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Efectos de la violencia en los medios de comunicación (página 3)


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La que formulaba Sir Karl Popper en 1994 no es una advertencia cualquiera. La democracia contemporánea ha creado complejos sistemas de participación, representación y contrapesos. El sufragio es la fuente originaria del consenso y junto con él, tanto para garantizarlo como para supervisar el desempeño de los gobernantes y representantes así electos, existen instituciones, organizaciones y reglas que forman parte del entramado tanto estatal como de la sociedad. Pero algo fundamental ha quedado fuera de las han alcanzado tal influencia que no sólo complementan, sino a veces inclusive sustituyen a la política. instituciones y en muchas ocasiones más allá de las leyes: los medios de comunicación.

La preocupación del austriaco Popper se dirigía específicamente a un medio de comunicación: "una democracia no puede existir si no pone bajo control la televisión o, más precisamente, no podrá existir por mucho tiempo cuando el poder de la televisión se descubra plenamente", decía en ese ensayo. Quizá el diagnóstico de Popper haya sido tardío –aún no sabemos si su advertencia también lo fue–porque para entonces, al menos en el terreno de la política, los medios electrónicos desde hace rato han sido imprescindibles y cada vez más dejan de ser instrumentos, para convertirse en actores de los procesos políticos, con agendas e intereses propios.

Novedades y limitaciones en la sociología de la comunicación

La interacción entre política y medios, es tan evidente como intensa en nuestros días. Una y otros, se complementan e incluso llegan a sustituirse. Los espacios privilegiados de los partidos y los dirigentes políticos para el proselitismo y el afianzamiento de sus posiciones en las sociedades modernas, son sin lugar a dudas los medios de comunicación.

El ingrediente comunicacional o, para decirlo de otra manera, el papel de los medios, aún es soslayado en la mayor parte de las explicaciones acerca de las transformaciones políticas e incluso en el estudio sobre la cultura política en las sociedades latinoamericanas.

La sociología de los medios de comunicación es una disciplina relativamente nueva en nuestro país, aún sin un bagaje teórico suficientemente sólido ni apuntalado en experiencias abundantes. Apenas desde hace pocos años (a mediados de la década de los ochenta, cuando muy lejos) se ha empezado a estudiar a los medios tomando en cuenta su interacción con la sociedad, más allá de las disecciones ideológicas o incluso semánticas de sus contenidos y mensajes. Esa condición relativamente nueva del estudio de los medios desde una mirada sociológica, implica limitaciones y necesidades peculiares: el contexto y la atención para ese tipo de investigaciones resulta escaso, la metodología es casi inexistente y la atención académica a los resultados de ese trabajo todavía es precaria.

El estudio de los medios de comunicación en América Latina, si bien reciente, ha avanzado con lentitud en la exploración de vertientes capaces de rescatar la complejidad, al mismo tiempo que la especificidad, de los procesos de comunicación en las sociedades contemporáneas.

La descripción de las tecnologías nuevas (sistemas de cable y satélites, video grabaciones y fibras ópticas, etcétera) llamó la atención por las posibilidades que ofrecían para ampliar el número de emisores y así, como opciones a la democratización mediática.

Ya no se escribe y opina sobre los medios solamente a partir de la interpretación subjetiva del investigador, o con apoyo nada más en recuentos históricos y en materiales hemerográficos sino, junto con ello, parece haber una clara tendencia al empleo de otros soportes analíticos (encuestas, estudios de audiencia, medición de espacios, etcétera).

Las corrientes metodológicas y el significado teórico de las investigaciones realizadas, no han sido del todo específicas. De hecho, puede decirse que aún están construyéndose los paradigmas capaces de explicar el comportamiento de los medios y sus interacciones en y con la sociedad. Ese proceso no es sencillo, pero siempre resulta fascinante, debido al carácter mudable y dinámico de los sujetos de su estudio: quizá no hay actores sociales tan cambiante como los medios de comunicación, cuyos rasgos formales y cuya influencia entre los públicos se modifican o incrementan constantemente.

Ese auge reciente en los estudios de sociología de la comunicación, permite reconocer la complejidad de los procesos en virtud de los cuales los medios actúan para reforzar, propiciar o reorientar comportamientos específicos en grupos sociales. Los medios no actúan de manera mecánica, ni las decisiones a su interior suelen estar propiciadas por motivaciones simples. Esa complejidad, es preciso reconocerla para eludir la tentación de arribar a conclusiones apresuradas. El análisis del comportamiento específico de los medios en coyunturas peculiares, tendría que estar enmarcado en esa diversidad de tensiones, intereses y costumbres que definen las decisiones en las empresas de comunicación.

Conforme se desarrolla y entonces se diversifica, el estudio de los medios tiende a reconocer esa multiplicidad, aunque no siempre es sencillo. El prestigiado investigador Mauro Wolf explicó, al respecto: "De la exposición de las principales características y resultados de los estudios sobre la producción de la información, podemos concluir que este tipo de análisis ha evidenciado claramente, por un lado, la complejidad de los elementos en juego, y por otro las determinaciones estructurales de la cobertura informativa y de la representación de la realidad social que los medios ofrecen normalmente".

Puede afirmarse que los análisis sobre el newsmaking describen el trabajo comunicativo de los emisores como un proceso en el que 'dentro hay de todo' (rutinas pegajosas, distorsiones intrínsecas, estereotipos funcionales, precedentes sedimentados, etc.). Sobre la base de la etnografía de los mass media, estos análisis articulan y determinan empíricamente los numerosos niveles de construcción de los textos informativos de masas. Representan por tanto un primer intento, a nivel empírico, de describir las prácticas comunicativas que dan lugar a las formas textuales recibidas por los destinatarios" 

¿Cómo influyen los medios en la decisión de los electores?

El de los efectos de los medios en la sociedad o en grupos específicos de ella ha sido un tema difícil, sobre todo por la complejidad de los estudios de campo en esa área. De la misma manera, la sociología de los procesos electorales (sociología de la transición, se aventuran a denominarla algunos) tiene un arraigo reciente. ¿En qué medida la influencia de los medios define o modifica la decisión electoral de los ciudadanos? Esa es la pregunta esencial, aunque no siempre del todo explícita, en la discusión académica sobre las campañas políticas y los medios. La interpretación más mecánica, pero todavía de frecuente éxito tanto entre analistas como entre profesionales de la mercadotecnia política, sugiere que mientras más intensa es una campaña, mayores serán sus posibilidades para moldear las convicciones políticas de los electores. Se supone, así, que hay dos factores preponderantes para que los medios tengan tal influencia. El primero de ellos, es la capacidad financiera de un partido o un candidato: la exposición en los medios cuesta y la exposición intensa cuesta mucho, especialmente en aquellos sistemas electorales en los que está permitida la compra de espacios para anuncios políticos en la televisión y la radio. El segundo factor, relacionado con el anterior, es la asesoría que el candidato y su campaña reciban en materia de medios de comunicación. Esa vertiente interpretativa (que está presente en el análisis académico, pero también en el discurso político) supone que el éxito electoral depende fundamentalmente de recursos para pagar espacios en los medios y con recomendaciones adecuadas para manufacturar una imagen apropiada.

A esa corriente, emparentada con la escuela comunicacional que supone que los medios determinan actitudes de los públicos por encima del contexto social y otras influencias, se le denomina "el modelo hipodérmico". Con ese término, se describe la idea de que a la sociedad se le "inyectan" mensajes capaces de determinar sus conductas, entre otros campos en la participación electoral. Más recientemente sin embargo, nuevas investigaciones y una reflexión más crítica sobre los elementos que determinan la cultura política de los ciudadanos, han reconocido que la influencia de los medios no es tan mecánica como algunos estudiosos han supuesto.

Los medios de comunicación –y aquí nos referimos a sus efectos políticos pero esta consideración puede ampliarse a otro tipo de consecuencias– tienen un ascendiente enorme, quizá en ocasiones incluso mayor al de otras fuentes de acreditación de valores y convicciones. Pero su efecto, está determinado y circunscrito por el contexto de cada persona o de cada colectividad. El habitante de una colonia en donde la mayoría de los vecinos son adeptos de un partido político, tendrá un entorno más receptivo a ese que a otros partidos, por ejemplo. Los mensajes de carácter político que obtenga a través de los medios, serán tamizados por ese contexto.

La nueva interrelación entre los medios y los asuntos públicos, especialmente políticos, plantea nuevas vertientes a la sociología de la comunicación. Ya no se trata sólo de diagnosticar efectos, sino de entender motivaciones y posibilidades de los medios. El especialista argentino Humberto Muraro, escribió hace no muchos años: " queda en claro que la acumulación de investigaciones, por encuestas o según técnicas cualitativas, permite acceder de manera más directa a procesos de formación de las opiniones y demandas de la ciudadanía cuya riqueza y complejidad no encajan en las nociones tradicionales de 'cultural popular', 'cultura nacional' o 'ideología'. La coyuntura histórica, en síntesis, ha tenido la deferencia de regalarles un verdadero laboratorio político cultural"

TELEVISIÓN Y FAMILIA

Existe un sólido consenso de que la familia es la célula de la sociedad. De esa afirmación depende una serie de hechos que es necesario tener en cuenta.

Dos de los hechos que sobresalen en nuestra sociedad latinoamericana y que inciden en la familia de hoy, tienen que ver con la paternidad responsable o planificación familiar y la influencia de los medios de comunicación. Uno de los temas que acaso despierte mayor interés es el relacionado con la influencia de los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión.

El modelo de familia que promueven los medios de comunicación

Los medios masivos de comunicación como: la radio, la televisión, los diarios, revistas, el cine, y la Internet son instrumentos cuyas funciones principales son informar, educar, animar y distraer.

Resulta importante que conozcamos las formas subliminales en que los medios operan en las personas, influyendo en su manera de pensar y de actuar. También es fundamental que conozcamos cómo interpretar críticamente las ideologías dominantes y los antivalores que nos ofrecen.

a) El tipo de familia que ofrece la televisión

El escritor argentino Julio Mafud en su libro hace un análisis sociológico y sintetiza el modelo de familia que promueve la televisión. Según él, se trata de una familia reducida, con unos padres absorbidos por sus trabajos fuera del hogar. A veces, la situación socioeconómica de nuestros países tercermundistas obliga a los padres a tomar dos o tres empleos, lo que agrava la situación. Así las cosas, los hijos se tornan en "succionadores" de los medios que saturan sus mentes ofreciéndoles un amplio panorama de opciones para pedir y nunca estar satisfechos. Perdido el control de los hijos, los padres ya no son los que orientan sus gustos, no dan pautas a sus vidas. Hasta la línea que divide lo permitido de lo prohibido se torna casi imperceptible.

b) La ideología y antivalores que promueve la televisión

Ya nadie puede dudar que la televisión es hoy, el medio masivo de comunicación que mayor impacto tiene en la sociedad. Se ha dicho que en nuestra era electrónica, podríamos cambiar el lenguaje popular "dime con quien andas y luego te diré quien eres", por "dime cuántas horas por días pasas frente al televisor y te diré qué esperas de la vida y de tus semejantes".

Un hecho importante que marcó a nuestra sociedad y que tiene que ver mucho con este tema, fue lo ocurrido en Carmen de Patagones, ya que el mismo hizo que se replanteara la situación actual de los medios de comunicación. (Ver ANEXO 2)

Vivimos en una "cultura de masas", entendiendo por ello el producto de toda una tecnología al servicio – teóricamente – de la comunicación humana. Decimos teóricamente porque, aunque suene contradictorio, muchas veces lo que menos hay es comunicación.

Como se ha señalado, los medios de comunicación "sustituyen cada vez más al diálogo entre el género humano, que es la base de la convivencia humana y del vivir democrático". Es necesario estudiar la televisión como medio de comunicación. La televisión conlleva un doble efecto. El primer efecto, al que se puede considerar denotativo, tiene que ver con lo objetivo y explícito, es decir, lo que concretamente ofrece un mensaje determinado. Pero hay otro al que se puede llamar connotativo, que contiene un mensaje implícito que añade o sugiere significados que apuntan a otras ideas y sentimientos.

Es importante que conozcamos ejemplos concretos de los antivalores que nos dan los medios de comunicación, en especial la televisión. He aquí algunos ejemplos que nos ofrecen los autores: Mafud, Peyrú, y Roldán:

   *Desintegración familiar. "En una serie dramática de la televisión Argentina de hace algunos años, ninguno de los tres personajes centrales tenía una familia estable e integrada. Uno de ellos se la pasaba "probando" de pareja en pareja. Otro, aparentemente era divorciado. El tercero vivía en la incertidumbre en ese terreno. El contexto social y familiar que esos hombres representaban daba como una realidad incambiable el hecho de que es posible ser persona actualizada, de éxito y de importancia, sin que ello implique necesariamente estar al frente de una familia.

Precisamente, Graciela Peyrú sostiene al respecto que en la televisión "los besos y las caricias, cuando se incluyen, forman sólo parte de la dupla seducción / violencia o son expansiones mínimas de vínculos fugaces

   *Sexo libre. Los televidentes no tendrán dificultad en ver enlatados nacionales y extranjeros, cómo indirectamente se aprueban ciertos pecados como relaciones premaritales, adulterio, fornicación, robos, asesinatos, y homosexualidad. A propósito de este último, nos dice Peyrú: "recuerdo el caso de otra serie argentina, en la cual su personaje central era un homosexual". Las escenas mostraban cómo el muchacho no encontraba solución a su problema ni en la psicología, ni en la psiquiatría, ni en la religión. Finalmente, todo termina con una carta que le envía su hermana donde le dice más o menos así:

"Querido hermano, la decisión es tuya. Es lo único que cuenta. Hacé lo que vos quieras. Nadie puede ni debe meterse en tu vida. La opción es tuya y si es bueno para vos, entonces es bueno". Conclusión que queda en la mente del televidente promedio: "Está bien lo que me hace sentir feliz. No hay absolutos. La homosexualidad es una opción más que no es ni mejor ni peor que la heterosexualidad".

c) La publicidad en los medios de comunicación

La publicidad se define como "una técnica de difusión masiva, a través de la cual una industria o empresa lanza un mensaje a un determinado grupo social de consumidores con el propósito de incitarlos a comprar un producto".

Las coordenadas bajo las que se estructura la publicidad son básicamente dos: el Progreso y el Placer.

La publicidad apela a "estímulos subliminales". Es decir, fuerzas sensoriales a escala inconsciente. El estímulo subliminal es como una "memoria dormida" que cuando despierta hace actuar a la persona. Muchos aspectos de la realidad que no vemos como conscientes los percibimos subliminalmente y se van almacenando en nuestro inconsciente.

Lo importante en la publicidad no está sólo en lo que explícitamente dice un comercial. Muchas veces está en lo que el mensaje implica en términos de "felicidad", "realización humana", "progreso", "conquista", etc.

d) Claves para interpretar los medios de publicidad

Como todo mensaje publicitario requiere una adecuada interpretación. Por lo general, toda publicidad sigue el siguiente esquema:

Necesidad humana + Conflicto insatisfacción + producto propuesto = Solución del problema. Lo grave del problema es que se trata de "soluciones falsas a problemas reales". Los slogans que ofreceremos a continuación son un claro exponente de lo que estamos diciendo, son tomados de Victorino Zecchetto .

Algunos slogans publicitarios que apelan a la felicidad, el éxito, la fama, son estos:

Siempre habrá tiempos felices. Cuente con cigarrillo… Interpretación: El fumar ese cigarrillo hace posible la felicidad.

Automóvil… la gran tentación! Aquí aparece una mujer de color, mirada atractiva, labios carnosos y a punto de morder una manzana.

Muchas veces las imágenes son simbólicas y apelan, por lo general, a la sexualidad. Así aparecen como "telón de fondo" objetos de placer. Y uno dice: "pero, yo no me di cuenta de eso. Por lo tanto no me tiene que afectar".

Otro caso de error. Como se sostiene en una obra ya citada: "El descubrimiento fundamental fue este: los motivos que impelen a un individuo a comprar o no comprar una cosa son diez por ciento de nivel consciente y noventa por ciento de nivel subconsciente".

e) El niño y la televisión: ¿Entretenimiento o masificación?

Los niños son los que generalmente pasan más tiempo frente al televisor. Como sostiene un especialista en comunicaciones, el profesor Miguel A. Pérez Gaudio, la familia "le ha abierto a la televisión de par en par las puertas de su intimidad hasta el punto de que estos medios llegan a imponer sus horarios, modifican los hábitos, alimentan conversaciones y discusiones, y sobre todo afectan la psicología de los usuarios en los aspectos tanto afectivos e intelectuales como religiosos y morales". (El maestro y el niño frente a la televisión, Córdoba: Ideas educativas, citado por Roldán: 294).

Se consideran que son televidentes livianos los que pasan menos de cuatro horas por día viendo televisión. Los pesados, son los que pasan más de cuatro horas por día.

f) ¿Cómo incide la televisión en la conducta de los niños?

Para responder a esta pregunta nos basamos en dos escritores especialistas en este campo: Miguel Pérez Gaudio y Graciela Peyrú.

En primer lugar, en cuanto a rendimiento escolar, en una prueba que se hizo en 1984 por el programa Evaluación Nacional del Progreso en Educación en los Estados Unidos de Norte América, nos dice al respecto:

"Los niños de 9 años que miraban seis horas o más de televisión por día se desempeñaban en la escuela mucho peor que aquellos que miraban menos horas. Entre los jóvenes de 13 a 17 años encuestados, los niveles de la lectura ascendían a medida que mermaban las horas frente al televisor". (Diario: La Nueva Provincia, 1988).

En segundo lugar, está el tema de la violencia. En una encuesta realizada en una escuela de la ciudad de Buenos Aires, se halló que había un comportamiento disímil entre dos grupos de niños. El grupo que había contemplado programas violentos dejaba a los más pequeños cuando se trenzaban en peleas. Los que no habían estado expuestos a ese tipo de programas sí intervenían para separar a los que se estaban peleando.

Las conclusiones son las siguientes: "Se ha comprobado reiteradamente que los niños acostumbrados a ver programas violentos como televidentes pesados muestran menos índices corporales de alteración emocional frente a la agresión que los menos habituados livianos. Esta "desestabilización" va acompañada de un aumento directo de las fantasías y conductas agresivas". Esto queda claramente demostrado según el artículo publicado en Internet por American Academy of Child and Adolescent Psichiatry: Los niños y la violencia en la televisión. (Ver ANEXO 3)

g) ¿Cómo podrá el televidente desarrollar una mentalidad crítica y reflexiva que le permita ver televisión?

Debemos estar al tanto de la escala de valores que nos ofrecen los medios de comunicación, en especial la televisión. Extraeremos algunos datos que surgen de la investigación del profesor Pérez Gaudio, realizada con 100.000 estudiantes:

– Asimilación de los contenidos televisivos.

– Agresividad por imitación.

– Alteración de los valores personales, familiares, sociales y religiosos.

– Ligereza para imitar e identificarse con los personajes propuestos en las programaciones televisivas.

– Desjerarquización de la autoridad familiar y docente.

– Consumismo material excesivo.

Finalmente ¿Cómo desarrollar una mentalidad crítica que nos permita ver televisión sin ser masificado por la misma ni ser receptores pasivos de sus mensajes? .

  Podemos hacer uso de la televisión. Otra cosa, muy distinta, es que la televisión termine usándonos.

Si logramos revestirnos de una mentalidad crítica, entonces podrá ser de cierta utilidad en términos de entretenimiento y aún cultural. De lo contrario, terminará siendo un instrumento de masificación de nuestras familias.

Un ambiente afectivo

Existe una realidad que está presente en cada familia como el aire que respira y es la atmósfera formada por los que integran la familia. El carácter, los sentimientos, los principios y los valores religiosos y morales, el tipo de relaciones constituyen ésta atmósfera que abarca a toda la familia y le da un carácter particular.

 Reflexiones sobre la violencia (televisiva)

La violencia presente en los medios de comunicación, como una vertiente específica del papel desempeñado por la violencia en nuestra sociedad, se ha convertido en objeto de preocupación continuada para buena parte de los ciudadanos en los países desarrollados.

Existe una opinión mayoritaria que rechaza los excesos de la violencia televisiva, que defiende la necesidad de su reducción e incluso de su eliminación; y sin embargo, la violencia no desaparece del medio. Dado que los responsables televisivos no cifran precisamente sus objetivos en ofrecer contenidos que no agradan a los espectadores, cabría preguntarse porqué a pesar de todo la violencia audiovisual continúa pujante en las parrillas televisivas sin distinción de géneros, formatos y franjas horarias.

Una primera explicación de esta aparente paradoja apuntaría hacia el hecho de que en términos generales el rechazo de la violencia se sitúa en el plano del deber ser, del super yo. Un rechazo, por tanto, perfectamente compatible con el gusto por la visión de contenidos agresivos, tal y como puede demostrarse empíricamente mediante la comparación entre aquello que los espectadores dicen que ven (conocido a través de los estudios de audiencia declarada), lo que afirman que les gustaría ver (conocido a través de las investigaciones , tanto cuantitativas como cualitativas, de opinión y de expectativas sobre la oferta televisiva) y lo que realmente ven (conocido a través de la audiometría).

Desde el punto de vista de la audiometría, los datos ponen de relieve el éxito del que gozan los espacios violentos entre los espectadores, y muy especialmente entre los espectadores de menor edad. Basta con echar un vistazo a los Top Ten de programas españoles o extranjeros para advertir los buenos lugares que ocupan las películas de acción en las que ocurren muertes y peleas; los dibujos animados agresivos; la mostración de catástrofes, accidentes y acontecimientos trágicos, etc. Sistemas como el Videorating3 ponen de relieve determinadas correlaciones entre los contenidos violentos y el comportamiento de la audiencia: la gente tiende a permanece en las cadenas que ofrecen escenas agresivas y se reduce su migración a otros canales.

Se puede ser crítico con las posibilidades de la audiometría a la hora de dar cuenta de los intereses y deseos de los ciudadanos en relación con la televisión; pero parece evidente la existencia de una atracción de los espectadores por los contenidos arriba citados que no puede negarse sólo para legitimar posiciones antiviolentas en muchas ocasiones tan bien intencionadas como estériles.

La cuestión es, por tanto, qué hacer con la violencia televisiva partiendo de su indudable atractivo, partiendo del máximo respeto a la libertad de expresión, pero partiendo también de una consideración de la televisión como instancia fundamental para la socialización, la enculturización y la formación de los ciudadanos.

No se trata de estar a favor o en contra de la violencia televisiva, sino de reflexionar sobre su puesta en escena , sobre su posible influencia y sobre la función que esa violencia mediática viene a cumplir desde el punto de vista de la reproducción social.

La retórica de la violencia televisiva

Buena parte de los estudios realizados en los últimos años sobre violencia y televisión siguen la estela de los trabajos de George Gerbner, el cual da una importancia fundamental al análisis de contenido. En estos estudios se identifican, clasifican y computan los actos violentos mostrados en la pantalla, atendiendo a variables como las motivaciones, antecedentes y consecuentes de dichos actos; las características sociodemográficas de agresores y agredidos; el tipo de violencia (física, verbal, psicológica); su virtualización individual o grupal, así como la interacción entre los implicados; el tono narrativo (serio, humorístico); el grado de intensidad en la demostración de la violencia y de su ejercicio (sadismo, brutalidad) etc.

Los resultados obtenidos permiten extraer conclusiones por franjas horarias, cadenas, géneros, segmentos de audiencia, períodos temporales, etc. Y permiten también utilizar indicadores homologados internacionalmente, como ocurre con el índice del propio Gerbner o el GID, poniendo de relieve elementos recurrentes tanto en la mostración de la violencia como en los estereotipos que afectan o determinan el comportamiento de los personajes que recurren a la violencia.

Analizando sus conclusiones, pueden señalarse a grandes rasgos algunas afirmaciones compartidas por estos estudios:

 Omnipresencia de la violencia. Aunque existen resultados contradictorios sobre el signo de la evolución de la violencia televisiva, todos coinciden en poner de relieve su alto grado de presencia en los programas de ficción, observándose una tendencia al incremento de violencia en los informativos, en los documentales y en los llamados reality shows, en los que la coartada de la veracidad parece liberar a los programadores de cualquier reflexión sobre lo que se debe o no mostrar en pantalla. .

Impunidad de la violencia. La mayoría de actos violentos mostrados en la pantalla quedan sin castigo, aun cuando los antagonistas principales de los relatos sí suelen recibir finalmente "su merecido".

 Banalización de la violencia. En muchos casos La puesta en escena de la violencia televisiva es desdramatizadora, edulcorante, humorística, sin mostración o referencias al dolor de las víctimas o a los perjuicios físicos y emocionales que éstas padecen.

 Inevitabilidad de la violencia. La violencia aparece como el recurso más eficaz para la resolución de conflictos. Por ello es sistemáticamente ejercida tanto por los personajes negativos como por los protagonistas y personajes positivos del relato. La no utilización de la violencia se presenta generalmente en términos de incapacidad.

El análisis y cuantificación de los actos violentos emitidos por televisión, así como la utilización de índices estandarizados, ha supuesto sin duda un gran avance en la investigación sobre la violencia televisiva. Pero sus propios presupuestos metodológicos conllevan notables insuficiencias, y pueden abocarnos a una situación en la que los árboles no nos dejen ver el bosque; es decir, en la que el análisis de los elementos manifiestos, visibles y denotativos de la violencia obvien e incluso oculten el sentido profundo de la presencia de la violencia en los medios.

No hay que olvidar que junto a la violencia explícita existe también en los medios la violencia simbólica, normalmente latente en las relaciones interpersonales, en los estilos de vida y en los valores representados en muchos espacios televisivos pretendidamente no violentos.

Los efectos de la violencia televisiva

El estudio de la literatura científica dedicada a analizar el fenómeno de la violencia televisiva pone de relieve hasta qué punto los modelos de interpretación y evaluación de la influencia de la televisión en los espectadores se han visto condicionados por las diferentes escuelas teóricas sobre la comunicación en las que dichos modelos se inscriben. Se trata de condicionamientos que afectan fundamentalmente a la interpretación sobre el modo, la función y el sentido de esa influencia:

 Por lo que se refiere al modo, el análisis de los efectos ha pasado de una etapa inicial en la que se sobrevaloraba la capacidad de la televisión para modificar conductas a una visión en la que la televisión aparece como un factor más de influencia en las actitudes, valores y actuaciones del espectador, junto con otros como la organización social, el marco antropológico y psicosocial preexistente en los receptores o la experiencia directa.

Paradójicamente, las investigaciones empíricas empeñadas en evidenciar de forma mecánica la influencia de los contenidos televisivos en la conducta de los espectadores han acabado por situar bajo mínimos las expectativas sobre los efectos de los medios, a causa de sus decepcionantes resultados. Sin embargo, las visiones relativizadoras que buscan tener en cuenta, al menos teóricamente, la multitud de elementos que pueden determinar la influencia de los medios y de la violencia mostrada por la televisión han permitido descubrir relaciones causales subyacentes y a largo plazo que vuelven a convertir en convincente esa influencia.

La visión relativizadora (o no determinista) de la influencia de los medios mantiene fundamentalmente que no hay respuestas unívocas a un mismo estímulo, que no todos los espectadores reaccionan igual ante un mensaje violento y que, en todo caso, la violencia televisiva parece influir especialmente en aquellas personalidades que por cuestiones sociales, familiares y personales están más predispuestas al desarrollo de comportamientos violentos.

 Por lo que se refiere a la función de esa influencia, las posiciones se sitúan en un continuo que va desde la defensa de un papel catártico de la violencia difundida por la televisión, que permitiría vehicular vicariamente los impulsos violentos y contribuiría así al equilibrio social hasta las visiones más apocalípticas sobre la violencia televisiva como causa del aumento de comportamientos agresivos entre los espectadores y como factor desencadenante de la violencia social . Pasando por la afirmación según la cual la sobrerrepresentación de la violencia en televisión constituye un mensaje simbólico reforzador de la confianza en la ley, el orden y el status quo.

De nuevo, la relativización lleva a pensar que cada espectador percibe el propio concepto de la violencia de forma distinta ¿qué es en sí más violento, un informativo de televisión, un encuentro deportivo, una película de Mad Max o un dibujo animado japonés? ¿Qué tipo de retórica violenta puede influir más negativamente en el espectador, la verosímil (con mostración brutal de sangre y lesiones) o la humorística, paródica y desdramatizada?

 Finalmente, por lo que se refiere al sentido de la influencia, buena parte de la reflexión teórica parece ser todavía cautiva de la circularidad que supone discutir sobre si, por centrarnos en el caso que nos ocupa, los jóvenes son más violentos porque ven violencia en televisión o ven violencia en televisión porque tienen tendencias violentas.

Sin entrar en una discusión sobre el carácter innato o aprendido de la violencia (discusión que, planteada en esos términos, carece de sentido), parece evidente que los mensajes difundidos por los medios de comunicación influyen en los conocimientos, valores, sentimientos, actitudes y conductas de sus receptores. Pero esta influencia ni se produce siempre, ni se produce siempre en todos esos planos, ni se produce siempre con la misma intensidad.

En línea con lo ya señalado al hablar del análisis de la presencia de la violencia en los contenidos televisivos, los estudios que analizan también los efectos de la violencia televisiva y no sólo su contenido coinciden en una serie de aspectos básicos mayoritariamente aceptados:

 La desensibilización ante el sufrimiento de los otros. Este fenómeno, derivado fundamentalmente de la banalización de la violencia, significa que la retórica de la violencia televisiva nos distancia de las víctimas, las cosifica e impide la empatización con ellas. Y ello es especialmente grave en la medida en la que la violencia se hace atractiva no sólo desde el sadismo, sino también desde la ignorancia del otro.

 La distorsión perceptiva sobre el papel de la violencia en el mundo real, mayor cuanto mayor es el grado de consumo televisivo. Distorsión que genera la sensación de vivir en un mundo más sórdido y peligroso de lo que la realidad indica, especialmente cuando el espectador pertenece o se identifica con grupos "simbólicamente victimizados" en el relato televisivo. Esta distorsión puede generar tanto comportamientos inhibidores como manifestaciones agresivas en la línea de lo que Manuel Martín Serrano y Olivia Velarde denominan "legitimación de la autodefensa".

 La posibilidad de fomentar comportamientos agresivos hacia los otros, especialmente a través de mecanismos de proyección e identificación proyectiva. En este planteamiento subyace la idea de la violencia como conducta que se aprende de forma directa o vicaria.

A estas conclusiones podrían añadirse otros efectos derivados de la exposición al medio en sí, independientemente de sus contenidos. Así, la pasividad, el aislamiento y el talante rutinario generalizado del espectador televisivo potenciarían la influencia del medio frente a otras formas de exposición más planificadas y motivadas.

Como contrapartida a la violencia transmitida por los medios de comunicación, podemos rescatar un aspecto positivo que se está llevando a cabo en los mismos y se relaciona con los proyectos de solidaridad que están ocupando un lugar significativo.

(Ver ANEXO 4)

La importancia del punto de vista

El tratamiento que debe darse a la violencia televisiva no pasa por la pretensión tan inútil como indeseable de su desaparición de la pantalla (como no pasa tampoco por su asunción más o menos resignada), sino por plantearse un tratamiento continuado, sistemático, beligerante contra la violencia que ponga de relieve los efectos perversos que para la convivencia social de derivan de ella. Que afirme claramente que con el ejercicio de la violencia todo el mundo pierde; incluso aquellos que teóricamente ganan.

Ello significa, por ejemplo, reflexionar hasta qué punto debemos seguir potenciando el uso de la violencia como divertimento, como patrón de comportamiento inevitable y exitoso, como elemento positivo de carácter identitario y socializador. Y no porque la violencia no sea divertida, sino precisamente porque lo es.

Significa también reflexionar sobre el hecho de que en muchos productos televisivos y cinematográficos los buenos se caracterizan por ejercer la violencia en mayor medida y de forma más eficaz que los malos. O, en el mismo sentido, sobre la estrategia de mantenimiento de los contenidos violentos en pantalla aggiornados por mor de lo políticamente correcto: los enemigos a destruir (a destrozar) no son ya los comunistas, ni siquiera los terroristas islámicos: lo son los contaminadores, los xenófobos, los destructores de especies en peligro de extinción, los machistas.

La violencia en los filmes de Segal o de Stallone, la violencia televisiva de los Powers Rangers – justificada, eso sí, por una "buena causa"- continua siendo, como la guerra para Marinetti, la sola igiene del mondo. y continúa ofreciendo a los espectadores la idea más o menos manifiesta de que los fines justifican los medios, cuando en realidad son los medios los que condicionan los fines.

El gusto por la violencia

Existe, ya lo hemos dicho, un innegable interés de los espectadores por la violencia, y nada se consigue negándolo. Podemos hablar de la existencia de un estado de "excitación no resuelta" para explicar la satisfacción que produce la visión de la violencia representada. Podemos hablar de la búsqueda de gratificaciones autoafirmativas. Podemos hablar de la importancia de la violencia y de la agresividad en la conformación de las personalidades gregarias, en la relación de pertenencia al grupo y también en la conformación de personalidades narcisistas. Podemos hablar, desde un punto de vista más psicoanalítico, del placer que el espectador extrae de la visión de la violencia televisiva como una exortización del temor interno o, como diría Freud, del placer de la repetición de experiencias angustiosas en situaciones controladas ("masoquismo defensivo").

Este tipo de material hermenéutico nos ayuda a plantear el problema de la violencia televisiva desde aquél que recibe el mensaje, desde sus estructuras de recepción, desde (Michel de Certou dixit) la producción en el consumo. Y desde esta posición, el problema de la violencia estaría más en su significación receptiva que en la su realidad mostrativa.

Es decir, para poner un ejemplo que haga más patente nuestra afirmación: la diferencia entre la violencia verdadera de las llamadas snuff movies (en las que las violaciones, las mutilaciones y los asesinatos ocurren realmente ante los ojos del espectador) y la violencia verosímil de las películas "normales" (en las cuales ocurre lo mismo, pero en la ficción) es ciertamente fundamental desde el punto de vista legal, y, lógicamente vital des del punto de vista de los protagonistas, pero quizás no lo sea tanto desde el punto de vista del espectador que disfruta con el espectáculo del sufrimiento de los otros.

Más allá de la abominación generalizada que despiertan, las snuff movies pueden entenderse como la consecuencia lógica (sub specie marquetiniana) de "enriquecer" un producto de buena salida en el mercado (la violencia audiovisual) con un valor añadido, en este caso "la verdad". El mismo valor que aportan los infoshows y los docu-soaps en relación a las telenovelas o los filmes pornográficos en relación a los eróticos.

Y quedaría aún por mencionar un último aspecto de confluencia entre los significantes comunicativos de la violencia y los significados psicológicos de la agresividad: el papel del terror como elemento de socialización y de control social. A ello nos referiremos en un próximo apartado.

Los menores y los jóvenes ante la violencia televisiva

¿Son los medios de comunicación, y especialmente las películas y series televisivas, un elemento fundamental para comprender la violencia de los jóvenes?. ¿Es la violencia mostrada por la televisión un reflejo necesario e inevitable de la violencia del mundo u ofrece, por el contrario, una visión distorsionada de la realidad que obedece a criterios de atracción de la audiencia? ¿Cumple la violencia televisiva una función valvular, (y por tanto funcional) o, por el contrario, potencia la agresividad tanto en las relaciones interpersonales y sociales como en el propio ámbito psicológico individual?

Estas podrían ser, groso modo, las principales preocupaciones de la opinión pública en torno al problema de la violencia televisiva, que tienen su correspondencia en la creciente preocupación por la intensificación de la violencia juvenil no sólo en sus aspectos cuantitativos sino también cualitativos: grupalidad y vandalismo indiscriminado; inseguridad y destrozos en los centros educativos; aumento de las lesiones en robos; enfrentamiento con las figuras que representan la "ley y el orden", etc.

No es, por supuesto, nueva, ni privativa de este siglo, la reflexión sobre la influencia negativa que los relatos de diversa especie pueden tener en las actitudes, valores y conductas de las personas, individual o socialmente consideradas. De hecho, con un talante amplio y más o menos metafórico, pueden traerse aquí a colación las advertencias de Cervantes en El Quijote sobre los libros de caballerías, las acusaciones recibidas por Goethe de propiciar el suicidio de los jóvenes con su Werther o las llamadas de atención, tan comunes en el mundo anglosajón del siglo XIX, sobre la nefasta influencia de la prensa sensacionalista en las clases populares.

Pero, obviamente, el notable salto cualitativo que supone la televisión en términos de influencia psicosocial no ha hecho sino intensificar esta reflexión, a la que intentan responder desde hace varias décadas, con mayor o menor fortuna, un importante volumen de investigaciones sobre los contenidos y los efectos de la violencia televisiva.

La lectura de esas investigaciones pone de relieve la existencia de un consenso generalizado a la hora de afirmar 1)Que la televisión es demasiado violenta, derivándose de ello consecuencias negativas para la convivencia. 2) Que los aspectos negativos de la influencia de la televisión afectan de modo muy especial a la audiencia infantil y juvenil.

En el caso de los jóvenes, su consumo televisivo es más intenso que extenso. Al desarrollar su ocio preferentemente fuera de casa, son menos cautivos de la oferta audiovisual doméstica, que por otra parte cuenta con poca programación específicamente dirigida a su segmento de edad. No obstante, desde el punto de vista cuantitativo, ese consumo es cada vez más su actividad prioritaria dentro del hogar, y desde el punto de vista cualitativo desarrollan un comportamiento ante la pantalla tan selectivo como fiel, con un gusto muy pronunciado por los programas de ficción.

Violencia y control social

Un día cualquiera del mes de noviembre de 1997, cuatro niñas uruguayas intentaron envenenar a su profesora utilizando dulces adulterados con barbitúricos y psicofármacos diversos. Como la profesora no probó el producto en cuestión las niñas optaron por la alternativa de ofrecerlos a las primeras de su clase, las cuales hubieron de ser hospitalizadas. Los expertos que analizaban el caso encontraron enseguida una relación entre este comportamiento y una serie Argentina, Chiquititas y Cebollitas, que en aquellos momentos es difundía por la televisión del Uruguay.

Este ejemplo ilustra una interpretación recurrente que relaciona directamente los contenidos del cine, de la televisión o de los videojuegos con las conductas agresivas de niños y jóvenes. Tal ocurre con los asesinatos escolares en EEUU, con el infanticidio de Liverpool (asociado a la visión film Murderous Doll por parte de los niños autores) o con los menores saltan desde la terraza de su casa después de ver hacerlo a Superman.

Los actos violentos, sobre todo si son cometidos por niños y/o contra niños, provocan de forma cíclica tanto el escándalo social sobre el camino que sigue nuestra civilización como la reflexión sobre la responsabilidad y los límites de los medios de comunicación.

Las leyes, los movimientos sociales, un gran número de investigaciones de ámbito internacional proponen diferentes medidas orientadas a ahorrar a los menores la visión de la violencia, a extirparla -en las propuestas más radicales- de su idealizado mundo infantil. Pero la incómoda pregunta del inicio de este Documento sobre la paradoja entre el rechazo a la violencia y el gusto por la misma permite plantear una cuestión previa: ¿Porqué los adultos someten a los menores casi desde su nacimiento a todo tipo de mensajes violentos a través de los cuentos, de los dibujos animados, de los juegos, de las películas?

Descartada, ante lo evidente de su recurrencia, la posibilidad del azar, una explicación no exenta de razón remite al carácter violento de los menores en contraposición a la imagen edulcorada que los adultos nos empeñamos en mantener de la infancia. En nuestra cultura actual hemos construido una imagen del niño asociada unidimensionalmente a la autenticidad, la naturaleza, la intuición, la ternura, la bondad, la ingenuidad. Pero el mundo psíquico infantil, menos reprimido que el de los adultos, es también más agresivo, y cuando la crueldad o el sadismo, a los cuales cerramos la puerta en esa construcción del niño mítico, se cuelan por la ventana, y los menores matan, atormentan o agreden, nos sentimos horrizados porque no consideramos esos actos desde la visión del niño, sino desde nuestra proyección.

Parece incuestionable, en este sentido, el gusto de los menores por la violencia; pero más incuestionable aún es el hecho de que ese gusto por la violencia depende en buena medida de una relación dialéctica entre el ambiente y el mundo genético. Y eso quiere decir que la presencia de los contenidos agresivos en los productos culturales dirigidos a niños y jóvenes, igual que no se debía al azar, tampoco parece deberse a la necesidad, sino más bien al orden. Es decir, al proceso de socialización y enculturización. Lowenstein, hablando del "masoquismo defensivo", señalaba la importancia que en la constitución de tales tendencias masoquistas tiene la experiencia infantil, muy común, de haber participado en juegos con adultos en los que éstos se dedican a asustar a los niños.

Si pensamos en la vida cotidiana, es muy común ese hábito (generalmente no consciente) en los adultos de asustar a los niños, reproduciendo así de forma circular una cadena de raíces muy profundas: la violencia, la violencia en la televisión, la violencia en la televisión dirigida a los menores contribuiría así a la "necesidad gerontocrática" que los adultos tienen de dominar a las generaciones siguientes por medio del terror.

La utilización del terror forma así parte de una cadena cada vez más sofisticada de simbolizaciones de lo que en las civilizaciones primigenias va a ser la matanza de los hijos y el filicidio ritual, sirviendo de exempla vitanda de los castigos que esperan a los menores y a los jóvenes si transgreden la norma, si se atreven a matar al padre aunque sea simbólicamente a través del mecanismo de la sustitución. Evidencia la envidia (tanto oral como genital) y el miedo de los mayores ante las generaciones emergentes, y tiene como trasunto el miedo de los menores al infanticidio.

Todo lo cual llevaría a plantearnos hasta qué punto ese gusto de los menores por la violencia, por los programas de adultos, por los crímenes, no sería tanto un "gusto natural" que explica el despliegue de la violencia televisiva, sino una consecuencia del ya mencionado proceso de socialización.

En el caso de los jóvenes, la violencia deviene en elemento fundamental de la construcción de la identidad adolescente en nuestra sociedad. En este sentido, el alto grado de agresividad presente en los relatos dirigidos a los jóvenes busca adecuarse sin duda, en términos de mercado, a lo que se consideran los rasgos evolutivos discriminantes de la adolescencia desde el punto de vista psicológico: falsa conciencia de invulnerabilidad, necesidad de experimentación y reconocimiento de los propios límites, búsqueda de gratificaciones autoafirmativas, etc. Siendo también por ello una herramienta sistemáticamente utilizada en favor del mantenimiento del orden social.

Lo malo de la violencia televisiva no está sólo en lo que muestra, sino sobre todo en lo que no muestra o impide mostrar en la pantalla; en su carácter paradigmático como modelo relacional que excluye otras alternativas. La violencia no sólo se presenta en los relatos televisivos como un elemento eficaz para la resolución de conflictos frente al derecho o la política. También prima las actuaciones individuales sobre las colectivas o grupales; prima la competitividad frente a la colaboración en las relaciones interpersonales, infravalora el poder de la solidaridad para oponerse al mal.

Frente a ello, sería necesario plantearse una clara distinción entre la violencia y los elementos retóricos de su representación en los medios de comunicación, con el fin de averiguar qué posibilidades hay de construir la violencia televisiva diferenciando los contenidos propiamente violentos de los ingredientes narrativos, expresivos y formales que constituyen su puesta en escena y que pasan por ser enormemente seductores para niños y jóvenes. Y ello con el fin de poder construir relatos televisivos atractivos a través de los cuales vehicular mensajes positivos que introduzcan la no violencia, la solidaridad, la responsabilidad social, etc., en su marco de valores.

Un planteamiento interesado en paliar los efectos negativos de la violencia televisiva debe plantearse la conveniencia de su contextualización. Profundizando en el desarrollo de modelos mediáticos de representación e interpretación de la violencia que aprovechen el acervo de conocimientos ya existentes en las ciencias sociales para dirigir a los jóvenes mensajes que contengan no sólo información o entretenimiento, sino que propicien también la adquisición y aprendizaje de habilidades específicas y soluciones prácticas para resolver conflictos. Sin recurrir a la violencia, pero manteniendo su identidad como jóvenes y su autoestima.

Y a todo lo anterior habría que añadir la necesidad de formulación de un mensaje ético contra la violencia que, digámoslo de nuevo, no niegue su existencia ni su indudable eficacia performativa, sino que se preocupe en resaltar la ineficacia sustancial de la agresividad para con los otros en el modelo de sociedad en el que merece la pena vivir.

Violencia y Publicidad

Puede afirmarse que la publicidad y la ficción (en mayor medida que la información y la opinión) son los géneros comunicativos con más influencia entre los ciudadanos; influencia que, en el caso de la publicidad, no se limita únicamente a condicionar las decisiones de consumo, sino que también influye en la creación de estereotipos y en la conformación de actitudes, valores y conductas de carácter psicosocial.

Sin embargo, la mayoría de nuestras reflexiones sobre la representación de la violencia en los medios se centran en los contenidos de ficción, en la información e incluso en los espacios educativos, dejando a un lado normalmente los mensajes publicitarios.

¿Por qué ocurre esto? En primer lugar, por el entendido generalizado de que la publicidad nos propone un mundo cuyos valores son fundamental y diametralmente opuestos a los de la violencia. Como señalan Divina Frau-Meigs y Sophie Jehel, "el contenido de los spots publicitarios funciona casi a la inversa que los contenidos de los programas violentos: reposa sobre la risa, el humor, la paz de un mundo optimista en el que la violencia no existe (…) el amor eterno, la felicidad en la familia y la belleza de un mundo de lujo y voluptuosidad. Es como si los valores positivos de la sociedad estuvieran refugiados en los spots".

Esta visión de una publicidad asociada al placer, al confort, a la joie de vivre, por lo que respecta a sus contenidos y a su retórica, se vería además reforzada por sus especiales características de distribución y consumo: la repetición y la redundancia como elementos que potencian la eficacia del mensaje, pero que también crean un espacio propio, familiar, conocido, de certidumbre y eliminación del desasosiego.

Las cosas, sin embargo, son algo más complicadas. Por un lado, hay quien considera que la relación entre violencia y publicidad es inevitable, ya que el argumentario de los anuncios apela siempre a valores como el éxito, la competitividad, la dominación, la imposición de la voluntad propia por delante de la de los demás, etc. Valores que, como tales, mantienen una relación con la violencia más estrecha de lo que podría pensarse.

Por otro, y como afirmaba Pascale Weil, los pecados capitales de la tradición judeocristiana son, en sustancia, la argumentación publicitaria por antonomasia. Así, si el valor añadido de los productos anunciados puede ser la avaricia, la lujuria, la envidia o la pereza, también puede serlo la ira; es decir, la agresividad y la violencia.

Publicidad e infancia

Lo cierto es que la reflexión específica sobre la violencia y la publicidad se circunscribe normalmente a los anuncios dirigidos a la juventud y, sobre todo, a la infancia. En dichos anuncios, la violencia se muestra de forma más explícita, tosca y abundante que en el resto de la publicidad televisiva, tal y como pasa también en la programación juvenil e infantil en contraste con el resto de espacios.

Los estudios del Consell de l’Audiovisual de Catalunya, en línea con las investigaciones realizadas en Francia, EE UU o Canadá, indican que esa presencia de elementos de violencia fáctica o verbal se da especialmente en la publicidad de juegos para niños (violencia de género, por tanto): guerreros, vehículos, CD-ROMS, compacts, etc. Sería necesario reflexionar también sobre la inducción a comportamientos miméticos peligrosos que en ocasiones está presente en este tipo de anuncios, así como sobre la dificultad de los niños y niñas de menor edad a la hora de diferenciar entre spots y programas (las propias estrategias de marketing lo hacen muchas veces muy complicado) o para comprender el papel de la publicidad en la industria audiovisual.

La idea de que la violencia mostrada en la publicidad afecta gravemente sobre todo a los menores se ha convertido en un lugar común mayoritariamente aceptado, que explica la existencia en muchos países de una legislación limitadora de la mostración de esta violencia en pantalla. En el caso de España, las Normas de Admisión de Publicidad de TVE de 1984 no admitían anuncios que incitaran a la violencia y, en relación a la publicidad infantil, prohibían los anuncios que exaltaran el belicismo o la violencia, que reprodujeran armas o instrumentos peligrosos para los niños o que escenificaran de manera activa ambientes bélicos concretos.

Tras la anulación de dichas Normas por Sentencia del Tribunal Supremo, a raíz del recurso presentado por la Asociación Española de Anunciantes, se aprueban sendas Normas en 1987 y 1990 que mantienen las mencionadas prohibiciones. Sin embargo, con la Ley 25/94 de transposición de la Directiva de la Televisión Sin Fronteras, y a pesar de lo recogido en su anteproyecto, se produce una merma de los niveles de protección existentes hasta ese momento: la citada Ley se limita a indicar que no se podrá, sin motivo justificado, presentar a los menores en situaciones peligrosas, sin hacer ninguna referencia a los juguetes bélicos. Esta posición se mantiene en la nueva Ley 22/99 que modifica la Ley 25/94

La violencia como valor añadido

Pero más allá de la publicidad infantil y juvenil, un análisis sistemático del contenido de los anuncios difundidos por los diferentes medios de comunicación pone de relieve la existencia de un buen número de mensajes violentos. Mensajes más o menos explícitos, que pueden verse infravalorados en una mera visión superficial, pero que están muy presentes y que reflejan una tendencia preocupantemente progresiva a introducir la violencia en el discurso publicitario como valor añadido para captar el interés de la audiencia.

Estas serían sus principales características:

1. La violencia identitaria, asociada generalmente a la construcción del estereotipo masculino en la publicidad. Se trata de la forma más tradicional de violencia publicitaria, y durante años ha dominado en una gran variedad de anuncios, desde el alcohol a los automóviles, pasando, por supuesto, por los perfumes. Ejemplo paradigmático es el de la campaña inicial del perfume Egoïste, en que el protagonista se pega literalmente con su sombra para conseguir tan preciado producto.

2. La violencia intimidatoria, utilizada sobre todo en campañas institucionales destinadas a conseguir, no que se haga algo (adquirir bienes y servicios), sino que no se haga algo (agresión a las mujeres, drogadicción, SIDA, tráfico). En estas últimas semanas hemos asistido precisamente a todo un despliegue mediático sobre el endurecimiento de las campañas de la Dirección General de Tráfico; en él se han puesto de manifiesto todos los lugares comunes sobre la influencia del miedo publicitario, sin tener en cuenta los resultados de muchas investigaciones que señalan que ante este tipo de campañas la angustia bloquea cognitivamente al espectador y provoca en ocasiones un efecto contrario al que se pretendía.

3. La violencia humorística. A través del humor, uno de los rasgos más identificadores de la publicidad de este final de siglo, se recurre cada vez más en los anuncios a la agresividad. Bofetadas como la propinada por una joven a su novio en un anuncio de automóviles; tartazos en el caso de la publicidad de un operador telefónico, o los anuncios claramente gore y sadomaso de cierto reresco ejemplifican muy claramente esta tendencia. Se trata de una agresividad paródica, desdramatizada, que tiene como consecuencia la banalización de la violencia, la propuesta al receptor de una falsa conciencia de invulnerabilidad, la falta de empatía con el dolor del prójimo (cada vez más el otro y menos nuestro otro).

A la hora de valorar la presencia de la violencia en los contenidos publicitarios, la pretensión de AUC no se orienta al objetivo tan inútil como indeseable de erradicar la violencia de los medios de comunicación. Pero sí a introducir una cierta visión ética con respecto a la misma; una visión que ponga de relieve sus efectos perversos para la convivencia y el hecho de que con el ejercicio de la violencia todo el mundo pierde. Incluso los que teóricamente "ganan".

CONCLUSIÓN

Aunque la televisión como los demás medios, ha sido creada como herramienta de comunicación y recreación, los mensajes que ésta transmite influye indirectamente en el comportamiento del público televisivo, estos mensajes son emitidos por unos pocos emisores (generalmente del exterior del país),con una cultura diferente y con intenciones puramente económicas. Es así que las situaciones violentas (tanto reales como ficticias) mostradas en televisión proporcionan un incentivo en la psiquis del televidente, haciendo que éste actué, muchas veces, de manera más violenta, siendo más vulnerables a estos comportamientos los niños y adolescentes.

Por todo esto es necesario crear una especie de conciencia frente a esta realidad y acompañar y aconsejar (por no decir regular) el tiempo y la calidad de la programación de la televisión que miran los chicos y los adolescentes.

ANEXOS

ANEXO 1

Domingo 2 de Enero de 2000

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GLOBALIZACIÓN / Economías dependientes

 ¿Qué aprendimos?

Por Robert Rubin Especial para The Economist y La Nación

WASHINGTON.- EXISTEN dos nociones ampliamente aceptadas respecto de las cuestiones económicas en los años que vendrán. En primer término, que están en marcha nuevas y poderosas fuerzas -particularmente la globalización y la tecnología de la era de la información- que están generando un gran cambio a ritmo acelerado y que todo eso representa un nuevo modelo. Y en segundo término, que los mercados financieros y las economías de mercado reemplazaron a la economía dirigista y relegaron al gobierno a un plano de participación relativamente menor en los asuntos económicos. Después de pasar veintiséis años en Wall Street y seis años y medio en el gobierno, creo que cada una de esas afirmaciones es sumamente acertada, por un lado, y sumamente desacertada, por el otro. Los obstáculos que impedían los flujos de capital y de intercambio comercial disminuyeron notablemente y el avance de la tecnología es raudo. El resultado parece ser un significativo incremento de la productividad, particularmente en los Estados Unidos, en tanto que algunas de las conquistas que muchos aseguran que se han alcanzado bien podrían ser excesivas. Esto es alentador para las economías de todas las naciones que están abiertas al cambio y al comercio, y que cuentan con adecuadas políticas en diversas áreas, que van desde la disciplina fiscal hasta la educación. Sin embargo, son cada vez más los comentaristas que extrapolan de todo esto la idea de un nuevo modelo que, según se cree, llevará hacia conclusiones sin precedente con respecto a los ciclos económicos, las evaluaciones del mercado y demás. Comparto la opinión de que el cambio económico está produciendo grandes beneficios. Las condiciones económicas y los mercados están fundados en la psiquis humana. La confianza afecta profundamente los mercados y las economías. Los legisladores deben seguir trabajando intensamente en el proyecto de largo plazo de reformar la estructura de los mercados financieros globales. Los responsables de las decisiones en el sector privado deben hacer lo que el sector privado nunca hace durante períodos de prosperidad: identificar y analizar los riesgos adecuadamente en la toma de decisiones. Tengo la impresión de que el largo período de prosperidad en las naciones industrializadas, y la rápida recuperación lograda cuando los mercados tambalearon, en 1997 y 1998, atenuaron la preocupación por el riesgo. Otro aspecto importante del gran cambio que está en marcha es el desplazamiento hacia la economía de mercado con el consabido alejamiento de la economía dirigista. Eso hizo que muchos comentaristas afirmaran que los mercados financieros, los mercados de intercambio comercial y la economía basada en el mercado se han vuelto a tal punto más poderosos que los gobiernos que la legislación importa relativamente poco. No hay duda, a mi juicio, de que los esfuerzos del gobierno para fijar los precios del mercado en contraste con las fuerzas de ese sector no podrán prevalecer en ningún período determinado, y no hay duda de que los mercados financieros globales se han convertido en una poderosa fuerza correctora tanto con respecto a la disciplina fiscal como a la política monetaria y otras. Por otro lado, ésa es sólo una parte de la historia. El gobierno aún tiene una función decisiva e importante que cumplir: es diferente pero no menos significativa que las funciones de antaño, relacionadas con la planificación central y la propiedad estatal. Necesitamos gobiernos El gobierno debe ejercer las funciones que los mercados, por su propia naturaleza, no pueden ni habrán de realizar con óptima eficiencia, y esas áreas proporcionan los puntales y la estructura para la economía de mercado. Los economistas captan esa idea resumiéndola en conceptos tales como "factores ajenos o externos" e "incapacidad o inoperancia del mercado". Algunos ejemplos son la educación pública, la protección del medio ambiente, la defensa nacional y las redes de seguridad social. Claro que el gobierno también puede administrar mal, ya fuere por imponer regulaciones excesivas o inadecuadas políticas fiscales o monetarias, y eso puede ser sumamente perjudicial. Un debate de decisiva importancia en los próximos años tratará de establecer dónde debería ser trazada la línea entre lo que deben hacer los mercados y lo que debe hacer el gobierno. Y ese debate deberá establecer no sólo cuáles son las funciones en las que el gobierno debería estar implicado sino, cuando éste lo esté, en qué medida debería ejercer una determinada función por su cuenta y en qué medida, suministrar incentivos o entregar subsidios para que el sector privado se encargue de esa función. Los subsidios para la educación, las cárceles privadas, las negociaciones de la regulación en materia de contaminación ambiental, son buenos ejemplos de los campos de batalla en los que se centrará el debate en los Estados Unidos. De manera que las cosas, cuanto más cambian, tanto más siguen como están, en el sentido de que, en el análisis final, los mercados tienen relación con los seres humanos y la naturaleza humana. Debemos actuar para tener un cabal sentido del beneficioso potencial que hay en esos poderosos cambios, pero también debemos evitar la complacencia y, tanto en el sector público como en el privado, considerar de manera realista los riesgos y actuar consecuentemente. También debemos permitir que las fuerzas del mercado operen allí donde puedan promover al máximo nuestro bienestar, pero también debemos respaldar al gobierno en el ejercicio de su decisiva e importante función. El futuro de la economía global es más que prometedor, pero para que esa perspectiva promisoria se vuelva realidad tanto el sector público como el privado deben actuar sensatamente en muchos frentes, que están a veces en conflicto con las ideas convencionales y ampliamente aceptadas del momento. (Traducción de Luis Hugo Pressenda) El autor fue secretario del Tesoro de los EE. UU.

ANEXO 2

DEBATEMedios y violencia social Roxana Morduchowicz. Directora del Programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación. Los hechos de Carmen de Patagones despertaron una vez más el debate sobre las causas de la violencia juvenil. El cine y la televisión aparecieron nuevamente como uno de los responsables de las conductas violentas de los jóvenes. "Demasiadas series excesivamente agresivas" o "El horario de protección al menor no se respeta" suelen ser los argumentos que aparecen cuando la sociedad necesita explicar las actitudes agresivas de los chicos. Se mencionó en este caso la película "Bowling for Columbine" que los alumnos habían visto días atrás. Sin desresponsabilizar a los medios de comunicación por sus contenidos, es necesario decir que las conclusiones no pueden ser lineales. Los discursos condenatorios hacia los medios como principales responsables de la violencia están siendo cuestionados en todo el mundo. En primer lugar, porque la condena a la televisión por la violencia de sus programas ignora a la sociedad en la que estas emisiones circulan. En segundo lugar, porque decir que los chicos que ven programas violentos son violentos es pensar en un receptor pasivo que absorbe lo que ve, lee y escucha tal cual fue emitido. La violencia social, real, local e internacional que reflejan los noticieros generan en los chicos mucha más angustia que la que pueda transmitir una serie televisiva. Esto es porque cuando el receptor mira una serie sabe que se trata de una ficción, pero cuando se enfrenta a un noticiero o cuando lee un diario, sabe que se trata de imágenes reales. ¿Habría que prohibir a los chicos mirar noticieros o leer diarios y revistas? La solución no es la prohibición. Los chicos de Carmen de Patagones vieron "Bowling for Columbine" en la escuela. Este hecho debería ser objeto de elogio. Nada mejor para los chicos que mirar la televisión, el cine o un diario en compañía de los adultos. Porque ésta es la mejor oportunidad que tienen de poner en palabras, debatir y explorar lo que sienten y, sobre todo, lo que no alcanzan a entender, con sus docentes, padres o hermanos mayores. Frente al uso solitario e individual de los medios que experimentan cada vez más los adolescentes, ver juntos es ciertamente la única respuesta. Mejor que prohibir ver es permitir pensar. Más que preguntarnos qué hacen los medios con los chicos, la pregunta es qué hacen los chicos con los medios. Aquí, el papel de la escuela es fundamental.

ANEXO 3

LOS NIÑOS Y LA VIOLENCIA EN LA TELEVISION

No. 13

(Revisado 4/99)

Los niños americanos miran televisión por un promedio de tres a cuatro horas diarias. La televisión puede ser una influencia poderosa en el desarrollo de un sistema de valores y en la formación del comportamiento. Desgraciadamente, una gran parte de la programación actual es violenta. Cientos de estudios sobre los efectos de la violencia en la televisión en los niños y los adolescentes han encontrado que los niños pueden:

  • volverse "inmunes" al horror de la violencia
  • gradualmente aceptar la violencia como un modo de resolver problemas
  • imitar la violencia que observan en la televisión
  • identificarse con ciertos caracteres, ya sean víctimas o agresores

Los niños que se exponen excesivamente a la violencia en la televisión tienden a ser más agresivos. Algunas veces, el mirar un sólo programa violento puede aumentar la agresividad. Los niños que miran espectáculos en los que la violencia es muy realista, se repite con frecuencia o no recibe castigo, son los que más tratarán de imitar lo que ven. Los niños con problemas emocionales, de comportamiento, de aprendizaje o del control de sus impulsos puede que sean más fácilmente influenciados por la violencia en la TV. El impacto de la violencia en la televisión puede ser evidente de inmediato en el comportamiento del niño o puede surgir años más tarde y la gente joven puede verse afectada aun cuando la atmósfera familiar no muestre tendencias violentas.

Esto no indica que la violencia en la televisión sea la única fuente de agresividad o de comportamiento violento, pero es ciertamente un factor contribuyente significativo.

Los padres pueden proteger a los niños de la violencia excesiva en la televisión de la siguiente manera:

  • prestándole atención a los programas que los niños ven en la televisión y mirando algunos con ellos
  • estableciendo límites a la cantidad de tiempo que pueden estar mirando televisión; considerando quitar el televisor del cuarto del niño
  • señalándoles que, aunque el actor no se ha hecho daño ni se ha muerto, tal violencia en la vida real resulta en dolor o en muerte
  • negándose a dejar que los niños miren programas que se sabe contienen violencia y cambiando el canal o apagando la televisión cuando se presenta algo ofensivo, explicandoles qué hay de malo en el programa
  • no dando su aprobación a los episodios violentos frente a sus hijos, enfatizando la creeencia de que tal comportamiento no es la mejor manera de resolver un problema
  • contrarrestando la presión que ejercen sus amigos y compañeros de clase, comunicándose con otros padres y poniéndose de acuerdo para establecer reglas similares sobre la cantidad de tiempo y el tipo de programa que los niños pueden mirar.

Los padres deben de también tomar ciertas medidas para prevenir los efectos dañinos de la televisión en temas tales como los asuntos raciales y los estereotipos sexuales. La cantidad de tiempo que los niños miran televisión, sin importar el contenido, debe de ser moderada, ya que reduce el tiempo para que los niños lleven a cabo otras actividades de mayor beneficio, tales como leer y jugar con sus amigos, y desarrollar aficiones. Si los padres tienen dificultades serias estableciendo límites, o mucha preocupación sobre cómo su niño está reaccionando a la televisión, ellos deben de ponerse en contacto con un psiquiatra de niños y adolescentes para una consulta y ayuda.

 

ANEXO 4

ENTREVISTA A JUAN CARR"La solidaridad no da rating pero los medios pueden salvar vidas"

Por Marcela Mazzei. De la Redacción de Clarín.com

Hace casi diez años, junto a un grupo de amigos, fundó la Red Solidaria, una estructura virtual que promueve la cultura de la ayuda. Convive día a día con el dolor pero se define como un optimista que encuentra satisfacción cuando se salva una vida. Reconoce el valor de los medios de comunicación en la tarea de ayudar a los que menos tienen porque les da visibilidad, pero cree que hace falta un paso más para transformar la realidad, el compromiso.

¿Cómo llegó la Red Solidaria a los medios de comunicación? ¿Y cómo fue esta experiencia hasta el momento? Arrancamos esta propuesta de solidaridad y no conocíamos los medios de comunicación. Lo que nosotros vimos en estos diez años -que no sabíamos- es que los medios servían para comentar lo que hacía falta y, por otro lado, para que la gente colaborara. ¿Qué descubrimos nosotros, que queremos compartir? La principal característica de los marginados es su invisibilidad, no se ven en lo que uno hace diariamente. Y lo primero que descubrimos de esta herramienta que son los medios es (la posibilidad de) sacar de la oscuridad, mostrarlo dignamente y ahí venía la explosión solidaria. Lo que sabemos ahora es: la solidaridad da prestigio, no da rating. Todos saben que tenemos un país con la mitad de pobres o un mundo con la tercera parte de pobres y que algo hay que hacer. Y el que se dedica a eso y lo muestra en la comunicación tiene prestigio. Digamos, cuando las cosas se hacen definitivamente por la foto, estamos perdidos. En un mundo en el que nadie cree en nada, en la solidaridad está muy mal visto lo que tiene que ver con la utilización del prójimo, y viste que los pobres se utilizan para tantas cosas. ¿Cuáles son las amenazas más evidentes para la Red Solidaria? La cultura de la solidaridad tiene dos monstruos evidentes: la indiferencia y el resentimiento. Con la Red Solidaria estás a veces con la gente que tiene más capacidad económica y cultural de la Argentina y el mundo, y estás a veces en donde está la tragedia, en el abandono, en el barro, en el hospicio. La Red Solidaria atraviesa todo eso. Si estás mucho tiempo cerca de la alfombra colorada, del brindis permanente -que a mí me encanta el brindis- pero si estás todo el tiempo allí, es posible que te vuelvas indiferente, porque te olvidás de los más marginados. Y al revés, si francamente te instalás cerca del dolor, y todo el tiempo en el barro y en la catástrofe y nunca salís, aparece el resentimiento. Esos son los dos monstruos y lo vemos con una enorme claridad. Donde hay resentimiento estamos perdidos, no hay posibilidad de construir nada. ¿Qué perspectivas de expansión tiene la Red de ahora en adelante? Nosotros no sabíamos… primero que por los medios de comunicación y ahora por Internet podían salvarse vidas. Nosotros tenemos personas que están vivas porque fueron trasplantadas, porque tienen un medicamento, o chicos que no tienen más hambre por los medios de comunicación y entre ellos por Internet. En los próximos cinco años estamos tratando de globalizar la solidaridad. Buscamos a todos los argentinos y a todos los de habla hispana que están en el mundo para hacer algo por la comunidad. En todos los países, creo que son 197, queremos tener un amigo nuestro. Es como una ironía, ¿no? Falta el contubernio del bien: la mayoría de la gente es buena, pero los que se juntan y pareciera que operan tanto son los que delinquen.

Bibliografía

  • Arrondo, María y otros; "del mundo de la bipolaridad al mundo de la globalización"-HOMO SAPIENS Ediciones. 1997
  • Follari, Roberto; "Modernidad y Posmodernidad, una vista desde América Latina", AIQUE GRUPO EDITOR 1994
  • Marchesi Alvaro – Elena Martín ,"Calidad de la enseñanza en tiempos de cambio" psicología de la educación – Alianza editorial
  • Obiols, Guillermo A. y Di Segni Silvia; "Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria"-KAPELUZ 1993
  • Trejo Delarbre Raúl ,"Mediocracia sin mediaciones. Prensa, televisión y elecciones" ; Cal y Arena, 2001    
  • Ulrich Beck, "¿Qué es la globalización?", Editorial Paidos- Buenos Aires 1998.
  • "La enciclo";tomo II; Arrayán Editorial, 1993
  • http://html.rincondelvago.com/medios-masivos-de-comunicacion.html
  • www.terra.com/mujer/articulo/html/hof8736.htm
  • www.aacap.org/publications/apntsfam/violence.htm

Este trabajo fue realizado en el año 2004 por un grupo de futuros profesores de idioma inglés de la ciudad de Pergamino provincia de Buenos Aires para la perspectiva sociopolítica de primer año del Instituto de formación docente nro 5 de dicha ciudad.

Hernandorena M, Latini M,

Torre C, Zapata D.

Mauro Hernán Latini Collivadino

Partes: 1, 2, 3
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