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El Rostro de Santiago Apóstol en Cuba (página 3)

Enviado por José Millet


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BIBLIOGRAFÍA

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SANTIAGO APÓSTOL EN LAS RELIGIONES TRADICIONALES DEL PUEBLO CUBANO

Dr. José Millet*

Dueño del hierro, cabeza de los guerreros

gran jefe de ladrones.

Ogún lleva una gorra sangrienta

Oriki Ogún

El monta el fuego como un corcel.

¿Relámpago, con qué clase de paño

cubres tu cuerpo?

Oriki Shangó

* Profesor universitario e investigador de la Casa del Caribe, donde dirige el equipo de estudios de las religiones populares de Cuba y del Caribe.

SANTIAGO APÓSTOL EN LA RELIGIONES TRADICIONALES DEL PUEBLO CUBANO

José Millet

Confieso que he quedado sorprendido cuando, hace apenas unos meses, tomábamos algunas vistas para ilustrar gráficamente el presente libro. La causa de mi sorpresa era la cantidad de imágenes de distintos tipos de Santiago Apóstol encontradas en humildes casas de habitantes de esta parte del Oriente cubano, tan poco estudiada por la etnología. En los altares de los espiritistas cordoneros, de los muerteros y, en muchas casas de cubanos simplemente creyentes religiosos, con la mayor frecuencia aparecen cromolitografías del Sagrado Corazón de Jesús, de la Mano poderosa o imágenes de bulto, en yeso, de la Santísima Virgen de la Caridad del Cobre, de Nuestra Señora de las Mercedes, de Santa Bárbara… De San Lázaro también las hay, y muchas, debido a que es un santo-muertero y por ello se relaciona íntimamente con esta tierra oriental.

Tuve la dicha de entrevistar a Luis Felipe Banderas, "Kunino", hace apenas unos días fallecido. Nacido en el Occidente del país, era una de las personas que llevaba con mayor rigor la Regla de Ocha o santería cubana. A una pregunta mía respondió: "El muerto lo es todo. Sin muerto no hay fundamento congo, ni lucumí ni arará", con lo cual reafirmaba el pensamiento tradicional de los africanos de que Ikú lobi Osha, el santo nace de la muerte.

Kunino, quien fuera santero mayor de Santiago de Cuba, se retrató orgulloso ante el fundamento de Ogún, y encima de él estaba colocada la imagen de San Pedro, santo católico con quien se identifica al dueño de la forja y patrón de los herreros. Conocemos que esa identificación responde a que San Pedro es reconocido como el que da la entrada al reino de los cielos y, en tal condición, lleva en sus manos las llaves que permiten a las almas tal acceso. Pero el sombrero, y en ocasiones la pipa y el recipiente con ron, al lado del icono cristiano ponen en entredicho, aparentemente, las bases de tal asociación. Lo interesante del fenómeno de la presumible tensión es que en la conciencia de nuestro pueblo coexisten ambos elementos sin que se produzca en ella la más mínima alteración ni disturbio.

A esto debemos añadir que, además de con San Pedro, aquí la asociación se establece también con Santiago Apóstol, santo que alcanza una dimensión que no la tiene —que yo sepa— en ningún otro lugar de Cuba. De modo más explícito: Ogún se identifica más claramente con el patrón de España debido a su condición de guerrero, tal como fue recibido desde el arranque mismo de la conquista y se extendiera a lo largo del proceso de la colonización de la Isla. Súmese al hecho de que, en nombre de este Apóstol, fue fundado primero el puerto y luego la villa que lleva su nombre devenida desde aquellos primeros tiempos en capital de la colonia y segunda ciudad en importancia del país en el presente. Como se estudia en un articulo de este libro, no se trató de la mera designación del santo patrón, sino de su influjo en la subjetividad de sus habitantes, hasta el punto en que generó en ellos un orgullo de ser hijos de la ciudad y un profundo sentimiento de arraigo.

El símbolo de Santiago Apóstol tuvo otras repercusiones en la esfera de los valores éticos y de los modos específicos de concebir la vida y de encarar la muerte, no sólo del santiaguero, sino del oriental. Sin temor a equivocarme, percibo una actitud psicológica de enfrentar el peligro, de exponerse físicamente ante situaciones en extremo riesgosas y ese comportamiento, que comúnmente se define como valentía, se relaciona con patrones culturales configurados a partir del influjo o del impacto de la entidad Santiago-Ogún que venimos explorando. Tiene que ver con el desenfado y la ambivalente manera indiferente-alegre en que se envuelve la muerte. Podríamos, a guisa de ejemplo, ilustrar este fenómeno con el ya tradicional toque de conga con que es acompañado el cadáver de cada comparsero del carnaval o el toque de los tambores batá en el cortejo fúnebre de los santeros de esta ciudad, en ambos casos cuando se les rinde postrer homenaje en las calles que conducen al cementerio local.

No me sorprendió un informante de Las Villas cuando me testimonió que a Santiago Apóstol lo identificaban en su localidad con Ochosi, uno de los integrantes de los famosos santos guerreros. ¿Cuál es el significado de éstos? Adelantemos una información sobre ellos, antes de responder.

Los guerreros los debe entregar el babalawo, que conoce sus secretos. Los integran Elegguá, Oshosi, y Oggún, acompañados de un osun de metal. Veamos qué nos dice uno de los estudiosos cubanos más eminentes sobre estos temas:

"Osún es Oddúa y sale por su Eleda, para fijarle su conexión en esta vida con la Divina Providencia. No es un ser o entidad que llaman espíritu de muerto. Se da con los guerreros y los Ibeyis, que son otro secreto grande. Los Guerreros son tres Angeles Protectores, que todos tenemos; ellos sí son espíritus de seres que murieron, pero están vivos en espíritu y obran mejor que nosotros; algunas personas que tienen vista los pueden ver, si ellos se dejan; se llaman: Elegguá, que es el primerito; Oggún y Oshosi". Según esta versión [de un santero] resulta que Elegguá, Oggún y Oshosi son un triángulo de fortaleza para la defensa personal en el plano espiritual y material donde está ubicado el hombre […] resulta que los nombres de Elegguá, Oggún y Oshosi son genéricos-rituales, pero no entrañan tres respectivos seres, almas o entidades que las tiene todo el mundo […] cualquiera que sean los tres espíritus-almas protectoras de un individuo humano se los fija como un Elegguá, un Oggún y un Oshosi, según las características que tales entidades expresen a la videncia del sacerdote y en el registro de oráculos de Osha […]

Para Díaz Fabelo, Elegguá facilita la vía para que nuestro Eleda —ser encarnado, yo interno o Angel de la Guarda— realice su destino; Oggún representa la voluntad o capacidad de luchar para llevar adelante la vida y Ochosi el propiciador de los recursos médicos y mágicos "para luchar y hacer la vida que tenemos que hacer". Lo mismo que sucedió, pues, con la esencia de estos orishas africanos —convertidos en espíritus por obra de la transculturación acaecida en Cuba— sucedió con los santos del panteón católico: se los despojó del halo puro del misticismo, de la moral y se los puso de pie sobre la tierra del sol naciente, como lo hizo el dramaturgo Raúl Pomares en una obra teatral con Santiago Apóstol.

No sólo en este triángulo de misticismo criollo constituyen "los guerreros" observamos la acción creadora de la imaginación del cubano, sino aún más allá en el modo de apropiarse de los símbolos del amo europeo y luego del amo local; y de conjurarlas en una subjetividad integradora donde sobreviven en una "coexistencia pacífica" el caballo de Santiago con el machete de Oggún, en la fragua crujiente y apetitosa de nuevos ingredientes que Don Fernando Ortiz definió como el meltin pot de nuestra cultura nacional. En él todavía bulle el San Fancón chino, montado en su brioso corcel de guerra e identificado con nuestro Shangó, símbolo de la libertad.

No me extraña, pues, que un santero mayor haga convivir a su Ogún-San Pedro con Santiago Apóstol y que la imagen de éste aparezca más en los altares de los muerteros que en la de los católicos ortodoxos: aquí aprendieron a convivir, en enriquecedora y rica experiencia, las entidades espirituales de los primitivos exploradores de las Antillas, las de los europeos que los dominaron, las de los pueblos y grupos étnicos traídos de África con las de las más disímiles culturas del planeta. Como no me extraña que dichos muerteros tengan en sus cuartos ngangas o fundamentos congos, objetos rituales propios de la Regla de Osha u otros del vodú –a los que designan con su nombre sin haber sido iniciados en ninguna de esas religiones ni ser en propiedad oficiantes en rigor de alguna de ellas.

La Regla muertera o muerterismo, como lo definió Joel James2, no se atiene a otro centro que no sea el muerto, principio integrador que nuclea y ordena las creencias, mitos y leyendas, sentimientos, ideas y conceptos provenientes de los más disímiles sistemas de pensamiento. He dicho en otros trabajos ya publicados3 que la tendencia de las religiones cubanas es precisamente aquella conducente a una integración unificadora de todas las expresiones religiosas que convergieron en Cuba: Las del cristianismo, las de las religiones africanas, del espiritismo europeo y de otras más, como la asiática. Es un movimiento que se ha producido subterráneamente y que se manifiesta como lo ha hecho la umbanda en Brasil. Este movimiento Se le considera regente, como tendencia, se propone ordenar las relaciones existentes entre los dioses y los muertos, así como regular el curso de los acontecimientos y destino de los seres humanos, sometidos o no a un determinismo a priori a partir de la acción de las fuerzas trascendentes y/o inmanentes a su condición de mortales.

En este movimiento lo que predomina es el intercambio y la acción recíprocamente enriquecedoras entre elementos dispares y, en ocasiones, en posición de tensión. Sin desdorar los sistemas, o Reglas como popularmente son denominadas estas religiones, se consigue evadir los determinismos a fin de alcanzar mayor libertad en el accionar permanente. De ahí que se configuren constelaciones con entidades entre las cuales no existe una evidente relación asociativa; entre las que sí existen analogías, generalmente aparecen fusiones. En este último caso encontramos a Ogún y a Shangó, uno venido de Ife y el otro de Oyó, pero fundidos en el vodú de Haití en la entidad Ogun Shangó o Shangó Ogún, como guerrero y trabajador de metales. Ogún en considerado en África Occidental como patrón de los cazadores y Shangó, entre los Yorubas, fue el dios del trueno y el relámpago, reputado además como uno de los últimos reyes de Oyo. Como afirma Courlander, "el Shangó africano –como el haitiano– es identificado con el fuego, un corolario del relámpago y cuando las personas son poseídas por él toma recipientes con fuego en sus manos y se somete a otras pruebas de fuego"4.

En la Regla Conga, la segunda religión africana en importancia en Cuba, a Shangó se le denomina Nsasi, y se le ubica como una entidad que reina como fuerza del fuego de estrella en el cielo y desde allí se precipita al suelo de la tierra. ?Acaso Santiago Apóstol no reina también en el firmamento y cae sobre el mal con la fuerza del trueno? A favor de esta asociación el Dr. Díaz Fabelo nos lleva más lejos cuando nos dice que, en la cosmogonía conga, "primero es Sambia Mpungo que todas las cosas, después Sarabanda y le sigue Nsasi"5. Pero aún más: Shangó en Nsasi Saulán Bombo, es decir, "rey de Africa entre los lucumíes y los bantúes"6. Los valores que se le atribuyen son el sentimiento del amor viril, la libertad y el fuego, de donde, su color simbólico sea el rojo.

Sarabanda constituye una fuerza opuesta, incluso al dominar el punto cardinal oeste y asociarse a la tierra (de donde surge: metal-monte). Su asiento es una piedra de color negro recogida en manigua y en su cazuela predominan piezas metálicas pues a él pertenecen el hierro y el acero de la nganga. Se trata de "una vibración especial, corporal y mental perturbadora; y para tal función es usada mágicamente" —como apunta Díaz Fabelo— quien afirma que es neutralizado por la de Tiembla Tierra y se transcultura con Ogún lucumí, con Gú dahomey y San Pedro católico.7 y símbolo de la lucha, el trabajo y la guerra, cuyos colores son el morado y también el negro y el blanco con cadena. En todo esto último es obvio el influjo de la santería sobre el Palo.

Volvamos a la constelación Ogún-Shangó-Santiago Apóstol a la cual consideramos como un "ser de naturaleza divina con funciones de demiurgo, inventor o introductor del progreso cultural8", el cual Leuzinger denomina héroe cultural.

Esta misma africanista identifica a la divinidad con las "grandes personalidades del pasado como son los héroes de la mitología y los fundadores de los estados y dinastías a quienes se atribuye una serie de grandes hazañas y hechos sobresalientes a favor de la estirpe"9, entre los que sitúa a Odudua "el legendario rey y fundador de Ife […] Shangó, uno de los primeros grandes señores (alafin) de Oyo, y nieto de Odudua, fue un cruel tirano que pervive en el recuerdo de las gentes como dios del trueno. Se le representa o como un jinete armado, o con el distintivo del carnero y de la piedra del rayo"10. No se hace difícil, pues, su identificación con el Santiago Matamoros,, popularmente representado por el jinete armado victorioso conquistador de pueblos en nombre del Occidente cristiano.

Sin ánimo de concluir el tópico, prefiero tratarlo pormenorizadamente con el caso del vodú practicado hoy en Cuba, por ser el menos conocido y estudiado. Antes quisiera subrayar nuevamente la coexistencia de tales sistemas de creencias y su flujo y reflujo creador en la conciencia del pueblo cubano. ¿Los resultados? Ya los intente bosquejar más arriba y pronosticaré que la marea del catolicismo que marca altas en Cuba continuará en ascenso; pero continuarán conviviendo con las ideas cristianas estas otras religiones que, a guisa de ejemplo final, manifiestan los humildes creyentes como el santero holguinero Argelio Frutos cuyo testimonio coloco a continuación (Ver Anexo).

Vodú: Ogún-Saint Jaques-Santiago

El vodú ha tenido en las últimas décadas una extensión en la sociedad cubana que los cubanos no conocen en propiedad. Pero su estudio apenas ha comenzado. Fuimos los miembros del equipo de investigadores de las religiones populares de la Casa del caribe —el cual me honro en presidir— quienes descubrimos su alcance y nos dimos a la tarea de registrarlos y darlo a conocer. Aun cuando hemos publicado numerosos estudios, entre los que se destaca el voluminoso El vodú en Cuba, queda mucho camino por recorrer y asuntos de mucha importancia que explicar. En nuestro libro, quedó establecido que la estructura del panteón voduista de Haití y la jerarquización de los loa, vodús o espíritus de que ella es portadora, sufrió importantes modificaciones al entrar en Cuba, cuya geografía física y espiritualidad condicionaron o propiciaron muchos cambios.

Hemos podido determinar, no obstante, un fenómeno en extremo interesante en relación con el vodú de Haití que emigró a otros países. Así, en Cuba se produjo la feliz coexistencia de dos "clases" de vodú que no hallamos en República Dominicana: el clásico vodú que introdujeron los inmigrantes haitianos desde la época colonial y, en especial, en las primeras décadas del siglo que este año finaliza; y el otro vodú caracterizado por transformaciones que, nos permitimos apuntar más arriba. El primero conserva su empaque originario al haber tenido que sufrir un encapsulamiento a causa de la persecución, prejuicios y el cerco discriminatorio impuestos en el pasado por la burguesía cubana, que obligó a los inmigrantes haitianos a ocultar sus creencias e, incluso a refugiarse en los montes en un período en que se les sometió a una repatriación forzada11.

Hemos denominado ogunismo12 al segundo tipo de vodú para subrayar con él la preeminencia de la familia de los loa encabezados por Mait' Ogún13 u Ogún Ferraile. Estamos en presencia de un jefe y ancestro de numerosos loas cuya actividad está estrechamente relacionada con la forja de los metales y con la guerra. En efecto, algunos loas son divinidades muy antiguas, otros que fueron fundadores reales de grupos humanos y otros espíritus ancestrales cuyos orígenes míticos se conocen a medias o sólo fragmentariamente. Ogún fue reputado en África sudoccidental como dueño de la forja devino en América dueño de todos los metales en base a una asociación de semejanzas hechas por los africanos. Debemos recordar que tanto Changó, Ogún como Loko fueron viejos espíritus de Nigeria mucho tiempo antes de que los barcos negreros trajesen al Nuevo Mundo a miles de negros africanos en condición de esclavos14. Como podemos visualizar a continuación, se ha producido una asociación y, diríamos, asociación enriquecedora entre el mítico Ogún y Changó, a mi entender producido por factores históricos-culturales y por una acentuación en la base de una venerable constelación de espíritus de Africa asociados al Dios del trueno. Llama la atención que algunos exégetas bíblicos llamaron a Santiago Apóstol " hijo del trueno" "por la connotación que su predicción producía", en tanto ésta "hacía temblar de espanto a los malos, sacaba de su tibieza a los perezosos, y despertaba a todos con la profundidad de sus palabras15". Sabemos, no obstante, que fue la imagen del Santiago como jinete guerrero de la Edad Media hispana la que se impuso en América y ella ha sido, en mayor medida, la que provocó la identificación entre este santo católico y diversas entidades transplantadas aquí desde el continente negro.

Lo cierto es que estamos en presencia de un loa guerrero, patrón de los guerreros y del fuego, cuyo símbolo más distintivo es una barra de hierro incandescente colocada a menudo delante del altar, en posición erecta y descansando en un bracero. Cuando hace su posesión ritual o se apodera de uno de sus hijos, su "caballo" (pití-fei) puede tomar las brasas con las manos, meter sus manos en aceite hirviendo o jugar con trozos metálicos al rojo vivo, pues se dice que es un comedor de candela.

En algunos servicios en su honor, se ponen en evidencia ritos relacionados con el ron del cual es su dispensador: se le derrama en recipientes de hierro y se avivan las llamas de una hoguera con ese alcohol. Cuando ingieren alcohol encendido no se quema, como lo expresa este canto:

Caille Ogun boulé!

Gildive Ogun bel la!

Na Consolé!16

El poder del vodú —y el espíritu del iniciado— están asociados al fuego y, por tanto, a Ogún, su dueño. Para demostrarlo, el voduista debe pasar varias pruebas y, para su ascenso jerárquico, la determinante es la conocida por brulé zin o kanzo. El houngán jefe de ella porta un gorro de color rojo, una botella de ron y tabacos, en honor a este loa. Sus asistentes portan sables militares y los bailarines circulan en fila alrededor del poste central en una marcha militar con que se honra al dios de los ejércitos y la forja. En el dibujo ritual (vevé) se escribe su nombre. Tal es su poder que es inmune al veneno:

Ogoun Balindjo

Oh Ogoun oh!

Ogoun Balindjo

Oh Ogoun Oh!

É est pas manger rangé

pyral tuyé chwal moin17

También los miembros de una societé pueden invocar a Ogún, o a Saint Jaques, para curar a alguien que está enfermo:

St. Jaques marré chwal li,

li pas dit personne oh!

veyé li pou moin!

Li gainyain verre,

li met gainyain maline na dos,

St. Jaques oh!

Ba li lavie pou moin!18

En cualquiera de sus manifestaciones. Ogún es una entidad de fuerza a la que se acude para solucionar quebrantos físicos o problemas de cualquier índole. Ogún Fai, identificado también con Santiago el Mayor, es considerado dios guerrero y es invocado en todo su valor y coraje:

St Jacques Majeur a voyé dit"m gácon déja!

" " " " " " " " "

" " " " " " " " lague!

" " " " " " " " " "

" " " " " " " " " " 19

Como se aprecia, en el concepto haitiano de loa se evidencia la infiltración de los patrones religiosos africanos por parte de la Iglesia Católica y la mezcla con creencias populares en general venidas de Europa. Los santos cristianos han sido incorporados al sistema haitiano y sincretizados en muchos casos con los vodú, en base a identificaciones provocadas por rasgos caracterológicos semejantes o por funciones cercanas. Así, San Patricio, pintado con serpientes, se identifica con Damballa, simbolizado con ese ofidio, así como sucedió entre Jacobo el Mayor y Ogún.

Los haitianos afirman que hay "siete de cada cosa: siete Marassas, siete ogún, siete Ezilie. Hay siete hermanos y hermanos de cada familia de loa". Pero afirman también: "hay un solo Ogun, pero él tiene muchos rostros y nombres". Se puede escuchar el nombre de Ogún Changó y el Changó ogún para referirse al mismo loa. Ogún Badagry y Ogún Jékké se refiere uno a un poblado nigeriano y este último a otro de Dahomey. Entre esas caras y nombres están los provenientes del influjo euroccidental y el aportado por el propio proceso de forja de una nación y de una cultura de las más sólidas y originales del hemisferio. Responde a una estricta causalidad histórica que, en la célebre ceremonia de vodú, acaecida en Agosto de 1791 y con la que se inició la revolución que daría al traste con el dominio francés en Sait Dominique, los esclavos coloquen a la cabeza de las huestes celestiales a esa entidad guerrera:

Fai Ogún, Fai Ogún, Fai Ogún, Oh!

Damballah m"ap tiré canon

Fai Ogun, Fai Ogún, fai Ogún Oh!

Damballa m"ap tiré canon

Como ha recreado el cubano Alejo Carpentier en su novela El reino de este mundo:

"Ogún de los hierros, Ogún el guerrero, Ogún de las fraguas, Ogún Mariscal, Ogún de las lanzas, Ogún Changó, Ogún Kankaikan, Ogún Batalá, Ogún Panamá, Ogún Bakilé, eran invocados ahora por la sacerdotisa radá, en medio del griterío descomunal".

Ogún Kadagri

General Sanglant

Zaizi zi orage

Quescell' orage

Ou fait Kataumz'eclei20

No se hace difícil concebir que, en base a estas asociaciones, a Ogún se le haya identificado con Saint Jacques Majeur y en Dominicana, a Ogún Balenyó con "San" Santiago. La investigadora norteamericana Martha Ellen Davis, basándose en los más reputados especialistas y en sus propios estudios, lo coloca como uno de los jefes de las seis divisiones que integran el panteón del vodú que señorea en ese hermano país caribeño y, justamente, sitúa su celebración ritual el 25 de julio de cada año, día de la celebración del Apóstol Santiago.

Desde la década de los ochenta, nuestros informantes de las comunidades haitianas ubicadas en la Sierra Maestra nos afirmaron que Saint Jacques Majeur no era otro que Ogún guerrero y nos mostraron la popular litografía del Santiago Matamoros —muy extendida en América— que aparece en muchos templos voduistas de Haití, Dominicana y de Cuba. Esto nos lo confirmó Elena Vidal, mambó que tiene su hunfort en la ciudad de Contramaestre y hemos podido confirmarlo en la cofradía presidida por la divineuse Silvia Hilmo Samedí, "Titina, reina del grupo Pití Dancé de la ciudad de Las Tunas, ubicada también en el oriente cubano.

Esta última sacerdotisa, en el pasado mes de diciembre, entre las celebraciones rituales que realizan cada año para la Navidad, dedicó una a honrar a Saint Jacques Majeur, identificado expresamente con Santiago Apóstol, cuyo conocido icono ya mencionado preside el altar. Ella lucía el clásico vestuario de Ogún sombrero de yarey en la cabeza, el machete en su funda de cuero atado a la cintura, pantalones remangados a la altura de la rodilla y pañuelos rituales cruzados en el pecho y también un collar de cuentas de semillas de árboles silvestres con un silbato, también, cruzado a la bandolera.

Tratándose de un vodú situado en un contexto urbano, el rito muestra a las claras un énfasis en los procedimientos distintivos del vodú de tipo radá: encendido de velas, aspersiones de agua y oraciones católicas, en su fase introductoria. Intervinieron la batería de los tambores radá y los toques y bailes que acompañaron los sacrificios primero de aves, con bastante discreción, y luego de un chivo, guillotinado sin la espectacularidad acostumbrada en otras cofradías. Con sangre del animal se hicieron cruces en la frente de los iniciados y se le tapó con mucha celeridad. Debajo del tonel, se sucedieron los cantos y los bailes ajenos a la violencia y a la patética actuación que caracterizan a los loa petró, crueles, vengativos y movidos de una ansiedad de derramamientos de sangre que los hace tan temibles.

A continuación describimos en sus rasgos característicos los miembros de la familia de Ogún encontrados por nosotros en Cuba.

Ogún del monte: viste camisa roja con motivos en negro y pantalón azul marino. Porta un machete y debajo del brazo una botella de aguardiente. En su manger loa se le sacrifican un chivo y un gallo colorados.

Ogún Guerrero: Dios de la guerra y de la forja. Porta una gorra de color rojo en la cabeza y un sable en la mano. Se afirma que es la verdadera pareja de Erzili, por lo que se identifica con Saint Jacques Majeur.

Ogún Batalá: Otros afirman que es la pareja de Erzilí. Viste de blanco y no bebe alcohol. Se le representa con una espada en la mano y una "gorra de plato".22

Ogún del río: Vive en aguas dulces. Al presentarse, pide un vaso de agua que debe derramársele ese líquido a su paso.

Ogún Chal: Cleptómano.

Gran Buá: Dueño del monte. Hosco y huraño. Poder resolutivo excepcional. Vinculado a la terapia hechicérica Come verraco al pie de su árbol.

Criminel: Al montar o posesionarse de alguien se remanga el pantalón. Gusta la violencia. Bebedor incansable; fuma mucho. Ama las armas blancas y usa un machete. Se revuelca en la hoguera o mete en ella a otra persona. Vive en los árboles. Color simbólico: el rojo.

Togó: lo apodan "el carnicero" por su gusto por los sacrificios cruentos. Porta armas blancas. Precisión y destreza en las matanzas rituales. Cuando monta, despliega una fuerza descomunal. Hunde su arma en el vientre. Colores rojo y negro.

Senché: ¿Saint Michel? ¿Ogún Saint Jean? Viste pantalón azul' de brillo y camisa roja. Lleva charretera y una tela terciada al dorso como si fuese un General. En su manger se incluyen cerdo, chivo y pollo, que sacrifica en compañía de Zombi. Altar: mesita en tierra, al pie del poste central.

Yudón: santo de labor, guía a los demás loa. Al "llegar", consulta a los presentes y se le hacen obsequios. Vive en el agua donde deposita sus prendas. Vestido completo de blanco concluido un collar. Manger: tortilla hecha con 21 huevos, arroz blanco, licor dulce, vino tinto o seco pero dulce y dos palomas bancas. A su paso, se riega perfume. También es general, pero ríe al presentarse. Colores: azul y rojo.

NOTAS

1- T. Díaz Fabelo: Olórun, p. 69-70.

2- También el cubano Rogelio Meneses se ha referido a este fenómeno en su artículo "La regla de palo monte o conga". Del Caribe (24; 1994) p. 108.

3- Vid Bibliografía al final del presente libro.

4- H. Courlander: The drum and the hoe…, p. 322.

5- Diccionario de la lengua conga…, p 116.

6- T. D. Fabelo: Diccionario… p.132.

7- Idem, p. 133.

8- Leuzinger, Africa negra, p. 245.

9- Id. p. 24.

10- Id. p.135 A la doble segur del trueno en Africa se le atribuían poderes mágicos pues creían que caían del cielo durante las tormentas. Con los bastones de Shangó podían hacer milagros y conjurar males. Se les rociaba con sangre de carnero sacrificado. A Obatalá, creador de la tierra y dios de la pureza también se le representa como jinete armado de lanza. Lydia Cabrera menciona al Orisha Abokú que casi nunca menciona y lo identifica con Santiago Apóstol. (El monte, p.58).

11- A ellas nos referimos en el capítulo inicial de El Vodú… y en nuestro artículo "Rancheadores del siglo XX?" aparecido en la revista Del Caribe.

12- Término acuñado por el ensayista Joel James quien se basa en el "predominio de los luases vinculados al monte" dentro del panteón voduista cubano. Vid El vodú en Cuba.

13- En Africa Occidental, Ogún es considerado el patrón de los cazadores y fue conocido ampliamente por muchos pueblos de Dahomey y Nigeria; entre los dahomeyanos, se consideraba hijo de los divinos Mawu y Lisa y entre los Yoruba de Nigeria se le consideró hermano de Changó y Dadá, dos espíritus que sobrevivieron en el panteón haitiano. Apud, Harold Courvelander, The drum and the hoe., p. 321.

14- Kebioso, Sobo y Changó desempeñan funciones semejantes entre los pueblos arada y yoruba. En Cuba existe la creencia de que las "piedras de rayo" –con las que se identifica a los loa y a los orishas– son lanzadas desde el cielo al suelo de la tierra por estas tres entidades.

15- Apud Santiago e América, p. 202.

16- La casa de Ogún está ardiendo!/La destilería de Ogún es bella!/ Nosotros nos consolamos a nosotros mismos.

17- Ogún Balindjo/ oh Ogún oh!/ Ogún Balindjo/ Oh Ogún Oh!/

18- St. Jacobo amarra su caballo/ el no le habla a nadie, oh/ cuídalo a él por mí/ El tiene calenturas/ Podría, tener mala su espalda/ St. Jacobo, oh/ Protégelo para mí!..

También se identifica a Santiago Apóstol con Ogún Fer. La familia de Ogún pertenece a los ritos dahomé y en Haití se le ubica dentro de los nagó.

19- San Jacobo el mayor envía a decirme que ya es un hombre

20- El reino de este mundo. Ogún Ferrai es el amo de los hierros y un sable es su símbolo distintivo; es militar por excelencia y, como tal, se le aprecia como patrón de los ejércitos igual que lo es Santiago en España. Cuando "monta" en una persona, se le rinden honores como un oficial de carrera. Se le comporta marcialmente y se le agitan banderas a su paso en señal de pleitesía. Ogún Badagrí es un loa con extrema violencia, aunque avispado y pícaro. Se le considera dueño de las tempestades, lo cual acentúa su afinidad con esta constelación de espíritus que se asocia al trueno y a la tempestad (lo inesperado e incontrolable).

En Haití, a Balindjo se le tiene por amo del rayo y de la tormenta, mientras que en República Dominicana se le representa como un militar distinguido por su coraje. El historiador Esteban Deive dice que allí se le asocia con Ogún Badagrí y Ogún Fegui, que pueden destruir matrimonios, causar otros desastres y hasta matar. Tiene enorme afición por el alcohol y el tabaco, siendo el rojo su color emblemático. Existen otros miembros de esta división: Ogún Batalá, de la familia nagó; Ogún Bayé, que en Santo Domingo es conocido por Ogún Bayí; Ogún Panamá, loa de gran fuerza que algunos identifican con Papá Legbá. A Ogún Saint Jean lo identifican con San Juan Bautista y se le atribuye mucho poder.

21- M. E. Davis: La otra ciencia. p. 96 y 343. En la novela Gobernadores del rocío, de Jaques Roumain, fundador y organizador del Buró de Etnología de Haití, se transparenta el sincretismo entre dos religiones: "arde débilmente ante la imagen de un santo la mecha hundida en el aceite de palma-christi de la lámpara perpetua […] Es la imagen de Saint-Jaques y al mismo tiempo es Ogún, el dios dahomeyano. Tiene aire feroz con su barba erizada, su sable blandiéndose y la llama lame el colorinche rojo de su traje rojo: diría que es sangre fresca". J.R., G. del R., p. 188/189.

22- Courlander reporta un Ogún blanco en Haití (1985; 322) y Deive (1975: 174/175) a Grande Batalá, Batalá y Obatalá en R. Dominicana.

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PARTE II.- SANTIAGO EN LA HISTORIA, LA MEMORIA Y LA CREACIÓN ARTÍSTICA

Carta de Diego Velázquez al Rey de España

Esta carta fue escrita al Rey por el gobernador de la Isla, el Adelantado Diego Velázquez, el primero de agosto de 1515. Con su análisis riguroso, el historiador santiaguero Leocésar Miranda ha corregido un error, largo tiempo arrastrado, sobre la fecha de fundación del pueblo de Santiago, no fue en 1514, sino a fines de aquel mes de junio de 1515 que comenzó tan significativo hecho de fundación. Por lo demás, no fue el asentamiento, sino el puerto de primero en ser bautizado con el nombre del patrón de España "por devoción a V.A.", como expresa el documento. Por su posición geográfica estratégica -frente al Caribe y en medio del mar que conduce a Tierra Firme-, el asentamiento servirá para establecer en él la Casa de Contratación, por lo que se convertirá en breve en el "pueblo principal" y en 1522 recibió el título de ciudad.

[…] se juntaron todos en el puerto de Santiago para dar órden en las cosas que se habían de hacer […] y todos juntos vieron aquel puerto de Santiago, y les pareció muy bien, y hallaron muy apropósito del puerto un sitio para pueblo, que les pareció muy bueno para asiento de la villa de que Diego Velázquez ovo fecho relacion á V.A. que queria hacer, y demas desto, es muy apropósito de la navegación destos reinos, y de Castilla del Oro, y de la Española y Jamaica y acordaron todos de un acuerdo que allí se hiciese la Casa de la Contratacion, con este acuerdo se partieron a la villa de Sant Salvador, donde al dicho Diego Velázquez abia parecido que se hiciese la Contratacion, para hacer allí la fundición.

Llegados allí, comenzóse la fundición á 18 de Abril, y acabóse á 21 de Mayo, y detuviéronse allí hasta 28 de junio, y volviéronse al dicho puerto de Santiago […] no ha podido Diego Velázquez acabar de dar sus cuentas, y que acabado de dar órden en la Casa de la Contratación, dará las cuentas se enviarán á V.A.

Que por devoción de V.A. pusieron nombre á aquel puerto de Santiago, y porque en ella se ha de hacer la Casa de Contratación, creen que será el pueblo principal, y por esto ay necesidad que alli se haga una fortaleza […] que seria V.A. servido que en aquel pueblo de Santiago aya todas xarcias de navíos, de clavazon é lonas para velas […] y estoperoles y cebo y estopa y pez y alquitrán […] Que en la isla ay siete iglesias, y ay necesidad de hornamentos, é suplican á V.A. se provea por la órden que se tiene en la Española en el librar las cosas.

Hernán Cortés a la conquista de un imperio

Hernán Cortés no es recordado por haber sido el primer alcalde de Santiago. Se convirtió en un símbolo por un acto de barbarie: la conquista del Imperio azteca. Fue Santiago de Cuba el sitio donde se fraguó el plan, se hicieron los preparativos de la organización de la armada y el punto de donde partió el sábado 18 de noviembre de 1518 "con cinco naves y más de trescientos cincuenta hombres", los que se incrementarían, a su paso por otros puntos de la Cuba, a "11 navíos y 600 hombres", según Leo Miranda.

Este último historiador ha desbaratado la leyenda de la traición de Cortés al Adelantado Velázquez, la que se había fraguado a base del testimonio que en 1542 le proporciona Cortés al Emperador al padre Bartolomé de las Casas. No obstante, lo ofrecemos en este libro y también ponemos a disposición del lector el de un soldado de la expedición, Bernal Díaz del Castillo, cuya visión es la opuesta del clérigo, engañado ex profesamente por el intrépido Cortés. He aquí ambos testimonios de un hecho histórico:

[…]después de acostado Diego Velázquez y todos del palacio idos […] va Cortés a despertar con suma diligencia a los más sus amigos, diciéndoles que luego convenía embarcarse […] fue avisado Diego Velázquez como Cortés era ido, y estaba ya embarcado en los navíos, levántase Diego Velázquez y cabalga, y toda la ciudad espantada, con él, van a la playa de la mar amaneciendo el día; desque Cortés los vido hace aparejar un batel con artillería y escopetas o arcabuses, ballestas y las armas que le convenían, y la gente de quien más confiaba, y con su vara de Alcalde, llégase a tiro de ballesta de tierra, parando allí, dícele Diego Velázquez: "¿cómo compadre, así os vais? ¿es buena manera esta de despediros de mí?" respondió Cortés: "Señor, perdona vuestra merced estas cosas y las semejantes, antes han de ser hechas que pensadas, vea vuestra merced qué me manda", no tuvo Diego Velázquez qué responder, viendo su infidelidad y desvergüenza. Manda tornar la barca y vuélvese a los navíos y, á mucha priesa, manda alzar las velas á 18 de noviembre, año de 1518 con muy pocos bastimentos porque aún no estaban cargados.

Díaz del Castillo refiere que, a la salida de Santiago de Cuba, Cortés:

[…] tenía mandado pregonar y apercibido a los maestres y pilotos y a todos los soldados que entre aquel día y la noche se fuesen a embarcar, que no quedase ninguno en tierra, y desde que los vió todos embarcados, se fue a despedir del Diego de Velázquez, acompañado de aquellos sus grandes amigos y de otros muchos hidalgos, y todos los más nobles vecinos de la villa. Y después de muchos ofrecimientos y abrazos de Cortés al gobernador y del gobernador a él, se despidió, y otro día muy de mañana, después de oír misa, nos fuimos a los navíos, y el mismo Diego Velázquez fue allí con nosotros; y se tornaron a abrazar, y con muchos cumplimientos de uno al otro; y nos hicimos a la vela, y con próspero tiempo llegamos al puerto de la Trinidad.

Visión de un creole del Santiago de Cuba colonial (Hippolyte Pirón)

Hippolyte Pirón fue hijo de un matrimonio de mulatos de Port-au-Prince emigrados que se radicaron a principios del siglo XIX en Santiago de Cuba. En esta última ciudad nació en 1824 y su padrino de bautizo fue un pariente de Paul Lafargue, otro creole santiaguero yerno de Karl Marx. Siendo joven fue enviado a estudiar a París, donde se convierte en un intelectual de salón de los que abundaban en la Ciudad Luz. En 1859 emprende un viaje a su ciudad natal para reclamar parte de una herencia familiar y es impactado por la belleza de la Isla tropical. De regreso a Francia publicará dos trabajos en periódicos parisinos que luego constituirán capítulos de su libro I´Ile de Cuba, que vio la luz en 1876. Diez años más tarde, este libro de viaje sufrirá una reimpresión motivada por la discusión en torno a si el puerto santiaguero sería una ruta importante para el canal transoceánico de Panamá. Coinciden con el año del desembarco norteamericano en Santiago de Cuba, en 1898, se incluye una síntesis del libro en la colección Biblioteca ilustrada de viajes alrededor del mundo por tierra y por mar. El libro de Piron del que seleccionamos fragmentos, describe vívidamente costumbres, creencias y sentimientos de los habitantes de Cuba: de los españoles, de los cubanos, los inmigrantes franco haitianos que él denomina creoles y de las masas de esclavos. En el siguiente pasaje nos muestra cómo estaba distribuida la Catedral y cuál era el comportamiento de las damas que asistían a las ceremonias realizadas en ella.

A las diez menos cuarto, entré en la Catedral con don Antonio, una de las personas a quien yo había sido recomendado, un gran señor muy distinguido de quien callaremos el apellido por razones de conveniencia. La iglesia metropolitana abría sus puertas de dos hojas a los fieles. Un raudal de luz inundó el inmenso edificio, haciendo resplandecer el mármol blanco y negro que la embaldosaba y la pintura blanca que cubría sus paredes como un vestido de inocencia.

Entramos por una de las puertas laterales; avanzamos de inmediato hacia la nave. Esta tiene una extensión considerable que no puedo precisar exactamente, pues sólo juzgué de una ojeada. Numerosos pilares, quizás demasiado masivos, soportan una bóveda colosal. Las naves laterales están ornadas con capillas que guardan todas grandes riquezas. Por esa época, anchas líneas negras seguían el dovelaje de los arcos y se introducían en las acanaladuras de los pilares. Ellas entristecían el carácter religioso de la nave y le prestaban un aspecto sombrío, severo, casi fúnebre. Juiciosamente ya han sido retiradas.

A la derecha del altar mayor de un expléndido lujo, se aprecia una gran capilla blanca consagrada a la Virgen. A su izquierda está la puerta de la sacristía; arriba, el órgano.

En la nave, a lo largo de los pilares, hay bancos de caoba con respaldos que forman dos largas filas que ofrezcan su hospitalidad a los que entran por la puerta principal. Están reservados para los hombres que vienen a sentarse en ellos gratuitamente. Cuando ya están del todo ocupados, los que llegan luego, se ubican detrás y asisten a la ceremonia de pie.

En cuanto a las mujeres, éstas hacían que sus negritos les llevaran tapices y sillitas muy elegantes. Se arrodillaban sobre el tapiz o se sentaban en las sillas.

Para muchas de aquellas mujeres que se atavían con tanto cuidado, esa es la ocasión para mostrarse y brillar. Coquetas, no tenían muy a menudo la oportunidad de hacer admirar su belleza. Desde hacía algún tiempo la ciudad estaba triste: las veladas y los bailes se habían hecho raros, y a estos, la mitad de ellas no podían asistir por su posición, por su color. La mujer no tenía ni el recurso de tocar a las puertas de reuniones menos aristocráticas porque en la época eran tan escasas que no valía la pena soñarlo. Me aseguran que la ciudad, ahora dormida, ha despertado y que transita por momentos de alegría. Espero que esto perdure por mucho tiempo.

Se asiste, pues, a la iglesia para ser vista, admirada, por eso no es sorprendente que se exhiba allí sus más bellos adornos.

Fiesta a la Virgen de la Caridad en Santiago del Prado

En el siguiente pasaje, Pirón describe el comportamiento colectivo de los habitantes del poblado de Santiago del Prado, territorio donde se ubican las famosas minas de cobre, a escasos quilómetros de la ciudad, y el santuario de Nuestra Señora la Virgen de la Caridad de El Cobre, patrona del pueblo cubano. En él se muestra la intensidad de la vida de uno de los poblados con una personalidad más definida del país y que actualmente parece revivir sólo en ocasión de la celebración de la conmemoración de la Virgen, cada 8 de septiembre. Pero desde la colonia no fue así, como lo muestran estas páginas de fiestas del poblado:

Llegó al fin el primer día de las fiestas. Debía comenzar con una procesión de la Virgen, gran solemnidad que sólo tiene lugar cada cuatro años. Desde la mañana, un gran estrépito de campanas advierte que va a tener lugar alguna cosa extraordinaria. La multitud acude a la capilla y a sus alrededores. Después de una larga espera, se percibe al fin el comienzo del cortejo; como de costumbre, señores con chaquetas negras y pantalones blancos portan con gran gravedad cirios encendidos. La Virgen aparece resplandeciente, transportada en un trono de plata, adornado con piedras preciosas. Toda esta multitud inmensa se postra. Me encuentro casi en la cima de la montaña; tengo en esos instantes un admirable punto de vista: esos atavíos diversos en los que predomina el blanco parece un tapiz de nieve salpicado de flores; todas esas cabezas inclinadas presentan un conjunto de una piedad solemne y conmovedora. Hasta los más indiferentes se sienten emocionados. La música militar hace escuchar tonadas tristes que contribuyen un tanto a esa emoción general. Se desciende de la montaña con la Virgen, se le pasea por el pueblo, en medio de una multitud arrodillada devotamente; se la lleva de nuevo a su santuario.

Las fiestas se extendieron por quince días; fue un largo exceso de alegría y frivolidad. Las jornadas daban comienzo con paseos a caballo, continuaban con grandes comilonas y numerosas libaciones, con el juego, y terminaban con los bailes, de nuevo con el juego, con diversiones de todo género. Por la noche el pueblo adquiría un aspecto mágico. En las calles principales, se alineaban las mesas alumbradas con velas, en las cuales los españoles freían en grandes pailas los buñuelos, las empanadillas, los escabeches, etc., y los creoles las acras y los crossignoles, que vendían con éxito.

No sólo el juego ocupaba gran número de las casas, sino que se llevaba a cabo abierta e impunemente en plena calle; por todas partes se veían mesas con ruletas, y la fiebre del juego era tal, que contagiaba a los más indiferentes. Hasta aquellos que no juegan jamás, arriesgaban una moneda de oro al rojo o al negro. Las fisonomías de los jugadores se hacían extremadamente siniestras bajo las diversas luces que proyectaban las velas y las llamas de los hornillos. Los pilluelos, saltando detrás de las fogatas, mezclaban sus risas con las exclamaciones y maldiciones de los jugadores de mala vena. Era un cuadro digno del pincel de Rembrandt.

Los bailes hacían llegar a lo lejos las notas más alegres de sus tonadas como llamados de invitación. Había bailes por todas partes, bailes de los blancos, bailes de los mulatos, bailes de los negros.

El gobernador de Cuba vino, al quinto día, para honrar las fiestas con su presencia. Su colega de El Cobre iba delante con gran pompa para rendirle los honores. Recibió también a los representantes de los blancos, de los mulatos y de los negros; acogió con aire de fastidio sus felicitaciones. A partir de ese día, parecía como si un nuevo impulso se hubiese comunicado a las pasiones ardientes. Las gentes se divertían con intensidad; no dedicaban ninguna parte de su tiempo para dormir; hubiesen sido tantos minutos robados al placer.

Yo recorrí todos los bailes con curiosidad y avidez.

En las casas de los blancos, todo transcurría como en la Filarmónica aunque, sin embargo, con mayor animación. El gobernador de Cuba hizo una breve aparición en el lugar. En las de los mulatos, se entregaban francamente al placer del baile. En las de los negros, con mucho mayor frenesí. Esta últimas se celebraban al aire libre, en los patios. Por doquier se encontraban mujeres jóvenes de una belleza digna de admiración. Las mulatas sobre todo se hacían notar por su tipo algo singular y por una gracia llena de coquetería que sólo ellas poseen. El atavío de las negras se compone de un vestido de tela ligera -traje para las grandes ocasiones-, de un chal que llevan en los hombros con cierto aire y que les cubre los senos, y de un pañuelo de Madrás en la cabeza. Algunas llevaban zapatos sin medias, pero muchas de ellas iban descalzas.

La orquesta de los blancos no era perfecta, pero completa; la de los mulatos se componía de un violín y de una flauta; la de los negros se reducía a los tambores que tocaban con furor y acompañaban con canciones creoles o españolas.

Poco a poco la animación general me fue ganando, me sorprendí tarareando sin darme cuenta. Gritos, canciones, ruidos, la música acompañada del chasquido de las castañuelas, el murmullo monótono de los tambores, gritos de alegría y de dolor; todo ese tumulto, toda esa agitación, todos esos ruidos diversos y confusos, me aturdían, me seducían con un encanto extraño, que tenía su sabor local. Sentí subirme a la cabeza una embriaguez deliciosa como la que produce un vino generoso.

Subí a la montaña casi bamboleándome.

Permanecí allí un rato en contemplación. Las luces de las mesas, las fogatas, los hornillos, iluminaban a mis pies, de una manera fantástica; esa multitud vestida en distintas formas, gozosas y en continuo movimiento. Era de un efecto acogedor, las vareuses (vestidura holgada de tela gruesa) de las negras contrastaban con los vestidos blancos de las damas; los miles de ruidos lejanos me llegaban como un murmullo inmenso, llevados por la brisa ligera con el humo de las fritadas.

Permanecí inmóvil, fascinado, parte de la noche; después volví a bajar, para buscar reposo.

Pero el pueblo, en medio de su delirio, no se daba un momento de descanso.

Ante la tumba del médico de Napoleón Bonaparte

En los momentos en que íbamos a retirarnos [del cementerio: J.M.], llevándonos una impresión penosa, nuestros ojos se detuvieron en una tumba que asumía las proporciones de un mausoleo. Su conformación arquitectónica recordaba las ideas de la civilización, de la elegancia, del arte. Parecía dominar y sonreír con melancolía en medio del campo de desolación y ruinas. Nos acercamos y leímos, en un epitafio bastante largo, el nombre del doctor Antomarchi.

El médico de Napoleón en Santa Ana, después de haber recorrido mundo, había venido a Cuba, donde se hacía pasar por un oculista de primer orden. Las personas que tenían la vista afectada por el resplandor del sol tropical, acudieron a verlo, con la esperanza de poder ver de nuevo la luz. Él realizó con bastante éxito diversas operaciones de catarata; pero pronto los desafortunados pacientes […] veían menos que antes y manifestaron un disgusto legítimo. El número de estos últimos aumentó con rapidez y dio lugar a la indecisión de la opinión pública. Sin embargo, el hábil doctor continuó operando durante cierto tiempo todavía. Había alquilado un amplio apartamento en la calle del Gallo y había establecido una especie de hospital para sus enfermos, los cuales estaban obligados a permanecer en la oscuridad durante cerca de un mes. Al final de sus éxitos, contrajo de improviso la fiebre amarilla. La ambición lo había llevado a fatigarse en exceso en un clima al que no estaba acostumbrado; la muerte se lo llevó al cabo de pocos días. Tuvo unos funerales magníficos; estos hechos ocurrieron alrededor de 1838. Ahora reposa bajo una tumba soberbia quien tuvo el honor de atender a Napoleón en su última enfermedad, de asistirlo, en sus últimos instantes, de recibir su último suspiro, y cuyo honor fue toda su gloria.

Lo que había hecho venir al doctor a Cuba, no sólo fue el azar de sus viajes ni el propósito de ganar dinero; fue también el deseo de ver de nuevo a un hermano que había perdido desde hacía mucho tiempo. El hermano, durante largos años, mantuvo una escuela y formó alumnos que dieron a conocer en forma honorable el apellido Antomarchi en Cuba.

Santiago de Cuba colonial visto por un folklorista (Ramón Martínez y Martínez)

Ramón Martínez y Martínez (1872-1929) fue un intelectual santiaguero en extremo inquieto y activo investigador de la cultura tradicional de su territorio natal. A su acuciosa labor de indagación y colección debemos haber recuperado importantes costumbres y datos que de otra forma se hubiesen perdido para la memoria colectiva, pues en muchos casos pertenecen a la literatura o a la tradición oral. Los resultados de su labor los dio a conocer en forma de fascículos en una publicación Oriente folklórico, de la cual escogimos algunos artículos relacionados con la vida cultural de esta ciudad portadora de una personalidad y una historia absolutamente definidas y singulares: Santiago de Cuba. Con ello hacemos justicia doble al reconocer el valor de uno de sus hijos más distinguidos.

La Catedral de Santiago de Cuba

Esta es la cuarta.

La primera que mereció los honores de Catedral en 1522 fué la de Santa Catalina construida en 1514 con honores de parroquia; en 29 de nov. 1803, el Papa Pío VII la elevó a Metropolitana y se ejecutó por Real Orden del 16 de julio 1804.

El primer edificio destinado a Catedral se empezó a construir en 1528 por el Obispo Fray Miguel Ramírez de Salamanca; se terminó en 1555; costó $ 50.000; fue quemada en 1603 por corsarios franceses.

La segunda Catedral se empezó a construir en 1666 según unos, y en 1670 según otros, y se bendijo en el 24 febrero 1674. Fue destruida por un terremoto.

La tercera Catedral se empezó a construir en 1686; se abrió al culto en 1690. Fué destruída por el terremoto de 1766. Se hallaba situada de E. a O.

La cuarta, esta a la que se refiere la adjunta fotografía, se empezó a fabricar el 15 de agosto; colocó la primera piedra el Iltmo. Sr. D. Joaquín de Osés y Alzúa.

El prelado, de acuerdo con el Gobernador de la Plaza, D. Pedro Suárez de Urbina, nombró al Presbítero D. Alejandro de la Paz y Ascanio para director de las obras; a D. Juan Francisco Orozco, para contador, ambos sin sueldo; a Pedro José Fernández (sin el D.), para maestro de carpintería; Antonio Parlado para el de albañilería; a José Díaz, Félix Ramos y Antonio Cardona para sobrestantes y a D. Manuel Pruna para mayordomo.

Las maderas empleadas en la fábrica, parte de ella las habían acopiado los antiguos contratistas y parte, el Presbítero Ascanio; las de éste costaron $ 24.875 y un medio real: todas eran de guamá, yabá, acuje, cedro, caoba y otras maderas recias del país. Estas maderas se cortaron en el río del Masío, Río Seco, Sevilla, Hongolosongo, Purial y Giro; unas se condujeron por mar, para lo cual se compró una goleta llamada Nuestra Señora de la Caridad, y otras por tierra, para lo cual fué necesario abrir caminos y comprar yuntas de bueyes en el Horno jurisdicción de Bayamo. Las obras duraron ocho años, y en ellas invirtió el Iltmo. Sr. Arzobispo Osés, más de $ 50.000 de su renta.

Esta nueva (la cuarta y última) se bendijo el 24 de abril del año 1818 por el Deán D. José Elías Vázquez, y al día siguiente desde el Carmen se trasladó solemnemente la Divina Majestad con asistencia del Sr. Arzobispo que predicó en la misa del Sacramento.

La Catedral se halla situada de Norte a Sur, las otras tres anteriores lo estuvieron de Este a Oeste y de O. a E.

La consagración de esta Catedral llamada ahora Basílica Menor (1879-1882), la motivó el hecho de que el edificio de la actual Catedral era distinto del de los tres anteriores destinados al mismo fin y de no constar que el actual Templo Catedralicio hubiera sido consagrado.

Hé aquí como se verificaron las ceremonias: A las 7 de la noche del día anterior al 27 de 1882 se reunió en la capilla del seminario el clero de la ciudad, y el Arzobispo de la Santa Basílica, Exmo. Iltmo. Dr. Sr. Martín de Herrera depositó en una caja de plata las reliquias de los santos mártires: Anastasio, Feliciano, Fructuoso y Felicidad, y una carta escrita en lengua latina sobre pergamino la cual cerró y selló. Después rezaron maitines y laudes.

A las 6 de la mañana del 27 comenzaron en la Basílica las largas y minuciosas ceremonias de la Consagración. Se trasladaron luego al Seminario, procesionalmente, el Prelado, Cabildo, Clero, Autoridades y pueblo, y de allí condujeron en el mismo orden, a la Basílica, las reliquias indicadas antes, y continuaron en este templo las ceremonias: debajo de un gran toldo que se colocó en el atrio ante la puerta mayor, se sentó el Arzobispo y pronunció un discurso explicativo del acto que se realizaba y de significación mística. Después entraron todos en el templo, que permaneció cerrado, mientras se efectuaban en el atrio la ceremonia de la Consagración de los muros exteriores, y se procedió a la Consagración interior de la Basílica y del altar mayor dentro del cual se encerraban las reliquias: se colocaron en los muros interiores 12 cruces rojas talladas en mármol roja en la forma siguiente: 4 de ellas al Este, 4 al Poniente, 2 al Norte y 2 al Sur.

Al final, el Prelado cantó la solemne misa pontifical, y el acto terminó a 1 hora y cinco minutos de la tarde. Según las medidas practicadas en este día, la Catedral ocupa una superficie de 4240 metros con 60 cms., de los cuales 2125.52 mts. son de las fábricas y 2115.14 mts. del atrio.

La fachada principal es de más de 27.14 m. de frente y 33.40 m. de fondo, incluyendo el espacio de las localidades dependientes. Por derecha e izquierda remata el frontispicio con dos torres laterales de cuatro cuerpos cuadriláteros de unos 27 mts. del zócalo a la cúpula.

En la torre occidental, o derecha del frontispicio, se encuentra el reloj, el cual fué colocado siendo Gobernador de la Provincia el Exmo. Sr. D. Sabas Marín, a expensas del M. I. Ayuntamiento. La colocó y vendió D. Daniel Gramatges en junio de 1874, por la cantidad de $ 1157.00 pagados del modo siguiente:

Círculo Español $ 204.10

Club de San Carlos $ 510.10

Sociedad Filarmónica Cubana $ 102.10

Tácito y José Bueno y Blanco $ 341.10

$ 1157.40

Hoy es propiedad del Ayuntamiento.

En 1922 el Arzobispo Monseñor Guerra agregó un cuerpo más a cada torre, rematándola con una cruz episcopal en cada una, e hizo una reforma general en toda la fachada del edificio, lo cual quitó su estilo propio que constituía su principal valor arquitectónico y su encanto histórico.

Lo más notable que encierra nuestra Catedral es:

Su magnífico coro con sillería de madera de estilo churrigueresco, obra acabada de talla.

Una imagen de Nuestra Señora de la Candelaria, extraída de las ruinas de la antigua capilla del Sagrario después del terremoto de 1678.

Tiene también dos buenos cuadros de la Virgen y San José con Jesús dormido, regalos del Gobernador Sucre, 1726.

La reliquia del Santo Ecce-Homo, traída a Cuba por el Obispo Fray Antonio de Salcedo.

Una buena copia de un cuadro de San José, y otro mal retocado de San Juan Ante Portan Latinam.

En sus criptas se guardan los restos de Diego Velázquez, del Obispo Calvo y del poeta Manuel Justo Rubalcava y de Monseñor Barnada.

El altar mayor es todo de mármol; y el magnífico órgano que posee fué adquirido en Zaragoza (1874) y costó $ 8000.

Del carnaval santiaguero

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