CABILDO
Era una comparsa de las que salía para los Mamarrachos de Santa Cristina, Santiago y Santa Ana.
Los Cabildos formaban la alegría, la locura del pueblo todo y especialmente de los muchachos.
Historia.- Los cabildos eran comparsas que salían para los Mamarrachos. El Cabildo era una imitación, especie de "crítica" de los cabildos municipales y demás cabildos. La comparsa o cabildo representaba primero "los civiles" con su machete "abriendo campo" y diciendo "despendejen", aunque todo el camino o vía estuviese despejado; ( eran el hazmerreír de los muchachos); los Celadores iban en medio del Cabildo, dando ordenes.
En 1877 desapareció el cabildo de los blancos, y en cambio, apareció una comparsa que se titulaba el entierro del Rey del cabildo de los blancos, al cual enterraron en el Cementerio de Santa Ana.
Los morenos ( Léase los negros cubanos) del cabildo, iban vestido de negro, pero en silencio.
Iban muy serios cantando salmos y responsos, pero sin llevar tamboras, ni chachás, ni tan-tán.
En la Caney en el año 1878, para celebrar la Paz del Zanjón, salió a recorrer las calles del pueblo, un gran cabildo, ideado por el señor Francisco Carrasco, y dirigido por el "maestro de la escuela" Don "Pancho" Martínez…
Se reunieron en la calle de "La Marina", desde la calle del Gobernador hasta cerca del río, "bajo toldos"; se bautizó la bandera y salió el Cabildo por la calle del Gobernador, la calle de "la Botijuela", siguió por la de la Guadalupe, hasta la casa del Alcalde Corregidor, adonde fue muy bien recibido por el Comandante Don Federico Llorente.
El Cabildo estaba compuesto por todos los jóvenes del pueblo, a todo lujo: trajes nuevos, todo nuevo, hasta las tamboras, chachás, tan-tán, güiros, etc.:
Aé, general general brigadier,
Tú a la corte tendrás que marchar;
La bandera que llevas al frente,
Tus vasallos te la cuidarán.
Al entrar en las casas de las autoridades: Alcalde Corregidor, "Jefe de la zona", Comandante de la Guardia Civil, etc., cantaban:
Iremos a la Corte
Con Príncipe y Princesa,
A coronar al Rey……….
¡ Viva, viva la Corporación
Del Cabildo del Caney!
Cuando salían cantaban:
De frente va la bandera
Que la cuidan "guardacorp".
¡ Oh, oh!
"Adelante" los del Cabildo
¡ Aé, aé, aó!
Origen histórico o tradicional.- Los negros africanos importados a Santiago de Cuba, eran de diversas naciones : Congos, Carabalí, Cangá, Lucumí …….
Cuando ellos se encontraron aquí expatriados y con un yugo que ellos no sentían tan grave en su país, trataron de agruparse los carabelas ( los de la misma nación o pueblo) y formaron sus sociedades o asociaciones que se llamaron Cabildo, Congo, Carabalí, Lucumí, etc.
Al exteriorizarse sus sociedades en la época de los mamarrachos, principalmente el cabildo congo, servían de burla al pueblo; pero al ver la seriedad con que ellos tomaban sus paseos se podía penetrar en su fuero interno para leer lo que pensaban y sentir lo que ellos sufrían.
Obs.- Aun quedan restos de estos cabildos, entre ellos el "Bibí", que para acogerse a la Ley de Asociación, se ha inscrito con el nombre de "Club de San Salvador" de Hosta. Y el tradicional "Cabildo del Rey Congo"; el Cabildo que tenia prerrogativas especiales del Gobierno Español, se llama hoy "Club Juan de Góngora". Los otros, todos, se fusionaron con los negros de Guinea y negros libres y fundaron la "tumba francesa" llamada "Tumba Masoné". Esta agrupación celebra sus fiestas bajo el patrocinio de la Virgen de la Caridad.
COCOYÉ
Esta palabra no está en el Diccionario de la Academia de la Lengua Española, no está en el de Larousse. El Sr. Constantino Suárez "el Españolito", en su Diccionario de voces cubanas dice "Cocoyé". Cierto baile indecente de origen haitiano.
¡ Oh! Qué malo es escribir acerca de los tipos y costumbres de un país, desde lejos, o por referencias.
Así le pasó al que dijo que con una "matica de afió con todas sus raíces (aunque fueran "todísimas"- como dijo Chizo) se podía llenar un serón ( ni un seroncito). Así le pasó al Españolito: escritor castizo, pero no escritor folklórico cubano.
Vamos a tratar del primer cocoyé, llamado cucuyé ( haitiano); del Cocoyé de Casamitjana y del Cocoyé de Lauro Fuente.
Historia.- Primeramente se oyó en Santiago una música titulada Cucuyé haitiano, la cual se encuentra en el "Museo Bacardí".
Luego existió el Cocoyé compuesto por un catalán de apellido Casamitjana, Músico Mayor del Regimiento de Cataluña: fue en un principio un canto montompólico de las dos comparsas de María La Luz González y de María La O., reunidas.
Las notas de este canto, llamado "Cocoyé", nombre de su sociedad, fueron recogidas al pentagrama por el Sr. Casamitjana, como decimos antes, en el alto del Café "La Venus", frente a la plaza de Armas ( hoy Parque Céspedes) a las dos de la madrugada de un día de Agosto de 1836. ( Puede que sea el día de San Joaquín, que era el único de mamarrachos en este mes).
Once años más tarde, (1847) se tocó por primera vez la composición folklórica musical de Lauro Fuentes Matons, titulada Potpourrí Cubano, Colección de aires cubanos con el tema "María la O.", en la Sociedad Filarmónica Cubana ( 3 de septiembre, 1847).
A este Potpourrí, arreglado para banda militar por Don Manuel Úbeda, Músico Mayor del Regimiento de la Unión, con la adición de otros estribillos, le dieron de nuevo el nombre de Cocoyé o Ajiaco Cubano, que tocó por primera vez la música del Regimiento de Isabel II, dirigida por Don Julián Reinó ( Julio de 1849). A la conclusión se le aclamó con vivas y aplausos, que no había alcanzado ninguna otra composición.
Más tarde la "Música de Marina" (1871-72-73) renovó sus audiciones; y hasta el día, es la música cubana que más arrebata al santiaguero.
Nota.- Lauro Fuentes en su folleto titulado "Las artes en Cuba" dice: "Don Manuel de Úbeda. (todos aquí dicen Ubeda), puso en banda militar nuestra miscelánea de aires cubanos, conocida con el nombre de Cocoyé".
Así pues: Hay el Cocoyé de Casamitjana, canto alegre y nostálgico africano. El Cocoyé Cubano de Lauro "Potpourrí de aires santiagueros – El Cocoyé de Úbeda que es el Cocoyé de Lauro para bandas militares.
Obs. – El cocoyé de Lauro aparecerá en un libreto adjunto al "Album Musical de Oriente", con su letra y música.
COMPARSAS
Reunión de mamarrachos con su tambor mayor, tumbas, bongó, chachá, tantán, maraca, etc.: que aparecían en la época de los "mamarrachos", es decir, desde el 24 de Junio, día de San Juan hasta el 26 de Julio día de Santa Ana, con pequeños intervalos de tiempos.
Las principales de que recuerdo eran: "Los Camagüeyanos", "Los Guajiros", "Los Curros de la Habana", "Los Ingleses", "Los Bandoleros", "Los de la Capa", "El Lenguaje de la Flor", "Los Hijos de Nené", "Los Cabezones", "Los Negritos Bozales", "Las Auras", "Los Cabildos", "la de los Mamelucos", "Las Viudas", "La Música de los Perros"…..
Emilio Bacardí Moreau: breve esbozo biográfico
Hijo de un matrimonio catalán-francés, Emilio Bacardí Moreau (1844-1922) es una de las personalidades insignias de la cultura de su natal Santiago de Cuba. Su padre fue dueño de plantaciones de café en las montañas de la sierra que rodean la ciudad y adquiriría celebridad por el ron cuya etiqueta lleva su apellido. Don Emilio, su sucesor, tiene facetas no relacionadas con su condición de industrial o gerente ronero; fue un destacado patriota que luchó con las armas en la mano durante las guerras de independencia contra el dominio colonial de España en la Isla. Escribió las Crónicas de Santiago de Cuba, en 11 tomos, que lo convirtieron en uno de los pesquisadores más acuciosos de la vida de la localidad, y varios relatos y novelas, entre las que se destaca Via Crucis, la única que se desarrolla en una plantación cafetalera del siglo pasado. Al instaurarse la República, el pueblo lo eligió como su primer Alcalde. Por voluntad propia, hizo que su capital fuese invertido en dos instituciones públicas: la biblioteca provincial que ostenta el nombre de su esposa, Elvira Cape, y el Museo Emilio Bacardí, el primero de tipo universal en Cuba, donde desde hace un siglo los cubanos podemos adentrarnos en el conocimiento de la cultura e historia nacional gracias a la magnífica colección de objetos y obras de arte pertenecientes a este ilustre patricio. En este Museo tomamos vistas de algunos de aquellos relacionados con Santiago Apóstol y las procesiones en que, durante la colonia, se llevaba en andas su estatua ecuestre en diversas celebraciones litúrgicas.(J.M.)
EMILIO BACARDÍ MOREAU
Emilio Bacardí Moreau nació en Santiago de Cuba, el 5 de agosto de 1844, "fruto espiritual, jugoso, de dos sangres: la sangre catalana y la francesa".
A los 8 años de edad se trasladó a Barcelona con sus padres; allí hizo sus primeros estudios, y recibió lecciones de dibujo y modelado.
A los 14 años se hallaba de regreso en esta su ciudad natal, y aquí, al par que estudiaba con el mentor Don Francisco Martínez Betancourt, ayudaba a sus padres -con buen éxito– a rehacer su hacienda quebrantada, dando clases nocturnas.
A la edad de 20 a 22 años era alumno del Colegio San José, que dirigía Don Francisco Martínez Betancourt, maestro de cubanismo, como anota Don Emilio en sus "Crónicas de Santiago de Cuba".
En las elecciones para Comisionado de Leyes Especiales que debía reunirse en Madrid, salió electo, Don José Antonio Saco, siendo proclamado inmediatamente por mayoría absoluta -Crónicas, pág. 144, Tomo 3- y sigue escribiendo: incidente: El gobierno se proponía saliese elegido el Sr. Don José Antonio Saco.
Encontrábanse en la Plaza de Armas desde las 11 de la mañana, en espera de dicha elección, unas pocas personas de alguna representación, pero sí, un grupo de muchachones, discípulos la mayor parte, del Colegio de San José, que dirigía Don Francisco Martínez Betancourt (acendradamente cubano); se contaba entre los estudiantes: Juan Rosell, Calixto Loperena, Sabas Meneses, Emilio y Facundo Bacardí, Pedro Viana.
En la página 348 dice Emilio Bacardí: "El Director del Colegio de San José, Bachiller, Don Francisco Martínez Betancourt, amante de la enseñanza de los niños, verdadero mentor de la juventud, reúne en su casa todos los domingos a las doce del día, a sus discípulos más adelantados y a otros jóvenes de la ciudad, para trabajos literarios: se leían, comentaban y juzgaban los trabajos. Entre los que se reunían estaban: Calixto Loperena, Juan Agustín Mariño, José María Chauvín, José Antonio Godoy, Emilio Bacardí Moreau, etc.
Nota: Después de leer los párrafos anteriores, ¿hay duda alguna de que Don Emilio Bacardí fuera discípulo de Don Pancho? Pues entonces, ¿a qué calllar este dato histórico, como han hecho tres de sus biógrafos?
Todas las buenas cualidades de cubano, de prosista clásico, amigo de la historia y de las tradiciones cubanas las heredó de Don Pancho (como muchas veces me lo decía en vida).
Ayudó a los mambises con su dinero y con sus actividades confidenciales y perspicaces.
Industrial y comerciante honrado, pronto hizo fortuna, la cual puso a disposición de la Patria y de los desvalidos.
Fortuna, hogar, libertad y hasta la vida misma, expuso dos veces en aras de la independencia cubana.
La Paz del Zanjón le sorprendió joven aún (de 34 años de edad) y con más brío siguió luchando como miembro de la Junta Revolucionaria para llevar a cabo la Guerra Chiquita. Acusado al General Polavieja, éste lo deportó, junto con el Dr. Mancebo, Perico Salcedo, Silverio del Prado y otros varios, a Chafarinas; era el año 1880.
A su vuelta del destierro, volvió a conspirar Don Emilio, en combinación con Antonio y José Maceo, que esperaban en Costa Rica el momento oportuno para dar principio a la guerra emancipadora.
Don Emilio hizo célebre el Club Revolucionario "Moncada", de esta ciudad del que era uno de sus directores, hasta el momento en que una de sus cartas cayó en manos de las autoridades, y preso nuevamente se le volvió a deportar a Chafarinas; era en el año 1896.
En 1898, libre Santiago de Cuba del gobierno español, encontramos a nuestro Don Emilio, en su querida ciudad, por la cual tanto sufrió.
Nombrado Mr. Wood, Gobernador Civil del Gobierno Interventor, él a su vez nombró para sustituirlo en sus ausencias, al General Demetrio Castillo; y para Mayor de la ciudad de la Junta de Vecinos, a Don Emilio Bacardí, con el cual congenió, y a quien consultaba y complacía en todas sus peticiones de mejoras en la administración de muchas obras realizadas: Don Emilio nombró Secretario del Ayuntamiento a Federico Pérez Carbó y Secretario de la Alcaldía a Eduardo Yero Buduén.
Don Emilio creó las escuelas de párvulos, que llenó las necesidades del momento, y pagaba a los maestros, todos, el mismo día 30, el suelo devengado. Creó la Biblioteca y el Museo… etc.
Y por motivos de dignidad, renunció el cargo, y se retiró a sus negocios industriales y mercantiles que iban en progreso.
Su personalidad se destaca por una cualidad rara entre los hombres de negocios: su grandeza moral.
Don Emilio era grande para enjugar las lágrimas de sus obreros, en sus tribulaciones; era grande para aconsejar; grande con la benévola tolerancia en sus desaciertos. Su inagotable caridad, le hacía una imagen divina y majestuosa, imponente de verdadero amor a sus semejantes. Su personalidad era verdadero tipo ideal del noble capitalista.
Su alma, rebelde a toda imposición dogmática, lo impulsó a renunciar el cargo de Mayor de la ciudad; y el pueblo para demostrarle cariño y admiración, lo llevó -el 1º de Junio de 1901- a la Alcaldía Municipal, en elecciones que fueron el triunfo más arrollador del sufragio universal; y en este puesto por segunda vez, prodigó sus energías, sus iniciativas y su entusiasmo cívico en beneficio de los intereses del pueblo, y creó escuelas y en particular la Academia de Bellas Artes.
En 1905 fue electo Senador de la República. Y al surgir la pavorosa crisis del 17 de Agosto de 1906, figuró entre los del pueblo que quisieron evitar el eclipse de la soberanía nacional.
Retirado a la vida privada, consagró la mayor parte de su tiempo a la noble tarea literaria que desde joven le atraía: sus Crónicas de Santiago de Cuba, que forman diez tomos; Vía Crucis, Doña Guiomar, Hacia tierras viejas, Florencio Vilanova y Pío Rosado, La Condesa de Merlín, forman su labor bibliográfica.
En premio a su labor cultural, la Academia Nacional de Artes y Letras y la Academia de la Historia, le llamaron cada una, a su respectivo seno como miembro correspondiente.
El Ayuntamiento lo nombró hijo predilecto de Santiago de Cuba.
Murió el 28 de agosto de 1922, en Cuabitas, y fue inhumado en el Cementerio de Santa Ifigenia de Santiago de Cuba.
LOS MAMARRACHOS
La época de "Los Mamarrachos" o carnaval de verano santiaguero, empezaba el día de San Juan (24 de junio); seguía el día de San Pedro (29 de junio); los sábados por la noche y los domingos siguientes se parrandeaba hasta el día de Santa Cristina (que por ser el día de gala con uniforme y besamanos, por ser santo de la Reina Regente María Cristina que empezaba los verdaderos mamarrachos, seguían Santiago y Santa Ana, que era el "arranque". Ese día, al dar las doce de la noche, se reunían todas las comparsas y formaban una sola, con su estribillo cantábile que todos los años se variaba. Algunos años celebraban el "San Joaquín" con una procesión que salía de Santa Ana, por todo "El Paraíso" hasta Catedral y volvía por el Campo de Marte y por la noche había bailes, parrandas, etc.
El primer mamarracho de que yo me doy cuenta era un hombre disfrazado de negro que cantaba. "Que ya Campillo ta robando y tanto chureto tan trabajando ¡Allá va Campillo! ¡Allá va Campillo! Hoy me doy cuenta que tal vez sea, además de una burla al español, un aviso a los churetos, es decir a los insurrectos, cuando el coronel Campillo pensó recuperar a Bayamo en 1868. Luego recuerdo "los diablos echando candela" y "la muerte en cuero", con su guadaña y una campanilla, "los monos haciendo ru…u…u.. con su corruto, y dando cuero con el rabo a los niños para asustarlos. Los negritos bozales que arrancaban y robaban lo que podían y salían corriendo. Los cabezones imitando con sus mascarones y sus andares a los negros de nación, con sus canciones irónicas tocando su marimba para coger mediecitos.
Cuando ya tenía más edad, conocí el cabildo congo, adonde llevaban los esclavos a los amitos para que vieran al Rey Congo, sentado en su trono, en la calle de Santo Tomás, con su cetro en la mano.
Por esa época salía el "Cabildo de los negros" y más tarde, el "Cabildo de los blancos".
También alcancé a ver a unos mamarrachos sueltos que recitaban versos colorados, discurseando sátiras con el Gobierno y críticas contra los aristócratas de nuevo cuño; entre ellos sobresalía como el más gracioso y el más punzante, Rafael de Moya, empleado en la "Empresa de Gas", al que la gente gritaba:
¡Fo! ¡fo! que peste a gas
Rafael de Moya lo compondrá.
Este mamarracho era típico: salía vestido de mujer, con un rosario enorme de camándulas, una peineta de grandes dimensiones que sujetaba una mantilla, y un libro de oraciones; enteramente ebrio y haciendo que rezaba, decía muchas indirectas a las familias cubanas, principalmente a las beatas, y los acompañantes coreaban: "Tiene razón Matindá" "Tiene razón Matindá".
Se conocían las comparsas de "Los Guajiros", "Los Camagüeyanos", "El Lenguaje de la flor", "Los Ingleses", "Los Hijos de Nené".
"Los Guajiros" representaban al guajiro con sombrero de yarey y machete a la cintura. En el año 1869 cantaba el estribillo siguiente:
Camagüeyano ven ahora;
Camagüeyano ven ahora;
Para alcanzar los rayos
De Guanabacoa.
Al par que "Los Guajiros" aparecieron "Los Camagüeyanos" con idéntico traje: zapatos de vaqueta, traje de dril aplomado, sombrero de yarey y machete a la cintura, y cantaban:
Guajiro, si tiene fama,
Sube la loma
Acuérdate de tu hermano
Y ten memoria.
Estas comparsas coincidieron con la acción de la "Loma de la Galleta". Por este tiempo apareció un mamarracho de apellido Pulles que llevaba un palo y un gato; en el tope del palo llevaba una galleta. El tal Pullés decía: "sube lan gato, coge lan galleta", y al mismo tiempo pellizcaba al gato y éste decía: miau, ¿miedo? coge lan galleta.
El Gobierno comprendiendo la ironía, lo mandó prender y lo metió en la Prevención hasta que pasó "San Joaquín".
La comparsa "Los Ingleses" apareció por los años 1875; llevaban un pantalón azul, polainas, camiseta roja, chaleco negro, y una botella de old rom en la mano. Llevaba un estribillo que concluía:
Como lo saco yo
Sacando el pié
En 1876 apareció la comparsa: "Los Curros de la Habana" con el siguiente estribillo:
Cuidao inglé
Con los Curros de la Habana
Cuidao inglé
Si saco mi sevillana.
En el año 1877 volvieron a salir "Los Camagüeyanos" y "Los Guajiros" y simulando un duelo se encontraron en el Campo de Marte, y "Los Guajiros" aparecieron triunfantes: parece ser que "Los Camagüeyanos" eran los Convenidos del Zanjón; y "Los Guajiros" los que protestaron del Pacto. Por eso en 1878 aparecieron "Los Guajiros" y no aparecieron "Los Camagüeyanos".
En 1879 aparecieron "Los Hijos de Nené", con una farola con luz verde, estandarte con luces verdes y el traje con adornos verdes. (Tal vez sería anunciando la Guerra Chiquita en el mes de Agosto de ese año.)
"Los Capitulados" (no vencedores ni vencidos) formaron una gran comparsa llamada "Los de la Capa": comparsa de sabor político formado con elemento cubano (igual a la que apareció en 1877-78 con mambises) que se metían en la población disfrazados de yerbateros o de vendedores de carbón y se volvían a la manigua cuando pasaba Santa Ana.
Esta comparsa estaba formada por hombres blancos, robustos y buenos tipos; traje militar con grandes espuelas, cuyo sonido marcaba el compás con su chat chat rítmico de los pies, al mismo tiempo que cantaban el siguiente estribillo:
A los de la Capa,
Franquéenle el camino,
Franquéenle el camino,
Porque el bandido
Anda arrogante,
Capitán;
Una, dos, tres,
¡Campo caballeros!
(El bandido simulaba al Gobierno Español; y "Los de la Capa" eran los cubanos patriotas).
Esta comparsa tuvo una vez la ocurrencia de dar una broma al Gobernador, la cual broma hubiera costado caro: La comparsa venía rebozandovida, marcando el compás al par del sonido cha cha cha de sus espuelas de hojalata; subieron por San Félix hasta el Palacio, y frente a él, cantaron lo siguiente:
Échale una manga,
Échale una manga,
Hermano;
I después, y después
I después un trabucazo
Pruum
I quedamos prevenidos
Con el machete en la mano.
No habían acabado aún, cuando los rodeó el piquete de caballería que estaba en las cuadras del Palacio (Calle de San Pedro) y se los llevaron a la Prevención (antiguo Cuartel de Dolores).
Todos los años aparecían "las auras" de sabor político asustaban a los niños y alegraban a los viejos que sabían que eran individuos portadores de noticias del campo insurrecto.
Esta comparsa desapareció con el descalabro de la Guerra Chiquita y con los crímenes de Polavieja.
La comparsa que cerraba el Carnaval de Verano; era la de "Las Viudas": era de mujeres solamente; salían al obscurecer, vestidas de blanco, antifaz blanco y manta blanca, con el siguiente estribillo:
Se me ha muerto mi marido
Y estoy jovencita;
Se me ha muerto mi marido
Y estoy jovencita;
¡Ay! ¡ay! Se van la viudas
Se van la viudas
A parrandear.
Esta comparsa duró dos o tres años hasta que fue perdiendo la sal, y últimamente salían solo dos o tres viudas, hasta que desapareció por completo.
Con la "Intervención" se fué perdiendo la costumbre del mamarracheo; y hoy sólo quedan "la Conga" (importada) y la Cornetica China.
¿Y las brujas?
Visión de un pintor inglés (Walter Goodman)
Walter Goodman (Londres 1839- ) fue hijo de una pintora inglesa y se distinguió por ser pintor de género y retratista. Expuso sus cuadros en la Royal Academy de su ciudad natal de 1872 a 1888.
En el año de 1864 inició su visita a Cuba por la ciudad de Santiago de Cuba, donde4 fijó residencia y bajo el impacto de las costumbres criollas confiesa descubrir el sentido real de la hospitalidad. La realidad cubana la ve a través del prisma artístico, lo que no impide que perciba claramente los violentos contrastes sociales y que, sobremontando la luz hiriente del trópico, para él "Cuba, por ser país esclavo y estar mal gobernado, resulta una de las manchas más oscuras del mundo". En su libro de viajero "La perla de las Antillas", publicado por él em 1877, nos deja un cuadro muy vívido de aquella sociedad y de sus instituciones principales abocada a una situación dramática: el inicio de la guerra por la independencia. Entre otros cuadros no menos importantes, nos ha proporcionado uno del carnaval santiaguero, indispensable para acercarse y comprender el alma del cubano, en gran medida transida de goce participativo y de emoción colectiva. Sin tomar en cuenta este comportamiento festivo del cubano, difícilmente se esté en condiciones de alcanzar una noción de su espiritualidad.
El Apóstol de Alcoba [Walter Goodman[
La montonía de las paredes enjabelgadas se quebranta con litografías de santos y vírgenes; y junto a una pared, una mesita cubierta con un tapete de encajes hace las veces de altar. Sobre ella, generalmente se colocan candeleros dorados, vasos con flores artificiales y una estatuilla de madera, ricamente pintada y embellecida. Esta imagen representa al santo patrono, Santiago, a cuyos pies arde día y noche una lamparilla de aceite. El objetivo de tal luminaria fue para mí desconocido por muchos días y ahora, cuando nadie me ve, lo uso para encender el cigarrillo. Alivia mi conciencia de cualquier sentimiento de culpa por esta acción sacrílega el hecho de que mi amigo Nicasio, católico liberal, practica en su alcoba esta misma ceremonia. El mismo misterio tenían dos fuentecillas secas, que en todo parecen dos cajas de relojes pequeños, de porcelana, hasta que me informaron que dentro de sus sagradas concavidades sólo debe reposar agua bendita, aunque yo me sirvo de una de ellas para poner mi reloj de bolsillo.
Nota de Millet:
Con el siguiente pasaje, Goodman nos depara uno de los personajes típicos de la picaresca cubana: el ciego Carrapatán Bunga, digno del mejor retrato del artista inglés. A su vez, nos conduce de la mano hacia una de las instituciones -el juego– sin cuyo análisis nos mantendríamos en la superficie del alma cubana, en el cual las relaciones lúdricas han constituido un mecanismo de defensa indispensable para insertarse en las deterioradas y cambiantes circunstancias materiales y económicas o para readaptarse a las difíciles coyunturas que han rodeado o impactado la existencia del nativo desde la colonia y hasta un cercano presente.[José Millet[
La ópera de los mendigos [ Walter Goodman[
A esar de la escasez de la clientela y de la incomprensión hacia nuestro trabajo, mi compañero y yo seguimos ocupando nuestros ocios en acumular materiales que puedan atraer compradores en países más amantes del arte. No sólo los vendedores ambulantes nos sugieren apuntes de cuadros y hasta cuadros. También los mendigos ocupan un lugar digno de atención en nuestros cuadernos de apuntes. La figura romántica de España, "El Mendigo montado a caballo", en algunos de sus aspectos, encuentra un prototipo en su colonia.
Por ejemplo Carrapatán Bunga, es un negro ciego, que por el arroyo de una callejuela estrecha y blanca, ardiente bajo el sol, camina aparentemente sin rumbo y sin esperanza, vestido de holanda cruda, tocado con un sombrero de guano fino, de amplia ala. Va descalzo, con pies de dedos que se separan entre sí; el dedo gordo lo tiene consumido por la nigua, parásito que se mete en la carne de los pies y que si no se extirpa a tiempo, hace allí su existencia y se reproduce. Sobre los hombros lleva una gran alforja de lona donde guarda limosnas de comestibles y se apoya para andar en una vara larga y rústica. Para los cubanos, la caridad es un principio fundamental de su religión y auxiliar al indingente, sea éste merecedor o no de la limosna es un deber que sigue en importancia al confesar los pecados ante el padre sacerdote. Carrapatán Bunga, conocedor de la debilidad nativa de la gente hacia condiciones como la suya, lleva su tristeza de puerta en puerta, seguro de que su pie enfermo reclamará la misericordia del prójimo por dondequiera que vaya. Pero no se detiene en insolencias e impertinencias, marcha con arrogancia, jactándose como con orgullo de su habilidad para atraer la compasión de la gente, y hay que oírlo reclamar la limosna con su rostro tostado vuelto al sol abrasador, llevando entre sus labios belfudos un largo tabaco puro. E incesantemente salmodia: ¡Ave María Purísima!… Ha llegado el pobrecito ciego… el hermano en desgracia… Dadle un medio… ¿No oye nadie al pobrecito? Pronto… Pronto… No hagan esperar al pobrecito hermano… el pobre Carrapatán Bunga. Esta ciego como un pedrusco ¡pobre hermano! y sus pies están llenos de llagas… Misericordia, señores… ¡Carajo!… ¿no contesta nadie? ¿Cuál es la casa de mi señora Mercedes? ¿No hay nadie que me lleve hasta allí? ¡Mi señora Mercedes!
Bunga conoce por su nombre a la mayor parte de sus benefactores. Doña Mercedes se aparece por la reja y le da una moneda de plata y un panecillo.
"Gracias mi señora, Dios se lo pague, su merced. ¿Quién le da una candelita al cieguito?
Alguien le da la candelita y Carrapatán Bunga fumando y tarareando una tonada sigue su camino y se dirige a otra calle donde repite sus arengas.
¿Quién creería que este vagabundo tiene un conuco en la campiña, posee esclavos y atesora cientos y cientos de pesos? Cuando Bunga no está haciendo el recorrido de la mendicidad, se retira a su hacienda y vive sabrosamente.
Como otros tantos limosneros, a veces vende billetes de lotería llevando siempre, según dice, el número que saldrá premiado.
La Lotería de la Habana es una institución colonial que fascina por igual a pobres y a ricos. Cada billete entero vale diecisiete pesos, y como puede partirse en diecisiete pedazos está al alcance de todos los bolsillos. Los premios varían desde cien a cien mil pesos. Hay tres sorteos mensuales, con seiscientos premios para treinta y cinco mil números. Se ofrecen premios de cien mil y cincuenta mil pesos, con aproximaciones de doscientos. El Estado percibe el veinticinco por ciento de lo que rinda la venta de billetes; y para que se tenga una idea del enorme capital que rinde la lotería se dice que el tesoro de la Isla ganó en un año, con la venta de 546 mil billetes, no menos de ocho millones 736 pesos.
El amigo Carrapatán Bunga suele quedarse con los pedazos que ha logrado vender y una vez ganó un premio de setecientos pesos, con lo cual y los ahorros del producto de sus limosnas, se compró un conuco y puso a trabajar a jornal a otros, pero como la vocación de mendigo persistía en él no cesó de arrastrar su tristeza y su dolor de puerta en puerta, como si éstas todavía formaran parte de su vida.
Los mendigos, aquí por lo menos, saben elegir muy bien el día de sus andanzas; prefieren el sábado para sus negocios, debido a que los fieles comulgan los domingos y teniendo que confesar se les ofrece la oportunidad de practicar primero un acto de caridad. Aparte de los sábados, es raro el día en que se vea limosneros en la calle.
Nota de Millet:
Lo que Goodman denomina "Nuestra Ópera de los Mendigos" continúa aquí con la presentación de otros personajes de la "cultura de la miseria", algunos dignos de una pluma inteligente, como la antillana Madame Chaleco, el ex-esclavo Roblejo o el romántico Pancho Villergas cuyos trazos humanos sabrá agradecer el lector.
Una señora broncínea que lleva un sombrero de guano y un vestido de algodón desteñido que mal se ajusta y cuelga de sus formas marchitas, recibe el nombre de Madame Chaleco, debido a que según la tradición popular esa vieja solía llevar un chaleco de hombre. Por tal causa, la pobre mulata se vuelve poco menos que loca, a causa de que los chiquillos callejeros la abruman gritándole el apodo por hacerle burla. La Madama Chaleco lleva pocos años en Cuba; debió haber nacido en una posesión inglesa o francesa de las Antillas porque habla ambas lenguas con soltura.
Otro artículo de importación en estas tierras es Madama Pescuezo, quien se ganó el apodo debido a su largo y sinuoso cuello que constituye la mejor posesión de su persona.
Isabel Huesito es famosa por lo pellejuda y por estar casi en el esqueleto; Madama Majá se distingue por sus habilidades mágicas con ese ofidio. A Gallito Pigmeo le distinguen la cortedad de su estatura y el andar como los pollos; Barriguilla, por lo que su apodo dice; y el Ñato, porque le falta nariz. Cafardote, o el cucarachón; El Cotunto, Carabela Zuzundá, Ratón Cojonudo, Taita Tomás y Ña Soledad, reciben estos nombres por alguna peculiaridad de su persona o condición. A veces, oraciones enteras sirven como apelativo a tales tipos populares. Por ejemplo, le dicen Amárrame-ese-perro a un mendigo, que se ha ganado título tan imponente por su temor a los canes. A otro le llaman "Jala-pa-lante-cara-e-caballo", porque su miedo a los equinos le hace exclamar ¡arre-arre! cada vez que se encuentra con uno.
Nuestra Ópera de los Mendigos, finaliza con un brillante coro de pedigüeños, los cuales en grupos grandes van a las doce en punto a ver a sus protectores. A tal hora, uno de los esclavos de Don Benigno entra con una cesta larga en que traen panecillos de a dos centavos y la pone en el piso de mármol, frente a la puerta de entrada, ya abierta de par en par. En seguida una multitud de mendigos de todas clases y tonalidades que durante media hora ha estado sentada en el piso, a la sombra de las casas de enfrente, se acerca, y con la misma hace el servicio de dejar vacía la canasta de panes. Siguen todos caminando calle arriba llevándose migajas de otras casas ricas cuyos dueños, de vez en cuando varían el regalo dándoles ajiaco.
Los cubanos se sienten poco inclinados a ejercer la caridad a través de las instituciones públicas. La única que aquí existe es la Casa de Beneficencia, la cual hállase a cargo de las Hermanas de la Caridad. Las damas ricas contribuyen con largueza al sostén del establecimiento, para lo cual se celebran rifas destinadas a la recaudación de fondos. Nada triunfa en Cuba a la perfección si no hay algo de diversión combinado con la suerte o el azar como acicate de la empresa, y por eso, las rifas en ayuda a los fondos de socorro para el hambriento siempre tienen buena acogida.
Doña Mercedes, la más activa de las damas caritativas, me dice que ella y otras señoras ricas tienen en proyecto un gran bazar o venta de objetos donados gratuitamente para un fin de auxilio al necesitado, esperando que todo el que pueda contribuya con algo. Los artículos que con tal propósito se reciban se exhiben en uno de los grandes salones de la Casa de Gobierno, situada frente a la Plaza de Armas; los sorteos se celebrarán tres noches consecutivas. Semanas enteras doña Mercedes y sus caritativas hermanas han estado recogiendo y anotando los donativos, o retorciendo las papeletas a modo de cigarrillos.
La Plaza de Armas se anima la noche de la rifa. Doce mesas, con ricos manteles y candeleros de plata, se distribuyen a todo lo largo del paseo. Junto a cada mesa toman asiento las más lindas muchachas de la población, elegantemente vestidas con trajes de noche, sin tocas y con sólo un chal o mantilla protegiendo ligeramente sus hombros preciosos. Doña Mercedes luce encantadora, con un traje color rosa granada, y la hermosa y tupida cabellera negra, arreglada del modo que únicamente sabe hacerlo una señora en Cuba. Cada señora adopta actitudes insinuantes al proponer las papeletas torcidas, la mayor parte de las cuales, por supuesto están en blanco, o contienen una redondilla de consuelo para que se contente el comprador desafortunado. Estalla una ovación al salir algún premio especialmente si es el premio mayor, el cual consiste en un bolsín bonitamente trabajado, que contiene seis onzas de oro, o sea, cerca de cien pesos.
Los mendigos se congregan a corta distancia de la plaza y alguno que otro compra un medio o una peseta de papeletas, pero a la gente de color a los cuales se les permite reunirse en público con los blancos se les hacen llegar las papeletas por medio de personas encargadas de ello. Alguna de las personas de color que por allí se sitúan son coartados, o negros libres que han adquirido la libertad con los ahorros de muchos años de servidumbre, o por medio del testamento del amo agradecido a sus servicios y fidelidad. Aquéllos que han adquirido oficio, o que se han dedicado a la música, para la cual tienen los negros inclinación natural, prosperan con su industria y habilidad, pero los que no gozan de buena salud, o los que carecen de empleo (que son la mayoría), se ven reducidos a un estado de penuria tal, que acaban por vivir pidiendo por caridad, y unos medran y otros no, según los casos.
Un negro de presencia inteligente, me pide por favor una peseta a fin de comprar algunas papeletas de la rifa. Se llama Roblejo, y es un mendigo muy conocido, quien debe su libertad a un libro de versos que él mismo escribiera. Con la ayuda de un litterateur, dio forma legible a sus lucubraciones poéticas y de tal modo la novedad sorprendió a la fantasía general que se hicieron suficientes suscripciones para la impresión del libro y con ello se obtuvo el caudal necesario para comprar la libertad del autor esclavo. (Probablemente se refiere al poeta esclavo Manuel Roblejo que imprimió en 1867 un libro en prosa y verso titulado Ecos del alma. Roblejo murió peleando en el campo insurrecto)
Por allí también aparece el Rey del Orbe, Don Pancho Villergas, blanco legítimo a quien el mucho sol y el viento caliente han bronceado hasta darle el color de mulato. Le saludo diciéndole: "Hola, Don Pacho… How goes it with thee?; a lo cual el sujeto responde diciendo: "Oh, ye…s; vary vel, no good… good mornin". Lleva una pintoresca barba de fraile capuchino y posee un aspecto seráfico y benigno con ademanes muy acentuados y fuertes. Cada vez que he tratado de sacarle un retrato al ilustre caballero, éste rehusa, pues se niega a posar lo mismo para un pintor que para un fotógrafo. Viste una casaca remendada a propósito con muchas telas de colores, y asegura que cada color representa uno de sus grandes dominios. Tiene aspecto marcial, pues abotona la casaca hasta el cuello, con lo cual se arropa la ropa interior. Lleva un alto sombrero de copa, de castor, que al parecer tuvo tiempos de mayor gloria, pero que el Rey del Orbe mantiene lustroso, a fuerza de cepillo. Don Pancho está ligeramente loco y tiene la monomanía de presumir que es un gran benefactor de su patria y no un pedigüeño callejero. Persuadido de esa condición ficticia, no hay nadie que le convenza para que acepte una dádiva en forma de moneda. Los que conocen su problema se valen de la estratagema de darle comida y quieren aliviarlo en su pobreza se valen de la estratagema de darle comida y harapos a título de préstamo y se consideran bastante compensados con haber hecho una obra de caridad nada menos que al Rey del Orbe. Lo único que acepta como donativo es papel ordinario de escribir, pues cree que el uso que él hará será de gran beneficio al género humano por entero y a Cuba en particular. Llena los pliegos con correspondencia altisonante dirigida a su Excelencia el Señor Gobernador, al Alcalde Mayor y a los regidores municipales. Podemos tener la seguridad de que cada vez que surge alguna cuestión social o política que valga la pena, el Rey del Orbe despacha un documento importante ofreciendo su opinión y consejo. Si no encuentra un cura, un funcionario de la ciudad, o un guardia de orden público para ser portador de tan importantes papeles, los lleva él mismo, en persona, al destinatario. Su Majestad llena de dieciocho a veinte hojas de una escritura ceñida y siempre comienza el memorial con las palabras de ritual: Yo el Rey.
La locura e indingencia de Pancho tiene un origen bastante romántico. Este sujeto ahora desgarbado y harapiento vivió tiempos de grandeza como hacendado y mercader de la más elevada posición. Tuvo la desdicha de enamorarse apasionadamente de una coqueta criolla, quien demostró tener muy mal corazón poniéndolo en ridículo del modo más cruel. El desencanto le trastornó el cerebro. La gente entretanto pensaba que la locura en que iba cayendo era sólo excentricidad y los comerciantes que le trataban desde hacía tiempo siguieron en sus negocios normales con él. Pero un día, un bribón sin escrúpulos ni sentimientos, se aprovechó de su desdicha y le estafó casi toda su fortuna, dejándole en la insolvencia y la ruina total.
Para una definición de la ciudad (Waldo Leyva)
Waldo Leyva Portal. Poeta cubano (Camagüey, 1943) que vivió muchos años en Santiago de Cuba donde tuvo sus hijos y trabajó incansablemente por la Cultura de Oriente. Actualmente está al frente de la oficina de trabajo comunitario del Ministerio de Cultura de la Isla.
Si encuentras alguna piedra
que no haya sido lanzada contra el enemigo
si descubres una calle por donde no haya pasado
nunca un héroe;
Si desde el Tivolí no se ve el mar;
Si hay alguna ventana
que no se haya abierto nunca a las guitarras
si no encuentras ninguna puerta abierta
puedes decir entonces que Santiago no existe.
En el reino de Santiago (Alejo Carpentier)
Alejo Carpentier (La Habana, 1904 – París, 1980) es el narrador cubano mayor y más universal. La parte fundamental de sus cuentos, relatos y novelas transcurre en Cuba o en la región caribeña, donde supo penetrar en la sustancia y el tejido de una espiritualidad que le permitió elaborar su teoría de lo real-maravilloso. Para él América toda es una realidad "viva, empírica y extraliteraria" que está "muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías", según declara, en 1944, en el prólogo de su novela El reino de este mundo, escrita luego de una breve estancia en Haití, seis años antes. Es precisamente ese universo de magia y misterio, donde se funden historia y actualidad, el que sirve de marco a esta obra, de la cual escogemos un pasaje en que dos de sus personajes -el amo francés Lenormand de Mezy y el hilo conductor del relato Ti Noel- recalan en Santiago de Cuba procedentes de Haití, donde los esclavos se han alzado en contra del dominio colonial francés. El genial novelista nos ofrece un cuadro sumamente dinámico y elocuente de la vida del Santiago colonial, especialmente del barrio el Tivolí, en el lado alto frente a la bahía, precisamente donde se instalarían muchos de los inmigrantes franco-haitianos en la pasada centuria.
En el reino de Santiago
La noche de su llegada a Santiago, Monsieur Lenormand de Mezy se fue directamente al Tívoli, el teatro de guano construido recientemente por los primeros refugiados franceses, pues las bodegas cubanas, con sus mosqueros y sus burros arrendados en la entrada, le repugnaban. Después de tantas angustias, de tantos miedos, de tan grandes cambios, halló en aquél café concierto una atmósfera reconfortante. Las mejores mesas estaban ocupadas por viejos amigos suyos, propietarios que, como él, habían huido ante los machetes afilados con melaza. Pero lo raro era que, despojados de sus fortunas, arruinados, con media familia extraviada y las hijas convalecientes de violaciones de negros -que no era poco decir-, los antiguos colonos, lejos de lamentarse, estaban como rejuvenecidos. Mientras otros, más previsores en lo de sacar dinero de Santo Domingo, pasaban a Nueva Orleans o fomentaban nuevos cafetales en Cuba, los que nada habían podido salvar se regodeaban en su desorden, en su vivir al día, en su ausencia de obligaciones, tratando, por el momento, de hallar el placer en todo. El viudo redescubría las ventajas del celibato; la esposa respetable se daba al adulterio con entusiasmo de inventor; los militares se gozaban con la ausencia de dianas; las señoritas protestantes conocían el halago del escenario, luciéndose con arrebol y lunares en la cara. Todas las jerarquías burguesas de la colonia habían caído. Lo que más importaba ahora era tocar la trompeta, bordar un trío de minué con el oboe, y hasta golpear el triángulo a compás, para hacer sonar la orquesta del Tívoli. Los notarios de otros tiempos copiaban papeles de música; los recaudadores de impuestos pintaban decoraciones de veinte columnas salomónicas en lienzo de once palmos. En las horas de ensayos, cuando todo Santiago dormía la siesta tras sus rejas de madera y puertas claveteadas, junto a las polvorientas tarascas del último Corpus, no era raro oír a una matrona, ayer famosa por su devoción, cantando con desmayados ademanes:
Sous ses lois l´amour veut qu´on jouisse
D´un bonheur qui jamais ne finisse!…
Ahora se anunciaba un gran baile de pastores -de estilo ya muy envejecido en París- para cuyo vestuario habían colaborado en común todos los baúles salvados del saqueo de los negros. Los camerinos de hoja de palma real propiciaban deliciosos encuentros, mientras algún marido barítono, muy posesionado de su papel, era inmovilizado en la escena por el aria de bravura del Desertor de Monsigny. Por vez primera se escuchaban en Santiago de Cuba músicas de pasapiés y de contradanzas. Las últimas pelucas de siglo, llevadas por las hijas de los colonos, giraban al son de minués vivos que ya anunciaban el vals. Un viento de licencia, de fantasía, de desorden, soplaba en la ciudad. Los jóvenes criollos comenzaban a copiar las modas de los emigrados, dejando para los Cabildantes del Ayuntamiento el uso de las siempre retrasadas vestimentas españolas. Ciertas damas cubanas tomaban clase de urbanidad francesa, a hurtadillas de sus confesores, y se adiestraban en el arte de presentar el pie para lucir primoroso el calzado. Por las noches, cuando asistía al final del espectáculo con muchas copas detrás de la pechera, Monsieur Lenormand de Mezy se levantaba con los demás para cantar, según la costumbre establecida por los mismos refugiados, el Himno de San Luis y la Marsellesa.
Ocioso, sin poder poner el espíritu en ninguna idea de negocios, Monsieur Lenormand de Mezy empezó a compartir su tiempo entre los naipes y la oración. Se deshacía de sus esclavos, uno tras del otro, para jugarse el dinero en cualquier garito, pagar sus cuentas pendientes en el Tívoli, o llevarse negras de las que hacían el negocio del puerto con nardos hincados en las pasas. Pero, a la vez, viendo que el espejo lo envejecía de semana en semana, empezaba a temer la inminente llamada de Dios. Masón en otros tiempos, desconfiaba ahora de los triángulos noveleros. Por ello, acompañado de Ti Noel, solía pasarse largas horas, gimiendo y sonándose jaculatorias, en la catedral de Santiago. El negro, entretanto, dormía bajo el retrato del obispo o asistía al ensayo de algún villancico, dirigido por un anciano gritón, seco y renegrido, al que llamaban Don Esteban Salas. Era realmente imposible comprender por qué ese maestro de capilla, al que todos parecían respetar sin embargo, se empeñaba en hacer entrar a sus coristas en el canto general de manera escalonada, cantando los unos lo que otros habían cantado antes, armándose un guirigay de voces capaces de indignar a cualquiera. Pero aquello era, sin duda, de agrado del pertiguero, personaje al que Ti Noel atribuía una gran autoridad en la eclesiástica, puesto que andaba armado y con pantalones como los hombres. A pesar de esas sinfonías discordantes que Don Esteban Salas enriquecía con bajones, trompas y atiplados de seises, el negro hallaba en las iglesias españolas un calor de vodú que nunca había hallado en los templos sansulpicianos del Cabo. Los oros del barroco, las cabelleras humanas de los Cristos, el misterio de los confesionarios recargados de molduras, el can de los dominicos, los dragones aplastados por santos de pies, el cerdo de San Antón, el color quebrado de San Benito, las Vírgenes negras, los San Jorge con coturnos y juboncillos de actores de tragedia francesa, los instrumentos pastoriles tañidos en noches de pascuas, tenían una fuerza envolvente, un poder de seducción, por presencias, símbolos, atributos y signos, parecidos al que se desprendía de los altares de los houmforts consagradas a Damballah, el Dios Serpiente. Además, Santiago es Ogún Fai, el mariscal de las tormentas, a cuyo conjuro se habían alzado los hombres de Bouckman. Por ello Ti Noel, a modo de oración, le recitaba a menudo un viejo canto oído a Mackandal:
Santiago, soy hijo de la guerra:
Santiago,
¿no ves que soy hijo de la guerra?
Nota de Millet:
"El camino de Santiago", originalmente fue incluido en el libro de Alejo Carpentier Guerra del tiempo. Tres relatos y una novela, publicado en México en 1958. Los personajes del relato peregrinan de Amberes a Bayona, de Bayona a Burgos, de Burgos a Sevilla y de Sevilla a San Cristóbal de la Habana para luego regresar a España. Su peregrinaje lo harán siempre siguiendo el campo estrellado, el mismo lo conduce a unas Indias donde, para su disgusto, "todo es chisme, insidias, comadreos […], odios mortales, envidias sin cuento", atmósfera que terminará por convertirlo en un perseguido de la ley. En la huida se adentra en un palenque donde se entrega a la vida de cimarrón compartida con personajes como el calvinista, el marrano y dos negras esclavas. Hemos escogido este fragmento como homenaje a uno de los más grandes escritores de Cuba quien supo penetrar en la magia de ese "camino de Santiago" y traspasa culturas hasta unir a los hombres más allá de sus diferencias.
Santiago en el camino del palenque [Alejo Carpentier[
[…] Que allá, en el Viejo Mundo, se pelee por teologías, iluminaciones y encarnaciones, le parece muy bien. Que mande el Duque de Alba a quemar al barbado, allá donde el hereje pretende alzar provincias contra el Rey Felipe, Campeón del Catolicismo, Demonio del Mediodía, es acto de buena política. Pero aquí se está entre cimarrones. Es cimarrón él mismo, por la culpa que acarrea. Cimarrón como el calvinista que ha compartido la cimarronada con un cristiano nuevo -tan nuevo que se olvidó del bautismo, luego de haber tenido que escapar de La Habana, al denunciar que el Obispo vendía por buenas, a la Parroquial Mayor, unas custodias enchapadas, de lo peor, pidiendo su pago en oro del que se muerde. Así, con el calvinista y el marrano, ha encontrado Juan amparo contra la justicia del Gobernador, y calor de hombres. Y calor de mujeres. Porque, en la cimarronada que acaudillara Golomón, al escapar de una plantación de cañas de azúcar, los perros agarraron a muchos esclavos que fueron rematados luego por los ranchadores. Entre tanto, las mujeres, que iban delante, alcanzaron el monte. Así, tiene ahora el tambor Juan de Amberes dos negras para servirle y darle deleite, cuando el cuerpo se lo pide. A la grandísima, de senos anchos, con la pasa surcada por ocho rayas, ha llamado Doña Mandinga. A la menuda, cuyas nalgas se sobrealzan como sillar de coro, y apenas si tiene un pelo ralo donde las cristianas lucen tupido vellón, ha llamado Doña Yolofa. Como Doña Mandinga y Doña Yolofa hablan idiomas distintos, no discuten a la hora de ensartar los peces por las agallas en el asador de una rama. Y así se va viviendo, en trabajos de encecinar la carne de jabalí o del venado, guardando bajo techo las mazorcas de los indios en un tiempo detenido, de mañana igual a ayer, donde los árboles guardan las hojas todo el año, y las horas se miden por el movimiento de las sombras. Al caer de las tardes, una gran tristeza se apodera de los que viven en el palenque. Cada cual parece recordar algo, añorar, echar de menos. Sólo las negras cantan, en el humo de leña que demora sobre la mar tranquila, como una neblina que oliera a cortijo. Juan de Amberes se quita el sombrero, y, de cara a las olas, dice el Padrenuestro y también el Credo, con voz que le retumba del pecho, cuando afirma que cree en el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida perdurable. El calvinista, más lejos, musita algún versículo de la Biblia de Ginebra; el marrano, de espaldas a las carnes desnudas de Doña Yolofa y Doña Mandinga, dice un salmo de David, con inflexiones que parecen de llanto contenido: "Clemente y misericordioso Jehová, lento para la ira y grande para el perdón…" Álzase la luna y los perros del palenque, sentados en la arena, aullán en coro. El mar rueda sus gravas en los socavones de la costa. Y como el judío, después de los rezos, denuncia una trampa del calvinista en el juego de los naipes, se lían los tres a puñetazos, pegando, cayendo, abrazados en lucha, pidiendo cuchillos y sables que no les traen, para reconciliarse luego, entre risas, sacudiendo la arena que les ha llenado las orejas. Como no tienen dinero, juegan conchas.
Santiago en la Ciénaga (Luis Felipe Rodríguez)
Luis Felipe Rodríguez (La Habana, 1888 – 1947) se propuso reflejar en su obra narrativa la frustración imperante en Cuba a partir de la intervención norteamericana de 1898 que puso término al proceso de liberación nacional iniciado treinta años antes por los cubanos. Veía a la República instaurada en 1902, bajo la tutela foránea, como una tembladera donde sucumbían los más elevados proyectos. Ciénaga es una novela que, desde su título, simboliza esa penosa realidad prolongada hasta 1958; su personaje protagónico, Santiago Hermida, es un joven habanero que cree en el poder de los ideales para transformar la sociedad cubana en que vive y, con la intención de escribir una novela marcha a Oriente. En sus propias palabras: "Mi novela será la visión humana e integral de nuestros hombres y nuestro medio. Pienso descender a lo más profundo de la ciénaga que contamina entre nosotros lo más puro y los más grande. Expresaré en ella el sueño desvanecido del último patriota [independentista] y la última esperanza de los que tienen fe todavía en la estrella que iluminó el espíritu de la heroica legión de nuestros abuelos. Diré el lamento secreto y contenido de la tierra, nuestra única fuente común". Como se aprecia en el fragmento escogido de esta novela, el personaje no escribe su obra y, por el contrario, es víctima de la "conjura" de la propia realidad que se proponía retratar. Me parece que el nombre Santiago puesto a este personaje no es capricho del autor, pues desciende de una familia de patriotas y revolucionarios que, en condición de guerreros, se alzaron contra el poder español en el pasado. Él asume la guerra de otro modo: con el retrato artístico de una realidad alienada que se propone cancelar. Por eso me pareció oportuno incluirlo en Rostro de Santiago en Cuba.
[…] Entonces fue cuando el malévolo Mongo Paneque aprovechó la oportunidad de hacer lo que desde algún tiempo había madurado en su cerebro estrecho y sombrío: de un empujón brutal arrojó a su odiado rival al enorme charco de agua y cieno estancados. Aturdido por los golpes, Hermida sintió a través de su cuerpo la sensación húmeda y viscosa de la ciénaga, y con la garganta contraída por el horror, aún pudo gritar:
-¡Cobardes!…
Entonces todos tuvieron la conciencia y el horror de la innoble acción realizada, y en lugar de salvar a la víctima, echaron a correr, medrosos, a través de la campiña desolada, acusando cada cual a los demás y con el anhelo secreto de borrar lo sucedido en sus mentes. Sólo Mongo Paneque no tenía miedo, por haber hecho colectivo su crimen. Entretanto la víctima, en medio de su aturdimiento y de su abandono, forcejeó por salir de aquel antro fatídico; pero algo así como sutiles ligaduras le ataban con obstinada tenacidad, y a medida que trataba de salir se hundía lentamente, muy lentamente, como si un espíritu infernal le atrajese imperioso hacia el fondo de la charca.
-¡Socorro! ¡Socorro! -gritó Santiago con un trémolo de angustia en la garganta contraída. El eco de su voz se perdió en la absoluta soledad de la tierra y de los cielos; muy cerca de él el vasto cañaveral, testigo de las entrevistas furtivas y dosel rumoroso y movible del lecho inmenso de la tierra, donde los amantes sintieron el supremo estremecimiento del amor, ondulaba como un mar en calma, sin que la más simple de sus hojas se contrajese de horror por lo que estaba sucediendo. Aun forcejeó por salir una vez más, Santiago Hermida, en un ademán desesperado, hacia las estrellas lejanas, resplandecientes y dulces, que arrojaban su luz inalterable sobre la turbia ciénaga; pero ninguna mano amiga respondió al afán doloroso del inevitable abandonado. La soledad era imponente y de su seno surgía el horror, que hacía la noche más horriblemente impasible, más plena de misterio y más propicia al drama que tenía lugar en el seno turbio e impuro de la charca.
Por la mente de Santiago Hermida pasó como una síntesis fugaz de su vida toda, toda su vida llena de esperanza, y como un niño abandonado, pronunció el supremo grito que todos tienen cuando están al borde de lo irremediable:
-¡Madre, madre!…
Después, después fue sintiendo cómo las últimas fuerzas le abandonaban, cómo una mano férrea detenía su último grito en la garganta, cómo una humedad viscosa le penetraba en la boca, mientras parecía tirar implacablemente algo monstruoso de sus pies hacia un abismo de sombra… Era la ciénaga que le atraía, era la ciénaga que él se propuso describir en su novela, la que le mataba, taimada y cobardemente, la ciénaga, que se lo tragaba con la perfidia disimulada y atroz de esos medios sociales donde muere toda pura y alta esperanza humana.
Santiago Hermida, abandonado de todos, en medio de la gran impasibilidad natural, descendió hacia el fondo de la charca, con la tristeza irremediable de todo lo que sucumbe inesperadamente y se apaga. Ahora, la luna, como en la primera noche de su cita de amor, enorme y fantasmal, se ocultaba tras un montón de nubes en fuga, y la ciénaga, turbia y oscura como el espíritu de aquel paraje del crimen, alentaba enigmática y nocturna, cual si fuese la imagen oculta del mal en el abismo insondable de la conciencia humana.
De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra
En 1974 el Conjunto Dramático de Oriente, que había dado inicio en 1961, sufriría una consolidación absoluta de un método de creación colectiva recién adoptado. Se estrenaba De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra, sobre el texto de Raúl Pomares y la dirección de Ramiro Herrero. Se adoptaba, definitivamente el "teatro de relaciones", recuperado del carnaval santiaguero, como línea de trabajo que permitiría romper con el modo clásico de escenificación y dar entrada a corrientes vanguardistas del teatro contemporáneo, como la procedente de Brecht. El montaje resultó de alta calidad sobre la base de una excelente escenografía, música sonera y carnavalesca y un rico y ágil movimiento escénico. Se removió la comunicación actor/espectador, para dar lugar al cambio de los propios actores y a la participación activa de los que recibían el mensaje. Nacía un tipo de trabajo de necesidades expresivas del pueblo que implicaba como escenario los barrios en que había surgido la relación o, al menos, el contacto directo con escenarios abiertos, como las calles y plazas.
La pieza tomaba como pretexto la narración frente al Apóstol Santiago, de un hecho ocurrido en el siglo XVI, apenas fundada la villa. Asistimos a la humanización del santo patrón en un movimiento escénico que nos hace viajar en el tiempo a una velocidad supersónica, sin apenas percatarnos de ello, hasta desembocar en los días previos al desencadenamiento de las guerras por nuestra independencia nacional, en 1868.
Todo ocurre en la escena de un modo tal que resulta natural sorprender al Apóstol tomando en su mano su arma característica y sumándose a la "carga al machete" con que los cubanos, en el pasado, destrozaban las huestes del Ejército español en la Isla. Poco después el Conjunto Dramático adoptaría el nombre de Cabildo Teatral Santiago que conserva hasta el presente en expresa gratitud a la ciudad que lo hizo nacer y a la cultura de su pueblo que lo alimentará siempre. La obra es también parte de la historia de la estatua del Apóstol Santiago vinculada a las inquietudes y desvelos del pueblo santiaguero que la ha visto como uno de sus símbolos libertarios.
DE CÓMO SANTIAGO APÓSTOL PUSO LOS PIES EN LA TIERRA
(RAÚL POMARES)
Hombre de caballito: Santiago y Castilla
Santiago y Galicia
Santiago y León
Aquí estoy yo Santiago Apóstol
natural de Compostela
y de buena condición
que pide en vez de velas
le enciendan un litro de ron.
Ño Pompa. (Bailando) Los hombres tienen dos y las mujeres tres…
Santiago. ¿Adónde vamos a parar, Santa Bárbara bendita? Esta gente son unos salvajes ¿Tú oíste lo que dijo el tipo ese?
Ño Pompa. ¿Y qué?
Santiago. ¿Cómo que y qué? Ño Pompa, yo soy el Apóstol Santiago.
Ño Pompa. Usted es un infeliz pedazo de madera que unos cuantos delincuentes han cogido para el trajín.
Santiago. ¿Qué tú dices?
Ño Pompa. Lo que oyó.
Santiago. ¿Cómo? Mis pendones flamearon en Málaga y Andalucía haciendo huir a los moros. El destello de mi espada guió al gran capitán en la conquista de México y obnubiló a los aztecas en sus templos paganos. Mis ejércitos hacen retemblar montañas y ríos, burgos y castillos, y el león de España refulge a mis pies.
Ño Pompa. ¡Oleeeee!
Santiago. Yo soy la esencia de lo hispánico, la fuerza de la fe.
Ño Pompa. (Gesto de burla) ¿Y qué?
Santiago. Esto está de madre. Aquí no se respeta a nadie.
Ño Pompa. ¿Antes se respetaba más?
Santiago. Si antes se respetaba más?
Ño Pompa. ¿Quién respetaba más a quién?
Santiago. Tú me respetabas más a mí, por ejemplo.
Ño Pompa. ¿Y ahora?
Santiago. Ahora es un relajo.
Ño Pompa. ¿Y antes no había relajo?
Santiago. Antes como ahora el relajo era entre el elemento bajo.
Ño Pompa. ¿Entre el elemento bajo? Si la historia está llena de relajo entre el elemento alto.
Santiago. ¿Qué sabes tú de historia?
Ño Pompa. Te apuesto a que yo sé más historia que tú.
Santiago. (Irónico, profesoral) ¿Qué tú sabes más historia que quién? Ño Pompa, si yo estoy aquí casi desde que se fundó la ciudad.
Ño Pompa. Pero encaramado allá arriba, mirando siempre para las nubes. ¿Te enteraste de lo que pasó alrededor de tí?
Santiago. No me vengas con cuentos tratando de confundirme. Ya quisieras tú haber visto la mitad de los cosas que he visto yo.
Ño Pompa. A ver, ¿cómo era la ciudad antes?
Santiago. ¿La ciudad? Era más chiquita.
Ño Pompa. ¿Qué más?
Santiago. ¿Cómo que qué más?
Ño Pompa. Sí, sí, ¿qué más?
Santiago. Había menos gente.
Ño Pompa. ¿Y no pasaba nunca nada?
Santiago. Pendencias sin importancia.
Ño Pompa. Que le costaron la vida a mucha gente… ¿Tú quieres saber cómo era de verdad la cosa al principio? ¿tú quieres ver lo que pasaba? (Toca un pito y entran corriendo los actores) ¡Relacioneros, viene la representación! Te voy a contar una historia, pero vista desde aquí abajo. ¿Título de la relación?
Relacionera. "Donde hay mulata brava, no importa carapacho duro."
Ño Pompa. ¿Época?
Relacionera. 1546.
Ño Pompa. ¿Lugar de la acción?
Relacionero. Aquí en Santiago de Cuba, en esta Plaza de Armas.
Ño Pompa. Al principio, la ciudad no fue ciudad. Santiago de Cuba no era una ciudad. Diez o doce bohíos y una o dos cosas de mampostería. Calor. Fango. Mosquitos y unos hombres extraños que vinieron por el mar, con armas de fuego y caballos y que obligaron a los demás a trabajar para ellos. (Sonidos de gritos y lamentos. Los relacioneros representan diferentes escenas de la época de la conquista y colonización españolas.) Y levantaron la primera catedral de palma y guano. Es pobre la primera catedral y ni siquiera tiene imágenes. Pero en fin, es la catedral. ¿Ves esa casa que está allí? Esa es la casa del Gobernador, Licenciado Juan de Ávila. Todo está oscuro. Nada se mueve. Ni las hojas. Y de pronto…
……………………………………..
Obispo. No más revolucionarios, Santiago, por favor.
Colonialistas. ¡Santo, santo, santo!
Obispo. No más independentismo, Santiago, por favor.
Colonialistas. ¡Santo, santo, santo!
El cortejo de los colonialistas sale en letanía. Ño Pompa sale con su saco al hombro.
Ño Pompa. Oh tiempos difíciles en que la vida no valía un real, y que con palos y fuetes se imponía la mentira como si fuere verdad. Tiempos en que el señor colonialista machacaba nuestra cultura en el pilón capitalista. Tiempos, en fin, de cuando Santiago Apóstol bajaba de su altar a espantar las desgracias, cumpliendo un previsor acuerdo extraordinario del Cabildo reunido siempre en vela, ojo avizor. (Deposita en el suelo el saco y extrae de él un machete. Se dirige a Santiago que se encuentra atado a una de las escaleras) Santiago ¿qué año es este?
Santiago. El de 1868, Año del Señor.
[…]
Ño Pompa. Amén. (Alza el machete y lo deja caer con fuerzas sobre los escalerados. Estos liberados de las ataduras, corren a liberar a sus hermanos. Suena la corneta china con la tonada del Himno Invasor. Ño Pompa sigue sacando machetes del saco.) ¡A la carga!
Los esclavos gritan y dan vivas. Toman los machetes y danzan al compás de una conga santiaguera. Ño Pompa se sube al pedestal y desnuda la estatua, dejando al descubierto su armazón de madera. Por el otro entran a la plaza los colonialistas, que despavoridos huyen seguidos por los insurrectos. Santiago queda solo enfrentado a su propia imagen. Sube al pedestal y toma la espada.
Santiago. Ahí te dejo, infeliz. Si algún día te bajas de ese pedestal y pones los pies en la tierra, vas a ver por primera vez en tu vida cómo son las cosas verdaderamente. Y si te queda un poco de vergüenza y sangre en las venas, no tendrás más remedio que seguir a esa gente dondequiera que vaya. ¡Adiós Apóstol! Santiago de va. ¡Ño Pompa! ¡Ño Pompa!
Agradecimientos: (Oficiantes)
Don Chino (+)
Cunino (+)
Roberto Salazar "Mozo"+
Vicente Portuondo M. (RQP)
Eugenio Montero
Ismael (Foco el Tivolí)
Isacc Besse Pozo
Rafael Bejerano
Esmeraldo Cos Donatié
Angela Despaigne
Agradecimientos:
Casa del Caribe (Santiago de Cuba), Fundación Eugenio Granell (Santiago de Compostela), Casa de las Tradiciones del Tivolí
Oficina del Conservador de la Ciudad (Santiago de Cuba)
Taller Cultural
Obispado y Catedral de Santiago de Cuba
Museo Emilio Bacardí
Museo del Carnaval
A la memoria de tres santiagueros
que siempre vivieron orgullosos
de serlo: Cunino, Mozo y Don Chino
José Millet
milletjb2004[arroba]yahoo.com
Centro de Investigaciones Socioculturales
Instituto de Cultura del Estado Falcón,
Coro, República Bolivariana de Venezuela
2008
[Créditos]
Fotografía:
Arnoldo Martínez Rojas (RQP)
Arq. Ricardo Meriño (RQP)
Máster Natalie Goltemboth
Reinter Peter-Ackermann
Tipeado en ordenador:
Lic. Juan O. Ferrer
Isabel Matos
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