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Anotaciones sobre hacedores de Literatura (página 2)

Enviado por Alberto JIMÉNEZ URE

Partes: 1, 2, 3

En Caracas, el personaje se aparta de la sólida empresa familiar y recorre las calles: se introduce en el Metro, en los suburbios y reflexiona sobre esa otra vida [de penurias, delincuencia, crímenes y querellas políticas] que no se atrevería a experimentar. Es, culturalmente, un sujeto propenso a sentir regusto por la «vida fácil»: el dinero y los placeres que se derivan de su profesión. Pero, está intranquilo: ello aun cuando es un privilegiado.

Un día, José Armando llegaba a su apartamento y tuvo un encuentro fortuito con una mujer: Magnolia. Ocupaba un departamento en el mismo edificio donde él rentó, en la planta de arriba. Su belleza lo perturbó.

Realiza viajes de negocios a la provincia, sin dejar de anhelar reencontrarse con aquella maravillosa chica. Regresa a Caracas. Sale una noche y se dirige a un bar, donde conversa con un hombre que afirma conocerlo. Bebe con él, pero, de repente, se aleja hacia otro ángulo de la barra desde donde visualiza a Magnolia. Intenta aproximársele, pero ella se le escabulle entre la gente que baila. Se desespera, sale del sitio y la busca vanamente.

Con agudas meditaciones respecto a la existencia, JIMÉNEZ EMÁN mantiene un gran suspenso sobre la dama. Se entrega a disquisiciones con carga poética y filosófica alrededor de los acaecimientos que ha experimentado.

En el relato aparece Fernando ÁLAMO, de quien confiesa que es su mejor amigo y que le expresa el desasosiego que le inspira Magnolia. Él se muestra receloso a causa de la obsesión de José Armando por la fémina. Lo persuade de ir a un prostíbulo: El Jardín, lugar donde contratan a dos mujeres y la parranda culmina en un hotel de la ciudad.

No tardará en ver, otra vez, a Magnolia: con la cual iniciará una tormentosa relación. Amorío por temporadas interrumpido a consecuencia de sus desapariciones. El desarrollo de esa relación lo vinculará con una temible mafia de narcotraficantes, en Europa. A partir de ello, se precipita la trama novelesca: donde los asesinatos, allanamientos, reyertas, pesquisas y detenciones le dan cuerpo. No procede que yo continúe desentrañando esta fascinante historia: que exige cierto rigor intelectual al lector, empero redactada con fluidez y maestría.

En algunos aspectos, José Armando BORGOS es su hacedor: el escritor pontífice, el narrador de sus vicisitudes. Es Gabriel JIMÉNEZ EMÁN, con su portentosa imaginación y sus angustias. Quien conoce al escritor lo advierte, lo ve profundamente reflejado en la invención de Ese Otro, uno de sus personajes mejor logrados en el curso de su obra literaria. Un ser emparentado con muchos que ya asomó en novelas como Una fiesta memorable y en sus libros de cuentos.

[VII]

Denzil Romero: ¿escritor polémico?

Infortunadamente fallecido cuando se hallaba en plena lucidez, madurez y producción intelectual, Denzil ROMERO (1938-1999) comenzó a publicar su obra a partir de los cuarenta años. Nació en Aragua de Barcelona (Venezuela). Durante su juventud se trasladó a Caracas, en cuya Universidad Central cursaría las carreras de Filosofía y Derecho. Por décadas, ejerció la abogacía: una disciplina que abandonaría para dedicarse a la praxis de la literatura. Su libro de cuentos «iniciático» fue Infundios («Monte Ávila Editores Latinoamericana», 1978). A ese primer volumen de narraciones le seguirían El invencionero (1982); La tragedia del generalísimo (novela, Premio «Casa de las Américas», 1983); Entrego los demonios (1986), La esposa del Dr. Thorne (1988, con la cual obtendría el Premio Internacional de novela «La Sonrisa Vertical»); Grand Tour (1988) La carujada (1990), Códice del nuevo mundo (1993), El corazón en la mano (1993) y Para seguir el vagavagar (1988). En nuestro país, fue postulado por un grupo de escritores (incluyéndome) para que recibiera el Premio Nacional de Literatura.

El parto de El invencionero

Ya con Infundios, Denzil demostraría su extraordinario don narrativo: caracterizado por la concisión argumental, dominio del lenguaje e iluminada imaginería. En 1979, el notable intelectual [poeta, artista plástico y médico] Carlos CONTRAMAESTRE me ofició la responsabilidad de leer los originales de El invencionero: compilación de relatos que [yo] aprobaría para su edición institucional en la Universidad de Los Andes. Pero, inesperadamente, «Monte Ávila Latinoamericana» ofreció editarlo y el escritor retiró sus originales de nuestra casa de estudios (8). Esa magnífica y estadal empresa terminaría convirtiéndose en su preferida para dar a conocer sus creaciones.

De El invencionero advertí la brevedad de las narraciones, el cultísimo manejo argumental por parte del autor y su recusable propósito de contar más que impactar con finales inesperados. Ya ROMERO dejaba entrever su inclinación hacia la descripción exacerbada de ciertas atmósferas, empero no al modo «hiperrealista» garmendiano: su pulsión ficcional nada a nadie debía.

La esposa del Dr. Thorne escandalizó internacionalmente

Cuando -en EspañaDenzil ROMERO obtiene el Premio «La Sonrisa Vertical», numerosos admiradores de Manuela SÁENZ (compañera de Simón BOLÍVAR) difundirían, internacionalmente, una fortísima protesta: a juicio de ellos, el novelista venezolano irrespetaba la imagen de BOLÍVAR al describir a la «Libertadora» (cual la califican algunos historiadores) como mujer diestra en las artes amatorias.

«[…] No se conformaba Manuela con el escarceo del amor sáfico. No le bastaban los toques delicados, ni el cautiverio suave, ni la regalada llaga. No, no se conformaba con el voluptuoso temblor, con los libidinosos cosquilleos y las aplicaciones de los sentidos que la tía Librada le ofrecía. Quería más. Quería un hombre (…) Un hombre, sí, que la hiciera vivir con su ominosa carne; un hombre que la calmase, que la curase, que la corrompiese; un hombre que la tendiese laxa sobre el sudor de las sábanas y la dejase, ahí, vuelta un estropicio; un hombre que esparciera debilitara, envenenara su perezosa sangre; un hombre que la hundiera en el pantano edénico y la hiciese ser de nuevo légamo primigenio; un hombre que le regalara su larga—gruesa—robusta sabiduría y que la regresase a la tierra y a sus zumos nutricios y al primer batir de las olas del océano, y que la hiciera recuperar de todo el peso y la rotundidad […]» (Ob. cit., p. 37. «Edición del Círculo de Lectores», Bogotá, Colombia, 1988).

En sus respectivos países, especialmente en Ecuador, pienso que fue errática la percepción que de la novela propagarían ciertos y oficializados «intelectuales».

En párrafos como el transcripto, por ejemplo, podemos apreciar -plenamente- la densidad narrativa romeroniana: representada en una portentosa inteligencia al configurar a un personaje y su entorno. Denzil debió admirar a la heroína de la Guerra Independentista, una mujer que le daría fortaleza emocional al más notable de los próceres latinoamericanos que la historia registra. Sin dudas, el escritor se documentó: procesó un cúmulo de informaciones y luego vertió a la trama novelesca cuanto pudo ser (aun cuando ficcionada) una indiscutible realidad:

«[…] Una de las dos tomó la iniciativa. A buen seguro, fue Manuela. Entonces se besaron en la boca. Plenas, delirantes, primero. Con suavidad, después, en una forma de unión juiciosa, la que da el perfecto amor, al decir de Corneille. Mutuamente, con toquitos leves, apenas deslizando las yemas de los dedos como si hiciéranlo sobre una superficie aterciopelada, se acariciaron las sienes, los párpados, las mejillas, los cabellos, la nuca, el lóbulo de las orejas, el cuello, los pechos, como si quisieran cerciorarse de que en verdad existían y estaban allí, una para la otra. Por largo rato aún se quedaron abrazadas, cual si ese abrazo infantil fuese el acoplamiento total […]» (Idem., pp. 117-118).

Si Manuelita SÁENZ fue o no lesbiana, si su «infinita perversión» la impulsó a ejecutar relaciones tenidas por irregulares, es una probabilidad que ninguna [¿crítico?] persona puede vehementemente rechazar o confirmar. Todo lo que sucedería en el decurso de aquellos tumultuosos días está en el firmamento de lo «conjetural».

Para seguir el vagavagar: de nuevo Francisco DE MIRANDA

A partir del éxito editorial de su novela La tragedia del generalísimo, Denzil ROMERO abandonaría -para siempre- la escritura de textos literarios basados exclusivamente en su imaginación. Se adhirió a lo que exigía [y exige] el Mercado Editorial Internacional; novelas de «corte histórico», donde la documentación es lo más relevante. Esa -a mi juicio- equivocada y pesetera presión es todavía ejercida a todos los cultores de (ficciones) narrativa en Hispanoamérica. Sin embargo, los autores que han claudicado tuvieron algunas libertades: la de, por ejemplo, tergiversar los dictados de la historia. Con Para seguir el vagavagar, ROMERO quiso enfatizar que la temática franciscomirandiana es casi inagotable:

«[…] En esas solitarias masturbaciones, generalísimo, no te dabas tregua. Tirado entre las sábanas humedecidas, seguías impertérrito imaginando y desimaginando fornicaciones interminables, con Afrodita naciendo de las aguas del mismo Botticelli con su Virgen del Magnificat, con la Santa Justina martirizada de Pablo el Veronés, y con La Venus del Urbino del prolífico Tiziano, rozagante, enrojecida, penumbrosa e iluminada de reflejos […]» (Ob. cit., p. 121).

En este libro, el autor reincide en su intencionalidad o regusto por las descripciones «eruditas» de ambientes y hábitos en los cuales –fluidamente- se desenvuelven los hacedores de novelas. El MIRANDA romeroniano se halla en Italia y experimenta (¿inmorales, acaso?) innumerables situaciones, gozos y triunfos. Es, políticamente ovacionado, vive aventuras sexuales y se asombra ante la espectacularidad artística de un territorio mítico:

[…] «A ratos, dejabas la monumentalidad de la Roma antigua, el Foro y el Coliseo, el antiquísimo Puente Sublicius en la proximidad de la Isla Tiberina o el hermosísimo claustro Cosmatesco del Vassaletto en la Basílica de San Pablo, para meterte en los tugurios y observar de cerca a la plebe ignorante, la única clase social realmente viva que en Roma existe». [Cfr., p. 135]

Al narrar, el hacedor de Para seguir el vagavagar (el lector notará la ironía explícita en el último vocablo del título) se dirige al propio Francisco DE MIRANDA. En el ficciomundo, mi amigo encaró y espetó al prócer para que recordásemos la prolijidad aventurera que lo haría trascender.

[VIII]

«Percepción del «Mundo Inmundo» de Saintus

Es rigurosamente cierto en el Mundo Inmundo (9) de Marie Josué SAINTUS: la perversidad puede ser una forma válida de existencia. Cuando la intelectual se comunicó inicialmente conmigo, lo hizo de una forma tan original que –de inmediato- le pregunté si escribía. Mi sospecha estaba fundada: ya ella tenía en prensa la mencionada compilación de sus extraordinarios y primeros textos.

Algunos son cuentos, sin duda impactantes: El tempo de la diosa oscura, La oveja negra, Jack, el oscuro y El ultraje [entre otros]. En todos, la autora narra sin freno: es explícita, corrosiva, irreverente, persuasiva y nada moralista.

En El ultraje (10), por ejemplo, es imposible que el lector no experimente cierto terror frente al violador de una púber: «[…] Esta tarde vi a una hermosa niña caminando cerca del lago (…) Cerca de mi lugar favorito (…) Tenía la cara bonita, tierna e ingenua como la Lolita de Nabokov, los senos pequeños y el culito repingón (…) Dejé salir a la bestia que hay en mi (…) Tuve que golpearla para que se calmara. Vi cómo se rendía, cansada de lucha […]»

Todavía en los claustrofalaces se discute si la «Literatura Erótica» [«Perversa», «Morbosa»] merece la atención y el respeto de los investigadores de la Academia. Aún a quienes escriben con obvio desparpajo [como Marie Josué] ciertos críticos de «Culta Cofradía Universitaria» le deparan el correspondiente enjuiciamiento por cometer, por «delinquir» mediante la redacción de cuentos o novelas que pudieran lucir similar a una alevosa falta de respeto. Tampoco da tregua a los lectores no académicos porque no tiene sentido la suspensión de la Razón Inmutable. La narrativa de SAINTUS es divina e insolente. Pero, es preciso decir que supura inteligencia. No oculta «lo oculto heideggeriano», transforma el hiperrealismo en ficción que enfada. Abofetea, escarba nuestras conciencias y desflora la «Moral» de las mofetas de la Oficialidad Literaria.

Cuando la Literatura no es odorífica ni hiede no merece ingresar al «Insepulto y de Nadie Territorio de la Ficción», donde la Razón Inmutable ejerce un dominio indiscutible. La Literatura tiene que conmover, seducir o esputar encima de la inextinguible e hipócrita «Humanidad». Las historias de Marie Josué SAINTUS no están destinadas a ser absorbidas por La Nada o el Agujero Negro que mantiene sitiado a los hacedores, sino que han irrumpido para felizmente perturbarnos. Su prosa semeja a una infalible y letal cepa infectomutante.

Sólo despojándose de prejuicios frente a sus despiadados personajes, de esa forma los lectores no aviesos evitarían ser lastimados por la escritura de SAINTUS. Pero, estoy convencido que son más peligrosos los creadores que se enmascaran para intentar mostrarnos que no tienen la psiquis torcida: esos que, contrario a Marie Josué, maquillan cobardemente la sustancia que fortalece el acto escritural.

En Mudo Inmundo Marie Josué igual inserta apotegmas interesantes, muy mordaces: «[…] Debes escribir no sólo para destruir, no sólo para conservar, para no transmitir, escribe bajo la atracción de lo real imposible, aquella parte de desastre en que zozobra, a salvo e intacta, toda realidad […]» (11). Excelente, afirmo, este iniciático libro de una joven, vanguardista y talentosa escritora residenciada en Caracas y a quien me placerá conocer personalmente.

[IX]

Febres Cordero vindicado por Gil Otaiza

Interesante la forma como el escritor Ricardo GIL OTAIZA inicia su biografía de Don Tulio Febres Cordero («Edición del Diario El Nacional», Caracas, 2008), mítico y emblemático intelectual venezolano de nacimiento decimonónico [1860]. Comienza por dejar explícito que fue «mortal», como nosotros, un hombre que experimentaría bienaventuranzas e infortunios. Que sería respetado, empero igual presa de la idéntica maledicencia que los hostiles SALIERI –de todas las épocas- esputan contra inteligencias como la que tuvo MOZART: y a ello no puede calificarse como algo diferente a envidia, esa que, aun cuando no siempre lesiva, fijó su acepción última en los deseos del mediocre por desestimar o «embasurar» el talento de quien -sin aspavientos- lo exhibe:

«[…] Si, altos y bajos tuvo la vida de Don Tulio» […] «Paradójicamente, fue un incomprendido, un ser que tuvo que luchar contra la inmediatez de su entorno y de sus contemporáneos para erigir una obra que trascendió los límites de su tiempo histórico por acción de su mera persistencia vital […]» (Ob. Cit., p. 14)

Cuando comencé a leer la biografía que Ricardo redactó sobre nuestra Intelligentia Mater en Mérida, le confidencié a mi fraterno autor que su texto tenía propiedades semejantes a la «Física Cuántica»: me transportaba, en un claustromóvil de antimateria, hacia aquellos días. Me vi, me sentí y deambulé, cabizbajo y triste, por las calles que transitó FEBRES CORDERO: fui su interlocutor fortuito, me inquietó su fragilidad corporal y lo tomé del brazo, en trance de admiración, para ayudarlo a pasar de una a otra acera hacia la Plaza del Prócer Principal.

Y, eufórico, recordé mi arribo a Mérida, durante el alba de la «Década de los Años Setenta» (ya que en paz descanse, Siglo XX). Era una ciudad fría, con una sierra feliz e ininterrumpidamente plagada de nieve, cobijada por la neblina y una sempiterna llovizna durante todo el año. En las paredes del centro de la ciudad se adhería el musgo, los enormes árboles de las plazas principales (Glorias Patrias y Bolívar) parecían gigantes de Otro Mundo, los líquenes descendían de sus ramajes y los helechos embellecían balcones y parcelas baldías. Pero, irrumpió lo que los heroicos ecologistas del Green Peace popularizaron con la expresión científica «recalentamiento global» y ya a Mérida no la estigmatiza esa, que me provocaba estupor, Sierra ad infinitum Nevada.

Asevera el biógrafo y amigo que D. Tulio saboreó las mieles del triunfo social y literario. Aun cuando Mérida era casi una aldea, no exagera Gil OTAIZA porque el éxito literario nunca ha estado realmente sujeto a la perversidad de eso que alguna vez impenitente Karl MARX calificaría como plusvalía, que siempre dictada por el entenebrado territorio del (mercado) materialismo: según el cual, valemos y somos exitosos proporcionalmente al cúmulo de próceres impresos que logramos, el poder que se nos confiera o la fama [académica, intelectual o de cualesquiera disciplina] que –de súbito- nos sobrevenga. Y, si de Literatura se trata, en la actualidad seremos triunfadores sólo por decisión de los miles o millones de lectores de esta sensación albertoisteiniana de existencia que la Multimedia y otros factores de la «Ciencia Postmoderna» han empequeñecido y de la probabilidad que nuestros libros impresos se conviertan en eso que llaman best seller (que muchos hipnotizados adquirientes ni siquiera saben qué significa en Inglés) para ocupar, sin ser leídos, los anaqueles de bibliotecas universitarias, públicas o privadas, y residencias de la presunta y siempre preterida «Clase Social Culta o Instruida».

Presumo que los rasgos historicistas que tiene la obra más conocida de FEBRES CORDERO, sus indagaciones en rededor de los mitos y leyendas del Estado Mérida y hasta las querellas por límites territoriales que lo mortificaban impulsaron a Ricardo Gil OTAIZA a decir en la biografía que «[…] su interés fue siempre impactar de manera positiva todo aquello que brotaba de su tierra como un manantial, y que podría llevarse al papel para ser eternizado […]» (Idem., p. 15).

La evidente sensibilidad social de D. Tulio, explícita en la enjundiosa investigación que nos presenta Ricardo, impulsaría a FEBRES CORDERO a preocuparse por asuntos que el propio biógrafo califica de «triviales o domésticos»: el comercio de la producción del café y cacao, el resguardo de la nombradía de las plazas y lo que hoy nada de fatuo es: el inevitable y funesto destino de los ecosistemas en el planeta.

Febres CORDERO habitaba un pequeño enclave del mundo, de aquel que fue inmenso y hoy, por lo expuesto la víspera, se ha reducido. Los avances científicos y tecnológicos han transformado al planeta en una comarca. Pero, las tribulaciones de nuestra Intelligentia Mater están vigentes. Y Ricardo Gil OTAIZA, con su admirable destreza de narrador que en alta estima guardo, infiere:

«[…] Una larga avenida, que otrora estuviera vigilada por decenas de altísimos árboles, tal vez cipreses, que parecían callados centinelas apostados a la vera del camino, conduce al panteón familiar de los Febres Cordero, que se encuentra junto al de los Parra, donde yace el también eminente escritor, nacido en Mucuchíes, Pedro María Parra […]» (Ibídem., p. 19, del entretítulo «Cinco águilas blancas y un epitafio»)

Fue una decisión acertada de Gil OTAIZA, talentoso merideño devenido en biógrafo de uno de un gran magma de la intelectualidad regional, abordar ciertos aspectos de cuanto fue la vida íntima del insigne Don Tulio FEBRES CORDERO (cuyo memorable nombre luce esa imponente obra ordenada por nuestro querido amigo, escritor y Gobernador Magnífico Jesús RONDÓN NUCETE: el principal Centro Cultural de la capital del Estado Mérida). Nombre que igual lleva la tan numerosas veces protagónica avenida donde más tarde se construyeron las facultades de Medicina e Ingeniería de la Universidad de Los Andes, y que históricamente registra los no siempre lícitos reclamos estudiantiles, desfiles carnavalescos y otros eventos.

Nuestro Pater intelectual experimentó la muerte prematura de su primogénita, Ana Josefa. El hacedor se deprimió profundamente, y se sumergió en la pena y reflexión alrededor los infaustos sucesos que la existencia puede deparar a cualquier Ser Humano, porque nadie espera o anhela que la vida lo lastime y aflija tan cruelmente:

«[…] El escritor entra en una dura fase de introspección y de análisis de su vida familiar, y al sobreponerse de la conmoción logra escribir un hermoso texto que intituló Siempre en blanco, que representa una especie de vitrina a través de la cual Don Tulio se expone, se desnuda, abre su corazón y deja que broten todos sus sentimientos que a lo largo de la vida de la hija había anidado en lo más profundo de su yo interior» [p. 79 de «La intimidad de su tragedia personal […]»]

Ricardo Gil OTAIZA da suma relevancia, en el entretítulo ¡Me amabas tanto! [p.p. 115-121], a episodios matrimoniales del escritor. Aparte de reputado ciudadano, su relación conyugal era, y no exagero, ejemplar. Lo cual no es frecuente entre quienes transitamos el camino de las Letras, en el curso de las postrimerías de la Presencia Humana durante la Era del Tedeum Expansivo de una Humanidad Agónica, en los tiempos del imperio de fenomenologías como el Feminismo, la Desinhibición Sexual, Informática, Multimedia, la Magia de lo Satelital y la Exploración Estratosférica de los parientes de la Tierra que procreó el Big Bang. Don Tulio y Teresa de FEBRES CORDERO se prodigaron un intensísimo amor. Cuando ella muere [1883], dejó impreso su doloroso testimonio de inquebrantable fidelidad: «[…] Aun te siento en mi mismo; estrechamente abrazada a mi espíritu, apurando conmigo, en la misma copa, la gran amargura de la orfandad en que quedan nuestros hijos […]» (fragmento citado por el biógrafo, p. 117)

Gil OTAIZA, quien incisiva e inteligentemente indagó sobre su vida, da trato de venerable al auténtico Magister de una Literatura de inestimable legado para los venezolanos: «[…] Los merideños se apostaron aquella noche del 3 de Junio del año 1938 en los predios de la casona paterna, que servía de hogar al escritor merideño, y en la que había nacido, ubicada en la esquina del Centenario, en la Avenida 3 Independencia con calle 19 Cerrada, a cuatro cuadras de la Plaza Bolívar (…) No hubo una personalidad, o un simple hombre de pueblo que no se sintiera impelido a darle el último adiós a Don Tulio. Contaba con 78 años de edad cuanto expiró […]» (Supra, p. 20)

[X]

Ramos de Lora: el advenimiento y periplo de un extraordinario sacerdote

Según Baltazar PORRAS CARDOZO, durante el alba del Siglo XVIII la Sociedad Española se distanciaba de la Iglesia Católica. Hubo razones: la influencia francesa, que, al parecer, fue nefasta para el fluido desenvolvimiento del clero. Leamos lo que afirma en su libro El Ciclo Vital de Fray Juan Ramos de Lora [«Ediciones del Rectorado» de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1992]:

[…] «Bajo la nueva dinastía borbónica, España sigue siendo profundamente católica y sus reyes, desde Felipe V hasta Carlos IV, fueron cristianos practicantes […] Pero la vida religiosa tradicional se vio modificada por el centralismo de influencia francesa, lo cual se expresó en una intromisión mayor en los asuntos eclesiásticos y en la firma de los concordatos de 1737» [p. 17 de la Ob. Cit.]

Es curioso, empero, a pesar de ese «distanciamiento» que alude Monseñor en su magnífico trabajo de investigación, en el curso del Siglo XVIII el Clero Español fue mayor. Acaso, ¿hubo -paradojalmente- más hombres ganados para asumir la vida monástica mientras el pragmatismoo ganaba adeptos?

Nuestro Arzobispo e intelectual nos advierte que transcurrió el Siglo de la Ilustración sin que el clero creciese al ritmo del XVII: pese a lo cual, la instrucción que recibían los novicios era más rigurosa, pero centrípeta:

[…] «El clero regular era preferentemente urbano y su procedencia fue cada vez mayor de estratos bajos de la sociedad. La formación no cambió en lo sustancial pero sufrió acomodaciones en dos sentidos: disminuyó la asistencia de clérigos a las universidades mejorando la formación estrictamente eclesiástica, y acentuando la separación entre el mundo clerical y el laico. Por otra parte, las corrientes ideológicas imponían nuevas orientaciones que no fueron igualmente asimiladas por todos» [Idem., p. 17)]

[El nacimiento de Juan Manuel Antonio RAMOS de LORA]

En los principales ámbitos [político, industrial, clerical, científico e intelectual], Europa cambiaba vertiginosamente. El 23 de Junio de 1722, nace Juan Manuel Antonio [En Villa de los Palacios y Villafranca]. Hijo de Manuel Ramos y Bárbara María de Lora, al poco tiempo es bautizado [el 28 de ese mes].

[…] «De sus primeros años no tenemos noticias -sostiene PORRAS CARDOZO-. Es probable que fuera el primogénito de su familia, pues, lleva el mismo nombre del padre, antecedido del de Juan, seguramente por haber nacido en la víspera de la fiesta del Bautista. Y como tercer nombre lleva el del santo más popular en la comarca bética, Antonio de Padua, premonitorio de su futuro vocacional» [cfr., p. 18].

Se presume que nació en cuna de familia acomodada [quizá «labradores no asalariados»], ello por cuanto sólo aprendían a leer y escribir quienes tenían ciertos recursos económicos.

[Sus primeros pasos en la Ruta que conduce a Dios]

La fecha de su ingreso al Convento de «San Antonio de Padua» [Sevilla] se desconoce. Su condición iniciática era la de «hermano de coro»: que no lego, dilucida Baltazar PORRAS CARDOZO. Un «hermano de coro» tenía derecho a recibir instrucción y órdenes sagradas. Para ser admitido se requería que el aspirante supiese leer y escribir, y alguna dote.

Está escrito que fue «religioso de coro» en la Orden Seráfica de la mañana del 19 de Febrero de 1743. Ello significa que se destacó desde sus comienzos.

De acuerdo con las «Constituciones» de la Orden, el 18 de Febrero tomó el hábito. Profesar como «religioso de coro», con hábito, significaba un simbólico «ordenamiento» en el camino del sacerdocio. Su devoción por San Juan lo impulsaría a asimilar el nombre religioso del Bautista. Era lícito en la Orden y a partir de ese instante firmaría como Juan RAMOS DE LORA.

[La formación sistemática del Fraile]

En el Convento de «San Antonio de Padua», Juan Ramos de Lora recibió nociones de Gramática, Letras, Artes, Lógica, Filosofía Natural, Filosofía Moral, Metafísica, Teología Escolástica y Escritura.

Los religiosos lograban la «Orden Sacerdotal» un año antes de terminar los estudios formales. En su caso específico, fue consagrado el 24 de Septiembre de 1746: es decir, tres años después de haber profesado como «hermano de coro», lo cual nos hace presumir que fue un alumno sobresaliente.

[Las primeras misiones]

Ulterior a su «ordenamiento», Ramos de Lora se mantuvo en Villa de los Palacios y Villafranca: donde, con fervor, continuaría sus estudios. Desde 1523, había existido la Comisaría General de Indias. Y, precisamente, la Orden Seráfica -a la cual pertenecía Fray Juan- ostentó la atribución de decidir las expediciones.

Por ello, en 1749, Ramos de Lora partiría en misión de ultramar junto con 30 sacerdotes y tres legos. Infiere Monseñor Baltazar PORRAS CARDOZO:

[…] «Solo unas pocas pinceladas, muy tenues, nos permiten imaginar siquiera la personalidad de Fray Juan Ramos de Lora. Por sus frutos lo conoceremos. Su formación inicial en el hogar y en el convento sevillano, el empuje de una obra floreciente como el colegio de Propaganda Fide de San Fernando de México, y las coyunturas que la historia le brindó harán de este franciscano humilde y sencillo, hombre que marcó amplio surco en las gestas de evangelización americana de la segunda mital del Siglo XVIII» [Ibídem., p. 21]

[Obispado de Mérida de Maracaibo: última misión]

Después de treinta y un años de intensas actividades evangelizadoras en México y California, Fray Juan Ramos de Lora viene a nuestras tierras para fortalecer la erección del Obispado de Mérida de Maracaibo [cuyos pasos iniciáticos para su establecimiento se ejecutarían entre 1765 y 1769]. El 9 de Octubre de 1780, el Rey formaliza el nombramiento de Ramos de Lora como Obispo de Mérida de Maracaibo. Pero, el 9 de Junio de 1783 recibiría la Bula para su Consagración y las Ejecutorias [entregadas por el Virrey].

En 1784, ya Fray Juan se hallaba en Maracaibo. En pocas semanas, se dedicó a la preparación de su «carta pastoral«. Un año más tarde, viajaría a Mérida con intenciones de fundar un seminario. Para la realización de sus anhelos, formuló «Constituciones» en redor a una casa de educación que funcionaría en un abandonado convento de franciscanos. Ello sucedió el 29 de Marzo de 1785. Comenzaría la historia que precede a la fundación de la Universidad de Los Andes [que se aproxima a los 250 años].

(XI)

«Leer el mundo» con Bravo

«Centenares de años antes de la Era Cuántica, ya Lao TSE lo había escrito (VI a. d. C). Luego, la Existencia ha estado plena de hechos que lo ilustran. Lo que no puede ser expresado fue aquél, ése por el filósofo aludido como TAO, lo es ahora y será: siempre, cruel y merecidamente, consumado. Lo que vindica su tesis según la cual nuestro nombre no lo es y tampoco el que identifica al Universo. A pocos les fue dado el Don de la Inteligencia para saberlo e impartir El Conocimiento sin que se les de cacería y, por ello, a veces parece fábula y en otras ocasiones discernimiento de ocultistas»

(A. J. URE)

Enriquecedora y grata experiencia tuve adentrándome al libro Leer el mundo de Víctor Bravo (Veintisieteletras, Madrid, España, 2009). Recordé a Herman HESSE, su novela intitulada El juego de abalorios (1943) y la fascinante «Arcadia» donde cohabitaban privilegiados y sedentarios individuos cuya misión era la búsqueda y fortalecimiento del genio provecto: de la macerada sabiduría. Empero, ¿por qué?.

Es indiscutible que Leer el mundo es una especie de vigoroso compendio de reflexiones e ideas personales, convites y refutaciones que fluidamente Bravo asume tras sus prolongados años de Academia y ejercicio intelectual afianzado en una envidiable percepción universal del Homo Sapiens. Ya el «himen» del libro nos advierte que, más allá del zaguán, BRAVO iluminará nuestro recorrido desde y hacia los primeros tiempos: cuando la Palabra comenzaba a ser «Investida de Autoridad» frente a la ausencia primitiva de leyes u orden en el ámbito del Conocimiento Humano:

[…] «Es la verdad de las sociedades míticas y religiosas que en la modernidad refluye en las diferentes versiones de los totalitarismos, sociedades asertivas, identitarias, cohesionadas por hilos genealógicos y por el principio incuestionable de la obediencia» […] «Cada paradigma o epítome legitimaría una forma de verdad» (Ob. Cit., p. 14)

En este albo texto de Víctor BRAVO [venezolano, Doctor en «Letras», n. en 1949] suscita estupor la lógica erudición de alguien que, dotado de formidables cualidades intelectuales, ha exitosa y fidedignamente consagrado su vida al estudio y la Academia. No son sus formulaciones petardos de una mente intuitiva. Sus juicios son deductivos, nunca mezquinos porque nada conceden a La Cábala, sino que ha libado Pócimas de La Ecclesia que finalmente exhiben el blindaje de su hermenéutica personal. Y nos dice:

[…] «Desde su aparición en la Tierra, por medio del lenguaje, el hombre produce y consume relatos» […] «El hombre que habla es, inmediatamente, el hombre que cuenta» (Idem., p. 26)

BRAVO nos guía con su prosa, nos lleva por el sendero de lo hermoso intelectual que todos los escritores y lectores miramos similar a Konstantino KAVAFIS cuando –extasiado- pronunció: […] «Contemplé tanto la belleza,/que mi visión le pertenece» (Poesías completas, «Ediciones Peralta», Madrid, 1978; p. 87). El ensayista indaga respecto a la destrucción de lo Divino, e igual su trascendencia: su secularidad, su perversión y también su ininterrumpida progresividad mediante la lucubración que lograría [cual vindicta] el parto de la Palabra:

[…] «Sacralidad y poder acompañan a la escritura. En las ciudades primero, y en la configuración de los Estados, después, la escritura ha sido siempre arma de control y de homogenización» (Ibídem., p. 66)

Cuando BRAVO medita sobre la reincidente quema de libros (práctica infame inaugurada en Alejandría) que todavía provoca perplejidad en los cultos y letrados, afirma algo que sella –definitivamente- su adhesión y defensa de la legitimidad de la trascendencia como irrecusable tesis espiritualista: […] «El poder dogmático, absoluto, levanta sobre el libro una prohibición y una hoguera» […] «El libro herético ha sido perseguido por siglos» (Cfr., p. 101). En este innovador más que «novísimo» libro, el lego y sesudo ensayista se avoca de modo múltiple al Nacimiento de la Palabra: su fecunda procreación y horizontal desarrollo hacia la lógica complejidad que le aguardaría. Los ideogramas [figuras o dibujos que registraban o contaban historias] experimentarían un cualitativo salto adelante con la irrupción de vocales y consonantes que dan cuerpo a las formulaciones fonemáticas y sintagmáticas adecuándose a la insólita propensión del cerebro humano al pensamiento abstracto. Víctor BRAVO defenestra a la lesiva ignorancia frente a la cual, impiadoso, jamás transige.

[XII]

Pendencia ricardiana contra el «Método Científico»

«Afirmo que el Método Científico es la conjunción del Empirismo, la reflexión en su derredor y la posterior e inteligible formulación destinada a la trascendencia del conocimiento cuando recién irrumpe» (A.J. URE)

No es frecuente que un escritor de nuestro tiempo experimente placer por el estudio de la Filosofía, algo que me parece insólito. En el curso del S. XX, por ejemplo, pudimos advertir el profundo respeto y adhesión hacia la disciplina mayor del conocimiento que mostraron: Albert CAMUS [1913-1960, Nobel 1957], Jean Paul SARTRE [1905-1980, Nobel 1964] y Octavio PAZ [1914-1998, Nobel 1990]. Tres muy notables: pero, hubo más hacedores, tan admirables como los citados, igual seducidos por la «Mater» de la «Inteligencia Antropomórfica». Entre ellos, con efusión, menciono a Mario VARGAS LLOSA [1936, flamante Nobel 2010]: un hombre de la «resistencia intelectual» en Ultimomundano, hostigado por la «Cofradía de Petropredadores del Siglo XXI»

En Mérida, una ciudad que ha sido la más hermosa y más anhelada para vivir por intelectuales y artistas de Venezuela, Ricardo GIL OTAIZA (1961, un vanguardista que ininterrumpidamente se ha forjado su propio mundo) no temió a la Literatura ni a la Filosofía. Tampoco a la indagación científica, advierto: y de ello ha dejado testimonio mediante su libro intitulado Breve Diccionario de Plantas medicinales (que suscitó polémica periodística).

Ahora, en el 2010, nuestro amigo publica Tiempos complejos/¿Fin del Método Científico? (Edición premiada por la «Asociación de Profesores de la Universidad de Los Andes». Mérida-Venezuela). Leámoslo: […] «Desde el ámbito científico-académico, el cambio de paradigma trae consigo importantes implicaciones que podrían dar un giro de 180 grados a lo que hasta ahora ha sido el conocimiento científico» [p. 13 de ob. cit.]

Los «paradigmas» a los cuales se refiere GIL OTAIZA son los preceptos, las categorías o aparenciales axiomas que rigen a la Ciencia durante determinado lapso en comunidades específicas. Frente a la cíclica interrogante respecto a qué es la verdad, el filósofo A. I. ULÓMOV sostuvo: […] «A lo largo de los siglos, ha imperado el criterio de que la veracidad y la falsedad no son inherentes al pensamiento en cualquier forma: sino, tan sólo en la forma de los juicios» [La Verdad y cómo llegar a su conocimiento. «Ediciones Pueblos Unidos», Buenos Aires, 1976, p. 53]

Al imponer su postura, las reflexiones de Ricardo no son las de quien fallidamente emplea «paralogismos» tras intentar fundar una tesis que presume indiscutible. Su propósito es señalar que los cimientos de la Sabiduría están resquebrajándose. Centra sus lucubraciones en el discurso que propugna lo «Holístico», esa especie de «fenomenología» propia de la percepción postmoderna del Conocimiento Científico: según la cual es menester deducir a partir de la profusión de informaciones de diversa procedencia.

No es difícil entender que, cuando no deviene de la Naturaleza, todo suceso humano acaece en virtud de actos ulteriores a complejos procesos psíquicos que los individuos motorizamos. Si es inobjetable que a veces la Naturaleza es la «Reina del Caos», los racionales somos «complejos» y «complicamos». Irremediablemente, propendemos a ello: a profanar las aguas buceando, siempre desesperados por hallar las causas de la existencia en sus profundidades y sin mirar lo que flota en la superficie conforme al adagio «In mari multa animalia sunt» (12)

Infiero que algunas de sus afirmaciones pudieran parecer falaces ante el análisis precisamente paradigmático. Transcribiré un ejemplo, porque de tan escabrosos asuntos tratan las disquisiciones gilotaizianas: […] «Que la mente y las manos vayan más allá de lo palpable y lo comprensible para internarse en otras dimensiones que nos permitan ser cada día más universales y, por supuesto, más reales» [Ob. cit. p. 15].

Sería igual lícito refutarlo y aseverar que todo es «real»: en la universalidad y su contrario [Lat. «localis»]. No se trata de un «anverso» y «reverso», no: es la existencia, inanimada o no, y el pensamiento que le es inmanente al «Homo Sapiens» [con probabilidades de trascendencia u ocultación] y no a la «Materia Inerte». Está ahí, palpable o no, empero «idéntica a sí misma», y proseguirá más allá de nuestros sentidos. Aun cuando no nieve donde residamos, ese estado del agua existe: es real, desciende y embellece los paisajes invernales. Si yo experimentase que nieva encima de mi cabeza, mientras permanecen impolutos quienes me rodean, entonces padezco esquizofrenia. El mundo no nació ni extinguirá conmigo, pero en tanto yo no haya escindido me cobijará.

Ricardo GIL OTAIZA cuestiona, severamente, la institucionalidad del «Método Científico». Si yo le preguntase de cual «antitésica» manera pudo haberse establecido la más elemental «Metodología Matemática», esa que suma y obtiene un resultado universalmente aceptado: ¿qué me respondería?. Si convenimos que la Matemática es una de las ciencias del conocimiento humano, y su ejecución «cien por ciento» precisa: ¿podría una sencilla resta calificarse como especulación?. Él enuncia que […] «la realidad se hizo compleja, que el método y la experiencia científica lucen disociados de lo globalizado» [Idem., p. 43]

No lo olvidemos, atentos a la propia iconoclasia gilotaiziana: «Él», libertario e intelectualmente apto, pronuncia «su antojo»: y, nosotros, sus lectores, en igualdad de condiciones, tras comulgar con sus creencias o combatiéndolas, somos profesos del «Principio de la Razón Inmutable». Cuando se ignoraba y aun en los tiempos de la «Ilustración», la «Metodología Científica» existía fuera de nuestros sentidos porque es parasitaria del Juicio. Sin enfado, aludiré al honorable W. WALLACE: […] «Los métodos científicos procuran eliminar deliberadamente el punto de vista individual del científico, y están concebidos como reglas que permiten adecuarse a versiones específicas del mundo. Distinción, en suma, entre el productor de un enunciado y el procedimiento por el cual es producido» [The Logic of Sciencie in Sociology. Aldhine Atherton, Chicago, 1971, p. 11].

Concedo y celebro que sea difícil oponerse a la conjetura ricardiana según la cual […] «como hombres y mujeres que caminamos entre dos siglos, entre dos mundos, nos corresponde aprender a vivir con la incertidumbre» (Ibídem., p. 130). Por tal causa, añado que la pendencia de GIL OTAIZA en perjuicio del «Método Científico» es situacional. Así lo escruto, así lo comprendo, así íntimamente sentencio legítima la falta de respeto del autor hacia lo paradigmático: ello a pesar de colocarme, similar a los pontífices, en un «pedestal» para someter su compendio a las inclemencias de la crítica filosófica.

[XIII]

La mitad del «desquicio» en la lucidez simoniana cuando «se mira y vierte poeta»

«Ninguna cosa, lucubración o individuo es exacto: ni la Matemática, Axioma Filosófico o Individuo que asevere haber sido presunta o fortuitamente investido de alguna clase de dignidad. Salvo el Poeta, Escritor o Artista que nace en situación de apátrida: para lucir y ser pródigo, empero vivir en sempiterno destierro» (A. J. URE)

No suelo mirar con sorna ni fichar al dictaminado «demente» u otras personas que lo parecen o simulan serlo por divertimento, mucho menos si se trata de un poeta de proba inteligencia llamado Simón ZAMBRANO (n. 1976): del cual se afirma que es «mitad loco», en un libro intitulado Nido con aves muertas (13). Entre quienes tienen licencia para pontificar en materia de Crítica Literaria «Académica», sin duda respetabilísimos (14), a la mayoría le incomoda que, desde el Nacimiento del «Ingenium» (ya en la Antigüedad, irrumpió «imperiosus») los intelectuales liben: porque, todo el que lo haga tendrá la primera y última palabra en la Épica de la Existencia con Simultánea y Expedita Acta de Nacimiento y Muerte. En el lugar donde suelo ir a beber alcohol y meditar, el propietario, un dócil y amable sujeto llamado «Baco», colocó un aviso en el umbral que transcribo: «Queda prohibida la venta de licores en comunidades donde no hayan mujeres u hombres proclives a embriagarse» (suscrito por el Ministerio para Vendetta Popular contra los Abstemios y Ascetas). Empero, qué cosas afirma Simón para ser «pasado por las palabras» en la Sociedad de los «C (si) viles»:

«No estoy loco completamente/pues mi alma de hombre/ me asusta con sus aullidos de lobo enamorado/perezco ante la mirada de un poema/que me mira desde lo más profundo/de una copa de vino/El poeta llora palabras/el hombre las conserva en su memoria…» (15)

Desde tiempos inmemorables, y hasta nuestra «exhalación última», Simón ZAMBRANO no hará cosa diferente a cualquier escritor o poeta: se «ejercitará intelectualmente» y acometerá la «praxis» del juicio que pretende dilucidar los acaecimientos de una todavía no esclarecida Existencia, ni siquiera por esos vanidosos individuos que presumen capitanear un esputo de la «Sabiduría Universal» al cual llaman «Ciencia Exacta». No se distancia de la Realidad, se inmiscuye en ella, es un nada oculto ni frívolo protagonista de todo cuanto le circunda. Felizmente, sus ya confesos actos son parte de su impronta literaria:

«Borracho siento la muerte lejana/como el silbido del viento/en un pueblo acabado/como los dientes de leche de un recién nacido/Áspera muerte que me acosas/despídete del olor de duraznos/pues vendrás a mí cuando los gladiolos/se sumerjan sobre una corona de olivos… » (16) Previo «ceremonial sufragio» o «de facto» y no por «laxitud moral», sino por el exceso de sobriedad presunta de la cual alardean, en las sociedades incultas los cretinos gobiernan como si en agitados aguas diestros capitaneasen a un hacinado yate de dopados y corrompidos piratas desollándose por el tesoro. Mar adentro, legislan para «criminar» al Lírico o Letrado: e imputarlos como a lastres para confinarlos en hospicios o expulsarlos de las ciudades, comarcas y hasta de baldíos donde cualquier animal montaraz gustoso danzaría con los eufóricos y heroicos que, desposeídos, transitan por los senderos donde Baco alumbra con sus pócimas de luz que no semejan a ojivas letales ni fusiles de insurgencia.

Sólo aparencialmente, es cierto que «[…] el poeta llora las palabras…». En descargo de la intencionalidad de Simón de no estar «expuesto frente a los irrelevantes que viven para la propagación de indigestas y pueriles mofas», digo, sin su permiso, «en su nombre y el mío», que los poetas y escritores «no lloramos las palabras». Discierno que somos hacedores de la más espiritual e intelectualmente elevada forma del Ser Consciente: materializada en la Invención o Paternidad, Empírica o Apriorística, del Conocimiento. Acto poético o creador, suceso que nos abate a veces: pero, que igual prorrumpe para celebrar que el hedonismo es también merecida vindicación para el Ser Humano sin arraigo espiritual o profeso del Ateísmo, y, por ello, propenso a convertirse en «deicida». El más peligroso asesino del Ser: que, filosófica y paradojalmente, lo es porque tiene «ascendente», «desciende» y ha «procreado». Hipotéticamente, exterminándose cometería «filicidio» y «parricidio»: abolirá su envergadura genética.

Poco tiempo después, Simón ZAMBRANO «reincidió» poeta y publicó otra compilación de textos: Insomne me miro al espejo (17). Cuando Rodolfo QUINTERO NOGUERA (también amigo y magnífico hacedor, hacia quien he persistentemente he mostrado gran afecto y respeto) dijo de los poetas enclavados en Mérida que son referencias «[…] de una ciudad ya no tan nevada… ciudad que ha colgado sus hábitos y ha pintado de neón su boca nocturna… una ciudad donde la poesía rescribirá su historia y borrará por siempre el rostro aborrecible y mustio de godos y prelados» (18), me produjo una nada enrarecida comunión emocional a partir de la cual proseguiré adentrándome en las creaciones de Simón. Leámoslo, para revivir el asombro y perplejidad:

«Yo vivía en el refugio de mis palabras andantes/e imploraba ansiosamente una muerte/rápida y perfecta para el descanso/de mis agotados espíritus […]» (19). Se trata de reconocer la tradicional prolijidad creativa que ya nadie, jamás, podrá preterir de los intelectuales venezolanos casi nunca acompañados por el «Funcionariado Mayor de Estado»: como suele ocurrirle a escritores en otras naciones menos impactadas por el «farandulerismo» e «inmediatismo político» que invade cada resquicio y mediáticamente enajena, que convierte a la mediocridad en un complejísimo y ridículo «Asunto de Estado»: cuyo estilo exporta mediante la novísima imposición cívico-militar de una ilegítima institucionalidad adversa de Imprescriptibles, Inalienables y Humanos Derechos Universales. Pústula de corte castrense que, sin ambages, defino «Diplomafia Universal, Supralegislaciones, Corporativa y de Franquicia». Enemiga del Arte, Literatura y el Librepensamiento sin los cuales la creación (ad infinitum) hibernará y los seres serán menos fraternos y más hostiles en su trato o comunicación.

En Insomne me miro al espejo, inequívocamente percibo el plausible pugilato poético de ZAMBRANO: su lidia con las vicisitudes y alegrías que a todos nos depara nuestro forzoso matrimonio y divorcio con la Vida y la Muerte, quienes, «en Concierto para Delinquir y Tiranizándonos», cabalgan encima de nuestro Ser Físico para trascender (se) en lo paranormal e inexplicable de la «Existencia»: esa verdugo y magistrada a la cual ya no temo, pero que me aflige siempre que déspota actúa. Yo ovaciono el coraje de Simón cuando exorciza sus fobias, cuando brinda por su felicidad súbita y la de sus amigos, por su amor al vástago y cónyuge, su desasosiego o su renuncia frente al poder de la Muerte que sabemos nos aguarda: pero que, siempre y altanera, sorprende llevándose a seres amados y benévolos. Cuya avidez no admite «concilios», «permutas» ni «prórrogas» cuando se trata de dictar «ajusticiamientos»: sin admitir recusaciones, súbito antojo, decide y procede.

Tal vez inmisericorde e insolente, pronuncio que a la mayoría de los creadores no se les debe exigir la virilidad del invaginado. Lo expreso porque no todos lo hombres pueden serlo cuando a su parto procedió la «castración» del «circunciso»: no se esperó que, siendo infante en fase evolutiva, rompiese por sí mismo su «fálica envoltura de cascarón». No en vano y extramuros, comencé a leer a ZAMBRANO con expectativa y persuadido que fuese uno de las aves mensajeras que fluidamente surca el cielo en armónico vuelo y exacto destino.

[XIV]

Los textos como «frutos fantasmas» de Homero Vivas García

«La Humanidad ama, empero igual impreca a sus poetas y escritores. Porque, sin ellos o por su causa, los que ofician regímenes despóticos no reinarían con los blindajes intelectuales que les confeccionan sus remunerados bufones. A veces somos la verdad en la contradicción, exponentes de antilogías o metamorfos, empero la Historia, aun cuando pudiera maquilar hechos, no tiene licencia para exculpar al talento cobarde que (por estipendio) delinque» (A. J. URE)

Hace más de tres décadas, en el curso de una «juerga» de escritores que libaban para celebrar la nada infrecuente presencia de Víctor VALERA MORA en Mérida (al que apodaban cariñosamente «El Chino», siempre tratado como una leyenda en el ámbito de la Literatura Nacional) y la inauguración de una galería de Arte en un novísimo centro comercial, yo flanqueaba a Carlos CONTRAMAESTRE y Salvador GARMENDIA (20). De repente, uno de los fundadores del «Nadaísmo» en Colombia, Armando ROMERO (autor de un volumen de textos de «vidrio») le preguntó al muy querido y de aspecto famélico Héctor VERA qué libro escribía durante esos días: «Como emisora de crisis,/como frutos fantasmas/pedradas de luz» -con acento castellano culto, formuló (su esposa era española y él tenía, ligeramente, ese tono dialectal). Esa noche me impactaron varios óleos Emetrio DARÍO LUNAR, que, de improviso, suelen reaparecer en mi psique.

Admito que tan formidable expresión me haría proclive a sucesivamente buscarlo, para que platicásemos en una modestísima oficina de gobierno donde él laboraba (21). Durante aquellos tiempos, donde los intelectuales no éramos vistos como «individuos letales», como ahora lo experimentamos (incluso lo percibimos, infamemente, en perjuicio algunos «Individuos de Número Correspondiente» de las «Academia de la Lengua e Historia»), nuestros textos no dejaban «tatuajes o marcas de interés criminalístico». En los actuales y aciagos días, los «supremos de gobierno» aseveran que sí somos peligrosos y que propugnamos la «desestabilización del Status Comunista Veintiunchesco».

En plena y auténtica «Revolución Insurgente y Renacentista de la Cultura Venezolana», acaecida durante las Décadas de los Años 70-80 -90, presumo que Homero VIVAS GARCÍA (n. en 1953) ya habría redactado su tesis de grado para egresar en «Leyes» por la Universidad de Los Andes. Y soy testigo que escribía poemas: tendencia que siempre han exhibido los más acuciosos abogados y que, según los casos, deberían merecer sesudos análisis por parte de doctos en «Psiquiatría» o «Sociología» (22).

Los poetas han sido, tradicionalmente y en extremo, hábiles para seducir a las féminas: empero, en ocasiones, las hieren con versos sin que ellas lo capten. No sé si a causa de mi perturbador y sempiterno insomnio, quizá me haya equivocado al dictar (me) que jamás la «meta-textualidad» (23) estará ausente o será prescindible en la «Creación Poética» o «Prosaesis». Leamos a VIVAS GARCÍA: «[…] tenías la maestría de las grandes madamas […] desperté/recuerdo que eras sólo algo que con estrépito roncaba a mi lado/los pájaros gritaban en los naranjales/la noche había sido la máxima expresión/ahora me preocupaba esa sensación extraña/el tiempo aceleraba procesos» (24)

Ese iniciático poemario de Homero no sería presagio del «Perpetum Yo Mismo», del obseso o hastiado, aun amado por divas, que caracteriza a los efebos en fase de «post adolescente terrible». Prosiguió su «contienda poética», cierto que todos la tenemos, pero su «metalenguaje» desdibujaba a ese que se corroyó en las circunstancias de la juventud para develar «aporísticos» y densos textos en Índigo (25): «[…] Son estas nubes que descargan/y no plena este pozo tuyo/Cuantas veces haré vueltas a este camino/Qué diques abriré/Qué de ríos podrán cubrir tu gloria […] Vengo de un reino oscuro/quiero luz/estoy hambriento […] ando sobre caminos temidos/brasas quemaron mis plantas…»

El profesional o intelectual «arquetípico», que discierne, es diestro y refuta, se enfada con el «inmediatismo» que a todos nos abate. Por ello, Homero buscaba que su espiritualidad emergiera para sosegarse: y celebrar que otros lo hiciéramos mediante la lectura de sus inferencias, con goce por sus palabras e intencionalidad. Los poetas atentos a la «jurisprudencia», como VIVAS GARCÍA, se empecinan en la «viabilidad» del concilio y fraternidad entre los seres humanos: y, como tienen el «Don de la Invención y Expresión Lírica», felizmente pontifican. Lo hizo mediante un tercer libro, escrito en la plenitud de su Edad (Obscura) Adulta, intitulado Albur. Helo aquí, en su «Perpetum Yo Mismo» que del cual shopenahuerianamente nos ufanamos los hacedores: «Con estas manos/digo/y se aquieta/la boca/Con esta lengua/soy una presencia/Con esta pluma/casi un Dios» (26). Los poemas de Homero me recuerdan que todo lo que escribimos semeja a hectorianos «frutos fantasmas» o «pedradas de luz», desaparecen e irrumpen, cualquier madrugada, en alguna conciencia despierta o insomne como la mía. Y, si viviese, lo habría sentenciado Artur: «Los poetas ostentan la soberbia permitida por el mérito».

[XV]

Alrededor de Cuentos, un libro «de un tal Gil Otaiza»

«Convicto y confeso, defino al Cuento idéntico a una capitulación frente a nuestro inexplicable, inconsulto y abrupto nacimiento que nos mantiene hostiles: y que dio origen a la poco fiable Historia, esa que registra nuestra absolución o condena. Presumimos ser beatos o pendencieros en (Caos) la Existencia, hasta asumirla escrituralmente como tragedia o ventura a causa del terror que inspira la Caterva Letal: que, soberbia, gozosa, impune y sin freno urde contra la Preponderancia del Ingeniumm y Razón Suficiente e Inmutable» (A. J. URE)

De GIL OTAIZA (n. 1961) y por diversas razones, entre las cuales nuestro concilio «no episcopal» que me honra, celebro la publicación de Cuentos (27), antología personal de sus narraciones menos extensas, virtud al apoyo del «Vicerrectorado Administrativo» de la Universidad de Los Andes que, en tiempos obscuros para los hacedores institucionales, dignifica la creación literaria en nuestra vetusta y honorable casa de estudios superiores (28). Me alegro, primero, porque no me equivoqué al advertir, temprano, hace más de veinte años (cuando leí su novela Espacio sin límites, 1985) su talento literario y sobre el cual escribí para promoverlo en importantes diarios nacionales: e, igual, en la internacional revista ALEH universitaria que dirijo en «situación de infame suspensión presupuestaria». Ricardo era un joven docente que ya prematuramente destacaba por su erudición y aptitudes.

Tiene sentido que el escritor haya iniciado su selección con El príncipe de las mil caras (29), puesto que quiso presentarnos cronológicamente sus invenciones. No ha sido Ricardo GIL OTAIZA hacedor de historias breves, lo cual no desmerita ni menoscaba sus (explícitos reconocimientos) esfuerzos intelectuales en tiempos cuando, no se si por «fortuita boga», la «brevedad narrativa» quiso imponerse durante las décadas de los años 80/90 (S.XX) en el Panorama del Cuento Venezolano que impactó internacionalmente (30)

En El príncipe […], Ricardo cuenta, previa bucólica descripción de una naturaleza no exenta de una iglesia y cuanto panorámica y fílmicamente le circunda: animales, plántulas, el [fustigador] recurrente y veraniego clima. Nos transfiere a un ámbito en el que nos describe cómo, aburridamente y sin aparente novedad, transcurría la vida en un poblado rural como en cualquier territorio del mundo en el cual un elemento absurdo y fantástico a la vez puede conmovernos o perturbarnos similar a «una [catarsis] fuga» en la ejecución de un instrumento musical: la muerte de un loro a causa de una descarga eléctrica de «Alta Tensión», mascota de un albañil del lugar, lo transformó en ebrio y escoria de la comunidad en la que, además, insospechadamente, halló en el padre Rafa a un secuaz, uno de los que protagonizaría en la historia y que recibió sanción por parte de su jefe de obispado (de prisa, para enmendar el daño que el párroco hizo a la «edictum ecclesia», ofició el envío de un suplente para el cura cuestionado por malviviente).

Con el advenimiento del sustituto del padre Rafa (acompañado de alguien desconocido y aparentemente extranjero) a la diócesis, se sucedió una tragedia en la vecindad: el sacerdote Rafa apareció muerto, flotando en las aguas del cercano Río Labranza. El cadáver del –inicialmente- imprecado, y casi lapidado religioso, fue llevado al sótano de la iglesia del pueblo, en una urna de vidrio, lo cual denotaba una especie de desagravio o exculpación pese a su explícita «mala conducta»: suscitando enfado al obispo. Era obvia la abortada pretensión popular por convertirlo en santo: en físicamente incorruptible sin previo embalsamamiento.

Pero, los extraños sucesos no cesarían (entre los cuales las transformaciones que impulsó el advenedizo y sustituto padre Hoyos, siempre flanqueado por su rubio y codicioso compañero de aspecto extranjero y ninguna fiabilidad). Comienza la «omnipresencia» del narrador del cuento, el «niño-¿monaguillo?» que se convertiría en una especie de «espía» del presbítero y su, tal vez, más que auxiliar, acaso ¿«amante»?. Hay que presumir que los «prejuicios» u «oscurantismos» de comarca debieron estigmatizar a los habitantes de costumbres apacibles y nada «postmodernas».

Cierto que luego de una fortísima riña, y de incesantes reuniones nocturnas «a puertas cerradas» (quizá dionisíacas u orgiásticas) con mujeres, Hoyos pudo haber asesinado a su «edecán». Ulterior a las investigaciones emprendidas por el «Jefe Civil», lo descartarían como sospechoso por el crimen del caucásico finalmente olvidado. Hoyos continuó con sus «servicios religiosos» y se convertiría, al cambio de las cosas, en un próspero individuo y propietario de una hermosa mansión. Consecuentemente, también el sitio se modernizo adquiriendo rasgos cosmopolitas. Pero, el «monaguillo», ya adolescente, había partido para cursar estudios y no se informaría de todo ello hasta su retorno.

El niño, narrador-omnisciente, había marchado y ya maduro regresa al poblado, sin haber jamás dilucidado lo ocurrido en la iglesia cuando fue infante y púber. Pero se topa con quien fue el albañil y piltrafa de la parroquia, ¿milagrosamente? regenerado, y se entera de la auténtica personalidad del cura Hoyos: un afamado forajido de «mil caras».

En sus tramas más «novelescas que «cuentísticas», que son «parientes en primer grado de consanguineidad», es evidente la propensión (¿moralizadora?) de GIL OTAIZA mediante relatos donde la moraleja, misterio e indagación psicológica nos recuerda a Honoré DE BALZAC (1799-1850, francés), R. L. STEVENSON (1850-1894, británico) y otros clásicos de la Literatura Universal como Albert CAMUS (1913-1960, francés) o el ruso Fiodor DOSTOIEVSKI (1821-1881). No pretendo asociarlo «estilísticamente» a ellos, nunca cometo semejante herejía con ningún autor por la inviabilidad del plagio y la inteligible aceptación de influencias universales: sólo percibo ese vórtice del «Ingeniumm Invetio Officium», que distingue y separa a los verdaderos escritores de la «vulgata» y los frívolos del «bestsellerianismo enfermizo» con sus libros de «autoayuda» o «ultimomundismo maravilloso» de «suda [ca] ca» o «cacasur», invención de corporaciones editoriales para la consecución de «plusvalía literaria universal» mediante escritores del «aborigenato» (tan deplorado por el difunto y provecto Hombre Letras Juan LISCANO).

De BALZAC y muchos más he disfrutado leyéndolos, como cuando adolescente me adentré a su Eugenia Grandet (novela, 1833). De Ricardo GIL OTAIZA también, cuando me he sumergido en algunos de sus relatos, como el titulado El Suicida, por la «vitta y «ventisca» de las patologías «psico-sociales» que exuda o expele:

«Llegó un momento en el que la idea de suicidarse se transformó en una obsesión, razón por la que no había conversación en la que no lo mencionara. Sus amigos pensamos que se trataba de las especulaciones propias de un egocéntrico, cuyo norte siempre había sido llamar la atención de sus amigos y familiares (…) Lo admiraban por su gran talento, por esa innata capacidad de fabular todo lo que se le pusiera por delante (31

Convicto y confeso, defino al Cuento idéntico a una capitulación frente a nuestro inexplicable, inconsulto y abrupto nacimiento que nos mantiene hostiles: y que dio origen a la poco fiable Historia, esa que registra nuestra absolución o condena. Presumimos ser beatos o pendencieros en («Caos») la «Existencia», hasta asumirla escrituralmente como «tragedia» o «ventura» a causa del terror que inspira la «Caterva Letal»: que, soberbia, gozosa, impune y sin freno urde contra la «Preponderancia del Ingeniumm y Razón Suficiente e Inmutable» Estoy persuadido que ello, fidedigna y corajudamente, Ricardo GIL OTAIZA lo aplica vertiéndose a la Praxis Narrativa (con mayúscula y cursiva)

[XVI]

Estética del Abatimiento Amoroso en Quintero Noguera

«La Poesía es uno de los mayores y maravillosos alumbramientos de los seres intelectualmente superiores o racionales, quienes, fundamentándose en lo que yo defino Razón Suficiente e Inmutable y ávidos de enunciaciones que dilucidaran su presencia en el Universo, igual engendraron al resto de las Bellas Artes para consagrar el Imperio de la Cognición» (A. J. URE)

Los primeros poetas griegos «decían», no «evadían» con destellos poéticos. Hiponacte de Efeso, por ejemplo, que vivió mendigo, fue vulgarmente expresivo: «Por qué a mí (Hermes) no me diste todavía un manto grueso,/remedio del frío en invierno,/ni cubriste mis pies en gruesas pantuflas,/para que no me salgan sabañones» (540 a. de C). Pero, también hubo quien adulara (a dioses, guerreros y féminas) o que incisivamente golpease a la casta política: «Mi corazón me impulsa a enseñarle a los atenienses esto: que muchísimas desdichas procura a la ciudad el mal gobierno, y que el bueno lo deja todo en buen orden y equilibrio, y a menudo apresa a los injustos con cepos y grillos, alisa asperezas, detiene el exceso, y borra el abuso […]» (Salón de Atenas, 600 a. d C.)

Para merecer la «Investidura de Poeta» tenemos que ser, primero, fidedignamente actores y nunca árbitros. La perplejidad para quien vierte escritura no semeja a esa de quien enmudece frente a la belleza, crueldad, injusticia, el amor o la muerte. Por ello, Rodolfo Quintero Noguera lo fue [formidable] con El amor a veces, el olvido entonces: y recién lo es, de nuevo, a través de su libro La flor del osario (Ediciones Mucuglifo, 2010). Leámoslo: «Quizá nunca como entonces/el amor fue la síntesis decrépita/de una luz que buscó agotarse/en la resurrección del alba» (p. 17)

En Quintero Noguera hay persistencia en la temática del amor, que en numerosas ocasiones se exhibe corrosivo. Porque: a una mujer y un hombre que se atraen sexual más que intelectualmente, siempre aguardará el goce y la querella. Los acercamientos íntimos son desahogos, y las separaciones «medidas cautelares» que ningún magistrado oficia: sino que, en el curso de las relaciones entre parejas, tácitas devienen: «Di que te amé/que anidé semillas en tu vientre/y que juntos conocimos el amor/Que hubo un jardín/millones de semillas por sembrar/húmeda de tierra/nardos y gladiolos […] Que entre tus manos y las mías hubo un sueño» (Puntos finales, p. 23)

De hecho, el acto de «eyacular» en el Hombre es su forma poética de aparencial dominación y de resistencia ante la muerte cuando está inmerso en la profundidad del placer: no es un morboso desquite, sino la consumación de su efímera vida que intenta transmutarla en «otro» u «otra» (¿réplica suya?) de hipotético por venir. Rodolfo pareciera entregado al pugilato que le plantea la mujer, sempiterna musa y espina que resguarda un maravilloso néctar, dueña del varón afligido: «(…) Tú/que has hecho del amor una ominosa entelequia/de aves circulares/y yaces como epitafio del pájaro sin alas/tampoco conocerás la logia de alacranes/de un infame corazón» (Canción de inverno, p. 26)

Rodolfo Quintero Noguera elabora, con talento y rigor, su propia «Estética del Abatimiento Amoroso» mediante una escritura poética de elevada impronta: lumbre en la oscuridad de las pasiones que enaltecen o denigran la condición humana, que siempre «infiere» sobre los «sucesos emocionales» o «ejercicio intelectual» y jamás oculta las miserias y accidente representado en la comunión fallida e interrupta: «Nuestra fue la derrota/el éxito del fracaso/el revés y el desengaño/los antónimos del amor […]» (Nuestro será el olvido, p. 54)

[XVII]

De Carnal a las apacibles Memorias del Relámpago de un «luxferiano» impune

«Mientras me platicaba con forastero acento sobre OUSPENSKY y GURJIEFF, me preguntó por LUZBEL: y me dejó, de súbito, perplejo. Durante casi cuatro décadas, e investigado quien (entre los escritores, dramaturgos y artistas que esa noche orinaron ritualmente encima del primer ejemplar de mi libro Espectros) me había delatado: porque, con el advenimiento de la resaca, supe que ese hombre alto y también grande poeta, de incisiva mirada e irreverente discurso, no mencionó en vano el nombre de nuestra Mater PROVIDENTIA ni identificó al legionarius que ahí le haría la confidencia respecto a mi investidura» (A. J. URE)

Fueron tiempos de fervor por la «Creación Intelectual» y «Artística», en una de las más hermosas ciudades de la Cordillera Andina: Mérida, sobre la cual, en el curso de la «Década de los Años 70», con más pleités que sarcasmo, un portentoso hacedor venezolano me dijo que «era un cementerio sin paz» (32). Otro, nacido en Ejido y que departía con nosotros en el novísimo Hotel Prado Río, autor de También los hombres son ciudades, lo espetó advirtiéndole que «ningún lugar del Mundo semejaba más al Paraíso» (33)

Carlos DANÉZ ha sido un seductor innato, no premedita hacerse amigo de nadie ni ejerce de pendenciero para la consecución de fortuitos verdugos. Su andar pausado y erguido, su fluido e inteligente discurso «aristofanesco» identifican a un poeta-dramaturgo irrepetible que ha [con probidad] conducido su fértil existencia: amenazada por los auto-investidos de «inquisidores» y «excomulgadores» del sector del Episcopio Falaz de Academia. Ese que no busca otras formas, distintas a la censura, para purgar su tedio: propio de la burocracia eunuca. Cuando publicó Carnal (34), experimentó los latigazos del prejuicio que a los escritores-librepensadores y propensos a la disestesia nos enfadaría. Leamos uno de sus formidables textos: «El olor a sexo nos repugna: luego nos acaricia. El olor a Dios desde el sueño/en borbotones hasta las flores/canta desde el poema/y nos despierta en la palabra./Tu clítoris da muerte a la vida ordinaria» (35)

Aun cuando en claustros universitarios se discierne, con explícito desenfado, alrededor de escritores o poetas sobre quienes se redactan tesis o monografías, nosotros no somos admitidos como parte de la «Institucionalidad Universitaria». Algo similar sucedía a los intelectuales griegos en la Antigüedad, a la mayoría que no tenía un benefactor y que, en las obras de teatro de Aristófanes (36) aparecían como personajes incómodos: ingeniosos mediante la Sátira y Comicidad. Se mofaban de los imbéciles, serviles y cortesanos. A causa de su infinita y lesiva ignorancia, la «Sociedad Civil» (idéntica a la que hoy sufraga políticamente a favor de «simiescos») presume que no tenemos «estirpe» y que estamos propensos a la «demencia». Lo cual nos mantiene a la intemperie y segregados, sin poder resguardarnos de la periódica y torrencial Moral: de esa «Mariana» que no se sabe de dónde [con exactitud] precipita su lluvia ácida o radiactiva.

Cierto: aun cuando ya seamos testigos de incesantes desarrollos científicos y tecnológicas, la «secularidad» e ¿inmutabilidad? de la estupidez de la Congregación de Escritófagos de Academia no ceja sus propósitos de enmienda: a DANÉZ hay que corregirle su «perversa psiquis» para preservar la aburrida quiescencia a los exarcas del Episcopio Falaz: nada parecido al Episcopado de Lícita Ecclesia, que admiro por su coraje y resistencia frente a los «Actos Vandálicos de Gobierno» que pretenden exterminarlo. En Carnal, Carlos deviene Literato en mayúscula, pero presuntamente blasfemo y hereje sólo por verter su a-gnóstica inventiva: «Dios es inmoral por culpa de nuestras desgracias. Permanente e inmóviles vamos hacia el atardecer./La muerte nos ilumina la oscuridad/por eso te regalo otro coito/» (37)

En los predios del Averno, el goce se halla previo cortejo para la consumación de un principesco coito. El «Homo ex machima» o extraterrestre virgiliofergussoniano [híbrido vástago de esos y esas que, en 1976, aterrizaron en el Páramo de la Culata y salieron sin vestimentas del OVNI para invitar al flautista a participar en una orgía] representa el «summun» de la celebración de lo paradisíaco terrrenal e inmutabilidad del Hedonismo. Ya lo había dicho EPICURO [341-270 a. de C.]: «El placer es el fin supremo de los hombres».

Somos «conversos»: principescos que «Nihil est Belcebú acceptius». Sin una credencial oficial de las que imparte la «Institucionalidad Universitaria» [ese ridículo e insepulto Consejo «Inquisitorial», que, frustrado persigue a los portadores del «Legatum Luxferiano»], yo declaro «Rex» a Carlos el Grande y emparento su magistratura intelectual con la que tuvo OUSPENSKY: «[¡Todos sus placeres son materiales, sus cuerpos son materia y sin su cuerpo material no pueden experimentar sensaciones de ninguna clase! Aquél sin sensaciones no tiene existencia…» (38)

Partes: 1, 2, 3
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