Violencia juvenil, pandillaje y barras bravas en Lima y Callao (página 2)
Enviado por JAVIER MARTÍN LLERENA PORTAL
c) La apertura de oportunidades de participación: los adultos protectores son modelo de competencia social en la solución de problemas, pudiendo proporcionar oportunidades para que los niños y adolescentes participen y en conjunto, aprendan de los errores y contribuyan al bienestar de los otros, como parte de un equipo solidario y participativo.
Greenspan (1996) enumera una serie de condiciones familiares que favorecen el desarrollo de la resiliencia en niños y jóvenes:
1.1.1.1 Dentro del sistema familiar:
Normas y reglas claras y respeto a las jerarquías.
Apoyo entre los miembros de la familia como costumbre.
Estrategias familiares de afrontamiento y eficacia.
Práctica de un estilo de crianza, donde el adecuado uso del tiempo libre, la internalización de valores, el amor y el respeto enmarquen el estilo de vida de los hijos.
Expectativas positivas de los padres sobre el futuro de los hijos.
Responsabilidades compartidas en el hogar.
Apoyo de los padres en las actividades escolares de los hijos.
Oportunidades de desarrollo y responsabilidades extra familiares (voluntariado, trabajo, estudio, etc.). (RESILIENCIA CEDRO).
1.1.1.2 Desde lo Social:
Desde que Robert Merton escribió su artículo American Sociological Review (en 1938) y su Teoría y Estructura de Clases (en 1949), la discusión por definir si las clases sociales ejercían influencia en el comportamiento desviado empezó a forjarse. Dentro de sus conclusiones define que la clase social más propensa a utilizar la violencia y la conducta desviada es la clase baja, porque siempre se encuentran en la problemática de, por un lado aceptar los fines que impone el sistema o asimilar la falta de medios o pocos medios que le brinda la sociedad para conseguir las metas.
Esta disyuntiva puede nacer a partir de la tensión que se produce entre la estructura social, específicamente en las estructuras de clases, la cual al final de cuentas es la que determina los fines del individuo, como son su estatus y posición social y la estructura cultural, quien determina los medios para conseguir los objetivos. A partir de esta tensión en las clases bajas se produce un gran problema, porque ellas no son capaces de distinguir con claridad los medios.
Según la teoría de la Estratificación Social de Davis y Moore, los cuales tienen una gran influencia de los subsistemas parsonianos, se puede decir que en la sociedad estadounidense los objetivos de éxito económico son legítimos por todos los miembros de la sociedad por estar considerados dentro de una jerarquía de valores, los cuales determinan las aspiraciones de la mayoría de los individuos.
En sí, las clases bajas se encuentran continuamente enfrentadas a las normas institucionalizadas, las cuales tienen como misión regular y controlar las maneras más aceptables de alcanzarlas, esto crea una situación de anomia, que recae en el más común de los individuos, porque todos nos encontramos bajo el sometimiento de reglas que son en muchos casos arraigadas en nuestras costumbres o frente a las instituciones quienes definen lo que debe estar permitido. Por ejemplo, si a una persona le parece que utilizando el poder o la fuerza es una buena opción para actuar con el resto de individuos, al final tendrá que reconocer que no puede continuar con su posición ¿por qué estos elementos son condenados en la zona institucional de la conducta permitida, y quién condena estos elementos?, pues, la cultura quien ofrece exigencias muchas veces incompatibles para los situados en los niveles más bajos de la estructura social, porque no es capaz de establecer para ellos caminos seguros y sobre todo posibles, cuando para otras clases sociales si lo son. La consecuencia de esta incongruencia estructural es una elevada proporción de conducta desviada. Las formas de evitar la anomia creada entre los fines y los medios son cinco, pero especialmente importante para la conducta desviada que afecta a las clases sociales bajas es la conocida como "la innovación", en la cual se rechazan las prácticas institucionales, pero se conservan las metas culturales, porque va antecedida de una tensión que acaba convirtiéndose en conducta antisocial al no existir más remedio que recurrir a medios legalmente condenados que, por otro lado, son muy efectivos para las clases medias y altas para conseguir el éxito que proporciona el estatus. "El recurrir a canales legítimos para "hacer de dinero" está limitado por una estructura de clases que no está plenamente abierta en todos los niveles para los individuos capaces" (Merton, 1978: 224).
Las clases bajas son más propensas a desarrollar un tipo especial de acción destinada a conseguir un objetivo cultural convencional a través de mecanismos ilícitos o delictivos, como, por ejemplo, los adolescentes que se crían en ambientes marginales con pocas oportunidades de alcanzar el éxito, incluso si siguen las reglas del juego y que acaban recurriendo a la utilización de otros medios que se consideran como desviados (Merton, 1978: 224).
Sin embargo, una duda razonable debió surgir en esta teoría cuando E.H. Sutherland publicó una encuesta en 1940 -dos años después del primer artículo, pero nueve antes del libro de Merton- sobre 1.700 individuos de las clases medias y altas por medio de un auto-informe, en el cual se reflejaba una gran cantidad de delincuencia de cuello blanco, actos desviados no penados por la justicia, etc., lo cual podría entrar en contradicción con la hipótesis de partida. A pesar de ser consciente del dato, Merton lo reinterpretó argumentando los numerosos errores que contenía la estadística oficial sobre delitos y cerrando el debate reafirmando la correlación entre clase social y conducta desviada basada en la constatación teórica de que mientras unas clases pueden cometer delito y salir indemnes, otras no alcanzan a tener la misma destreza y acaban siendo arrestados y engrosando las cifras de la policía. "Pero cualquiera que sean las diferencias en la proporción de conductas divergentes en los distintos estratos sociales, y sabemos por muchas fuentes que las estadísticas oficiales de delitos que muestran uniformemente proporciones más altas en los estratos inferiores andan lejos de ser completas y fidedignas, parece por nuestro análisis que sobre los estratos inferiores se ejercen las presiones más fuertes hacia la desviación" (Merton, 1978: 223).
Luego en 1955, Albert K Cohen, determina a la clase social como una variable de causación esencial en la explicación del comportamiento desviado. Como decía anteriormente, la estructura social produce tensión en la población, con mayor frecuencia en las clases bajas pero una manera de resolverlas es a través de la cultura ya que esta es un espacio donde se puede resolver los problemas de creencias, valores, gustos y prejuicios tan tradicionales en nuestra sociedad. Pero la cultura al igual que la sociedad está estratificada por categorías de edad, sexo, raza, etnia, ocupación, ingresos y clase social. Cada una de estas estratificaciones tiene estrategias culturales muy diferenciadas las cuales afrontan situaciones variables.
La clase social más baja se divide en tres subgrupos, los cuales coinciden con la propuesta del estudio de Williams Foote (1943) Whyte (Street Corner Society). El primero, son los jóvenes de instituto, el segundo los chicos estables de la esquina, y el tercer subgrupo son los chicos denominados "jóvenes delincuentes". La diferencia entre estos tres grupos la marca la estrategia de conseguir el estatus de la clase media, es decir, el ascenso al siguiente peldaño de la movilidad social. Las dos primeras fracciones no constituyen un problema de cara al comportamiento desviado porque, o bien interiorizan los valores y el éxito de la clase media, o bien acaban aceptando su propio destino contemporizando las reglas de la clase media. En cambio, el subgrupo de los jóvenes delincuentes asume como propio el fracaso de no haber alcanzado el estatus apreciado, por ello desprecia los valores. A esto le denominaría Albert K Cohen (1955) la formación reacción, que podría considerársele como una ansiedad que se acentúa en la psique y que se expresa de manera inconciente, por eso que los jóvenes organizan sus pandillas y cometen delitos que cuyo fin principal no es el logro de medios materiales, como lo decía Merton, sino que de esta manera demuestran su descontento, la frustración y el rechazo que perciben. Es por eso que el comportamiento de cualquier delincuente presenta por lo general seis características notorias: la malicia y la destrucción, no es utilitario, es negativo, es versátil, es hedonista a corto plazo y es autónomo (tiene una lealtad de exclusividad a su banda o p andilla). En la subcultura desviada una de sus funciones más importantes es la legitimización que se produce entre los adolescentes de la clase trabajadora de la agresión contra las personas de la clase media y contra sus normas, que son sus causas directas de la frustración de estatus.
Los efectos de las clases sociales se pueden observar a través de dos instituciones representativas, que son la familia y la escuela ya que son distintivas de un modo concreto de socializar a los adolescentes. Por ejemplo las diferencias culturales entre las clases sociales medias y bajas, radica en que las familias de clases medias toman en cuenta la ética protestante quien orientaba hacia el cumplimiento de metas alejadas y elevadas a lo referido a la responsabilidad individual, en el apoyo conjunto, en el postergamiento de las satisfacciones inmediatas, en el raciocinio para manejar planificadamente los recursos propios, en los buenos modos y maneras que permiten hacer amigos y conocer a gente influyente, en la inhibición de la espontaneidad, en el control de la agresión física y la violencia. Frente a estas prácticas, las familias de las clases bajas, sobre todo las infraclases, se caracterizan por los impulsos impremeditados y monetarios de los padres, por el menor énfasis en el esfuerzo a largo plazo, por la relajación en la comida, en el descanso, en el aseo, en la vestimenta, en el trabajo, en la escuela y en el disfrute de la vida, por enfrentarse a muchos problemas, por la falta de disciplina, por la menor eficacia del castigo que se concentra en lo físico, por las carencias afectivas de los padres, y por la mayor dependencia afectiva del grupo de pares. Todo ello sienta las bases para que la destreza física y la agresividad tengan diferentes significados en la socialización de las dos clases, ya que, mientras que en la clase media la fuerza física se diluye en el razonamiento o se ensalza a través de competiciones deportivas reglamentadas en el juego limpio, en la clase baja el enfrentamiento es más probable que sea reconocido como normal, natural, camino legitimo para resolver las disputas, experiencia vicaria de los padres que la utilizan frecuentemente. La segunda institución de importancia en la socialización de los adolescentes es la escuela, cuyos efectos vienen a reforzar la subcultura de la clase media. La escuela funciona como una extensión de las familias de clase media, porque está basada en los valores que ésta representa, a través quizás, de la procedencia social de los profesores, de la procedencia social de los gobiernan y dirigen, y de los valores que van implícitos en los libros de texto y en los imperativos estructurales. Cuando las clases trabajadoras incorporan a sus hijos a la escuela se produce un choque de sub culturas, porque los procedimientos y los caminos para conseguir el éxito de las clases medias se ven enfrentados a los de las clases bajas. Los problemas de disciplina, esfuerzo intelectual, disrupción en el aula, ingobernabilidad, concentración, agitación o violencia se hacen más que evidentes, conduciendo directamente al fracaso. El estatus anhelado se aleja y los adolescentes, como represalia, ingresan en pandillas cuya principal misión es la recuperación de la dignidad perdida a través de una subcultura reafirmante.
Miller propuso un nuevo enfoque que complementa a los enfoques antes mencionados en la relevancia de la clase social para explicar el comportamiento desviado. Su principal observación discrepa con la teoría de la subcultura delictiva, y con su propuesta trata de asegurar que el modo de comportarse de los jóvenes de clases bajas no tenía relación con una socialización concreta, sino con su estilo de vida. "El sistema cultural que ejerce la influencia más directa sobre el comportamiento es el de la clase social más baja, una tradición largamente establecida, distintivamente conformada con una alta integridad de sus componentes.. que ha surgido a través del conflicto con la cultura de la clase media y que se encuentra orientada a violar deliberadamente las normas de la clase medias" (Miller 1958, 351). La escasez de posibilidades de éxito de las clases más bajas se debe a que adoptan una cultura social propia separada, identificable y diferenciada de la de las clases medias, que sería al menos, tan antigua como la de éstas, y que es transmitida de generación en generación.
Así, mientras que las clases medias tienen valores tales como la motivación por el logro, las clases más bajas tienen una clara predisposición por el uso de la fuerza física, el ensalzamiento de la masculinidad, el uso de alcohol y drogas, las apuestas, las acciones arriesgadas que violan la ley, la alta individualidad que rechaza el control externo, etc., que se podrían concentrar en seis valores: el conflicto, la dureza, la sagacidad, la emoción, la falta de control sobre el destino y la autonomía. Un conjunto de valores que proceden de la respuesta a vivir en zonas de la ciudad o distritos desfavorecidos y caracterizados por estar formados por hogares monoparentales u hogares donde la presencia del padre es esporádica, ausente o inconsistente en el seguimiento de los hijos, y que acaban siendo los que determinan, más que las normas del grupo, la conducta antisocial. Los actos de violación de las leyes cometidos por miembros de adolescentes que forman pequeñas banda urbanas, van destinados a conseguir tanto una adherencia a las formas de comportamiento al uso, como a lograr unos estándares de valor definidos dentro de la comunidad que requieren una alta fidelidad al grupo, con una buena predisposición hacia la subordinación individual. Una cultura, en definitiva, que no se puede contemplar simplemente como el reverso o la forma antagónica de la cultura de la clase media, porque constituye una entidad cultural de muchos siglos de antigüedad.
Cloward y Ohlin (1960), con la utilización de datos secundarios procedentes de otros estudios establecen que la estructura social, con sus imperfecciones, se encuentra detrás del comportamiento desviado.
Los jóvenes de las clases más bajas se enfrentan a un grave problema por la disparidad entre lo que se les conduce a desear y lo que es realmente válido, lo que provoca que se den contra la tensión originada por el ajuste entre lo que han internalizado en tanto que metas convencionales y las limitaciones de un acceso legítimo. Por ejemplo, esta situación se puede comprobar, sobre todo, en la adolescencia masculina, porque muchas veces y más en nuestro país, el joven debe enfrentarse al mercado de trabajo, buscar empleo, construirse una carrera para sí mismo y apoyar a su familia en abierta contradicción con una estructura económica que se erige frente a él como fija e inmutable. Una realidad que difiere entre las clases medias, ya que aunque éstas deben emplear más tiempo en la formación y en retrasar su entrada al mundo adulto, se encuentran educadas para postergar la gratificación y aceptar sustituciones intermedias.
La tensión o conducta desviada no sólo depende de la escasez de oportunidades lícitas o legítimas, sino también de la oferta de las oportunidades ilegítimas, es decir, la conformidad o la desviación están correlacionadas en mayor o menor medida con las estructuras relativas de oportunidades, que es en definitiva lo que condiciona la respuesta de los jóvenes. Además, no todas las clases sociales bajas tienen idéntica organización y estabilidad. Surgen entonces las bandas juveniles de las clases más bajas de las grandes ciudades como un modo lógico de adaptación a este problema de ajuste basadas en tres grandes subculturas: criminales, de conflicto y de retraimiento. La criminal, dedicada al robo, la extorsión y a otros medios de conseguir ingresos, tiende a estar altamente integrada con otros transgresores, incluyendo adultos a través de la conexión entre niveles de edad, lo cual proporciona coherencia, facilita el aprendizaje ilegítimo, provee oportunidades igualmente ilegítimas y es una fuente de control social. La de conflicto, con la principal función de manipular la violencia para conseguir estatus, se caracteriza porque se origina en suburbios en donde la movilidad social y geográfica provoca inestabilidad en la organización social, lo cual resulta indispensable para que se pueda producir la primera subcultura y, a falta de una integración entre niveles de edad, surge un comportamiento violento sin llegar a ser criminal. En la tercera característica del consumo de drogas, los jóvenes se ven empujados a un tipo de violencia más notable, porque al no percibir la existencia de oportunidades legítimas, la frustración y el descontento crecen exponencialmente, por lo que la falta de oportunidades es a menudo el síntoma de la falta de organización social en la comunidad, lo que significa que existen pocos controles sobre el comportamiento de los jóvenes. Por ello se la denomina como "cultura del retraimiento" o del "doble fallo", ya que la conducta desviada está motivada bien por la falta de oportunidades o por la falta de prohibiciones internas contra el uso de medios ilegítimos, lo que implica, por ejemplo, que los jóvenes se orienten hacia el mundo de la droga.
La demostración de que las clases más bajas se enfrentan ante una mayor propensión hacia el camino desviado se puede comprobar a través de dos tipos diferentes de aspiraciones. Desde las aspiraciones absolutas, porque se comprueba que los jóvenes de las clases más bajas tienen una marcada preferencia por los trabajos de bajos ingresos pero de alta seguridad, lo cual les impide arriesgar y conseguir mejores trabajos. Y desde las aspiraciones relativas, medidas por la insatisfacción de los ingresos o por el descontento de la posición en la escala social, porque muestran que aquellos que se encuentran situados en los estratos más bajos experimentan unos niveles más altos de frustración.
Por último, hay que añadir los estudios basados en la ecología urbana de las relaciones sociales, puesta en evidencia por los tempranos estudios desarrollados por la Escuela de Chicago. Como sostiene Louis Wirth (1938) en lo que se conoce como el acondicionamiento del entorno o la experiencia social del espacio urbano, la población de una ciudad presenta tres características básicas: densidad (por estar superpobladas), heterogeneidad (muchas diferencias entre las personas) y anonimato (de las relaciones sociales); lo que explicaría cómo la naturaleza impersonal de la vida urbana de una ciudad genera la proliferación de graves problemas sociales. Las conductas violentas obedecen realmente a respuestas patológicas al entorno urbano, ya que se pudo comprobar cómo la mayor parte de los sucesos violentos se desarrollaban en determinadas zonas de la ciudad y en espacios definidos donde se reproducían estas características, normalmente asociados a las áreas centrales degradadas, al núcleo y a las áreas periféricas deterioradas de chabolismo, infravivienda e infraurbanismo. Posteriormente, Shaw y Mckay (1942), del Instituto de Investigación Juvenil de Chicago, señalaron, basándose en las aportaciones de la ecología humana de R. Park y E. Burguess, cómo los distritos municipales con una mayor tasa de delincuencia estaban localizados dentro o en las inmediaciones de las áreas que concentraban una gran actividad industrial o de comercio y cómo las tasas más altas de problemas juveniles estaban focalizadas en las áreas geográficas con un estatus económico más bajo, con un porcentaje mayor de familias viviendo del subsidio de desempleo y con mayores problemas de alcoholismo. Y aunque su conclusión no fue realmente que la pobreza estuviera directamente correlacionada con la violencia, sí se pudo comprobar que en estas áreas se producían más actos violentos que en el resto, se comprobó cómo las áreas de mayor delincuencia coincidían con los asentamientos de población inmigrante, lo cual suponía establecer un modelo racial y étnico de la violencia.
Para Hall (1965), el tamaño de las ciudades y el rápido crecimiento de éstas provocan problemas de congestión o macrocefalia, es decir, acumulación de personas, construcciones y funciones en espacios relativamente pequeños, con el consiguiente efecto nocivo para la vida de las personas. Este sería el caso de las principales ciudades densamente pobladas, que provocan falta de empleo, embarazos juveniles, nacimientos fuera del matrimonio, cabezas de familias femeninas, dependencia de la beneficencia, delincuencia severa, bajas aspiraciones, pobre educación e inestabilidad familiar. La ciudad acaba siendo el reflejo de las tensiones sociales que se producen en su seno. Es por ello que los conflictos de clase y estatus se escenifican en la metrópoli, toda vez que las clases medias y altas, acuciadas por el deterioro y la incomodidad de los centros urbanos en lo que se denomina ciclo vital del vecindario (Schwirian, 1993), emigran hacia zonas mejores que sólo se encuentran en la periferia, abandonando los sectores más degradados y dejándoselos a estratos sociales que se encuentran por debajo en la estructura social. La acumulación permanente de capas sociales sin recursos acaba convirtiendo a estos barrios en zonas muy vulnerables. Además, el sistema productivo de la ciudad genera una gran cantidad de trabajos poco cualificados, que son ejercidos por continuas olas de inmigrantes recién llegados y que se ubican en barrios donde acaban padeciendo la inconveniencia de zonas abandonadas. Aunque con el paso del tiempo, o de una generación, sí son capaces de abandonar el nicho residencial y laboral, de ajustarse a la vida urbana, de asimilar las instituciones, de avanzar en la escala socioeconómica y mudarse a espacios de mejor calidad, su situación será reemplazada sistemáticamente por otros inmigrantes o por gente nueva que acude en busca de oportunidades, por lo que la ciudad acaba convirtiéndose en un asentamiento relativamente grande, denso y permanente de zonas formadas por individuos de un nivel social, económico y cultural homogéneo en donde, la alta densidad de habitantes por metro cuadrado genera contactos físicos entre las personas. Pero las relaciones sociales tienden a ser distantes y cristalizan en una segregación que provoca una adscripción superficial de pertenencia a diferentes grupos, así como unas relaciones interpersonales que no generan lealtades ni compromisos fuertes, ni vínculos permanentes de autoayuda en momentos difíciles (Teodoro Hernández de Frutos, 2004).
1.1.2 Juventud como Contracultura
Una subcultura es un grupo humano considerado como "grupo de referencia" para la identidad de las personas que a él pertenecen o de afiliación para las que quieren pertenecer, suministra al individuo un universo de pautas, símbolos y valores que conciernen a lo que es correcto o no, apropiado, decente o posible y sirve como guía para las decisiones que se toman en la vida. En general las sub culturas se relacionan con las variaciones de la pauta o cultura dominante de la sociedad. Entre las sub culturas más importantes podemos mencionar la comunidad étnica, la clase social, el género, la generación y la región. (Hollander, 1971:327).
Estas sub culturas no tienen límites geográficos, pero tienen una gran influencia en la socialización temprana de los seres humanos e influyen en los valores y el modo de comportamiento de su personalidad. Todas ellas se presentan como "culturas alternativas" a la cultura dominante poniendo
de manifiesto la presencia de la diferencia y provocan tensiones entre los grupos dominantes y los dominados. Algunas generan movimientos sociales y tratan de alcanzar el reconocimiento y la igualdad, pero otras se constituyen como contraculturas, como la cultura juvenil, y reclaman su condición de desviantes y contestatarias hasta el extremo de postular el rechazo total de la sociedad y el derecho a su propia clandestinidad.
Cuando se habla hoy en día de juventud y de cultura juvenil, casi hemos olvidado ya los movimientos juveniles de los años cincuenta-sesenta de los países industrializados bien en su vertiente escéptica, no comprometida, consumista y amante del rock, el sexo libre y las drogas, es decir lo que conformó los movimientos contraculturales. Sin embargo la importancia y el estudio de la subcultura juvenil tienen lugar en esos años y desde entonces se ha conformado como uno de los grupos culturales más importantes de las últimas décadas.
La juventud como categoría social enmarcada en unos límites de edad, como determinadas características psicológicas y necesidades sociales comunes no ha sido nunca un segmento de población homogéneo ni ha sido teorizada de la misma manera. En este sentido la juventud ha presentado figuras sociales diferentes como son el joven estudiante, el trabajador industrial o el campesino, cuya vida y cultura han manifestado a lo largo de este siglo diferencias considerables. No conviene olvidar tampoco otras aproximaciones teóricas como el trabajo pionero de Mannheim (1927), para quien la juventud no es una categoría demográfica marcada por la fecha de nacimiento sino una construcción social que se refleja en la generación, un grupo social formado por una coyuntura histórica determinada, ni la aportación de Eisensdat (1956) que formulaba la integración juvenil en relación a la integración más general del sistema social, en la que siempre se ha observado, en mayor o menor medida, que a una fase de juventud rebelde le sucede otra de estabilización e integración social.
En términos generales la juventud como grupo humano ha sido definida como grupo de iguales que pertenecen a un mismo período de edad dentro de un espacio geográfico determinado, o como generación histórica que se identifica con un determinado momento o proceso histórico. Al hablar de cultura juvenil voy a considerar a aquella figura social que, después de la Segunda Guerra Mundial representó una ruptura con respecto a su imagen tradicional y estuvo caracterizada o acompañada por la revolución de los medios de comunicación de masas, la explosión demográfica en algunos países occidentales, la extensión de su vida social que incluía una prolongación de la escolaridad obligatoria y una capacidad de consumo desconocida en las generaciones anteriores.
Para comienzos de los setenta interrumpe el esplendor de la técnica, de los medios de comunicación y de las multinacionales americanas que se expanden por todo el mundo. En Estados Unidos se respira un ambiente de libertad, de lucha unida contra el racismo y la violencia. El sector de la juventud busca soluciones, más allá de la sociedad en que vive, en un ideal comunitario que rechaza la propiedad privada y propone la vuelta al orden de la naturaleza. Es una huida de la ciudad que se configura en la constitución de comunas agrícolas y la referencia a la meditación oriental no exenta muchas veces de droga y sexo como ataque a tabúes burgueses y a su contradictoria política de prohibición y al mismo tiempo de explotación.
1.2 Violencia
1.2.1 Conceptualización
Una primera aproximación semántica el término violencia, remite al concepto de "fuerza"; es así que Corsi (1995) nos menciona que "la violencia implica siempre el uso de la fuerza para producir daño." La violencia en el ámbito de las relaciones interpersonales es sinónimo de abuso de poder en tanto y en cuanto el poder es utilizado para ocasionar daño a otra persona, cuyo objetivo es someter al otro incluso mediante el uso de la fuerza
La violencia es una acción ejercida por una o varias personas en donde se somete que de manera intencional al maltrato, presión sufrimiento, manipulación u otra acción que atente contra la integridad tanto físico como psicológica y moral de cualquier persona o grupo de personas".
La violencia (del latín violentia) es un comportamiento deliberado, que provoca, o puede provocar, daños físicos o psicológicos a otros seres, y se asocia, aunque no necesariamente, con la agresión física, ya que también puede ser psicológica o emocional, a través de amenazas u ofensas. Algunas formas de violencia son sancionadas por la ley o por la sociedad, otras son crímenes. Distintas sociedades aplican diversos estándares en cuanto a las formas de violencia que son o no son aceptadas. Por norma general, se considera violenta a la persona irrazonable, que se niega a dialogar y se obstina en actuar pese a quien pese, y caiga quien caiga. Suele ser de carácter dominantemente egoísta, sin ningún ejercicio de la empatía. Todo lo que viola lo razonable es susceptible de ser catalogado como violento si se impone por la fuerza.
Existen varios tipos de violencia, incluyendo el abuso físico, el abuso psíquico y el abuso sexual. Sus causas pueden variar, las cuales dependen de diferentes condiciones, como las situaciones graves e insoportables en la vida del individuo, la falta de responsabilidad por parte de los padres, la presión del grupo al que pertenece el individuo (lo cual es muy común en las escuelas) y el resultado de no poder distinguir entre la realidad y la fantasía, entre otras muchas causas. (WIKIPEDIA).
1.2.2 Tipos de Violencia
Johan Galtung (2003) nos dice que un ser vivo puede sufrir violencia física y mental. Al analizar la violencia la clasifica en violencia directa, estructural y cultural. Y en cualquiera de ellas se puede dar la violencia física y la violencia mental.
Violencia Directa: Es la que realiza un emisor o actor intencionado (en concreto, una persona), y quien la sufre es un ser dañado o herido física o mentalmente. Remitiéndonos a la definición de violencia como la aplicación de métodos fuera de lo natural hablaremos de un abuso de autoridad en el que alguien cree tener poder sobre otro. Generalmente se da en las relaciones asimétricas: el hombre sobre la mujer o el padre sobre el hijo, para ejercer el control. Si bien la más visible es la violencia física, manifestada a través de golpes que suelen dejar marcas en el cuerpo (hematomas y traumatismos), no por ello es la única que se practica.
Violencia Estructural: (Considerada también por Galtung como violencia indirecta). Se manifiesta cuando no hay un emisor o una persona concreta que haya efectuado el acto de violencia. La violencia estructural se subdivide en interna y externa. La primera emana de la estructura de la personalidad. La segunda proviene de la propia estructura social, ya sea entre seres humanos o sociedades. De acuerdo con Galtung, las dos principales formas de violencia estructural externa, a partir de la política y la economía, son: represión y explotación. Ambas actúan sobre el cuerpo y la mente, y aunque no sea consuelo para las víctimas, no necesariamente son intencionadas. Se consideran casos de violencia estructural aquellos en los que el sistema causa hambre, miseria, enfermedad o incluso muerte, a la población. Son ejemplos los sistemas cuyos estados o países no aportan las necesidades básicas a su población.
Violencia Cultural: Se refiere a los aspectos de la cultura que aportan una legitimidad a la utilización del arte, religión, ciencia, derecho, ideología, medios de comunicación, educación, etc., que vienen a violentar la vida. Así, por ejemplo, se puede aceptar la violencia en defensa de la fe o en defensa de la religión. Dos casos de violencia cultural pueden ser el de una religión que justifique la realización de guerras santas o de atentados terroristas, así como la legitimidad otorgada al Estado para ejercer la violencia. Diagnóstico del SIDA en función de la normativa de cada región o país. Cabe añadir que toda violencia cultural es simbólica.
Como vimos, la violencia directa es clara y visible, por lo que resulta relativamente sencillo detectarla y combatirla. En cambio, la violencia cultural y la violencia estructural, son menos visibles, pues en ellas intervienen más factores, detectar su origen, prevención y remedio es más complicado.
Se pueden añadir más categorías para las diversas formas de violencia:
Violencia Emocional: Se refleja a través de desvalorizaciones, amenazas y críticas que funcionan como mandato cultural en algunas familias o grupos sociales y políticos.
Violencia Juvenil: Se refiere a los actos físicamente destructivos (vandalismo) que realizan los jóvenes y que afectan a otros jóvenes (precisemos, aquí, que los rangos de edad para definir la juventud son diferentes en cada país y legislación). En todos los países, los principales actores de este tipo de violencia son los hombres, y la educación social es tal que el joven violento lo es desde la infancia o temprana adolescencia. Sin embargo, la interacción con los padres y la formación de grupos, parches, galladas o pandillas aumenta el riesgo de que los adolescentes se involucren en actividades delictivas, violentas y no violentas (acción directa).
Violencia de Género: Actos donde se discrimina, ignora y somete a la compañera, pareja o cónyuge, por el simple hecho de ser mujer. La violencia de género sólo atiende al sexo femenino. En el caso de la violencia doméstica si podría hablarse del ataque de la mujer hacia el hombre, pero nunca al revés.
Se cuestiona la utilización del argumento de las diferencias biológicas para justificar una serie de desigualdades en términos de derechos, privilegios y actividades entre hombres y mujeres, como si fueran parte de la naturaleza humana, cuando en realidad son construcciones sociales y culturales. La violencia de género se puede manifestar de forma similar para ambos sexos sin embargo, la opresión que experimentan las mujeres, existe y se reproduce en la cultura y la sociedad, es más dominante.
1.2.3 Causas de la Violencia
El alcoholismo: un sin número de casos registran que, en un gran porcentaje de los casos en los que las mujeres son agredidas por sus compañeros conyugales, éstos se hallan bajo el efecto del alcohol o de drogas cualquiera.
Ignorancia y falta de conciencia respecto a creer que la mejor forma de cambiar la situación en la que se encuentra es a través de actos que incluyen violencia física: golpes, pleitos, peleas, zafarranchos, etc., en vez de recurrir a manifestaciones pacíficas, a movimientos sociales pacíficos, a la conversación, al diálogo, a la búsqueda de acuerdos.
El no ser capaces de aprender a controlar los impulsos que generan violencia.
La falta de comprensión en las parejas, la incompatibilidad de caracteres: la violencia intrafamiliar es la principal causa de la violencia. Un niño que se desarrolle en un ambiente conflictivo y poco armonioso (con muy poca voluntad de diálogo, con poca capacidad en los padres para la comunicación de los problemas, de las necesidades y de los sentimientos, con muy poca apertura y conversación para aclarar y resolver los problemas y aprender de ellos para no repetir las experiencias negativas) ha de ser, con grandes probabilidades, en el futuro próximo y en el lejano, una persona problemática y violenta, a su vez, con sus propios hijos y/o con quienes estén bajo su poder o influencia (sus empleados, por ejemplo).
Falta de comprensión hacia los niños: sin estar conscientes de que los niños son seres inocentes, muchos adultos violentan o agreden o golpean o incluso abusan sexualmente de sus hijos (véase pederastia), generando así graves trastornos emocionales en ellos.
La adicción a sustancias (es decir, la dependencia física y psíquica, no la dependencia únicamente psíquica, a sustancias químicas diversas, tales como la nicotina y otras de las muchas sustancias incluidas en la fabricación industrial de los cigarros; a las bebidas alcohólicas; a las sustancias adictivas ilegales o "drogas", excepción hecha de la marihuana, de la cual se sabe que, aunque puede causar dependencia psíquica, no provoca dependencia física y, por punto consiguiente, no genera comportamientos violentos en quienes la consumen) es otra de las causas de la violencia. Muchas personas consumen sustancias adictivas con el fin de poder llegar a sentir que son lo que no son en realidad, causando con ello mucha violencia. Son muy frecuentes las noticias de casos en los que se sabe de una persona que, por no poder conseguir la dosis que necesita de la sustancia a la que es adicto (dependencia física), son capaces de asaltar o incluso asesinar.
Falta de amor, comprensión, respeto hacia a la mujer; muchos hombres golpean a la mujer porque traen un conflicto interno "odian a las mujeres" (misóginos).
La Organización Mundial de Salud, define la violencia como el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza contra otra persona o grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos y trastornos del desarrollo personal. Partiendo de este concepto se puede afirmar que la violencia es una conducta que produce consecuencias dañinas en la persona que lo sufre, ya sea un perjuicio de orden físico, psicológico, emocional, sexual o moral.
1.2.4 Reflexiones Teóricas sobre la Violencia
Una de las razones por las que apenas se ha considerado la violencia como un tema de salud pública es la falta de una definición clara del problema. La amplia variedad de códigos morales imperantes en los distintos países hace de la violencia uno de las argumentos más difíciles de abordar. Todo esto se complica por el hecho de que la noción de lo que son comportamientos aceptables, o de lo que constituye un daño, está influida por la cultura y sometida a una continua revisión a medida que van evolucionando los valores y las normas sociales.
La violencia puede definirse, de muchas maneras, según el propósito de quien lo realice. La Organización Mundial de la Salud define la violencia como: "El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones".
La definición comprende tanto la violencia interpersonal como el comportamiento suicida y los conflictos armados. Reviste también un amplio nivel de actos que van más allá del acto físico para incluir las amenazas e intimidaciones. Además de la muerte y las lesiones, la definición abarca igualmente innumerables consecuencias del comportamiento violento, usualmente menos notorias, como los daños psíquicos, privaciones y deficiencias del desarrollo que comprometen el bienestar de los individuos, las familias y las comunidades.
La violencia se ha definido tradicionalmente como: hechos visibles y manifiestos de la agresión física que provoca daños capaces de producir la muerte. Asimismo, se ha conceptualizado como las formas de agresión de individuos o de una comunidad que no se traducen necesariamente en un daño físico.
Agudelo S. (1991), señala que con frecuencia se piensa en la violencia como hechos imprevisibles, inmodificables y prácticamente inevitables; se asume que a lo más que se puede llegar es a registrar su magnitud, tratar de restaurar los daños causados y, en el mejor de los casos, a sugerir algunas prácticas preventivas, básicamente en el ámbito de la conducta individual. Desde esa perspectiva, la violencia se ha considerado como algo cotidiano, un hecho rutinario con el cual se ha aprendido a vivir y que sólo impacta cuando se es la víctima o cuando, por su magnitud y gravedad, adquiere proporciones espectaculares y causa daños físicos visibles. Sin embargo, cuando se considera que la violencia, más que un hecho "natural" es el resultado de la aplicación de la fuerza por ejercicio del poder de un individuo sobre otro, sobre un colectivo o sobre sí mismo, se ha dado un paso más en el conocimiento. En este caso, la violencia queda caracterizada como un proceso histórico social cuyo origen y ejecución están mediados por una serie de condicionamientos individuales y sociales que la constituyen en algo más que un hecho que provoca daños capaces de causar la muerte.
Distintas disciplinas han proporcionado diversas maneras de abordar el problema de la violencia; no obstante, prevalece la fragmentación pues cada una de ellas proporciona su visión particular en la cual no están integrados todos los avances logrados en el conocimiento sobre esta materia.
Así, para la sociología el fenómeno de la violencia se ubica en el marco de las relaciones macrosociales, donde violencia y poder parecen ser conceptos inseparables. Como instrumento de dominación, el Estado organiza el poder mediante el uso legítimo de la fuerza, y la violencia, como medio de dominio, es expresión de subyugación y de correlación de fuerzas. Si bien la violencia es un instrumento fundamental del Estado para perpetuarse y mantener la organización social, también los sectores que se oponen a determinadas directrices o situaciones recurren a ella.
Como producto de hechos que trascienden las voluntades de los agresores, la violencia se constituye en proceso histórico. Además, como lo expresan algunos teóricos, no toda forma de violencia es negativa pues, en múltiples ocasiones, ha servido para acelerar procesos económicos y sociales de innegable valor histórico. (Weber, 1964).
La sociología identifica dos formas de materialización de la violencia:
La manifiesta, que afecta la vida o integridad física de individuos o grupos, de manera que sus manifestaciones son cuantificables; en ella se inscriben actos como el homicidio, los golpes, la violación, etcétera; y,
La estructural, cuya causalidad se encuentra en las condiciones estructurales de la sociedad y cuyas consecuencias no se pueden atribuir a sujetos específicos; esta violencia expresa la capacidad de la organización social para disponer, a la vez, de una gran capacidad de integración y de una fuerte exclusión en el modelo social de desarrollo y se evidencia cuando la vida política y social aísla y margina del bienestar social a importantes sectores. (Touraine 1987).
Desde el punto de vista legal, la violencia recubre interés en tanto sea un hecho criminal, es decir, una violación a la ley. Desde esa perspectiva no todo hecho violento es criminal y no todo hecho criminal es violento. Por ejemplo, un policía que mata a un delincuente en su ejercicio profesional o un individuo que agrede a otro en defensa propia, no son considerados como criminales (tampoco se considera criminal el suicidio, aunque es un hecho violento). Del mismo modo, un robo en el que no existe agresión física al individuo se considera criminal para las leyes, pero no se concibe como violento. Además, para la ley es fundamental la determinación de la intencionalidad, entendida ésta en un preciso sentido de premeditación; de manera que el establecimiento de si hubo o no intención en la comisión de un acto violento es un elemento fundamental para la atribución de culpabilidad y aquellos actos en que concurren premeditación, alevosía y ventaja se consideran y sancionan de diferente manera que aquellos en los que no se dan estas condiciones. Así, la violencia en la perspectiva legal se concibe como un proceso producto de la voluntad individual, lo que permite a los legisladores atribuir la responsabilidad en la ejecución del acto violento; como consecuencia lógica de lo anterior, el interés de aquéllos se ha centrado sobre todo en el agresor y no en la víctima. En este sentido existe, por ejemplo, una categorización del homicidio en culposo y doloso; el primero se refiere a todo aquel que haya sido responsable de la muerte de alguien (que incluye desde al que atropelló hasta al que usó arma de fuego) y el segundo al que, además, huye para evadir la justicia. (Tellez, R. 1999)
La perspectiva legal, si bien constituye un marco para mantener el orden social, es limitada en la medida en que aísla el hecho violento del contexto social en el que éste se genera. Así, las acciones legales relacionadas con la violencia son fundamentalmente punitivas (aunque se consideran preventivas en el sentido de que son formas de disuadir a posibles criminales o que, al recluir a algunos de ellos, se disminuye el número de delitos que los mismos habrían cometido en caso de estar en libertad) y no tanto correctivas o preventivas.
Desde la perspectiva de la salud pública, la violencia se percibe como problema porque los actos violentos ocasionan daño físico, discapacidad, secuelas, un gran número de años de vida potencial perdidos y disminución de la calidad de vida. Estudios en este campo se ha centrado en el tratado de la frecuencia y gravedad de las lesiones producidas por hechos violentos, la delimitación de grupos de riesgo y el impacto que tienen dichas lesiones con respecto a los servicios de salud.
Metodológicamente según la Organización Panamericana de la Salud. (1978) las lesiones se han dividido en intencionales y en accidentales o no intencionales. Al respecto, las investigaciones han estado limitadas por problemas derivados de la Clasificación Internacional de enfermedades Causas de Muerte, ya que comúnmente se describen las lesiones como accidentes y violencias en conjunto, incluso se tiene una clasificación suplementaria de "Causas Externas de Traumatismos y Envenenamientos" que engloba las causas accidentales y las intencionales en un solo grupo; sin embargo, unas y otras obedecen a causas diferentes, tienen distinto impacto y su diagnóstico y prevención deben enfocarse en aspectos distintos del quehacer social. Por otra parte, el análisis respecto a morbilidad se ha basado en las lesiones que son objeto de demanda en los servicios de salud, desconociéndose la magnitud real del problema que incluye, además, todas aquellas que no llegan a los servicios o que se ocultan como otras causas. El papel de los servicios de salud se ha centrado, sobre todo, en la atención del daño físico, mientras que los aspectos relacionados con la salud mental (en el agredido y en el agresor) y con la prevención de la violencia han quedado relegados.
1.2.5 Violencia Juvenil, Familia y Adolescencia
Familia y Violencia: Las personas tienen mayores probabilidades de ser ultimadas, atacadas, golpeadas, insultadas o denigradas por cualquier miembro de la familia dentro de sus hogares que por un desconocido fuera de ella (Gelles, 1997).
Probablemente resulte difícil ver a la familia como la institución más violenta dentro de la sociedad. Posiblemente porque se considera la vida familiar como un ambiente cálido que brinda intimidad, seguridad y descanso. En muchos casos es así, pero ello se debe a que los conflictos surgidos se resolvieron de forma satisfactoria.
Los conflictos familiares son producto de la convivencia social. En tal sentido, podría hablarse de la inevitabilidad de los conflictos, en los cuales se pone de manifiesto la diferencia de intereses, deseos y valores de sus miembros (Straus y Gelles, 1986).
La familia atraviesa por diferentes etapas de desarrollo, las cuales favorecen la aparición de episodios sucesivos de conflicto. Por ello, el centro del problema no será evitarlos, sino establecer el método más adecuado para resolverlos. Aun cuando el conflicto es una parte inevitable de todas las relaciones humanas, la violencia no lo es (Adams, 1965).
Son claras las diferencias de un conflicto resuelto mediante la puesta en juego de conocimientos, aptitudes y habilidades comunicativas y, otro solucionado mediante la utilización de la violencia en cualquiera de sus formas, ya sea física, sexual o psicológica.
Es necesario distinguir entre dos conceptos actualmente muy confundidos: conflicto y violencia.
Conflicto familiar: Es un episodio que aparece frente a las situaciones familiares nuevas (nacimiento de los hijos, ingreso de los hijos al colegio, cambio de empleo, enfermedad, etc.), obligando a sus miembros a usar destrezas y habilidades para adaptarse a ellas.
Violencia familiar: Se refiere a todos los actos abusivos que tienen lugar en las relaciones cotidianas entre los miembros de la familia. Para hablar de violencia familiar la situación de maltrato debe ser crónica y cíclica, suponiendo daño o intención de daño a cualquiera de sus miembros.
Entonces, un conflicto familiar es, hasta cierto punto, una situación deseable al permitir el desarrollo de habilidades psicosociales en los miembros de la familia, habilidades necesarias para resolver situaciones difíciles en el futuro. Por el contrario, en la situación violenta no hay un empleo de tácticas de negociación y comunicación, sino ataques abusivos de todo tipo. Ha sido difícil, teórica y empíricamente, describir el desarrollo diferenciado del conflicto familiar y la violencia familiar.
Gelles y Straus (1979) identificaron las características propias de la familia que la convierten en una institución violenta. Sin embargo, señalaron esas mismas características como el origen de su naturaleza calurosa, favorable y creadora de un ambiente íntimo y productivo. Por ejemplo, los conflictos familiares de origen sociodemográfico tales como el desempleo, hacinamiento, bajo nivel educativo, etc., pueden terminar en ataques violentos de cualquier miembro de la familia o en la mejora del desarrollo de la familia. El que suceda el uno o el otro, no depende de las condiciones sociodemográficas, sino de las habilidades de los miembros de la familia para resolver conflictos.
Adolescencia y Violencia: El paso de la niñez a la adultez, en ninguna cultura y en ningún momento histórico, es tarea fácil. Es definitivamente, un pasaje duro que necesita de un cierto esfuerzo. Pero en sí mismo, ese momento al que llamamos adolescencia no se asocia necesariamente a la violencia. La violencia es una posibilidad de la especie humana, en cualquier cultura, en cualquier posición social, en cualquier edad. No es, en absoluto, patrimonio de los jóvenes.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la violencia es un creciente problema de salud pública a nivel mundial que asume formas de lo más variadas. De acuerdo a los datos de esa organización, cada año más de dos millones de personas mueren violentamente y muchas más quedan incapacitadas para el resto de sus vidas. La violencia interpersonal, entre ellas la violencia juvenil, es la tercera causa de muerte entre las personas de 15 a 44 años, el suicidio es la cuarta, la guerra la sexta y los accidentes automovilísticos la novena. Por el número de víctimas y las secuelas que produce, la violencia ha adquirido un carácter endémico y además se ha convertido en un serio problema de salud en numerosos países, dice la OMS. Además de heridas y muerte, la violencia trae consigo un sinnúmero de problemas sanitarios interrelacionados: profundos disturbios de la salud psicológica, enfermedades sexualmente transmisibles, embarazos no deseados, problemas de comportamiento como desórdenes del sueño o del apetito, presiones insoportables sobre los servicios de emergencias hospitalarias de los sistemas de salud. Ampliando la visión, podríamos decir que es un problema no sólo de salud: es multifacético: educativo, cultural, político, social. Produce disfunciones sociales, crea modelos de relacionamiento insostenibles, atrae otras desgracias humanas. La violencia produce más violencia, y ese círculo vicioso aleja de la convivencia armónica.
En ese marco se inscribe la violencia juvenil, fenómeno que se expande en todo el mundo, con cifras alarmantes. El aumento de la drogadicción y de la delincuencia asociado a las pandillas juveniles son síntomas que muestran la magnitud y profundidad de un problema de adaptación e inserción de los jóvenes en el mundo de los adultos. Los indicadores de violencia juvenil, además, se van expandiendo peligrosamente también al mundo infantil, al punto de convertirse hoy en una de las principales causas de muerte de la población entre los 5 y 14 años de edad.
La violencia no es nueva en la historia de los seres humanos, ni tampoco la dificultad de atravesar el período de la adolescencia. De todos modos, lo que resalta como altamente preocupante es la ecuación que se va estableciendo -cada vez con fuerza más creciente- entre juventud y violencia. Crece el desprecio por la vida, y las nuevas generaciones absorben cada vez más violencia.
El problema es bastante complejo, siendo imposible entenderlo y menos aún aportarle alternativas de solución a partir de un prejuicio criminalizador donde los jóvenes son los culpables. En todo caso debemos partir de la premisa que crece la violencia, y los jóvenes lo expresan de un modo más trágico, más explosivo que otros sectores.
La sociedad capitalista moderna, hoy expandida globalmente, ha representado enormes avances en la historia humana. Los progresos técnicos de estos últimos siglos son grandiosos y contamos hoy con una potencialidad para resolver problemas que no se había dado en varios años de evolución. También crece el avance social; hoy día existen legislaciones racionales que favorecen las relaciones humanas: existen sistemas de previsión y seguros, hemos avanzado en el campo de los derechos humanos. Pese a ello el malestar y la violencia continúan. Si bien existen cada vez más comodidades materiales, asistimos también a un creciente vacío de valores solidarios, de desprecio de la vida, si no, no serían causa de muerte tantos hechos violentos antes mencionados, a lo que habría que sumar el agudo crecimiento del consumo de drogas y de armas. En las complejísimas sociedades urbanas de hoy, moldeadas cada vez más por los medios masivos de comunicación, progresivas cantidades de jóvenes se enfrentan a un malestar difuso, ausencia de perspectivas, a un inmediatismo hedonista. Sin caer en visiones demagógicas, ni en moralismos toscos, y sin generalizar, vemos que una parte significativa de la juventud, no toda, se encuentra a gusto en formas violentas de relacionamiento.
Hay un estereotipo prejuicioso que asocia jóvenes con infractores. Obviamente solo es un prejuicio. Lo que efectivamente sucede es que cantidades cada vez más numerosas de adolescentes encuentran normal la violencia. En ese horizonte no es tan inventado ver la delincuencia y la integración de pandillas juveniles, como una consecuencia posible, incluso como una tentación, siempre a la mano.
Las pandillas y las barras bravas son algo muy típico de la adolescencia: son los grupos de semejantes que le brindan identidad y autoafirmación a los seres humanos en un momento en que se están definiendo las identidades. Siempre han existido; son un mecanismo necesario en la construcción psicológica de la adultez. El término hoy en día, goza de mala notoriedad; casi invariablemente se lo asocia a banda delictiva. De grupo juvenil a pandilla delincuencial o barra brava hay una gran diferencia. Pero no hay ninguna duda, que cada día el número de las pandillas y barras bravas están en aumento. El fenómeno se da más en los estratos sociales pobres, pero también puede verse en niveles acomodados. En su origen se encuentra una sumatoria de elementos: necesidad de pertenencia a un grupo de sostén, dificultad/fracaso en su acceso a los códigos del mundo adulto; la pobreza, sin que sea eso lo determinante. Básicamente se encuentra como causa la falta de proyecto vital; y por supuesto eso es más fácil encontrarlo en los sectores pobres. Jóvenes que no encuentran su inserción en el mundo adulto, que no ven perspectivas, que se sienten sin posibilidades a largo plazo, pueden entrar muy fácilmente en la lógica de la violencia, pandillaje o barra brava. Una vez establecidos en ella, por distintos motivos, se va tornando cada vez más difícil salir. La sub-cultura atrae a cualquiera que sea, y con más razón aún durante la adolescencia, población vulnerable, más aún cuando se está en la búsqueda de definir identidades.
Constituidas las pandillas juveniles y las barras bravas, que en la práctica son justamente poderosas sub-culturas, es difícil trabajar en su modificación; la 'mano dura' policial no sirve. Por eso, con una visión amplia de la problemática juvenil o humana en su conjunto, es inconducente plantearse acciones represivas contra esos grupos. De lo que se trata, por el contrario, es ver cómo integrar cada vez más a los jóvenes en un mundo que no le facilita las cosas. Es decir: crear un mundo para todos y todas.
La violencia es algo siempre posible en la dinámica humana; en los jóvenes, por su misma situación vital, ello se potencia. Las sociedades capitalistas modernas, las urbanas en especial, con su invitación y exigencia al consumo, son una bomba de tiempo respecto a la violencia, si no democratizan las posibilidades reales para todos sus miembros. La violencia estructural del sistema genera violencia interhumana igualmente desequilibrada, sin sentido, como dice Eduardo Galeano, los modelos de desarrollo social crean esta insensata injusta realidad que es el mundo que vivimos, entonces uno de los síntomas posibles de esa exclusión agudizante es la violencia por la violencia misma, tan fácilmente constatable en esos típicos clubes que son las pandillas juveniles y las barras bravas.
1.3 Criminal Nato
Parte de la idea que ni en los vecindarios en los que son muy altos los riesgos de delincuencia se da el caso que todos cometan delitos. En base a ello es razonable emprender la búsqueda de las cualidades que hacen vulnerables a ciertos individuos.
Los teóricos del Siglo XX como (Merton, Morant, Ritzen, Lombroso, entre otros) sostenían que el significado de los hábitos delictivos se encontraba en una deficiencia moral innata. Algunos de estos autores sugirieron que los delincuentes representaban un atraso evolutivo del hombre, otros consideraban al delincuente como una persona incapaz de alcanzar los niveles sociales normales debido a deficiencias cerebrales innatas. Estos puntos de vista nacen en el seno de la antropología criminal que estudiaba medidas del cuerpo, cráneo y características faciales de los delincuentes.
La expresión más importante de esta escuela del pensamiento se halla en la obra de Cesare Marco Lombroso (1902). Para el autor muchos delincuentes presentaban anomalías físicas que se asemejaban a los rasgos de los salvajes primitivos o los primates. De forma tal que en los delincuentes se observaba una nariz chata, la parte inferior de la cara mal desarrollada, pocas rayas en las palmas de las manos, frente estrecha, cara asimétrica, cejas pobladas y baja bóveda craneal, entre otras. Además de estos rasgos, las facultades sensoriales de los delincuentes estaban embotadas.
Lombroso consideraba ciertas actitudes de algunos delincuentes como su carencia de sentido moral, impulsividad, violencia, inmunidad al remordimiento y crueldad, como atributos propios de una constitución primitiva.
Siguiendo la misma línea, Hooton comparó a los presos norteamericanos con una muestra extraída de la población "normal" y encontró que la causa principal del delito es la inferioridad biológica. Las diferencias entre civiles y presos se hacían evidentes, aún dividiendo a los delincuentes según la naturaleza de sus delitos.
Por otra parte, Goring es uno de los máximos críticos de la antropología criminal y sus supuestos hallazgos. Este autor estudió cerca de 3.000 presos y los comparó con un grupo de control, encontró que no existía un tipo específico para los delincuentes, aunque éstos como grupo, se hallaban física e intelectualmente por debajo de la media estandarizada. (West, 1970)
1.3.1 Evolución Histórica del Perfil Criminal y Psicología Criminal.
El uso de la psicología para combatir y estudiar el crimen debe estar relacionado desde el inicio mismo de ésta, sin embargo, ha sido relativamente reciente en el tiempo la intención de algunos expertos de elaborar una metodología más o menos sistemática que nos ayude a capturar a criminales usando las aportaciones que la psicología nos brinda. Esta metodología ha estado basada principalmente en la creación, desarrollo y uso de técnicas clasificatorias y de etiquetajes del delincuente criminal, teniendo inicialmente como principal objetivo la captura del criminal. El acopio de datos ha posibilitado un estudio más profundo, que ha dado lugar a diversas teorías psicológicas del crimen, teorías que tratan de explicar el hecho criminal al igual que hace con cualquier patología mental. El desarrollo de técnicas terapéuticas y de rehabilitación del crimen está en un estadio muy precoz:
• 1888. Gran Bretaña. El Dr. George B. Philips diseña el método "modelo-herida", basado en la relación que existe entre las heridas que sufre la víctima y su agresor. En función de las características de éstas, se podría diseñar un perfil del delincuente.
• 1870. Italia. Lombroso es considerado el padre de la criminología. Estudia desde el punto de vista evolutivo y antropológico prisioneros, dando lugar a una clasificación de delincuentes que tienen en cuenta características físicas:
Criminal Nato: Ofensores primitivos caracterizados por un proceso de degeneración evolutiva que podían ser descritos por determinadas características físicas.
Delincuente demente: Ofensores que padecen patologías mentales acompañadas o no de físicas.
Criminaloides: Serían los que no pertenecen a ninguno de los dos grupos anteriores pero determinadas circunstancias les han llevado a delinquir.
• 1955. Alemania. Kretschmer hace un estudio de más de 4.000 casos y diseña una clasificación basada también en características físicas:
Leptosómico: Delgado y alto.
Atlético: Musculoso, fuerte.
Pícnico: bajos y gordos.
Mixtos: no puede encajar completamente en ninguna de las anteriores y sí en varias de ellas.
Según esta clasificación cada tipo de delincuente se relacionaría con un tipo de delito, así los leptosómicos son propensos al hurto, los atléticos a crímenes donde se use la violencia y los pícnicos al engaño y el fraude.
Las anteriores aportaciones tienen un fuerte componente biologicistas y fueron siendo abandonadas por la poca utilidad que ofrecía, así como por sus carencias científicas. Posteriormente y junto con el desarrollo que la psicología iba atesorando, las teorías dejaron a un lado las características físicas para detectar a criminales y empezaron a usar características psicológicas.
• 1957. USA. Brussel compara conductas delictivas con conductas de pacientes mentales. Su perfil del Bombardero de Nueva York puede ser considerado el primer perfil psicológico criminal, 32 paquetes explosivos en Nueva York en ocho años. Brussel examinó las escenas de los crímenes y dio un perfil a la policía. El bombardero es un inmigrante de Europa de entre 40- 50 años que vivía con su madre. Hombre que era muy aseado y que por la forma redondeada de sus "w" adoraba a su madre y detestaba a su padre. Predijo que en su detención vestiría un traje cruzado y abotonado. Poco más tarde, y tras las pistas aportadas por Brussel, George Metesky, un empleado enfadado de la compañía donde puso el primer artefacto fue detenido, llevaba un traje cruzado y abotonado.
Según Brussel, su perfil fue fruto del uso del razonamiento deductivo, su experiencia y el cálculo de probabilidades. Brussel apuntó hacia un hombre paranoico, trastorno que tarda alrededor de 10 años en desarrollarse, lo que, junto a la fecha de la primera bomba le llevó a la edad del perfil. Este trastorno explica el resentimiento perdurable, la pulcritud y perfección de sus acciones y artefactos, así como su vestimenta. Las notas que dejaba permitieron evaluar su procedencia, parecía como si estuviera traduciendo, lo que nos lleva a un inmigrante, en concreto del Este de Europa, donde históricamente se ha usado las bombas como armas de terrorismo.
La exactitud del perfil tuvo una gran repercusión en la policía, que empezó a respetar y a usar las aportaciones que la psicología podía hacer en este tipo de casos.
A pesar de que era aún una técnica poco precisa y con fallos, como se demostró entre otros, en los casos del Estrangulador de Boston, el perfil criminal fue ganando aceptación y demanda. A esto ayudó el aumento de homicidios en los que el asesino no era una persona conocida para la victima, lo que complicaba su resolución a la policía.
• 1970. USA. A partir de esta fecha, resulta vital para el desarrollo de esta técnica las aportaciones y desarrollos realizados por el FBI. El perfil psicológico del criminal queda establecido como técnica de investigación policial para resolver los casos difíciles, se crea la Unidad de Ciencias del comportamiento en el FBI, unidad especializada en el diseño de este tipo de perfiles. Agentes del FBI se preocupan por este tema y se van especializando, entre ellos Robert Ressler. Ressler entrevistó a cientos de criminales violentos en las cárceles, analizó y sistematizó toda esa información en el Proyecto de Investigación de la Personalidad Criminal, creado por él mismo y empezaron a documentar ciertos patrones y comportamientos de asesinos. Una de sus mayores aportaciones fue la del término de "asesino en serie", que veremos más adelante y su clasificación de asesinos en serie.
1. Asesinos en serie Organizados: Muestran cierta lógica en lo que hacen, no sufren trastornos mentales que puedan explicar en parte lo que hace, planifican sus asesinatos, son premeditados y nada espontáneos, suelen tener inteligencia normal o superior, eligen a sus victimas y las personaliza para que exista una relación entre él y su presa.
2. Asesinos en serie No Organizados: Sus actos no usan la lógica, suelen presentar trastornos mentales que se relacionan con sus aberrantes actos, tales como la esquizofrenia paranoide. No selecciona ni elige a sus victimas, ya que sus impulsos de matar le dominan tanto que improvisa, actúa espontáneamente y con una mayor carga de violencia y saña sin ningún mensaje. Su deterioro mental hace también que no se ocupe de la escena del crimen ni haga nada especial para no ser detenido. No quiere relacionarse con su víctima, solo destruirla.
Esta clasificación es actualmente usada en el desarrollo de perfiles, aunque en muchas ocasiones no existen los asesinos organizados o desorganizados puros y son más mezcla de ambos. No obstante la división sí ha resultado fructífera y de gran ayuda a la hora de perfilar un asesino ya que dentro de su clasificación, las características que describen a uno y a otro tipo de asesino sí tiene una gran consistencia estadística. Los términos de organizados y desorganizados son, como dice Ressler, de fácil uso para los policías porque se escapa un poco de la terminología psicológica y médica.
A partir de las aportaciones del FBI, la técnica del Perfil criminal ha ido evolucionando y adoptándose por otros cuerpos de policía de otros países. Además, se han creado diversas titulaciones académicas, agencias y organizaciones privadas encargadas de realizar perfiles criminales.
Aunque no hay y posiblemente no haya una sistematización absoluta de esta técnica, es en gran parte como dice Ressler un arte, el perfil ha quedado incluido como una técnica de investigación criminal. (Jorge Jiménez Serrano Presentado en el VII Curso de Criminología Psicosocial Universidad Complutense de Madrid)
1.3.2 Ámbitos de Aplicación del Perfil Criminológico.
Generalmente, el uso del perfil criminológico se restringe generalmente a crímenes importantes tales como homicidios y violaciones. Como mencionamos anteriormente, las características de estos hechos hace que la policía deba trabajar contrarreloj para resolver estos casos. Cuando se trabajan en homicidios donde el culpable es un desconocido para la víctima, el perfil puede ayudar a dar luz sobre el crimen y encaminar a la policía en sus investigaciones.
Cuando se quiere evaluar la posibilidad de relacionar varios homicidios, realizar un perfil sobre el autor de los asesinatos puede ayudar a determinar si estamos ante un asesino en serie o ante asesinos inconexos.
En otras ocasiones, el perfil ayuda a conocer ante qué tipo de personas nos enfrentamos y esta arma puede usarse antes de su captura, provocando por ejemplo al agresor en los medios de comunicación, y después de su captura, preparando los interrogatorios.
Otro ámbito de aplicación del perfil es su función teórica, en cuanto a que el análisis y evaluación de casos sirven para aumentar el conocimiento que se tiene sobre la propia técnica y sobre el hecho criminal. (Jorge Jiménez Serrano presentado en el VII Curso de Criminología Psicosocial – Universidad Complutense de Madrid)
1.4 Perfil Criminal.
Siguiendo a Garrido (2006), el perfil criminológico puede definirse como una estimación acerca de las características biográficas y del estilo de vida del responsable de una serie de crímenes graves y que aún no se ha identificado.
El objetivo de este perfil es delimitar las características del presunto culpable para disminuir el rango de posibles culpables y ayudar a la policía focalizando y restringiendo las posibilidades de investigación, posibilitándoles el centrarse en los blancos realistas. Este punto es muy importante, ya que cuando se tratan de crímenes violentos o seriales, la alarma social y las posibilidades de que se vuelvan a repetir los hechos, hacen necesaria actuar con rapidez y detener cuanto antes al asesino.
No obstante, el perfil tiene sus limitaciones, no es una ciencia exacta, está basada en el análisis de la huella psicológica que el asesino deja en sus crímenes y en datos estadísticos recolectado de otros casos y de los datos teóricos aportados por la psicología y la criminología. Estamos por tanto hablando de probabilidades.
En palabras de Ressler (2005), las personas que realizan un perfil buscan patrones e intentan encontrar las características del probable autor, se usa el razonamiento analítico y lógico, "qué" más "por qué" igual a "quién". (Jorge Jiménez Serrano Presentado en el VII Curso de Criminología Psicosocial – Universidad Complutense de Madrid).
1.5 Tipos de Perfiles Criminales.
Para la elaboración de un perfil criminal es necesario el análisis y evaluación de estas fuentes: escena del crimen, perfil geográfico, modus operandi y firma del asesino y victimología.
1.5.1 Perfil de Agresores Conocidos o Método Inductivo.
Este método se basa en el estudio de casos para, a partir de ellos, extraer patrones de conductas característicos de esos agresores.
Se desarrolla básicamente en el ámbito carcelario, mediante entrevistas estructuradas o semiestructuradas, aunque también se suele usar como fuente de información las investigaciones policiales y judiciales.
El estudio de presos se complementa con entrevistas a personal carcelario a su cargo, así como parientes y cualquier persona que pueda dar información relevante respecto a esta persona.
Ressler, dentro del proyecto de Investigación de la Personalidad criminal (PIPC) entrevistó, junto a colaboradores, a cientos de criminales violentos por todas las cárceles de EE.UU. Según su experiencia, las entrevistas a criminales solo tienen valor si aportan información útil para la policía sobre su personalidad y sus acciones. Para ello, el entrevistador debe ganarse la confianza y el respeto del entrevistado. (Ressler, 2006).
Una característica a tener en cuenta a la hora de elegir a los entrevistados es que ninguno de ellos pueda ganar nada por el hecho de participar en la entrevistas, ya que esto podría sesgar sus respuestas.
1.5.2 Perfil de Agresores Desconocidos o Método Deductivo.
Este método se basa en el análisis de la escena del crimen en cuanto a sus evidencias psicológicas para que pueda inferirse el perfil del autor de ese crimen. En este método se intenta pasar de los datos generales a los particulares de un único individuo. Para ello se analiza la escena del crimen, la victimología, pruebas forenses, características geográficas, emocionales y motivacionales del agresor.
Para la realización de este perfil se tiene en cuenta los datos aportados por el método inductivo.
Para ejemplificar este método tomamos un perfil realizado por Ressler: "La mayoría de los asesinos en serie son blancos. Danny vivía en un barrio blanco, si hubiera aparecido cualquier hombre negro, hispano o incluso asiático, muy probablemente habrían notado su presencia. Pensé que el asesino no era joven porque el asesinato tenía un carácter experimental y porque el cuerpo había sido abandonado a poca distancia de un camino, elementos que indicaban que se trataba de un primer asesinato…el abandono del cuerpo justo al lado de un camino transitado sugiere que el asesino quizá no tenía la fuerza física suficiente para llevar el cuerpo más lejos…" (Ressler, 2006).
Perfil Geográfico
Este perfil describe el aspecto geográfico donde se desenvuelve el delincuente, sus escenas del crimen, los puntos geográficos de esos crímenes, sus desplazamientos, el terreno en el que actúa, zona de riesgo, base de operaciones.
Este perfil nos dice mucho del mapa mental del criminal, que es la descripción que el delincuente tiene en su cabeza de las zonas geográficas en las que se desenvuelve en su vida. Su casa, su calle, su barrio, su ciudad están descritos en la mente del criminal en función de las experiencias que ha tenido con cada uno de esos lugares, nos describe su zona de confianza, su territorio, las zonas de influencia, cómo se mueve y se desplaza por ellas. La comprensión de estos datos nos puede dar información de en qué zona vive, dónde debemos buscarlo y dónde puede actuar.
Como cualquier depredador, éste ataca a sus víctimas en el territorio en el que se siente seguro, su presa tenga menos posibilidades y pueda huir si es necesario. Como cualquier persona, las conductas que requieren intimidad o que pueden provocar cierto estrés, son más fáciles de realizar en terreno conocido que en aquel desconocido que nos provoca inseguridad. Para el asesino en serie matar es su objetivo, pero no olvida su sentido de supervivencia que le hace tratar de evitar que lo capturen. Por eso va a matar en aquellas zonas en las que se sienta cómodo. Este hecho puede desaparecer en determinado tipo de asesino en serie, en concreto en los desorganizados, en el que su sed de muerte se produce por impulsos y no tiene tanto control sobre ese aspecto. Generalmente, su deterioro mental también hace que no planifique tanto sus crímenes. Por otro lado, ese deterioro mental hace que no sea capaz de desplazarse a grandes distancias para buscar a sus víctimas ni para acabar con sus vidas, por lo que también actúa en su zona geográfica.
Muchos estudios se han hecho al respecto, de los cuales, la hipótesis del círculo de Canter ha sido la más fructífera. Corresponde a un estudio realizado con violadores en el que se encontró que entre el 50 y el 70 por ciento de ellos vivían en un área que podía ser delimitada por un círculo que uniese los dos lugares más alejados donde habían actuado, muchos de ellos vivían en el mismo centro de ese círculo.
El estudio de casos ha mostrado que en la mayoría de los asesinos en serie, sus primeros actos se realizan cerca del lugar donde residen o trabajan y posteriormente se van alejando a medida que van adquiriendo seguridad y confianza. Cuando decimos cerca del lugar donde vives es una cercanía relativa ya que el asesino tampoco se va a exponer a ser reconocido actuando en lugares muy próximos a su hogar y en el que las posibles víctimas y testigos puedan conocerlo.
1.5.4 Escena del Crimen
La escena del crimen es, como su nombre indica, el lugar que el asesino ha elegido para matar a su víctima. Las escenas pueden ser varias si el asesino ha usado varios lugares desde que atrapa su víctima hasta que la deja. Puede atraparla en un sitio, torturarla en un segundo, matarla en un tercero y trasladarla a un cuarto para abandonarla allí. En cualquier caso, la escena principal es donde la muerte o agresión de mayor importancia y el resto son secundarias. Generalmente es en la primaria donde hay más transferencia entre el asesino y su víctima, por lo cual suele ser en la que hay más evidencias psicológicas y físicas.
Es importante por esto la protección de la escena o escenas del crimen ya que cada pista puede ser clave, además, es necesario evaluar si ha habido una manipulación de dicha escena, lo que suele llamarse actos de precaución o conciencia forense (cuando elimina pruebas físicas).
1.5.5 Asesino Viajero
Un tipo de asesino, el viajero, rompe esta regla en cuanto a que prefiere viajar lejos de su zona habitual de residencia para matar.
Modus Operandi y Firma
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