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La economía bipolar (la "nueva normalidad" que la crisis nos legó) – Parte I (página 4)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

El razonamiento que se realiza, con datos válidos para Estados Unidos, es el siguiente. En los últimos 30 años el PIB se ha doblado, pero, paradójicamente, los sueldos se han estancado y son prácticamente iguales que por aquel entonces. ¿Quién es el responsable? La inflación, ganamos más nominalmente pero no realmente. Entonces, ¿a dónde van las ganancias? Según el Sr. Reich a los "super rich" (súper ricos), que identifica como los que están en la cima de la pirámide cuando de dinero hablamos. Lo justifica con los datos de ingresos, hace treinta años el 1% más rico de la población se llevaba a su casa el 10% de los ingresos totales, hoy es el 20% y poseen el 40% de la riqueza del país.

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Cree que esto conduce a que aumenten su poder en la legislación y por tanto se reduzcan los impuestos a los más acaudalados. El resultado son menores ingresos tributarios, déficit fiscal y menores servicios como educación, sanidad, infraestructuras… Asimismo las personas empiezan a echarse la culpa unas a otras, nacionales contra inmigrantes, trabajadores de la empresa privada contra la empresa pública, y demás debates que también se reproducen en nuestro país. Pero la realidad, según el vídeo, es que la clase media está débil, lo que les nos lleva a consumir menos, a no querer endeudarnos y en definitiva a una recuperación insatisfactoria y alto desempleo. Conclusión, economía fuerte = clase media fuerte.

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Vemos que el "top 20%" gana un 59.1% de los ingresos totales, pero por la contra paga el 64.3% de los impuestos.

La cuestión no son tanto los tipos impositivos como la creciente divergencia entre "ricos y pobres", no es que los ricos paguen poco, es que "los pobres" ganan poco.

Más datos interesantes:

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¿Curioso, no? Nos pegamos entre nosotros cuando actualmente un CEO gana unas 350 veces más que un empleado medio mientras el ratio histórico es inferior a las 100 veces. Además vemos que los sueldos en la parte alta de la jerarquía suben muy por encima de los beneficios a la par que los de los trabajadores se estancan. Y si bien es simplificar demasiado centrarse en los "CEO" vamos enfocando el problema.

¿En dónde converge todo esto? Globalización. Observen el siguiente gráfico:

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Si bien los resultados del 40% son puntuales, el progresivo menor porcentaje sobre el total por el impuesto de sociedades es un hecho. A raíz de la Segunda Guerra Mundial y coincidiendo con la apertura de mercados y fronteras parece que las empresas han buscado la forma de "optimizar" su carga fiscal aprovechando esta circunstancia, llegando a mínimos del 10% sobre el total o incluso menos.

Claro, con un tipo marginal de los más altos del mundo en Estados Unidos la "optimización" puede entenderse, donde ya jugamos a algo peligroso es cuando una empresa como Google tributa el 2.4% gracias a Irlanda pero sus beneficios vienen de otros lugares con altos impuestos. Es decir, hago mis negocios gracias a unos pero les doy el dinero a otros. Y si bien es injusto personificar en Google porque muchas lo hacen, es un ejemplo que muestra perfectamente lo que está ocurriendo globalmente…

El número de estadounidenses que recibe cupones de alimento bate récords. El Gobierno alimenta de forma directa a más del 14% de la población.

"Unos 44 millones y medio de americanos recibieron cupones de comida del Gobierno en el último mes. El número de personas que recurren a esta ayuda lleva aumentando 30 meses de forma consecutiva. Con un gasto público mensual de 6.000 millones de dólares, el programa de asistencia bate récords históricos en paralelo al aumento del desempleo, pero una gran parte de estos recursos se utiliza de forma fraudulenta"… Obama, el presidente de los cupones de comida (Libertad Digital – 10/6/11)

Muchas personas no utilizan los cupones para comer sino para comprar otros productos, con la complicidad de otros a los que prestan sus tarjetas EBT a cambio de efectivo, o de los propios comercios que se las aceptan para pagar cualquier cosa, en ambos casos con un descuento a favor del cómplice. De esta forma, los beneficiarios adquieren gratis productos no autorizados en este programa, como alcohol y tabaco. El Gobierno paga así los vicios de varios cientos de miles de americanos…

Sin embargo, en los últimos años la picaresca en Estados Unidos se mezcla con la necesidad: el número de quienes utilizan los cupones de comida aumenta en paralelo al de desempleados. Y ambos se encuentran en niveles nunca vistos:

Unos 44,5 millones de estadounidenses recurrieron a estos cupones el último mes, según los datos del departamento de Agricultura, responsable del programa. Se trata de un récord histórico tanto en números absolutos como relativos: más del 14% de la población. Es decir, casi uno de cada siete americanos recibe comida pagada por el gobierno, en un país cuyo principal problema de salud es la obesidad.

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Además, se trata del 30º mes consecutivo en el que aumentan estos datos. Desde octubre del 2007 se ha pasado de 27 millones de beneficiarios a los actuales 44,5.

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En el último año se han sumado al programa más de 4 millones de personas, una subida del 11%. Este aumento ha afectado a 47 de los 50 estados, en algunos casos con incrementos superiores al 20%.

Con estos números y unos gráficos tan llamativos, los conservadores no han tardado en culpar a Barack Obama de la extensión de la pobreza. "Es el presidente de los cupones de comida", aseguró el ex congresista republicano Newt Gingrich, quien acaba de anunciar su candidatura a las elecciones presidenciales del 2012. "Yo en cambio quiero ser el presidente de los sueldos".

Sin embargo, aunque las políticas de Obama no ayudan precisamente a mejorar la economía ni a sacar de la dependencia a los millones que viven del Estado, el problema se remonta a mucho antes, como se puede ver en el siguiente gráfico.

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Fuente: familyinequality.wordpress.com

Como cualquier otro programa gubernamental, el de los cupones de comida ha ido a más con el tiempo. Su alcance es enormemente mayor ahora que cuando se puso en marcha, hace 40 años, a pesar de que entonces las familias vivían en condiciones mucho peores.

El problema en ese momento era que los niños no ingerían suficientes calorías, y ahora es que "están obesos", asegura Chris Edwards, director de estudios fiscales del Instituto Cato. "Además, la economía de EEUU ha crecido y la pobreza y el hambre se han reducido. Sin embargo, los programas de cupones de alimentos tienen más beneficiarios que nunca y su coste sigue en aumento".

"Los subsidios alimentarios y agrícolas tienen un fin político, pero ningún sentido económico: aumentan el coste de las materias primas y los alimentos, por ejemplo, la leche y los cereales. Esto perjudica a las familias de menores ingresos a las que supuestamente se quiere ayudar".

Además, la burocracia consume el 10% del presupuesto del programa de cupones alimentarios. "Estos costes son altos porque los funcionarios tienen que llevar al día la información de decenas de millones de beneficiarios, así como de las transacciones económicas de cientos de miles de establecimientos que aceptan los cupones", explica Edwards.

¿Cuál es la solución, entones? "Eliminar los subsidios y dejar que la competencia reduzca los precios para todas las familias. Los cupones de comida contribuyen a mantener a millones de personas dependientes del Gobierno y además crean diversas patologías sociales"…

Detrás de un vidrio oscuro (sabor amargo)

"Una cifra récord: 46,2 millones de habitantes de Estados Unidos son pobres, según los datos del año 2010 dados a conocer este martes por la Oficina del Censo de ese país. Este es el número más alto jamás recolectado por el organismo desde que comenzó a ejercer sus funciones en 1959"…Estados Unidos registra los peores niveles de pobreza en casi dos décadas (BBCMundo – 13/9/11)

"La tasa de pobreza en Estados Unidos aumentó en 2010 por cuarto año consecutivo hasta el 15,1%, lo que representa 46,2 millones de personas que viven con menos de 1.000 dólares al mes, según los datos divulgados hoy por la Oficina del Censo"…La tasa de pobreza en EEUU sube por cuarto año consecutivo (Cinco Días – 13/9/11)

"Algunos medios estadounidenses como la revista The Atlantic han destacado que la diferencia de ingresos entre los más ricos y los más pobres de EEUU ha superado en la última década a la de varios países de Latinoamérica, tradicionalmente considerada la región más desigual del mundo"… La sociedad de EEUU se aproxima a la desigualdad de A. Latina (BBCMundo – 20/9/11)

"Pese a que ya han transcurrido dos años desde que Estados Unidos salió de la recesión, muchos de sus ciudadanos sienten que no es mucho lo que ha cambiado. La economía se sigue recuperando a paso de tortuga de una crisis que no respetó edad, sexo, región ni profesión"… EEUU: Una recuperación con sabor a recesión (The Wall Street Journal – 1/11/11)

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El "sueño americano" resulta cada vez más inalcanzable para millones de habitantes

"Los bancos van a perder millones de dólares en pagar deuda si la mayor quiebra municipal en la historia de Estados Unidos no cesa. Pero las verdaderas víctimas del colapso financiero son los habitantes del condado Jefferson, en Alabama, que están teniendo que bañarse con agua embotellada y utilizando baños portátiles después de que les hayan cortado la red de suministro. Una situación que vuelve a poner de manifiesto que el "sueño americano" para millones de estadounidenses resulta cada vez más inalcanzable"… Tercer Mundo en Estados Unidos: crece el abismo entre ricos y pobres (El Confidencial – 18/12/11)

A diciembre de 2011, la Oficina del Censo de Estados Unidos ha dado a conocer el número de habitantes pobres que hay en el país: 46,2 millones. Una cifra récord. Las estadísticas que revelan el descalabro son múltiples y uniformemente malas. En términos porcentuales, la tasa de pobreza es la más alta desde 1993: 15,1%. En el año 2000, la cifra era de 11,7%.

Se puede decir más alto, pero no más claro (lecturas recomendadas)

– La clase media paga los errores de la banca (El Economista – 13/1/12)

(Por Simon Johnson)

En un punto, todas las crisis financieras son iguales. Un grupo relativamente pequeño de individuos, normalmente banqueros, encuentra la oportunidad de correr riesgos muy grandes. Durante un tiempo, el sector financiero exhibe beneficios elevados, que justifican los precios al alza de las acciones y las grandes bonificaciones para sus ejecutivos.

Sin embargo, esos beneficios nunca se ajustan como corresponde a lo que se materializará realmente a lo largo de cinco a diez años.

Generalmente, suele haber rendimientos mayores a corto plazo si se corre un mayor riesgo; basta ver el sistema bancario islandés después de 2003. Se autorizó a tres bancos a emprender grandes negocios en el exterior, acumulando un balance general combinado que era diez veces el tamaño del PIB de Islandia, apoyado sobre todo en la financiación a corto plazo.

Los políticos islandeses pensaron que habían encontrado un nuevo camino hacia la prosperidad. Pero en octubre de 2008 descubrieron una verdad eterna: los beneficios gigantescos implican riesgos gigantescos. Los bancos de Islandia se derrumbaron, y hundieron a la economía en una profunda recesión.

El intento islandés de manejar un país como un sofisticado fondo de inversión puede hacernos reír o llorar. Pero la triste verdad es que EEUU y muchos países de la UE hicieron algo similar al permitir o incentivar que algunos segmentos del sector financiero asumieran demasiado riesgo. Y esto se plasmó en préstamos excesivos a Gobiernos, promotores inmobiliarios y hogares.

Alguien debe pagar

Podemos no coincidir respecto a las causas concretas de cualquier crisis. Algunos culpan del reciente ciclo expansión-contracción-rescate en Europa y EEUU a los banqueros por haber cautivado los corazones y mentes de los funcionarios gubernamentales; otros hacen hincapié en la culpabilidad de dichos funcionarios. Más allá de la visión de cada uno, deberíamos coincidir en una cosa: alguien tiene que pagar por el desmadre.

Hay tres potenciales pagadores. Primero, es natural señalar con el dedo a quienes estuvieron en el epicentro del desastre, los que construyeron las grandes instituciones financieras y manejaron mal los riesgos. El problema es que, aunque se pudieran recuperar las ganancias de ese grupo, el hecho es que no cuentan con el suficiente efectivo como para cambiar la situación.

Los profesores de Finanzas Sanjai Bhagat de la Universidad de Colorado en Boulder, y Brian J. Bolton, de la Portland State University, calcularon el año pasado que los máximos responsables ejecutivos de las 14 mayores sociedades financieras estadounidenses recibieron unos 2.500 millones de dólares en efectivo (salario, bonificaciones y opciones de compra de acciones ejercitadas) de 2000 a 2008. Aunque sea una paga sustancial, ésta supone una gota en el océano si se consideran los daños causados en el balance social del país. Según la Oficina Parlamentaria del Presupuesto, el coeficiente deuda/PIB a medio plazo creció un 50%, o sea, aproximadamente unos 7 billones de dólares, debido a la crisis.

Los verdaderos daños económicos son obviamente mucho mayores cuando se tienen en cuenta el crecimiento económico más bajo, la pérdida de empleos y los trastornos en la vida de las personas. Y parte de la deuda más alta será traspasada a las generaciones futuras, con la esperanza de que serán más ricas, o quizá más afortunadas, que nosotros.

De todos modos, los niveles de deuda/PIB en muchos países industrializados ya eran altos, y el aumento repentino de la deuda -en su mayor parte causado por ingresos fiscales perdidos debido a la recesión- nos ha empujado a la zona de los números rojos.

Nunca es suficiente

Necesitamos rebajar nuestro déficit y orientar la deuda por un cauce más sostenible. Pero la triste verdad es que los responsables de la crisis nunca tienen suficiente dinero para satisfacer al resto.

Segundo, se podría gravar a las rentas menos altas. Tal vez parezca una sugerencia escandalosa, pero normalmente quienes se encuentran en el extremo más bajo de la distribución del ingreso y la riqueza son aplastados después de las grandes crisis financieras. No están bien organizados y carecen de influencia política. Sus prestaciones se recortan reduciendo el acceso a la salud, por ejemplo, o despidiendo docentes, lo que afecta la calidad de la educación pública.

El único político al que oí abordar esta cuestión directamente es el ministro de Finanzas de Islandia, Steingrimur Sigfusson. En un contundente discurso durante una conferencia del Fondo Monetario Internacional en Reykiavik el 27 de octubre, Sigfusson dejó bien claro que hará todo lo posible por proteger a la población islandesa de menor renta.

El ministro de Finanzas Sigfusson es geólogo, ex camionero y un político duro. Su partido no está implicado en el fiasco financiero y es posible que se salga con la suya con respecto a sus prioridades políticas. Los otros ministros de Finanzas no tienen, en general, su claridad de pensamiento sobre este asunto.

Demasiado caro

Pero aunque estemos dispuestos a aplastar hasta cierto punto a los pobres, la factura sigue siendo demasiado cara. Grecia no puede llevar su Presupuesto a una posición sostenible simplemente recortando los subsidios a los pobres, razón por la que en las calles se ve a sindicatos del sector público y a gente relativamente acomodada.

El tercer grupo, naturalmente, somos todos los demás. La clase media en EEUU y Europa es grande y, según todos los parámetros, pudiente. La gente podría pagar más impuestos o recibir menos prestaciones del Estado. En el caso de EEUU, no es tan difícil equilibrar el Presupuesto. Con no extender los recortes fiscales de la época de Bush, que vencen a fin de año, se daría un paso muy importante.

¿Cuál es, sin embargo, la legitimidad para tal o cual recorte de los beneficios o un aumento de los impuestos de algún colectivo? Ninguno de nosotros causó la crisis. Y muchos ni siquiera gastamos en exceso durante el auge.

Seamos francos: todos estamos esforzándonos ahora por mantener nuestras prestaciones y nuestros beneficios fiscales. Islandia no tiene más remedio que hacer recortes; la magnitud de su desastre era abrumadora. Grecia camina en la misma dirección. Países como Italia y Francia podrían seguirla pronto. Permitir que los mercados financieros nos inculquen la austeridad no es inteligente. Es una forma muy costosa e ineficiente de hacer ajustes fiscales. Pero a veces es el único modo de salir del atolladero político y obligar a tomar decisiones difíciles, algo de lo que Islandia y Grecia pueden dar testimonio.

(Simon Johnson, ex economista jefe del FMI, profesor en la Sloan School of Management del MIT, miembro del Peterson Institute y columnista de Bloomberg)

– La trampa de la desigualdad (Project Syndicate – 8/3/12)

(Por Kemal Dervis)

Washington DC.- A medida que crece la evidencia de que en todas partes del mundo está aumentando la desigualdad de los ingresos, el problema recibe una mayor atención de los académicos y responsables del diseño de políticas. Por ejemplo, en los Estados Unidos, la participación en los ingresos del 1% de la población que más gana se ha más que duplicado desde los años setenta, pasando de un 8% del PIB anual a más del 20% en fechas recientes, un nivel que no se había alcanzado desde los años veinte.

Si bien hay razones éticas y sociales para inquietarse por la desigualdad, éstas no tienen una fuerte relación con la política macroeconómica per se. Esa relación se observó en los primeros años del siglo XX: algunos señalaban que el capitalismo tendía a generar una debilidad crónica de la demanda efectiva debido a la concentración creciente del ingreso que conducía a una superabundancia de ahorros porque los excesivamente ricos ahorraban mucho. Esto alimentaría "guerras comerciales" porque los países tratarían de buscar más demanda en el extranjero.

Sin embargo, a partir de los años treinta este argumento desapareció porque las economías de mercado de Occidente crecieron rápidamente en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial y la distribución del ingreso se volvió más uniforme. Mientras existiera un ciclo de negocios no aparecía una tendencia perceptible hacia la debilidad crónica de la demanda. Las tasas de interés de corto plazo, diría la mayoría de los macroeconomistas, podrían establecerse en un nivel suficientemente bajo como para generar tasas razonables de empleo y demanda.

Sin embargo, ahora, cuando la desigualdad está aumentando nuevamente, los argumentos que relacionan la concentración del ingreso con los problemas macroeconómicos se escuchan otra vez. Raghuram Rajan, de la Universidad de Chicago, y ex economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, ofrece una explicación razonable sobre la relación entre la desigualdad en el ingreso y la crisis financiera de 2008 en su más reciente libro, Fault Lines, que ha sido premiado.

Rajan argumenta que en los Estados Unidos la enorme concentración del ingreso en los que más tienen condujo a diseñar políticas destinadas a promover el crédito insostenible en los grupos de ingresos medios y bajos, mediante subsidios y garantías de crédito en el sector de la vivienda y una política monetaria laxa. También hubo una explosión de deuda de tarjetas de crédito. Estos grupos protegieron el aumento del consumo al que se habían acostumbrado mediante un mayor endeudamiento. Indirectamente, los más ricos, algunos de ellos fuera de los Estados Unidos, ofrecieron créditos a los otros grupos de ingreso en donde el sector financiero actuó, con métodos agresivos, como intermediario. Este proceso insostenible se vio interrumpido abruptamente en 2008.

Joseph Stiglitz y Robert Reich han hecho argumentos similares en sus libros, Freefall y Aftershock, respectivamente, mientras que los economistas Michael Kumhof y Romain Ranciere han diseñado una versión matemática formal de la posible relación entre la concentración del ingreso y la crisis financiera. Mientras que los modelos de base difieren, las versiones keynesianas hacen hincapié en que si los muy ricos ahorran demasiado se puede prever que el aumento constante de la concentración del ingreso conducirá a un exceso crónico de ahorros programados con respecto a la inversión.

La política macroeconómica puede servir para compensar mediante un gasto deficitario y tasas de interés muy bajas. O, un tipo de cambio subvaluado puede ayudar a exportar la falta de demanda interna. No obstante, si la participación de los grupos de ingreso más altos sigue aumentando, el problema seguirá siendo crónico. Y en algún momento, cuando la deuda pública haya crecido mucho como para permitir un gasto deficitario continuo, o que las tasas de interés estén muy cercanas a su límite inferior de cero, el sistema se quedará sin soluciones.

Este argumento tiene una parte contradictoria. ¿Acaso en los Estados Unidos el problema era más bien que se ahorraba muy poco y no lo contrario? ¿No es cierto que el déficit sistemático en la cuenta corriente del país refleja un consumo excesivo, en lugar de una demanda efectiva débil?

El trabajo reciente de Rajan, Stiglitz, Kumhof y Ranciere, y otros, explica la aparente paradoja: los de los niveles muy altos de ingresos financiaron la demanda de todos, que permitió altas tasas de empleo y déficits elevados de la cuenta corriente. Cuando estalló el problema en 2008, la expansión monetaria y fiscal masiva impidió que el consumo de los Estados Unidos se derrumbara. Sin embargo, ¿resolvió el problema de fondo?

Aunque la dinámica que condujo a una mayor concentración del ingreso no ha cambiado, ahora ya no es fácil obtener créditos, y en ese sentido es improbable otro ciclo de auge y crisis. Sin embargo, ello genera otra dificultad. Cuando se les pregunta por qué ya no están invirtiendo, gran parte de las empresas dicen que se debe a una demanda insuficiente. ¿Pero cómo puede haber una fuerte demanda interna si el ingreso se sigue concentrando en los niveles superiores?

Es improbable que con la demanda de consumo de bienes de lujo se resuelva el problema. Además, las tasas de interés no pueden ser negativas en valores nominales, y la deuda pública creciente puede inhibir cada vez más la política fiscal.

Entonces, si la dinámica que estimula la concentración del ingreso no se puede revertir, los más ricos ahorran una gran proporción de sus ingresos, los bienes de lujo no pueden estimular una demanda suficiente, los grupos de más bajos ingresos ya no pueden obtener créditos, las políticas monetaria y fiscal han llegado a su límite, y el desempleo no se puede exportar; la economía se puede estancar.

El temprano repunte de 2012 de la actividad económica de los Estados Unidos se debe en mucho a la política monetaria extraordinariamente expansiva y los insostenibles déficits fiscales. Si se pudiera reducir la concentración del ingreso como se hizo con el déficit presupuestal, la demanda podría financiarse con una amplia base de ingresos privados. Se podría reducir la deuda pública sin temor a una recesión porque la demanda privada sería más fuerte. La inversión aumentaría a medida que las perspectivas de demanda mejoran.

Este tipo de razonamiento es particularmente relevante en el caso de los Estados Unidos, dada la magnitud de la concentración del ingreso y los desafíos fiscales por venir. Sin embargo, la gran tendencia hacia mayores proporciones del ingreso en los que más tienen es global, y las dificultades que puede representar para la política macroeconómica no deberían seguir sin atenderse.

(Kemal Dervis, ex ministro de Asuntos Económicos de Turquía y director del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, es vicepresidente y director del Programa de Desarrollo y Economía Global de la Brookings Institution. Copyright: Project Syndicate, 2012)

– El precio de la desigualdad (Project Syndicate – 5/6/12)

(Por Joseph E. Stiglitz)

Nueva York.- A los estadounidenses les gusta pensar en su país como una tierra de oportunidades, opinión que otros en buena medida comparten. Pero aunque es fácil pensar ejemplos de estadounidenses que subieron a la cima por sus propios medios, lo que en verdad cuenta son las estadísticas: ¿hasta qué punto las oportunidades que tendrá una persona a lo largo de su vida dependen de los ingresos y la educación de sus padres?

En la actualidad, estas cifras muestran que el sueño americano es un mito. Hoy hay menos igualdad de oportunidades en Estados Unidos que en Europa (y de hecho, menos que en cualquier país industrial avanzado del que tengamos datos).

Esta es una de las razones por las que Estados Unidos tiene el nivel de desigualdad más alto de cualquiera de los países avanzados. Y la distancia que lo separa de los demás no deja de crecer. Durante la "recuperación" de 2009 y 2010, el 1% de los estadounidenses con mayores ingresos se quedó con el 93% del aumento de la renta. Otros indicadores de desigualdad (como la riqueza, la salud y la expectativa de vida) son tan malos o incluso peores. Hay una clara tendencia a la concentración de ingresos y riqueza en la cima, al vaciamiento de las capas medias y a un aumento de la pobreza en el fondo.

Sería distinto si los altos ingresos de los que están arriba se debieran a que contribuyeron más a la sociedad. Pero la Gran Recesión demostró que no es así: hasta los banqueros que dejaron a la economía mundial y a sus propias empresas al borde de la ruina recibieron jugosas bonificaciones.

Si examinamos más de cerca la cima de la pirámide encontraremos allí sobreabundancia de buscadores de rentas: hay quienes obtuvieron su riqueza ejerciendo el monopolio del poder; otros son directores ejecutivos que aprovecharon deficiencias de las estructuras de gobierno corporativas para quedarse con una cuota excesiva de la ganancia de las empresas; y hay todavía otros que usaron sus conexiones políticas para sacar partido de la generosidad del Estado, ya sea cobrándole demasiado por lo que compra (medicamentos) o pagándole demasiado poco por lo que vende (permisos para explotación de minerales).

Asimismo, parte de la riqueza de los financistas proviene de la explotación de los pobres, por medio de préstamos predatorios y prácticas abusivas con el uso de tarjetas de crédito. En estos casos, los que están arriba se enriquecen directamente de los bolsillos de los que están abajo.

Tal vez no sería tan malo si hubiera aunque sea un grano de verdad en la teoría del derrame: la peculiar idea de que enriquecer a los de arriba redunda en beneficio de todos. Pero hoy la mayoría de los estadounidenses se encuentran peor (con menos ingresos reales ajustados por la inflación) que una década y media atrás en 1997. Todos los beneficios del crecimiento fluyeron hacia la cima.

Los defensores de la desigualdad estadounidense argumentan que los pobres y los que están en el medio no tienen por qué quejarse: puede ser que la porción de torta con la que se están quedando sea menor que antes, pero gracias a los aportes de los ricos y superricos, la torta está creciendo tanto que en realidad el tamaño de la tajada es mayor. Pero una vez más, los datos contradicen de plano este supuesto. De hecho, Estados Unidos creció mucho más rápido durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando el crecimiento era conjunto, que después de 1980, cuando comenzó a ser divergente.

Esto no debería sorprender a quien comprenda cuál es el origen de la desigualdad. La búsqueda de rentas distorsiona la economía. Por supuesto que las fuerzas del mercado también influyen, pero los mercados dependen de la política; y en Estados Unidos, con su sistema cuasicorrupto de financiación de campañas y el ir y venir de personas que un día ocupan un cargo público y al otro están en una empresa privada, y viceversa, la política depende del dinero.

Por ejemplo, cuando la legislación de quiebra privilegia los derivados financieros por encima de todo, pero no permite la extinción de las deudas estudiantiles (por más deficiente que haya sido la educación recibida por los deudores), es una legislación que enriquece a los banqueros y empobrece a muchos de los que están abajo. Y en un país donde el dinero puede más que la democracia, no es de extrañar la frecuencia con que se aprueban esas leyes.

Pero el aumento de la desigualdad no es inevitable. Hay economías de mercado a las que les está yendo mejor, tanto en términos de crecimiento del PIB como de elevación de los niveles de vida de la mayoría de sus ciudadanos. Algunas incluso están reduciendo las desigualdades.

Estados Unidos paga un alto precio por seguir yendo en la otra dirección. La desigualdad reduce el crecimiento y la eficiencia. La falta de oportunidades implica que el activo más valioso con que cuenta la economía (su gente) no se emplea a pleno. Muchos de los que están en el fondo, o incluso en el medio, no pueden concretar todo su potencial, porque los ricos, que necesitan pocos servicios públicos y temen que un gobierno fuerte redistribuya los ingresos, usan su influencia política para reducir impuestos y recortar el gasto público. Esto lleva a una subinversión en infraestructura, educación y tecnología, que frena los motores del crecimiento.

La Gran Recesión agravó la desigualdad, provocando recortes en gastos sociales básicos y un alto nivel de desempleo que presiona sobre los salarios a la baja. Por añadidura, tanto la Comisión de Expertos de las Naciones Unidas sobre las reformas del sistema monetario y financiero internacional, que investiga las causas de la Gran Recesión, como el Fondo Monetario han advertido que la desigualdad conduce a inestabilidad económica.

Pero, lo que es más importante, la desigualdad en Estados Unidos está corroyendo sus valores y su identidad. Cuando llega a semejantes extremos, no es sorprendente que sus efectos se manifiesten en todas las decisiones públicas, desde la política monetaria a la asignación del presupuesto. Estados Unidos se ha convertido en un país que en vez de "justicia para todos" ofrece favoritismo para los ricos y justicia para los que puedan pagársela: esto quedó demostrado durante la crisis de las ejecuciones hipotecarias, cuando los grandes bancos creyeron que además de demasiado grandes para quebrar, eran demasiado grandes para hacerse responsables.

Estados Unidos ya no puede considerarse la tierra de oportunidades que alguna vez fue. Pero no tenemos por qué resignarnos a esto: todavía no es demasiado tarde para restaurar el sueño americano.

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics, has pioneered pathbreaking theories in the fields of economic information, taxation, development, trade, and technical change. As a policymaker, he served on and later chaired President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers, and was Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank. He is currently a professor at Columbia University, and has taught at Stanford, Yale, Princeton, and Oxford. He is the author of The Price of Inequality: How Today"s Divided Society Endangers our Future)

– La sociedad mala (Project Syndicate – 19/7/12)

(Por Robert Skidelsky)

Londres.- ¿Cuánta desigualdad es aceptable? A juzgar por los niveles anteriores a la recesión, mucha, particularmente en los Estados Unidos y Gran Bretaña. Peter Mandelson, del Nuevo Laborismo, expresó el estado de ánimo de los últimos treinta años cuando comentó que se sentía "tranquilo" por el hecho de que la gente se enriqueciera de forma "desmedida". El enriquecimiento era el objetivo de la "nueva economía". Y los nuevos ricos se quedaron con una parte creciente de sus ganancias, a medida que se redujeron los impuestos para alentarlos a enriquecerse aún más y se abandonaron los esfuerzos para repartir el pastel de forma más justa.

Los resultados fueron predecibles. En 1970, los ingresos brutos de un alto ejecutivo estadounidense eran aproximadamente treinta veces más elevados que los del trabajador medio; actualmente son 263 veces más elevados. En Gran Bretaña, el salario básico (sin bonificaciones) de un alto ejecutivo era 47 veces superior a la del trabajador medio en 1970. En 2010 fue 81 veces superior. Desde finales de los años setenta, los ingresos netos del 20 por ciento más rico de la población han aumentado cinco veces más rápido que el del 20 por ciento más pobre en los Estados Unidos y cuatro veces más rápido en el Reino Unido. Aún más importante es la creciente brecha entre el promedio de los ingresos y la mediana de los ingresos, es decir que la proporción de la población que vive con la mitad o menos de la mitad del ingreso medio en los Estados Unidos y Gran Bretaña ha estado aumentando.

Aunque en algunos países esta tendencia no se ha impuesto del todo, la desigualdad ha estado aumentando durante los últimos 30-40 años en todo el mundo. Ha crecido la desigualdad dentro de los países, y las diferencias entre ellos aumentaron considerablemente después de 1980, hasta equilibrarse a finales de los noventa y comenzar a disminuir después de 2000, cuando el crecimiento en los países en desarrollo comenzó a acelerarse.

El crecimiento de la desigualdad no incomoda a los defensores ideológicos del capitalismo. En un sistema de mercado competitivo, se dice que se paga a las personas lo que valen, es decir, los altos ejecutivos agregan a la economía estadounidense 263 veces más valor que sus empleados. Pero se aduce que los pobres siguen estando mejor que si los sindicatos o el gobierno hubieran reducido la brecha artificialmente. La única forma de lograr que la riqueza se reparta más rápido es mediante una reducción adicional de los impuestos marginales o, alternativamente, mejorando el "capital humano" de los pobres, de modo que valgan más a ojos de sus empleadores.

Esta es una forma de razonamiento económico diseñada para que resulte atractiva a quienes están en la cúspide de la pirámide de los ingresos. Después de todo, no hay ninguna forma de calcular los productos marginales de diferentes individuos en actividades productivas cooperativas. Los salarios más altos sencillamente se fijan comparándolos con otros que se pagan para puestos similares.

Anteriormente, las diferencias de los salarios se establecían según lo que era justo y razonable. Mientras mayores conocimientos, habilidades y responsabilidades exigiera un puesto, mayor era el salario aceptable y aceptado para ocuparlo.

No obstante, todo lo anterior sucedía dentro de límites en los que se conservaba cierta relación entre los más altos y los más bajos. Los salarios en el sector privado rara vez eran superiores a 20 o 30 veces el salario medio y en el caso de la mayoría de las personas las diferencias eran mucho menores. Así pues, el ingreso de los médicos y abogados solía ser aproximadamente cinco veces superior al de los trabajadores manuales, no diez veces o más, como sucede actualmente,

Lo que ha conducido a los métodos espurios que se utilizan hay en día para calcular los salarios ha sido el fin del sentido común y de un modo de evaluar las actividades humanas que no se basa en criterios económicos y que toma en cuenta el contexto social más amplio.

Hay una consecuencia extraña, que no se aprecia mucho, de no distinguir entre el valor y el precio: la única forma que se ofrece a la mayoría de las personas para aumentar sus ingresos es mediante el crecimiento económico. En los países pobres eso es razonable, puesto que no hay suficiente riqueza. Sin embargo, en los países desarrollados la concentración en el crecimiento económico es una forma extraordinariamente ineficiente de aumentar la prosperidad general, porque significa que una economía debe crecer en, digamos, 3% para aumentar los ingresos de la mayoría un 1%, por decir algo.

Tampoco es seguro que el capital humano de la mayoría pueda aumentarse más rápido que el de la mayoría, que obtiene todas las ventajas educativas que se derivan de una mayor riqueza, mejores condiciones familiares y más contactos. En estas circunstancias, la redistribución es una forma más segura de lograr una amplia base de consumo, que es en sí misma una garantía de estabilidad económica.

La actitud de indiferencia ante la distribución del ingreso es de hecho una receta para un crecimiento económico sin fin en el que los ricos, los muy ricos y los súper ricos se alejan cada vez más del resto. Esto está mal por motivos morales e incluso prácticos. En términos morales, hace que las perspectivas de una vida mejor queden para siempre fuera del alcance de la mayoría de las personas. En términos prácticos, está destinado a destruir la cohesión social en la que se basa en última instancia la democracia – o, en efecto, cualquier tipo de sociedad pacífica y satisfecha.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in both history and economics, is a working member of the British House of Lords. The author of a seminal three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, before helping to found the short-lived Social Democratic Party and eventually becoming the Conservative Party"s spokesman for Treasury affairs in the House of Lords. He was forced out of the Conservative Party for his opposition to NATO"s intervention in Kosovo in 1999)

¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? (lecturas recomendadas)

– ¿Son las burbujas de activos el único camino hacia el crecimiento? (The Wall Street Journal – 18/11/13)

(Por Alen Mattich | Del blog MoneyBeat, de The Wall Street Journal)

¿Son las burbujas de activos la única manera en que los bancos centrales pueden impulsar la demanda?

Los principales economistas están empezando a preguntárselo. Y tanto los expertos como los gobernadores de bancos centrales se inclinan claramente a favor de mantener los precios de los activos al alza si esa es la única manera de lograr que la economía siga adelante.

Esto resultará ser, indudablemente, un error, aunque dadas las limitaciones con las que operan los gobernadores de los bancos centrales, es un error que probablemente crean que no tienen más remedio que cometer.

Lo cual sugiere que los mercados de renta variable seguirán saltando de un hito -el lunes, el Promedio Industrial Dow Jones rompió el nivel de 16.000 y el S&P 500 tocó los 1.800- a otro.

El debate, que se ha estado filtrando durante los últimos años, llegó recientemente a lo más alto de la lista de conversaciones gracias a Larry Summers, ex secretario del Tesoro estadounidense, después de su discurso a principios de noviembre en una conferencia de análisis del FMI.

En él, Summers hizo dos observaciones fundamentales.

Primera: a pesar de la opinión generalizada de que los bancos centrales habían mantenido los tipos de interés en niveles demasiado bajos y habían fomentado las burbujas de activos, no había indicios de sobrecalentamiento económico en los años previos a la crisis financiera en países como Estados Unidos. El desempleo no estaba en mínimos extremos y la inflación se comportaba de manera adecuada.

Segunda: las escaseces de producción causadas por la crisis financiera y la posterior gran desaceleración mundial no se han recuperado gracias a un repunte sustancial del crecimiento como cabría esperar.

¿Por qué?

Podría ser que las economías, incluida la estadounidense, hayan caído en el "estancamiento secular", como lo calificó Summers. En otras palabras, estas economías se han vuelto japonesas. Debido al exceso de ahorro mundial y al cambio tecnológico, su tipo de interés "natural" a corto plazo -es decir, el interés coherente con el pleno empleo- es desde hace tiempo -2% o -3%. Pero, como los tipos tienen un límite a la baja de cero, la política monetaria ha sido demasiado endurecedora, en lugar de demasiado laxa.

Desde la crisis, para combatir este límite cero a la baja de los tipos, los bancos centrales han tenido que recurrir a la política monetaria heterodoxa. Especialmente, compras de bonos y otros activos por parte de los bancos centrales, la llamada relajación cuantitativa, que, en parte, impulsa la demanda al generar efectos de riqueza positivos por el incremento de los precios de los activos.

Los gobernadores de los bancos centrales creen que sólo con lograr impulsar la demanda hasta un cierto nivel se convertirá en autosostenible. La producción aumenta, las inversiones de capital suben, la oferta se expande, la productividad laboral crece y, finalmente, el empleo se incrementa también hasta que se absorbe el exceso de capacidad. Al mismo tiempo, la inversión impulsa las tasas de crecimiento potenciales, o, en otras palabras, revitaliza la reciente trayectoria decepcionante.

Si el mecanismo primario para generar este crecimiento inicial pasa por los efectos de la riqueza, forzosamente, los bancos centrales tenderán a inflar burbujas de activos.

Esto es así porque la riqueza está distribuida de manera desigual. Debido a que una pequeña minoría de personas posee una gran mayoría de activos y debido a que hay límites en cuánto puede alguien consumir (gran parte de lo que compran los ricos, de hecho, son inversiones más que bienes de consumo), para que el efecto riqueza se traduzca en un aumento general de la demanda hay que aumentar muy sustancialmente los precios de los activos.

Y aquí es donde se materializa el problema.

La mayoría de la gente normal y corriente se ve obligada entonces a pedir prestado o recurrir a sus ahorros o vender algunos de sus activos para lograr nuevas y mayores tasas de consumo. Vender activos los concentra en manos de los ricos. Los ahorros ya se han gastado. Y como vimos en el último ciclo, el crédito para consumir activos inflados es peligroso, aunque los bancos centrales están haciendo todo lo que pueden para fomentar el crecimiento del crédito.

En algún momento, los salarios o los ingresos tienen que crecer hasta donde se justifican los precios inflados de los activos o los precios de los activos bajarán.

En el último ciclo, los precios de los activos bajaron, lo que provocó la crisis financiera. Los gobernadores de los bancos centrales no ven surgir burbujas de activos en este momento porque, según dicen, los actuales precios de los activos se justifican por las expectativas de niveles de crecimiento futuro y esos niveles de crecimiento están dentro del potencial de la economía.

Si se equivocan y están sobreestimando el crecimiento futuro, el resultado será demasiada inflación. Pero la inflación erosionará el valor de las deudas existentes y, con ello, justificará los actuales precios de los activos.

Y quizás los gobernadores de los bancos centrales crean que merece la pena correr el riesgo, demasiada inflación en el futuro es menos mala que demasiado poco crecimiento ahora. Ante la falta de una política fiscal lo suficientemente agresiva para compensar la falta de demanda, los responsables de los bancos centrales podrían creer, con toda razón, que están obligados a correr estos riesgos.

Pero todo esto depende de la capacidad de los gobernadores de bancos centrales de mantener precios muy altos de los activos en ausencia de tasas de crecimiento elevadas y continuas. Aquí se puede uno fijar en Japón. Durante veinte años, los precios de la renta variable y las propiedades japonesas registraron una trayectoria bajista pese a las ingentes cantidades de estímulo fiscal y monetario. Está claro que hubo frecuentes y relativamente prolongados repuntes en esos años, pero la tendencia general fue a la baja.

Antes de la crisis, los gobernadores de bancos centrales se llenaban la boca al hablar de la creación de la Gran Moderación, un período económico de inflación estable y baja y de crecimiento sólido. Resultó que se equivocaban. ¿Se equivocarán igualmente al pensar que pueden generar efectos en la economía real creando precios de los activos ilusorios?

– El impactante discurso de Larry Summers: ¿y si sólo podemos crecer creando burbujas? (Vozpópuli – 24/11/13)

¿Qué pasaría si la crisis simplemente se hubiese acabado y en realidad nos estuviésemos enfrentando a un nuevo escenario en el que el escaso crecimiento es lo normal, una especie de estancamiento secular?, planteó el exsecretario del Tesoro estadounidense y asesor de Obama ante una selecta audiencia en un foro del FMI.

(Por Antonio Maqueda)

Delante de una distinguida audiencia durante una conferencia en el FMI, con personajes de la talla de Ben Bernanke o Martin Feldstein entre los oyentes, el exsecretario del Tesoro estadounidense, excandidato a presidir la Fed y asesor de Obama, Larry Summers, pronunció hace unos días un discurso que conmocionó a la comunidad de académicos y analistas por radical a la par que convincente y estremecedor: ¿y si la economía estadounidense y por extensión la occidental no es capaz de crecer y crear empleo?, ¿y si sólo puede hacerlo a fuerza de crear burbujas con los consiguientes riesgos?

Summers explicó que las autoridades lo hicieron muy bien a la hora de atajar el pánico del 2008-2009. La rapidez con la que suministraron la liquidez consiguió alejar el fantasma de una Gran Depresión y estabilizar las condiciones financieras. Sin embargo, cuatro años más tarde la proporción de gente trabajando no mejora y el crecimiento del PIB en EEUU sigue anémico. Y semejante fenómeno no sólo ocurre en Estados Unidos, también sucede por ejemplo en Japón. ¿Qué pasaría si la crisis simplemente se hubiese acabado y en realidad nos estuviésemos enfrentando a un nuevo escenario en el que el escaso crecimiento es lo normal, una especie de estancamiento secular?, planteó Summers.

El exsecretario del Tesoro con Bill Clinton, a veces criticado por su papel en la liberalización de los servicios financieros, relató cómo una crisis de origen financiero no es igual que las demás: si por ejemplo ocurre un desastre y se recorta de un día para otro el 80 por ciento de la producción eléctrica, entonces la economía se colapsaría igual que con una crisis bancaria y el Producto Interior Bruto se desmoronaría. Sin embargo, a los pocos meses se empezaría a crecer de nuevo. En cambio, la normalización de una crisis financiera no funciona así. Después de una restricción crediticia o credit crunch, se tarda mucho más en reactivar los canales financieros.

Y para explicar el por qué Summers se remonta a la década anterior a la crisis y se pregunta: ¿cómo pudo ser que en los años previos a la debacle hubiese tanta imprudencia financiera, tanto dinero fácil, y aun así todos esos excesos no se tradujesen en un aumento espectacular de la demanda, mayor empleo, un sobrecalentamiento de la economía y, al final, una oleada de inflación rampante? Es decir, incluso con una gran burbuja y todos esos estímulos artificiales, la demanda no se disparó demasiado. Supongamos, dice Summers, que los tipos de interés reales descontando la inflación ya fuesen antes negativos, y que ni siquiera así se logró el pleno empleo. ¿Acaso no será entonces que ya antes de la crisis no se podía crecer pero la actividad se mantuvo a fuerza de burbujas?

Según Summers, cuando los tipos de interés están en positivo se pueden bajar y fomentar la demanda. Incluso con unos tipos a cero, se puede soportar la demanda inyectando dinero e inflando así algunos precios de activos. Pero una vez los tipos de interés descontada la inflación caen por debajo de cero, aunque se pueden mantener los tipos muy bajos para siempre, resulta mucho más difícil tomar medidas extraordinarias que fomenten la demanda durante mucho tiempo o incluso para siempre. Sin embargo, lamentablemente, "el problema de fondo puede estar ahí para siempre", afirmó Summers.

Y de ser correcta esta visión, prosiguió Summers, dado que cuatro años más tarde no hay evidencia de que se haya restaurado el crecimiento, habría que preocuparse en el caso de que la política monetaria reduzca su actividad, se haga menos expansiva y brinde menos estímulos y, en consecuencia, conceda menos crédito. "Podríamos necesitar que en los próximos años se piense sobre cómo se gestiona una economía donde el tipo de interés nominal cero es un inhibidor crónico y sistémico de la actividad económica, manteniendo nuestra economía por debajo de su potencial", remató Summers.

¿Y qué significa lo dicho por Summers? Esta intervención se entiende como un aval para las políticas de estímulos justo ahora que la Reserva Federal estudia si debe rebajar sus inyecciones monetarias y que el BCE baraja si tomar o no nuevas medidas para alejar la amenaza de unas inflaciones muy bajas y, por consiguiente, unos crecimientos muy bajos. Si la teoría de Summers se cumple, se trata de escoger entre el riesgo de sufrir la inflación y nuevas burbujas o el de padecer muchos años con altas tasas de desempleo.

¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?

Occidente pudo crecer hasta mediados de los 80 gracias a los "baby boomers" y la incorporación de la mujer al trabajo. A partir de ahí, salvo por algunos momentos en los que se aprovechó la globalización y las nuevas tecnologías, el motor del crecimiento ha sido la deuda y, por ende, las burbujas: la puntocom, la inmobiliaria y la del crédito.

Y el proceso comenzó a agudizarse desde la crisis del 98 en los emergentes. Estos países consideran que tuvieron que sufrir la terapia del FMI porque no tenían reservas con las que responder, y desde entonces empezaron a acumular divisas, sobre todo dólares. Y ello supuso que el precio del dólar se revalorizó y fulminó buena parte de la competitividad estadounidense, lo que a su vez se tradujo en que EEUU alcanzó un déficit comercial del orden del 10 por ciento del PIB. Y para financiar ese déficit todos los años tuvo que entrar en la economía un 10 por ciento del PIB prestado desde fuera. Unos fondos que no se destinaron a inversiones productivas, sino a los mercados financieros e inmobiliarios, creando burbujas.

China, Alemania y Japón, los países más volcados con las exportaciones, se convirtieron en los principales suministradores mundiales de crédito, en concreto y sobre todo de Estados Unidos, Reino Unido y la periferia europea. Y ese mar de liquidez provocó que los tipos de interés se mantuviesen artificialmente bajos. La oferta de dinero fue mucha y por ello se abarata. Una vez se resta la inflación, los tipos de interés en la práctica eran negativos y había que ser tontos para no endeudarse. Se podía tomar prestado cuanto se quisiera, ya que se podría devolver porque la actividad brindaba réditos mayores.

Hasta que ocurre el desastre. En una crisis típica, en cuanto se bajan los tipos se reanima la inversión y el empleo. Pero esta vez hay un exceso de capacidad y unos tipos de interés en el entorno de cero que sencillamente no facilitan el crecimiento por varias razones: por un lado, con los tipos tan bajos no se incentiva a la banca a dar crédito, y en vez de concederlo al sector privado prefiere darlo al público que se califica de más seguro, o simplemente dedicarlo a la especulación financiera.

Por otro, se anima la toma de riesgos y la inversión concentrada en mercados con expectativas de grandes crecimientos, esto es, en burbujas, distorsionando y finalmente destruyendo el crecimiento. En definitiva, mediante el uso de la deuda se adelanta tanta demanda traída del futuro que llega un momento en el que con un crecimiento extenuado las empresas y familias ya no pueden seguir endeudándose más, consumiendo más y a la vez amortizando sus plazos.

De modo que los problemas se acumulan. La población occidental envejece y mengua el crecimiento. Las reformas que mejoran la productividad son lentas y tienen un coste político alto. Al tiempo que la austeridad restringe la demanda, todos los países se lanzan a la vez a ganar cuota de mercado exportadora. Y la globalización y la tecnología están causando una redistribución de la riqueza en detrimento de la clase media de los países occidentales y a favor de las naciones más pobres, las multinacionales y las grandes fortunas. Por si fuera poco, las inyecciones monetarias de los bancos centrales también acaban reportando pingües beneficios sobre todo a los más ricos.

Así las cosas, ¿y si ni siquiera una burbuja es capaz de contrarrestar los cambios estructurales que están ocurriendo?, ¿y si se han terminado los ciclos económicos y sólo podemos crear empleo a fuerza de burbujas financieras o estímulos masivos que siempre suelen acabar muy mal?, ¿cómo vamos a poder reanimar la inversión productiva si ahogados por la deuda no tenemos unas perspectivas de consumo que garanticen los retornos?

– La desigualdad definirá la próxima década (The Wall Street Journal – 22/1/14)

(Por Stephen Fidler)

La globalización ha hecho del mundo un lugar más igualitario, elevando las fortunas económicas de miles de millones de personas de escasos recursos en los últimos 25 años. Pero, al mismo tiempo, ha hecho que los países ricos sean más desiguales, reduciendo los ingresos de la clase media y baja.

Durante un tiempo, la crisis financiera parecía haber revertido la tendencia hacia una mayor desigualdad en los países industrializados. Pero los datos más recientes sugieren que fue sólo una breve interrupción.

En torno a 2010, las tendencias previas a la crisis se restablecieron, a medida que el estímulo del gobierno dio paso a la austeridad, las prestaciones por desempleo se agotaron y las medidas de los banqueros centrales impulsaron los retornos sobre los activos financieros, ayudando más que nada a los acaudalados.

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Las cifras compiladas por Emmanuel Saez, de la Universidad de California en Berkeley, y Thomas Piketty, de la Escuela de Economía de París, mostraron que en 2012 el 10% con mayores recursos se quedó con la mitad de todos los ingresos generados en EEUU. Esa cifra es la más alta desde 1917, el primer año del que se dispone información.

"Creo que tenemos un problema político. En algún momento, las clases medias en países ricos podrían oponerse a la globalización", apunta Piketty. Un orden mundial en el que una mayoría se beneficia -pero una minoría influyente, no- podría no ser sostenible por mucho tiempo.

Algunos expertos prevén que estas disparidades se arraiguen más en las economías más pudientes y que las divisiones entre los muy ricos y el resto dependerán de si tienen acceso a capital. De tener razón, las sociedades desarrolladas regresarían de alguna manera al mundo de los siglos XVIII y XIX. En ese mundo, la verdadera riqueza vendría de encontrar a un cónyuge rico o heredar propiedad. La idea del siglo XX de que la riqueza en gran parte depende de una carrera de trabajo duro bien remunerada se desvanecerá.

El Informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial, publicado en anticipación a la reunión anual de esta semana en Davos, Suiza, y basado sobre una encuesta entre expertos de todo el mundo, identifica la severa disparidad en los ingresos como el riesgo mundial más propenso a manifestarse en la próxima década.

Los miembros de la "exprimida" clase media en los países desarrollados ya están alzando sus voces, y algunos están apoyando movimientos que se oponen a la globalización.

Branko Milanovic, un ex economista del Banco Mundial, indica que los datos de encuestas a hogares muestran que, de 1988 a 2008, los ingresos reales del 50% con menos recursos en EEUU crecieron apenas 23%.

A sus pares en el 50% más necesitado en Alemania y Japón les fue incluso peor: los japoneses más pobres experimentaron un descenso de 2% en sus ingresos reales. Entretanto, los ingresos del 1% más adinerado de EEUU ascendieron 113%.

"Las desigualdades nacionales, en casi todos lados menos América Latina, han aumentado", asegura Milanovic.

Sin embargo, a nivel global, las nuevas clases media y obrera en economías emergentes como China, India y Brasil han surgido como las grandes beneficiarias de los últimos 20 años. Los mayores perdedores son el 5% más pobre del mundo, muchos de ellos en África.

– Cómo la desigualdad asfixia a EEUU (BBCMundo – 28/1/14)

(Por Thomas Sparrow)

A juzgar por declaraciones recientes, uno de los discursos más esperados en la agenda presidencial de Estados Unidos, el del Estado de la Unión, tendrá como tema principal la lucha contra la desigualdad…

US$ 27.000: la diferencia de ingresos entre blancos y negros

Está previsto que Obama presente propuestas concretas para mejorar la situación económica de la clase media.

En agosto del año pasado, cuando Estados Unidos conmemoró el aniversario número 50 del famoso discurso de Martin Luther King en Washington, no fueron pocos los que resaltaron que aún persisten las diferencias económicas entre los blancos y los negros en el país.

La división de tendencias demográficas y sociales del Centro de Investigación Pew, un instituto de investigación con sede en Washington, explicó en su momento que las mediciones de los ingresos familiares, la riqueza familiar y la propiedad de viviendas revelan que las brechas hoy son "tan amplias o más amplias que en los años 60 y 70".

Lo ejemplifica con una cifra: la diferencia entre los ingresos familiares de blancos y negros creció de US$ 19.000 en 1967 a casi US$ 27.000 en 2011.

Las diferencias también se hacen evidentes cuando se comparan los ingresos de otros sectores de la población. El centro Pew resalta que la brecha de ingresos entre hispanos y blancos también ha crecido desde 1970.

Según cifras de la Oficina del Censo, el ingreso familiar promedio de los blancos fue US$ 67.175 en 2011; US$ 39.760 de los negros; US$ 68.521 de los asiáticos y US$ 40.007 de los hispanos.

Pero también ha habido avances en la situación económica de muchos grupos en Estados Unidos desde la época de Martin Luther King. En el marco del histórico aniversario, la Oficina del Censo resaltó que el ingreso promedio de los negros se ha duplicado, la pobreza ha caído en 14% y ha aumentado la participación educativa de esa población. 

46,5 millones: el número de pobres en EEUU

La Oficina del Censo reportó en septiembre del año pasado que el número de estadounidenses que viven en la pobreza aumentó levemente en 2012 hasta los 46,5 millones.

Pese a que la economía del país mejoró a nivel macroeconómico, el número de personas a las que se considera pobres aumentó en 300.000. La misma entidad indicó que unos 16,1 millones de niños están en la pobreza, así como 3,9 millones de adultos mayores de 65 años.

El documento indica que la pobreza en 2012 fue más pronunciada entre negros (27,2% o 10,9 millones de personas), hispanos (25,6% o 13,6 millones) y asiáticos (11,7% o 1,9 millones) que en los blancos no hispanos (9,7%).

Los autores del informe situaron el umbral de la pobreza en los hogares que tienen ingresos anuales de menos de US$ 23.492 para una familia de cuatro personas.

Esta problemática ha cobrado importancia en 2014 por el aniversario 50 de la "guerra contra la pobreza" que proclamó el presidente Lyndon B. Johnson en su discurso del Estado de la Unión.

Hay más ricos que antes

Un análisis del Centro Pew sobre las estadísticas reveladas por la Oficina del Censo reveló, en abril del año pasado, que la riqueza aumentó para los más ricos y cayó para el resto.

Entre 2009 y 2011 -los dos primeros años de recuperación económica tras la crisis- el valor promedio neto de los hogares en el 7% más rico creció en 28%, mientras el valor neto de los hogares en el restante 93% cayó en 4%.

El análisis explicó que las diferencias se deben al repunte en los mercados de valores -donde concentran sus riquezas los más ricos- en comparación con el rendimiento del mercado inmobiliario, donde las familias menos adineradas tienen puestas las suyas.

Por esas diferencias, el centro Pew concluyó que la desigualdad en las riquezas se incrementó durante esa fase de la recuperación económica.

El impacto de una educación menos desigual

Una de las conclusiones de un informe preparado para el Departamento de Educación de Estados Unidos, hace un año, fue contundente: "Ninguna otra nación desarrollada tiene desigualdades tan profundas o sistémicas; ninguna otra nación desarrollada ha generado, a pesar de algunos esfuerzos, tantas condiciones desfavorables para muchos de sus niños".

El argumento se refiere al sistema colegial en el país y el informe resalta las disparidades educativas que existen entre los distintos grupos sociales.

"Si el rendimiento de los estudiantes hispanos y afroestadounidenses creciera a niveles comparables al de los blancos y permaneciera así durante los siguientes 80 años, la evidencia histórica indica que el impacto sería asombroso, al añadir US$ 50 billones (en valores actuales) a la economía".

El documento resalta que el sistema educativo está "segregado" tanto en temas de ingresos y riqueza como de raza. Y explica que hay 10 millones de estudiantes en las comunidades más pobres que están afectados por un sistema que los vincula a los profesores y escuelas de menor rendimiento, así como a expectativas y oportunidades menores.

Las desigualdades en la educación son claves porque, como explica el Instituto Brookings en un estudio de junio de 2013, una mejor educación es una forma para transformar las circunstancias económicas.

Ese estudio explica que si bien los niños de familias ricas y pobres nacen con habilidades similares, los padres más adinerados invierten más en sus niños, lo que aumenta la brecha educativa colegial y las posibilidades de ir a la universidad.

En cuanto a esto último, Brookings resalta que "un grado universitario puede ser un boleto para salir de la pobreza": una persona de ingresos bajos sin un grado muy probablemente permanecerá en la parte baja de la escala social, mientras una persona de ingresos bajos con un grado puede "fácilmente" llegar a otro nivel, incluyendo el más alto.

No obstante, "las tasas de graduación de la universidad se han incrementado considerablemente para los estudiantes adinerados, pero se han estancado para los estudiantes de bajos ingresos".

47%: quienes creen que la desigualdad es muy grave

Para muchos estadounidenses, la brecha entre ricos y pobres no es un problema muy grave.

La desigualdad en Estados Unidos no se refiere solo a las cifras económicas, sino también a la percepción que hay sobre el problema.

Poco después de que Barack Obama pronunciara un discurso importante sobre su política económica, a finales del año pasado, el Centro Pew analizó el impacto que tiene la desigualdad para los estadounidenses.

"En la mayoría de países avanzados hay una correlación entre la preocupación pública sobre la brecha entre ricos y pobres y la realidad económica subyacente".

"Pero en Estados Unidos, en comparación con las otras naciones ricas encuestadas, la desconexión entre la preocupación pública y el tamaño de la brecha es grande".

Mientras en las economías en desarrollo la brecha es considerada un problema muy grande por el 74%, en Estados Unidos es el 47%.

Otra encuesta del Pew encontró que el 76% de los estadounidenses está de acuerdo con la frase "hoy es realmente cierto que los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres".

En el país, la quinta parte más alta de la tabla de ingresos gana 16,7 veces más que la quinta más baja, según el Pew.

– La caída de la movilidad ascendente (Project Syndicate – 24/1/14)

(Por Richard N. Haass)

Nueva York.- La preocupación por la desigualdad económica está en el aire, casi en todas partes. El problema no es la desigualdad entre países, que en realidad ha disminuido durante las últimas décadas, en gran parte gracias a las mayores tasas de crecimiento y expectativas de vida en muchos países emergentes (especialmente en China e India). Por el contrario, el foco hoy día está en la desigualdad -a veces llamada disparidad del ingreso- al interior de los países.

Un motivo es que el problema de la desigualdad es real, y está empeorando en muchos lugares. En las últimas décadas, la riqueza y el ingreso se han concentrado más en la cima -el así llamado 1 %- mientras que los ingresos reales y niveles de vida de los pobres y la clase media se han estancado o han caído en muchos países desarrollados.

Esto era así antes de la erupción de la crisis financiera mundial en 2008, pero la crisis y sus repercusiones (incluidos los elevados y prolongados niveles de desempleo) han empeorado las cosas. A pesar de unas pocas excepciones notables en el norte de Europa y partes de Latinoamérica, el aumento de la desigualdad ha afectado tanto al mundo desarrollado como a los países en desarrollo.

Personas destacadas están llamando la atención sobre este problema como nunca antes. El Papa Francisco exhorta al mundo a "negarse a una economía de exclusión y desigualdad", porque "esa economía mata". El presidente estadounidense Barack Obama habla de una economía estadounidense que "se ha tornado profundamente desigual". El recientemente electo alcalde de la ciudad de Nueva York, Bill de Blasio, puso el tema en el centro de su campaña, refiriéndose reiteradamente a una "historia de dos ciudades" y una "crisis de desigualdad".

El énfasis es comprensible, pero enmarcar el problema como uno de desigualdad presenta un peligro real. Lo que debe importar no es la desigualdad en sí -para parafrasear el Evangelio según Mateo, los ricos siempre estarán con nosotros- sino la existencia de una posibilidad genuina para los ciudadanos de tornarse ricos o, al menos, estar sustancialmente mejor. Es la falta de movilidad ascendente, no la desigualdad, lo que constituye el problema central.

Considerar a la desigualdad como el problema puede llevar a todo tipo de «remedios» contraproducentes que, en realidad, empeorarían la situación. La tentación más obvia es la de intentar reducir la desigualdad a través de impuestos a los ricos. El error en la política redistributiva es que enfatiza el desplazamiento de la riqueza en vez de su creación. Empobrecer a los ricos no enriquecerá a los pobres.

Por supuesto, este principio tiene sus excepciones. Por ejemplo, en casos de corrupción extrema y capitalismo amiguista, los recursos estatales son secuestrados por unos pocos. Muchos países productores de energía pertenecen a esta categoría, por lo que muchos observadores hablan de las dotaciones energéticas y minerales como una "maldición" más que un beneficio.

Pero, afortunadamente, esos casos son excepciones. Por lo general, una política inteligente consiste en mejorar la situación de los pobres y la clase media en vez de empeorar la de los ricos. Reducir (o, mejor aún, eliminar) la discriminación por raza, religión, género y orientación sexual es una forma de lograrlo, así como garantizar los derechos sobre la propiedad, en parte para que la gente pueda obtener créditos para iniciar sus emprendimientos ofreciendo sus hogares como garantía.

La educación también es fundamental. Pero esto no implica la necesidad de gastar mucho más en educación; aquí (y en todas partes) la forma en que se usa el dinero es más importante que cuanto se gasta. La variable más crítica que afecta el desempeño de los estudiantes es la calidad de la enseñanza. Los recursos necesarios para la capacitación adicional de los docentes y para pagar más a las personas talentosas -para qué se dediquen a la enseñanza y continúen en ello- pueden ser compensados con la voluntad para eliminar a los docentes que no están a la altura de las circunstancias. Incluso si algunos costos aumentaran, valdría la pena si el resultado fueran ciudadanos mejor educados y más productivos.

Reformar los planes de estudio es igualmente importante. Las escuelas secundarias y los institutos terciarios conocidos en Estados Unidos como community colleges -instituciones postsecundarias que habitualmente ofrecen títulos después de dos años de estudios- deben ofrecer cursos orientados a empleos que ya existen o que pronto estarán disponibles. Debe fomentarse la estrecha cooperación entre los empleadores y los establecimientos educativos, como ocurre a menudo en países como Alemania. Y la educación debe estar al alcance de la gente durante toda su vida, en forma accesible y eficiente, no solo al principio de sus carreras.

También es importante mostrar cautela frente a algunas ideas que a menudo se presentan como soluciones, como la exigencia de grandes aumentos en el salario mínimo para los trabajadores por hora. El problema es que eso desalienta la contratación por parte de las empresas. Sería mejor mantener los aumentos salariales en niveles modestos para que la gente pueda encontrar empleo, y buscar otras formas de subsidiar la educación y la salud para quienes lo necesitan.

La desigualdad es real. Pero solo puede ser enfrentada eficazmente con políticas y programas que fomentan el crecimiento y crean oportunidades significativas para aprovecharlo. Hay mucho en juego, ya que el crecimiento económico y la cohesión social dependen de que logremos una solución satisfactoria. Pero para ello hay que entender que la desigualdad no es tanto la causa como la consecuencia de nuestros pesares.

(Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush"s special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan…)

– El legado de Bernanke en la FED: la mayor expansión monetaria de la historia (Libertad Digital – 31/1/14)

La mayor expansión monetaria

Esta adquisición indiscriminada de activos ha disparado el balance de la FED hasta la cifra récord de 4,1 billones de dólares. Esta cifra equivale a casi el 25% del PIB estadounidense -en línea con el Banco de Inglaterra (BoE) y el Banco Central Europeo (BCE), pero inferior al Banco de Japón (BoJ)-.

Asimismo, deja al sistema bancario estadounidense con 2,4 billones de dólares en exceso de reservas, para los cuales las entidades poco uso tienen debido a la aún escasa demanda de préstamos en comparación con la época de la burbuja inmobiliaria…

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Balances de la banca central/PIB

El principal objetivo de Bernanke durante la crisis, más allá del rescate bancario orquestado junto al Tesoro de EEUU a finales de 2008, ha consistido en facilitar y abaratar la financiación crediticia, tanto al sector privado como al Gobierno, para, de este modo, impulsar el crecimiento económico y la creación de empleo.

Pero, ¿lo ha conseguido? Según muestran los datos recopilados por el economista Juan Manuel López Zafra, autor de Retorno al patrón oro, la respuesta es no. "Desde la 1ª QE, en noviembre de 2008, se han creado 1 millón de empleos; en el mismo período, más de 11 millones de norteamericanos han abandonado el mercado laboral; ya no computan como buscadores de empleo. Son los Not In Labor Force (NILF)".

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Recuperación laboral

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Tipos de interés y recesiones en EEUU

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Oferta monetaria y recesiones

Por ello, el verdadero legado de Bernanke sigue siendo una incógnita a día de hoy, según Vincent Reinhart, exfuncionario de la FED y actual economista jefe para EEUU de Morgan Stanley. "Hemos sobrevivido. La pregunta es: ¿cuáles son las consecuencias?" Así pues, "el libro sigue abierto, los últimos capítulos todavía no se han escrito", páginas en blanco que, a partir de ahora, serán protagonizadas por la nueva presidenta de la FED, Janet Yellen.

"El porcentaje de población activa en EEUU se situó en 2013 en el 63,2%, idéntico al de hace casi 36 años, bajo otro presidente demócrata, Jimmy Carter. El número de personas fuera del mercado laboral, por el motivo que sea, supera los 92 millones en un país de 316 millones. Los datos económicos que llegan de Estados Unidos son, por lo general, muy positivos: las bolsas superan un máximo tras otro y la lenta retirada de las que no las hace caer, las empresas declaran mayores beneficios, la venta de viviendas nuevas ha sido la más alta desde 2008, el PIB aumentó un 3,2% en 2013, la energía se abarata cada vez más, la inflación está baja… Entre los datos negativos destaca el de la reducción de la tasa de actividad o la población ocupada. Ésta mide las personas mayores de 16 años de edad que está trabajando o que busca activamente un empleo, y que además ni son militar en activo ni preso en cárceles. En la actualidad es la más baja desde 1978. Según el Departamento de Estadísticas Laborales (Bureau of Labor Statistics), la población ocupada en 2013 ascendió a 245,679 millones de personas, de un total de 316 millones. De ellos, 155,389 millones (63,2%) estaba trabajando o buscando empleo, mientras que 90,290 millones (36,8%) o están desempleadas o han renunciado a encontrar un trabajo. El porcentaje es idéntico al registrado en 1978, por lo que el mercado laboral de EEUU ha retrocedido 36 años"… La población activa en EEUU cae a niveles de 1978 (Vozpópuli – 7/3/14)

– De mínimos a máximos en cinco años: la Fed impulsa la histórica remontada del Dow (El Confidencial – 8/3/14)

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En este lustro, los inversores han contemplado una secuencia extraordinaria, puesto que al Dow Jones y al S&P 500 les ha dado tiempo no sólo de recuperar los niveles pre-Lehman, sino de pulverizar sus máximos históricos. Cinco años después de los mínimos, al Dow apenas le queda el recuerdo.

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– La primera generación de clase media que vivirá mucho peor que sus padres (El Confidencial – 3/2/14)

(Por Héctor Barnés)

"Esta es la primera generación que vivirá peor que la de sus padres". Todos hemos oído esta afirmación con relativa frecuencia durante el último lustro, desde que la crisis económica comenzó a golpear las expectativas de las generaciones más jóvenes, que ahora mismo se enfrentan a tasas de paro que superan el 50%. Sin embargo, apenas existen estudios que demuestren una tesis que necesita atender a variables muy diferentes para ser demostrada.

Por primera vez, una investigación británica ha sido capaz de responder en una encuesta a dicha cuestión y afirmar que los nacidos durante los años sesenta y los setenta tienen unas expectativas de futuro mucho peores que las de sus padres, especialmente en lo que concierne a la jubilación. El estudio, realizado por el Instituto de Estudios Fiscales (IFS) inglés, recuerda que la tendencia instaurada tras la Segunda Guerra Mundial por la cual cada generación esperaba vivir mejor que la precedente puede haberse revertido.

Un cambio ¿permanente?

El estudio señala que la generación analizada, la de los nacidos en los sesenta y los setenta -es decir, lo que en Estados Unidos equivaldría a los baby boomers-, que ahora tienen entre 43 y 53 años, necesitarán apoyarse en la herencia familiar si quieren disfrutar de una jubilación más relajada que la de sus padres. El cambio se ha producido durante la última década, ya que aquellos un poco más mayores no se han visto perjudicados en el mismo grado que estas generaciones.

Tres factores principales explican el cambio de tendencia: la reforma de las pensiones, el estancamiento de los sueldos y la subida de precio de los hogares. El estudio asegura que la generación analizada tiene menos casas en propiedad que sus predecesoras. Además, sugiere que si bien no goza de datos sobre las generaciones más jóvenes, las de los ochenta y los noventa, es poco probable que la situación cambie de manera significativa para ellos.

Andrew Hood, uno de los investigadores que han participado en el estudio, señala que "desde la Segunda Guerra Mundial, sucesivas generaciones han disfrutado de mayores ingresos y estándares de vida más altos que los de sus padres". Algo que parece haber terminado para siempre, ya que "las generaciones más jóvenes probablemente tendrán que recurrir al dinero heredado para vivir mejor que sus padres en el retiro".

La quinta que no pudo ahorrar

La encuesta pone de manifiesto una peculiaridad de la nueva generación que la distingue de sus mayores. Los nacidos entre 1960 y 1980 gozaron de más ingresos durante su juventud, pero gastaron todo el dinero adicional que recibieron a lo largo de toda su carrera profesional. A los 30 años, indica el estudio, los ingresos medios de alguien nacido durante los años setenta era un 20% superior a los de alguien nacido durante los 60, un 52% superior a alguien nacido durante los 50 y un 77% superior a los de alguien nacido durante los 40.

¿Qué pasó entonces? El grupo de investigación cree que aún hay que investigar más para conocer este desfase generacional a la hora de ahorrar, aunque el cambio en las costumbres y en la mentalidad de consumo que se produjo en los años ochenta puede tener mucho que ver. Como explica Hood, esta quinta no ahorró apenas nada del dinero que ganaron cuando eran "jóvenes adultos", quizá por confiar en recibir una herencia más cuantiosa que la que generaciones previas disfrutaron.

"Sólo un 28% de las personas nacidas durante los años cuarenta podían esperar recibir herencia, pero la cifra se eleva al 70% entre las personas nacidas en los años setenta", explica el autor. Curiosamente, aquellas personas que esperan recibir una herencia suelen juntarse en una relación con otras personas que también creen que recibirán una significativa cantidad de dinero. "El destino económico de las generaciones nacidas en los sesenta y los setenta depende de manera relativa de la fortuna de sus padres".

La encuesta señala que las familias que procedían en un pasado de entornos más privilegiados notarán en un menor grado el efecto de este cambio de tendencia. "Las herencias esperadas se distribuyen de manera desigual y son más altas para aquellos que ya son ricos", explica Hood. "El resultado sugiere que la rápida mejora en los resultados económicos de las nuevas generaciones que hemos visto en las últimas décadas puede haberse detenido".

Un debate internacional

Dicha investigación sale a la luz en un momento en el que Reino Unido debate sobre algunos de los aspectos sensibles que toca, especialmente en lo que respecta a la continua escalada del coste de la vida en el país británico. Ed Miliband, líder del Partido Laborista inglés, se ha mostrado particularmente crítico con el empobrecimiento de las clases bajas y medias británicas.

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