Los funcionarios americanos replicaron que las entradas financieras reflejaban el subdesarrollo de Europa en materia de mercados de capitales. El problema de la inflación en Europa era una consecuencia de la renuencia de sus bancos centrales a aplicar una política mucho más restrictiva y de la vacilación de los países europeos a la hora de dejar que se apreciaran sus divisas, que reflejaba su ya antiguo compromiso con un crecimiento orientado a la exportación.
Plus ça change, como dirían los franceses.
Lo que los franceses en la época del general Charles de Gaulle decían, en realidad, era que se debía abandonar el dinero de circulación forzosa a favor del patrón-oro. En ese caso los EEUU estarían sujetos a la disciplina de una política más restrictiva, pero los franceses nunca explicaron exactamente cómo se podía hacer el restablecimiento del patrón-oro o cómo se plasmaría en estabilidad económica y de precios, en vista de la inestabilidad de los mercados del oro y las desastrosas consecuencias del patrón-oro -y, en particular, en Francia– en el decenio de 1930.
Dicho de otro modo, el debate era tan confuso y complicado como actualmente. Su único efecto positivo fue el de lanzar una iniciativa para reformar el sistema monetario internacional. Así, pues, ahora que el Gobierno francés -¡ellos otra vez!- se ha comprometido a hacer de la reforma monetaria internacional el núcleo de su Presidencia del G-20 en 2011, conviene recordar el cuento ejemplar del decenio de 1960.
En aquella época, la diplomacia monetaria internacional estaba centrada en la creación de una nueva forma de reservas internacionales, lo que llegaron a ser los derechos especiales de giro (DEG) del Fondo Monetario Internacional. La idea consistía en que, al emitir DEG, el FMI brindaría un medio substitutivo de acumular dólares a las economías que estaban reduciendo su retraso e intentaban acumular reservas. Los EEUU ya no podrían acumular déficits de la balanza de pagos "sin sufrir". Se podría frenar la política americana sin privar de liquidez a la economía mundial.
El intento fracasó completamente. Los derechos especiales de giro nunca llegaron a ser una atractiva opción substitutiva del dólar, pues sólo eran un modesto complemento de los dólares y otras unidades nacionales de uso internacional. Como no tenían confianza en el FMI para que asumiera las competencias de un banco central mundial, sus miembros establecieron obstáculos muy fuertes a la creación de DEG. Tampoco se desarrollaron mercados privados con instrumentos denominados en DEG, lo que, a su vez, limitó su atractivo para los bancos centrales.
El otro centro de las negociaciones en el decenio de 1960 fue el intento de aumentar la flexibilidad de los tipos de cambio. Las propuestas al respecto -como reacción a la aparición de superávits crónicos en Alemania e Italia y déficits crónicos en los EEUU- atrajeron la atracción cada vez más, una vez que las negociaciones sobre los derechos especiales de giro se consumieron en 1968.
Pero, como había otros países que habían disfrutado de dos decenios de crecimiento impulsado por la exportación gracias a haber vinculado sus divisas con el dólar, había renuencia a cambiar algo que iba bien. Aunque el FMI, en un importante informe sobre los tipos de cambio de mediados del decenio de 1970, hizo suyo el principio de una mayor flexibilidad, no ofreció ideas nuevas para lograr que los países avanzaran en esa dirección ni propuso nuevas sanciones contra los que se resistieran. Los desequilibrios internacionales siguieron aumentando hasta que el sistema se desplomó estrepitosamente en 1971-1973.
Las recientes alusiones del Gobierno francés sobre su programa de reforma para 2011 indican que, al contrario de las elucubraciones anteriores, el núcleo de sus iniciativas no será la atribución de un papel más importante a los derechos especiales de giro. En cambio, el gobierno de Sarkozy procurará crear mecanismos para gestionar la transición a un sistema monetario internacional en el que el dólar, el euro y el renminbi desempeñen papeles mundiales relevantes.
Se trata de un paso adelante, que refleja las enseñanzas reales ofrecidas por la Historia, pero los franceses no han indicado que vayan a pedir la aplicación de sanciones a los países con superávits crónicos que no ajusten sus divisas. La inexistencia de esas sanciones fue la deficiencia decisiva del sistema original de Bretton Woods y sigue siéndolo del nuestro… no por casualidad denominado Bretton Woods 2.
Sin sanciones para vigilar los desequilibrios mundiales, ese paso francés adelante nos situará a medio camino sobre un abismo enorme. En el aire, sin suelo firme abajo ni impulso suficiente para llegar hasta el otro lado, no es donde debe estar la economía mundial.
(Barry Eichengreen es profesor de Economía y Ciencia Política en la Universidad de California en Berkeley y autor de Exorbitant Privilege: The Rise and Fall of the Dollar and the Future of the International Monetary System ("Privilegio exorbitado. El ascenso y la caída del dólar y el futuro del sistema monetario internacional"), que se publica este mes. Copyright: Project Syndicate, 2011)
Aprendiendo de Argentina: Shiller propone que EEUU emita deuda ligada al PIB (El Economista – 17/2/11)
El economista Robert Shiller ha sugerido esta semana una nueva idea para controlar la deuda de EEUU: la emisión de bonos ligados al incremento del PIB. Con esta idea se busca evitar que los costes de financiación a largo plazo entren en una espiral fuera de control que encarecería insosteniblemente la cada vez mayor deuda estadounidense.
Pero esta fórmula, como recoge el diario The Wall Street Journal, genera controversia porque hasta el momento sólo ha sido utilizada por países en situaciones extremas, como Argentina.
Sin embargo, el debate está cobrando intensidad en EEUU a pesar de que existen serias dudas sobre si son realmente prácticos para el Gobierno Federal. De hecho, uno de los mayores problemas es que el Gobierno podría sentir la tentación de recomprar esos bonos si el crecimiento fuera demasiado fuerte, lo que provocaría unos pagos de intereses demasiado elevados.
"La deuda ligada al PIB no resuelve el problema, pero hace las cosas un poco más fáciles", explicó Shiller, que es profesor en Yale, a la agencia Dow Jones Newswires. Además, "da ejemplo al mundo".
El estigma: han sido utilizados en casos extremos
El instrumento no es nuevo. En los años 90, países como Bulgaria, Bosnia y Costa Rica emitieron warrants que referenciaban los pagos al crecimiento como forma de diversificar más allá de los bonos tradicionales, con un cupón fijo. Argentina lo hizo más recientemente, y estos bonos rindieron más que la deuda soberana convencional.
Y ahora, con los países más desarrollados ahogados en deuda, Shiller ha escrito mucho sobre cómo reemplazar parte de la deuda gubernamental por participaciones en el crecimiento futuro, llamándolas eufemísticamente Trills (trillionth en inglés, billonésima parta del PIB).
Según el economista y profesor, este concepto ayudaría al Gobierno a manejar el riesgo usando deuda ligada al crecimiento para complementar la tradicional, no para sustituirla.
Hacerlo, además, haría la idea más atractiva para otros países con problemas de deuda. Que EEUU emitiera este tipo de títulos serviría para que dejaran de ser vistos como algo desesperado, lo que les liberaría de su estigma. "Es una distribución del riesgo mucho más racional", sostiene Shiller.
Además, la idea no está del todo descartada: en un reciente informe del departamento del Tesoro de EEUU, fechado el 1 de febrero, había toda una serie de posibilidades para la deuda, entre ellas estos bonos ligados al PIB.
¿Cómo funcionaría el instrumento?
Los denominados Trills de Shiller tendrían un cupón ligado a las perspectivas de crecimiento, al estilo de los TIPS, que son los bonos ligados a la inflación.
Eso sí, sería deuda a largo plazo y pagarían anualmente una fracción del PIB nominal, que hoy día sería de 15 dólares (la billonésima parte del PIB, 15 billones de dólares según el PIB de 2009). Según los cálculos de Shiller, el coste de estos Trills sería de unos 150 puntos básicos sobre los treasuries a corto plazo.
De hecho, el economista cree que podrían venderse fácilmente y a un "precio realmente bueno" debido a que el PIB ha seguido creciendo nominalmente en los últimos años. En un estudio reciente, Shiller cree que el rendimiento de este tipo de bonos podría rivalizar con el del S&P 500 y con mucha menos volatilidad.
Según los datos de la web Data 360 que recoge el Journal, el crecimiento nominal del PIB trimestral ha sido de media un 4% en el último año, lo que supera el rendimiento logrado por los mercados de renta variable en largos periodos de tiempo.
El profesor de Yale insiste en que este tipo de títulos no tienen por qué tener necesariamente connotaciones negativas. Cree que el pensamiento no convencional nos enseña importantes lecciones, y que los Trills no son muy diferentes de los instrumentos financieros que usan las empresas.
"El mundo financiero es muy tradicional porque es miedoso", explica Shiller. "Debemos aprender más de aquellos países que tuvieron problemas, porque cuando los tuvieron aprendieron cosas".
Como recuerda el WSJ, lo que está en juego en EEUU es muy importante. Han llegado ya las primeras advertencias de las agencias de rating, y si no mejora la situación, a EEUU le costará cada vez más financiarse.
Lo que sí tiene claro Shiller es que el Gobierno debe asegurarse de que el déficit no se le escape de las manos. Eso sí, reconoce que duda de cómo recibiría el público estos títulos, pero que desde luego podrían reducir la carga inmediata del pago de la deuda. "Sería un paso adelante hacia la mejora de la situación fiscal".
– Abraham Lincoln, inflacionista (El País – 20/2/11)
(Por Paul Krugman)
Hubo una época en la que los republicanos solían referirse con orgullo a sí mismos como "el partido de Lincoln". Pero no se oye mucho esa frase últimamente. ¿Por qué?
La principal respuesta, suponemos, se encuentra en la decisión tomada hace mucho por el Partido Republicano de buscar los votos de los sureños enfadados por el fin de la segregación legal. Ahora que la vieja Confederación es el corazón de las bases republicanas, ya no es aconsejable alardear del legado del partido proveniente de la Guerra Civil.
Pero, antes o después, los republicanos tenían que descubrir otros motivos para renegar de Lincoln. Al fin y al cabo, él fue el primer presidente que instituyó un impuesto sobre la renta. Y también fue el primer presidente que emitió papel moneda -el "dólar verde"-, que no estaba respaldado por oro ni plata. "Un país no puede hacerle a sus ciudadanos nada más insidioso que degradar su moneda", declaraba el congresista Paul Ryan en una de las dos sesiones sobre política monetaria que celebró la Cámara de Representantes hace unos días. Entonces, podemos despedirnos del Gran Libertador.
Lo que me lleva a la historia de lo que ha pasado en esas sesiones monetarias. Una de ellas fue convocada por el congresista Ron Paul, un detractor implacable de la Reserva Federal que ahora desempeña una función supervisora sobre la misma institución que quiere abolir en favor de un regreso del patrón oro. El subcomité de Paul llamó a tres testigos, uno de los cuales era una elección extraña: Thomas DiLorenzo, un catedrático de la Universidad de Loyola y miembro del Instituto Ludwig von Mises.
¿Qué tiene de extraño esa elección? Bueno, DiLorenzo no ha escrito realmente mucho sobre política monetaria, aunque ha descrito la política de la Reserva Federal -no solo últimamente, sino desde los años sesenta- como "actividades de falsificación legalizadas". Sin embargo, se le conoce más por sus críticas a Lincoln (es el autor de Lincoln unmasked: what you're not supposed to know about dishonest Abe [Lincoln desenmascarado: lo que se supone que usted no debe saber sobre el deshonesto Abe]) y por ser un secesionista moderno.
De verdad: los llamamientos a la secesión aparecen en muchos de los escritos de DiLorenzo; por ejemplo, en su declaración de que la "libertad de asistencia sanitaria" no se restaurará hasta que "algunos Estados empiecen a separarse del nuevo Gobierno Federal fascistoide". ¡Icen la bandera rebelde!
Sí, es cierto que todavía falta bastante para que el Partido Republicano en su conjunto se adhiera el neosecesionismo, y Paul, aunque llame mucho la atención, es de hecho una figura un tanto marginal incluso dentro de su propio partido. Pero Ryan, que encabezó la otra sesión (esa en la que testificó Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal), es una estrella republicana en ascenso. Así que no vale de nada que la retórica de Ryan sobre la moneda fuerte fuese casi tan estrambótica como la de DiLorenzo.
Empecemos por esa frase sobre la degradación de nuestra moneda. ¿De dónde ha salido eso? El valor del dólar en relación con otras monedas importantes es más o menos el mismo ahora que hace tres años. Y como señalaba Bernanke, los precios de consumo solo han aumentado un 1,2% en 2010, una tasa de inflación que, para que conste en acta, está muy por debajo de la que hubo durante el mandato del idolatrado Ronald Reagan. El índice preferido por la Reserva Federal, que excluye los inestables precios de los alimentos y la energía, solo ha subido un 0,7%, muy por debajo del objetivo aproximado del 2%
Pero Ryan está seguro de que el dólar se está degradando y no aceptará un no por respuesta. En un intento por tender una trampa, blandió ante el presidente de la Reserva Federal un ejemplar de un periódico con el titular: "Se extiende la preocupación por la inflación". Pero en realidad la trampa se volvió en su contra. Como Bernanke señaló de inmediato, el artículo hablaba de la inflación en China y otros mercados emergentes, no en EEUU. Y el presidente de la Reserva Federal afirmó, acertadamente, que "la inflación generada aquí en EEUU es muy, muy baja".
Ventaja para Bernanke. Pero los hechos no importan, porque la obsesión con la moneda fuerte de los conservadores, la exigencia de que la Reserva deje de tratar de rescatar la economía, no tiene que ver realmente con el miedo a la inflación.
Ryan dijo casi lo mismo en la sesión del miércoles, en la que afirmó que nuestra moneda "debería guiarse por la obediencia a la ley, no a los hombres". Hace unos años, mi respuesta habría sido: ¿qué está diciendo? Después de todo, Milton Friedman consideraba la gestión de la política monetaria un problema técnico, no un asunto de principios; su queja sobre el papel de la Reserva Federal durante la Gran Depresión era que no había fabricado suficiente dinero, no que hubiese fabricado demasiado.
Pero es que Friedman, que creía que a veces tiene sentido permitir que la moneda se deprecie, que instó al banco central de Japón a adoptar una política muy similar a la que la Reserva Federal está aplicando ahora, era un izquierdista según los criterios del Partido Republicano actual.
No es probable que las sesiones del Congreso tengan un efecto inmediato sobre la política monetaria. Pero ofrecen una reveladora -y terrible- perspectiva de la mentalidad de uno de nuestros dos principales partidos políticos. Siempre hemos sabido que el Partido Republicano moderno quiere que EEUU vuelva a ser como era antes del New Deal; pero ahora está claro que el partido desea construir un puente hacia el siglo XIX, y puede que incluso hacia la era prebélica. Atrás, ¡marchen!
(Paul Krugman es profesor en Princeton y premio Nobel de Economía de 2008. © 2011. New York Times Service)
Desequilibrios globales sin lágrimas (Project Syndicate – 1/3/11)
(Por Kenneth Rogoff)
CAMBRIDGE – Los médicos han sabido por mucho tiempo que lo que fortalece o afecta la salud no es sólo cuánto, sino qué comemos. Del mismo modo, los economistas han observado que para los países que reciben grandes flujos de capital, hay una gran diferencia entre los instrumentos de deuda y las inversiones de capital, tanto en acciones como inversión extranjera directa.
Así, mientras los políticos y expertos claman contra la enormidad de los desequilibrios comerciales, tenemos que reconocer que los problemas reales se originan en la excesiva concentración de deuda. Si los gobiernos del G-20 dieran un paso atrás y se preguntaran cómo canalizar una proporción mucho mayor de los desequilibrios en instrumentos de capital, el sistema financiero mundial que surgiría sería mucho más robusto que el que tenemos ahora, propenso a caer en una crisis tras otra.
Por desgracia, estamos muy lejos de un mundo idealizado en que los mercados financieros comparten el riesgo de forma eficaz. De los aproximadamente 200 billones en activos financieros mundiales que existen hoy en día, casi tres cuartas partes se expresan en alguna especie de instrumento de deuda, como préstamos bancarios, bonos corporativos y valores públicos. Sin duda, el mercado de derivados ayuda a distribuir el riesgo más ampliamente que lo que implica este cálculo superficial, pero el punto básico sigue siendo válido.
Ciertamente, hay algunas buenas razones económicas que explican el insaciable apetito de las entidades crediticias por la deuda. La información imperfecta y las dificultades para monitorear las firmas representan obstáculos importantes para los instrumentos idealizados de riesgo compartido.
Pero las distorsiones inducidas por las políticas desempeñan un papel enorme. En muchos países los sistemas fiscales favorecen enormemente la deuda por sobre el capital. El auge de la vivienda en los Estados Unidos no podría nunca haber llegado a las proporciones que alcanzó si los propietarios no hubiesen podido tratar los pagos de intereses sobre los préstamos hipotecarios como deducciones de impuestos. Las corporaciones pueden deducir los pagos de intereses sobre los bonos, pero tanto las empresas como las personas deben pagar impuestos sobre los beneficios de las acciones.
Los bancos centrales y ministerios de finanzas también son cómplices, ya que es posible rescatar deuda de manera mucho más expedita que el capital. Pero, contrariamente a la retórica populista, no son solo los tenedores de bonos ricos y bien conectados quienes son rescatados. Muchos pequeños ahorradores colocan sus ahorros en los llamados fondos de mercado monetario, que pagan más que los depósitos ordinarios asegurados por el gobierno federal.
¿No deberían esperar hacer frente a riesgos? Sin embargo, un momento crítico de la crisis se produjo cuando, poco después del colapso de Lehman Brothers a mediados de septiembre de 2008, un fondo del mercado monetario colapsó y fue incapaz de pagar 100 centavos por dólar. Por supuesto, fue rescatado junto con todos los demás fondos del mercado monetario.
No estoy abogando por un retorno a los principios de la Edad Media, cuando las leyes antiusura de la Iglesia prohibían los intereses de los préstamos. En aquel entonces, los participantes de los mercados financieros tenían que elaborar planes fantásticos y contorsiones inauditas para disfrazar los pagos de intereses.
Sin embargo, hoy podría decirse que el péndulo ha oscilado demasiado lejos en la dirección opuesta. Tal vez los estudiosos que sostienen que la prohibición islámica a los intereses en los sistemas financieros genera grandes ineficiencias debieran buscar en ellos ideas positivas que puedan resultar útiles para los políticos occidentales.
Por desgracia, no será fácil superar la tendencia a endeudarse de los sistemas financieros de los países ricos del mundo, que está profundamente arraigada. En EEUU, por ejemplo, ningún político está ansioso por decir que se debe eliminar las deducciones de los pagos hipotecarios o que el pago de beneficios de las acciones no se debe gravar. Del mismo modo, los países en desarrollo deberían acelerar el ritmo de las reformas económicas y los mercados de capitales en las economías emergentes se asemejan demasiado al Lejano Oeste, con reglas poco claras y una laxa implementación de las leyes.
Peor aún, incluso cuando el G-20 habla de encontrar una "solución" para los desequilibrios mundiales, posiblemente algunos de los cambios de política que sus miembros han adoptado no hagan más que empeorarlos. Por ejemplo, ahora tenemos un Fondo Monetario Internacional sobredimensionado, cuya capacidad de préstamo se ha triplicado a aproximadamente 750 mil millones de dólares. Europa también ha ampliado su capacidad de rescate regional. Estos fondos pueden llegar a ser un bálsamo eficaz a corto plazo, pero en el largo plazo es probable que agraven problemas de riesgo moral y, potencialmente, planten las semillas de crisis futuras más profundas.
Un mejor enfoque sería crear un mecanismo para orquestar de manera ordenada la cesación de pagos de deuda soberana, tanto para reducir los daños cuando se producen las crisis como para evitar que las entidades crediticias supongan que el dinero de los contribuyentes va a resolver todos los problemas importantes. El FMI propuso exactamente un mecanismo de este tipo en 2001 y recientemente una idea similar se ha discutido para la zona del euro. Sin embargo, por desgracia las ideas de mecanismos de reestructuración de la deuda siguen siendo sólo eso: constructos puramente teóricos.
Mientras tanto, el FMI y el G-20 pueden ayudar a encontrar mejores formas de evaluar la vulnerabilidad de la estructura financiera de cada país, lo cual no es tarea fácil, habida cuenta de la inmensa creatividad de los gobiernos cuando se trata de maquillar sus libros. Las autoridades también pueden ayudar a encontrar maneras de reducir los obstáculos al desarrollo de los mercados bursátiles y proponer ideas para nuevos tipos de bonos estatales contingentes, como los bonos vinculados al PBI que ha propuesto Robert Shiller, de la Universidad de Yale. (En teoría, los bonos Shiller pagarían más cuando crece la economía de un país y menos cuando esté en recesión.)
Por supuesto, incluso si se puede cambiar la composición de los flujos internacionales de capitales, todavía hay muchas buenas razones para intentar reducir los desequilibrios mundiales. Una dieta de activos con abundancia de capitales e inversión directa y bajos niveles de deuda no puede sustituir otros elementos de una buena salud fiscal y financiera. Sin embargo, nuestra actual e insalubre dieta es un componente importante del riesgo y ha recibido demasiado poca atención en el debate de políticas.
(Kenneth Rogoff es profesor de Economía y Políticas públicas en la Universidad de Harvard y fue economista en jefe del FMI. Copyright: Project Syndicate, 2011)
– Los temores de "estanflación" en EEUU son exagerados (The Wall Street Journal – 29/4/11)
(Por Kathleen Madigan)
NUEVA YORK-La palabra "estanflación" se murmura como una posible amenaza para la economía de Estados Unidos. Aquellos que vivieron durante las décadas de los 70 y 80 saben que las condiciones actuales no están ni cerca del lamentable estado de ese entonces.
Es importante considerar que en estos días al generador de la inflación le está faltando un ingrediente clave: las presiones salariales. Basta con sólo mirar el informe de costos de empleo del viernes.
La palabra estanflación, que describe una situación donde la tasa de inflación es alta y el ritmo del crecimiento económico bajo, se hizo popular hace alrededor de tres décadas cuando la expansión económica de Estados Unidos se estancó y la inflación se disparó a la estratósfera.
Desde 1979 a 1981, el producto interno bruto registró un crecimiento promedio de sólo 1,8% (incluyendo una corta recesión en 1980). La inflación anual, medida por el índice de precios al consumidor, promedió un altísimo nivel de 11,7%. La inflación básica, que excluye los alimentos y la energía, también experimentó un fuerte aumento promedio, de 10,9% durante esos tres años.
En la situación actual, el PIB real se desaceleró en el primer trimestre. Pero la mayoría de los problemas parecen ser temporales, y se espera que el crecimiento se sitúe por sobre 3% este año. El IPC ha registrado un alza de 2,7% en el año que finalizó en marzo. La inflación básica es de sólo 1,2%, nivel que difícilmente podría considerarse estratosférico.
Es probable que la inflación siga aumentando este año. Más compañías están traspasando a sus clientes las alzas en sus costos de bienes básicos. Y se espera que se incremente la protección contra la inflación.
Sin embargo, las alzas de precios actuales no se saldrán fuera de control como lo hicieron hace tres décadas. El ciclo inflacionario típico involucra aumentos de precios que impulsan al alza los salarios, los que a su vez generan más alzas de precios para cubrir los mayores costos salariales.
Al actual ciclo le falta el paso intermedio: hay demasiada holgura en el mercado laboral estadounidense. Como resultado, los costos laborales apenas se mueven.
El índice del costo del empleo -que mide los ingresos, salarios y beneficios- subió sólo 2,0% en el año que finalizó en marzo. La tasa representa poca variación en relación al 1,9% promedio de 2010, y cayó en relación al alza de 3,3% justo antes de la recesión. Y debido a que el crecimiento de la productividad sigue siendo sólido, los costos unitarios por trabajador cayeron en 2010.
Aunque los aumentos de precios están reduciendo su poder de compra, los trabajadores no tienen el poder para negociar incrementos salariales.
Eso no era el caso tres décadas atrás. Cuando los precios comenzaron a subir, también lo hicieron los salarios. El crecimiento anual en el pago por hora aumentó desde 7,3% en 1977 hasta 9,0% a mediados de 1981. (De hecho, el índice de costo de empleo se creó para que los encargados de políticas pudieran tener un mejor manejo sobre las presiones que generan los costos laborales a la economía.)
Una importante razón estructural que se entrega para la falta de poder de negociación es la decreciente tasa de participación en los sindicatos. Los contratos sindicales generalmente incluyen un ajuste en los salarios por el costo de vida. En 1983, el primer año para datos comparables, 20,1% de los trabajadores asalariados eran miembros de sindicatos. En 2010, la tasa había caído a 11,9%.
Una importante razón cíclica es el actual alto número de desempleados. La cifra oficial de desempleados es de 13,5 millones. Otros 8,4 millones trabajan a tiempo parcial pero prefieren un trabajo a tiempo completo. Alrededor de otro millón de trabajadores simplemente se dieron por vencidos.
Cuando la oferta excede la demanda, los precios -en este caso, salarios- tienen que ajustarse a la baja. Hasta que los mercados laborales se ajusten significativamente, las empresas tienen mayor margen para manejar sus mayores gastos y costos laborales.
Por eso consideramos que los temores de estanflación son exagerados.
– La Reserva Federal, intimidada (El País – 1/5/11)
(Por Paul Krugman)
El mes pasado, más de 14 millones de estadounidenses estaban desempleados según la definición oficial, es decir, que buscan trabajo pero no pueden encontrarlo. Muchos más millones tenían que conformarse con empleos de media jornada porque no podían encontrar otros de jornada completa. Y no estamos hablando de apuros temporales. El desempleo a largo plazo, antaño raro en este país, se ha vuelto de lo más corriente: más de cuatro millones de estadounidenses llevan sin trabajar un año o más.
Teniendo en cuenta este desolador panorama, era de esperar que el paro, y qué hacer con respecto a él, hubiesen centrado la rueda de prensa del pasado miércoles con Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal. Y así debería haber sido. Pero no lo fue.
Después de la rueda de prensa, Reuters preparó una nube de palabras de los comentarios de Bernanke, una representación visual de la frecuencia con la que empleó distintas palabras. La nube está dominada por la palabra "inflación". "Desempleo", en una letra mucho más pequeña, está colocada en segundo plano.
El énfasis equivocado no fue totalmente culpa de Bernanke, ya que estaba respondiendo preguntas y esas preguntas se centraron mucho más en la inflación que en el desempleo. Pero este énfasis era en sí un síntoma de hasta qué punto Washington ha perdido interés en la precaria situación de los parados. Y la Reserva Federal de Bernanke, que debería mantener una postura firme frente a esas prioridades sesgadas, en vez de ello se está dejando intimidar para seguir al rebaño.
Algunos antecedentes: la Reserva normalmente es la principal responsable de la gestión a corto plazo y ejerce su influencia sobre los tipos de interés para enfriar la economía cuando se calienta demasiado, lo que aumenta la amenaza de inflación, y para calentarla cuando se enfría demasiado, lo que conduce a un desempleo alto. Y la Reserva ha señalado más o menos explícitamente lo que considera unas consecuencias a lo Ricitos de Oro, ni muy caliente ni muy frío: la inflación, en un 2% o un poco por debajo, y el desempleo, en un 5% o un poco por encima.
Pero Ricitos de Oro se ha marchado del edificio y no tiene pinta de que vaya a volver pronto. Los últimos pronósticos de la Reserva, anunciados en la rueda de prensa, muestran una inflación baja y un desempleo elevado para el futuro predecible.
Es verdad que la Reserva prevé que este año la inflación se situará un poco por encima del objetivo, pero Bernanke declaró (y estoy de acuerdo con él) que estamos asistiendo a un alza temporal debido al aumento de los precios de las materias primas; los cálculos sobre la inflación subyacente siguen situándola muy por debajo del objetivo y, según los pronósticos, la inflación experimentará una marcada caída el próximo año y se mantendrá baja al menos hasta 2013.
Mientras tanto, como ya he señalado, el desempleo -aunque por debajo de su máximo de 2009- sigue siendo apabullantemente alto. Y la Reserva prevé únicamente una lenta mejoría, con un desempleo que, según las previsiones, se mantendrá todavía en torno al 7% a finales de 2013.
Todo ello nos lleva lógicamente a un argumento claro a favor de más medidas. Sin embargo, Bernanke ha indicado que ha hecho todo lo que seguramente va a hacer. ¿Por qué?
Podría haber sostenido que no es capaz de hacer más, que sus colegas y él ya no tienen mucha fuerza sobre la economía. Pero no lo hizo. Al contrario, sostuvo que la reciente política de la Reserva de comprar bonos a largo plazo, a la que generalmente se denomina relajación cuantitativa, ha dado resultados. Entonces, ¿por qué no hacer algo más?
La respuesta de Bernanke fue sumamente descorazonadora. Declaró que una mayor expansión podría inducir un aumento de la inflación.
Lo que hay que tener presente es que las propias previsiones de la Reserva contemplan que la inflación se mantendrá por debajo del objetivo a lo largo de los próximos años, de modo que un ligero aumento de la inflación realmente sería algo bueno y no una razón para evitar abordar el desempleo. Naturalmente, cabe la posibilidad de que esos pronósticos sean erróneos, pero igual pueden ser demasiado altos que demasiado bajos.
La única manera de encontrar sentido a la aversión de Bernanke por las medidas adicionales es decir que le da un miedo mortal sobrepasar el objetivo de la inflación, mientas que el quedarse corto le preocupa mucho menos, aunque el hacer demasiado poco signifique condenar a millones de estadounidenses a la pesadilla del desempleo a largo plazo.
¿Qué está pasando aquí? Lo que yo interpreto es que Bernanke está permitiendo que le intimiden los inflacionistas: la gente que sigue viendo la inflación desenfrenada a la vuelta de la esquina y que no se inmuta por el hecho de que sigue equivocándose.
Últimamente, los inflacionistas se han agarrado al aumento de los precios del petróleo como prueba a su favor, a pesar de que, como el propio Bernanke ha señalado, esos precios no tienen nada que ver con la política de la Reserva. La forma en que los precios del petróleo están influyendo en la discusión llevó al economista Tim Duy a insinuar sarcásticamente que ahora la política básica de la Reserva es no hacer nada con respecto al desempleo "porque algunas personas en Oriente Próximo están buscando la democracia".
Pero yo lo pondría de otra forma. Diría que la política de la Reserva es no hacer nada respecto al desempleo porque Ron Paul es ahora el presidente del subcomité de política monetaria de la cámara.
Adiós a la independencia de la Reserva. Y adiós al futuro de los desempleados cada vez más desesperados de Estados Unidos.
(Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008. © 2011 New York Times News Service)
La opinión de los que critican la monetización de la deuda (La inflación mala)
– Weber alerta de "riesgos" inflacionarios – El 60% de los alemanes quiere abandonar el euro y regresar al marco (Libertad Digital – 11/5/10)
La monetización de deuda pública por parte del BCE es una decisión histórica, cuyos efectos pueden conllevar grandes riesgos. Los responsables monetarios del Bundesbank alemán rechazan esta medida. No son los únicos: casi el 60% de los alemanes desea regresar al marco por temor a una futura inflación.
(Por M. Llamas)
Finalmente, se confirma lo que avanzaba ya el mercado la pasada semana. El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean Claude Trichet, ha dado su brazo a torcer en apenas 48 horas, tras la negativa inicial a monetizar la deuda pública de los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, España y Grecia) mediante la compra directa de bonos en el mercado secundario.
Se trata de una medida histórica que, de hecho, vulnera los principios básicos sobre los que se ha construido la Unión Monetaria. La compra de deuda pública de otros países por parte del BCE (compuesto por los bancos centrales de los países miembros) está prohibida expresamente en el Tratado de la UE al igual que en la Constitución alemana. Pese a ello, Trichet ha decidido abandonar su ortodoxia monetaria ante el riesgo real de quiebra de algunos países socios.
Sus efectos a medio o largo plazo pueden ser muy graves. El programa de compras de bonos públicos iniciado el lunes por el BCE conlleva riesgos notables para la estabilidad de precios, según alertó Axel Weber, presidente del Bundesbank y miembro del Consejo de Gobierno del organismo monetario.
Los bancos centrales de la eurozona se lanzaron a comprar bonos públicos de los países en riesgo, tal y como establece el mega plan de rescate aprobado por Eurogrupo y el Fondo Monetario Internacional (FMI), dotado con 750.000 millones de euros.
"Las compras de bonos públicos tienen riesgos significativos para las políticas de estabilidad de precios y, por lo tanto, veo esta parte de la decisión tomada por el Consejo del BCE (…) como crítica, incluso en esta situación extraordinaria", afirmó Weber en una entrevista con el diario alemán Boersen Zeitung. "Ahora es vital que mantengamos estos riesgos tan bajos como sea posible. Por lo tanto estas compras son muy limitadas".
Weber, candidato favorito a sustituir al francés Trichet al frente del BCE, muestra así su profunda preocupación por las tensiones inflacionistas que podría provocar esta medida ya que, en esencia, supone una devaluación del euro por vía indirecta. Por ello, añade: "La población alemana puede contar con nosotros, ya que estaremos especialmente atentos a este respecto. El Bundesbank -banco central alemán- y el conjunto del eurosistema tienen por objetivo mantener la estabilidad de precios en la Unión Monetaria, ahora y también en el futuro".
Paridad con el dólar
Según Wolfgang Gerke, presidente del Centro de Finanzas Bávaro, aunque descarta la "hiperinflación", considera que Alemania podría sufrir una inflación del 3% ó 4% como mínimo debido a los elevados déficits públicos -el BCE tiene por objetivo garantizar una inflación máxima del 2% anual-.
La opción nuclear -monetización de deuda- adoptada el pasado domingo por el BCE no es compartida por los miembros alemanes del banco central. Trichet reconoció que la decisión no fue adoptada unánimemente por los 22 miembros que componen el Consejo de Gobierno de dicho organismo. En algunas decisiones "no hubo mayoría abrumadora", indicó.
"El BCE ha cruzado la línea, una línea que algunos miembros consideraban que el banco nunca cruzaría en su vida", explicó Jacques Cailloux, economista jefe para Europa de Royal Bank of Scotland (RBS) en Londres. "No me sorprende que no fuera unánime".
Y es que los dos miembros alemanes del BCE votaron en contra. Además, acudir al quantitive easing -monetización de deuda de los PIIGS- ha puesto en pie de guerra a Berlín. No obstante, "el 95%" de las medidas que contiene el plan de rescate europeo han sido propuestas por Francia, según admitió el presidente galo, Nicolas Sarkozy, algo que, sin duda, ha causado "conmoción y pavor" entre los alemanes. "Los alemanes están viendo esto en horror", según Hans Redecker, jefe de divisas de BNP Paribas. "Si esto termina en una apuesta total por el quantitative easing, la gente se va a poner en pie de guerra", advierte.
Muchos alemanes creen que el euro desaparecerá
Sin embargo, igual no es necesario esperar tanto. Los contribuyentes germanos rechazan de plano esta opción. Según una reciente encuesta elaborada por la prestigiosa firma de opinión Emnid, el 59% de los alemanes creen que Berlín debería abandonar el euro para regresar al antiguo marco, ya que temen que el rescate de los PIIGS dispare la inflación a medio o largo plazo (52% de los encuestados). De hecho, uno de cada tres cree que el euro, tal y como está concebido en la actualidad, no existirá en 10 años. Opinión que, por cierto, comparte el prestigioso inversor en materias primas Jim Rogers.
Por el momento, la mayoría de expertos coinciden en que la medida adoptada por el BCE producirá una devaluación monetaria. "Mientras continúe la incertidumbre sobre Grecia y otros países de la periferia, el euro seguirá bajo presión", según Thomas Mayer, economista jefe del Deutsche Bank. "Creo que pronto veremos al euro cotizar a 1,2 dólares", frente al 1,3 de la pasada semana, y no descarta que esta tendencia se mantenga hasta alcanzar definitivamente la paridad (1:1) con el dólar. Es decir, la devaluación monetaria coordinada avanzada por LD.
La oposición al rescate de países y la devaluación monetaria se ha reflejado ya en la primera derrota electoral importante que ha obtenido Angela Merkel en Renania el pasado domingo, donde su coalición ha perdido la mayoría a favor de los socialdemócratas.
¿Dos divisas en la zona euro?
De mantenerse este rechazo frontal por parte de los alemanes y, finalmente, se materialicen los temores inflacionistas hay ya quien no descarta el abandono voluntario de Alemania de la zona euro, estableciendo así una especie de dos divisas comunitarias en el seno de la Unión: una firmada por los países más fuertes y sólidos de la zona euro y otra (un euro II devaluado) para las economías más débiles, regresando así a la Europa de dos velocidades sólo que a nivel monetario.
Lo único cierto por el momento es que los alemanes, tanto ciudadanos como autoridades monetarias, ven con muy malos ojos el plan de rescate europeo aprobado el pasado domingo.
– Peter Schiff: "EEUU avanza hacia una depresión inflacionaria" (Libertad Digital – 28/7/10)
Peter Schiff, el inversor que se hizo famoso en Youtube por predecir la crisis, vaticina una depresión mucho más grave si el Gobierno no abandona los planes de estímulo y Estados Unidos no cambia su modelo económico, basado en el consumo y la deuda, por uno basado en el ahorro y la inversión.
(Por Daniel Luna)
Corría el año 2006, en pleno apogeo de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, con Wall Street por las nubes y el desempleo olvidado como un mal de tiempos pasados, cuando un desconocido inversor de Connecticut lanzó la voz de alarma: se avecina un colapso financiero y económico.
Ante el estupor, la indignación e, incluso, la burla de los demás comentaristas, Peter Schiff repitió sus predicciones durante meses en las principales cadenas de televisión. Cuando llegó la crisis los "expertos" dejaron de reírse, y el vídeo de Youtube Peter Schiff tenía razón, que en sus diferentes versiones supera los dos millones de visitas, lo convirtió en uno de los personajes más populares del mundo financiero.
Casi dos años después de la quiebra de Lehman Brothers el Gobierno de Obama habla de recuperación económica, pero la Cassandra de Connecticut no se lo cree. Peter Schiff, candidato para las elecciones al Senado en noviembre, es el presidente de Euro Pacific Capital, una compañía de inversión que se prepara "para el colapso del dólar y de la economía nacional".
Pregunta: (P): ¿Cuál es la situación actual de la economía estadounidense?
Respuesta (R): Extremadamente precaria. Gastamos mucho más de lo que ahorramos y pedimos cada vez más dinero prestado. Los servicios financieros ocupan una gran parte de la economía, pero no hay suficiente industria ni producción. En lugar de corregir estos desequilibrios, la política del actual Gobierno los agrava. Nos estamos endeudando cada vez más para mantener esta economía ficticia basada en el consumo y la deuda. La economía de Estados Unidos es un desastre.
Para empeorar las cosas, el Gobierno multiplica las regulaciones y cada vez recauda un porcentaje mayor del PIB. Estamos pasando de una economía basada en el mercado a una planificación central, donde los recursos se asignan con criterios políticos, no económicos. Hemos emprendido un camino muy peligroso.
P: ¿Se puede comparar la situación de EEUU a la de otros países altamente endeudados como Grecia y España?
R: Nuestra deuda es mucho mayor que la de esos países, y un porcentaje muy alto de ella es con extranjeros. Lamentablemente, en lugar de invertir todo el dinero que nos han prestado lo hemos gastado, así que ya no podemos devolverlo.
P: ¿Llegados a este punto, de dónde puede venir la recuperación económica?
R: Es que no va a haber una recuperación.
P: ¿Y qué va a ocurrir entonces?
R: Nuestra economía seguirá deteriorándose. Estados Unidos se encuentra en los primeros pasos de una depresión inflacionaria.
P: Desde hace años usted dice que el dólar va a colapsar. ¿Por qué no ha sido así?
R: Avisé de la burbuja del Nasdaq, de la de Internet y de la inmobiliaria, pero pasó un tiempo hasta que los precios de esos activos cayeron. Esta burbuja es más grande y la gente va tardar más tiempo en reconocerla. Pero explotará, como todas las burbujas. Los compradores desaparecerán, los vendedores inundarán el mercado con dólares y su valor se desplomará. No tengo ni la más mínima duda de que va a ser así.
P: ¿En qué plazo?
R: Pronto. No sé si en dos meses, en seis o en un par de años, no se puede saber la fecha exacta. Pero estamos cerca.
P: Muchas personas piensan que el libre mercado tiene la culpa de la actual crisis.
R: No saben de lo que hablan. Los que dicen eso son los mismos que en 2007 decían que la economía iba de maravilla. Muy pocos fueron capaces entonces de pronosticar lo que iba a ocurrir en EEUU. Yo fui uno de ellos, y lo hice con mucho detalle, como puede ver en una conferencia que di en 2006, y en mi libro Crash Proof (del 2007).
Yo sí entendí lo que estaba pasando, avisé de que la economía de EEUU era un castillo de naipes a punto de desmoronarse y señalé al Gobierno como el origen del problema.
A quienes entendimos el daño que estaban creando las políticas del Gobierno, el Congreso y la Reserva Federal no nos sorprendió lo que ocurrió en 2008. Quienes no lo entendieron se vieron sorprendidos por lo que pasó, y ahora dicen que la culpa es del mercado.
P: ¿Por qué tantos analistas decían en 2007 que la economía iba bien?
R: Porque no entienden los principios de la economía. Creen que ésta se debe basar en el gasto, que mientras haya consumidores gastando todo irá bien. Quieren que el Gobierno estimule la economía, no se dan cuenta de que la economía está enferma precisamente por los estímulos gubernamentales del pasado.
P: ¿Qué efectos tendrán los planes de estímulo actuales?
R: Agravar los problemas existentes. Hasta que el Gobierno abandone esos planes no se recuperará la economía. Hay que reconstruirla desde los cimientos, que ahora son la deuda y el consumo. Eso es insostenible. Una economía sana se basa en el ahorro, la inversión de capital y la producción. Así se genera el crecimiento. Pero en lugar de eso lo que hacemos es tomar prestado más dinero y gastarlo. Es una economía falsa, un engaño.
P: ¿Una regulación más estricta sobre el mercado de hipotecas no habría evitado la creación de la burbuja inmobiliaria que desencadenó la crisis?
R: Sí, claro. Se podría haber impuesto una entrada mínima del 20 por ciento para cualquier hipoteca, o prohibir las de tipo variable. No se hizo para no molestar a los votantes, que estaban encantados pensando que se iban a hacer ricos. No iban a ser los políticos quienes aguasen la fiesta.
Lo que hay que preguntarse es: ¿Por qué se pidieron tantas hipotecas de tipo variable? Porque estaban garantizadas por el Gobierno, mediante su respaldo a Fannie Mae y Freddy Mac [agencias patrocinadas por el Gobierno para financiar la compra de viviendas], y porque la Reserva Federal bajó mucho los tipos de interés. Sin estas regulaciones la burbuja simplemente no habría existido. No se habrían solicitado tantas hipotecas, y no se habrían concedido las destinadas a gente que no podía pagarlas.
Cuando el Gobierno aprueba cinco normas y después se necesitan otras cinco para arreglar los problemas que han causado las primeras el problema no es que falte regulación sino que hay demasiada.
P: ¿Cómo afectará su falta de experiencia política a su candidatura al Senado?
R: Es una virtud. Yo no estaba allí creando los problemas que tenemos ahora sino en el sector privado, avisando de lo que iba a ocurrir. Si resulto elegido seré el primer senador que desafía el status quo, y trataré de que se recuperen los principios del mercado libre.
P: El Tea Party apoya su candidatura. ¿Qué significado tiene este movimiento popular?
R: Es la expresión de que los americanos están hartos de la dirección que lleva Washington. No quieren más despilfarro ni más intervención del Gobierno en sus vidas y en la economía.
P: ¿Cuál es la estrategia inversora de Euro Pacific Capital?
R: La diversificación global y la preservación del poder adquisitivo. Nos preparamos para el colapso de nuestra moneda y nuestra economía. Intentamos proteger nuestros activos mediante la diversificación internacional: metales preciosos, materias primas y diferentes monedas, además de acciones en países asiáticos, entre otros.
– La globalización y los planes de estímulo traerán más inflación a Occidente (El Economista – 19/8/10)
(Por Andy Xie – Bloomberg)
La economía global es como el helado frito: si no se actúa rápido, se deshace. Los gurús estadounidenses, premios Nobel incluidos, están pronosticando una deflación al estilo japonés para Estados Unidos y Europa. E instan a la Reserva Federal a implementar otra ronda de alivio cuantitativo para frenar el inicio de una Era de Hielo de las economías occidentales. El resplandor de las materias primas desluce la idea de la deflación.
La Fed no los complació en su última reunión, pero les arrojó un hueso prometiendo no retirar dinero de su ronda anterior de compras de activos para estimular una recuperación.
Al otro lado del mundo, los precios al consumidor están aumentando. Los mercados emergentes en su conjunto tienen ahora una tasa de inflación superior al 5%. India registra subidas de precios de más del 13%. Las de China alcanzan más de 3%.
Gran parte del "calor" proviene del mercado inmobiliario en los mercados emergentes. Apartamentos que superan la barrera del millón de dólares en Bombay tienen vistas panorámicas a los barrios bajos de la ciudad. Los precios de las propiedades en Hong Kong casi han recuperado su nivel más alto de 1997, aún cuando la economía prácticamente no ha tenido crecimiento per cápita.
Banqueros con remuneraciones excesivas que pagan un 15% de impuesto sobre la renta personal en Hong Kong hallan difícil comprar propiedades en Pekín o Shanghái. Moscú está siempre de alguna manera cerca del primer puesto en la lista de las ciudades más caras del mundo. Los mercados emergentes están que arden.
Un despertar brusco
Los profetas de la deflación en Occidente van a tener un despertar brusco. El incendio oriental arruinará el hielo occidental, y parece que 2012 va a ser el año del derretimiento. El combustible para el fuego viene de los programas de estímulo para combatir la deflación, como el del presidente estadounidense Barack Obama.
Se describe al estímulo como la panacea para la recesión. En la economía global actual, no es efectivo en las mejores circunstancias y es directamente una equivocación para el mal que aqueja a Occidente en este momento.
El comercio y la inversión directa extranjera totalizan la mitad del PIB global. Ambas cosas dependen de las empresas multinacionales. Estas recorren el mundo entero buscando los centros de producción de menores costes y despachan sus mercancías al lugar donde hay demanda.
La demanda y la oferta están deslocalizadas. De modo que cuando un Gobierno introduce un estímulo, el aumento inicial de la demanda no necesariamente incrementa la oferta local. Más importante aún, si las multinacionales decidieran invertir en otra parte, no habría un incremento de empleos para sostener el crecimiento de la demanda más allá del estímulo.
Así como el agua fluye hacia abajo, el estímulo afecta más a las economías de bajo coste, no importa dónde se inicie. Mientras Occidente derrama dinero en la economía global a través de grandes déficits fiscales o bancos centrales que expanden sus balances, las economías emergentes están ahogadas en un exceso de liquidez. Todo se está poniendo al rojo vivo.
Hipótesis ideal
¿Cómo acabará esto? Idealmente, antes de que la inflación se instale en Estados Unidos y Europa, los costes en las economías emergentes subirán lo suficiente para que las multinacionales inviertan y contraten nuevamente en Occidente.
Yo no contaría con eso. El salario medio en las economías desarrolladas es 10 veces el de los mercados emergentes. Hay cinco personas en estos últimos por cada una en las primeras.
Una hipótesis más probable es que Occidente deba suspender los programas de estímulo cuando la inflación se propague allí desde las economías emergentes.
El canal más inmediato es aumentar los precios de las materias primas. Beneficiar a las economías emergentes que producen materias primas es un impuesto para Occidente. La ironía es esa: el estímulo en Occidente puede causarle un perjuicio inmediato. Es también la magia de la globalización.
Los precios de los bienes de consumo importados aumentarán con los costes laborales en alza en las economías emergentes. El PIB nominal de China está creciendo aproximadamente un 20% por año. Lo más probable es que sus costes laborales suban cuando se haga sentir la escasez de mano de obra.
Estallido de salarios
Por último, la mano de obra en Occidente exigirá aumentos de salarios para compensar la inflación actual y futura. Se podría argumentar que los índices de desempleo elevados mantendrán los salarios a raya. Pensemos bien. En la década de 1970, Estados Unidos experimentó un gran aumento de salarios y precios con un desempleo alto porque los trabajadores vieron claramente la intención de la Fed de "primero el crecimiento y al diablo con la inflación".
En 2012, a la Fed se le acabarán las excusas para no subir los tipos de interés. Como para entonces el exceso de liquidez en la economía global será gigantesco, el ajuste probablemente cause una crisis global cuando estallen las burbujas de activos.
El mal que aqueja realmente a Occidente es la caída de la competitividad. La globalización está enfrentando a los Wang en China o los Gandhi en India con los Smith en Estados Unidos y los González en España.
Multinacionales como General Electric o Siemens deciden a quién contratar. Los Wang y los Gandhi ofrecen productividad pero tienen poco dinero. Entonces están dispuestos a aceptar salarios bajos para acumular riqueza. Los Smith y los González tienen riqueza y no aceptan salarios del Tercer Mundo.
Cuando sus Gobiernos les dan dinero para gastar, su demanda simplemente hace más ricos a Wang y Gandhi y los empobrece a ellos con una deuda nacional más alta. Occidente debe esperar a que los Wang y los Gandhi sean lo bastante ricos para exigir los salarios occidentales y gastar como los Smith y los González.
Es un proceso largo y penoso para Occidente. Y no hay manera de eludirlo.
– Los recursos ociosos no eliminan la amenaza de inflación (Libertad Digital – 20/8/10)
(Por Steven Horwitz)
Uno de los pecados más graves de la economía moderna es su tendencia a tratar los recursos, tanto el capital como el trabajo, como agregados esencialmente homogéneos.
El capital es más o menos intercambiable por otros tipos de capital, y el trabajo se trata de forma similar. Una razón de esto es que tal homogeneidad y agregación hace que los modelos matemáticos que usan los economistas de la corriente dominante sean más manejables, además de facilitar el uso de estudios econométricos (utilizados para evaluar la bondad y conveniencia de los modelos a partir de cuantiosos datos). Pero estos supuestos pueden conducir a errores conceptuales importantes para la política económica.
Por ejemplo, uno de los argumentos que se está repitiendo estos días es que no tenemos que preocuparnos por la inflación, debido a la gran cantidad de recursos que actualmente están ociosos. Se argumenta que los elevados niveles de desempleo y de maquinaria ociosa (y el número creciente de personas que están dejando la fuerza laboral por completo) evitarán que cualquier aumento en el gasto genere una inflación de precios.
La idea es que si la demanda sube, los recursos ociosos volverán a estar disponibles para la producción, sin generar ninguna presión alcista en los precios. Dicho en el lenguaje de la economía, solo hará falta llevar a cabo ajustes en cantidades, no en precios.
El problema con este razonamiento es que asume que el trabajo y el capital ociosos serán igualmente productivos independientemente de cuál sea el tipo de gasto adicional que tenga lugar. Se trata a los recursos como un montón de barro que puede tomar cualquier forma necesaria para producir los bienes demandados por el aumento del gasto. El problema es que los recursos no son como el barro.
Tanto las personas como las máquinas son más productivas en unas cosas que en otras e, incluso, pueden llegar a ser totalmente improductivas dependiendo de su uso particular. Sólo si el aumento del gasto lleva a una mayor demanda de los bienes y servicios que los recursos ociosos son perfectamente capaces de producir la inflación será baja o nula.
En el grado en que el gasto sea en productos en los que ya hay trabajo y capital empleados para producir, entonces las empresas empezarán a pujar por esos recursos con el fin de obtenerlos y sacarlos de sus actuales usos. Esto sólo puede hacerse con precios y salarios más altos, dado que los recursos ociosos no son un sustituto cercano para ellos. El resultado será precios y costes en ascenso, o lo que es lo mismo, inflación.
En el complejo mundo del siglo XXI, el trabajo y el capital tienden a estar incluso más especializados (es decir, que cada recurso tiene un uso cada vez más específico y estrecho) que en el pasado, lo que sugiere que es muy difícil que el aumento del gasto de los consumidores coincida en los bienes y servicios para los cuales los sectores productivos tengan las destrezas y productividades adecuadas.
Así, incluso con recursos ociosos, hay razones para temer que la gran acumulación de reservas bancarias debido a la política monetaria expansiva pueda llevar a una inflación de precios. Lo que dijo el premio Nobel F. A. Hayek hace casi 80 años sobre John Maynard Keynes sigue siendo válido hoy: "Los agregados ocultan los mecanismos más importantes del cambio".
(Artículo elaborado por Steven Horwitz, y publicado originalmente en el blog del Nightly Business Report de la PBS. Horwitz es profesor de Economía en St. Lawrence University, Nueva York, y autor deMicro-foundations and Macroeconomics: An Austrian Perspective and Monetary Evolution, Free Banking, and Economic Order)
– La falsa panacea de la inflación (Libertad Digital – 2/9/10)
(Por Juan Ramón Rallo)
Muchos no parecen darse cuenta de que, para el acreedor, la inflación equivale a un impago parcial (a una quita) de sus créditos. Si el impago deflacionario es intolerable, ¿por qué el impago inflacionista lo ven como imprescindible?
Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, ha escrito un interesante artículo en el que argumenta que la salida más rápida para la crisis actual pasa por generar inflación. En opinión de Rogoff, ni las reducciones de impuestos ni los incrementos de gasto público pueden lograr que el principal problema de nuestras economías -su brutal endeudamiento- se solucione, de modo que la única vía es la de reducir nuestro apalancamiento real haciendo que suban los precios.
El argumento de Rogoff es sugerente, pues se fija en uno de los problemas que sí padecemos -que no es, como ingenuamente creen los keynesianos, el síntoma de nuestra falta de demanda, sino la enfermedad de nuestro excesivo endeudamiento fruto de la expansión crediticia previa no respaldada por el suficiente ahorro-, y está en línea con lo que han propuesto muchos otros economistas de orientación más monetarista que keynesiana. El problema es que, como tantas otras veces, se trata de un argumento falaz y peligroso.
Primero, no está muy claro cómo podemos volver a generar inflación de manera sostenible sin cargarnos la moneda. Hasta la fecha, la inflación que habíamos padecido estaba relacionada con el incremento descontrolado del crédito; si todo el mundo obtenía poder adquisitivo extra para comprar bienes y la cantidad de bienes no aumentaba, es lógico que éstos se encarecieran. Pero ahora, con el enorme endeudamiento que sufran familias, empresas y gobiernos, no está claro cómo vamos a lograr que todos estos agentes vuelvan a demandar crédito. Y sin crédito no hay inflación, salvo que recurramos a destruir la moneda a la weimariana y zimbawense hiperinflacionaria manera. En otras palabras, la inflación -debido a la perversa organización de nuestro sistema financiero- será más bien un síntoma de la recuperación que una causa de la misma. Difícilmente podremos reducir el endeudamiento con inflación si la inflación no va a llegar hasta que reduzcamos nuestro endeudamiento lo suficiente.
Pero segundo, y más importante, aun cuando los bancos centrales consiguieran generar inflación, tampoco está claro cómo eso ayudaría a solucionar nuestros problemas. Entiéndanme, sin lugar a dudas la inflación mejoraría la situación de todos los deudores… pero a costa de empeorar en la misma proporción la de los acreedores: los primeros pagarían menos de lo que deben gracias a que los segundos recuperarían menos de lo que prestaron. En ese sentido es un juego de suma cero, una política redistributiva desde acreedores a deudores.
Los problemas, con todo, van más allá de cómo puede ser que un juego de suma cero genere riqueza. Dados que los bancos son los principales acreedores de un país, serían ellos los principales perjudicados de una política inflacionista en el contexto actual de reducción del precio de los activos (tal vez haya algún economista que, como Krugman en 2001, también propugne reinflar las burbujas, aunque no me consta). Es curioso que muchos de los economistas que defendían que debíamos gastar una billonada en evitar que los bancos quebraran sean los mismos que ahora defienden que tenemos que recurrir a la inflación para terminar de machacar a esos escasamente solventes bancos. Y si, según arguyen, nuestras economías no se recuperarán hasta que circule el crédito, ¿cómo lograr que éste fluya con unas entidades descapitalizadas por la inflación?
Muchos no parecen darse cuenta de que, para el acreedor, la inflación equivale a un impago parcial (a una quita) de sus créditos. Si el impago deflacionario es intolerable, ¿por qué el impago inflacionista lo ven como imprescindible?
Diría más: en realidad, el impago deflacionista resulta menos perjudicial que el impago inflacionista. El primero concentra todas las pérdidas en aquellos acreedores que han realizado malas inversiones; mientras que el segundo lo extiende al conjunto de acreedores, tanto a aquellos juiciosos y prudentes como a aquellos insensatos y alocados. La receta de la inflación, pues, pasa por evitar que las malas inversiones se liquiden plenamente a costa de la liquidación parcial de las buenas inversiones. Es más bien un juego que resta: sólo posponemos la recuperación -la reestructuración de nuestra economía y el reajuste de los precios relativos- a cambio de una destrucción neta de riqueza.
¿Le ven ustedes la lógica? Si no es así, deberían. El artículo de Rogoff sirve para poner de manifiesto cuál es la finalidad última de la inflación, que no ha sido nunca ni la de promover el crecimiento ni la de acelerar la recuperación. La inflación siempre fue un mecanismo de extorsión de los acreedores en beneficio de los deudores. Al fin y al cabo, ¿quién es el mayor deudor de toda la sociedad? Sencillo: el Estado. Por eso la inflación le resulta al establishment preferible a la deflación: porque los beneficiados son los que ostentan la batuta.
(Juan Ramón Rallo es jefe de opinión de Libertad Digital, director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana, profesor de economía en la Universidad Rey Juan Carlos y autor de la bitácora Todo un Hombre de Estado. Ha escrito, junto con Carlos Rodríguez Braun, el libro Una crisis y cinco errores, galardonado con el Premio Libre Empresa 2010)
– La guía políticamente incorrecta de la Gran Depresión y el New Deal (Libertad Digital – 11/8/09)
(Por Robert P. Murphy – Autores Invitados)
Hoover se comportó como un Keynesiano de libro después del crash bursátil de 1929.
Desde finales de 2007, cada vez más comentaristas han trazado paralelismos entre la actual crisis y la Gran Depresión. Premios Nobel y asesores presidenciales proclaman que fue la tacañería propia de un defensor del laissez-faire como Herbert Hoover la que exacerbó la Depresión, y que la economía norteamericana solo se salvó cuando Franklin Delano Roosevelt (FDR) incurrió audazmente en enormes déficits para luchar contra los nazis.
Pero como documento en mi nuevo libro, The Politically Incorrect Guide to the Great Depression and the New Deal (La Guía Políticamente Incorrecta de la Gran Depresión y el New Deal), esta historia oficial es completamente falsa.
Primero aclaremos cuál fue la postura de Herbert Hoover respecto a las políticas fiscales. Al contrario de lo que usted ha escuchado y leído durante este último año, Hoover se comportó como un Keynesiano de libro después del crash bursátil.
Inmediatamente recortó los tipos del impuesto sobre la renta en un punto porcentual (aplicable al año impositivo 1929) y empezó a aumentar el gasto federal, incrementándolo en un 42% desde el año fiscal 1930 al 1932.
Pero para apreciar realmente lo genuinamente keynesiano de Hoover, debemos darnos cuenta de que este salto enorme en el gasto ocurrió en medio del colapso de los ingresos impositivos, debido tanto a la reducción en la actividad económica como a la deflación de precios de principios de la década 1930. Esta combinación llevó a déficits sin precedentes en tiempos de paz bajo la Administración Hoover -algo contra lo que FDR se opuso durante la campaña presidencial de 1932-.
¿Fueron muy elevados los déficits de Hoover? Bueno, su predecesor Calvin Coolidge había incurrido en superávit presupuestario en todos los años de su presidencia, y mantuvo el presupuesto federal prácticamente constante a pesar de la loca prosperidad (y el elevado aumento en los ingresos impositivos) de los años 20.
Hoover fue un keynesiano
En contraste con Coolidge -quien era un presidente favorable al gobierno pequeño-, Herbert Hoover consiguió convertir su superávit de 700 millones de dólares en un déficit de 2.600 millones de dólares de déficit por 1932.
Es cierto, eso no parece una gran cuantía hoy; Henry Paulson repartió más a los banqueros en un desayuno. Pero tengan en cuenta que el déficit de 2.600 millones de dólares de Hoover ocurrió porque gastó 4.600 millones mientras que sólo recaudó 2.000 millones en ingresos. Así, como porcentaje del presupuesto total, el déficit de 1932 fue impresionante -se traduciría en un déficit de 3,3 billones en 2007 (en lugar del déficit real de 162.000 millones de dólares ese año). Desde otro ángulo, el déficit de Hoover en 1932 fue del 4% del PIB, lejos de ser el récord de alguien que recortó el presupuesto.
La verdadera razón por la que el desempleo se disparó durante la legislatura de Hoover no fue su aversión a los déficits, ni su encaprichamiento con el patrón oro. No, lo que diferenció a Hoover de los anteriores presidentes norteamericanos fue su insistencia a los grandes negocios de que no recortaran los salarios en respuesta al colapso económico.
La clave: no reducir salarios
Hoover mantenía la equivocada idea de que el poder adquisitivo de los trabajadores era la fuente de fortaleza de una economía. Así, le parecía que si las empresas empezaban a despedir a los trabajadores y recortar los sueldos debido a la decreciente demanda, se pondría en marcha un círculo vicioso muy perjudicial para la economía.
Los resultados hablan por sí mismos. Durante la desalmada era "liquidacionista" anterior a Hoover, las depresiones (o "pánicos") se acababan normalmente en dos años. Sí, seguramente no sería agradable para los trabajadores ver cómo sus sueldos caían rápidamente, pero así se aseguraba una pronta recuperación y, en cualquier caso, el golpe era suavizado porque los precios en general también caían.
¿Cuál fue entonces el destino del trabajador durante la supuestamente compasiva era de Hoover, cuando los "iluminados" líderes empresariales sostuvieron los salarios en un contexto de caída de precios y beneficios?
Bien, la economía más básica nos dice que precios más altos llevan a comprar una cantidad menor de cualquier mercancía. Debido a que los "salarios reales" (es decir, el salario nominal ajustado por la deflación de precios) aumentaron más rápidamente a comienzos de la década de los 30 de lo que incluso lo hicieron durante los locos años veinte, las empresas no podían permitirse contratar tantos trabajadores. Esto es lo que explica que las tasas de paro se dispararan hasta la inconcebible cifra del 28% en Marzo de 1933.
Paro del 28% en 1933
"Todo esto es muy interesante", podría decir el lector escéptico, "pero es innegable que el ingente gasto de la II Guerra Mundial sacó a América fuera de la Depresión. Así que está claro que Herbert Hoover no gastó lo suficiente".
Ah, aquí nos topamos con uno de los mitos más grandes de la historia económica, el supuesto "hecho" de que el gasto militar norteamericano arregló la economía. En mi libro me baso en el pionero trabajo revisionista de Robert Higgs, quien ha mostrado en varios artículos y libros que la economía estadounidense estuvo atascada en la depresión hasta 1946, cuando finalmente el gobierno federal relajó el control sobre los recursos y trabajadores del país.
La Gran Depresión duró hasta 1946
Por supuesto que las tasas de paro cayeron bruscamente después de que EEUU comenzara a reclutar a hombres para las fuerzas armadas. ¿Es eso algo tan sorprendente? Del mismo modo, si Obama quisiera reducir el desempleo hoy podría tomar a dos millones de trabajadores que han sido despedidos, equiparlos con flotadores armados y enviarlos a luchar contra los piratas. ¡Voilá! La tasa de paro caería.
La medida oficial del gobierno del creciente PIB durante los años de guerra también es engañosa. Los números con los que se configura el PIB incluyen el gasto gubernamental, con lo que los masivos desembolsos en materia militar se sumaron en los números, a pesar de que un millón de dólares gastados en tanques sea difícilmente el mismo indicador de verdadera producción económica que un millón de dólares gastados por las familias en, por ejemplo, coches.
Control de precios
Además de esa distorsión, Higgs nos recuerda que el gobierno instituyó controles de precios durante la guerra. En condiciones normales, si la Reserva Federal (FED) imprime mucho dinero para permitir que el gobierno compre masivas cantidades de bienes (como municiones y bombarderos, en este caso), el IPC se dispararía. Entonces, cuando las estadísticas contabilizaran las cifras del PIB nominal las ajustarían hacia abajo debido al gran aumento en el coste de la vida, con lo que el PIB real (ajustado por la inflación) no parecería tan impresionante.
Pero este ajuste no pudo ocurrir, porque el gobierno convirtió en ilegal que el IPC se disparara. Por tanto, las medidas oficiales que mostraban el "PIB real" aumentando durante la II Guerra Mundial son tan falsas como los anuncios de la Unión Soviética de sus logros industriales.
Si los keynesianos se basan en una mala teoría económica y en una historia engañosa para justificar sus llamamientos de incurrir en déficits públicos desbocados, los monetaristas de la Escuela de Chicago apenas son mejores cuando exigen que los tipos de interés bajen al cero por ciento (¡o incluso negativos!) y culpan de la Depresión a la falta de voluntad de la FED.
Mientras investigaba para el libro me di cuenta de que desde que la FED abrió sus puertas en Noviembre de 1914 hasta 1931, la FED de Nueva York estableció las mínimas tasas justo al final de este periodo. La "tasa de descuento" era el tipo de interés que los bancos de la FED cargaban a los bancos miembros por préstamos respaldados por colateral. Para la FED de Nueva York, las tasas fluctuaron desde su fundación, pero nunca superaron el 7% ni fueron inferiores al 3% hasta 1929.
Intervención monetaria de la FED
Esto cambió después del crash bursátil. El 1 de Noviembre, sólo unos días después del Lunes Negro y el Martes Negro -cuando la bolsa cayó casi un 13% y luego casi otro 12% consecutivamente-, la FED de Nueva York comenzó a recortar su tasa. Hasta el crash esta tasa de descuento había estado en el 6%, y unos días después se recortó en un punto entero porcentual. Durante los siguientes años, las tasas se fueron recortando periódicamente hasta el mínimo del 1,5% en Mayo de 1931.
Mantuvieron la tasa en ese nivel hasta Octubre de 1931, cuando comenzó a repuntar para detener las salidas de oro causadas por el abandono de Gran Bretaña del patrón oro un mes antes. (Los inversores a nivel mundial temieron que Estados Unidos siguiera el mismo camino, por lo que empezaron a vender dólares mientras la ventanilla americana de oro permanecía abierta.)
Hasta ahora mi historia no es inusual. "Todo el mundo sabe" que la FED se supone que debería reducir las tasas de interés para suavizar dificultades de liquidez durante un pánico financiero. Esto ayuda a suavizar la crisis, y proporciona un aterrizaje más suave que si la oferta de crédito estuviera fija.
Pero, ¿sabe qué? A lo largo de todo el periodo que estamos considerando, la tasa más alta a la que la FED de Nueva York cobró a los bancos fue del 7%.Y la única vez que alcanzó ese nivel fue en medio de la depresión de 1920-1921.
La depresión de 1921
Aunque probablemente nunca haya oído de ella, esta temprana depresión fue grave, con tasas de desempleo del 11,7% en 1921. Afortunadamente se acabó pronto; el desempleo había bajado al 6,7% en 1922, y luego, en 1923, incluso alcanzó el 2,4%.
Después de trabajar en estos temas para mi libro, todo esto enseguida se hizo obvio para mí: las altas tasas de descuento de la depresión de 1920-1921 fueron indudablemente dolorosas, pero consiguieron limpiar a fondo la suciedad y eliminar las distorsiones de la estructura productiva.
La oferta monetaria estadounidense y los precios se habían casi doblado durante la I Guerra Mundial, y el máximo que alcanzó la tasa de descuento a partir de Junio de 1920 fue una presión para limpiar las malas inversiones que se habían generado durante el boom de la guerra.
Ya por 1923, la estructura de capital en los Estados Unidos era una máquina de producir. Junto a los ambiciosos recortes de impuestos de Andrew Mellon, los locos años veinte fueron los años más prósperos en la historia americana. No sólo fue que la persona media se hizo más rica, sino que su vida cambió en la década de los 20. Muchas familias adquirieron electricidad y coches por primera vez en esta década.
En contraste, durante principios de los 30, "por alguna razón" los recortes de tipos de interés de la FED no parecieron funcionar. De hecho, sembraron las semillas de lo que fue la peor década en la historia económica estadounidense.
Es más fácil ver qué está pasando si nos olvidamos de que existe un banco central y, simplemente, fingimos que estábamos viviendo en los buenos tiempos de antaño cuando los bancos competían entre sí y no había un supervisor tendente a generar cárteles.
En este contexto, cuando golpea un pánico y la mayoría de la gente se da cuenta de que no han ahorrado lo suficiente -que desearían haber mantenido justo en ese momento más fondos líquidos de lo que sus planes anteriores les habían proporcionado- ¿qué deberían hacer los vendedores de los fondos líquidos?
La respuesta es obvia: deberían subir sus precios. La escasez de fondos líquidos se ha incrementado después del pinchazo de la burbuja, y su precio debería reflejar esa nueva información. La gente, al fin y al cabo, necesita saber cómo cambiar su comportamiento, y eso es de lo que informan los precios de mercado.
El indicador de los precios
Pero en los tiempos más modernos, no sólo gracias a Keynes sino sobre todo a Milton Friedman, los banqueros centrales ahora piensan que durante una restricción repentina de liquidez ellos deberían ser quienes devuelvan la liquidez al sistema. Pero para hacer eso tienen que rebajar la calidad de su producto (la moneda).
Es como si un comerciante de vinos tuviera de repente una oleada de clientes que demandaran un vino añejo poco común del que sólo tuviera 3 botellas, y su reacción fuera poner el vino a la venta pero diluido con agua para conseguir más botellas. Así puede vender a todos los entusiastas clientes y ganar un dinero sin tener que robarles la cartera.
Probemos con un ejemplo diferente: si el propietario de una compañía de transporte por carretera experimenta una fuerte y repentina demanda por sus servicios, podría decidir posponer el esencial mantenimiento de sus vehículos para aprovecharse de la enorme demanda. Pero durante este periodo cargará un precio mucho más alto de transporte para que le valga la pena desviarse de la manera segura con la que regularmente lleva su negocio. Sólo estará dispuesto a afrontar el riesgo extra (bien a la seguridad de sus conductores o al funcionamiento a largo plazo de sus camiones) si se está viendo compensado por ello.
Esto también es cierto para los bancos. Al igual que cualquier otro negocio que durante una recesión quiere reforzar sus reservas de efectivo, así también sucede con el negocio que alquila reservas de efectivo. Si hay un terremoto, las tiendas que vendan linternas y generadores deberían subir el precio de esos bienes esenciales para asegurarse que son correctamente racionados. Lo mismo se puede decir para la liquidez después de que la gente se da cuenta de que la necesita desesperadamente.
(Artículo elaborado por Robert P. Murphy, y publicado originalmente en The Daily Reckoning. Robert Murphy es profesor de Económicas y autor del libro The Politically Incorrect Guide to the Great Depression and the New Deal – Regnery 2009).
– Wall Street destruirá a la Reserva Federal, que se extinguirá entre 2012 y 2020 (El Economista – 5/10/10)
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