Introducción
Incursionar en el pensamiento de la humanidad, a través de sus personalidades más representativas, mediante su vida y obra, tanto en su carácter de individualidad, como en su protagonismo como sujeto de actividad en su entorno social, constituye un reto, a la vez que una revelación excepcional. En la expresión de sus criterios e intereses, emociones y sentimientos, teorías e hipótesis, estrechamente interrelacionados en su contradictoria complementariedad, se reflejan las etapas por las que ha decursado la sociedad humana.
En esa tarea de infinitos límites, felizmente emprendida por diversos autores, desde la óptica, entre otras, de la creación artística, científica e investigativa, no es dable exigirles a estos un pensamiento desideologizado, en aras de la tan sublimada objetividad, y mucho menos en la esfera humanística, dado que el hombre nunca podrá sustraerse de sus necesidades e intereses personales, o al menos, de comprometerse con la ideología de una u otra clase, sector o capa social.
Otra arista interesante del empeño es conocer, a través de la interpretación que de su contexto realiza cada personalidad objeto de estudio, las peculiaridades de la época concreta que le correspondió vivir y que éste valoró como posibilidad, realidad o utopía. Se convierte entonces la tarea del investigador, en la búsqueda, lo más honesta posible, en la compleja urdimbre de las ideas, a lo más cercano a la verdad, corroborada por el único medio efectivo: la práctica histórico-social. (1).
Se nos revela entonces, de primera intención, que todo proceso social que conlleve transformaciones radicales en la esfera socio-política, económica e ideo-cultural, va precedido o inserto, como una regularidad, por la peculiar producción espiritual, contentiva de lo cognitivo y axiológico, de sus personalidades más relevantes, que de una u otra forma le acompañan, cuestionan, justifican o validan. En consecuencia, tales ideas se objetivan en los intereses de una u otra clase, tanto en las que lideran el proceso, o en aquellas que se le oponen, al lograr la concientización, de la perentoriedad o no del tránsito, mediante una revolución social, hacia una etapa de la sociedad de superior desarrollo, a la que Karl Marx denominase, en su tiempo, como Formación Económico-Social (2).
Tal ocurrió, por sólo mencionar a las más representativas para nuestra llamada cultura occidental y más cercana en el tiempo e influencia para Latinoamérica en general y a Cuba en particular, con las revoluciones burguesas de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, en los Países Bajos, Inglaterra, Francia y Alemania.
En consecuencia resulta como método más fiable, al investigador honesto, sin renunciar a los principios que asume como individualidad, el no adoptar posiciones de intolerancia ante criterios que no comparte, sino el intentar discernir, lo positivo o negativo, contenido en ellos, consecuentemente validados en la actividad humana, con el imprescindible acompañamiento de una adecuada fundamentación.
Constreñir tan amplio objeto de investigación, a las particularidades concretas de un país, cual es el objetivo de este ensayo, lejos de disminuir la complejidad de la tarea, la incrementa, dado que en la generalidad, se pueden obviar detalles, que no es posible eludir en un contexto más específico.
La etapa del pensamiento progresista cubano, que intentamos abordar, abarca, desde las décadas finales del siglo XVIII, todo el siglo XIX e incluso la primera mitad del siglo XX, cada uno con sus propias peculiaridades, y que dado el contexto epocal en que se desarrolla, lo podemos considerar como aportador del legado definitorio, a la Ideología de la Revolución Cubana, triunfante el primero de enero de 1959, que requiere por sí misma, un estudio aparte, dada su complejidad. No obstante, en el empeño propuesto, resulta conveniente caracterizar etapas y períodos, que en criterio del autor, sirvan como instrumento metodológico para su plena comprensión, particularmente al lector no familiarizado con nuestra historia, puntualizando previsoramente, que sus límites y fronteras, nunca rígidos, se atienen al predominio de unas u otras tendencias, puntualmente contextualizadas, que no niegan la supervivencia, en mayor o menor grado, de sus antípodas, en contradictoria convivencia.
Ello se valida en el criterio de que dicha periodización se ajusta al propio acontecer y continuo desarrollo y transformación de la realidad socio-histórica, política y económica cubana y a su correspondiente reflejo en la mente de sus pensadores, lo que a su vez, desempeña, acorde a la sumatoria de logros o errores, un importante papel, fortaleciendo, acompañando, complejizando o a veces frustrando, el empeño transformador.
El lento decursar de los siglos XVI, XVII y algo más de la primera mitad del XVIII, constituyen el fermento de la aparición gradual del criollo, como sujeto social, cuyos intereses se van diferenciando paulatinamente de los peninsulares, en un proceso que la torpe política colonial, acelera, con sus desmanes y desafueros.
Desde las postrimerías del siglo XVIII, se avizora la gradual concreción de nuestra identidad cultural y nacional, que tiene su gestación, relativamente lenta, en los siglos precedentes, a partir del período de conquista y colonización hispánica, iniciado en 1510, que marca la ruptura del desarrollo autóctono de la civilización aborigen y la irrupción violenta, de una perturbadora cultura de dominio, portadora de un escolasticismo, en lo filosófico y en lo pedagógico, ya rebasado en la mayor parte de Europa, que determina la instauración en Cuba de instituciones, modos, tradiciones, normas y costumbres, basados en un modelo de ostensible atraso socio-económico, con un agregado político e ideológico, de rancio conservadurismo (3)
Ya iniciado el siglo XIX se percibe la agudización en la confrontación de intereses entre los ya identificables como criollos y peninsulares, dada la oportunidad, aunque limitada, que le brinda a la intelectualidad cubana, estrechamente vinculada a los intereses de los ricos hacendados insulares, la imposición del Despotismo Ilustrado aplicado por el monarca Carlos III y el apoyo del gobierno progresista en Cuba de Don Luís de Las Casas (1790-1796). Favorecido por esta coyuntura, muy vinculada a las vaivenes políticos de la metrópoli, ve la luz pública en nuestro país, el 24 de octubre de 1790, el denominado "Papel Periódico de la Havana", considerada la primera publicación periódica propiamente literaria en la entonces colonia y que sirve de tribuna a representantes destacados de nuestro naciente pensamiento ilustrado, que exigen reformas políticas, económicas y educativas, muy distantes aún a los posteriores afanes independentistas.
Diversos factores propician las peculiaridades de la etapa, como el surgimiento de procesos políticos de gran conmoción social. Valga mencionar la independencia de las antiguas trece colonias inglesas (1776-1783); la Revolución Industrial Inglesa (en la segunda mitad del siglo XVIII); la Revolución Burguesa en Francia (1789.1794), la Revolución de Haití (1795-1804) y los procesos independentistas en América Latina, en el primer tercio de la centuria.
En el campo de las ideas, estrechamente vinculado a estos hechos históricos, se destaca el nacimiento de la Modernidad, emblematizada por personalidades representativas de la Ilustración Inglesa y Francesa de los siglos XVII y XVIII respectivamente; del discurso democrático y cuestionador, contenido en los documentos programáticos y legislaciones jurídicas, inherentes a las mismas, así como el ideario emancipatorio de los principales próceres de la independencia americana, con especial relieve, por su atalayamiento visionario, del Libertador Simón Bolívar. Es relevante la influencia en el pensamiento cubano, de las postulados promovidos por pensadores de la talla de René Descartes (1596-1650), John Locke (1632-1704), David Hume (1711-1776), Jean Jacques Rousseau ( (1712-1778), Denis Diderot (1713-1784) y Étienne Bonnot de Condillac (1714-1780); del ideario renovador de la Filosofía Clásica Alemana, en especial de sus principales representantes Immanuel Kant (1724-1804) y Federico Guillermo Hegel (1770-1831); las teorías económicas de los ingleses Adam Smith (1723-1790), y David Ricardo ( ) y las prédicas del socialismo utópico o Socialismo Crítico de Claude Hemri de Saint Simon (1760-1825), Charles Fourier (1772-1837) y Roberto Owen 1771-1858), hasta arribar a mediados del siglo XIX, a la presencia de los gigantes del pensamiento, Kart Marx y Federico Engels. Estas corrientes del pensamiento, que arriban a nuestro país con relativo atraso, ejercen una mayor o menor influencia, dadas las peculiaridades de nuestro desarrollo socio-histórico y las condiciones extremas de opresión, conservadurismo y retraso económico del sistema colonial impuesto a Cuba.
No menos importante, dado su papel propiciador en la construcción de nuestra identidad cultural y nacional, lo constituye el impetuoso desarrollo de la industria azucarera y cafetalera, a partir de la devastación de la economía haitiana y el incremento consiguiente de la trata y explotación del trabajo esclavo, que favorecen el nacimiento de una burguesía-esclavista criolla, integrada por los ricos hacendados y hacedora de su propia intelectualidad, siempre en busca de un espacio de decisión política y protagonismo económico, aunque embridada por su permanente temor a las consecuencias de una sublevación de la población negra con la consiguiente pérdida de sus riquezas y privilegios.
Resulta perentorio conocer, para su más plena comprensión, como la conformación del pensamiento progresista cubano se matiza por la convivencia de diversas tendencias políticas, de inevitable basamento económico y clasista y desigual protagonismo, expresada en el reformismo, anexionismo, independentismo y autonomismo, los que contaron siempre con partidarios de determinada relevancia.
El mismo, no obstante, se gesta en su primera etapa, a partir del reformismo liberal, cuestionador del escolasticismo, irracional, teologicista y dogmatico, que imperaba en la colonia, desde su propia conquista y colonización. Era lo que España nos podía ofrecer, dado su atraso, en casi todos los órdenes, con respecto a naciones como Inglaterra, Francia y Holanda, por solo citar las más representativas. Mientras que los Torquemada campeaban por sus fueros, en la península; en los otros lares, florecían las reformas, tanto en la producción material como espiritual.
El que pudiéramos catalogar como Pensamiento Ilustrado Cubano, contó con personalidades de singular relieve en todas las esferas del saber, aunque se destacan por la universalidad de su pensamiento, que les confiere el mérito de Padres Fundadores, a los sacerdotes José Agustín Caballero (1762-1835) y Félix Varela y Morales (1788-1853) y al insigne maestro José de la Luz y Caballero (1800-1862). Estos hicieron aportes significativos a partir de sus personales concepciones políticas y económicas, pero guiados por el amor consensuado a su patria y una eticidad renovadora. Sus exigencias se centraban en la racionalidad del pensamiento, opuesto al escolasticismo; la inserción de los avances científicos en las formas productivas y el proceso educativo; el cese de la subordinación del conocimiento al teologicismo más burdo y rampante; la apertura a lo más avanzado del pensamiento universal, pero condicionado en su aplicación, a nuestras peculiaridades; una constante ocupación por el acceso de la educación al mayor número de personas, privilegiando en sus inicios a los hijos de familias criollas adineradas y posteriormente a sectores más amplios y secularmente marginados; propender al perfeccionamiento de los métodos pedagógicos, creación de escuelas de instrucción elemental y el destierro de las aulas universitarias de planes de estudio ya obsoletos; el acompañamiento a las reformas, del pensamiento filosófico propio, que aunque, inspirado en lo mejor de la Ilustración europea, no renunciaba a su electismo; no oponer como enemigos irreconciliables, las creencias religiosas individuales respecto a la adhesión al progreso científico; la construcción de una cultura, asentada en nuestras propias raíces e idiosincrasia; la utilización de la prensa escrita como medio por excelencia de divulgación de su ideario, y como factor esencial, una eticidad forjada en valores irrenunciables, como la justicia, el patriotismo, la solidaridad y el amor.
Rasgos del pensamiento progresista cubano, que ya presentes en esa primera etapa, supervivirán, en un proceso de continuo enriquecimiento, en el decursar posterior de nuestra sociedad, asumiéndose como forja de nuestro ideal nacional, de aspiraciones y utopías realizables, incluso hasta la medianía de la próxima centuria.
A partir de las décadas del 40 y 50 del siglo XIX, surge y se acrecienta como tendencia política, con decisivo basamento económico, el anexionismo, impulsado entonces por la influyente clase de los ricos hacendados criollos, que aspiraban a integrar a la colonia, como un estado más de la Unión, al reconocer la explotación esclavista, como la fuente más segura de acrecentar sus riquezas; su temor constante a una sublevación, semejante a la que sucediese en Haití, favorecido porque la población esclava, así como la de negros y mestizos libertos, llegaron a ser mayoría en determinado momento, en nuestra composición demográfica, con respecto a la población blanca, gracias al incremento de la trata; así como conceptuar, no sin razón, al sistema político establecido en los Estados Unidos, como paradigma a imitar, al compararlo con el sistema opresivo, y obsoleto instaurado por España en su colonia. Este último aspecto, aún después de concluida la Guerra de Secesión norteamericana, en 1865, permitió que la anexión, permaneciera incluso como opción, en determinados momentos, en las ideas de relevantes personalidades como Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte, evidencia que se recoge en sus primeros manifiestos revolucionarios, pero prontamente desechado, a partir de la maduración de su acendrado patriotismo.
La torpe política española con respecto a Cuba y el rechazo a los reiterados reclamos por la concesión de mayor espacio político de decisión; supresión de impuestos abusivos y una mayor libertad de comercio, llevaron ya iniciada la década de los 60 del propio siglo, al fortalecimiento de las convicciones independentistas, ya anticipada por Félix Varela desde el exilio, en "El Habanero", en 1824, y los intentos esporádicos, pero premonitorios, acaecidos en el primer cuarto de siglo, promovidos por Infante, Bassave, Aponte, Facciolo y otros, cruelmente reprimidos.
La firma del humillante Pacto del Zanjón, que pusiese fin a la llamada Guerra de los Diez Años (1868-1878), secuela del regionalismo y la falta de unidad en el campo insurrecto y dignamente repudiado por el General Antonio Maceo y un grupo de oficiales mambises, en Baraguá, fomentó inevitablemente, dado el consiguiente desánimo en unos y el calculado oportunismo de otros, un determinado auge de las tendencias reformistas (muy distante de los objetivos patrióticos propuestos por el pensamiento ilustrado cubano de las primeras décadas del siglo), que se constituyeron en rémora claudicante con respecto a los más progresistas afanes separatistas. Paralelamente hace acto de presencia el autonomismo, donde se refugian los personeros de las posiciones más vergonzantes, que claman por tardías migajas a las autoridades coloniales, no obstante sordas a sus pueriles reclamos.
Tales corrientes coexistieron en la llamada Tregua Fecunda (1878-1895), tras el fracaso de la llamada Guerra Chiquita (1879). Sólo la labor tesonera, aglutinadora y patriótica de José Martí, logró rescatar la dignidad nacional emancipatoria, en su titánico empeño por conciliar intereses entre veteranos y "pinos nuevos", con el objetivo de crear las condiciones para la continuidad de la lucha independentista.
El Maestro, quien sintetizó en su ideario, lo mejor del pensamiento cubano precedente, logra su plasmación en base a un programa y un partido, que permite el reinicio de la contienda independentista, el 24 de febrero de 1895. Su temprana muerte en combate en Dos Ríos, el 19 de mayo del propio año, aunque crea consternación entre los libertadores, no trunca el empeño, que se prolonga con avances significativos, con derroche de valor y sacrificio de nuestro pueblo.
Ya prácticamente vencida España, en 1898, agotados sus recursos materiales, humanos y morales, se produce, bajo un falso y demagógico espíritu democrático y humanista del gobierno de los Estados Unidos, plasmado en la "Joint Resolution", la intromisión de ese país en el conflicto bélico bajo la engañosa denominación de Guerra Hispano Cubano-Americana, valorada acertadamente por V.I. Lenin como la primera guerra imperialista, y que culmina, tras fácil victoria, en la firma del Tratado de París (1898), del cual se excluye ignominiosamente a los cubanos, y la primera intervención norteamericana en nuestra patria, en enero de 1899.
La república nace el 20 de mayo de 1902 con su soberanía cercenada tras la imposición infamante de la Enmienda Platt, como apéndice de la Constitución de 1901, la que marca con su sombra funesta, el devenir político y económico de la nación, aherrojada por la dependencia política, económica y cultural, al poderoso vecino. Las dos primeras décadas del siglo XX se caracterizan, con nítido reflejo en el pensamiento cubano de la época, impregnado de una perniciosa, aunque lógica frustración y un fatalismo geopolítico, que trasciende al actuar indolente, entreguista y mediacionista de los primeros gobiernos, que se incrementa a partir de la segunda intervención norteamericana (1906-1909).
Ya iniciado el siglo XX, en el pensamiento cubano ejercen una singular influencia diversas corrientes filosóficas, particularmente el positivismo de Comte y Spencer, el pragmatismo norteamericano de John Dewey y de forma, cada vez más creciente, el marxismo-leninismo, todas ellas adaptadas creadoramente a nuestras especificidades e intereses como pueblo y nación. No obstante el ideario martiano, que mantiene su supremacía, aunque demagógicamente usado en no escasas ocasiones por políticos y oportunistas para sus turbios fines, sirve como catalizador del ideal patriótico cubano e inspiración paradigmática de sus sueños tantas veces frustrados.
Durante el gobierno de Alfredo Zayas (1920-1925), vergonzosamente sumiso a los dictados del interventor Enoch Crowder, supuesto fiscalizador del conveniente manejo por el gobierno de los créditos concedidos por la banca norteamericana, se produce en el seno de la oposición un resurgir del pensamiento patriótico y revolucionario, concretizado en hechos históricos de singular relevancia, como la fundación de la Federación Estudiantil Universitaria (1922) y del primer Partido Comunista de Cuba (1925), por una generación que reclama su protagonismo en la nueva coyuntura, como Julio A. Mella y Rubén Martínez Villena, inspirados en la trayectoria de hombres inclaudicables, como Carlos Baliño, el leal amigo de Martí.
El mandato de Gerardo Machado (1925-1933), que instaura una represiva tiranía contra el pueblo y dócil a los intereses foráneos, permite que se forjen entre sus oposicionistas, nuevas figuras, que se suman a la lucha, de la talla de Antonio Guiteras y Pablo de la Torriente Brau, entre otros. El derrocamiento de la tiranía el 12 de agosto de 1933, da continuidad a un proceso revolucionario en que intervienen idealistas honestos, oportunistas contumaces, y políticos tradicionales, sin respaldo ni prestigio ante las masas. El asesinato de Julio Antonio Mella, en México (1929) y de Antonio Guiteras en El Morrillo (1935), así como la muerte de Rubén Martínez Villena (1934), propician la aparición de figuras como Fulgencio Batista, tras el movimiento de clases y soldados del 4 de septiembre de 1933, inicialmente revolucionario, que el sargento-taquígrafo, ya ascendido a coronel, astuto y carente de escrúpulos, mediatiza y frustra. Ello sume a la República, durante varios lustros, en una frustrante sucesión de gobiernos, incapaces de dar respuesta a los reclamos del pueblo. Como irónicamente sentenciase Raúl Roa, con lenguaje rebosante de cubanía: "La Revolución del 30 se fue a bolina".
No obstante, en la etapa de 1934 a 1952 se produce un proceso de relevante importancia en el continuo devenir del pensamiento cubano, con sus avances y retrocesos, dado por la gradual consolidación de una inevitable articulación del ideario martiano, del legado patriótico de las generaciones precedentes y del marxismo, favorecido por la fundación del primer Partido Comunista (1925); la promulgación de la avanzada para su época Constitución de 1940; del fortalecimiento del movimiento obrero y campesino y en la aparición de líderes sindicales como Lázaro Peña, Aracelio Iglesias y Jesús Menéndez; de dirigentes campesinos como Niceto Pérez; de personalidades políticas de probada honestidad como Eduardo Chibás y Blas Roca; y de una intelectualidad consagrada a la lucha por los intereses de su pueblo, como Raúl Roa, Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez y tantos otros.
El retorno al poder, mediante un inmoral golpe de estado del General Batista, el 10 de marzo de 1952, entonces senador de la República, al cerrar los caminos de un posible retorno a la institucionalidad, propicia el surgimiento de la llamada Generación del Centenario, liderada por el joven abogado Fidel Castro, que optan por la lucha armada, como única vía posible para el derrocamiento de la dictadura y la concreción de su programa revolucionario, expuesto en el alegato jurídico, ya antológico, de la "Historia me absolverá" (octubre de 1953) y que proclama al Apóstol, con orgullo, como el autor intelectual de la gesta. Con esa invocación patriótica, retornan a la trinchera de ideas, varias generaciones de pensadores cubanos, a veces tristemente olvidados, que surgidos del seno de nuestro heroico pueblo, reclaman para éste su irrenunciable papel como único sujeto histórico merecedor de todos los honores.
Como expresa el Apóstol el 24 de enero de 1880 " ignoran los déspotas que el pueblo, la masa dolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones; y acarician a aquella masa brillante que, por parecer inteligente, parece la influyente y directora.Y dirige, en verdad, con dirección necesaria y útil, en tanto que obedece, en tanto que se inspira en los deseos enérgicos de los que con fe ciega y confianza generosa pusieron en sus manos su destino. Pero en cuanto por propia iniciativa, desoyen la encomienda de su pueblo, y asustados de su obra, la detienen; cuando a quienes a quienes tuvo y eligió por buenos, con su pequeñez lo empequeñecen y con su vacilación lo arrastran, sacúdese el país altivo el peso de los hombros y continúa impaciente su camino, dejando atrás a los que no tuvieron suficiente valor para seguir con él" (Lectura en la reunión de emigrados cubanos, en Steck Hall, Nueva york. 24 de enero de 1880. OC T 4. Página 193).
Y que Fidel Castro reitera en el discurso pronunciado el 4 de enero de 1959, en multitudinaria concentración popular efectuada en la ciudad de Camagüey, al valorar cuan " dura y difícil será la empresa de los que pretendan separarnos y alejarnos a nosotros de nuestro pueblo, porque cuando no se vive más que para un solo propósito, cuando no se vive más que con una sola intención, cuando no se descansa, cuando no se duerme, cuando no hay tregua en el trabajo y en la lucha por servir honradamente una causa, no hay fuerza que pueda separar a un hombre de su pueblo Y el pueblo tendrá en nosotros eso: servidores, y no quien trate de servirse del pueblo. ¿Qué podemos nosotros pedir del pueblo más de lo que el pueblo nos ha dado? ¡Ningún poder, ninguna riqueza, ningún bienestar podrá jamás compararse con la emoción del cariño unánime de un pueblo! Esto no se sacrifica por nada ni por nadie. Solo los miserables, los que son incapaces de sentir podrían despreciar el amor despertado en un pueblo" (http;//www.cuba.w/gobierno/discursos).
Los aportes de algunas de las más significativas de esas personalidades, cuya vida, obra y pensamiento nos es posible abordar en este ensayo, constituyen el legado propiciatorio para el nacimiento de la Ideología de la Revolución Cubana, aún en pleno proceso de conformación y perfeccionamiento, pero asentada en principios rectores que la validan e identifican como tal y cuya permanencia constituye su principal fortaleza, a la vez que su negación representaría su propia autodestrucción.
Personalidades representativas del pensamiento cubano. Vida y obra
I.-José Agustín Caballero (1762-1835):
"Clamar, proponer y solicitar una reforma de estudios digna del siglo en que vivimos".
Uno de los más señeros representantes de la Ilustración Reformista Liberal de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, movimiento de ideas vinculado al acelerado desarrollo azucarero de la época y que inicia la reforma de los estudios filosóficos en Cuba, impregnado de un profundo anti escolasticismo.
El Padre Caballero nace el 28 de agosto de 1762 en La Habana. En 1774 ingresa en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio (4). En la Universidad de San Gerónimo de La Habana, fundada desde 1728 por la Orden de los Dominicos, obtiene los grados de Bachiller en Artes (1781), Bachiller en Sagrada Teología (1787) y Doctor en Sagrada Teología (1788). En 1781 viste los hábitos clericales. Ocupa la cátedra de Filosofía del Seminario de San Carlos entre 1785 y 1804, pasando luego a ocupar la de Escritura y Teología Moral. Miembro de la Sociedad Patriótica de La Habana (5) desde 1793, donde presidie la Sección de Ciencias y Artes. Participa en la creación del Papel Periódico de la Habana (1790) y se desempeña como su primer redactor. Ejerce asimismo como Censor de la Sociedad Patriótica (1793), censor eclesiástico (1799) y censor de los papeles públicos en 1811, al decretarse la libertad de imprenta.
En 1830 es nombrado individuo de mérito de la Sociedad Patriótica. La actividad de Caballero se inscribe en los esfuerzos reformistas dirigidos a reformular el ordenamiento tradicional en función de los intereses de los ricos hacendados criollos. Su obra es amplia y multifacética particularmente entre 1790 y 1811, e incluye una serie de artículos de diverso corte en el Papel Periódico de la Habana, junto a otros escritos pedagógicos, sociales y políticos. Se destacó además como orador, en particular por sus discursos en honor a figuras como Cristóbal Colón (1796), Luis de las Casas y Arragorri (1801), Nicolás Calvo de la Puerta (1801) y José Manuel González Cándamo (1801).
Aboga por la reforma general de los estudios y la introducción de las ciencias experimentales, el aprendizaje de idiomas extranjeros y el conocimiento de la lengua materna. Critica con dureza el aristotelismo predominante en la Universidad dominica de La Habana e introduce en sus lecciones de filosofía, en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, por vez primera en Cuba, las doctrinas sensualistas de Locke y Condillac, así como elementos de la física newtoniana.
Su "Discurso sobre la Física" (1791) y "Discurso filosófico" (1798), publicados en el "Papel Periódico de la Habana", expresan los ataques más severos contra la escolástica en Cuba a finales del siglo XVIII. En ellos estimula la observación directa de la naturaleza y el desarrollo de las ciencias experimentales, así como la libertad de pensamiento, entendida como libertad de elección y rechazo a la autoridad en filosofía.
En 1797 escribe "Philosophia electiva", primer esfuerzo de sistematización de los conocimientos filosóficos en Cuba, utilizado como texto en sus clases en el Seminario de San Carlos. Este cuaderno da inicio a la tradición electiva en el pensamiento cubano (6). Su "Exposición a las Cortes Españolas" (1811) es uno de los primeros proyectos de gobierno autonómico para Cuba y un ejemplo de aplicación del instrumental teórico de la Ilustración al análisis político y a la elaboración de proyectos enraizados en la realidad colonial. Muere el 6 de abril de 1835 en La Habana.
La principal batalla librada por este destacado intelectual cubano, en el campo de las ideas, lo constituye su crítica sistemática a las manquedades del escolasticismo, dada por su irracionalismo, su rechazo a la inserción de la ciencia en la enseñanza y su teologicismo a ultranza, imperante en los escasos centros de estudio en la época (Sugerimos consultar la obra del autor: Significación del ideario educativo de Fidel Castro, reseñado en la bibliografía. N. del A.). En su antológico "Discurso sobre la Física", publicado en el "Papel Periódico de la Havana", el primero de septiembre de 1791, éste realiza una dura crítica al escolasticismo que regía los estudios universitarios en Cuba, donde el teologicismo marginaba el verdadero espíritu científico. En su escrito valora como " una ciencia que no contiene más que frívolas cuestiones sin decidir las que parecen importantes, sino únicamente con probabilidades apoyadas sobre hipótesis, sólo puede interesar a un pequeño número de ignorantes, siendo como imposible que extienda sus límites, porque el deseo de saber que nace con el hombre, naturalmente le conduce a la verdad, y por lo mismo, todo lo que carezca de ella no le puede fijar la atención"
Para agregar que por " cerca de veinte siglos no fue otra cosa la Física, que un ridículo laberinto de sistemas apoyados unos sobre otros, y por lo común opuestos entre sí. Cada filósofo se creía en la obligación de formar uno nuevo, y esta multiplicidad de errores redundaba en descrédito de las opiniones filosóficas. Se añadirá a esto que los profesores de esta ciencia ponían particular cuidado en producirse con expresiones enigmáticas, que sólo ofrecían ideas confusas, inteligibles únicamente a los querían convencerse, no por razón, sino por capricho. Los maestros se valían en sus explicaciones de palabras que carecían de sentido y una docilidad mal entendida las admitía ciegamente, sin más razón que porque se introducían. La reforma de Descartes sacó a esta ciencia tan mal cultivada, y tan poco conocida, de las tinieblas en que tanto tiempo permaneció, librándola de la oscuridad con que se había establecido en las Escuelas bajo la autoridad de Aristóteles".
No obstante, como muestra de su electismo, proclama que " estamos persuadidos que la palabra Filosofía, que significa amor a la sabiduría, no puede tener otra base que la verdad. Ésta es la que busca la Física, y el único medio de encontrarla es ser amante de ella y abrazarla como tal, de cualquier parte que venga, sin preciarse de ser newtoniano o cartesiano" pero aclara como " debemos penetrarnos del más profundo respeto y reconocimiento hacia los grandes hombres que nos han comunicado con sus discursos y enriquecido con sus descubrimientos, pero no hemos de ser esclavos de la autoridad (7).
Pero Caballero no solo intentaba promover un espíritu científico de estudio e investigación sino era un crítico del carácter obsoleto de enseñanza implantado por la metrópoli en su colonia antillana dado que las autoridades coloniales concebían la instrucción popular como un factor que atentaba contra su omnímodo poder político en Cuba. En el discurso que pronunciara el 6 de octubre de 1795 en la clase de Ciencias y Artes, que abordaba la reforma de los estudios universitarios éste expresa como " el sistema actual de la enseñanza pública de esta ciudad retarda y embaraza los progresos de las artes y ciencias, resiste el establecimiento de otras nuevas, y, por consiguiente en nada favorece las tentativas y ensayos de nuestra Clase." (8).
En el informe "Las Ordenanzas para las escuelas gratuitas de La Habana", que a pedido de la Sociedad Económica de Amigos del País, redactara en 1794 el padre José Agustín Caballero en colaboración con Fray Félix González y Francisco Isla, se encuentran exigencias de un significativo valor educativo, que aspiraban a normar las relaciones maestro-alumno. Para éste, si bien la enseñanza debe abrirse al conocimiento universal, este debe adaptarse a…"…las circunstancias que caracterizan nuestro suelo" (9). Como síntesis de su ideario educativo, resaltan estas premonitorias reflexiones, que datan de fecha tan temprana como 1795, cuando demanda por…"…clamar, proponer y solicitar una reforma de estudios digna del siglo en que vivimos, del suelo que pisamos, de la hábil juventud en cuyo beneficio trabajamos" (10).
A su vez, como iniciador del Reformismo Ilustrado en Cuba, el presbítero José Agustín Caballero nunca concibió, su profunda fe religiosa, como un valladar para asumir posiciones progresistas, sino el camino más justo y racional para promoverlas.
II. – Francisco de Arango y Parreño (1765-1837):
" Todos saben que la economía del trabajo de los hombres consiste en suplirlos por máquinas o bestias ".
Abogado y economista destacado, Arango y Parreño constituye una personalidad de singular relieve en la vida política y económica de Cuba en su época. Nace en La Habana, Cuba, el 22 de mayo de 1765. Como uno de los representantes más lúcidos del reformismo ilustrado, supo combinar con gran acierto en su discurso político, muy distante aún a toda aspiración independentista, la aplicación de la ciencia a la economía. Éste cursa sus estudios de humanidades en el Real Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio. En 1781 ingresa en la Facultad de Leyes, de la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana, donde obtiene el título de bachiller en Derecho Civil (1786).
Viaja a Santo Domingo, donde se desempeña en la audiencia como orador y jurista. Tras su regreso a La Habana, embarca hacia España en 1787 e ingresa en la Real Academia de Derecho Patrio y Común de Madrid, donde continúa sus estudios, graduándose de abogado en la Universidad de Madrid, en 1789. En 1788 es nombrado principal apoderado del Ayuntamiento de La Habana ante el gobierno de Madrid. Se le nombra oidor de la Audiencia de Santo Domingo, en 1793 y al año siguiente, como síndico perpetuo del Real Consulado de Agricultura y Comercio, que creado en 1795 a instancia suya, despliega una importante actividad, tanto en el terreno económico como en el social. Recorre Europa para hacer estudios de economía. Regresa a Cuba e ingresa en la Real Sociedad Patriótica de la Habana, de la que es designado director (1797-1798) y más tarde socio de honor. Forma parte de la comisión encargada de redactar y administrar el "Papel Periódico de la Havana", que le sirve de tribuna pública para exponer sus criterios económicos, desde que comienza su publicación bajo el patrocinio de la Real Sociedad Patriótica.
Se desempeña como primer síndico del Real Consulado (1793), y como asesor del Tribunal de Alzadas. Se le nombra oidor honorario de la Audiencia de México (1810). En 1811 se le concedieron los honores de ministro del Supremo Consejo de Indias y en 1812 resulta electo Diputado a Cortes, y ministro de la Junta Central, por la Diputación Provincial. Ejerce las funciones de consejero del Consejo de Indias y miembro de la Junta Real para la Pacificación de las Américas, durante 1816. Árbitro de la Comisión Mixta (1819) que se ocupa de todo lo concerniente a la trata de esclavos. En 1825 se le comisiona como redactor del nuevo plan de estudios que comenzará a regir en la Isla. En 1834 recibe el título de Prócer del Reino. Fallece en la capital cubana el 21 de marzo de 1837.
En su conocido "Discurso sobre la agricultura de La Habana y medios de fomentarla" (1792) Arango y Parreño declara su preocupación de que " ya nadie niega ni duda que la verdadera riqueza consiste en la agricultura, en el comercio y las artes, y que si la América ha sido una de las causas de nuestra decadencia, fue por el desprecio que hicimos del cultivo de sus feraces terrenos, por la preferencia y protección que acordamos a la minería, y por el miserable método con que hacíamos nuestro comercio" (11).
Muy acorde a los intereses de la clase de los ricos hacendados criollos, que representaba, Arango y Parreño era partidario de la esclavitud y preveía la bonanza económica que representaría para estos, la devastación que sufrían las plantaciones cañeras y cafetaleras en la vecina Haití, a consecuencia de las sublevaciones de los esclavos, en su lucha por la independencia. En su escrito, éste propone innovaciones técnicas en la producción de azúcar y experiencias en su cultivo y explotación, tomando como ejemplo las cercanas colonias inglesas antillanas. Ello lo lleva a reflexionar, en fundamentación de sus propuestas, como " todos saben que la economía del trabajo de los hombres consiste en suplirlos por máquinas o bestias, y que el tiempo y la experiencia sirven para perfeccionar las máquinas, pues en los ingenios de La Habana, no se usan otras que las que llevaron de Andalucía los primeros fundados. La caña se muele con trapiches de madera y al lento impulso de cuatro palancas, igualmente de madera, oblicuamente colocadas y tiradas por bueyes".
Para agregar " no hay molino de viento o agua, ni una idea de lo que es esto; cuando en las colonias extranjeras, además de ser estos muy comunes, usan trapiches de hierro, bien construidos; colocan las palancas o manjarrias casi horizontalmente y consiguen mayor cantidad de caña en el mismo espacio de tiempo" (12).
En el mismo empeño de desarrollar la agricultura en general, particularmente la industria azucarera, así como el comercio en general, que tanto interesaba a los hacendados criollos, redacta el enjundioso "Informe del Síndico en el expediente instruido por el Consulado de la Habana, sobre los medios que conviene proponer para sacar la agricultura y comercio de la Isla del apuro en que se hallan" (1808). En el mismo reitera sus propuestas de apertura al comercio para la colonia, suprimiendo trabas y prohibiciones; priorizar la atención al cultivo de la caña y la producción azucarera, aprovechando la debacle acontecida en la economía de la vecina isla y estimular otros cultivos y producciones complementarias.
Arango, reflejo de los intereses de la clase a la que pertenecía y representaba, siempre resultó un defensor de la permanencia de la esclavitud. Al respecto, en su informe a las Cortes, el 20 de julio de 1811, lo atestigua. Éste, aunque comprendía la injusticia de la misma, anteponía los intereses económicos de los acaudalados particulares. Al respecto expresa, utilizando como ejemplo lo acontecido en los Estados Unidos de Norteamérica como " el único pueblo de la tierra antigua y de la tierra moderna que, con respecto a este asunto, se ha encontrado en nuestro caso, es el angloamericano, en la memorable época de la conquista y establecimiento de su independencia, y que por tanto debemos examinar sus pasos, no para que sirvan de regla, sino de guía a los nuestros. Duró trece años la fiera y heroica lucha de ese magnífico pueblo, y el mismo Congreso que la empezó, la acabó; pero en toda ella la voz del Gobierno o de la Ley general de aquellos Estados estuvo tan silenciosa sobre el tráfico y la suerte de sus negros, como lo pedía la prudencia, como lo exigían las muy preferentes y multiplicadas atenciones de la salvación de la Patria, y como lo demandaba la imperfecta organización de la Representación nacional. Cada provincia, pues, siguió con absoluta franqueza las reglas que creyó mejores, y fueron tan diferentes, como era su modo de pensar y situación respectiva"
Para agregar:
"Finalizóse la guerra; hablóse de Constitución. Se estableció para hacerla un Cuerpo de Representantes con título de Convención, y entonces se vino a hablar de introducción de esclavos y arreglo de esclavitud. Pero ¿de qué manera? ¿con qué circunspección, Señor? ¿con qué miramientos por los derechos provinciales, o aún por los errores y extravíos de la opinión individual? Dígalo mejor que nosotros la misma letra de aquella Constitución: dígaselo a V.M. la sección IX de su artículo I, que en copia se encuentra entre los documentos anexos, con el número 1".
"La filantropía negrera nació- añade-, como V.M. sabe, en las felices regiones que gozan de los beneficios de esta Constitución: y antes de sancionarla, aun antes de que se convocara la Convención que la hizo, eran tanto los progresos que a favor de los esclavos había hecho la doctrina del Patriarca de Pennsylvania, que ya diferentes provincias de su grado habían dispuesto que se cerrara la puerta a nueva introducción de negros, y se abriesen mil caminos para hacer libres y útiles a los siervos existentes. Pues, con todo eso, Señor, bastó que en otras provincias o no hubiese igual clemencia, o lo que es más natural, no hubiese iguales proporciones para ejercitarla entonces; bastó, decimos, esta consideración para que la Constitución tan benéfica, o de principios tan liberales, no se abstuviese sólo de canonizar los de Penn, sino que se impusiera la obligación precisa de no impedir en veintiún años la introducción de esclavos. Lo más notable de esto; lo es el desprendimiento de toda intervención en la economía de la esclavitud existente" (13)
Tales "sabios" consejos resultaron gradualmente aplicados, cuando ya iniciado el siglo XIX, Cuba sustituyó a Haití como la principal proveedora de azúcar en el hemisferio occidental. A la vez que sentó las bases del permanente temor de los ricos hacendados criollos, a una lucha independentista que conllevará las mismas funestas consecuencias para sus privilegiados intereses, lo que los aleja de apoyar todo intento separatista, durante las próximas décadas.
III. – Tomás Romay Chacón (1764-1849):
"Apenas perciben la voz del grande Bacon, abandonan el peripato, y todas sus cuestiones nominales, huyen de Galeno, detestan a Avicena, abominan a Averroes".
Página siguiente |