por la dinámica violenta propiciada por el alzamiento de Sendero Luminoso; el portentoso colapso de los partidos políticos de inicios de los 90; el surgimiento de Fujimori. Y, con él, nuevamente, la mesiánica ilusión —patente en el leguiísmo, tanto como en el proyecto militar de 1968— de una cúpula de poder, de modernizar y estabilizar al país por la vía autocrática, y con las Fuerzas Armadas, nuevamente, jugando el papel de suprapartido político nacional.. Y, tras todo ello, el alucinante desmoronamiento de la cúpula civil-militar «fujimontesinista» y el retorno a la democracia bajo tutela internacional.

Medio año de «estado de derecho» es un lapso demasiado breve como para pretender un examen en profundidad de los principales actores partidarios peruanos. Desde la perspectiva histórica aquí delineada, sin embargo, es posible proponer una especie de foto-check básico y preliminar.

Perú Posible: Súbitamente convertido en partido de gobierno. Creció de la noche a la mañana en la medida que Toledo se perfilaba como alternativa presidencial. En su lucha contra Fujimori apeló con éxito a las calles y la «lógica movimientista» hasta entonces patrimonio de la izquierda legal. En el poder, más aún, recurriría a ésta  en busca de cuadros de gobierno, sobre todo para el sector social, en tanto que, los sectores productivos quedan en manos de sectores vinculados al empresariado local y la banca internacional. ¿Asimilará el partido a los «invitados» de su líder o se irá profundizando la brecha entre éstos y «militancia de base»? Sin planteamientos ideológicos claros, entidad básicamente caudillista, para muchos Perú Posible aparece como una suerte de agencia de empleos. Dos veces en los últimos meses ha debido postergar su congreso nacional debido a peleas internas que revelan enormes dificultades para establecer, para comenzar, una identidad propia. De superar estos problemas, podría ocupar el espacio dejado por Acción Popular como partido nacional, aglutinante, capaz de centralizar a importantes sectores de las élites políticas ofreciendo un contrapeso al PAP.

Partido Aprista Peruano: Sorprendente retorno de compleja explicación. Acaso represente una opción nostálgica para quienes mantienen su adhesión a las identidades radicales y creen, aún, en una alternativa doctrinaria frente a la indefinición toledista y la desalmada globalización. Acaso, el aprismo, sigue transmitiendo la imagen de un país mestizo, mesocrático, descentralizado, frente a la poco confiable política limeña. Acaso sigue convocando instintos nacionalistas y populares como ningún otro partido podría hacerlo. ¿Podrá Alan García curar a su partido de su histórica esquizofrenia y construir un partido de centro-izquierda con capacidad de convocatoria nacional?

Unidad Nacional: Intento de construcción de una derecha moderna de alcance nacional tras el estancamiento del Partido Popular Cristiano y el fallido intento del FREDEMO de 1990. ¿Podrá tener éxito allí donde Pardo y Leguía fracasaron? Su lideresa insiste en la filiación social-cristiana y no derechista de su organización. En las últimas elecciones incluyó en su plancha a un ex-dirigente sindical comunista. Sus críticos, en cambio, señalan sus vínculos con el Opus Dei y sus intenciones de cooptar a los restos del fujimorismo. Jamás, dicen otros, dejará de ser un partido limeño[11]

¿Perú Posible? En marzo del 2002 —en medio de las múltiples bombas de tiempo heredadas de dos décadas atribuladas— dos eventos destacan como posibles promesas: el proceso de descentralización y el re-establecimiento de Gobiernos Regionales democráticamente elegidos y, en segundo lugar, el proceso de concertación. El primero sería la culminación de un proceso de ampliación de la escena política nacional forjado, desde abajo, a lo largo del siglo pasado. Y el segundo podría crear el marco de estabilidad de mediano plazo de que todos los intentos democráticos anteriores carecieron. «La reconstrucción de la fracturada fibra moral del país», según el Presidente Toledo es la misión principal del acuerdo concertador. «Los próximos 20 años comienzan esta noche», ha dicho en su discurso inaugurando el diálogo. El tiempo dirá si su mensaje fue escuchado. 

El líder que necesita el Perú

La modernidad exige al hombre adoptar ciertas posturas denominadas formas de conducta, las cuales se adaptan a su vez a la manera en que las sociedades han establecido las condiciones de convivencia en armonía. Sin embargo, estas condiciones varían en la medida en que los dirigentes de las sociedades definen sus políticas de gobierno y plasman normas y leyes para la mejor aplicación de tales políticas.

Es entonces en donde surgen los dirigentes conductores, los cuales pueden ser líderes o caudillos. En el Perú, tradicionalmente ha imperado la figura del caudillo. Se confunde con el líder porque poseen casi las mismas características. Arraigo social, carisma, decisión, fortaleza, templanza, etc. Sin embargo, existe marcada diferencia entre ambos, y en la medida que los dirigentes se adecúen a uno de ellos, dependerá el grado de conducción de su sociedad y por tanto su destino.

El caudillo es capaz de identificar ciertas ideas, que transmite al pueblo y tienen la apariencia de conducirlo por el camino correcto. La sensación de triunfo traducida en la aceptación popular, engrandece su ego. Lo hace más fuerte; no obstante, esa personalidad no le permitirá vislumbrar el bien común, antepondrá el suyo propio para pasar a la gloria. Los caudillos históricos en el Perú, son muchos. Ejemplos claros, Sánchez Cerro, Leguía, Fujimori, Abimael Guzmán, entre otros. Por lo general, el caudillo no sobrevive a sí mismo. Su pensamiento muere con él, no es capaz de transformar su ideología en doctrina, y pasa al olvido como uno más.

El liderazgo identifica tres cualidades, además de las personalísimas del líder. La visión o sueño de llegar a una meta clara en beneficio social común. La misión de identificar cómo caminar, cómo hacerlo para llegar a ese sueño. Lo que se denomina planeamiento estratégico. Finalmente, asume el compromiso de desarrollar la misión, con todo lo que ello acarrea, en lo personal y en lo social. Tiene grandes dosis de desprendimiento porque precisamente se despoja de personalismos y prepara a otros líderes, que serán quienes sigan la posta para lograr los cometidos sociales. Un verdadero gobernante democrático.

Es clara la carencia de líderes políticos en el Perú de hoy. Cuán lejanos estamos de grandes ideólogos como Luis Alberto Sánchez, Mariátegui, José Gálvez, Víctor Andrés Belaunde, Raúl Porras Barrenechea y tantos otros. Frente a ellos, se perciben liderazgos institucionales y académicos, los que marcan la pauta ante necesidades sociales que el Estado no puede satisfacer.

No existen escuelas de líderes. Se forjan en la educación y en el cultivo de principios y valores. Por tanto la educación es fundamental para identificar y formar perfiles de líderes. Hemos perdido más de una generación, por lo menos tres. No perdamos más tiempo. Los liderazgos institucionales se reforzarán, mientras que los políticos quedan en duda ¿o persistirán en un caudillismo irrelevante?[12]

Conclusiones

El caudillismo se convirtió, con el tiempo, en los tradicionales golpes de estado; es decir, en regimenes de facto (gobiernos militares). Para evitar algún surgimiento de tales personajes es importante mantener Instituciones fuertes, pues el poder del caudillo surge de la arbitrariedad en la sociedad, o sea, de Instituciones débiles. De esa anarquía surge el caudillo. La historia del Perú es un claro ejemplo de que el Perú es un país de caudillos. Vemos, además, que los caudillos militares devinieron en caudillos civiles. Estos últimos son los líderes máximos de los partidos políticos, que a través de su carisma y sentido mesiánico, hacen suponer que al no existir más tal personaje (caudillo) el partido político morirá también.

No se trata de conformarse; sino de reconocer que el desarrollo que no es más que el Elevar la Calidad de Vida de las Personas mediante la ampliación de las oportunidades, difiere de persona a persona; y que esa calidad de vida que busca la gestión del Desarrollo, no es más que el estilo de vida que cada quien elige y que le permite ser Feliz.

Arequipa sufre hoy de un problema migratorio de gente que proviene de Puno y Cuzco mayoritartamente, que migran hacia nuestra ciudad en busca de mejores oportunidades que les permitan mejorar su calidad de vida; mientras los jóvenes de nuestra ciudad migran a la capital del país con los mismos objetivos; y los de Lima fugan al extranjero porque buscan mejorar su calidad de vida. Pero lo paradójico no radica en este hecho sino en que son los extranjeros los que buscando mejorar su calidad de vida, están comprando tierras en el valle sagrado, formando colonias que les permitan escapar de la metrópoli y su violencia.

Como vemos la felicidad no es un estado homogéneo entre los seres humanos, tampoco es un modelo pre establecido a seguir; sino un camino por descubrir, y la vida y su gusto esta justamente en encontrar el inicio de ese camino y saber seguir por la ruta correcta.

El desarrollo de las fuerzas productivas y la formación social

  • El descubrimiento fundamental de Marx es que el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas condiciona el modo de producción.

  • La interpretación materialista-dialéctica de esta afirmación es: la sociedad se organiza para producir de acuerdo al nivel de desarrollo de su capacidad de producción.

  • En algún sitio del libro, el profesor Centty hace un paralelo entre el desarrollo del ser humano y el desarrollo social. Tiene mucha razón: así como un niño no puede pasar a ser adulto mayor sin antes haber pasado por la etapa de adolescencia, juventud, madures temprana, etc. así la sociedad no puede pasar de frente del esclavismo al socialismo sin haber pasado antes por las etapas previas, como son el feudalismo y el capitalismo.

  • Los nombres no interesan, sino las relaciones sociales de producción. Hasta Mariátegui cometió el error de llamar "socialista" al imperio de los Incas, cuando más bien estos vivieron en una formación social con una división de clases bien marcada y con una sobreexplotación de la fuerza de trabajo de los indios que no pertenecían a la nobleza, comparable solamente con los faraones de Egipto. Esas fábulas que nos presentan a! Tahuantinsuyo como una sociedad casi perfecta no pasa de ser eso: un cuento. En la realidad existían todos los males de toda sociedad medianamente desarrollada: ladrones, mentirosos, adúlteros, homosexuales, etc. Y una clase social privilegiada que vivía de la explotación de una clase sojuzgada. Cuando algún pueblo o comunidad no se allanaba a los mandatos del Inca y sus allegados (clero, ejército, nobles, etc.), eran totalmente aniquilados (hombres, mujeres, y niños) sin ningún miramiento. El Inca y la nobleza eran odiados por el pueblo así como actualmente se odia y repudia a los dictadores. Esa fue una de las razones por las que los españoles, a su llegada, no solo no tuvieron mayor resistencia, sino tuvieron hasta colaboración de muchas comunidades o pueblos, que no querían seguir bajo la opresión del Inca. A este tipo de sociedad no se le encuadra ni en el esclavismo ni en el feudalismo, algunos estudiosos la llaman "formación social asiática", por su similitud con otras de esa región del planeta. Pero no importa el nombre sino su esencia: era una sociedad que se desarrollaba en base a la explotación de la fuerza de trabajo, a la explotación de una clase por otra. La conclusión de acuerdo a! materialismo dialéctico es: "el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas condicionó este tipo de sociedad". De ninguna manera podía llegarse a la igualdad, la eliminación de las clases sociales y por lo tanto la explotación del hombre por el hombre.

  • Volviendo a la etapa actual (siglo XXI), el hombre se ha desarrollado a niveles que los incas ni se imaginaron. Sin embargo continúa la división de la sociedad en clases y por ende la explotación de una por otra. Los revo!uc¡onarios más Hoct^rvartric; (Lenín, Mao), llegaron a tomar el poder. Pero ni con todo ai aparato estatal en sus manos, pudieron desarrollar las fuerzas productivas hasta un nivel que permitiera eliminar la explotación de la fuerza de trabajo. La experiencia de Rusia y China, por más de 50 años y con participación de millones de seres humanos, nos demuestra la solides del gran principio marxista: "No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino , por el contrario, es su ser social el que determina su conciencia". Traducido a términos mas sencillos esto significa: "No es el conocimiento del hombre el que determina su realidad social, sino, más bien, es la realidad social la que determina su conocimiento, su conciencia". Quienes propugnan que tomando el poder (con todo el aparato estatal a sus órdenes), se puede construir el socialismo, están actuando idealistamente. A estos los llamo "marxistas idealistas". Actúan idealistamente porque creen que con sus ideas pueden cambiar la realidad social. O sea, creen que lo que está en su cerebro puede ser copiado a la realidad. Y esto es idealismo puro. Esa es la experiencia fallida del bloque socialista del siglo XX. No hay que ser ciegos ante la realidad, no hay que cerrar los ojos a ¡a historia.

  • La experiencia fallida de Rusia y China en la "construcción del socialismo" no es más que una demostración de que es imposible que un país pobre pueda pasar a una etapa superior sin haber desarrollado totalmente las etapas previas. Ni siquiera tenían. un capitalismo medianamente desarrollado y ya querían ser socialistas. Y si en un momento pretendieron acelerar el desarrollo capitalista cometieron otro error que se estrellaba con las leyes objetivas del desarrollo económico: y es que pretendían desarrollar el capitalismo eliminando la explotación, igualando a todos, cuando la esencia del desarrollo capitalista es la obtención de plusvalía (llámese explotación de la fuerza de trabajo). Aquí debemos recordar las palabras monumentales de Marx: "Ninguna formación social desaparece antes que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua". Como vemos, aquí se aplica exactamente el ejemplo del desarrollo del niño a adulto.

  • En conclusión, de manera apretada, ningún país pobre (tercermundista), puede pasar al socialismo y quienes propugnan el socialismo del Siglo XXI (Chávez, Morales, Correa, etc.) son simples oportunistas, mercachifles políticos, que se mantienen en el poder engañando a sus pueblos como vendedores de cebo de culebra. Ya la historia se encargo de demostrar que esa tesis es inviable. El hombre no puede manipular las leyes objetivas de la economía y querer ir contra ellas es una posición reaccionaria. La única posición revolucionaria es ir en la dirección de ias leyes económicas y estas nos han demostrado que el capitalismo tiene para muchas décadas. Cierta vez, cuando Mao ya estaba en el poder, un periodista ingles le pregunto que cuantos años tardaría la sociedad china en llegar al socialismo, y la respuesta fue: en mil años.

  • En realidad, ¿cuantos siglos necesitará el ser humano para llegar a un nivel de desarrollo tecnológico, científico, que nos permita eliminar la explotación del hombre por el hombre? La verdad es que hasta hoy ninguna nación, ni la más desarrollada, se ha siquiera aproximado a eso.

  • Los chinos y rusos educados en el socialismo durante 50 años, son los primeros en apoyar, hoy día, la existencia del capitalismo en sus países, especialmente la juventud. Y es que nunca vivieron en una sociedad socialista. En realidad nacieron y vivieron en una sociedad gobernada por una élite de idealistas que pretendía transformar la sociedad en base a sus ideas y que lo único que consiguieron fue tener a sus pueblos oprimidos y sumidos en la pobreza, en aras a un ideal. Ejemplos hay miles y también millones de mártires. Recién hoy se conoce, gracias a la liberación de Ucrania, ¡os más de 10 millones de muertos por hambre en aras ca ia planificación económica de Stalin en su pretensión de transformar la sociedad según sus ideales obligando a seres humanos a trabajar casi como esclavos, y casi sin alimentos, para poder cumplir con sus metas de planificación. Esta parte de la historia negra de los "idealistas marxistas" está debidamente documentada en las embajadas de Ucrania.

  • Es necesario retomar las fuentes del marxismo. Hay que estudiar a Marx y entender sus tesis a la luz de la historia moderna. No nos olvidemos que Marx y Engels eran científicos, por eso cuando les preguntaron qué pensaban de la pobreza, ellos respondieron: nosotros (Marx y Engeís), propugnamos nuestra ideas comunistas no porque nos dan pena los pobres, o porque combatimos la pobreza, la explotación, sino porque nuestras investigaciones científicas nos llevan a esas conclusiones.

  • Claro, ellos no eran curas, eran científicos. O mejor: no lo hacían por amor a la casaquilla sino por sus convicciones científicas. Y así debemos ser.

  • En El Capital Marx dice que la única manera científica de resolver una contradicción es desarrollándola al máximo. O sea: la única manera de resolver las contradicciones del capitalismo es desarrollándolo al máximo. No en vano, los primeros que se oponen al desarrollo del capitalismo son los burgueses y los reaccionarios. Mientras más desarrollado esté el capitalismo, más fuerte será la clase obrera: más fuertes serán los sepultureros del capital. Y por ende, la pobreza será menor.

  • A mayor desarrollo capitalista, menor pobreza. Pruebas al canto: analicemos el capitalismo desde sus orígenes y llegaremos a la conclusión de que mientras más se desarrolla, la pobreza es menor. Pruebas hay miles. Si el Perú tuviera un capitalismo desarrollado como es en Alemania, Suiza, etc. ¿no seríamos menos pobres?

  • Tenemos las condiciones para desarrollar nuestro capitalismo (incluso con la inversión extranjera explotadora encima), tenemos recursos, pero nosotros no aprendemos. En este modo de producción de carácter mundial, la esencia de su ser es la explotación. Y nosotros seguimos gritando ¡No a la explotación!. ¿Y cuantos vivos viven de eso?

  • Para terminar: solo hay una cosa peor que ser explotado: no ser explotado por nadie. Esos son los que no tienen trabajo y hay que ver cómo forman cola buscando alguien que los explote y después reniegan de la explotación. ¡Abajo la explotación!… El nivel de desarrollo de nuestra sociedad es así y aunque nos paremos de cabeza no lograremos cambiar esa situación. Lo que normalmente se consigue es cambiar de explotador: la independencia del Perú (1821), cambió a los españoles por los ingleses. En este momento, en nuestro país, existen empresas chinas (que sigue con el Partido Comunista Chino en el poder), que son más explotadoras y abusivas que cualquier empresa norteamericana.

  • Sin embargo, los niveles de explotación de la fuerza de trabajo de hoy, son mucho menores que los del esclavismo, de! feudalismo, de! tiempo de lo incas y de los primeros tiempos del capitalismo en que la jornada de trabajo era hasta de 36 horas. Basta leer "La Clase Obrera de Inglaterra" de F. Engeis para poder ver cuánto se ha reducido la pobreza y cuánto se ha reducido la explotación comparando la Inglaterra de ese entonces con nuestra situación actual, a pesar de que somos un país pobre.

La visión de futuro del marxismo

  • La izquierda peruana se ha quedado en la primera parte del siglo XX. De ese entonces a la fecha, el mundo y e! modo de producción capitalista han cambiado mucho. Los líderes" de la izquierda siguen con las ideas de ayer. Ya no sintonizan con la realidad y esa es una de las causas por las que en elecciones masivas no llegan ni a! 1% de aceptación. Son los románticos idealistas de hoy.

  • Los marxistas con visión de futuro, aquilatan la realidad en el sentido de que en este momento es una utopía pretender acabar con e¡ capitalismo e instaurar un régimen socialista. Eso aun no es posible en ningún país del mundo. Como dijo Mao en una de sus tesis filosóficas, la práctica es la forma más adecuada de comprobar si una teoría es verdadera o falsa. El fue parte de una práctica de 50 años vivida por millones de chinos en su intención de "construir" el socialismo. Finalmente, tuvieron que volver a instaurar la propiedad privada y la explotación de la fuerza de trabajo a niveles casi salvajes, para poder desarrollar su país, pero ya no dentro de un pseudo socialismo, sino en un capitalismo puro. Ahora el respeto a la propiedad privada está consagrado en su Constitución. La práctica les demostró que estaban equivocados. Las cosas han vuelto a su lugar: en China hoy día existen, por un lado, 50 millones de pobres extremos y por otro, 50 millones de millonarios y es el país con mayor índice de crecimiento en el mundo. En el medio hay una población que lucha todos los días por superarse y mejorar su situación económica. O sea, hay una población que compite .todos los días. Anteriormente, con esa mala política de igualar a todos (hasta en la ropa), se quito todo incentivo a la juventud y a los mejores elementos, de modo que la principal fuerza productiva (el hombre y su capacidad de trabajar), quedó anquilosada. Esto no cambió con la educación ni la ideología ni la idea del Che del "hombre nuevo", ya que a las masas no se les convence con ideas, sino con hechos concretos. Y, en esie sentido el capitalismo es el mejor incentivador para el desarrollo (en estos tiempos). Y si no, pregunten a los miles de micro empresarios de Gamarra y otros focos de desarrollo de nuestro país. En la práctica, los dirigentes de izquierda son conscientes de esto, y si no ¿porque hacen estudiar a sus hijos en la universidad? para que sean ingenieros, médicos, etc. y no se queden al nivel de simples obreros y tengan un mejor nivel de vida.

  • La izquierda idealista todavía tiene en su mente la tesis de "construir" el socialismo, ¿se puede "construir* un modo de producción? ¡es que se creen dioses!…

  • La izquierda se tiene que recomponer y retornar a los principios sólidos del materialismo dialéctico. Solo así la izquierda podrá avanzar. Un ejemplo cercano, que más o menos se está aproximando a esto lo tenemos en Lula del Brasil. No le teme a la inversión extranjera, ni cede a las presiones de pseudo dirigentes izquierdistas que pretenden ponerle piedras en el camino. Tampoco propugna la eliminación del capitalismo, a pesar de sus orígenes proletarios. Su afán es mejorar la situación de los trabajadores dentro de las reglas de juego del capitalismo y con eso, a ¡a vez, está logrando un mayor desarrollo para su país. A este pasó, en un futuro no muy lejano, Brasil estará dentro de las cuatro economías dominantes del año 2050: los famosos BRIC, Brasil, Rusia, India y China.

Bibliografía o referencias bibliográficas

  • Aljovín de Losada, Cristóbal 2000 "Caudillos y constituciones. Perú 1821 – 1845". Fondo de Cultura y PUCP Económica.

  • Flores Galindo, Alberto 1999 "La tradición autoritaria. Violencia y democracia en el Perú". Sur Casa de Estudios del Socialismo. Lima-Perú

  • Lynch, John 1993 "Caudillos en Hispanoamérica 1800 – 1850". Colecciones MAPFRE.

  • Grompone, Romeo (editor) "Instituciones políticas y sociedad. Lecturas introductorias".

  • Klarens, Peter 2004 "Estado y Nación en la Historia del Perú". IEP ediciones.

  • Tamariz Lúcar, Domingo

  • 1995 "Historia del Poder. Elecciones y Golpes de Estado en el Perú". Editor:

  • Jaime Campodónico. Lima – Perú.

  • Gargurevich Regal, Juan 2002 "La prensa sensacionalista en el Perú". Edit: PUCP. Lima-Perú

 

 

 

 

 

 

Autor:

Fredy Ángel Ruiz Mena

Profesor: Mg. Deymor B. Centty Villafuerte

Universidad Andina Néstor Cáceres Velásquez

ESCUELA DE POSTGRADO MAESTRÍA EN ADMINISTRACIÓNMención: GERENCIA DE SERVICIOS DE SALUD

[1] Aljovín de Losada, Cristóbal 2000 "Caudillos y constituciones. Perú 1821 €“ 1845". Fondo de Cultura y PUCP Económica.

[2] Flores Galindo, Alberto 1999 "La tradición autoritaria. Violencia y democracia en el Perú". Sur Casa de Estudios del Socialismo. Lima-Perú

[3] Lynch, John 1993 "Caudillos en Hispanoamérica 1800 – 1850". Colecciones MAPFRE.

[4] Grompone, Romeo (editor) "Instituciones políticas y sociedad. Lecturas introductorias".

[5] Klarens, Peter 2004 "Estado y Nación en la Historia del Perú". IEP ediciones.

[6] Tamariz Lúcar, Domingo1995 "Historia del Poder. Elecciones y Golpes de Estado en el Perú". Editor: Jaime Campodónico. Lima €“ Perú.

[7] Gargurevich Regal, Juan 2002 "La prensa sensacionalista en el Perú". Edit: PUCP. Lima-Perú

[8] Aljovín de Losada, Cristóbal 2000 "Caudillos y constituciones. Perú 1821 €“ 1845". Fondo de Cultura y PUCP Económica.

[9] Flores Galindo, Alberto 1999 "La tradición autoritaria. Violencia y democracia en el Perú". Sur Casa de Estudios del Socialismo. Lima-Perú

[10] Lynch, John 1993 "Caudillos en Hispanoamérica 1800 – 1850". Colecciones MAPFRE.

[11] Grompone, Romeo (editor) "Instituciones políticas y sociedad. Lecturas introductorias".

[12] Aljovín de Losada, Cristóbal 2000 "Caudillos y constituciones. Perú 1821 €“ 1845". Fondo de Cultura y PUCP Económica.

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