Anotaciones sobre hacedores de Literatura
Enviado por Alberto JIMÉNEZ URE
- Pórtico
- El amor a veces, el olvido entonces
- Octavio Paz en ningún mundo
- La Retórica
- Venus «pubísima»
- Gil Otaiza «todavía está aquí»
- Paisaje con ángel caído
- Denzil Romero: ¿escritor polémico?
- «Percepción del «Mundo Inmundo» de Saintus
- Febres Cordero vindicado por Gil Otaiza
- Ramos de Lora: el advenimiento y periplo de un extraordinario sacerdote
- «Leer el mundo» con Bravo
- Pendencia ricardiana contra el «Método Científico»
- La mitad del «desquicio» en la lucidez simoniana cuando «se mira y vierte poeta»
- Los textos como «frutos fantasmas» de Homero Vivas García
- Alrededor de Cuentos, un libro «de un tal Gil Otaiza»
- Estética del Abatimiento Amoroso en Quintero Noguera
- De Carnal a las apacibles Memorias del Relámpago de un «luxferiano» impune
- El docto estudio «barreralinariano» de nuestro «idioma», el «discurso» y la «Internet»
- La «Cuarta escogencia» de un gran magma de apellido Cardozo
- La poética magnífica de Arnulfo Quintero López
- En redor del poemario Esmeraldas (Prólogo)
- Notas
(Alrededor de obras literarias de Rodolfo QUINTERO NOGUERA, Octavio PAZ, Alfonso ORTEGA CARMONA, Raiza ANDRADE, Ricardo GIL OTAIZA, Gabriel JIMÉNEZ EMÁN, Denzil ROMERO, Marie Josué SAINTUS, Víctor BRAVO, Simón ZAMBRANO, Homero VIVAS GARCÍA, Carlos DANÉZ, Luis BARRERA LINARES, Arnulfo QUINTERO LÓPEZ y Agmary FEDER))
Pórtico
Los hacedores [intelectuales, en general] somos lo que los ignorantes aborrecen: individuos profesos del Solipsismo. Estadio de la psiquis humana que nos permite indagar [nos] para discernir y verter conocimientos e invenciones sin convidados o la presencia de indeseables advenedizos: mediante La Escritura, La Obra de Arte, La Dramaturgia, La Filmografía, El Discurso [político, religioso, científico, filosófico, literario u otros] y El Cientifismo Cuántico que nos obligará a tener que admitir que semejamos a partículas de lux [quarks] en fuga hacia la Nada que ni siquiera es Materia Obscura (A. J. URE, Mayo de 2014)
[I]
El amor a veces, el olvido entonces
Un caso extraño de poesía que bebió de cuanto publicaron hacedores de la estatura intelectual de SÁNCHEZ PELÁEZ, fallecido, Carlos CONTRAMAESTRE [igual extinto] y Livio DELGADO, entre otros, es la que nos muestra Rodolfo QUINTERO NOGUERA en El amor a veces/el olvido entonces [«Ediciones Gritanjali», Instituto Merideño de Cultura, Mérida, Venezuela, 2003].
Sus textos nos transfieren al campus donde los hombres exponen los placeres y los tormentos que, alrededor de las pasiones humanas, les deparó la vida.
El libro de Quintero Noguera es celebración por la presencia de la Mujer, empero -a veces- desencanto o desencuentro con ella. El Hombre que sublima a la Mujer, que la goza, que le agradece su compañía [la que lo ayuda a sobrellevar las vicisitudes de la existencia y que le impele a luchar por la realización de todo lo que anhelan juntos] pero que también reconoce la complejidad implícita en la comunión carnal y espiritual con quien convino transitar con Él un sendero no exento de obstáculos:
«Entre tú y yo
una noche
detenida
al cabo
La incertidumbre
de un adiós
Toda la inconsistencia
del odio
Y una promesa
rota
de olvido»
[«Postal No. 1». Ob. cit. p. 17].
Hay mucho desencanto en la poesía amorosa de Rodolfo. Tanto como angustia, que no cesa jamás en los seres humanos: y ello independientemente de su posición social en un momento específico. Sus textos evidencian el desgarramiento del individuo frente a su intensa entrega e insospechada y abrupta ruptura, propios del inmediatismo nada inusitado. Pareciera que [¿fusionándonos? a Ella] nada corrigiésemos y todo enturbiáramos, porque la existencia es puro esencialismo: desafío sin propósito distinto a la experimentación riesgosa de una realidad perpetuamente inaprehensible.
«No soy quien
olvidado
de la muerte
nombraba las estrellas
celebraba la lluvia
y perseguía
la luz efímera
del relámpago»
[Frag. de «Soy contigo». Idem., p. 18]
En la consumación del Amor siempre estará presente la Muerte [su inminencia por causa mayor], cual si sólo surgiese para materializar la simulación de una vida afectiva plena y sin el temor de un inminente sufrimiento. Estamos vivos y queremos fusionarnos teniendo la certeza que nos aguarda la sepultura. QUINTERO NOGUERA se irgue sabio para decirnos: «No soy quien se extasiaba/ante el Modigliani/de tu seno/desnudo/en la resurrección/del alba… Yo –a quien la amargura/nunca pudo/dar alcance- no soy/hoy/no soy sin ti» [p. 19]
Pero, si «no es sin ella» tampoco lo es con quien la supliría. En la interminable búsqueda de Si [ese Yo en la Otra] mediante la falotración, el Hombre terminará derrotado. Similar destino le aguarda a la Mujer, quien, aun resistiéndose a la lujuria, es el objeto de su irrupción: la musa de la «Mitología Griega».
Rodolfo QUINTERO NOGUERA es un poeta reflexivo que eligió, esta vez, tributarle honores al Amor y el desencanto vertiéndose. Rinde honores, pero sin la detonación de las salvas. El Amor verdadero no es caricatura, ni un simulacro donde dos se miran a los ojos previa fornicación para luego -sin abluciones ulteriores- [huir] despedirse:
«El amor a veces
como una ausencia
un silencio
un devenir
sin mañana
Como esta casa
oculta
en la memoria
Como un cielo
incauto
como un pez
espada
Como un abismo
insospechado
en la palabra
Como una escena
repetida
de la lluvia…»
[Frag. de «El amor a veces». Idem., p. 20]
No había conocido [yo] un poeta que concediese al Amor la importancia de una doctrina, como lo hace Rodolfo: aun cuando si hubo creadores que mas cínicamente terminaron por situarlo en el territorio de los asuntos escabrosos, caso Séneca y Epicuro (1) Nuestro amigo QUINTERO NOGUERA –a diferencia de quienes asocian a las mujeres con las víboras- no se cansará de amar, de procurarse una fémina que le prometa [ad infinitum] lo inasible de ese sentimiento exclusivo de las criaturas «racionales» o tenidas por tales.
¿Qué perseguimos al falotrar o buscar el Amor? Acaso, ¿persuadirnos que sólo se trata de un simulacro de comunión auténtica? O, simplemente, es una situación inherente a la existencia? ¿Habrá un poeta que nunca haya [esputado] ideado amar letalmente? ¿Qué motivó al poeta a elucubrar en alrededor de esa tentación casi maligna? Leámoslo:
«… El poeta
-taciturno
y melancólico-
divisó la taberna
donde acuden
los amantes
a celebrar sus penas…»
[Frag. de «Aciago en el bar». Ibídem,, p.p. 25-26]
Será, probablemente, una entrega profunda sin las enmiendas que nos impone la desgarradora realidad del inmediatismo. Efímero, no siempre, «doloroso» [¡oh!] «tormentoso», fortuitamente memorable. Podría, de esa forma, ser calificado ese nada noticioso e íntimo «sentimiento» que nos mueve a proseguir en este mundo. El cauteloso juicio de QUINTERO NOGUERA exonera a la meretriz, a la prostituta cándida que tiene «la sana costumbre/de prestarse/a los placeres/del cuerpo…» [p. 31]
Temática escabrosa la del Amor, pero prolija en recursos para suscitarnos innumerables alegrías y sinsabores. No es lo más parecido a la Muerte que no develaremos hasta nuestra partida de esta sensación einsteiniana (2) de permanencia, de vida. No es igual un oasis que ansiosamente queremos alcanzar, no es ni será lo que imaginamos en un instante de debilidad humana o ante la soledad extrema y lastimosa. El Amor es letal, rebelde, culpable, indómito, impredecible, verdugo, castigo o bendición. Es La Totalidad que da sentido a La Nada que somos.
[II]
Octavio Paz en ningún mundo
Una información importante en la vida de Octavio PAZ fue su ateísmo, que lo llevaría a expresar su deseo de ser incinerado luego de su muerte. Toda persona «atea» es -a mi juicio- suprarracional: lógica, consciente que todas sus acciones individuales sólo podrían ser posibles sin la intervención de la Providencia. Durante su larga vida, el fallecido escritor mexicano -autor de Libertad bajo palabra (1958), El laberinto de soledad (1950), El arco y la lira (1956) y La otra voz (1990), entre más de veinte libros– trasladaría su pensamiento desde cierta utopía «revolucionario» hasta casi adherirse a ideas propias de la «extrema derecha»
PAZ tuvo propensión al análisis de la Cultura Mexicana, la mayoría de cuyos elementos le sirvieron de base para elaborar El laberinto de la soledad: un ensayo respecto al cual formularé ciertos comentarios (3)
El dolor de Ser para Ser Otro
En El laberinto de la soledad [«Fondo de Cultura Económica», México, 1994], el escritor dilucida -rigurosamente- el comportamiento del sector de sus paisanos que «tiene conciencia de ser en tanto que mexicanos» (lo admite en su obra ya dos veces por mí citada). También cuanto precede a sus hábitos o costumbres y sus semejanzas con el hombre hispanoamericano en general. Leámoslo:
«[…] Es natural que después de la fase explosiva de la Revolución, el mexicano se recoja en sí mismo y, por un momento, se contemple […]» (cfr. p. 13)
Sobre el legendario machismo del mexicano, aberración más que exacerbación de la conducta humana, PAZ le halla su origen en la herencia Hispana. Antes, parcialmente, Hispanoárabe. Más atrás en el tiempo, Grecorromana.
Al cambio de las cosas, los mexicanos -similar a los venezolanos, colombianos, chilenos o argentinos- evolucionarían culturalmente [o degenerarían, según el análisis de cada cual] para conformar esa «cosmogonía» de lo indefinible e insondable reflejada en el Multirracismo y Multiser. Hoy, previa petición de disculpa y sin ánimo de proferir agravios contra ninguno, se me ocurre calificar nuestras poblaciones como Multinadas. Ésa, materializada en la asimilación gregaria de estupideces, falsos valores, necesidades frívolas, resentimientos apócrifos e ideas relacionadas con la antisolidaridad y antihumanismo en boga:
«[…] Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con su voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y Londres. Don nadie es funcionario o influyente y tiene una agresiva y engreída manera de no ser […]» (Idem., p. 49)
Estoy [abatido] persuadido: los hispanoamericanos de escasa cultura experimentan, permanentemente, dolor por Ser para Ser Otro Imposible e Incontaminado Racialmente. Cuando alguien [docto] «instruido» decide no padecer por causas de origen abstracto u ontológico, será captado como una criatura extraña que ha elegido la condenación de su alma. El Ser Otro es la conversión en Cualquiera Ficcional, la negación de una entidad que -provista de la Razón Inmutable- debería afianzarse en el Universo mediante el desarrollo de su naturaleza individual: lo cual podría suceder sin que se perjudique a nadie.
El bienfamado poeta aseveró «que la vida es la máscara de la muerte» [Ibídem., p. 91]. Frente a esa sentencia, afirmo que PAZ tuvo una mente científica aún bajo sensibilidad poética: ello puesto que, irreductiblemente, la ocultación del verdadero rostro de un Ser o Cosa es un simulacro de sepultura de La Nada. Es antitésico presumir que vivimos tras la máscara de la Muerte. Existiríamos si no fuésemos la simulación del Ser cuya materialidad dudamos. Por ello, el intelectual recordaría que «[…] el mexicano no quiere ser ni indio ni español. Tampoco quiere descender de ellos. Los niega. Y no se afirma en tanto que mestizo, sino como abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de La Nada […]» (Supra., p. 96)
EL Poeta que no temió bogar por La Poesía
Octavio PAZ no se pareció a los poetas que lo son para procurarse una condición social u acomodo en organismos oficiales; no semejaba a esos que se califican de creadores y [de un momento a otro, ante la displicencia del político-funcionario que decide presupuestos culturales o frente la ignorancia del empresario] se niegan. Defendió la Poesía como el científico a su disciplina. Con asombrosa lucidez, bogaría por ella:
«[…] Es extraordinario que las obras perduren y se transmitan de generación en generación. Las técnicas cambian, la letra impresa substituye a la manuscrita y la televisión tal vez acabará (lo dudo mucho) con el libro, pero las artes, cualesquiera que sean las técnicas y el estado de la sociedad, perduran. Los asuntos públicos y sus héroes pasan; los poemas, las pinturas y las sinfonías no pasan […]» (La otra voz, «Seix Barral», España, 1990. p. 75).
Su amor por la acción escritural fue profundo y combativo. Por muy ignorante y tecnocrática que hubiere sido la comunidad de hombres en la cual se desenvolvió, logró convertirse en la suprema inteligencia de su país y ya sólo los imbéciles se atreverán a discutir la estirpe clásica (evoco la más pura acepción del término) de su pensamiento fundamentalmente filosófico. Así lo afirmo porque pienso que fue mejor ensayista que poeta, mejor filósofo que político. Nunca vi en sus versos la hondura de sus reflexiones. No sólo porque haya sido arrolladora y levantase innumerables polémicas, su prosa adquiriría una envidiable dimensión:
«[…] La poesía no busca la inmortalidad sino la resurrección […]» (ver Ob., cit., p. 86)
Al retomar a PAZ, me sobreviene el pensamiento de mi admirado amigo español [escritor y sacerdote helenista] Alfonso ORTEGA CARMONA: «[…] En la categoría de lo poético entran todas las posibilidades y cálculos del pensar humano, y en esto es ella congénere de la filosofía, mientras la Historia cuenta lo particular […]» (Introducción a Homero, «Academia Nacional de la Historia», Caracas, República «Bolivariana» de Venezuela, 1996. p. 38)
La fascinación Octaviopaziana por una Tierra Santa
Durante los años que precedieron a su muerte, nuestro celebrado escritor se sintió impelido a retomar o reescribir una temática «espiritualista» -supongo que parcialmente inédita- trabajada en el curso de su estada en la India en condición de embajador [1962-1968]. De ahí surgiría Vislumbres de la India [Edición de «Seix Barral», España, 1995]
Una vez más, Octavio PAZ se adentraría a lo más intrincado de la «condición humana» tras analizar las costumbres y religiones que persisten entre los pobladores de esa santa tierra:
«[…] Lo primero que me sorprendió de la India, como a todos, fue su diversidad hecha de violentos contrastes: modernidad y arcaísmo, lujo y pobreza, sensualidad y ascetismo, incuria y eficacia, mansedumbre y violencia, pluralidad de castas y de lenguas, dioses y ritos… Pero la peculiaridad más notable y la que marca a la India no es de índole económica o política sino religiosa: la coexistencia del Islam y el Hinduismo
[…]» (Ob. Cit., p. 44)
En numerosos de sus ensayos, es perfectamente captable que Octavio PAZ tuvo provectísimas preocupaciones ontológicas y que ellas desvirtuaban su divulgado «ateísmo». Fue un intelectual preocupado por el Hombre: su relación con la Naturaleza, el Cosmos, sus vínculos con otros seres vivos y su Pulsión Metafísica. No sé si es cierto que fue ateo: hace tiempo que ya -felizmente- partió hacia ningún mundo: hacia donde nada jamás será ni siquiera en el ámbito de la ilusión, rumbo a la No Eternidad Gozosa o Sufriente [4)
[III]
La Retórica
El sacerdote y helenista Alfonso ORTEGA CARMONA, adscripto a la Universidad de Salamanca [España], hace más de dos décadas me envió uno de sus más consultados libros que difícilmente pierden vigencia: Retórica (Editado en Madrid, España, bajo el sello de la citada institución académica, el año 1989). A su juicio, «[…] en Europa el arte de hablar bien ha sido siempre el instrumento más importante de la cultura y de la formación del hombre […]» (Ob. cit., p. 11).
Se cree que Aristóteles (Estagira, 384-322) «legitimaría» la «Retórica» porque fue quien –de hecho- la utilizó metodológicamente para impartir conocimientos: cuestionar los sucesos sociales y políticos de Grecia, e igual para prodigar sus ideas al Vulgo.
Es indiscutible que la «Retórica» se fortalece en los pueblos en los cuales la democracia impera, y sucumbe ante regímenes totalitarios.
En este tiempo y realidad, muchos indeseables del ambiente político presumen –íntima e infamemente- que no es cosa distinta al don de hechizar: la fase superior de la –para ellos- necesaria dosis de mentira, demagogia o histrionismo.
Cierto es que la auténtica praxis democrática no es ni la oficialización del discurso timador ni la coacción del librepensamiento. Leamos lo que piensa ORTEGA CARMONA:
«[…] Sin la facultad de hablar libremente, exponiendo el propio parecer para la mejor decisión y deliberación acerca del bien común, no puede existir verdadera democracia […]» (Idem., p. 17)
Aristóteles pasó a la Historia considerado como el más admirable de los discípulos de Platón. Inicialmente, se había dedicado al estudio e investigación de la Biología. Durante aproximadamente veinte años, asistió a la Escuela Platónica. Luego de la muerte de su maestro (año 347), marchó de Atenas para convertirse en asesor e instructor del Príncipe Alejandro DE MACEDONIA.
Regresó, más tarde, para fundar lo que trascendió bajo el nombre de Liceo: claustro donde inmortalizaría sus ideas filosóficas. La Política comenzaba a ser considerada como una de las nuevas ciencias: «[…] debía ocuparse de las formas de gobierno reales, a la vez que de las ideales, y debía enseñar el arte de gobernar y organizar estados, cualquiera que fuese su forma, del modo que se desease […]» –afirma George SABINE, en su Historia de la Teoría Política («Fondo de Cultura Económica», Bogotá, Colombia, 1976, p. 77). Es probable que cuanto en aquellos días se definía mecánica política no fuere sino la «Retórica», el método de praxis de una disciplina cada vez más compleja y propensa a ser malintencionadamente utilizada. En Atenas, los filósofos fueron los primeros políticos profesionales porque estuvieron más cerca del poder que quienes ejercían actividades no intelectuales, aun cuando vinculadas a los gobiernos. Novedosamente, esos pensadores fueron los primeros en platicar sobre la factibilidad o no de abolir la Propiedad Privada y la Familia (tesis que Platón defendía).
Ellos impulsaban las leyes, eran consultados para la redacción de las normas o para eliminar las existentes. Ejercer la «Retórica» era ejercer la crítica: de una postura específica o de acontecimientos provocados por los hombres. Aristóteles difería de su maestro en lo relacionado con el Estado Ideal y, frente a ello, formularía –respetuosamente- su argumentación personal. Lo hacía con técnicas, lucidez e información científica.
En mi opinión, «Retórica» es el discernimiento o debate público de las ideas opuestas: morales, filosóficas, políticas o de cualquier otra disciplina del conocimiento humano (5) Sesudo, Alfonso ORTEGA CARMONA lo dilucida perfectamente e infiere […] «… que la mayoría de las decisiones políticas, dentro de las instituciones democráticas, son, a su vez, resultado de un debate en el que la propuesta y defensa de los mejores argumentos corre también la suerte de las más brillante y persuasiva exposición» (Cfr., p. 17). Imprescindible para los (defensores o acusadores) «oradores» o «exponentes» en los juicios y los adeptos del mitin o meeting, añado. Don Alfonso sostiene que ya en los textos clásicos La Odisea e Ilíada se advierte respecto al «arte de hablar en público», lo que habría precedido a la intencionalidad aristotélica.
La importancia de dominar el discurso, la argumentación y hasta la gestualidad determinaría el éxito político de un personaje.
En esa etapa iniciática de la «Práctica Retórica», la investigación, ponderación y coherencia fueron cruciales y ulteriormente conducirían a un extraordinario pensador (Sócrates) a inventar la «Mayéutica» (6):
«[…] Muchos retóricos antiguos vieron ya en Homero al padre de la Retórica, y, con frecuencia, citaron ejemplos suyos para la confirmación de técnicas persuasivas. Bastaría recordar que tres cuartas partes de la Ilíada, un poema de guerra, están constituidas por conversaciones y discursos […]» (Ob. cit., p. 20).
En aquellos días, la preponderancia de la «Retórica» influiría [todavía, en diversos aspectos de la vida universitaria e intelectual posmoderna] en el establecimiento de los tribunales del pueblo: organismos mediante los cuales [se asegura] los griegos eliminaron la corrupción judicial.
Si meditamos un poco, descubrimos que en los actuales «juicios orales» (ya en tardía práctica en lo que denomino ultimomundano) el talento discursivo de los abogados suele salvar de la Pena de Muerte a los reos acusados de haber cometido delitos graves.
Los tribunales del pueblo en la Antigüedad eran integrados por numerosas personas, lo que obligaba a los defensores y acusados al afinamiento de sus intervenciones. En pocas palabras, a fortalecer su oratoria. Curiosamente, Platón [pese a su gran reputación filosófica] no pudo evitar que a su amigo Sócrates lo condenasen a muerte bajo la absurda acusación «[…] de haberse ocupado en exceso de la investigación de lo subterráneo y lo celeste, convertir en fuerte el argumento débil y enseñar a otros estas mismas prácticas […]» (Platón: Defensa de Sócrates, Edición de «Aguilar», Madrid, España, 1973. P. 21). El filósofo «delincuente» no lograría salvarse tras utilizar la Mayéutica con la cual, asombrosamente, deslumbraba e iluminaba las mentes de sus discípulos. Y confundía a sus detractores con lucubraciones que los develaban como los auténticos culpables.
La Mayéutica se basaba en la incesante interrogación que, por instantes, lucía inquisición. Hubo algo inusitado que, en una de las innumerables y acomodaticias reformas del Código Procesal Penal del país en el cual infaustamente nací y que, por ejemplo, luce mediocre reminiscencia de las leyes que imperaban en la Grecia Antigua, aquí se ha establecido en los juicios orales (no se sabe por cuánto tiempo ni por virtud de cuáles legisladores desquiciados o ebrios) lo siguiente: la selección por sorteo de jurados o escabinos sin la necesaria formación jurídica o conocimiento de la Constitución y Leyes y que, aparte, no tienen la voluntad personal, la razonable curiosidad y sensibilidad humanas, la determinación o formación intelectual para indagar los detalles de los casos penales para decidir quién es inocente o culpable de haber cometido el [los] delito [s] que se le [s] imputan.
Sospecha Ortega CARMONA que la aparición de la «Retórica» sería contemporánea a la decadencia de la «Sofística», de la que se inferiría que fue la primera Ilustración Europea:
«[…] Su concepción de la Verdad, de la Vida y del Hombre, en antítesis con la época precedente, dará lugar a otra profunda revisión filosófica en Platón y Aristóteles, influidos por Sócrates. El clima espiritual que precede a la Sofística alienta a una fe inquebrantable en poderes sobrehumanos que rigen, sin posibilidades de protesta, los destinos y todo fenómeno cósmico […]» (Ibídem., p. 23)
Quienes propugnan el empleo del mitin o meeting [en la actualidad, francamente en declive y desprestigio] cometen impresionantes esfuerzos de oratoria para mantener atento al imbecilizado enjambre que los escucha. Lógicamente, los políticos de la Antigüedad no gritaban porque se dirigían a pequeños grupos de personas cultas y por ser intelectuales. Sabios, portadores de La Verdad.
Por virtud de políticos sin instrucción filosófica, la «Retórica» ha degenerado en formas intimidatorias: amenazantes, en mensajes apocalípticos y de trasfondo vulgar: se ha envilecido con la vindicta, agitación bélica y el tremendismo. Los oficiantes de intervenciones públicas justifican su mediocridad bajo el alegato según el cual, en pro de la supervivencia de los «actos de masa», el mensaje debe estar despojado de intelectualismos (7)
[IV]
Venus «pubísima»
En Venezuela, pocas veces las escritoras han tenido el atrevimiento de formular relatos sin la intervención del miedo o de la Moral: empero, no de la administrativa, tan en boga y tan recordada ante la impunidad de los políticos en el ejercicio del mando; me refiero a esa moralidad prefabricada, que escandaliza a los frívolos e hipócritas cuando se hallan frente ciertas confesiones de naturaleza sexual.
No negaré la existencia de otras narradoras venezolanas que, similar a Raiza ANDRADE, han irrumpido en el panorama de la Literatura Nacional con fortísima y persuasiva prosa. Tampoco me parece irreverente descalificar a las hacedoras que excluyen el erotismo de sus textos, aun cuando no me cautiven. Sólo quiero revelar mis apreciaciones alrededor de Venus Pubísima («Edición de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano», 1998), un libro «fuera de serie» en Venezuela.
Sólo por dos motivos, Venus Pubísima seduciría a cualquier lector: en sus textos, Raiza ANDRADE empleó un lenguaje lineal y relató las más fascinantes situaciones que pueden presentarse en el territorio del amor. Leamos un fragmento de Oficio, uno de los más logrados:
«[…] Casi no gusto a estos puercos porque encuentran en mí los ecos de lo que desean olvidar entre mis piernas y menos mal que recuerdo decir métemelo coño dame duro ahí donde está Juan borracho pegándome las tardes del domingo porque ni siquiera con él alcanzo a olvidar mis penas y digo ven papito que te dejaré seco y beberé tu leche hasta la última gota mientras pienso que olvidé dejarle a mamá los reales de la papilla de Benito y el hombre sobre mí voltea a mirarme de una forma extraña mientras sus testículos se contraen y pierde toda su fuerza […]» (Ob. cit., p. 48)
Mi ya prolongada trayectoria literaria me advierte respecto a la existencia de numerosos críticos que -contagiados del Virus de la «Conjura Académica» y para supuestamente salvaguardar la «dignidad universitaria» de las escuelas de letras- fustigarán [sin piedad] su escritura y la clasificarán como «pornográfica». Otros escritores venezolanos –grupo en el cual me incluyo- han experimentado el látigo de esos falsos pontífices: Salvador GARMENDIA, Argenis y Renato RODRÍGUEZ, Rubén MONASTERIOS, Gabriel JIMÉNEZ EMÁN, Blas PEROZO NAVEDA y Denzil ROMERO, entre otros.
Al prescindir de los signos de puntuación, Raiza ANDRADE adhiere a un irredento y casi centenario estilo. En su pulsión escritural, que debe mucho al automatismo, el lector decide o imagina dónde están las pausas.
Es cierto que no hay novedad en su fórmula escritural ni en sus anécdotas, empero sí se percibe en su prosa un envidiable poder de imantación: un envolvente impulso ficcional que casi ninguna creadora es capaz de sostener. Sus narraciones son suprarrealistas y, en cuanto a la Gramática, apologéticas del desacato. Quizá sea urgente que transcriba un fragmento del introito que, redactado por Rubén MONASTERIOS, incluye este volumen:
«[…] Creo que algunos artificios experimentales son recursos estilísticos que se agotan en la obra de sus creadores, a partir de lo cual se convierten en convenciones, cuyo uso por otros debe hacerse con suma discreción y siempre en función de imperativos expresivos plenamente justificados… Si en alguna obra se encuentra justificación plena al descarte de los signos de puntuación, es en ésta; el uso del recurso no es una experimentación trasnochada, sino un componente clave del estilo; está puesto en función del discurso erótico, que en Raiza es atormentado, desasosegado, compulsivo, irrefrenable; ponerle signos de puntuación a semejante delirio sería encauzar un torrente […]» (Idem., p. 9)
Simultáneamente, en sus memorables párrafos la narradora omnisciente exalta y desprecia a los machos. Las mujeres, en cambio, lucen siempre exquisitas, perversas, gozosas o víctimas. Ellas son hermosas y ardientes, maravillosos objetos de nuestro deseo. En materia de sexo, la ritualidad nunca trasvasará su simulación: es su carácter o su índole, para infortunio de los defensores del «romanticismo». Lo relevante es la falotración, el coito, la consecución mutua o individual -según los casos- del placer bajo cualquier postura y sin suspicacias:
«[…] Nuestras lenguas se hacen una y yo busco en ti los caminos que me has enseñado a recorrer y somos una sola carne y una sola respiración y un acompasado jadeo cuando tus dedos penetran mi ano y frotan mis nalgas y yo lamo cada minúscula parte de tu cuerpo y nuestras lenguas hurgan en oscuras cavidades que estallan de luz a un mismo tiempo […] » (Ibídem., p.p. 37-38)
En nuestra novelística, intelectuales de gran vocación e inteligencia como Cristina POLICASTRO han mostrado más ambages al aludir la esencia de la sexualidad: ignoro si están cuidándose de los -por mí- calificados fasos pontífices de la crítica:
«[…] El negro dejó a Alicia como un trapo. Ella arañó, mordió, defendió como pudo, pero sin lograr evitar… Llegó hasta el mar. Allí lavó su cuerpo y sus ropas durante tres horas, en las que menstruó en largo y sostenido, para sacar de su cuerpo todo rastro de semen […]» (Ver La casa de las virtudes: «Grijalbo-Mondadori», Caracas, 1992. p. 92)
La mente de Raiza ANDRADE se pasea por todas las alcobas donde se suceden las copulaciones más disímiles, más o menos felices o fallidas.
En Venus Pubísima nos topamos con el hombre que ata a su presa para montarla; con la dama que experimenta placer cuando se le castiga antes de la falotración; nos encontramos con los que se inclinan por la violencia sexual; con quienes sienten regusto por el sexo oral y finalmente con los insaciables:
«[…] El aceleraba sus caricias mañaneras y ella lo tomó por sorpresa y con agilidad inesperada de un solo movimiento se trepó a sus caderas y se penetró ella misma con violencia y cuando él se derramó al interior de ella su vulva ardiente como una tenaza de fuego partió en dos al intruso y a la mañana siguiente nadie logró explicarse el cómo y el por qué de esos cuerpos desangrados ni la declaración del forense acerca de las causas de una muerte debida al parecer a las convulsiones orgásmicas de los vecinos más silenciosos de la cuadra […]» (cfr.)
La autora de Venus Pubísima nació en Caracas. Actualmente, es profesora universitaria y actriz teatral en Mérida. Dirige el Posgrado en Propiedad Intelectual que ofrece la Universidad de Los Andes.
[V]
Gil Otaiza «todavía está aquí»
En el curso de la primera década del S. XX, numerosas y actualmente inconfesables han sido las experiencias personales que me han –infaustamente- mantenido alejado de la opinión pública: de la «prensa nacional», de mis más queridos amigos del ámbito literario, de generosos profesores y estudiantes universitarios, de la vetusta y venerable institución académica a la cual estaré adscrito hasta mi fallecimiento. Dada mi necesidad espiritual de retomar el camino de la más maravillosa parte de mi mundo real, nada mejor que un libro de mi entrañable amigo y escritor Ricardo GIL OTAIZA para exponer mis ideas en redor de la obra de un autor de indiscutible e inocultable valor.
Antes de tener en mis manos y ante mis ojos el volumen de GIL OTAIZA intitulado Los libros todavía estaban allí («Universidad de Los Andes», Consejo de Publicaciones, 2006), estuve leyendo con regusto un texto crítico del académico español José Mª VALVERDE: La Literatura («Edición de Montesinos», 1989). Y, sin ambages ni pedantería, lo admito: me divirtió profundamente Ricardo con sus, a veces, sacrílegos ensayos sobre la obra y posturas de diversos literatos de esto que defino presente perpetuo: que disfruto unos días, y padezco otros.
En Los libros todavía estaban allí, compila casi sesenta de sus textos: entre ligeros artículos periodísticos y ensayos más intensos. En los cuales advierto, una vez más, su lúcida e implacable percepción vertida en la escritura de sus reflexiones críticas: elogiosas o no, según los casos, sobre diversidad de hacedores y cuanto ofrecen mediante editoriales nacionales e internacionales. Ávido de lecturas literarias como pocos en Mérida, incluye en este libro (por ejemplo) anécdotas personales relacionadas con los intelectuales: su aprobación o desencanto al leerlos, su decepción o admiración. Ya había [yo] leído, en diarios o revistas nacionales, un gran porcentaje de los textos que sesudamente compiló mi admirado amigo en el libro que hoy comento. Reminiscencias de pasadas décadas, y el protagonismo que él tuvo frente a los quehaceres literarios nacionales. Cuando conoció a Juan LISCANO, a Camilo José CELA, a nuestro recordado Denzil ROMERO y otros.
Me satisfizo la relectura de escritos como Autores fundamentales, El vuelo de la Reina, La palabra escrita (en el cual se mofa de quienes se proyectan, infelizmente, como gurúes), La estética y la existencia (donde se exhibe agudo pensador).
Culmino la lectura del libro de VALVERDE [supra], quien, erudito, fustiga la tradición literaria española, y me sumerjo en Los libros todavía estaban allí. De súbito, Ricardo me impele a nuevamente inmiscuirme en el gozo que nos procuran los hechos literarios: siempre, y para siempre, más trascendentales que los escabrosos sucesos políticos de los cuales no descansamos los ciudadanos de esta parte del mundo, plagada de hombres y mujeres que se empecinan en mantener insepultas ideas relacionadas con la violencia y la mal [podrida] parida «Revolución».
Nuestro tiempo ha sido usurpado por los posesos del ambiente político, por el burdo camuflaje de los propulsores del Movimiento «Político-Criminal y Cívico-Militar» al cual los forajidos con mando han querido inmerecidamente denominar «humanístico». A causa de la forma cruenta y cretina de gobernar, de ejercer en la Polis [que también GIL OTAIZA ha, en tono vehemente, cuestionado en sus escritos periodísticos] todos los venezolanos estamos hartos.
Al leer a Ricardo igual recuerdo a mi amigo y escritor Mempo GIARDINELLI, digno Premio «Rómulo Gallegos». Evoco el día cuando, en compañía de mi hija Venus kelly, antes que lo trasladásemos en un taxi a una clínica de la ciudad de Mérida (había sufrido un desmayo en el Mercado Principal), afirmaba «[…] que la escritura es una de las formas de resistencia a la que podíamos legítimamente acudir […]».
Me emociona releer su inferencia sobre una de sus propias novelas, Paraíso olvidado, que le permitió convertirse en uno de los muy selectos escritores con los cuales mi extinto Amigo Mayor [como él se habituó a confesarse ante mí] Juan LISCANO solía platicar personal o telefónicamente: años antes que partiese hacia el Ámbito de la Muerte, que le aterraba y asediaba, y ante su inminencia quiso prepararse a la manera de los yoguis. Liscano lo quiso y apreció su talento, de lo cual doy fe porque fui Su Otro Yo, ese que platica con el Demonio sin ser satánico, aun cuando esa temática lo confundió muchas veces y hasta lo perturbaba cuando platicábamos.
Ricardo GIL OTAIZA «todavía está aquí», como los libros que adora, en calidad de «Individuo de Número» de la magnífica casta intelectual a cuya esencialidad, lícitamente, por su esfuerzo y estudio personal, por su perspicaz inteligencia y escritura, él ingresaría hace más de veinte años.
[VI]
Paisaje con ángel caído
En esta novela, Paisaje con Ángel Caído («Ediciones Imaginaria», San Felipe, Estado Yaracuy, Venezuela, 2004), Gabriel JIMÉNEZ EMÁN nos presenta la historia personal de un joven millonario cuya existencia transcurre presa del hedonismo y los riesgos. Le gustan el peligro, la práctica irrefrenable del sexo, el licor y las drogas ilícitas. Es inteligente, culto, sentimental y dispendioso.
José Armando BURGOS creció sin la presencia de su padre, pero su madre lo crió e impulsó a cursar la carrera de Administración de Empresas. Ella, separada de su esposo [quien acumuló una gran fortuna que perdió casi en su totalidad] logra invertir el dinero que le había quedado del matrimonio y funda una fábrica de zapatos, bolsos, carteras y otros utensilios de cuero. Negocio en el cual trabajaría su hijo, luego de terminar sus estudios universitarios.
Administrador, pero intelectual: José Armando se debate entre reconocerse –definitivamente- como un hombre con profunda vocación artística o proseguir en el duro ambiente de los quehaceres empresariales. Por ello, cuando sale a caminar, pronto busca visitar bares y conocer mujeres.
La bohemia, que tanto le atrajo durante sus días de estudiante, todavía lo seduce poderosamente. Deambula, elucubra, recuerda juergas con amigos y amigas, lecturas literarias, pintores y grupos de música que lo impactaron y estigmatizaron durante su adolescencia.
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