Identidad, territorialidad y juventud: una lectura biopolítica en Quetzaltenango (página 2)
Enviado por Ernesto
La relación entre identidad social y pertenencia a determinadas categorías o grupos sociales tiene una larga tradición en Psicología Social, desde Mead (1934) hasta los planteamientos de Tajfel, Turner y seguidores en Gran Bretaña[22]Pero esta misma tradición en investigación social no ha prestado suficiente atención a un elemento que para nosotros resulta fundamental. La identidad social también puede derivarse del sentimiento de pertenencia o afiliación a un entorno concreto significativo, resultando entonces una categoría social más (Aragonés, Corraliza, Cortés y Amérigo, 1992). Por otro lado, desde la perspectiva del interaccionismo simbólico, todos los objetos -y en el sentido que da Blumer (1969) al término "objeto" pueden incluirse tanto los espacios como también las categorías sociales- adquieren su naturaleza ontológica a partir de los significados conferidos por individuos y grupos o, en terminología de Berger y Luckman (1966), pueden ser considerados construcciones sociales. En este sentido, resulta particularmente interesante la afirmación de Stoetzel, en una de las pocas referencias al tema en un texto de Psicología Social: "La idea de que el contorno físico de un individuo está enteramente transculturado a la sociedad de la que forma parte, y que describe el mundo físico, tal como es percibido en el seno de una sociedad y como objeto de conductas de adaptación a la misma, equivale a describir la cultura de esta sociedad"[23].
Sin embargo, aunque la idea de que los individuos, los grupos sociales o las comunidades están siempre ubicadas y, por tanto, relacionadas con unos determinados entornos resulta obvia, lo que no resulta tan evidente, revisando las aportaciones de la Psicología Social, es el papel que estos entornos juegan en la formación de las identidades de los individuos, grupos o comunidades. Posiblemente las razones que explican esta omisión responden a varios factores:
a) Por un lado, hay una tendencia general a adoptar una visión excesivamente reduccionista del entorno, acotándolo a dimensiones puramente fisicalistas cuando, desde planteamientos interaccionistas simbólicos, sabemos que los objetos que configuran nuestro mundo son considerados como tales cuando el ser humano es capaz de dotarlos de un significado, y que este significado es un producto socialmente elaborado a través de la interacción simbólica[24]Así pues, cualquier entorno urbano ha de ser analizado como un producto social antes que como una realidad física[25]
b) Una segunda razón hace referencia a los elementos de la interacción social. Tradicionalmente se ha analizado el tema de la identidad social considerando ésta como resultado de la interacción entre individuos y grupos[26]o entre grupos sociales[27]relegando al espacio físico a un segundo término. La diferenciación entre un medio físico y un medio social relativamente independientes ha contribuido también a fomentar esta consideración -por ejemplo, el enfoque dramatúrgico de Goffman (1967) considera al entorno como el escenario físico donde se desarrolla la interacción social. Pero, si como hemos apuntado anteriormente, el entorno ha de ser considerado como un producto social, la distinción entre medio físico y medio social tiende a desaparecer y el entorno pasa a ser no sólo el escenario de la interacción sino, como propone Stokols, un elemento más de la interacción[28]La relación entre individuos y grupos con el entorno no se reduce sólo a considerar este último como el marco físico donde se desarrolla la conducta sino que se traduce también en un verdadero "diálogo" simbólico en el cual el espacio transmite a los individuos unos determinados significados socialmente elaborados y éstos interpretan y reelaboran estos significados en un proceso de reconstrucción que enriquece ambas partes. Esta relación dialogante constituye la base de la identidad social asociada al entorno.
c) En tercer lugar, cabe destacar que la investigación en Psicología Social respecto al tema de la identidad social se ha caracterizado por seguir mayoritariamente un método experimental basado en situaciones de laboratorio. Si tradicionalmente la interacción social se da entre sujetos y el entorno es tan sólo el marco de esta interacción, la situación experimental tiende a reducir al máximo las variables ambientales, a neutralizar el entorno y a configurar una situación descontextualizada.
2.2. El concepto de identidad social urbana.
Por las discotecas de la 14ª Avenida de la zona 1, la movilidad humana juvenil, se expresa de diversas maneras a la vez que toma posesión del territorio. Hay poca inconformidad con respecto al comportamiento de los jóvenes porque el arrendamiento de locales para discotecas es tolerado si se obtienen generosos beneficios. Alfredo Mela[29]considera que el entorno o sistema urbano puede ser planteado como producto de la interdependencia de tres subsistemas con lógicas de funcionamiento, reglas y dinámicas autónomas: un sistema de localización de la actividad; un sistema de comunicación física, y un sistema de comunicación social[30]El primer subsistema haría referencia a los campos sociales que constituyen una ciudad; el segundo contiene todo lo referente a los soportes físicos empleados para la transmisión de información; y el tercero, por último, englobaría las formas de comunicación, de interacción comunicativa, que se dan entres los diversos actores que conforman la ciudad.
Si partimos de que la ciudad es un espacio de sociabilidad, de construcción de sujetos, mirar la ciudad desde la comunicación implica, en primer lugar, considerar la relación entre la cultura objetivada –lo que en palabras de Pierre Bourdieu[31]constituyen los campos y sus capitales específicos- y la cultura incorporada o interiorizada –el habitus, siguiendo la propuesta del sociólogo francés. Ambas culturas se ponen en escena en forma de lo que él mismo denomina prácticas culturales. En palabras de Rossana Reguillo, esta consideración se resume en "la observación de la presencia de instituciones, discursos y prácticas objetivas en las representaciones de los actores urbanos"[32]. La relación entre lo objetivo y lo subjetivo, dimensiones básicas de la cultura y, por ende, de la identidad cultural, puede ser mirada y objetivada en las prácticas sociales o culturales, a partir de ejes analíticos y organizadores de la ciudad como son lo público y lo privado, lo central y lo periférico y, en una dimensión más simbólica, lo legítimo y lo ilegítimo. Así entonces, la ciudad no se reduce a su dimensión espacial o campal –objetiva-, pero tampoco es sólo un conjunto de representaciones incorporadas por los sujetos.
Es, como queda claro en la afirmación anterior, una compleja combinación entre ambas dimensiones. Las percepciones acerca de la ciudad contemporánea se alimentan en gran medida del imaginario urbano construido, representado y narrado por los medios de difusión masiva. Así entonces, la ciudad y sus representaciones mediáticas se producen mutuamente. Como constructores de la realidad, o difusores de representaciones sociales[33]acerca del mundo, los medios configuran un determinado "mito urbano". En palabras de Amendola (2000), "viajamos atraídos por estas imágenes de ciudad y de lugares, frecuentemente sólo para encontrar en la experiencia la confirmación de la imagen conocida y para poder narrar nosotros mismos un relato de ciudad ya escrito" (Amendola, 2000: 173). En este sentido, compartimos con el autor que la imagen urbana, en su dimensión mediatizada, es penetrante y constituye un importante factor de socialización que anticipa el conocimiento de las ciudades, que se convierten en algo conocido antes de haber sido vividas o experimentadas.
Este planteamiento implica la consideración de que los entornos urbanos pueden ser entendidos también como categorizaciones del self en un determinado nivel de abstracción grupal. El sentido de pertenencia a determinadas categorías sociales incluye también el sentido de pertenencia a determinados entornos urbanos significativos para el grupo. Detrás de esta idea se encuentra la consideración del entorno urbano como algo más que el escenario físico donde se desarrolla la vida de los individuos, siendo un producto social fruto de la interacción simbólica que se da entre las personas que comparten un determinado entorno urbano. Los contenidos de estas categorizaciones vienen determinados por la interacción simbólica que se da entre las personas que comparten un determinado espacio y que se identifican con él a través de un conjunto de significados socialmente elaborados y compartidos. Es de esta manera como el entorno urbano supera la dimensión física para adoptar también una dimensión simbólica y social.
El espacio urbano, pues, representa a nivel simbólico un conjunto de características que definen a sus habitantes como pertenecientes a una determinada categoría urbana en un determinado nivel de abstracción, y los diferencian del resto de personas en base a los contenidos o dimensiones relevantes de esta categoría en el mismo nivel de abstracción. Así pues, desde este punto de vista, los entornos urbanos pueden también ser analizados como categorías sociales.
Esta es la premisa fundamental que se halla implícita en el concepto de identidad urbana (urban identity) desarrollado por Lalli (1988; en prensa). Para este autor, "sentirse y definirse como residente de un determinado pueblo, [barrio o ciudad] implica también demarcarse en contraste con el resto de la gente que no vive allí" (1988, los corchetes son nuestros). Parece correcto, pues, pensar que los mecanismos que se encuentran en la base de la identidad urbana son los de categorización y comparación sociales propios de la identidad social. Pero, para Lalli, la identidad urbana cumple también con otra función fundamental: permite internalizar las características especiales del pueblo basadas en un conjunto de atribuciones que configuran una determinada imagen de éste -en un sentido muy similar al de "imaginabilidad social" de Stokols (1981). Esta imagen determina, según Lalli, la atribución de un conjunto de características a los individuos, los dota de un cierto tipo de personalidad: "sentirse residente de un pueblo confiere un número de cualidades casi-psicológicas a las personas asociadas a él" (1988, p. 305). A su vez, la identidad urbana provee a la persona de evaluaciones positivas del self (aspecto ya destacado por Tajfel y por Turner en sus investigaciones sobre categorización e identidad social) y de un sentimiento subjetivo de continuidad temporal que permite la conexión identidad-generación en relación al entorno urbano.
Esta continuidad temporal que se deriva de las relaciones simbólicas con el espacio es tratada específicamente por Stokols, resultando un elemento fundamental de la identidad de los grupos asociados a determinados entornos (Stokols y Jacobi, 1984). Así pues, las orientaciones temporales de los grupos sociales juegan un importante papel en las relaciones que se establecen entre estos grupos y sus entornos a la vez que definen la identidad social en función de las particulares perspectivas temporales. Las orientaciones propuestas por estos autores: centrada en el presente, futurista, tradicional y coordinada implican diversas modalidades de relación simbólica con el espacio que van, respectivamente, desde relaciones estrictamente funcionales, inversiones hacia el futuro, preservación de la historia o la coordinación presente-pasado-futuro de la identidad social de un grupo en relación al entorno donde se sitúa.
Por otro lado, paralela a la noción de identidad urbana de Lalli se encuentra la idea de comunidad simbólica de Hunter (1987). Este autor, partiendo de la "Ecología Simbólica" como sistema conceptual para entender los procesos de identificación comunitaria a partir de la construcción social del significado de las comunidades, considera que éstas tienen su propia identidad basada en la interacción simbólica entre ellas a través de una relación de tipo ecológico. Como Lalli, Hunter propone que el proceso de construcción social de una identidad comunitaria surge de las interacciones que los miembros de un territorio local tienen con los de fuera y que sirven para definir a la comunidad. En esta interacción son especialmente relevantes el nivel toponímico como sistema de clasificación y categorización, el nivel territorial, es decir, los límites que definen a esta comunidad en comparación a otras, y las evaluaciones de la comunidad relativas a otras comunidades. Así pues, las relaciones que a nivel ecológico se dan entre las comunidades a partir de la atribución de significados socialmente elaborados y compartidos ayudan a configurar también la identidad social asociada a un entorno y a definir lo que Hunter llama comunidades simbólicas (Hunter, 1987).
Mientras Lalli (1988; en prensa) toma como punto de partida el concepto de self del interaccionismo simbólico (Mead, 1934) así como la noción de place-identity (Proshansky y otros, 1983) para definir la identidad urbana de un grupo, Hunter (1987) parte del mismo interaccionismo simbólico y del construccionismo social (Berger y Luckman, 1966) para presentar el concepto de comunidad simbólica. Sin embargo, el nexo que puede establecerse entre estos desarrollos teóricos y la teoría de la categorización del self de Turner (1987) resulta sumamente interesante y comporta una serie de reflexiones que pasamos a desarrollar.
En un sentido general, podemos considerar que las categorías espaciales son uno de los diversos tipos de categorías sociales que los individuos utilizan para definir su identidad social. Su característica distintiva, sin embargo, es que el referente directo de la categorización es el propio espacio (urbano en nuestro caso). Podemos decir pues que los individuos configuran su identidad social también en base a considerarse pertenecientes a un espacio determinado, siendo la identidad social urbana una subestructura de la identidad social -de manera análoga a la concepción de Lalli de la identidad urbana como subestructura de la identidad del self.
A partir de ahí entramos en la dialéctica entre identidad individual e identidad social o, como afirma Fischer, "un complejo enredo de lo social y de lo individual" (1990, p. 157). Para Turner, el problema se resuelve si consideramos la identidad social como un continuum en función de los niveles de abstracción sobre los que los individuos se categorizan, pasando desde categorizaciones totalmente personales hasta categorizaciones sociales cada vez más inclusivas («humanos», por ejemplo). Por otro lado, desde el interaccionismo simbólico, autores como Blumer (1969) defienden la idea de que todo objeto (y como tal también pueden ser consideradas las categorías) es social en tanto en cuanto su significado es fruto de la interacción simbólica; por tanto, incluso las categorías más personales tienen una base social determinante. Por último, desde el construccionismo social, Berger y Luckman (1966) afirman que "los tipos de identidad son productos sociales tout court" (1984, p. 217). Así pues, aunque desde diferentes planteamientos, tanto las teorías sociocognitivas como las interaccionistas simbólicas o las construccionistas sociales compartirían la idea de que la identidad de los individuos tiene una fuerte componente social e implica procesos fundamentales a este nivel.
Llevando estas reflexiones al campo de la psicología ambiental, y concretamente al tema de los entornos urbanos considerados como productos sociales, podemos decir que las categorizaciones que una persona puede hacer en relación a su pertenencia al espacio comprenderían básicamente tres niveles de consideración: "el espacio mío", "el espacio nuestro" y "el espacio de todos", de manera análoga a los niveles de abstracción categorial propuestos por Turner (1987). Este planteamiento implica hacer referencia a dos elementos teóricos propios de la psicología ambiental: el concepto de espacio personal y los procesos de apropiación espacial.
Diversos son los autores que han realizado estudios sobre el tema del espacio personal (Hall, 1966; Horowitz, 1974; Sommer, 1969; Moles, 1977). De entre ellos destacaremos el trabajo de Moles (1977) pues su idea de coquilles presenta puntos de contacto con la línea de argumentación que hemos seguido hasta ahora. Para este autor la relación entre la persona y el espacio pasa por la consideración de una serie de capas concéntricas que representan los diferentes niveles de apropiación espacial. De esta manera, Moles, partiendo de la indumentaria como capa más cercana al individuo, relaciona sucesivamente el gesto inmediato, la vivienda, el barrio, la ciudad, la región, la nación y el mundo en el sentido más amplio (Fischer, 1990).
Por otro lado, si consideramos que una de las categorizaciones que configura la identidad social de un individuo o de un grupo es la que se deriva del sentido de pertenencia a un entorno, parece correcto pensar que los mecanismos de apropiación del espacio (Korosec, 1976) aparecen como fundamentales para este proceso de identificación. Sea a través de la acción-transformación o bien de la identificación simbólica (Pol, en prensa) el espacio se convierte en lugar, es decir, se vuelve significativo (Jørgensen, 1992). El mecanismo de apropiación facilita el diálogo entre los individuos y su entorno en una relación dinámica de interacción, ya que se fundamenta en un doble proceso: el individuo se apropia del espacio transformándolo física o simbólicamente y, al mismo tiempo, incorpora a su self determinadas cogniciones, afectos, sentimientos o actitudes relacionadas con el espacio que resultan parte fundamental de su propia definición como individuo, de su identidad del self (Proshansky, 1976).
Aunque algunos autores consideran que los mecanismos de apropiación espacial remiten básicamente a un proceso individual (Korosec, 1976), otros han destacado que también pueden darse apropiaciones espaciales a nivel grupal. En este sentido, Fischer (1990) distingue tres niveles de apropiación: colectiva, de grupos reducidos (vecindario, barrio) o individual (en el caso del espacio personal). Si la identidad de self en relación al lugar (Proshansky, 1976; 1978; 1983) remite a un nivel de apropiación individual, la identidad social urbana se relaciona con procesos de apropiación espacial a nivel grupal o comunitario.
De esta manera, la categorización social basada en el sentido de pertenencia a determinados entornos urbanos se situaría, recogiendo las ideas de Turner (1987), en el nivel de abstracción intermedio de categorizaciones endogrupo-exogrupo, aunque dentro de éste podemos distinguir otros subniveles organizados jerárquicamente a través de relaciones de inclusión. En nuestro caso, pueden ser considerados dos niveles formales: aquel que corresponde a la categoría «barrio» y el que corresponde a la categoría «ciudad», pasando progresivamente hacia niveles de inclusión de clase más elevados. Por debajo de la categoría «barrio» nos situaríamos en un nivel de identificación espacial más "personal" (en el sentido de Turner) representado por la categoría «casa», mientras que por encima de la categoría «ciudad» encontraríamos sólo la de «área metropolitana» (en un sentido más administrativo que social) ya que a partir de ahí las categorías más inclusivas pierden la dimensión urbana (comarca, región, país, etc.) y, aunque igualmente importantes, quedan fuera de nuestro ámbito de análisis[34]
En un nivel de abstracción intermedio a los dos planteados encontramos otros tipos de categorías urbanas, más inespecíficas, que pueden responder a criterios de localización geográfica (por ejemplo «centro»), de funcionalidad (por ejemplo «área residencial») o a criterios socio-económicos o de estatus social (por ejemplo «zona alta», «suburbio», etc.).
Al realizar un análisis de la categoría social urbana «barrio», la descubrimos como una categoría altamente interesante por su grado de flexibilidad y riqueza así como por su relevancia en relación a la identidad social ya que, como comenta Milgram, "el barrio resulta un componente importante de la identidad social de un individuo" (1984, p. 305). Este interés viene dado en buena parte por el hecho de considerarla una categoría "natural" (Wirth, 1945; Amérigo, 1990), es decir, superando su carácter administrativo -con una delimitación geográfica claramente determinada- nosotros consideraremos «barrio» aquello que los propios individuos consideran como tal, con una delimitación geográfica fruto de las "percepciones de los sujetos y de su sentido de pertenencia al barrio" (Amérigo, 1990, pp. 41-42). En este sentido, esta categoría urbana puede ser inclusiva de otras categorizaciones «barrio» de orden inferior. Así podemos hablar de grupos que se definen como un «sub-barrio» con sus propias características diferenciales. De hecho, autores como Marans y Rodgers (1975) distinguen entre macrobarrio (tomando como referencia los distritos oficialmente considerados) y microbarrio (vecindario o zona inmediata a la vivienda). Fried (1986) adopta una acepción social de barrio considerando que éste representa el contexto adecuado para una imagen del hogar, mientras que para Jacobs (1961) la vida que se desarrolla en los barrios es parecida a la que puede ofrecer un pueblo.
A partir de este planteamiento, un determinado grupo de individuos no basará sólo su identidad social en función de categorizaciones del self como "humanos, europeos, jóvenes, estudiantes, etc…", por ejemplo, sino que también pueden definirse como pertenecientes a un determinado barrio, zona o ciudad y, en este sentido, diferenciarse también de otras personas que no pertenezcan a las mismas categorías sociales urbanas en el mismo nivel de abstracción. El mecanismo de metacontraste que rige este juego de semejanzas y diferencias (destacado, entre otros, por Codol, 1984) haría, por ejemplo, que un determinado grupo se identificase con una determinada zona de la ciudad si las diferencias percibidas a nivel de barrio con otros barrios fuesen mínimas o escasamente relevantes, es decir, si la pertenencia a la categoría social «zona» resulta más "saliente" que la pertenencia a la categoría «barrio». De esta manera los individuos tenderán a definirse como pertenecientes a categorizaciones urbanas más inclusivas o de nivel de abstracción más elevado cuando las afiliaciones a categorías de niveles inferiores no permitan percibir diferencias suficientemente significativas respecto de otras categorías de este mismo nivel: un grupo se identificará con una zona si no es capaz de diferenciarse como barrio de los otros barrios, y se identificará con la ciudad si no es capaz de diferenciarse como zona de las otras zonas. A nivel endogrupal, sin embargo, la tendencia es la de buscar identificaciones de grupo en base a categorías poco inclusivas, posiblemente porque los individuos procuran definirse en relación a dimensiones categoriales que no comporten un alto grado de despersonalización. Así, aunque una persona pueda identificarse en base a su ciudad o su zona, preferirá identificarse en primer lugar con su barrio.
Ello, sin embargo, no siempre es posible, sobre todo si consideramos que otra cuestión importante a tener en cuenta es que el grupo no tan solo busca identificarse como tal a través de determinadas categorías urbanas; también pretende que las otras personas (el exogrupo) los identifiquen en base a estas categorizaciones. En este sentido, la identidad social asociada al espacio dependerá de que, tanto las atribuciones internas (endogrupales) como las externas (del exogrupo hacia el endogrupo) que definen una determinada categorización, se sitúen en el mismo nivel de abstracción y en categorías relevantes para ambas partes. Así, por ejemplo, nosotros podremos identificarnos como pertenecientes a un determinado barrio y diferenciarnos a través de esta categoría urbana ante otras personas: a) que no pertenezcan a nuestro barrio, b) que conozcan nuestro barrio, c) que sean también capaces de definirse en relación a su barrio. En cambio, si queremos identificarnos en base a una categorización urbana, por ejemplo, ante una persona extranjera que no conozca nuestro barrio, tendremos que hacerlo a través de la categoría «ciudad», más inclusiva, y de esta manera ella podrá definirse también como perteneciente a su ciudad. Ambos, sin embargo, hemos de tener un cierto grado de conocimiento previo de las dimensiones categoriales utilizadas en la interacción.
Este conocimiento de las dimensiones relevantes para las categorías sociales urbanas no ha de basarse necesariamente en un conocimiento "in situ" de un determinado barrio, zona o ciudad. Entre otros, existen dos elementos importantes que actúan a nivel simbólico y que permiten representar las dimensiones categoriales en tanto en cuanto son considerados, tanto a nivel endogrupal como exogrupal, representativos o característicos de la categoría en conjunto, es decir, en palabras de Turner (1987), son prototípicos de una determinada categoría social: a) el nombre por el que se conoce al barrio, la zona o la ciudad, y b) determinados elementos del espacio urbano percibidos como prototípicos -que nosotros llamaremos espacios simbólicos urbanos (Valera, 1993)- facilitan una interacción social a nivel simbólico y permiten establecer los mecanismos de categorización y comparación que determinan la identidad social asociada a un entorno urbano. Para Lalli (1988), además de estos elementos, también pueden considerarse otros como determinados acontecimientos culturales característicos (ferias, fiestas, exhibiciones, etc.), elementos geográficos (ríos, lagos, etc) y, en general, cualquier particularidad distintiva asociada a este entorno.
2.3. La identidad como distinguibilidad.
Concebir la identidad en la intersección de una teoría de la cultura y de una teoría de los actores sociales: "habitus" (estucturas estructuradas=producto social, una manera de ser, un estado habitual, en particular del cuerpo, una predisposición una tendencia, una propensión, o una inclinación/ Estructuras estructurantes (=operador de cálculo inconsciente que nos permite orientarnos correctamente en el espacio social sin necesidad de reflexión) (Bourdieu) o como "representaciones sociales"[35].
Para Jodelet, "la representación social designa una forma de conocimiento específico, el saber de sentido común, cuyos contenidos manifiestan la operación de procesos generativos y funcionales socialmente caracterizados. En sentido más amplio, designa una forma de pensamiento social"[36]. Toda representación social lo es de algo y de alguien
La identidad se atribuye a una unidad de distinguibilidad (cualitativa y numérica), pero ésta debe establecer diferencia entre las cosas y las personas. En el caso de éstas últimas, deben distinguirse de las demás y debe ser reconocida por los demás en contextos de interacción y de comunicación, una "intersubjetividad lingüística"[37]. Las personas deben ser percibidas como tales (individual o colectivamente), requiriendo la sanción del reconocimiento social para que exista social y públicamente.
En la perspectiva de polaridad entre auto-reconocimiento y hetero-reconocimiento, a su vez articulada según la doble dimensión de la identificación (capacidad del actor de afirmar la propia continuidad y permanencia de hacerlas reconocer por otros) y de la afirmación de la diferencia (capacidad de distinguirse de otros y de lograr el reconocimiento de esta diferencia). Alberto Melucci[38]elabora una tipología elemental que distingue analíticamente cuatro posibles configuraciones identitarias:
2.3.1. Identidades segregadas, cuando el actor se identifica y afirma su diferencia independientemente de todo reconocimiento por parte de otros.
2.3.2. Identidades hetero-dirigidas, cuando el actor es identificado y reconocido como diferente por los demás, pero él mismo posee una débil capacidad de reconocimiento autónomo.
2.3.3. Identidades etiquetadas, cuando el actor se auto-identifica en forma autónoma, aunque su diversidad ha sido fijada por otros.
2.3.4. Identidades desviantes, existe una adhesión completa a las normas y modelos de comportamiento que proceden de fuera, de los demás; pero la imposibilidad de ponerlas en práctica nos induce a rechazarlos mediante la exasperación de nuestra diversidad.
La identidad concreta pues, se manifiesta bajo configuraciones que varían según la presencia y la intensidad de los polos que la constituyen. Podemos inferir que la identidad no es una esencia, un atributo o una propiedad intrínseca del sujeto en relación con los otros; a lo que corresponde a su vez, el reconocimiento y la "apropiación" de los sujetos. En definitiva, la identidad social de un acto emerge y se afirma sólo en la confrontación con otras identidades en el proceso de interacción social, la cual frecuentemente implica relación desigual y, por ende, luchas y contradicciones.
Los elementos diferenciadores en la identidad de las personas son:
La pertenencia a una pluralidad de colectivos (categorías, grupos, redes y grandes colectividades)
La presencia de un conjunto de atributos idiosincráticos o relacionales.
Una narrativa biográfica que recoge la historia de vida y la trayectoria social de la persona considerada.
Para la identidad el espacio -como escribe Falla- es un lugar importante, ya que es en éste donde nace la amistad[39]Este ha sido el caso de los actores que frecuentan las discotecas del centro histórico de la 14ª Avenida de la zona 1 de la ciudad de Quetzaltenango. Es desde allí donde surgen, se refieren y afianzan las redes sociales y las estructuras sociales.
2.4. La pertenencia social
La identidad de un individuo se define principalmente, aunque no exclusivamente, por la pluralidad de sus pertenencias sociales, podría decirse, la realización de distintos roles. Ahora bien, esta pluralidad de pertenencias, lejos de anular la identidad, precisamente la define y la constituye. Cuando un joven asiste a una discoteca, en primera instancia, al presentarse, hace referencia a su familia, al lugar de donde procede, al trabajo que realiza y las redes[40]sociales que utilizó para llegar hasta ese lugar. La pertenencia social también implica la inclusión de la personalidad individual en una colectividad hacia la cual se experimenta un sentimiento de lealtad. Esta inclusión, como ya queda dicho, se expresa por medio de los diversos roles, pero sobre todo por la apropiación e interiorización al menos parcial del complejo simbólico-cultural que funge como emblema de la colectividad en cuestión. Como explica Feixá: Los jóvenes habitan, como sus padres, en un medio familiar y social específico, que ejerce las funciones de socialización primaria. Mediante la interacción cara a cara con parientes y vecinos mayores, los jóvenes aprenden algunos rasgos culturales básicos (roles sexuales, lenguaje, maneras de mesa, gustos estéticos). Mientras las culturas parentales de clase media tienden a concentrar estas funciones en la familia nuclear, las culturas obreras dan mucha más importancia a la familia ampliada y la comunidad local. Estos contextos íntimos también vinculan a los jóvenes con el mundo exterior: la percepción del mundo del trabajo para los jóvenes obreros, de la "carrera" para los jóvenes de clase media, las valoraciones sobre la policía y la autoridad, las interpretaciones que se hacen de los medios de comunicación, etc. Aunque se identifiquen con otros miembros de su propio grupo de edad, los jóvenes no pueden ignorar los aspectos fundamentales que comparten con los adultos de su clase (oportunidades educativas, itinerarios laborales, problemas urbanísticos, espacios de ocio, etc.)[41].
El momento crucial en la tematización de una posible identidad es el de la escisión entre hombre público y hombre privado. En el centro de este sentido de la vida bifurcada se han originado las más importantes reflexiones contemporáneas de nuestro tiempo. Hegel dio a la identidad el sentido de una lucha por el reconocimiento movimiento que llevaba a encontrar lo igual y lo distinto, la alteridad y la mismidad en una dialéctica de identidad diferente[42]Esa lucha formaba parte, a su vez, del reconocimiento explícito y falible de la coexistencia entre los hombres (la eticidad).
La concepción filosófica moderna de identidad se basó en la creencia en la existencia de un sí mismo, o centro interno, que emerge con el nacimiento, como una alma o esencia, que permanece fundamentalmente igual durante toda la vida. Desde Marx en adelante, muchos sociólogos y psicólogos sociales (en especial George Mead) han desarrollado una concepción alternativa de acuerdo con la cual las expectativas sociales de los otros juegan un rol fundamental en el proceso de identificación con algunas cualidades. De este modo, la idea de un sujeto producido en interacción con una variedad de relaciones sociales llegó a ser crucial.
La articulación social de las culturas juveniles puede abordarse desde tres escenarios[43]
2.4.1. La cultura hegemónica refleja la distribución del Poder cultural a escala de la sociedad más amplia. La relación de los jóvenes con la cultura dominante está mediatizada por las diversas instancias en las cuales este poder se transmite y se negocia: escuela, sistema productivo, ejército, medios de comunicación, órganos de control social, etc. Frente a estas instancias, los jóvenes establecen relaciones contradictorias de integración y conflicto, que cambian con el tiempo. Las culturas juveniles provenientes de una misma cultura parental pueden negociar de forma diferente sus relaciones con la cultura hegemónica: las culturas juveniles obreras pueden adoptar soluciones adaptativas (el "buen estudiante", el "chico laborioso") o disidentes (el "bandolero", el "maloso"); las culturas juveniles de clase media pueden seguir itinerarios normativos ("situarse", "hacer carrera") o contestatarios ("desmadrarse", "rebelarse").
2.4.2. Las culturas parentales pueden considerarse como las grandes redes culturales, definidas fundamentalmente por identidades étnicas y de clase, en el seno de las cuales se desarrollan las culturas juveniles, que constituyen subconjuntos. Refieren las normas de conducta y valores vigentes en el medio social de origen de los jóvenes. Pero no se limita a la relación directa entre "padres" e "hijos", sino a un conjunto más amplio de interacciones cotidianas entre miembros de generaciones diferentes, en el seno de la familia, el vecindario, la escuela local, las redes de amistad, las entidades asociativas, etc. Mediante la socialización primaria, el joven interioriza elementos culturales básicos (uso de la lengua, roles sexuales, formas de sociabilidad, comportamiento no verbal, criterios estéticos, criterios de adscripción étnica, etc.) que luego utiliza en la elaboración de estilos de vida propios.
2.4.3. Las culturas generacionales, finalmente, refieren la experiencia específica que los jóvenes adquieren en el seno de espacios institucionales (la escuela, el trabajo, los medios de comunicación), de espacios parentales (la familia, el vecindario) y sobre todo de espacios de ocio (la calle, el baile, los locales de diversión). En estos ámbitos circunscritos, el joven se encuentra con otros jóvenes y empieza a identificarse con determinados comportamientos y valores, diferentes a los vigentes en el mundo adulto[44]
Acertadamente expresa Manuel Castells, cuando dice:
"En un mundo como éste de cambio incontrolado y confuso, la gente tiende a reagruparse en torno a identidades primarias: religiosa, étnica, territorial, nacional. En estos tiempos difíciles, el fundamentalismo religioso, cristiano, islámico, judío, hindú e incluso budista (en lo que parece ser un contrasentido), es probablemente la fuerza más formidable de seguridad personal y movilización colectiva. En un mundo de flujos globales de riqueza, poder e imágenes, la búsqueda de la identidad, colectiva o individual, atribuida o construida, se convierte en la fuente fundamental de significado social"[45].
3. Culturas juveniles y territorio
A través de la función de territorialidad la subcultura se enraíza en la realidad colectiva de los muchachos, que de esta manera se convierten ya no en apoyos pasivos, sino en agentes activos. La territorialidad es simplemente el proceso a través del cual las fronteras ambientales son usadas para significar fronteras de grupo y pasan a ser investidas por un valor subcultural. Ésta es, por ejemplo, la función del fútbol para los skinheads. La territorialidad, por tanto, no es sólo una manera mediante la cual los muchachos viven la subcultura como un comportamiento colectivo, sino la manera en que la subcultura se enraíza en la situación de la comunidad (Cohen, 1972: 26-27).
El último de los factores estructurales de las culturas juveniles es el territorio. Aunque puede coincidir con la clase y la etnia, el modo de producción y la lucha de clases; es preciso considerarlo de manera específica. Incluso puede predominar a veces sobre los dos factores citados: en barrios interclasistas, las bandas tienden a ser interclasistas; en barrios interétnicos tienden a ser interétnicas; en ambos casos no hacen más que reflejar las formas específicas que adopta la segregación social urbana. Las culturas juveniles se han visto históricamente como un fenómeno esencialmente urbano, más precisamente metropolitano. La mayor parte de estilos espectaculares han nacido en las grandes urbes de los países occidentales (Chicago, San Francisco, Nueva York, Londres, París). Pero el origen no determina el destino. En la medida que los circuitos de comunicación juvenil son de carácter universal -mass media, rock, moda-, que hay problemas como el paro que afectan a los jóvenes de diversas zonas, la difusión de las culturas juveniles tiende a trascender las divisiones rural/urbano/metropolitano. Ello no significa que se den el mismo tipo de grupos en un pequeño pueblo, en una capital provinciana o en una gran ciudad, ni que ser punk signifique lo mismo en cada uno de estos territorios. Urgen, en este sentido, análisis comparativos que establezcan correlaciones a escala nacional e internacional.
4. El concepto de territorio
El concepto territorio proviene del vocablo latín territorium que es un derivado de terra que significa "tierra". Según el diccionario Larousse significa: "Extensión de tierra perteneciente a una nación, provincia, comarca, etcétera. Término de una jurisdicción (Nación). Demarcación sujeta al mando de un gobernador"[46]. Esta definición enfatiza dos aspectos del significado del concepto. La acepción de territorio como delimitación de un espacio, y la acepción de territorio como el espacio en que se concreta una acción de dominio.
Esta doble acepción se hace presente, de alguna manera, en el uso del concepto por diversas disciplinas del conocimiento. Desde una perspectiva biológica el territorio es el "…área bien definida de hábitat de una especie en la cual desarrollan su actividad individuos aislados, parejas o grupos y que es defendida por éstos frente a otros animales de la misma o distinta especie, con los cuales compiten por su explotación"[47].
La emergencia de la juventud, desde el período de posguerra, se ha traducido en una redefinición de la ciudad en el espacio y en el tiempo. La memoria colectiva de cada generación de jóvenes evoca determinados lugares físicos (una esquina, un local de ocio, una zona de la ciudad). Asimismo, la acción de los jóvenes sirve para redescubrir territorios urbanos olvidados o marginales, para dotar de nuevos significados a determinadas zonas de la ciudad, para humanizar plazas y calles (quizá con usos no previstos). A través de la fiesta, de las rutas de ocio, pero también del grafiti y la manifestación, diversas generaciones de jóvenes han recuperado espacios públicos que se habían convertido en invisibles, cuestionando los discursos dominantes sobre la ciudad. A escala local, la emergencia de culturas juveniles puede responder a identidades barriales, a dialécticas de centro-periferia, que es preciso desentrañar. Por una parte, las culturas juveniles se adaptan a su contexto ecológico (estableciéndose una simbiosis a veces insólita entre "estilo" y "medio"). Por otra parte, las culturas juveniles crean un territorio propio, apropiándose de determinados espacios urbanos que distinguen con sus marcas: la esquina, la calle, la pared, el local de baile, la discoteca, el centro urbano, las zonas de ocio, etc.
El territorio es pues, el espacio material (físico, psi-cológico) que precisa una determinada especie para garantizar su supervivencia. El establecimiento de los límites de dicho espacio responderá a lo que determinen los intereses de la especie en cuestión. Los estudiosos del comportamiento de las especies animales le denominan instinto territorial.
Desde una perspectiva sociológica, el territorio ha sido definido como:
"…la parcela geográfica que sirve de hábitat exclusivo a un grupo humano o a un individuo. Decimos de manera exclusiva, porque el grupo del individuo tiende a mantener celosamente su derecho a evitar y explorar esa área geográfica sin interferencias por parte de otro grupo o de otros individuos"[48].
Las acepciones de dominio y espacio se encuentran presentes en la definición, implícitamente se reconoce el derecho a explotar en su provecho el área en cuestión, así como la obligación de defenderla ante cualquier intruso.
Sin embargo, esta conexión irrebatible entre el concepto de territorio y los significados anteriormente expuestos, exhibe una gran relatividad -si atendemos a la dimensión multireferencial que tiene el concepto- que se evidencia en la utilización que del mismo se hace para designar diversos objetos concretos. Así territorio es utilizado como sinónimo de: lugar, paraje, nación, población, estado, país, tierra, continente, hemisferio, espacio, isla, península, región, comarca, marca, provincia, departamento, demarcación, jurisdicción, distrito, área, zona, municipio, provincia, ayuntamiento, parroquia, suelo, superficie, propiedad, cultivo, pradera, campo.
Lo anterior indica, que si bien no podemos considerar al concepto de territorio como un concepto vago, debemos reconocer, por otra parte, que su dimensión multireferencial, obliga a especificar en todo estudio, la significación que se otorga al concepto.
Para los propósitos del presente estudio, nos interesa destacar la noción de territorio, o mejor dicho territorialidad –que se refiere a la percepción que los sujetos tienen de su entorno con relación a diversos aspectos de la vida humana: lo bionatural que comprende el hábitat, el medio ambiente natural y artificial; geo-político; social que comprende la acción social y los procesos comunicativos.
4.1. Territorialidad: Su dimensión bio-natural
En primera instancia, la noción de territorialidad aplicada a las especies animales, y por tanto a la especie humana, se encuentra indisolublemente unida a la noción de hábitat. En efecto, el ordenamiento y la distribución de los espacios físicos en que reside la especie humana, en coexistencia con infinidad de especies, determina el carácter del hábitat y delimita su extensión.
En la actualidad el debate sobre la cuestión del territorio ocupa un lugar destacado en ámbitos muy diversos: en el mundo académico, en los foros nacionales e internacionales sobre políticas públicas o desarrollo, así como en espacios propios de las organizaciones locales (de vecinos, de indígenas, de campesinos, de ecologistas, de desocupados, de marginalizados urbanos, etc.).
Desde una mirada ligera podría, con alguna razón, interpretarse que estamos frente a un "problema de moda", una clave de interpretación pasajera, circunstancial. Consideramos que esta percepción es errónea. Es cierto que han surgido recientemente y se han multiplicado los análisis que apelan a un enfoque territorial de forma creativa y novedosa. Es también cierto que el enfoque geográfico resurge potente, y que la mirada en clave cartográfica opera ahora tanto en ciencias naturales, exactas como sociales. Desde las ciencias naturales y exactas, con ayuda de la tecnología satelital, es posible ejercer una mirada cartográfica en torno a la agricultura, la distribución de los recursos naturales, los procesos climáticos, etc.; a la vez que, desde las ciencias sociales, se está aplicando una mirada cartográfica para interpretar los procesos globalizadores "de arriba" y "de abajo", mapear redes internacionales de alianzas y conflictos, y conformar una matriz de datos que tome distintas escalas (local, nacional, regional y global). Sin embargo, esta ebullición, esta proliferación de herramientas de análisis en clave territorial, son en realidad el resultado del estallido social de un "problema" que, aunque haya sido desplazado, nunca abandonó la escena.
4.2. La territorialidad se construye con la conjunción de ambos aspectos
"Territorialidad es el término técnico que se usa para describir la toma de posesión, utilización y defensa de un territorio por parte de los organismos vivos… La territorialidad llega a todos los rincones y entresijos de la vida… Tener un territorio es tener uno de los componentes esenciales de la vida[49]
Una primera observación nos conduce a concebir al territorio como un espacio -casi siempre- compartido con otros individuos de la misma o de otras especies. Las diversas demandas que los individuos de las diferentes especies plantean al territorio, origina la competencia y la confrontación entre individuo-individuo, individuo-especie y especie-especie para decidir la ocupación de los espacios en disputa. En esta confrontación el rango biológico, es decir, "el orden de precedencia establecido entre las diferentes especies… que supone un reconocimiento del poder que tiene el individuo de la especie dominante para imponer su voluntad y sostener sus pretensiones sobre cualquier bien que ambos deseen obtener", juega un papel decisivo[50]
Una vez conquistado, la delimitación territorial en poblaciones animales de una misma especie se realiza con base en dos tipos de arreglos:
4.2.1 La ocupación separada y exclusiva de territorios contiguos por un solo animal o por una sola pareja con sus crías, y
4.2.2. La ocupación conjunta por un grupo compuesto por muchos individuos de progenie distinta[51]
En la especie humana encontramos ambos tipos de ocupación.
Para esta especie, el territorio es concebido en diversos niveles: hogar, barrio, ciudad, estado, país, etcétera. Su concepción territorial tiene profundas raíces biológicas que la hacen semejante a las otras especies animales.
Los límites de los territorios permanecen razonadamente constantes, así como los lugares destinados a actividades específicas dentro del territorio, como dormir, comer y anidar. El territorio es en todos los sentidos de la palabra una prolongación del organismo, marcada por señales visuales, vocales y olfativas.
El hombre ha creado prolongaciones materiales de la territorialidad, así como señaladores territoriales visibles e invisibles[52]Esta delimitación del territorio como prolongación del organismo humano, implica una gran interdependencia entre el hombre y el espacio que habita, contiene por tanto, el sentido de pertenencia y dominio que la especie humana tiene sobre su hábitat, que la lleva a concebirlo como parte entrañable de su existencia y a defenderlo como tal.
Esta interrelación entre organismo y hábitat define la territorialidad en su significado defensivo (…) Definiremos la territorialidad como la defensa de un espacio fijo en contra de intrusiones por parte de miembros de la misma especie… El homo sapiens se encuentra claramente en el ex-tremo mas elevado del espectro, aún en comparación con los primates superiores… defiende muchos límites territoriales en muchos niveles diferentes, y contrariamente a todos los demás animales que amenazan sin lesionar a los intrusos, el hombre necesita de muy poca provocación para matar a quienes llegan a invadir su territorio[53]
5. El territorio
La vida dentro de los Estados Nación, que fue la forma de territorializar en un período de la historia de la humanidad, estuvo signada por una contradicción que podríamos declarar clásica: el conflicto capital / trabajo. La modernidad estuvo atravesada en gran parte por este antagonismo. Pero con la crisis mundial del capitalismo de "mundo lleno", que se expresa a partir de los años noventa, se evidencia más una contradicción que se ancla sobre luchas que vienen desde la pre-modernidad (luchas de pueblos originarios o de comunidades campesinas). Una contradicción que tiene como centro al territorio, la relación con el ambiente su uso y transformación, su control y su reproducción. Es la extensa lucha de 10.000 años entre los pobladores rurales que resistieron al esclavismo, al feudalismo y en estos últimos siglos, a la modernización. En este sentido, según algunos autores estamos viviendo un tiempo singular, caracterizado por una dinámica social que llaman "la guerra por el espacio" "o la guerra por ser". Una "guerra" que es resultado de elites que ya no se responsabilizan por la reproducción material de la sociedad que conducen (dado que no la necesitan porque el avance tecnológico ha permitido que el capital se reproduzca con el ínfimo uso de mano de obra) y no asumen las consecuencias de sus acciones allí, en el lugar donde las realizan, puesto que también se han emancipado de las determinaciones territoriales: "Sacarse de encima la responsabilidad por las consecuencias es la ventaja más codiciada y apreciada que la nueva movilidad otorga al capital flotante, libre de ataduras" (Bauman, 1999:17). "La guerra por el espacio" se dirime entre pobladores locales cruzados por una identidad e intencionalidad aglutinante y elites transterritorializadas que portan formas de concebir al planeta (formas de territorialización) desresponsabilizadas de las consecuencias que puedan ocasionar en esos lugares (impactos negativos en lo económico, lo político, lo cultural, lo ambiental), y excluyentes para los habitantes que allí viven y permanecen.
Desde este encuadre, el enfoque territorial es radical y hecha luz sobre actuales conflictos y procesos sociales generales que son interpretados desde miradas analíticas que se han vuelto desfasadas históricamente y reaccionarias políticamente: pueblo-nación o clase socio-económica.
5.1. Historizando el concepto de territorio
Los orígenes del concepto de territorio se remontan al proceso de unificación alemana a fines del siglo XIX y al momento en que se consolida la geografía como disciplina académica. Es en ese marco que Fiedrich Ratzel esboza las primeras aproximaciones al concepto definiendo al territorio como una porción de superficie terrestre que es apropiada por un colectivo humano que necesita una determinada dotación de recursos naturales para su reproducción y que los mismos son utilizados según las condiciones de desarrollo tecnológico alcanzados (Schneider y Peyré Tartaruga, 2006).
Luego de un siglo de que fuese acuñado el concepto de territorio y después de haber cedido lugar al de región, el concepto recupera vitalidad a partir del trabajo del geógrafo norteamericano Jean Gottman. Pero la esencia del concepto ratzeliano de territorio en tanto predominio del territorio estatal no se modifica sino hasta fines de la década de 1970 a partir de los trabajos del geógrafo francés Claude Raffestín quien realiza una crítica a la "geografía unidimensional" que concebía al territorio como definido exclusivamente por el poder del Estado (Schneider y Peyré Tartaruga, 2006). De esta manera se pasa de una geografía del poder en singular a una en plural, ya que la presencia única del poder estatal cede ante la existencia de múltiples poderes. Esta multiplicidad de poderes da cuenta de la existencia de múltiples actores que se relacionan en el territorio. Así, según Raffestín, el territorio es concebido como la expresión espacial del poder fundamentada en relaciones sociales.
Otro aporte importante en esta línea es el realizado por el geógrafo norteamericano Robert Sack para quien la territorialidad es la base del poder, la estrategia de un grupo para incidir o controlar recursos y personas mediante la delimitación y del control de áreas específicas, los territorios (Schneider y Peyré Tartaruga, 2006).
Desde América Latina los aportes a la conceptualización del territorio fueron realizados principalmente por el geógrafo brasileño Milton Santos (1994, 2000) y en esta última década por Rogerio Haesbert[54]y sus trabajos sobre las dinámicas de territorialización, desterritorialización y reterritorialización, así como los trabajos del geógrafo Bernardo Mançano Fernandez[55]en torno a los procesos de territorialización de los movimientos sociales. No es casual que aquellos que más han desplegado el enfoque territorial sean brasileños pues ellos son justamente los que conviven con un conjunto de movimientos sociales que apuntan el objetivo de sus luchas a la (re)definición del territorio. Existe en Brasil un vasto y variado conjunto de organizaciones, grupos, movimientos, que se proponen la emancipación social en tanto control popular directo sobre los recursos naturales, los usos de esos recursos, la disposición espacial de las instituciones, el funcionamiento político y económico de esos espacios, etc. En este país abundan movimientos socioterritoriales: los campesinos e indígenas por la tierra y contra las grandes obras (minas a cielo abierto, represas, proyectos forestales, etc.), los marginados urbanos por el "techo" (un lugar en la ciudad), los ambientalistas por la biodiversidad, etc. En este marco de ricos procesos sociales ha surgido la reflexión más fecunda sobre el territorio. En la actualidad estamos frente al reencuadramiento de un problema histórico, por mucho tiempo invisibilizado o subsumido bajo otras problemáticas, y que hoy emerge con indiscutido protagonismo debido a la magnitud de los procesos que lo tienen como foco de atención. Nos referimos a los procesos políticos, económicos y culturales de finales del siglo XX y principio del siglo XXI que llevan a la reconceptualización de lo territorial como eje problemático: desastres ecológicos, desalojos de población rural, concentración en el control de los recursos naturales, crisis energética, etc.
Otro aspecto del asunto es la polisemia que gira en torno de la definición de "territorio", o de lo que sería "la cuestión territorial". Se trata de una temática en disputa, con múltiples concepciones, como lo es el Desarrollo, el Progreso, la Nación, el Estado, el Mercado. Y lo es en un doble sentido. La definición teórica del territorio supone variadas y enfrentadas posturas, así como lo supone su definición política. Es por ello que una visión analítica del territorio estará siempre interrelacionada con una apuesta política sobre la conformación de un territorio (el para qué, el cómo, y quienes hacen un territorio).
En conclusión sostenemos aquí una noción de territorio que supone considerarlo como "un cuadro de vida" (Santos, 1994). Es decir, un espacio geográfico en el cual se articulan las diversas relaciones sociales. En este espacio tienen lugar múltiples e imbricadas relaciones de poder sustentadas en la posesión de distintos capitales pero sobre todo en el despliegue de distintas estrategias basadas en diferentes racionalidades y/o cosmovisiones. Nos referimos a la tensión resultante de la puesta en acción de distintas intencionalidades de los actores (estado, mercado, diversos sujetos sociales, empresas, comunidades campesinas e indígenas, productores empresariales, etc.) que subyacen en un mismo espacio geográfico.
En otras palabras, por territorio como "cuadro de vida", comprendemos las lógicas de cada actor social asentadas en un territorio, orientadas a su reproducción como sujeto social. De esta manera, en el caso de las comunidades rurales su reproducción social, económica y cultural no puede ser concebida sin una concepción holística del territorio. Es decir, que debe poder integrar cada una de estas dimensiones de la vida social, dado que la primacía de un orden sobre otro (por ejemplo, del económico sobre el cultural) supondría generar inequidades o formas de exclusión.
5.2. La construcción política del territorio
Con la globalización se instaló el debate sobre el desanclaje territorial logrado por el gran capital, sobre su capacidad adquirida de desterritorializarse, moverse de aquí para allá.
Mientras que los procesos migratorios a escala global son interpretados como contraparte de tal proceso desterritorializador. Al capital, capaz de fluir de territorio en territorio, se le opondría una multitud con vocación de movilidad extrema, empapada con la potencia del éxodo, capaz de escapar a la dominación o a la aniquilación. En esta mirada el principio del flujo (de hombres y mujeres y de capitales) es central, la red es la metáfora, Internet y los medios de comunicación son el soporte tecnológico. Dentro de esta concepción el territorio se presenta como realidad estática, aquello que esta allí, lo que permanece inmóvil, inmutable, reducido a un dato "geográfico".
Esta perspectiva, que considera la situación actual del mundo como de absoluta desterritorialización, es problemática, cosifica al territorio, como si fuera algo que existe con independencia de los que allí viven y de los que lo configuran cotidianamente. Haesbaert (2004) caracteriza a esta perspectiva como "El mito de la desterritorialización". Es decir, se trata del "mito de los que imaginan que el hombre puede vivir sin territorio, que la sociedad puede existir sin territorialidad, como si el movimiento de destrucción de territorios no fuese siempre, de algún modo, su reconstrucción sobre nuevas bases (…) Entendemos que no hay individuo o grupo social sin territorio, es decir, sin relación de dominación y/o apropiación del espacio, sea ella de carácter predominantemente material o simbólico (…)"[56]. En este sentido, comprendemos al territorio como el resultado del uso que hacen del espacio los hombres y mujeres. El territorio es una construcción humana, "un cuadro de vida" socialmente apropiado. Pero en tanto producto social, el territorio es algo inacabado, una realidad en permanente movimiento de territorialización. Estamos frente a procesos de dominio (político-económico) y/o de apropiación (simbólico-cultural) que realizan los grupos humanos en un espacio determinado. El territorio, como construcción social, emerge de procesos económicos, culturales y políticos.
Ahora bien, si estamos delante de procesos de naturaleza social, debemos establecer cual es la concepción de sociedad que asumimos. En tal caso, simplificando el argumento, podemos concebir a la sociedad como un todo u organismo que busca la armonía y el equilibrio entre sus partes, o bien, como un entramado de relaciones intrínsecamente conflictivas. En consonancia con el segundo postulado, y completando el argumento que veníamos desarrollando, consideramos al territorio como una construcción social, y en tanto tal, lo concebimos como proceso atravesado por el conflicto, por relaciones de poder, por disputas y tensiones. Un territorio, como construcción social, resulta entonces de relaciones de poder y conflictos en un espacio determinado. El territorio, su definición, es una cuestión eminentemente política.
En un territorio lo que está en disputa es el cómo, para qué y el para quienes, de un espacio determinado. La configuración del territorio es siempre dinámica y cambiante. Los usos del territorio son un problema constante puesto que los actores sociales entablan luchas y alianzas de forma permanente para imponer su visión de cómo organizarlos. La conflictualidad en torno a la definición de los usos del territorio, en torno de distintos modos de "producir" territorio, de diversas territorialidades, se expresa en algunos casos en la oposición entre "uniones territoriales" verticales y horizontales. En el primer caso estamos frente a uniones entre lugares distantes y asimétricos. En las "uniones verticales" la vida de un lugar es subordinada a decisiones tomadas por intereses distintos al de las mayorías que habitan el territorio. Las normas y racionalidades se imponen "desde afuera". En el segundo tipo de uniones, en las "uniones horizontales", los lugares se vinculan sobre la base de solidaridades locales, contiguas. En estos casos lo que se tejen son normas definidas localmente, en los mismos lugares. Sin embargo, las uniones horizontales no deberían entenderse como localismos, lugares encapsulados. Las uniones horizontales pueden ser ampliadas aproximando la posibilidad de construir otra globalización, capaz de articular los lugares respetando a la vez la soberanía de cada uno de ellos. En los espacios rurales estas tensiones, entre formas verticales u horizontales de producir territorio cobran clara y trágica expresión.
Las discotecas de la 14ª Avenida de la zona 1 de la ciudad de Quetzaltenango son la expresión de dominación del otro mantienen al sujeto "sujetado". En Michel Foucault encontramos un sujeto "sujetado" atado a las relaciones de poder, de significación y de producción que lo ocasionan y de las cuales él no puede llegar a ser partícipe o al menos consciente sin un previo desmontaje de las tecnologías que le han producido: discursos, prácticas ascéticas, instituciones, el Estado moderno, etc. Este sujeto "sujetado" posee dos alcances en Foucault:
sometido a otro mediante el control y la dependencia;
– y el sujeto atado a su propia identidad por la conciencia o el conocimiento de sí mismo.
Ambos significantes indican una forma de poder que subyuga y somete. Poder de engendrar sujetos dentro de una estructura social asimétrica que mantenga las relaciones de dominación-sometimiento; donde los sujetos subalternos son sometidos al accionar de las élites (políticas, intelectuales, económicas) que si pueden aspirar a liberar su subjetividad en el cuidado de sí. Veamos lo que dice:
"( ) la obligación de la preocupación por uno mismo se ve, sin embargo, ampliada en el sentido de que válida para todos los hombres aunque con las siguientes reservas: a. no se dice ocúpate de ti mismo más que a aquellas personas que tienen capacidad cultural, económica y social: la élite cultivada (separación de hecho) no se dice ocúpate de ti mismo más que a las personas que pueden distinguirse de la muchedumbre, de la masa, ya que la preocupación por uno mismo no tiene lugar en la práctica cotidiana propia de una élite moral (separación impuesta)"[57].
La anterior afirmación foucaultiana dice que los sujetos no pueden gestar, ni desplegar luchas de liberación anti-sistémica, sino que los sujetos sujetados deben hacer sus luchas de libertad (autonomía) en los microespacios del poder[58]Resistencias locales, fragmentarias, y para las élites. Por eso, los jóvenes que frecuentan cada fin de semana por la 14ª Avenida se sienten liberados por unas horas del dominio de sus padres y se someten a la gubernamentalidad de la autoridad dominante de la discoteca. Hay un contrato de sometimiento no firmado en el que el sujeto se "sujeta" y el controlador lo somete. El sujeto sabe conducirse so pena de quedar excluido de frecuentar ese lugar lo que le llevaría a perder entre otras cosas, la pertenencia al lugar, el status adquirido por los años y el poder social dependiente de las redes sociales, es decir, el sujeto queda a merced de los vaivenes del comportamiento de los demás. La famosa "jaula transparente y circular", que simbolizaba la vigilancia de la prisión panóptica se ha dispersado por todo el cuerpo social y se ha extendido a todas las ciudades generando zonas "vulnerables", espacios prohibidos en donde el Estado, por medio de las prácticas de cero tolerancia focaliza el control y la vigilancia de grupos etiquetados como potencialmente peligrosos, haciendo frente a los requerimientos privados-públicos de una ciudadanía que se siente cada vez más "insegura"[59].
6. Símbolos, significados, escenarios, redes sociales y vestuarios
El uso de una jerga común entre los jóvenes que frecuentan la 14ª Avenida de la Zona 1 de la ciudad de Quetzaltenango, esta cargado de muchos significados que solamente quien lo conoce puede interpretarlos. Para Pierre Bourdieu, esto se denomina habitus: "El habitus como sistema de disposiciones en vista de la práctica, constituye el fundamento objetivo de conductas regulares y, por lo mismo, de la regularidad de las conductas. Y podemos prever las prácticas […] precisamente porque el habitus es aquello que hace que los agentes dotados del mismo se comporten de cierta manera en ciertas circunstancias"[60].
Los jóvenes toman posesión del territorio colindante a las discotecas. El frontispicio del centenario Teatro Municipal es el lugar elegido para organizar las estrategias, que van desde la economía, el acompañamiento femenino[61]el número de acompañantes. En palabras de Bourdieu, esto es "capital social", la amistad es la puerta de entrada a la discoteca y la ampliación de las redes sociales, pues conoce nuevos amigos, conoce nuevos símbolos – o fortalece los ya conocidos-, introduce nueva jerga a su vocabulario, especialmente las relacionadas con los nombres de las sustancias prohibidas.
7. Juventud
Los jóvenes en toda sociedad son los agentes de cambios. Tanto la Sociología como la Antropología al investigar un fenómeno social se remite a los jóvenes, no a los ancianos ni a los niños.
Algunos han definido a los jóvenes como aquellos que ya no pueden seguir siendo considerados niños, pero que todavía no son adultos. Otros, como Bourdieu[62]remiten la juventud a las relaciones de poder entre las generaciones, es decir, los jóvenes son los que luchan por el poder frente a los viejos. Los teóricos del desarrollo humano coinciden en que la juventud es el período de la vida que con mayor intensidad evidencia el desfase entre las dimensiones biológicas, psicológicas y socioculturales[63]
Una diferenciación que ha adquirido consenso es la establecida entre los conceptos de adolescencia y juventud, tomando como marco cronológico para la adolescencia de los 10 a los 16 ó 18, y de los 18 a los 30 para el período de la juventud.
En el plano de lo sociopsicológico, existen muchas interpretaciones sobre la diferencia entre la adolescencia y la juventud. Se considera que en la adolescencia se depende en mayor o menor medida de la familia, la escuela, y de otras instituciones. La identidad se va construyendo a medida que aparecen las manifestaciones biológicas de la pubescencia, el cuerpo y sus comportamientos se transforman y se vivencian éstos a través de las percepciones y las ideas de los otros.
Sin ser un cambio abrupto, aquellos que ya hicieron el tránsito lo expresan como un antes y un después. Son los demás quienes a partir de la edad y los cambios observados deciden que ya se hizo el tránsito de la adolescencia a la juventud.
Existen diversas hipótesis sobre las dinámicas que configuran y construyen los procesos juveniles. De acuerdo a la mirada de Bourdieu, la división por edades en todas las sociedades es el reflejo de una lucha por el poder entre las generaciones. Es una forma que tienen las generaciones adultas, dice el autor, de establecer límites, de producir un orden en el cual cada quien debe permanecer en su lugar. En este aspecto no sorprende que haya en la juventud una actitud de desobediencia, de irreverencia, de confrontación, que es el reflejo de su respuesta a esta lucha de poder.
Desde esta óptica, tanto la adolescencia como la juventud están constituidas por un conjunto de relaciones sociales dentro de una estructura jerárquica que establece la supremacía de las personas mayores sobre las más jóvenes, en un período de la vida en que los cambios biológicos y psicológicos de la adolescencia debilitan los controles establecidos sobre al cuerpo y la sexualidad[64]
Las Naciones Unidas han definido la juventud como la edad que va de 15 a 25 años. Sin embargo una definición puramente cronológica se ha mostrado insuficiente. La juventud es un proceso relacionado con el período de educación en la vida de las personas y su ingreso al mundo del trabajo.
A todo lo largo de la 14ª Avenida del Centro Histórico de Quetzaltenango, observamos cómo los jóvenes, no solamente alteran el ambiente y el tránsito de vehículos, también la territorialidad, pues además de ubicarse frente a la discoteca de su pertenencia, y preferencia, toma posesión de los espacios aledaños como pueden ser el frontispicio del Teatro Municipal y las calles adyacentes. Observamos que entre los jóvenes hay luchas de poder y al mismo tiempo hay estratos que se muestran a través de acumulación de capitales. Desde Michell Foucault lo entendemos analizando la conducta[65]Para Foucault, el poder se ejerce reticularmente, no sobre los individuos, sino a través de ellos. El poder no emana de un centro identificable, Se trata, por el contrario, de identificar el poder en sus confines últimos, allí donde se vuelve capilar. Por ello, Foucault analiza el poder más allá del espacio jurídico de su ejercicio. Pero entonces, el planteo se invierte: no es el poder dictatorial, externo y totalitario que se ejerce sobre individuos autónomos. Se trata de reconocer que el individuo es uno de los primeros efectos del poder. El individuo, tal como se expresa en sus acciones e interrelaciones, es producido por los dispositivos de poder. El poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular. Pero esa red transita transversalmente, no está quieta en los individuos, se produce y reproduce en y desde sus acciones e interacciones.
"No se trata – afirma Foucault – de concebir al individuo como una especie de núcleo elemental, átomo primitivo, materia múltiple e inerte sobre la que se aplicaría o en contra de lo que golpearía el poder" [. . .] .El poder circula a través del individuo que ha constituido[66]Pero Foucault, sin embargo, ha centrado sus estudios en la sociedad disciplinaria. El poder disciplinario ha sido un instrumento fundamental en la constitución del capitalismo industrial y del tipo de sociedad que le es correlativa. Sin embargo, el neocapitalismo ha inaugurado formas de poder en extremo anónimas e invisibles, que no necesitan de la coerción social, ni de la corrección disciplinaria. Este poder – máxima forma de la sofisticación y el disimulo -, se ejercita a través del placer, de la libre adhesión del individuo a las exigencias del sistema. "Sutilmente, sin violencia, irá infiltrándose en los individuos, trabajando detenidamente sus anhelos, condicionando su imaginación, controlando su pensamiento, hasta lograr una profunda identificación de los fines, las aspiraciones y las valoraciones personales con los de la estructura del aparato productivo"[67]. Ya no hay necesidad de restricciones allí donde el sujeto adhiere voluntariamente a los códigos del sistema. Trabajando sobre el deseo no es necesario imponer obligaciones. En la sociedad del neo capitalismo, la alienación del hombre, como ya lo advirtiera H. Marcuse, toma la forma de la "aparentemente espontánea y libre adhesión del individuo al sistema socioeconómico en su conjunto". La libertad, continúa Marcuse, se convierte así en un poderoso instrumento de dominación[68]
8. La "producción de verdad"
Si en la Modernidad el sujeto autónomo se constituye a su vez desde el cogito cartesiano en el fundamento de la verdad, hoy asistimos, como advierte Foucault, a la "producción de verdad". En efecto, las relaciones de poder no pueden disociarse, ni establecerse ni funcionar sin una producción y circulación del discurso. Esto es válido para todas las sociedades, pero en la sociedad actual la relación entre poder y verdad se organiza de un modo muy particular. En definitiva, para Foucault, se produce "verdad" como se producen "riquezas"[69]. No nos es difícil entender esta posición tan provocadora de Foucault, que desmitifica la "verdad" y sus características de objetividad, neutralidad valorativa y racionalidad, si enfocamos el rol de los medios de información, de los "formadores de opinión" o de las sutiles estrategias publicitarias. Sin embargo, es más difícil entender que esta producción cuasi industrial de verdad afecta también al discurso científico, cuyas conclusiones gozan plenamente del status de lo incuestionable.
Pero la misma racionalidad científica está hoy en crisis. Como ha advertido Edgar Morin, el proceso de conocimiento se presenta hoy como un fenómeno de doble rostro. Asistimos a una patología del saber: el crecimiento exponencial de los saberes disgregados, de la especialización rígida y de la causalidad lineal crea una nueva forma de oscurantismo, que se acrecienta al mismo tiempo que permanece invisible para la mayor parte de los productores de ese saber, que siguen creyendo obrar como ilustrados[70]Al pensarse a sí misma como un saber autónomo, supra-histórico, la ciencia ha ignorado el proceso de su propia construcción. Se separa ciencia y sociedad, ciencia y ética, sujeto y objeto. Pero, por sobre todo, se separa ciencia y poder.
Por ello la ciencia actual, pese a sus enormes éxitos, sufre de insuficiencia y de mutilación. Es afirma E. Morin, incapaz de concebirse como praxis social, incapaz, no solamente de controlar, sino de examinar reflexivamente el poder surgido de su saber. La ciencia actual es sin conciencia[71]
Tanto la Psicología y la Antropología de las últimas décadas del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX abordaron a la adolescencia desde la teoría de la recapitulación, que implicaba el establecimiento de analogías entre el desarrollo humano y cultural, donde la ontogenia recuerda a la filogenia: el desarrollo de cada individuo recrea el de la especie humana (y la raza). Las tres categorías de alteridad: la mujer, el nativo y el niño-joven, se encontraban en relación con el hombre blanco, de clase media de los países centrales.
La crítica relativista, de la cual el estudio clásico de Margaret Mead sobre las jóvenes samoanas constituye un paradigma, argumentó que los conflictos de los adolescentes norteamericanos atribuidos universalmente a los adolescentes pueden, por el contrario, ser entendidos como un problema cultural producido por una sociedad heterogénea y conflictiva que fuerza a estos jóvenes a tomar decisiones trascendentales y antagónicas. En contraposición, como en Samoa el peso de las tareas domésticas recaía en las menores de 14 años, la pubertad era el período de mayor libertad de las jóvenes samoanas: en él transcurría una educación más o menos sistemática que culturalmente debía mantenerse en el límite entre el mínimo de conocimientos y un virtuosismo que plantearía exigencias demasiado gravosas (pág. 51) para el futuro matrimonio.
Como parte de esa definición, se establecieron juventudes aplicadas a cada contexto cultural específico: la joven samoana difería de la norteamericana, porque su manera de incorporarse a la sociedad adulta era diferente. Junto al relativismo, apareció la pretensión de captar la homogeneidad dentro de cada una de las culturas. En este sentido es interesante recuperar la polémica Mead-Freeman, ya que el establecimiento de patrones de incorporación a la sociedad adulta homogéneos, atribuidos a Mead por su pertenencia al culturalismo, no se verifican en la etnografía donde se producen reflexiones más complejas.
En nuestro medio, los estudios de Mario Margulis[72]y sus colaboradores también han desarrollado esta perspectiva. Cuestionando las definiciones exclusivamente biológicas de la juventud, e incorporando las diferencias sociales en el análisis –la moratoria social como un privilegio de las clases medias y acomodadas-, este autor plantea a los jóvenes como la nueva alteridad, separada por barreras cognitivas, abismos culturales vinculados con los modos de percibir y apreciar el mundo que nos rodea, arriesgando como hipótesis una multiculturalidad temporal. Para este autor existe una facticidad en la juventud, consistente en la moratoria social y el capital temporal: no se trata por tanto sólo de percepciones o estados, sino de experiencias temporales vividas, que se diferencian del resto de sus contemporáneos.
Si el joven existe, objetiva y subjetivamente, Margulis se dedica a distinguirlo del proceso de juvenilización, hegemonizado desde la sociedad de consumo capitalista. En su cuestionamiento a dicha sociedad, los medios masivos de comunicación y su joven oficial, Margulis presenta a las tribus urbanas como reacción al proceso de juvenilización de los adultos de clase media y alta, y a las propuestas sociales y culturales relacionadas con la imagen del joven legítimo, heredero del sistema. Lo concibe como un proceso de resignación, pero también resistencia a las formas culturales hegemónicas, en las que distingue claros exponentes de una lucha de clases -librada sobre todo en el plano simbólico- y de un enfrentamiento entre generaciones[73]
De Michel Maffesoli, quien es considerado el iniciador de esta conceptualización, Margulis rescata la emotividad y el esteticismo como motivaciones de estos conglomerados. Jesús Martín Barbero, en la misma dirección, señala que los jóvenes habitan nómadamente la ciudad (1998: 33) aludiendo a los desplazamientos periódicos de los lugares de encuentro.
Maffesoli, en El tiempo de las tribus (1990): 36, refiere a un período dominado por la indiferenciación o la "perdida" de un sujeto colectivo, al que denomina neotribalismo. Se trata de un período empático en el que prevalece un ambiente emocional segregado, que integra el paisaje urbano y donde las apariencias expresan la uniformidad y conformidad de los grupos. Estos momentos se diferencian conceptualmente de los momentos míticos, períodos abstractos en los cuales los sujetos colectivos (burguesía, proletariado) son sujetos históricos con un objetivo a cumplir.
Este autor rescata el concepto de comunidad emocional de Max Weber, denotando algo que no existe como tal pero permite revelar situaciones presentes. Son comunidades efímeras, de composición cambiante, inscriptas localmente, desorganizadas y estructuradas en la cotidianeidad (Pág. 38).
Los jóvenes que frecuentan la 14ª avenida de la zona 1 de Quetzaltenango, renuncian a ser identificados como rebeldes o indiferentes a los problemas que padece la sociedad[74]Muestran respeto hacia cualquier foráneo que les salude o solicite alguna información pertinente. De este modo, la interacción vis a vis y/o vis alter fortalece el reconocimiento y pertenencia del lugar porque cuando el desconocido se convierte en conocido, los jóvenes no solamente reconocen el lugar, también sirve de cuestionamiento de la identidad del individuo (¿qué busca? ¿De dónde viene? ¿Cuál es la referencia que tiene? ¿Por qué se ubica y mueve en este territorio? ¿Qué intenciones tiene? ¿Qué nivel de confianza hemos inspirado para que nos pregunte a nosotros y no a aquellos?). Lo mismo muestra respeto y reconoce la autoridad cuando paga su entrada a la discoteca y saluda al policía que cuida el establecimiento. Podría decirse que el joven no renuncia a su identidad al reconocer la autoridad militar, negocia el uso del territorio. Igual sucede cuando consume bebidas alcohólicas o sustancias penalizadas por la ley en los lugares aledaños a la discoteca, al ver un vehículo patrulla, inmediatamente procura deshacerse de ello para evitar problemas que puedan desencadenar en el arresto. En definitiva, en este espacio tienen lugar múltiples e imbricadas relaciones de poder sustentadas en la posesión de distintos capitales pero sobre todo en el despliegue de distintas estrategias basadas en diferentes racionalidades y/o cosmovisiones en los que "sólo una pequeña parte de los hombres posee el poder de adquisición necesario como para adquirir la cantidad de mercancía indispensable para asegurar su felicidad. "La igualdad desaparece cuando se trata de las condiciones para la obtención de los medios" (Marcuse ( ): "Cultura y Sociedad" Acerca del carácter afirmativo de la cultura I.
Conclusión
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