Santiago de Cuba visto por Federico García Lorca
Sí, Lorca estuvo en Santiago de Cuba. Fue a principios de los años treinta, luego de su estancia en La Habana, donde suponemos haya escrito el memorable poema dedicado al sabio cubano Don Fernando Ortiz, padre de la Antropología en el Caribe. Según mi entrañable profesor de crítica literaria Ricardo Repilado, su estancia aquí duró escasos días, a lo sumo 2 ó 3. La doctora Amparo Barrero ha aportado "las pruebas decisivas" de la estancia del genial granadino en Santiago de Cuba, en la primavera de 1930. Según algunos testigos, en los últimos días de abril Lorca ofreció una charla en los salones de la Escuela Normal con el título "Mecánica de la nueva poesía" y, según otros, leyó poemas suyos entre los que recuerdan aquel que ellos titulan "Iré a Santiago" —el que reproducimos aquí con su verdadero título— muy probablemente escrito a su llegada a La Habana en aquella memorable ocasión. Estas últimas pruebas fueron dadas a conocer por la doctora Barrero en su artículo "Otros testimonios de la visita de Lorca a Santiago de Cuba", revista El Caserón, Delegación provincial de la UNEAC, No. 3, junio de 1987, pp. 40-45, para mayor información consúltese "El viaje de Lorca a Santiago de Cuba", Revista de la Biblioteca Nacional, No. 1, enero-abril 1979; Jesús Sabourín, Revista de la Universidad de Oriente, marzo de 1962; Juan Marinello, "El poeta llegó a Santiago", revista Bohemia, 31 de mayo de 1968. El poema ha sido tomado de libro Lorca por Lorca. Me informan que recientemente apareció el ticket del tren Habana-Santiago y se encuentra en el Museo de Fuentevaqueros, como constancia del viaje del poeta a esta villa, cuyo pueblo le inspiró el memorable poema que colocamos en el pórtico de nuestro libro como reconocimiento a ese artista que tanta vida dejó en todos. Con él podemos repetir "Siempre dije que yo iría a Santiago/ en un coche de agua negra" y, digo yo, y aquí quedó.
Son de negros en Cuba
a Don Fernando Ortiz
Cuando llegue la luna llena,
iré a Santiago de Cuba,
iré a Santiago
en un coche de aguas negras.
Iré a Santiago.
Cantarán los techos de palmera.
Iré a Santiago.
Cuando la palma quiere ser cigüeña.
Iré a Santiago.
Y cuando quiere ser medusa el plátano.
Iré a Santiago.
Con la rubia cabeza de Fonseca.
Iré a Santiago.
Y con el rosa de Romeo y Julieta.
Iré a Santiago.
Mar de papel y plata de monedas.
Iré a Santiago.
¡Oh Cuba! ¡Oh ritmos de semillas secas!
Iré a Santiago.
¡Oh cintura caliente y gota de madera!
Iré a Santiago.
!Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!
Iré a Santiago.
Siempre dije que yo iría a Santiago
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Brisa y alcohol en las ruedas.
Iré a Santiago.
Mi coral en la tiniebla.
Iré a Santiago.
El mar ahogado en la arena.
Iré a Santiago.
Calor blanco. Fruta muerta.
Iré a Santiago.
¡Oh bovino frescor de cañavera!
Iré a Santiago.
¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!
Iré a Santiago.
Federico García Lorca
PARTE I.- EL SEMBRADOR DE SÍMBOLOS
SANTIAGO EN LA INTIMIDAD DEL SANTIAGUERO
Olga Portuondo Zúñiga
A la memoria de un santiaguero llamado Santiago
La relación entre el apóstol Santiago (el Mayor) y Santiago de Cuba remonta casi el medio milenio de su fundación; y hasta el día de hoy, la ciudad está orgullosa de su nombre y de su patronazgo. La tradición engarza las cuentas de una historia común, sin que ello implique una plena identificación espiritual inicial, ni la inexistencia de escollos a salvar para que la comunidad asumiera como honra y nobleza su cualidad santiaguera.
Santiago apóstol encarna a España y une América bajo el imperio ultramarino y la catolicidad. Santiago de Cuba, será la segunda ciudad en América bautizada con este nombre, Santiago de los Caballeros en La Española, le precedió en el Caribe. Este patronímico, que ostentan muchas ciudades, representa en la identidad del Nuevo Mundo el sello indiscutible de la unidad espiritual hispana, que surgió con la llegada del conquistador peninsular, y la búsqueda perpetua por la reafirmación singular de esta herencia.
Santiago apóstol, conquistador y colonizador español
Cuando Diego Velázquez llegó a la bahía protegida del sudeste de la isla Fernandina para radicar allí una villa, que además fungiera como capital de su tenencia de gobierno, parece que ya su puerto se reconocía con el nombre de Santiago; lo cierto es, que así también denominaría en 1515 al núcleo de población que fundó, inspirado en la orden de este nombre a la que pertenecía Su Majestad católica Fernando I, también por la popularidad que el patrono español adquiriría durante la larga y dura empresa de la Reconquista. El propio Diego Velázquez, había sido bautizado con una de las maneras de designarlo y sentía especial devoción por el santo, tal y como haría saber en su testamento.1
Santiago Matamoros fue la representación religiosa preferida de los primeros ocupantes del Nuevo Mundo, porque la conquista de América, para los ojos de los castellanos, era la continuación de aquella otra lucha
contra los herejes de la península: Santiago el guerrero, el del blanco corcel y arma en ristre para el combate por la cristiandad.
Esta imagen deja su impronta a inicios de la conquista de Cuba, y la mejor manera de corroborarlo es mediante el estudio de composición de los primeros escudos de armas concedidos por la corona a la Isla y a la ciudad-capital de Santiago de Cuba.2 Justamente, ellos también expresan la otra cara de la presencia hispana en el Nuevo Mundo, el carácter fundacional y colonizador asumidos por el apóstol, la huella primigenia de la cultura peninsular. Así lo quiso ver el pintor santiaguero Juan Emilio Giró en los comienzos del siglo XX, mientras recreaba una escena de los primeros momentos de la colonización en la capital de la isla de Fernandina (Cuba) que hoy se expone en el Museo Emilio Bacardí.
La Real Cédula de 28 de abril de 1522 otorgó a Santiago de Cuba el título de Ciudad y la condición de sede del obispado de la isla de Cuba.3
Santiago fue también patrono del pueblo erigido en la inmediatez del cerro de Cardenillo (cercano a Santiago de Cuba) y que tuvo por nombre Santiago del Prado. Allí se levantó una modesta parroquia en 1599 convertida en núcleo fundacional para la explotación del cobre. Varias veces sería reconstruida por los esclavos. El castellano Francisco Sánchez de Moya, administrador de las minas en nombre de la corona, colocó en el altar mayor una imagen de Santiago apóstol cuyas características nos permite conocer el inventario que realizara el administrador saliente en 1620, al hacer entrega del Real de Minas al asentista Juan de Eguiluz:
[…] y en el dicho altar una imagen de bulto de Santiago El mayor
advocación de esta Santa Yglesia que dize trajo de españa con
Yntento de colocarla en la ssanta Yglesia que hiciese con su capa
de terciopelo a fallistada con sombrero de plata con el articulo
de fe que compuso en la casa de el […]4
El inventario incluye "un portapas de plata que tiene un Santiago a Caballo" y la imagen del altar mayor parece haberse conservado en la misma parroquia hasta los inicios del siglo XX, según relaciones guardadas en los archivos del arzobispado santiaguero.
A pesar de lo dicho, la devoción a Santiago Apóstol no cobró fuerza en el poblado mestizo de Santiago del Prado, en cambio sí calorizó el culto mariano a la virgen de la Caridad del Cobre entre indios, negros y blancos al punto de instalarse su imagen en una ermita del cerro desde donde ganaría prestigio entre los cobreros hasta convertirse en su patrona. Culto y santuario devinieron expresión de identidad criolla, proyectada más allá de sus fronteras, con el devenir de los siglos se convertiría en patrona de todos los cubanos. La aparición mítica de la imagen de varillas de la Caridad sobre las aguas de la bahía de Nipe, queda imbricada a la gestación de la cultura popular criolla de sus devotos.5
Entre las muchas leyendas tejidas en torno al culto de la virgen cobrera se halla aquella que involucra a su segundo ermitaño Melchor de los Remedios. Su sucesor, el presbítero Julián Joseph Bravo le atribuyó la capacidad de profetizar. La población de Santiago de Cuba quedó aterrorizada y sin querer regresar a sus casas después del ataque de filibusteros ingleses en 1662, comandados por Cristopher Myngs, Inspirado por la advocación mariana de la Caridad, el ermitaño infundió confianza en los santiagueros al declarar ante el propio obispo: "no tema que la Ciudad de Cuba sólo resta ser tomada de Cuervos, y será muy amenazada del enemigo, pero no mas tomada".6 Así tuvieron garantías para volver a sus hogares. Con este y otros muchos ejemplos, es posible demostrar la devoción ferviente de la comunidad santiaguera por la advocación mariana de la Caridad casi desde los mismos comienzos de su culto.
La colonización española, tuvo como reacción las agresiones constantes de las otras naciones europeas sobre sus emplazamientos en el Caribe; sus pobladores tendrán que enfrentarse a corsarios, piratas y filibusteros. Se convocaba a la unidad para combatir con el grito que llamaba al santo patrón. En temprana fecha de 1604, el obispo fray Juan de las Cabezas Altamirano era prendido como rehén por el capitán francés Ferrer o Girón para exigir su rescate. Armados con sus instrumentos de trabajo, los pobladores españoles, indios y negros de la región oriental de la isla de Cuba vencieron y lograron libertar al obispo, luego que el alcalde bayamés Gregorio Ramos los llamara a la lucha: "El dicho alcalde dio el Santiago y salió a ellos se dio la batalla y mataron al capitan […]"7
Silvestre de Balboa en su Espejo de Paciencia, inspirado en estos hechos, pone en boca de los pobladores el grito de guerra: ¡Santiago, cierra España!,8 heredado de las luchas contra los moros, y cuyo significado, al plasmarse en el primer poema épico de la isla de Cuba, vale para poner en evidencia la identificación de intereses, en aquellos primeros siglos, entre la Corona y su Imperio Ultramarino.
Por Real Cédula de 1607, Santiago de Cuba se convertía en centro del recién creado Departamento Oriental y La Habana pasaba a ser la capital designada para la isla de Cuba. Muchos de sus gobernadores y capitanes a guerra fueron caballeros de la Orden de Santiago, como otros americanos notables de los siglos XVII y XVIII: Pedro de Fonseca Betancourt, Pedro de la Roca y Borjas, Pedro Bayona Villanueva, José Canales, Alonso de Arcos y Moreno, Sebastián Kindelán, según conocemos. Es de suponer que esta sea una de las razones por la cual, en los papeles de inventario de ornamentos de comienzos del siglo XIX del archivo del Museo Archidiocesano de la catedral santiaguera, aparezcan cinco cruces de oro insignias de la orden de Santiago.9
Pero la devoción a Santiago apóstol era algo que no calaba hondo en el espíritu criollo, precisamente por el lastre que implicaba representar el puro ideal bélico hispano y porque encarnaba la imposición del conquistador y la sumisión debida.
En los comienzos del siglo XVII, el Cabildo eclesiástico de Santiago de Cuba se empeñó en fomentar el culto al santo Ecce Homo del que se difundieron numerosos milagros y leyendas. Entre éstas, se cuenta la historia del desembarco en 1678 de corsarios franceses en las arenas de la playa de Juraguá con el propósito de ocupar a Santiago de Cuba y la acción del loco Juan Perdomo quien, sirvióles de guía y gritó ¡Santiago, España!, para provocar la confusión de los agresores que lucharon entre sí, lo que salvó a la ciudad de ser ocupada. Considerado como un hecho milagroso, gracias a la intervención del Ecce Homo, creció su fama de benevolente protectorado cuando ya en 1652 había motivado la colocación de un cuadro del Cristo Señor Nuestro a la Columna (Ecce Homo), traído desde Cartagena de Indias y obra de un artista llamado Francisco Antonio, en la puerta del sagrario del altar mayor de la Catedral.10 Ganó tal popularidad que su fiesta, el último miércoles del mes de agosto, fue organizada por ambos Cabildos durante más de un siglo.
Y es que Santiago apóstol, con toda la carga del belicoso dominador hispano, sufría el progresivo distanciamiento de los criollos, a pesar de ser también exponente del espíritu fundacional que recreó el propio obispo Diego Evelino de Compostela, (17 de noviembre de 1687-29 de agosto de 1704) quien hizo honor a la tradición de su nombre durante los años de su apostolado y hasta su muerte, con la creación de nuevas parroquias en el territorio habanero entre las primeras, la de Santiago de las Vegas en 1688; y aunque nunca visitó la capital de su diócesis, también ordenó erigirlas en pueblos de la región oriental. Buenos ejemplos son las de San Pablo de Jiguaní y San Luis del Caney, entre otras.
Santiago: binomio de sumisión colonial y jolgorio popular.
La fiesta del patrono de la ciudad se conmemoraba cada 25 de julio, parece que desde sus propios comienzos, auspiciada por el Cabildo secular. De manera que, la ceremonia oficial tenía su punto climático en la procesión iniciada la víspera en horas de la tarde y al frente de la cual marchaba una imagen de Santiago apóstol junto al Pendón de Castilla portado por el alférez real y detrás todas las autoridades civiles. Salía del Ayuntamiento y se dirigía hasta la catedral donde era recibida por una representación del Cabildo eclesiástico. Luego de la ceremonia religiosa, la imagen permanecía en el templo hasta el día siguiente en que regresaba al Ayuntamiento en horas de la tarde-noche del 25 de julio. Se adornaba e iluminaban las casas del vecindario. Mientras se hallaba expuesta en la iglesia mayor, todos los citadinos iniciaban la diversión de los mamarrachos con comparsas donde se combinaba el baile y la música popular. Así se fueron creando en torno al patrono, imperceptiblemente, dos tradiciones, naturalmente imbricadas: una oficial, que cada año propiciaba la demostración de fidelidad de la ciudad a su metrópoli y la otra popular que alegremente manifestaba el orgullo de ser criollo santiaguero del Caribe.
De inmemorial costumbre, según razón, era la convocatoria anual, cada 25 de julio, de todas las compañías de milicias de la jurisdicción para participar en los actos del día de Santiago apóstol, santo patrón, también concurrían las formadas por los llamados cobreros esclavos y libres del pueblo de las minas. Estos últimos aprovecharían la coyuntura en 1731 para sublevarse y acimarronarse, con caja y bandera, sin asistir a la fiesta, en acto de rebeldía contra los desmanes del gobernador departamental Pedro Ignacio Jiménez, por haber lesionado sus derechos naturales.11 Fue ésta una de las primeras oportunidades en que los días de las fiestas dedicadas al apóstol Santiago se escogían para manifestar la rebeldía insurrecta de los oprimidos frente a los intentos de acentuar el despotismo colonial.
El Cabildo catedralicio no era el organizador de estos actos conmemorativos del día del patrón de la ciudad, se limitaba únicamente a secundar a las autoridades civiles bajo las órdenes del gobernador departamental y vicepatrono de la Iglesia, según las leyes del Patronato Regio: el apóstol Santiago era patrono del obispado y, como desde finales del siglo XVI los prelados se mantuvieron, la mayor parte del tiempo, sin ocupar la silla al conservar la residencia en La Habana –capital efectiva desde mediados del siglo XVI– su estado vacante otorgaba preeminencia a los prebendados presididos por su deán en la Catedral. Para ellos la festividad religiosa de Santiago apóstol era una más entre otras como la de: Nuestra Señora de los Dolores, la Purísima Concepción, Nuestra Señora del Carmen, Santa Teresa de Jesús, Santa Ana, Nuestra Señora de la Candelaria, San Bartolomé, San Juan Crisóstomo, San José, San Agustín, San Juan Nepomuceno, San Antonio de Padua, San Fernando, San Juan Bautista, San Pedro, San Mateo, San Andrés, Santo Tomás, San Francisco, San Bartolomé, Nuestra Señora de Africa, etc. Predominaban la carrera del Corpus Christi, la fiesta del Santo Ecce Homo, el día de la invención de la Santa Cruz, la del Santísimo Corazón de Jesús y se atendía con especial preferencia la de su patrona Nuestra Señora de la Asunción.12
A la ciudad solía llamársele Cuba y el nombre genérico con que se identificaban sus habitantes era el de cubanos, por entonces, casi nunca se les distinguía como santiagueros. El gobierno de la ciudad era el encargado de organizar las fiestas al patrono como exponente de la autoridad colonial y acto de sumisión de los citadinos. Y hasta en oportunidades, los funcionarios metropolitanos escogían señaladamente, la víspera del día de Santiago para presentarse ante el Cabildo.13
Así las cosas, el siglo XVIII santiaguero se halla mejor ilustrado respecto a la festividad del patrono, a través de las Actas Capitulares seculares y eclesiásticas que aún se conservan, las que permiten arrojar mayor luz sobre la celebración: en 1738, los capitulares acordaban dar $50 de los propios, que debían invertirse en cera, para las fiestas del Santo Patrono. Pocos años después, se conminaba al mayordomo de propios a asistir con $20 a las personas que el 25 de julio "[…] se dedicaran a concurrir a la danza que en dicho día se hizo en obsequio y celebración de dicho Santo […]". Al portero correspondía, en esta fecha, poner la iluminación en las casas del consistorio y el gobierno, según la cantidad que se asignara.14
En el último cuarto del siglo XVIII, las actas del cabildo secular se referirán a las dificultades financieras por las que atravesaba la ciudad, razón principal esgrimida por los antiguos contribuyentes de las profesiones de escribanos, procuradores, alguaciles u otros maestros para eludir sus responsabilidades en el pago de la iluminación de las fiestas durante las noches de vísperas y del día del patrono. El Consistorio, que seguía organizándolas, mediante bando, desde muchos días antes, exigía el cumplimiento de aquella obligación. Por entonces, era ya tradicional la carrera entre su sede y la del Cabildo Eclesiástico con la imagen de Santiago apóstol encabezándola, mas parece haber perdido su lucidez si nos atenemos a los comentarios del diputado Estaban de Palacios que se quejaba de que la ceremonia en la Catedral "se celebra con muy poca decencia y solemnidad por falta de interés de erogación por estrechez de la renta de propios" y no había quien quisiera hacerse cargo del sermón. El propio Cabildo secular terminó por suprimir la distribución de refrescos a sus ministros.15
De una u otra manera, el culto al patrono no echó las raíces necesarias ni creó la simpatía suficiente para formar la devoción religiosa popular, aunque el 25 de julio la ciudad celebraba con júbilo la identidad con su patrono.
Ya al nacer durante la víspera del día del santo patrono en 1725, Santiago Hechavarría y Elguezúa estaba comprometido con su tradición mediante bautizo. Era uno de los miembros de la más prominente familia patricia santiaguera. En el correr de los años; aquel niño que estudiara en el seminario de San Basilio el Magno de Santiago de Cuba y, más tarde, en la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana; se convertiría en el primer obispo nacido en la isla de Cuba que ejercería en su propia tierra.
En la visita pastoral de 1774 a su ciudad natal, para ser investido con su jerarquía por el Cabildo, procuró acentuar la influencia jacobea en el territorio de la diócesis. Llegaría a Santiago de Cuba, en los días próximos a la fiesta patronal y convendría con el cabildo la celebración de un acto en correspondencia con su autoridad, tal y como lo establecían las Leyes de Indias. No podía el Cabildo recibirlo con palio, pero éste decidió tocar a coro desde las 4:30 a.m. y comenzar los oficios religiosos desde las 5:30 a.m. ya que el obispo haría su presentación a las 7:00 a.m. Francisco Mozo de la Torre, deán de la catedral, convocó a todo el clero, invitó a la nobleza y ordenó que el sacristán mayor, el coadyutor y el mayordomo de fábrica prepararan las condiciones para recibir a Su Ilustrísima ante la iglesia de Santo Tomás con alfombra, cojín, mesa, cruz y sillas donde debían sentarse los prelados, mientras el obispo tomaba los pontificales. En la puerta del perdón se dispuso colocar también alfombra, incensario, naveta y el recipiente para el agua bendita.
El día 8 de julio la procesión de notables se dirigió a lo último de la ciudad donde todo estaba ya preparado. Vestido el deán con su capa magna y seis capellanes de coro con capas y cetros recibieron a su obispo. El primero, le dio la cruz a besar mientras el obispo se ponía de rodillas. Un repique de campanas sonó en las iglesias y duró hasta que el ilustre visitante llegó a su casa. La procesión comenzó la carrera cantando, mientras en Santo Tomás el obispo vestía los pontificales ayudado por el chantre y el tesorero que sirvieron como diáconos. Marchaba el deán cantando, a cuatro pasos de Su Ilustrísima, hasta la puerta del perdón y en este punto se bendijo a los presentes, luego continuaron su recorrido hasta el altar mayor de la catedral para celebrar Te Deum.
Postrado en el altar, el criollo Santiago Joseph Hechavarría oró, luego besó el suelo y se sentó para que comenzara el besamanos: primero el deán, después prelados y miembros del ayuntamiento. Tras el concierto, concluyó la ceremonia con la lectura de las indulgencias por el magistral y, ya el obispo en casa, se repartieron refrescos.16
El Santiago apóstol que quería destacar el nuevo obispo no era el guerrero ecuestre sino el peregrino, el que encarnaba la cultura hispana vista desde su condición de patricio, para lo cual recomendó: evangelizar a los negros, no fomentar disputas eclesiásticas en el púlpito, luchar contra el vicio del contrabando. La obra más importante del obispo criollo fue la fundación del seminario San Carlos y San Ambrosio, la reorganización del seminario santiaguero de San Basilio el Magno y la creación de estatutos para ambos en los que se percibía la retirada del escolasticismo y la formación ilustrada con aliento patriótico americano. Profundamente devoto por su extracción familiar y regional a la virgen de la Caridad –peregrino desde y hacia el santuario de El Cobre–, Santiago Hechavarría propugnaba aires de renovación inspirados en sus tradiciones criollas.
Santiago: el arraigo de sus festividades y vigorización simbólica de su españolidad.
En el devenir de los siglos, la catedral de Santiago de Cuba sufrió embates de los corsario, de los piratas, de los filibusteros y de los terremotos. Varias veces sería reconstruida. Por ejemplo, en 1586 era devastada por corsarios franceses, en 1662 saqueada durante la ocupación de los filibusteros ingleses procedentes de Jamaica. También en 1678 un terremoto se ensañó con el inmueble que hubo de tener una prolongada y paupérrima labor de reconstrucción.
El obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, quien fuera deán de la catedral durante muchos años, ofrece una descripción bastante detallada de la catedral en 1756. Durante su estancia ejecutó en ella numerosas acciones constructivas, como la de su altar mayor. En el segundo cuerpo de dicho altar, se situaría un Santiago peregrino –posiblemente la imagen de bulto que hoy se halla en uno de los zócalos de la sacristía–, considerado como del siglo XVII, que Morell donó y envió a la sede de su obispado poco después: "En el segundo se ha de situar la de Santiago Patrón de la Ciudad, en traje de Peregrino. Actualmente la están dando colores, y estofando en esta para remitirla en primera ocasión a aquella. Su importe que son ciento y cinquenta pesos de mi quenta."17 El obispo criollo no da cuenta de ningún otro icono o cuadro, aunque debió existir en precario.
Poco duraron aquellas fábricas, pues las paredes y torres sufrieron sensiblemente por el terremoto de 1766. En la década de los años 70 la envergadura de las funciones religiosas se vio afectada por el aspecto ruinoso del edificio y la disminución de las rentas decimales, luego de la división del gobierno eclesiástico y la formación de la diócesis habanera en 1787. No fue hasta los inicios del siguiente siglo que se dio impulso a la reconstrucción de una Iglesia acorde con su nuevo rango, particularmente luego de su designación como archidiócesis bajo los auspicios de Joaquín de Osés Alzúa y Cooparacio. De manera que hay dificultades para encontrar detallado inventario de su ornamentación, a pesar de contar con algunas relaciones y con las actas de su cabildo eclesiástico.
Baste señalar que, si bien encontramos imágenes de algunas vírgenes y santos, en las listas no aparecen mencionados icono ni cuadro de Santiago apóstol, excepto las medallas de la orden de Santiago. Ello no implica que estuviera ausente su imagen, es posible que sobreviviera algún cuadro. Hay que tener presente que muchos de sus muebles y ornamentas fueron trasladados a la parroquia de San Francisco o la nueva iglesia del Carmen para cumplir con los oficios, mientras duraba su erección. Queda la incógnita de cuál sería el icono empleado en la carrera del santo antes de 1828.
Mientras tanto, la festividad de los mamarrachos en el día del patrono Santiago tomaba mayores dimensiones entre los estratos menos favorecidos de la sociedad citadina. Una de las razones de este auge, era la creciente importancia del núcleo poblacional, por el que se preocuparon gobernadores como Juan Bautista Vaillant, Juan Nepomuceno Quintana y Sebastián Kindelán en los finales del siglo XVIII. Es natural que aquellas devociones puramente agrarias como la de San Isidro, San Antonio de Padua o San Juan Crisóstomo cedieran su puesto a la representación propiamente urbana de Santiago apóstol.
Ante el paso arrollador de la revolución haitiana en el Caribe y por el estado de rebeldía de los cobreros desde 1781 a causa de los intentos por esclavizarlos y violar sus intereses, el gobernador Juan Bautista Vaillant optó por suspender los mamarrachos durante los días de San Juan, San Pedro, Santiago y Santa Ana en varios de los años del 90, pero teniendo sumo cuidado de no exaltar los ánimos por este motivo:
Considerando Yo la prudencia con que en una costumbre inveterada, aun siendo abusiva debía procederse, ya en una ocasion o año tomé por pretexto para su suspensión, la grave enfermedad, y fallecimiento del Yllmo. Sor. anterior Diocesano, ya en otras, que fueron en los últimos, la presente constitución de la guerra actual […]18
Desde los finales de la segunda década del siglo XIX, la catedral recuperó su papel de centro religioso de la ciudad santiaguera y se magnificó el acto gubernamental anual de trasladar la víspera una imagen del patrono junto al pendón de Castilla, para rendir honores a estos símbolos de la dominación hispana. Luego de suspenderse en 1808 el paso tradicional del Real Pendón, en 1815 se restablecía, según Real Decreto, y al año siguiente se procedía a bendecir uno nuevo debido a la inutilidad del anterior.
Se dice que los comerciantes catalanes se interesaron por levantar una estatua de Fernando VII después de su proclamación para honrar su obra en la ciudad. No fue sino hasta julio de 1828 que se materializó esta aspiración, durante el gobierno de Francisco Illas.
Se escogería el 24 de julio de 1828 para colocar sobre una columna en medio de la plaza, la estatua ecuestre del rey "para eterna memoria y en señal del acendrado amor y fidelidad que siempre le han consagrado sus habitantes", argumentaba el propio gobernador departamental, al Cabildo eclesiástico.19 La ceremonia de colocación se organizó con gran pompa y propaganda. En El Noticioso y Miscelánea de Cuba destacaban los pormenores del solemnísimo acto y proclamaban tres días de diversiones públicas autorizadas. Como las tropas de la guarnición participarían en la procesión, presidida por las autoridades y corporaciones militares, eclesiásticas y políticas, se prohibieron los paseos a caballo.
De la puerta principal del palacio saldrá con la pompa y aparato que corresponde la estatua, subiendo por el frente de la casa del Alférez Real D. José Antonio Poveda á doblar en la esquina de la Sra. Condesa viuda de Sta. Ineé, y de aquí seguirá por la espalda de la Catedral hasta la esquina que hace la casa mortuoria de Da. María del Carmen Hechavarría, bajando de aquí hasta el frente del cuartel de artillería, que doblara volviendo á entrar en la plaza a ser colocada sobre la columna dispuesta para el efecto. 20
La concurrencia se dio cita a las cinco de la tarde en la Plaza y en las calles de la carrera de la estatua, los vecinos colocaron sus mejores adornos e iluminaron el frente de sus casas.
Habían pasado las dos primeras etapas de la proclamación de la Constitución y maduraba la identidad santiaguera cubana en oposición a la integrista. Todo hace indicar que ni siquiera los monárquicos acogieron con simpatía la estatua que representaba a Fernando VII, ordenada con tanta devoción por el gobernador Illas. Consideraban que aquella no era la mejor manera de honrarlo por la ausencia de fidelidad del modelo en madera dura respecto al original. Al año siguiente, durante los días 24 y 25 de julio, se prefirió exponer los verdaderos retratos de los monarcas Fernando VII y su esposa Josefa Amalia realizados por un hábil pintor de Cámara, trasladados desde Madrid a Barcelona y luego hasta el puerto santiaguero en una polacra española. Se reiteraba la exactitud y la nobleza de dichos óleos y se acordaba exponerlos al pueblo, desde el balcón de la Sala Capitular durante tres días.21
Aunque no nos consta, suponemos que la estatua ecuestre del monarca fue desmontada de la columna y olvidóse. Luego de su fallecimiento, las demostraciones de fidelidad y agasajo recayeron en la regente María Cristina. De inmediato, se pensó erigir una estatua en la Plaza Mayor para la reina y las fiestas de Santa Cristina alcanzaron significado por sí misma, con fuegos artificiales y globos aerostáticos, no por vísperas de las de Santiago.22 Apartada momentáneamente aquella estatua ecuestre de madera en una habitación del Ayuntamiento, concluyó por cumplirse los deseos de las autoridades y del pueblo, que siempre habían aspirado a una representación adecuado para la carrera del patrono, montado en su corcel blanco y con aspecto de un guerrero. Así se transformó la estatua de Fernando VII, en pocos años y con muy poco esfuerzo, en la de Santiago apóstol. Porque en definitiva, ambos en imágenes representaban ante el criollo, la esencial autoridad colonial en el corazón de la ciudad.
Corrían los años cuarenta del siglo XIX, y mientras avanzaban, se hacía más cruda y doctrinaria la política colonial del régimen liberal monárquico metropolitano. También crecía el número de funcionarios y pequeños comerciantes, empleados de toda laya, cuyos intereses integristas coincidían con los de la gran oligarquía comercial y con los de la oficialidad del ejército. Al mismo tiempo, se iba perfilando la conciencia nacional cubana y el gobierno colonial mostraba su inseguridad, al reclamar con energía y rigor las manifestaciones de fidelidad. No es casual, que el paseo tradicional del 24 y 25 de julio, entre el Ayuntamiento y la Catedral, de la estatua de Santiago ecuestre y del Pendón de Castilla alcanzara mayores proporciones, un carácter más oficial y unos requisitos formales más estrictos; precisamente cuando los sentimientos de los santiagueros se alejaban día a día de aquellos comprometimientos y sólo se cubrían las apariencias.
El mejor colegio privado de enseñanza media y primaria fundado en 1841 por profesores criollos, llevaba con orgullo el nombre de Santiago, contribuían a una formación acorde con las necesidades patrióticas cubanas y se recordaba el día del santo patrono; en tanto, el recalcitrante conservador chantre Dr. Francisco Delgado se ocupaba en algo tan nimio como rechazar la presencia en la misa del día de Santiago de un coro integrado por señoritas y caballeros aficionados, por estar fuera de lo estipulado. Es en 1849, que los prebendados se refieren a la confección reciente de un cuadro del apóstol Santiago colocado en su altar de la catedral.23
Cuando en 1851 Antonio María Claret y Clara se hizo cargo de la mitra santiaguera, el recién estrenado arzobispo pudo traer, entre otras donaciones algunas imágenes del patrón de España. Es sabido que su misión dentro del territorio de archidiócesis fue ordenar, adecentar la Iglesia. Venía también con el propósito de respaldar la autoridad metropolitana acorde con el cierre de filas del gobierno de la metrópli y para cumplir las obligaciones del Real Patronato. No había hecho más que llegar y encargó a los empresarios italianos José Antonetti y Angel Galerino –naturales de Domodosa– la confección de un altar de mármol para la Catedral con la condición de que la estatua de tamaño natural de Santiago peregrino (hoy situada al costado izquierdo de la nave central, próxima al altar mayor) y el propio altar con su bajo relieve ostentando las armas jacobeas, se hiciera según su voluntad y estricto diseño. No olvidó el prelado ordenar un hermoso altar de mármol para el engrandecimiento del culto a la virgen de la Caridad del Cobre en su santuario, reconocimiento indudable de la ascendencia y devoción que gozaba entre los cubanos.24
Desde 1848, algunos miembros de la corporación capitular secular habían manifestado la necesidad de retocar la efigie del apóstol Santiago, las andas y sus adornos ya maltratados en sus 20 años de procesiones. Algunos años después, todavía se hacía la misma petición para financiar su reparación, ahora con urgencia y para que la fiesta se celebrara con el mayor lucimiento. Algo muy diferente propuso el alférez real Andrés Duany Valiente en 1853, pues estimaba que los gastos de reparación no eran pequeños, además de que la estatua no correspondía "a la ilustración de la época" y hasta era motivo de risa, seguía diciendo:
[…] no sólo por la pésima construcción del caballo y lo ridículo del jaez, sino por lo impropio que parece la figura de un guerrero para reverenciarla cristianamente, y que deseando que la imagen de nuestro patrono inspire la devoción que a él deben los fieles, propone que en vez de arreglar la estatua ecuestre se haga pintar un cuadro que represente a Santiago como apóstol […]25
Significaba Duany Valiente que dicho cuadro debía conservarse en la sala capitular para sacarlo cada 24 de julio y conducirlo en andas a la catedral junto al Pendón Real. Quien así se expresaba era un connotado miembro de la rancia y aristocrática burguesía santiaguera y, aunque no es de sospechar que detrás de esta opinión se encerraba el rechazo a la sujeción colonial, resulta la opinión de un hombre culto enfrentado a una práctica de mal gusto, "que desdice de la cultura del siglo".26
Tal vez por todo lo antes expuesto, en la ceremonia del 24 de julio, el Pendón Real pasó a desempeñar un primer papel, según ya lo demuestra la función de bendecirlo en 1854 que colocó en un segundo plano la imagen ecuestre del patrón Santiago malamente restaurada. Situado entre el Presidente y el Alcalde Mayor del Ayuntamiento, el Alférez Real llevaba el Pendón Real precedido por la imagen del patrón, seguida de un piquete de infantería con su banda de música. En la iglesia metropolitana fueron recibidos con toda solemnidad por el provisor, vicario general y gobernador del arzobispado quien procedió a bendecir la enseña, luego de ser tomada por uno de los capellanes de coro. Posteriormente, era restituida al alférez real mientras se le decía: "Recibe esta bandera santificada con la bendición, y terrible para los enemigos del pueblo cristiano; el Señor te de la gracia, para que con su nombre y por su honra penetres poderosamente tranquila y segura entre toda masa de enemigos. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amen."27
Ahora bien, con el deseo de que el ritual tuviera un mayor respeto, las autoridades del Cabildo secular solicitaron al eclesiástico se recibiera el Pendón con honores correspondientes a los de un Virrey, a lo cual se negó la corporación esgrimiendo la legislación de Indias que sólo exigía la presencia de una representación del Cabildo eclesiástico y no la de todos sus miembros, a pesar de los requerimientos persistentes de la otra institución capitular.28
Dada la importancia adquirida por el día del santo patrono, su carrera se extendería por las calles tradicionales del Corpus Christi. A fines de los años 50 del siglo XIX, en la atención de los pobladores, la tradición parece haber sufrido una nueva recaída, pues se argumenta que no tiene el esplendor y la solemnidad que en la década pasada. Era la indiferencia el rechazo para una función obsoleta que terminaba por convertirse en puro formulismo, cuando ya los cubanos habían decidido tomar el camino de la libertad respecto a su metrópoli.
En los años 60 los funcionarios del ayuntamiento todavía pugnaban por mantener despierto el interés popular por la carrera de Santiago, aunque no son ya las mismas palabras las que se emplean cuando se habla de la costumbre de sacar el Pendón, no pueden eludirse expresiones de autoritarismo: "se practica con todas las señales de respeto y acatamiento que merece la Ynsignia del soberano". La escolta presentaba sus armas mientras los tambores batían la marcha real y el alférez real, por llevar el Pendón, iba cubierto, según costumbre inmemorial. Una vez más, los capitulares se quejaban de que los prebendados, aunque era tan españoles como ellos, restaban importancia a la ceremonia y sólo bajaban dos canónigos en comisión del Cabildo eclesiástico a recibir la enseña que simbolizaba la dominación imperial.29 Y es que, a pesar del Regio Patronato, las dignidades eclesiásticas no se sentían tan obligadas como las del gobierno propiamente dicho.
Mientras Santiago apóstol perdía protagonismo en las ceremonias oficiales de la capital colonial del Departamento Oriental, los carnavales, la fiesta popular por el día del patrono, ganaban lucidez durante los días 24, 25 y 26 de julio. Los lectores asiduos a los relatos de viajeros quedan sorprendidos con las descripciones de los mamarrachos. El florecimiento urbano había contribuido a su brillantez. Todos los estamentos y grupos sociales participaban, bien fuera en comparsas o los bailes de salón. La descripción de mano maestra del pintor inglés Walter Goodman por su colorido y sensualidad, nos traslada vívidamente ante aquel espectáculo del pueblo santiaguero:
De repente, escúchase un tamboreo profundo; un ruido de algo como grandes cencerros y sonajes, rápido, en sucesión de sonidos cortos agudos, de algo que se agita y se bate, como el entrechoque de metales y mimbres, y el que se produce al rallar o raspar algo duro contra un rallo metálico, con la variante del rasgueo ocasional de la cuerda de la bandurria, como si pretendiera poner orden entre tanta disonancia y ruido, aunque inútilmente. Algo delata que la danza ha comenzado: el movimiento de las chinelas en peculiar agitación de andar en chancleteo, y las voces que cantan sin cesar.30
Toda una eclosión popular y genuina inundaba las calles con la cultura raigal de la sociedad santiaguera, aunque siempre hubo el propósito, como se recoge en los bandos de gobierno, de neutralizar todas las manifestaciones de los mamarrachos que sobrepasaran lo consentido por la rancia sociedad colonial en cuanto a tumbas y tangos.31
Hippolyte Pirón, creole francés y cubano hace constar que, al cabo de 30 años, la composición social de los carnavales había cambiado, a comienzos de la segunda mitad del siglo XIX eran las clases medias y el pueblo quienes tomaban la calle para divertirse.32
A pesar de su decadentismo, la procesión que conducía la imagen ecuestre y el Pendón, desde el Ayuntamiento hasta la catedral, continuó saliendo cada año en las décadas subsiguientes, incluso en las etapas de confrontación bélica hispano-cubanas entre 1868-1878 y 1895-1897. La concurrencia podía ser menor, pero la grandiosidad de los actos se acrecentaba. Estos cumplieron su cometido y el Ayuntamiento continuó financiándolas como fórmula esencial demostrativa de fidelidad en años en que la mayoría de los santiagueros albergaban criterios contrarios al régimen colonial.
Ya en plena efervescencia insurreccional de la Guerra de los Diez Años, el padre de la patria cubana Carlos Manuel de Céspedes se refería brevemente al día de Santiago, en una de las cartas a su esposa Ana de Quesada:
Muy temprano oímos los cañonazos con que los tiranos
celebraban la festividad del Santiago en la ciudad de Cuba. La
ira que ardió en nuestros pechos al escuchar esos alardes de
dominación sobre el suelo cubano y los infelices esclavos que
tienen aherrojados en las poblaciones, solo pudo calmarse con
la idea de que aquella misma noche le daríamos la serenata con
nuestros rifles en Baire Abajo que era el punto elejido para la
sorpresa.33
La ceremonia había terminado por provocar una reacción contraria de repulsa en los cubanos.
La estatua ecuestre del santo siguió recorriendo el espacio que media entre las sedes de los dos cuerpos capitulares, con la única alteración de que, en las postrimerías del siglo, se trasladaba a la catedral el propio día 25 de julio a las 8: 00 a.m. hasta finalizar el día, en que retornaba a las oscuras habitaciones del gobierno.34
Debido a que el ayuntamiento autonomista suprimió en 1890 el presupuesto mínimo con que contaba la fiesta del día de Santiago no se realizó el paseo acostumbrado. En un periódico El Triunfo de aquel año, el periodista con el pseudónimo de "El espirituano", se explayaba en justificar la indiferencia del pueblo por la fiesta de Santiago diciendo, que éstas podían ser aceptadas de buen grado por los hijos del país, si no fuera por la condición de inferioridad en que se les mantenía, "y que si celebramos las glorias peninsulares en prueba de amor á la Nación, los nacidos allende tampoco escatiman, su participación en todos los regocijos que tienden á exaltar el tributo que rendimos á nuestras glorias regionales."35; o lo que es lo mismo, los españoles debían participar con entusiasmo en las festividades de carácter cubano, tales como la del 8 de septiembre, día de la virgen de la Caridad del Cobre. La diputación provincial propuso encargarse de los gastos del rito del santo patrono, no parece haberse aceptado por el Ayuntamiento, ya que siguió de anfitrión: después de las 21 salvas de las baterías situadas en Punta Blanca, se inició la última función en 1897.36
El mes de julio de 1898 ya no se celebraría la tradicional carrera al coincidir con los primeros momentos de la ocupación norteamericana en Santiago de Cuba y el embarque de las tropas españolas hacia la península desde su puerto.
Santiago Apóstol: de su criollización e identificación con el santiaguero.
Hombre sensible a su cultura santiaguera, el primer alcalde Emilio Bacardí y Moreau, mecenas y patriota, en el propio año de 1899 y durante la ocupación norteamericana, se interesaría por rescatar la transhumante estatua ecuestre del apóstol Santiago37 que, una vez concluida la dominación de España sobre estas tierras perdía su razón de ser original, para gozar del valor que había ido conquistando la imagen del guerrero montado sobre el caballo blanco por las calles de la ciudad, los días de su onomástico en el transcurso de los siglos. Quiso Bacardí conservarla en el Museo que se había propuesto crear, convertido en santuario de cubanía. Santiago a caballo había terminado por ser un símbolo de identidad del santiaguero, por su hidalguía, por su rebeldía, por su intransigencia.
La República instaurada en 1902 heredó los carnavales de verano, con ínfulas de modernización, para encubrir prejuicios heredados de la colonia esclavista que pretendían blanquearlo. En esta oportunidad, los bandos municipales emitían disposiciones de suspensión de los tambores y tangos africanos, contra lo que ellos llamaban indecencias o disfraces miserables. Hubo algunos que hasta se preguntaron absurdos tales como: "¿Por qué no podemos hacer mascaradas cultas?"38
La imagen del Santiago ecuestre caló muy hondo en el acervo popular y se convirtió en un símbolo de identidad que proliferó en los carnavales y fue asumido en la intimidad de la población. Nunca como ahora Santiago apóstol será tan reconocido como el patrono. Seguramente, a muchos años remonta la costumbre de salir en los carnavales hombres disfrazados como centauros de trapos bailando al ritmo de una orquestica típica por las calles de la ciudad; todavía en los días del onomástico del santo, siempre que Ud. se encuentra con uno y se lo pide, danza con su caballito amarrado a la cintura.
En las capas de los trajes de parranderos, todavía se suele pintar o bordar con lentejuelas y mostacillas a Santiago apóstol; o desfila, junto con las demás máscaras, una parodia de Santiago ecuestre, un conjunto de muñecos compuesto por un equino y en sus ancas un negrito harapiento que fuma tabaco, tal y como puede observársele en el Museo del Carnaval de Santiago de Cuba.
Los carnavales eran termómetro que medía las épocas de desastre o bonanza económica de la capital de la provincia de Oriente, espectaculares fueron en las llamadas "vacas gordas" durante la Primera Guerra Mundial; desiertos e infortunados en circunstancias políticas como la llamada "guerrita de los negros" de 1912.
En general, durante el cumpleaños del santo patrono, y en los días que le precedían y sucedían, la diversión ganaba en colorido y entusiasmo a medida que avanzaba la República. Las comparsas competían en belleza y el teatro de relaciones floreció a la par, como algo muy propio de aquellos días en que el pueblo se volcaba para gozar a sus anchas. Se premiaban comparsas, calles y se realizaban certámenes para escoger a la reina y sus damas.
La iglesia católica trató de preservar el culto a Santiago el Mayor, durante los días 25 de julio de cada año, en atención a su condición de patrono de la archidiócesis y de la ciudad. En el decorado del templo mayor de la catedral, encargado al artista dominicano Luis Desangle, se pintaron varios cuadros para narrar los episodios de la vida del apóstol Santiago. La escena más interesante, es aquella que reproduce la colocación de la tan conocida estatua santiaguera, sobre la columna de la Plaza Mayor de Santiago de Cuba. Entre los devotos, otros santos gozarían y aún gozan de su preferencia, en particular, la patrona cubana, la virgen de la Caridad del Cobre.
Ya entonces, se hablaba en la prensa del día de Santiago, de la fiesta del patrono y proliferaron los bautizos de niños con su nombre. En los edificios de gobierno, de las instituciones culturales y hasta en las del comercio santiaguero, se colocaba el escudo de la ciudad con la imagen del santo y las dos espadas jacobeas, o sencillamente se representaban éstas. Y aunque los duros años de crisis económica hicieron callar las comparsas, el carnaval cobraría nuevas energías en los años treinta y hasta el presente del siglo que se nos va.
Para el ciudadano de entonces y de ahora, Santiago es emblema de lo propio y legítimo. Una firma de cerveza empleaba el diminutivo o chiqueo de su nombre para exclamar con genuina expresión cubana: "¡Pica gallo, esto es Cuba Chaguito!"
Con los años, y durante la segunda mitad del siglo XX, Santiago apóstol es parte del espíritu del santiaguero, elemento que convoca al reconocimiento de la identidad y de la unidad comunitaria, la que todos los cubanos aprecian. En medio de la festividad del santo patrono, la ciudad santiaguera estrecha su afecto y es más solidaria. No escaparía esta mentalidad colectiva, tanto en la colonia como en la república, a todo el que buscó su respaldo por el ideal de libertad.
El actor y dramaturgo Raúl Pomares en 1974 escribiría, "De cómo Santiago apóstol puso los pies en la tierra", aplaudida por miles de espectadores, dentro del género de relaciones, quiso representar al santiaguero en su devenir, y se valió de la imagen ecuestre de Santiago, réplica humana de la que se halla en el museo Emilio Bacardí. De esta forma, hacía un bello y entrañable homenaje a la presencia del santo en la historia de la ciudad, en la cultura popular y cotidiana del santiaguero.
La identificación de Santiago apóstol con cada habitante de Santiago de Cuba viene mucho menos de la devoción estrictamente religiosa, que por la tradición popular; a mi entender, aprehendida en las propias procesiones que cada año se desarrollaban los 25 de julio y que también constituían el marco propicio para la desbordada alegría carnavalesca de toda la población… Y es también el reconocimiento más sincero y natural del santiaguero al substancial y auténtico legado hispano.
NOTAS
1. Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, t. I, pp. 76-82.
2. Emilio Bacardí: Crónicas de Santiago de Cuba, t. I y II.
3. Algunos dicen que Juan Emilio Giró quiso representar la jura de Hernán Cortés en su cargo de alcalde de Santiago de Cuba ante Diego Velázquez. Para la historia de Santiago de Cuba, Vid. Olga Portuondo: Santiago de Cuba, desde su fundación hasta la Guerra de los Diez Años.
4. Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, leg. 104, año de 1648.
5. Vid. Olga Portuondo: La virgen de la Caridad del Cobre: símbolo de cubanía.
6. Julian Joseph Bravo: "Aparición prodigiosa de la Ynclita Ymagen de la Caridad que se venera en Santiago del Prado, y Real de Minas de Cobre", 1766. (Archivo de la Archidiócesis de Santiago de Cuba). El primer ermitaño fue el gallego Matías de Olivera.
7. AGI. Santo Domingo, leg. 152, Santiago de Cuba, 23 de febrero de 1605.
8. Silvestre de Balboa: Espejo de Paciencia, p. 96 y Pedro Agustín Morell de Santa Cruz: Historia de la Isla y Catedral de Cuba.
9. Archivo del Museo Archidiocesano de la Catedral de Santiago de Cuba (AMACSC) Caja 14: Inventarios, 30 de septiembre de 1795, 19 de septiembre de 1808, 9 de mayo de 1815, 20 de mayo de 1824, 17 de noviembre de 1827 y 3 de junio de 1829.
10. Todavía se conserva esta imagen en el Museo Archidiocesano de la Catedral de Santiago de Cuba. Morell de Santa Cruz: Historia de la Isla y Catedral de Cuba, pp. 269-70.
11. AGI. Santo Domingo, leg. 1627, 20 de abril de 1732 y leg. 451, 7 de septiembre de 1735; Leví Marrero: Cuba, economía y sociedad, t. VIII, pp. 30 y 39 y Don Jacobo de la Pezuela: Historia de la Isla de Cuba,t. II, pp. 350-355.
12. Esta relación se confeccionó mediante revisión de las actas del Cabildo eclesiástico de los siglos XVIII y XIX existentes en el AMACSC.
13. Archivo Municipal del Conservador de la Ciudad de Santiago de Cuba (AMOCCSC). Actas Capitulares, Libro no. 3, f. 288 v, 24 de julio de 1747, D. Alonso de Arcos y Moreno.
14. AMOCCSC. Actas Capitulares. Libro no. 2, f. 159, 15 de julio de 1738, Libro no. 3, ff. 96 y 97, 25 de junio de 1743 y AMACSC, Actas Capitulares, Libro 3, 17 de julio de 1743.
15. AMOCCSC. Actas Capitulares. Libro no. 10, ff. 27 y 27v, 14 de julio de 1777; ff. 122 y 122v, 20 de julio de 1778; ff. 204v y 205, 5 de julio de 1779.
16. AMACSC. Actas Capitulares 5, 8, 9, 15 de julio de 1774.
17. Morell de Santa Cruz: La visita eclesiástica, p. 156.
18. AMACSC. Caja No. 15. Carta de Juan Bautista Vaillant al Muy Venerable Deán y Cabildo, 7 de octubre de 1795.
19. AMOCCS. Actas Capitulares, No. 24, ff. 213 y 213v, 17 de julio de 1815 y No. 45, ff. 49v-51v, 14 de julio de 1828, ff. 53, 53v y 54, 28 de julio de 1828 y 4 de agosto de 1828. AMACSC. Caja No. 15, Carta de Eusebio Escudero al Muy Venerable Deán y Cabildo, 22 de julio de 1816.
20. AGI. Gacetas 20-2. Miscelánea de Cuba del 22 de julio de 1828, p. 3 y AMOCCS ff. 53-54, 28 de julio de 1828.
21. AMOCCS. Actas Capitulares, No. 46, ff. 40 y ss., 22 de junio de 1829 y No. 53, f. 60, 18 de julio de 1836.
22. AMOCCS. Actas Capitulares, No. 51, f. 50, 7 de julio de 1834.
23. AMACSC. Libro 14, f. 85, 27 de julio de 1844 y 24 de julio de 1846 y Libro 15, f. 36v, 22 de junio de 1849.
24. AMACSC. Libro no. 16: Expediente formado acerca de la construcción de dos altares de mármol uno para esta Santa Yglesia Metropolitana, y otro para el Santuario de N.S. de la Caridad del Cobre para cuyo contrato se ha comisionado al Sr. Canónigo Magistral Dr. Dn. Gabriel Marcelino Quiroga y el Ylmo. Sr. Deán y Cabildo, 9 de abril de 1851.
25. AMOCCS. Actas Capitulares, No. 69, f. 95v y ss., 24 de septiembre de 1853.
26. AMOCCS. Actas Capitulares, No. 70, ff. 25v y 26, 25 de febrero de 1854 y f. 104v, 5 de agosto de 1854.
27. AMOCCS. Actas Capitulares, No. 70, f. 99, 22 de junio de 1854 y f. 100, 24 de julio de 1854.
28. AMACSC. Caja No. 15, 15 de julio de 1858, 17 de julio de 1858, 20 de julio de 1858, Andrés Duany y Valiente; 22 de julio de 1857 y 24 de julio de 1857, Carlos Vargas Machuca.
29. AMACSC. Caja No. 15, 20 de julio de 1862. Alférez Real Andrés Duany Valiente.
30. Walter Goodman: Un artista en Cuba, p. 124.
31. Nancy Pérez Rodríguez: El carnaval santiaguero, t. I, pp. 35-36, 38-40, 45-56. Bandos de Buen Gobierno.
32. Hippolyte Pirón: La isla de Cuba, pp. 151-152.
33. Cartas de Carlos Manuel de Céspedes a su esposa Ana de Quesada, p. 120.
34. AMACSC. Caja No. 15, 27 de julio de 1888. Joaquín Santos Ecay.
35. Nancy Pérez Rodríguez: El carnaval santiaguero, t. I, pp. 116-117.
36. José María Ravelo: Medallas Antiguas, pp. 114-117.
37. AMACSC. Caja No. 15. El alcalde Emilio Bacardí al Sr. D. Mariano de Juan y Gutiérrez, Dean de la Catedral, 21 de diciembre de 1898.
38. Nancy Pérez Rodríguez: El carnaval santiaguero, t. I, p. 209.
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