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La -solución final- al problema de la deuda (página 7)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Nassim Taleb, autor de El cisne negro aseguró recientemente que "la Fed no existirá en 25 años". Según Paul Farrell, polémico columnista de MarketWatch, el banco central estadounidense se extinguirá mucho antes, puede que tan pronto como en 2012 o "más bien para 2020", con el advenimiento de lo que el periodista llama Segunda Revolución Americana.

"Es inevitable: los bancos de Wall Street controlan el sistema de la Reserva Federal, es su hucha personal. Ya lo han dañado demasiado, y tienen más control sobre él que nunca", explica Farrell, que asegura que esto destruirá el capitalismo, la democracia y el estatus de divisa de reserva global del dólar.

Es cuestión de tiempo que EEUU se vea forzado a "eliminar el sistema corrupto de los lobbys, plantear una nueva forma de gobierno y crear una nueva economía en la que el sistema bancario no esté controlado por Wall Street".

Historia de la destrucción de un banco central

Farrell considera que se darán alrededor de siete etapas en la caída de la Reserva Federal. La primera ya ha sucedido: "los demócratas acaban de poner el primer clavo de su ataúd confirmando que son débiles al negarse a forzar a los republicanos a restringir las ventajas fiscales para multimillonarios que instauró Bush".

En la segunda y tercera fase, que ya están en marcha, el Partido Republicano sigue "expandiendo su guerra estratégica para destruir a Obama con su política de atasco total y echar el cierre al Gobierno", convirtiendo al presidente en poco más que un líder "en funciones" enterrado por los vetos.

Esto llevará a la cuarta fase, en la que los republicanos ganarían las elecciones de 2012, la reforma sanitaria se iría por donde ha venido, volvería la desregulación del libre mercado financiero y los "lobbystas intensificarían su anarquía".

Antes de que acabara el segundo mandato que, según Farrell, tendría el nuevo presidente republicano, Washington estará "totalmente corrompida por donaciones anónimas e ilimitadas de multimillonarios y lobbystas. La conspiración feliz de Wall Street llevará a la tercera catastrófica crisis del siglo XXI (…), que tendrá como resultado el default de la deuda denominada en dólares y la pérdida del estatus de moneda de reserva mundial" del billete verde".

La "Segunda Revolución Americana"

Como consecuencia de este desalentador panorama, explotará la "Segunda Revolución Americana de forma brutal en todas las clases sociales, con la clase media liderando una rebelión amplísima contra los intocables", asegura Farrell.

La guerra doméstica de EEUU será exagerada conforme entren en juego las advertencias del Pentágono. Para 2020, un "antiguo patrón de desesperación, guerra por los alimentos, agua y energía volverá a la luz" en todo el mundo, la séptima y última etapa.

Entonces, será el fin de la Fed, que morirá cuando "la guerra defina la vida" cotidiana.

Marc Faber: "El BCE seguirá la política de Robert Mugabe" (Libertad Digital – 5/10/10)

Tan políticamente incorrecto como de costumbre. En una entrevista con Handelsblatt, Faber prevé un colapso de la deuda, un escenario de inflación y la revalorización del oro. Detrás de todo están las maniobras de los Gobiernos y la banca central.

(Por Fernando Díaz Villanueva)

Marc Faber, el célebre inversor suizo conocido en los ambientes financieros como Doctor Doom, no se da por vencido y sigue anticipando el Apocalipsis de la economía mundial. Como hace dos años, Faber insiste en recordar los dos problemas que han provocado la depresión que padecemos actualmente: la burbuja crediticia que ocasionó todo tipo de sub-burbujas en diferentes activos y la desmesurada deuda soberana que han contraído los Gobiernos.

En una entrevista en exclusiva con el diario alemán Handelsblatt, Faber muestra su cara más amarga. Preguntado por la deuda no tiene pelos en la lengua y afirma que "los bancos centrales están, con Estados Unidos a la cabeza, comprando bonos del Gobierno, de manera que imprimen dinero para mantener a la economía funcionando". Pero, según Faber, no es sólo la Reserva Federal la que está cometiendo este pecado, "el BCE seguirá las políticas de Robert Mugabe en Zimbabue, que ha llevado a su país a la hiperinflación y la ruina". Después de eso Faber prevé un colapso final al que le seguirá una "masiva reforma financiera". "El sistema está simplemente roto", afirma.

Respecto a la guerra de divisas actualmente en curso el reputado inversor es de la opinión que el dólar "caerá a cero". De hecho, la guerra de divisas es su demostración viva, la carrera por la devaluación se debe a que "todos quieren impulsar su economía" devaluando la moneda. Para Faber los americanos tienen las de ganar.

Académicos y payasos

Sobre Obama y Bernanke no exhibe clemencia alguna. Habla de "académicos y payasos". Del presidente de Estados Unidos dice que es "un diletante y no tiene ni idea de la vida real". Faber ve a los dos principales protagonistas económicos de Norteamérica como seres que "viven en su torre de marfil con teorías absurdas sobre la economía".

Para Faber "cualquier intervención en la economía tiene consecuencias imprevistas". Los banqueros centrales crearon primero la burbuja inmobiliaria mediante la política de bajos tipos de interés, lo que ayudó a que emergiesen economías como la de China. El resultado, según Faber es que "los tipos bajos alimentaron la burbuja de las materias primas y el gasto de Estados Unidos en petróleo ha crecido en 500 billones de dólares en un año". Esto es, para Faber, un ejemplo "de consecuencia imprevista".

El euro y el oro

La relativa fortaleza del euro lo único que indica es la debilidad del dólar, asegura el inversor, nada más. El hecho es que "los mercados cuentan ya con la política de expansión crediticia de los Gobiernos sobre un escenario de inflación".

Una de las claves de la depresión es la revalorización continua del oro. Faber lo tiene claro. "El oro y la Bolsa siguen caminos opuestos". Como ejemplo sirva lo que sucedió a principios de los años 80 "un precio para la onza de oro del orden de los 850 dólares mientras el Dow Jones registraba mínimos de unos 850 puntos". Para terminar Faber da un consejo a los que quieren invertir en oro: "guárdenlo (físicamente) para que el Estado no se lo pueda quitar".

– La Fed considera usar la inflación como un arma para estimular la economía (The Wall Street Journal – 7/10/10)

(Por Sudeep Reddy)

La Reserva Federal de Estados Unidos dedicó las tres décadas pasadas a bajar la inflación y a mantenerla reprimida. Pero a medida que la economía de Estados Unidos se debate y coquetea con las perspectivas de una deflación, algunos funcionarios del banco central están delineando una idea controversial: dejar que la inflación se ubique por encima de la meta informal de la Fed.

El razonamiento detrás de esta decisión es que el dejar acelerar a la inflación, aunque sea temporalmente, empujaría las tasas "reales" de interés -tasas nominales menos la inflación- hacia abajo, alentando a los consumidores y a las empresas a ahorrar menos y a gastar o invertir más.

Tanto adentro como afuera de la Fed, sin embargo, una idea como esta es controversial. Podría minar la credibilidad en el combate a la inflación que la Fed ganó tres décadas atrás al subir las tasas de interés a niveles de dos dígitos para derrotar los incrementos de precios de fines de la década de los años 70. "Es un gran error", dice Allan Meltzer de la Carnegie Mellon University, un historiador del banco central. "Una inflación más alta no va a solucionar nuestro problema. Cualquier ventaja que se obtenga será temporal" y la economía sufrirá más adelante, advirtió.

Otros consideran que acelerar la inflación por encima de la meta crearía confusión y el riesgo de burbujas financieras e inestabilidad en los mercados. Entienden que la política de la Fed ya está debilitando al dólar y como resultado ha generado un boom en los precios del oro y los commodities. "La Fed está caminando por un sendero minado que nunca ha sido recorrido en este país", opinó Andrew Busch, estrategia para el mercado de cambios de BMO Capital Markets.

Con el objetivo de la Fed para las tasas de corto plazo casi en cero, la inflación demasiado baja- oscila entre 1 y 1,5%, por debajo del objetivo informal de la Fed de entre 1,5 y 2%- y el desempleo en 9,6%, muy alto, se espera que los funcionarios del banco central se embarquen en otra ronda de compra de activos para bajar las tasas de interés de largo plazo.

La semana pasada, dos funcionarios de la Fed plantearon la opción de explícitamente buscar una inflación encima de la meta establecida por un cierto período de tiempo para compensar los períodos en los que está por debajo. El presidente de la Fed en Nueva York, William Dudley, sugirió que si la inflación quedara por debajo de la meta en medio punto durante el próximo año, la Fed podría compensar esto con un incremento de punto y medio más adelante.

Y, en una entrevista, Charles Evans, de la Fed de Chicago, opinó que "me parece a mí que si pudiéramos de alguna forma obtener tasas de interés reales más bajas para que el exceso de ahorro que se está dando con respecto a las necesidades de inversión bajase, ese podría ser un canal para estimular la economía".

Desde fuera de la Fed también se ha pedido utilizar la inflación para bajar las tasas de interés reales. Este año, el economista jefe del Fondo Monetario Internacional, Olivier Blanchard sugirió que si en una serie de países se subiesen las metas de inflación del 2 al 4% no sería riesgoso.

– La crisis culminará en una depresión inflacionaria (Libertad Digital – 15/10/10)

La salida de la crisis podría venir marcada por un fin de fiesta inesperado y dramático: una escalada inflacionaria de imprevisibles consecuencias pilotada desde los gobiernos, incapaces de pagar lo que deben.

(Por Fernando Díaz Villanueva)

Ya no es un misterio para casi nadie -excepción hecha del Gobierno español– que estamos lejos de salir de la crisis. Es más, casi todos los analistas coinciden en que, tras una aparente mejoría a mediados de este año, más pronto que tarde la economía mundial volverá a hundirse de nuevo en una segunda fase depresiva pero aún peor que la primera. Es lo que se conoce como crisis en W por la forma gráfica que adoptarían todos los principales índices.

El gran enigma es saber si el segundo acto será deflacionario -como el primero- o inflacionario, a imagen y semejanza de las dos crisis que padeció occidente durante los años 70 (crisis del petróleo). La Reserva Federal de EEUU (FED) espera y se dedica con ahínco a ello, a que de la crisis se salga mediante un periodo inflacionario que "limpie la habitación" cancelando deudas a mansalva.

La ecuación es sencilla. Si debemos 1 millón de euros, pero la moneda en la que se contrató el préstamo se devalúa un 50%, al final en realidad tan sólo acabaremos pagando medio millón. De esta forma se produce una destrucción de riqueza que, aparentemente, beneficia a los deudores pero que, en la práctica, termina devastando la economía.

La voluntad política de cancelar deudas mediante inflación es lo que está llevando a todos los analistas a decantarse por un ya inevitable brote inflacionario de imprevisibles consecuencias. El último en predecir el estallido inflacionario que se avecina es el prestigioso Doug Casey, que acaba de publicar un informe en el que da por seguro el brote inflacionario en un momento muy cercano. Entre seis y veinticuatro meses desde el momento presente asistiremos a una revolución de los precios hacia arriba, que es la consecuencia más apreciable (y más ruinosa) de la inflación.

Aunque parezca mentira ésa es la política económica de emergencia que han terminado por adoptar las autoridades monetarias, dependientes, no hay que olvidarlo, de los gobiernos. La guerra de divisas no es más que el trasfondo de una inmensa operación de destrucción masiva de las monedas, especialmente del dólar, que vale menos que nunca.

El presidente de la FED, Ben Bernanke, cual aprendiz de brujo, espera que una vez se haya reducido la deuda la economía se reactive, pero podría encontrarse ante algo inesperado, la más temida de las crisis económicas, el peor de los escenarios: la estanflación, un tipo de crisis en el que al nulo crecimiento económico y la atonía inversora se le unen altas tasas de desempleo y una inflación galopante. Estados Unidos y el mundo desarrollado ya probaron el veneno estanflacionario en los 70 con desastrosas consecuencias.

Esta vez podría incluso ser peor, ya que entonces quedaban ciertos referentes que hoy se han perdido. Las distorsiones que el Estado ha creado en la economía durante los últimos treinta años son de tal calibre que difícilmente terminarán saliendo gratis. En 1973, por ejemplo, año en que estalló la primera crisis del petróleo, hacía sólo dos años que se había cerrado la ventanilla del oro. El dólar se cambiaba entonces a unos 40 dólares la onza y, aunque no hacía más que depreciarse, la boya seguía a la vista porque estaba muy cercana en el tiempo.

Por aquel entonces los Estados Unidos disfrutaban de un generoso superávit comercial, es decir, no importaban todo de todas partes a cambio de billetes verdes como vienen haciendo desde hace un par de décadas. Los mercados financieros no estaban tan sobrerregulados como hoy en día y mostraban mucho más acertadamente la situación real de la economía. Por último, lejos de mantener sine die los tipos de interés artificialmente bajos, se dejaron subir, encareciendo con ellos no sólo el acceso al crédito, sino el pago de la deuda soberana, por lo que los gobernantes se lo pensaron mucho más a la hora de contraer nuevas cargas en forma de gasto público.

El escenario hoy es el inverso. Los 31 gramos de oro puro necesarios para fundir una onza valen casi 1.400 dólares, el Gobierno de Barack Obama cuenta con el dudoso privilegio de tener la mayor deuda pública de la historia del país, y los tipos son tan bajos que el dinero no cuesta nada.

De la crisis de los 70 se salió desrregulando la economía y bajando impuestos, pero la serpiente ya había puesto el huevo y empezaba a incubarlo. Conforme la Unión Soviética, el bloque del este y sus experimentos sociales se iban al garete, los gobiernos occidentales, animados por la bonanza, empezaron a gastar más y a hacer crecer el tamaño del Estado hasta los desmesurados límites actuales.

Todo este gasto fue posible gracias a las mejoras de productividad que permitió la revolución tecnológica y, sobre todo, a grandes cantidades de dinero de nueva creación. El manejo a discreción por parte de la banca central de los tipos de interés llevó a la creación de grandes cantidades de dinero vía crédito barato. La consecuencia es que llevamos veinte años viviendo por encima de nuestras posibilidades, es decir, gastando mucho más de lo que producimos. Y esto es insostenible en el tiempo.

Los últimos años, los de la burbuja inmobiliaria, corresponden al periodo barroco de esta era dorada del dinero fiduciario y la expansión crediticia sin límite. Al final el modelo colapsó en 2008 como un castillo de naipes. Por una razón la mar de simple: es imposible mantener nuestro creciente nivel de vida con nuestro decreciente aporte productivo. No es casualidad, por ejemplo, que las empresas tecnológicas deslocalicen sus departamentos de ingeniería a la India. No es que los indios sean más listos, es que hacen el mismo trabajo por menos dinero.

Por esa razón nos hemos endeudado todos. La deuda no es otra cosa que traerse riqueza del futuro, riqueza aún no creada que, presumiblemente, en algún momento futuro tendrá que generarse para amortizar lo prestado. Desde que estalló la crisis los factores están volviendo a ajustarse de un modo natural. Los salarios están bajando y las jornadas de trabajo aumentando. Eso siempre y cuando ciertos privilegios laborales no lo impidan, ya que en ese caso el empleo se ajusta destruyéndose, que es lo que, en última instancia, está pasando en mercados laborales rígidos como el español.

Por esta razón, para facilitar la autorregulación del sistema, los gobernantes deberían abstenerse de intervenir, pero están haciendo exactamente lo contrario, manteniendo con respiración asistida a sectores quebrados, subiendo impuestos y encorsetando aún más la economía.

Todo ese dinero lo obtienen los gobiernos de pedirlo prestado en el extranjero, es decir, financian gasto presente con ahorros de fuera, de nuevos y más duros impuestos o, directamente, monetizando deuda con el concurso entusiasta de, una vez más, los bancos centrales. El hecho es que al final no se ajusta nada, pero la deuda crece, al menos la soberana. La otra deuda, la privada, no lo hace porque nuestro poder de compra está basado en el crédito. Quienes lo conceden son reacios a seguir haciéndolo alegremente y, como es lógico, a estas alturas las expectativas de un futuro brillante en el que podrán afrontarse todas las cargas se han diluido.

En resumen, los individuos y las empresas están devolviendo lo que deben y eso provoca deflación, esto es, se valora menos la unidad monetaria y como consecuencia los precios bajan. En una economía tan apalancada como la actual es difícil que los agentes económicos vuelvan a pedir prestado, al menos en cantidades significativas. Este escenario, tan parecido al que Japón lleva padeciendo veinte años, es el que ha presidido la crisis desde hace algo más de dos años.

Pero como los estados se han negado en redondo a ajustarse e insisten -con Obama y Zapatero a la cabeza- en supercherías keynesianas de estímulo de la demanda, cabe la posibilidad (cada vez más plausible) de que llegue el momento de que los gobiernos encadenen suspensiones de pagos. En ese momento la única salida para evitar las quiebras soberanas sería devaluar la moneda vía inflación y zanjar el problema pagando menos de lo que se pidió. Este es, probablemente, el camino que tome la economía en los próximos dos años, según el citado estudio.

Los peligros de esta vía de escape inflacionaria son evidentes, pero van cada vez quedando menos alternativas. Los tipos de interés, por ejemplo, siguen bajos, pero sólo para que los gobiernos puedan devolver lo prestado a un tipo anormalmente bajo.

Estarán en ese nivel hasta que los políticos empiecen a utilizarlos como medida para frenar los espasmos inflacionarios. Es muy posible que entonces ya se les haya ido de las manos y nos encontremos ante un panorama espantoso de precios altos, divisas destruidas, desempleo y nulo crecimiento. Podría ser el último gran experimento y el verdaderamente necesario para acometer las reformas imprescindibles para que el sistema capitalista, y la libertad económica que lo acompaña, perviva.

– ¿Necesitamos inflación? (Libertad Digital – 15/10/10)

(Por Juan Ramón Rallo)

Bernanke debería aprender una lección básica: se puede llevar el caballo al río, pero no se le puede forzar a beber. Como banquero central, puede tirar de las cuerdas, pero es incapaz de empujarlas.

(Por Juan Ramón Rallo)

Andan revueltos keynesianos y monetaristas con la necesidad de generar inflación para salir de la crisis. Los primeros han visto en estos dos años cómo sus planes de estímulo fracasaban estrepitosamente: nos prometieron que todo era cuestión de impulsar la demanda agregada vía déficit y al final seguimos tan o más estancados, pero con una montaña de deuda a nuestras espaldas. Los segundos, que llevan tres años ovacionando a Bernanke por su audaz política monetaria y por haber salvado a la economía de la Gran Depresión, continúan repitiendo la misma cantinela de siempre de que es necesario generar inflación; bien está, aunque estaría mejor si nos explicaran cómo es posible que Bernanke salvara la economía en 2008 y 2009 y ahora sea necesario volver a salvarla con todo tipo de facilidades crediticias. ¿Será acaso que lo único que logró Bernanke fue retrasar el momento de la inexorable penitencia?

Ciertamente, la inflación aparece como un remedio sencillo y rápido para salir de la crisis. Al fin y al cabo, si nuestras economías padecen un exceso de deuda, nada mejor que la inflación para diluir su valor real. Si hacemos que un sueldo de 1.000 euros hoy tenga el mismo poder adquisitivo que un sueldo de 100.000 euros dentro de unos meses, entonces el problema de la deuda hipotecaria y de los promotores en España queda ipso facto solventado… al menos para los deudores, claro. Los acreedores, aquellos que adelantaron su capital esperando obtenerlo de vuelta, lo tendrán algo más complicado en esta coyuntura inflacionista.

Cuenta Hayek en La desnacionalización del dinero que durante años el apellido de Schumpeter estuvo maldito en Austria porque este célebre economista, siendo ministro de Finanzas, autorizó que las deudas contraídas en coronas antes de la hiperinflación que sufrió el país tras la Gran Guerra pudieran saldarse en las nuevas coronas cuyo valor era 15.000 veces inferior a las originales; esto es una política monetaria sensata y lo demás son tonterías. Pero si lo que queremos es expoliar a los acreedores y reducir el saldo real de las deudas, ¿por qué no premiamos a los deudores que impaguen sus deudas? ¿Por qué no celebramos que los hipotecados subprime dejaran de cumplir en 2007 con sus compromisos a millones? ¿Por qué escandalizarse de que los bancos -que son siempre acreedores netos- quebraran como consecuencia de ese impago parcial de deudas?

Es más, los inflacionistas deberían explicarnos cómo es posible que en 2008 entráramos en esta complicada depresión si por aquel entonces San Bernanke había conseguido que disfrutáramos de la inflación más elevada de los últimos 20 años. No se explica que lo que se propone ahora como definitiva panacea fuera el contexto del que ya disfrutábamos antes de quebrar Lehman Brothers y meternos a todos en el hoyo.

Lo cierto es que la inflación -la dilución parcial del valor de las deudas- no soluciona los problemas reales que padecemos: un cúmulo de malas inversiones ocasionadas por la brutal y distorsionadora expansión del crédito que se vivió entre 2001 y 2007. Durante esos años ya gozamos de una cuantiosa inflación de activos y nada de ello impidió que entráramos en crisis, pues de hecho no era parte de la solución sino una exteriorización del problema; a saber, la cuestión es cómo evitamos que nuestros muy eficientes productores sigan construyendo viviendas que nadie necesita a mansalva y, en este sentido, condonar las deudas vía inflación sólo sirve para que aquellos que se equivocaron en sus inversiones -y que como consecuencia no pueden cumplir con sus obligaciones financieras- consoliden la posesión de unos recursos que deberían estar empleados en otras partes de la economía.

Y si entre 2001 y 2007 la inflación fue un desastre, también lo sería ahora en caso de que Bernanke pudiese generarla. Pero no, no puede. A menos que decida emular a Zimbabue (darle a la maquinita de imprimir billetes), la forma que tiene nuestro perverso sistema financiero de generar inflación es incrementando la cantidad de crédito en la economía y ahora mismo los agentes privados lo que desean es reducir su endeudamiento, no incrementarlo. Podrá Bernanke poner todas las facilidades por el lado de la oferta para que la gente se endeude, pero si ésta no demanda nuevo crédito –y ni lo hacen ahora ni lo harán hasta que reestructuren sus balances… reduciendo su deuda–, de nada servirá y los precios no aumentarán. El ejemplo de Japón es elocuente, pero también el de la Gran Depresión, donde ni siquiera abandonando el patrón oro los distintos países consiguieron tasas de inflación apreciables.

¿Significa esto que la política monetaria de Bernanke es inocua? No, porque para tratar de provocar inflación está generando el clima y las expectativas de que los tipos de interés se mantendrán en mínimos históricos durante mucho tiempo. Y cuando los agentes tratan de reducir su endeudamiento -como hacen y deben hacer ahora pese al brutal endeudamiento público-, los tipos de interés bajos son criminales: cuantos más bajos sean éstos, más retrasan los agentes su desapalancamiento; y cuanto más lo retrasen, más tiempo diferiremos el reajuste que necesitamos.

Bernanke debería aprender una lección básica: se puede llevar el caballo al río, pero no se le puede forzar a beber. Como banquero central, puede tirar de las cuerdas, pero es incapaz de empujarlas. Pero en esta contraproducente carrera hacia el absurdo está sacrificando el valor futuro del dólar y, lo que es peor, los incentivos de los agentes para dar de baja sus malas inversiones, liquidar su excesiva deuda y volver a empezar a consumir e invertir desde niveles más sostenibles. Si pensamos que en 2008 sólo quebró el sistema financiero y no nuestros fantásticos sistemas productivos especializados en producir millones de carísimas viviendas y redundantes automóviles al año, es que todavía no hemos entendido nada de lo que ha sucedido.

Mr. Obama y Mr. Bernanke, por favor, dejen de obstaculizar el proceso de ajuste. No nos condenen a otra Gran Depresión. 15 años de lento reajuste son demasiados.

– La nueva ronda de estímulo monetario de Bernanke fracasará (Libertad Digital – 18/10/10)

La política monetaria de Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal norteamericana (FED), no solo está recibiendo críticas desde analistas independientes, sino también desde dentro del organismo. Las disensiones son manifiestas, aunque de momento es la opinión de Bernanke la que lleva la batuta.

(Por Ángel Martín)

La nueva ronda de estímulos monetarios, basada principalmente en la compra de más títulos de deuda, es vista con buenos ojos por el Comité Federal de Operaciones de Mercado Abierto (FOMC) de la Reserva Federal. La llegada del segundo programa de compra masiva de activos por parte de la autoridad monetaria, llamado quantitative easing (QE, o flexibilización cuantitativa en castellano), parece tan sólo cuestión de tiempo.

El primer episodio de esta política de la FED se puso en marcha a partir del 18 de marzo de 2009, día en el que se anunció la compra de hasta 1,7 billones de dólares en títulos respaldados por hipotecas (MBS, en sus siglas en inglés) y deuda pública. Para que se hagan una idea, una magnitud casi dos veces superior al PIB de España.

Gráficamente, las políticas monetarias de la FED en los últimos años se han manifestado en unos movimientos sin precedentes en la historia reciente de la institución.

Ahora, se planean nuevas compras masivas de activos y deuda (el quantitative easing 2, o QE2), con el fin de acelerar la recuperación de la actividad económica y estimular el empleo, mediante la expansión del crédito y el mantenimiento de unos tipos de interés artificialmente bajos. Recordemos, además, que para Bernanke la deflación constituye una amenaza que habría que evitar a toda costa, para evitar, según él, caer en una espiral deflacionaria sin salida como la de Japón. Por ello, otro de sus objetivos es alejar este escenario del horizonte, generando un poco de inflación.

Admitiendo que los objetivos de la FED son los adecuados para la economía norteamericana, ¿sería efectiva esta nueva ronda de flexibilización cuantitativa? Para Daniel L. Thornton, vicepresidente y asesor económico de la Reserva Federal de St. Louis, el impacto de estas nuevas medidas podría ser muy reducido sobre la producción, el empleo, los tipos de interés y la inflación. Además, podría generar consecuencias adversas.

En un breve artículo publicado por la FED de St. Louis el 13 de Octubre, se dedica a analizar cuál podría ser el impacto del QE2 sobre las distintas variables objetivo.

Efecto sobre los tipos de interés

¿Se conseguiría reducir los tipos de interés de forma significativa? Según estimaciones de la propia FED, los planes aprobados en 2009 consiguieron reducir la rentabilidad del bono del Tesoro a 10 años entre 38 y 82 puntos básicos -un rango de confianza bastante elevado, por otra parte, lo que nos da una idea de lo difícil que es realizar este tipo de estimaciones, y la ignorancia en la que en ocasiones actúan las propias autoridades-.

En caso de aprobar un plan de compras adicionales de 1 billón de dólares, extrapolando las estimaciones anteriores tendríamos una bajada de tipos entre 22 y 48 puntos básicos. Pero Thornton advierte que esta reducción puede ser demasiado optimista, dado que en estos momentos "los mercados financieros están funcionando mucho mejor de lo que lo hicieron en la primavera de 2009".

Además, sería probable que los intentos de la FED fueran fútiles para expandir el crédito, consiguiendo simplemente que los bancos acumulen reservas en sus balances -en lugar de prestar al sector no financiero-, como han hecho hasta ahora.

Así, "el efecto del QE2 sobre los tipos de interés podría ser pequeño y limitado al efecto del anuncio -el efecto asociado con el anuncio del FOMC- independiente del efecto de las acciones del FOMC sobre la oferta de crédito", concluye.

Efecto sobre la actividad y el empleo

Pero aunque tuvieran un efecto significativo a la baja sobre los tipos, ¿afectaría ello muy positivamente al desempleo y la actividad? Sobre esto hay todavía más dudas.

Y es que, argumenta Thornton, la inversión no sólo depende de los tipos de interés, sino también, y quizá especialmente en la coyuntura actual y de las perspectivas futuras. Además, los tipos ya están en niveles históricamente bajos, por lo que los efectos sobre la demanda agregada, y por tanto sobre la producción y el empleo, de reducciones adicionales de tipos serían muy limitados.

Por otro lado, en caso de que sí se consiguiera animar la producción, el mecanismo por el cual aumentaría el empleo rápidamente no está demasiado claro, y probablemente el efecto sobre éste sería todavía más limitado. La política de la FED, sostiene este analista, puede hacer poco para que se genere empleo debido a que parte del desempleo es "estructural", es decir, que existe un desajuste entre las destrezas que los trabajadores tienen y las que demandan los empresarios.

Efecto sobre la inflación

La última variable que se tiene como objetivo es la inflación. Dado que se teme el escenario deflacionario, se busca estimular el aumento de los precios. Pero, ¿se conseguirá con la flexibilización cuantitativa?

Thornton es escéptico. Para generar inflación, sostiene que, o bien se incrementa notablemente el nivel de producción -respecto al potencial de la economía- o se generan expectativas de inflación entre los agentes. La primera vía es muy improbable, por lo que comentábamos antes. La segunda no se conseguiría mediante el QE2 -la segunda ronda del quantitative easing-, sino emitiendo la señal a los mercados de que se persigue alcanzar un nivel de inflación superior al que es esperado en la actualidad. Esta estrategia está siendo discutida estos días entre los altos cargos de la FED.

Añade que las políticas monetarias expansivas no tendrán apenas efecto sobre la inflación siempre que los bancos continúen atesorando reservas en lugar de prestar.

Consecuencias perversas

Pero además de todo esto, advierte de que el QE2 podría desencadenar efectos perversos. Si la política de la FED no funciona, ello podría dañar la credibilidad del organismo y así erosionar la efectividad de futuras acciones para asegurar la estabilidad de precios. Asimismo, se podrían despertar preocupaciones entre los agentes económicos -si es que no se han despertado todavía- de que la FED esté buscando monetizar el déficit público, lo que dificultaría la vuelta a una política monetaria normal, algo que tiene que suceder tarde o temprano.

– Crear inflación para perpetuarnos en la crisis (Libertad Digital – 1/11/10)

(Por Ignacio Moncada)

Es un proceso que genera nuevas burbujas ahí donde el Estado señala, distorsionando el sistema de precios, y por tanto poniendo las semillas de una nueva recesión.

Alberto Artero, director de Cotizalia, escribía recientemente que para salir de la crisis es imprescindible crear inflación. Los principales motivos que alegaba es que así se evita un escenario deflacionario como el japonés, en el que la economía permanece estancada mientras los precios bajan, y al mismo tiempo se va reduciendo el valor de la deuda pública. Sin embargo, tal vez sin darse cuenta, lo que propone es agravar la crisis económica en la que andamos metidos. Artero, agarrándose a los errores teóricos del keynesianismo, ha basado su criterio en un análisis de la situación de Japón que confunde consecuencias con causas. Propone como solución lo que ya se ha demostrado que es el problema.

Es habitual pensar que el problema de la economía japonesa es que los precios bajan porque los ciudadanos, en contra de sus intereses, posponen el consumo. Sin embargo esto no es la causa del problema, sino su consecuencia. El verdadero motivo es que el país asiático lleva dos décadas registrando el mayor endeudamiento público del mundo, de un 200% del PIB, que se suma una deuda privada del 250% del PIB. En esa situación, la economía japonesa se ve obligada a pedir nuevos créditos para pagar los intereses de los antiguos, con lo que, en lugar de ir acumulando capital para generar crecimiento, lo que hacen es ir comiéndoselo. Por tanto, la sana reacción del mercado es la de restringir su consumo para poder solucionar su problema de endeudamiento, y a la vez compensar las pérdidas de capital con más ahorro. Pero el Gobierno nipón, al dificultar este proceso mediante inyecciones monetarias y otras medidas intervencionistas, lo que realmente hace es alargar la crisis.

Si pedimos a los banqueros centrales que creen inflación, lo que realmente les pedimos es que prolonguen y agraven la crisis económica. La definición teórica de la inflación no es el aumento de los precios, sino el aumento de la cantidad de dinero en circulación. Esto lo que hace es reducir el valor del dinero, de forma que a igualdad de circunstancias, si no intervienen otras distorsiones, los precios tienden a subir como reflejo de la pérdida de poder adquisitivo de la moneda. Esto no sólo es un robo indecente a los ciudadanos. Además es devastador para la economía. En primer lugar es un proceso por el que se le quita riqueza a los que, con mucho esfuerzo, ahorran, y se la entregan a los que se endeudan, como los Gobiernos. De este modo se provoca un injusto y perverso sistema de incentivos que daña la economía. Pero, además, es un proceso que genera nuevas burbujas ahí donde el Estado señala, distorsionando el sistema de precios, y por tanto poniendo las semillas de una nueva recesión.

Lo que la economía necesita para salir de la crisis es corregir las distorsiones generadas en la fase de la burbuja inoculada por los bancos centrales. Esto requiere que el mercado, con mucho esfuerzo, liquide inversiones y reajuste factores de producción en función de la demanda real de cada sector económico. Este proceso será más complicado y largo cuantas más distorsiones nuevas vayan generando Gobiernos y bancos centrales mediante la impresión e inyección de dinero en el sistema sin ningún criterio más que el que le dictan los grupos de presión. Así lo que haremos será perpetuarnos en la crisis y empobrecer, cada vez más, a los ciudadanos.

(Ignacio Moncada es ingeniero industrial por ICAI y trabaja en la gestión de proyectos energéticos internacionales)

– Nassim Taleb: "Las medidas cuantitativas son un "bote de ketchup" a punto de estallar" (El Economista – 12/11/10)

El famoso economista e inversor, Nassim Taleb, autor de la famosa teoría del Cisne Negro se ha despachado a gusto en contra de las medidas cuantitativas de la Reserva Federal durante una entrevista con la cadena de televisión Bloomberg. Según su punto de vista, la Fed "puede imprimir e imprimir dinero sin obtener resultado alguno", sin embargo "de repente puede explotar como un bote de ketchup", añadió.

Desde su punto de vista, estas decisiones perjudicarán directamente a los "retirados y jubilados del país". "Sólo se está imprimiendo dinero para ayudar a los ciudadanos que asumieron hipotecas que no podían costear y para echar una mano a la banca", explicó, al final los jubilados serán los que paguen los platos rotos, dijo.

Taleb acusó a Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal, de "creerse más listo que la propia economía", cuando habla en alguna ocasión "prefiero hacer oídos sordos", afirmó. Además apuntó que el objetivo de la Fed debe ser "la estabilidad monetaria" aunque en estos momentos sólo parece haber conseguido "la inestabilidad monetaria".

En lo que se refiere a Ben Bernanke, el actual presidente del banco central de EEUU, Taleb aseguró que es "como un sastre" que intenta "ceñir un humano a un traje, en lugar de hacerlo al revés, que sería la forma más lógica".

Especulación y fraude a gran escala (Libertad Digital – 18/11/10)

(Por Jorge Valín)

Apartemos al Gobierno de nuestras vidas y de nuestro dinero. Si el Gobierno hace malas leyes, también hace mal dinero. Las políticas de los bancos centrales se están basando en nuevas burbujas hacia otros sectores de la producción.

Recientemente, el inversor Jeremy Grantham hizo unas declaraciones a la cadena CNBC donde afirmaba que "la Reserva Federal se ha pasado la mayor parte de los últimos 15 ó 20 años manipulando los mercados". En su opinión, la Reserva Federal "sabe muy bien que lo que hace no tiene un efecto directo en la economía". La función de Bernanke y antecesores sólo habría servido para aumentar el efecto riqueza del ciudadano. Los mercados suben y la gente se siente rica. No es más que una ilusión de riqueza. Grantham está definiendo una burbuja, y como bien afirma, éstas son el peor mal del inversor, el mercado y la economía.

Ante las críticas a los bancos centrales (especialmente a la Reserva Federal) y sistema actual de moneda barata, se está expandiendo la idea de introducir el patrón oro -o el Patrón Cambio Oro de Bretton Woods– como alternativa. La propuesta ha creado una contrarreacción. Una de las ideas más peregrinas que están usando contra el metal-moneda es que los bancos centrales no podrían dirigir la economía mediante sus políticas monetarias. Bueno, es que la idea es esa, que nadie manipule la economía por un puñado de votos ni intereses corporativistas. ¿Han solucionado algo los bancos centrales hasta ahora? Más bien son los causantes en primera instancia del desastre económico actual y del pasado.

Una de las razones por las cuales aún hay gente que confía en la manipulación de la moneda como solución a las crisis es porque no entienden la definición de dinero en su término más económico. La moneda por sí misma no puede generar riqueza. Si una nación es pobre, por más billetes que cree su Gobierno no hará ricos a sus ciudadanos, al revés, perderían poder adquisitivo día a día. Toni Mascaró lo plasmó perfectamente en un brillante ensayo: "El dinero sólo tiene valor cuando la riqueza ya existe. Su razón es precisamente la de representar riqueza que ya ha sido producida o se está produciendo pero que todavía no se ha consumido, es decir, bienes y servicios que podemos intercambiar por otros".

Efectivamente, el dinero no es más que un reflejo de la riqueza productiva de una economía. Manipular el dinero para crear riqueza solo nos llevará a una ilusión de bienestar perecedera que acabará ajustándose violentamente en cuanto la demanda se contraiga debido a los altos precios, creando la caída en cascada de todos aquellos escenarios productivos que no se ajustaban a la realidad. En la última crisis, el ladrillo.

El dinero -más concretamente su valor- sólo es propiedad de quien se lo gana o posee legítimamente, no del Gobierno ni de ningún banco central. Nadie tiene autoridad para depreciar el valor de nuestro capital productivo. El dinero es la plasmación física del trabajo de cada persona. Si el ciudadano tiene prohibido emitir billetes, también ha de estar prohibido para los órganos del Gobierno y sus hermanos serviles como los bancos centrales. La manipulación del dinero desde un sóviet central es economía planificada, colectivismo y falsificación. Los bancos centrales no sólo son los mayores especuladores de la Tierra, también los mayores falsificadores del mundo. Cuanto más papel emiten los dictadores de la producción, más valor roban a nuestro dinero.

Y es que lo único que hacen las políticas monetarias es manipular los mercados para crear burbujas y beneficiar a los oligarcas del Poder. Es una de las ramas más poderosas del capitalismo de Estado: grandes déficits, dinero barato, ninguna disciplina financiera y grandes corporaciones que aprovechan estas burbujas. Un antiguo miembro de la administración Reagan, David Stockman, recientemente calificó este sistema como el "catecismo neocon" que prácticamente no guarda ninguna diferencia con el "catecismo keynesiano".

Apartemos al Gobierno de nuestras vidas y de nuestro dinero. Si el Gobierno hace malas leyes, también hace mal dinero. Las políticas de los bancos centrales se están basando en nuevas burbujas hacia otros sectores de la producción. Cuando vuelva a venir otra crisis, los lobbies que se hayan lucrado estarán exentos de responsabilidad, como ya ha ocurrido.

La moneda fiat, la del Gobierno, ha de ser abolida, desregular el dinero, privatizarlo y apostar por un sistema con una moneda sana, basa en el oro o cualquier otro activo que elija el mercado. Si no controlamos nuestro dinero, no seremos nunca responsables de nuestro futuro. Ahora más que nunca, hacen falta cambios radicales.

(Jorge Valín es miembro del Instituto Juan de Mariana)

– Farrell: el "dictador" Ben Bernanke debe acabar con su "reino de terror" monetario (El Economista – 15/2/11)

¿Qué pueden tener en común el estadounidense Ben Bernanke y el egipcio Hosni Mubarak? Pues que ambos son personas "peligrosas" y "dictadores". Así de contundente se muestra el columnista de Marketwatch Paul Farrell, que respira más tranquilo al recordar que una de las dos dictaduras ya ha pasado a mejor vida y que la otra lo hará pronto.

Las similitudes no acaban ahí. En su opinión, al igual que el mandatario egipcio, al que su pueblo acaba de derrocar, no fue capaz de darse cuenta de las necesidades de los habitantes, tanto financieras como democráticas. Bernanke "está ciego ante el legado de dinero fácil, que es la base de la revolución al convertir al rico en súper rico mientras la clase media se estanca y se empobrece".

30 años de dictadura

Por eso, el presidente de la Fed es la "persona más peligrosa del mundo", más de lo que nunca fue el propio Mubarak. En palabras de Farrell, el banquero central "dirige una dictadura monetaria" que ya dura 30 años y que "provocará el tercer colapso económico del siglo XXI".

Pero es un final que se veía venir y del que "llevan tiempo avisando". En este punto, cita a Thomas Hoenig, el presidente de la reserva Federal de Kansas City, quien explica su postura, contraria a las decisiones de su jefe, en una entrevista concedida a la revista Time. Señala, además, las razones por las que la políticas de la institución financiera están abocando a EEUU a otra crisis histórica y porqué deben terminarse "pronto".

  • 1. El encarecimiento de las materias primas

  • 2. Según indica, el repunte global de las materias primas pronto parará los pies a la "autodestructiva" estrategia del Quantitative Easing y a la "dictadura monetaria de 30 años de la Fed".

2. La emergente destrucción democracia

En este punto, Hoenig considera que la forma de hacer que las empresas y los bancos se refuercen no es inyectando dinero en el sistema financiero y animándoles a asumir riesgos, sino animándoles a ahorrar y a invertir.

3. Tipos bajos durante demasiado tiempo

Mantener los tipos de interés cerca del 0% indefinidamente también desincentiva el ahorro y la inversión. Hoenig está convencido de que la "irracional exuberancia de Alan Greenspan arrojando dinero a la hoguera económica derivó en la Gran Recesión".

4. La nueva burbuja especulativa estallará

La forma en la que se crean las burbujas es inyectando "dinero fácil", advierte el presidente de la Fed de Kansas. "Cuanto más dinero se une a la cadena especulativa, más se suben los precios de los activos, y siguen subiendo… hasta que estalla".

5. La ilusión narcisista del poder monetario

La Fed ha adquirido demasiado poder en la percepción pública de la economía en los últimos tiempos. La política monetaria se ve como la solución a todos los problemas, pero es lo que acaba formando las burbujas. "La gente ha acabado creyendo que todo lo que hay que hacer es bajar las tasas de interés y todo estará bien", señala el banquero central.

6. La inflación repunta en todo el mundo

Hoenig insiste en los peligros de las políticas monetarias de la Fed y adierte de las serias consecuencias que tendrá el repunte de los precios, en especial de los alimentos, en países como Brasil o China.

7. Se favorece a los ricos y se sabotea el sueño americano

Al favorecer a los banqueros de Wall Street, la "dictadura" de Bernanke claramente alimenta los factores que pueden provocar una guerra de clases. "El 60% de los hogares más pobres tienen que destinar el 12% de sus ingresos sólo en electricidad", señala.

8. La Fed no aprendió nada de la crisis de 2008

"La política gubernamental sigue sonriendo a Wall Street, pero no a los ciudadanos. En lugar de acabar con los gigantes financieros que apostaron contra la economía, el Gobierno ha hecho a los bancos más grandes que nunca", asegura Hoenig.

9. ¿Economía de mercado? Son los lobbys los que mandan

El presidente de la Fed de Kansas se pregunta dónde está el castigo para el fracaso de Wall Street. "No tenemos una economía de mercado", el capitalismo americano es "capitalismo de colegas".

10. EEUU debe controlar más a los bancos

¿Qué haría Hoenig si ocupara el cargo de Ben Bernanke al frente de la Fed? "Tipos altos, apalancamiento reducido y moneda fuerte", responde. Hoenig recuperaría la parte de la Ley Glass-Steagall que ponía límites a los excesos de los bancos.

Los errores de la política monetaria expansiva (Libertad Digital – 23/2/11)

(Por Juan Ramón Rallo)

A poco que crecemos, el precio de las commodities se dispara; más nos hubiese valido un crecimiento más moderado y acompasado por un aumento de la oferta y una reducción de la demanda de las materias primas.

El informe mensual de febrero de La Caixa contiene un interesante resumen de la postura predominante en la academia acerca de cómo combatir la crisis actual. Básicamente: cuando la economía encalla, los bancos centrales suelen reducir los tipos de interés. Sin embargo, en este momento los tipos de interés, debido al hundimiento de la demanda de crédito, ya están muy próximos a cero, por lo que el paso lógico sería establecer tipos de interés nominales negativos. Dado que esto último es imposible, la alternativa pasa por impulsar unos tipos de interés reales negativos; a saber, generar inflación, para lo cual es menester extender la expectativa entre los agentes económicos de que, en efecto, habrá inflación; pero esto, al parecer, no es demasiado sencillo, por cuanto los bancos centrales son entidades de reputada solvencia y la gente no se cree que vayan a soportar de brazos cruzados inflaciones elevadas. ¿Qué nos queda entonces? Pues lo que ha venido haciendo Bernanke: monetizar tanta deuda pública como sea posible para, al mismo tiempo, permitir que los Estados sufraguen políticas de demanda expansivas.

Grosso modo éste viene a ser el canon oficialista. Canon que, por cierto, no ha podido demostrarse más fracasado en los últimos años. Repasemos sus principales fallas:

•El crecimiento no depende de los tipos de interés: A largo plazo, el crecimiento depende del ahorro, esto es, de los factores productivos disponibles para fabricar bienes de capital. Obviamente, cuando el banco central baja los tipos de interés no incrementa el número de trabajadores, materias primas, empresarios, maquinaria… tan sólo abarata el endeudamiento. Y más deuda no es más riqueza: las deudas son pasivos que en algún momento debemos devolver (justo lo contrario de la riqueza). Cuanta más deuda acumulamos, más crecimiento futuro es necesario generar para que las inversiones que hemos realizado bajo su paraguas sean rentables. Así pues, la deuda sólo provoca un calentón a corto y medio plazo que tenderá a revertir en forma de liquidación de las inversiones que no se habrían realizado sin su abaratamiento artificial.

•Deuda más barato no significa siempre más endeudamiento: Cuando los tipos de interés se reducen, sólo cae el precio al que se oferta el crédito. El problema es que para que aumente el endeudamiento no hace falta sólo oferta, sino también demanda. Si la gente no quiere incrementar sus deudas, por muy baratas que se las pongamos, no morderá el anzuelo. Se puede llevar al caballo al río, pero no se le puede forzar a beber. El único que siempre está sediento de endeudamiento es el Estado: ya se ha visto en esta crisis, los tipos han estado al 0%, y el único que ha aumentado sus pasivos ha sido el Gobierno. En esta crisis, Bernanke ha comenzado a comprar deuda hipotecaria y deuda pública para bajar sus correspondientes tipos de interés. ¿Sobre qué terreno pretendía edificar la recuperación? ¿Gasto público y ladrillo? ¿Realmente la economía estadounidense necesitaba que se construyeran todavía más viviendas o que Obama diera rienda suelta a sus caprichos?

•Los tipos de interés negativos son una aberración: Sostener que una economía necesita tipos de interés negativos para crecer equivale a mantener que una economía necesita, para crecer, que sus empresas pierdan dinero. En realidad, lo que se está diciendo es que la inflación es positiva porque diluye el valor de las deudas.

•La recuperación necesita un intenso desapalancamiento y un reajuste real: Carece de sentido pretender solucionar los problemas de nuestras economías mediante una inflación que diluya el valor de las deudas. La cuestión no es solamente si los agentes económicos están muy endeudados o muy poco endeudados; la cuestión también es qué usos se están haciendo de los recursos disponibles. Durante los años del boom económico los recursos se concentraron, gracias al aumento de la deuda, en ciertas actividades que generaban muy poco o ningún valor añadido (vivienda, automóviles…), al tiempo que se desatendían otras que ahora se revelan como altamente importantes (como las materias primas). Ahora toca reducir el endeudamiento y redirigir los recursos hacia la producción, investigación y sistemas de ahorro de materias primas; para ello es necesario que las deudas se amorticen o que se impaguen, de modo que se proceda, vía voluntaria o involuntaria (concurso de acreedores) una liberación de factores productivos hacia las actividades más urgentes. Si consiguiéramos aumentar la inflación, es cierto que diluiríamos la carga de las deudas, pero los recursos permanecerían en las mismas empresas ineficientes y sobreendeudadas en las que no generan casi ningún valor.

La reciente alza de precios de las materias primas, aun cuando tenga evidentes factores coyunturales, es el resultado de haber empujado el crecimiento vía gasto público y vía expansión crediticia. La economía no se ha reajustado lo suficiente y después de un inicial hundimiento de la demanda en 2009 (probablemente insuficiente, como demuestran unos déficits exteriores basados en el endeudamiento que siguen permitiendo que sosteniendo parte del crecimiento, y de la demanda de materias primas, de China), su auge posterior ha revelado que no hemos concluido todos los deberes durante estos últimos años y que todavía hay serias carencias en el imprescindible reajuste real.

A poco que crecemos, el precio de las commodities se dispara; más nos hubiese valido un crecimiento más moderado y acompasado por un aumento de la oferta y una reducción de la demanda de las materias primas. Es decir, un cambio en el patrón de crecimiento mundial (y español). Pero los burócratas y los economistas cortesanos quisieron acelerar el proceso, es decir, quisieron "saltarse" algunos pasos y mantenernos en la economía de burbuja. Repitan conmigo: la crisis económica se debe a desajustes reales y la política monetaria no sirve para solucionar esos desajustes reales, en todo caso para agravarlos.

– El ponche de la política monetaria de Occidente (Project Syndicate – 1/3/11)

(Por Sylvester Eijffinger and Edin Mujagic)

TILBURG – Hay momentos en que se debe pensar y actuar de forma original y después hay momentos en que se vuelve a la normalidad. Los más importantes bancos centrales de Occidente -el Banco de Inglaterra, el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de los Estados Unidos- deben tomárselo en serio. Como dijo el ex Presidente de la Reserva Federal William McChesney Martin: "La misión del banco central es la de retirar el ponche cuando la fiesta aún no ha acabado". Sin embargo, recientemente la Reserva Federal decidió no sólo mantener la fuente del ponche, sino también volver a llenarlo.

Cuando la crisis financiera estalló con su máxima intensidad en 2008, los bancos centrales más importantes del mundo estuvieron acertados al recurrir a medidas excepcionales. Desde luego, podríamos afirmar que en algunos casos exageraron -por ejemplo, con la segunda ronda de la llamada "relajación cuantitativa" en los Estados Unidos–, pero, en términos generales, la reacción parece haber sido apropiada.

Sin embargo, más de dos años después, la situación ha cambiado. La recuperación económica no es estelar, pero no por ello deja de ser una recuperación. Casi todas las economías desarrolladas han dejado la recesión muy atrás y el peligro de deflación ha desaparecido. Recientemente, el banco central suizo adoptó esa posición y el BCE está preocupado por una mayor inflación, no deflación, en la zona del euro. En las economías en ascenso, como, por ejemplo, el Brasil, China, la India y Corea del Sur, la inflación está aumentando rápidamente y pasando a ser cada vez más un problema económico y social.

Así, pues, ha llegado el momento de que los bancos centrales de Occidente vuelvan a ser "normales". Ello es aplicable en particular a la Reserva Federal y al Banco de Inglaterra y, en menor medida, al BCE.

Los bancos centrales de los países con mercados en ascenso como el Brasil, China, la India, Indonesia, el Perú, Tailandia y Corea del Sur están ofreciendo buenos ejemplos que se deben imitar. Se han internado por la vía de la normalización al subir los tipos de interés oficiales con el fin de cortar la inflación de raíz y, con ello, impedir que la inestabilidad de los precios ahogue el crecimiento futuro.

Ante la disyuntiva entre un crecimiento económico a corto plazo y otro a medio y largo plazo, dichos bancos centrales están optando por el segundo. Al aumentar los tipos de interés para impedir que la inflación se ponga por las nubes, infligen cierto sacrificio a la economía ahora, pero, en comparación con el que sería necesario para luchar contra una inflación desbocada más adelante, resulta insignificante.

En ese sentido, los bancos centrales de los países con mercados emergentes han aprendido la lección de los decenios de 1970 y 1980, cuando la inflación dominaba el mundo y asfixió el crecimiento económico… en gran medida porque los bancos centrales no actuaron a tiempo. Bancos centrales como la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra parecen haber olvidado esa historia.

Entonces, ¿qué deberían hacer los bancos centrales occidentales?

En primer lugar, se debe dejar de lado el indicador de la "inflación básica". Hay muchos argumentos a favor del recurso a la inflación básica al dirigir la política monetaria y explicar las decisiones al público, pero sólo cuando los aumentos de los precios de los alimentos y de la energía –que no forman parte de la inflación básica– son de carácter temporal. Parece que ya ha dejado de ser así.

En el Reino Unido, por ejemplo, los factores supuestamente "temporales" han estado manteniendo la tasa de inflación por encima del objetivo durante casi dos años. Recientemente, el BCE publicó un informe en el que se decía que lo más probable es que los precios de los alimentos aumenten aún más, porque la demanda es estructuralmente mayor que la oferta. Es probable que se pueda decir lo mismo de los diversos productos básicos, incluido el petróleo, cuya demanda se ha subestimado estructuralmente.

En segundo lugar, los bancos centrales europeos deben empezar a reducir las medidas de emergencia adoptadas para afrontar la crisis económica y financiera. Ello es aplicable en particular a la Reserva Federal, que en el otoño de 2010 lanzó una segunda ronda de relajación cuantitativa para estimular el crecimiento económico y el empleo a corto plazo, pero también al Banco de Inglaterra, al que se ha criticado por mostrarse demasiado poco riguroso.

Por último, para tener la posibilidad de impedir que la inflación aumente aún más, los tipos de interés reales deben ser, como mínimo, iguales a cero o ligeramente positivos. No ha sido así durante mucho tiempo y sigue sin ser así con la inflación total, cuya tasa es 2,2 por ciento en la zona del euro y 1,5 por ciento en los EEUU. Incluso cuando nos fijamos en la inflación básica, los tipos de interés reales en los EEUU siguen siendo marcadamente negativos. El panorama es particularmente sombrío en el Reino Unido, con un tipo de interés oficial de 0,5 por ciento y una inflación de 3,3 por ciento.

Para impedir que la inflación se ponga por las nubes, la Reserva Federal debe aumentar el tipo de los fondos federales de casi 0 por ciento ahora a al menos el 3 por ciento dentro de un año, más o menos. En el mismo período, el BCE debe subir su tipo oficial del 1 por ciento a al menos el 2 por ciento, mientras que el Banco de Inglaterra debe poner la mira en el 5 por ciento.

Optar por un aumento a corto plazo del crecimiento económico y del empleo, en lugar de imponer la estabilidad de los precios, hundió la economía mundial en los decenios de 1970 y 1980. Esta vez el resultado puede no ser demasiado diferente, si los bancos centrales europeos occidentales mantienen sus actuales políticas monetarias durante mucho más tiempo.

Durante años, los funcionarios de dichos bancos han invitado a sus homólogos de países en desarrollo y con mercados en ascenso a conferencias y reuniones para enseñarles los truquillos del oficio. Tal vez haya llegado el momento de que los profesores aprendan de sus alumnos.

(Sylvester Eijffinger es profesor de Economía Financiera en la Universidad de Tilburg, en los Países Bajos. Edin Mujagic es un economista especializado en política monetaria en ECR Research y en la Universidad de Tilburg. Copyright: Project Syndicate, 2011)

– Los fijadores de metas, en la mira (Project Syndicate – 7/3/11)

(Por Brigitte Granville)

LONDRES – Cuando hablaba en los tiempos económicos más felices de 2005, Mervyn King -entonces y ahora gobernador del Banco de Inglaterra- acentuaba la importancia de afianzar las expectativas públicas de una inflación baja y estable. Advertía que "si uno deja que las expectativas inflacionarias se alejen demasiado del objetivo, se puede terminar en serias dificultades y con un proceso costoso para retrotraerlas". King ahora debe ser un hombre preocupado.

Las propias encuestas trimestrales encargadas por el Banco de Inglaterra sobre las actitudes públicas revelan que la credibilidad de su Comité de Política Monetaria (MPC, por su sigla en inglés) hoy está debilitada. Durante los últimos 15 meses, el objetivo de inflación del 2%, que fija el gobierno y que supuestamente debe hacer cumplir el Banco de Inglaterra, se ha excedido en más de un punto porcentual. Durante gran parte de este período, el público británico esperó que la inflación en el próximo año fuera menor que en el año anterior, gracias a los sólidos antecedentes del MPC en materia de estabilidad de precios. Esa confianza hoy se disipó: las expectativas inflacionarias alcanzaron la tasa de inflación real del 4%.

No existe ningún misterio respecto de lo que está pasando. El mandato de estabilidad de precios se vio sobrepasado por las preocupaciones sobre el crecimiento. El miedo es que un ajuste de la política monetaria para abalanzarse sobre la inflación podría apagar la vacilante recuperación económica.

De manera que el MPC no sólo mantuvo las tasas de interés en un bajísimo 0,5% desde 2009, sino que la política se relajó aún más debido al llamado "alivio cuantitativo" del Banco de Inglaterra -es decir, expandir la base monetaria de un plumazo con la esperanza de vigorizar los mercados de crédito domésticos-. Pero el Reino Unido hoy se enfrenta al peor de los panoramas: la estanflación. La economía está sufriendo los costos inflacionarios de la política del Banco al tiempo que pierde el deseado beneficio del crecimiento.

En Estados Unidos, donde la Reserva Federal está implementando una política monetaria similarmente holgada, la situación parece más halagüeña –al menos a primera vista-. La economía estadounidense está teniendo una recuperación más convincente que el Reino Unido y, a diferencia del Banco de Inglaterra y del Banco Central Europeo, la Fed no está explícitamente obligada por el Congreso a lograr una meta de inflación específica.

En consecuencia, comparada con el Banco de Inglaterra, la importantísima credibilidad de la autoridad monetaria parece menos vulnerable en el caso de la Fed. Pero, inclusive en Estados Unidos, las autoridades responsables de las políticas, como Thomas Hoenig, presidente del Banco de la Reserva Federal de Kansas City, expresan temor a que las expectativas inflacionarias puedan dispararse, debido a la masiva expansión de la deuda gubernamental y al balance de la Fed desde el colapso financiero en 2008.

Todos los principales bancos centrales de Occidente -inclusive el tradicionalmente "agresivo" BCE- parecen estar escondiendo la cabeza como el avestruz. Pero hay algo que pueden hacer para garantizar los beneficios de las reglas de metas de inflación (credibilidad y expectativas inflacionarias bien ancladas) al mismo tiempo que sustentan la recuperación: elevar la meta establecida.

El ejemplo para hacerlo puede darlo Gran Bretaña, donde la situación es particularmente delicada. Las autoridades del Reino Unido decidieron priorizar la consolidación fiscal al mismo tiempo que implementan una política monetaria holgada para contener los riesgos que impuestos más elevados y un menor gasto del gobierno implican para la recuperación. El razonamiento es claro (aunque rara vez los políticos lo expresen claramente): mientras que una pérdida de confianza del mercado en la solvencia del estado británico muy probablemente generaría una depresión, una inflación por sobre la meta se puede rectificar a un costo relativamente tolerable para los estándares de vida (aunque más alto de lo que debería haber sido).

Pongamos por caso que damos por sentada la fuerza de esta lógica (ni siquiera sus críticos podrían negar su coherencia), sería tonto subestimar el riesgo de una inflación desbocada y minimizar el daño económico y social que causaría. En la medida que la tolerancia de la inflación por sobre la meta también refleja un deseo de erosionar el valor real de las deudas públicas y privadas, las tasas de interés del mercado podrían dispararse, agravando los problemas de los gobiernos y los hogares endeudados.

Muchos analistas creen que las enormes limitaciones presupuestarias de los gobiernos los obligarán a depender de la inflación. De ser así, mejor hacerlo de manera transparente, a diferencia del Banco de Inglaterra. En resumen, para anclar las expectativas inflacionarias de manera efectiva, las metas de inflación deben ser realistas.

El actual acertijo de alto riesgo que enfrentan los responsables de las políticas sugiere que deberían aplicar los principios de metas de inflación de manera más flexible en el contexto de un importante shock económico. Esto implicaría elevar la meta a un nivel que esté en línea con la tasa de inflación real observada en el período post-crisis –un nivel que el público percibiría como realista, honesto y creíble.

Hacerlo reduciría las cargas tributarias y de deuda para las generaciones futuras, al mismo tiempo que limitaría de manera crucial los riesgos de una inflación mucho más alta en el más corto plazo. Es más, una meta de inflación más elevada -y el resultante restablecimiento de la credibilidad- les permitirían a los bancos centrales regresar a una meta de inflación más baja sin crear una recesión una vez que los niveles de deuda se hayan reducido y la demanda agregada se haya recuperado.

(Brigitte Granville es profesora de Economía Internacional y Política Económica en el Queen Mary College, Universidad de Londres, y autora de Remembering Inflation, de inminente publicación por Princeton University Press. Copyright: Project Syndicate, 2011)

– Paul Singer predijo la crisis, ahora vuelve a sonar las alarmas (The Wall Street Journal – 25/3/11)

(Por James Freeman)

En pleno apogeo de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, el fundador del fondo de cobertura Elliott Management, Paul Singer, apostó contra las hipotecas de alto riesgo. A mediados de 2007 advirtió a los reguladores de ambos lados del Atlántico que se avecinaba una gran crisis financiera.

Fue completamente ignorado. Ahora, Singer dice que los mayores bancos se encaminan a sufrir otro colapso del crédito. Entre los factores que originarían el próximo desplome, el ejecutivo destaca uno: la política monetaria de EEUU, la cual, asegura es "extremadamente arriesgada". El peligro es una "inflación descomunal".

El precio de la gasolina ha subido y pronto se sentirá el golpe en la cuenta del supermercado. El Departamento del Trabajo de EEUU reportó hace poco que los precios mayoristas de alimentos registraron en febrero su alza más aguda desde 1974. Estas noticias son preocupantes y eso lleva a Singer a recurrir a los libros de historia. A los visitantes que van a su oficina en la Quinta Avenida de Nueva York les regala una copia de un ensayo de 1931 sobre la devaluación de la divisa alemana: "La economía de la inflación" del profesor Constantino Bresciani-Turroni.

Singer, que fundó Elliott en 1977 y que ha entregado un retorno anual compuesto de 14,3% (frente a 10,9% del S&P 500), no está comparando a la Reserva Federal de EEUU con el Reichsbank de principios de los años 20. Más bien, está volviendo a advertir a los reguladores financieros de que no den por hecho la confianza del inversionista en una divisa importante.

Los bancos centrales, especialmente la Fed pero también los europeos, "parecen actuar como si tuvieran una flexibilidad ilimitada para relajar la política monetaria", señala.

En concreto, apunta a la política "sin precedentes" de la Fed de mantener las tasas de referencia en casi cero y su facilidad para imprimir dinero ("relajamiento cuantitativo 2"), que ha llevado al banco a comprar bonos del Tesoro a mediano y largo plazo. Esta táctica se está usando como un "sustituto a una política fiscal y regulatoria coherente", dice.

La Fed, agrega Singer, "parece creer que la inflación es algo que puede solucionar muy fácilmente y con mucha rapidez. No creo que tenga razón".

Singer advierte que los inversionistas no deben malinterpretar lo que parecen señales que auguran un mercado alcista. "Naturalmente que imprimir dinero apuntala los precios de los activos", explica, pero "es muy peligroso y no es un sustituto para el comercio, ni las reformas fiscales y regulatorias que hacen de EEUU un lugar atractivo para generar empleos".

"¿Cómo se vería una pérdida de la confianza en el dólar? Veríamos cómo el oro se vuelve loco", apunta Singer. Anota que los precios de muchas materias primas ya están cerca de batir nuevos récords, incluso en el contexto de una "especie de recuperación suave" en EEUU y Europa, y un crecimiento robusto en Asia.

Pero, por más destructiva que sea una inflación descontrolada, ¿por qué se verían perjudicadas las grandes instituciones financieras? Podría hacer estragos en la capacidad de los clientes corporativos de los grandes bancos de cumplir con sus obligaciones, especula Singer.

"La reforma financiera firmada por el presidente Barack Obama en julio de 2010 ha debilitado el sistema y ha sentado las bases para la próxima crisis de una manera muy negativa", advierte. "La opacidad de los informes de las instituciones financieras no ha sido abordada ni cambiada en lo más mínimo…".

Incluso después de la crisis, las agencias calificadoras de riesgo "obviamente no aportan ninguna pista real", dice. "Todo lo que tenemos son rumores y corazonadas. No sabemos cuál es el estado financiero de (Citigroup), J.P. Morgan, Bank of America, ninguno de ellos". Singer cree que los grandes bancos siguen cargando demasiado apalancamiento y no confía en que los reguladores los supervisen de manera efectiva.

Las mayores instituciones financieras, explica, son "una colección accidental de sobrevivientes. Casi ninguno se salvó por su perspicacia, controles de riesgo o buena gestión (…) sino por azar: quién fue rescatado primero y quién después y cómo se sentía la gente y qué es lo que dijo durante el fin de semana en el que Merrill estuvo bajo presión (en septiembre de 2008)".

La mayoría de los inversionistas no comparte su visión y los grandes bancos siguen recibiendo préstamos a tasas inferiores que sus competidores más pequeños. La razón, según Singer, es que ahora mismo el sistema "está respaldado por los gobiernos de EEUU y Europa". Sin embargo, advierte, "en algún momento, esa garantía, de alguna manera que todavía no puedo imaginar, desaparecerá".

¿De verdad? Los creadores de la reforma financiera argumentan que la ley impide que el gobierno estadounidense rescate a una firma en particular, pero la Fed puede seguir concediendo préstamos de emergencia a un gigante en apuros siempre y cuando ofrezca financiación similar a los demás.

Si el gobierno estima que una firma no es "sistémicamente importante", prevé Singer, podría significar su colapso. "Las instituciones financieras de medio y pequeño tamaño podrían encontrarse en desventaja, podrían ser sacrificadas en la próxima crisis para proteger a los pesos pesados", explica.

Hay algo peor: si el gobierno alguna vez determina que un gigante está en riesgo de cesación de pagos, asume su control a través de la Corporación Federal de Seguro de Depósitos (FDIC, por sus siglas en inglés). Una vez a cargo, el gobierno también puede discriminar de una manera parecida entre los acreedores y transferir activos a su voluntad.

La destreza analítica de Singer no es perfecta. Después de la crisis, identificó los derivados como un factor clave y sigue insistiendo en que jugarán un papel importante en la próxima debacle, si bien ahora se sabe que en 2008 los bancos cayeron por culpa de apuestas más convencionales en el sector inmobiliario, no por los derivados.

Aun así, el argumento de Singer contra la reforma financiera y la política monetaria de la Fed es persuasivo. Una razón por la que su firma ha sobrevivido 34 años, dice, es porque trata de ser muy respetuosa de cuán imprevisibles son los mercados. "Siempre intentamos asumir como mínimo que el mundo no está gestionado eficazmente". Una suposición segura.

(Freeman es un editor de la página editorial de The Wall Street Journal)

Carta abierta a Ron Paul (Libertad Digital – 13/4/11)

(Por Antal Fekete)

Esta violación palmaria de la ley por parte de Bernanke le incapacitaría completamente para el cargo que ocupa, de forma que el presidente de los EEUU debería proceder a su inmediata e ignominiosa destitución.

Existen serias dudas sobre la legalidad del Quantitative Easing (QE o Flexibilización Cuantitativa). Usted es una de las pocas personas que están cualificadas y bien situadas al mismo tiempo para poder llegar al fondo de la cuestión.

Mucha gente cree (y los medios suelen confirmarles esta creencia) que la Reserva Federal puede crear dólares de la nada, en cualquier cantidad y cuando le plazca. Podría además ser ésta la ilusión que llevó al Dr. Bernanke a decir que el Gobierno americano le había entregado a la Reserva Federal una imprenta, que es una herramienta realmente útil para impedir la deflación. Pero esto no guarda ninguna relación con la verdad. La Reserva Federal puede crear nuevos dólares única y exclusivamente cuando se producen unas estrictas condiciones legales. Y aún en esos casos sólo puede disponer de ese privilegio bajo las estrechas medidas que prescribe la ley.

Pero, al contrario de lo que dijo Bernanke, no pueden lanzarse alegremente dólares desde un helicóptero, con independencia de las razones que se puedan tener para emprender una acción de ese tipo. Tampoco tiene capacidad legal la Reserva Federal para comprar directamente deuda pública emitida por el Tesoro, sino que eso sólo lo puede hacer indirectamente, mediante las operaciones de mercado abierto (OMA). Si no sometes a la deuda que emite el Tesoro al test del mercado antes de que la adquiera la Fed, entonces lo que debemos presumir es que el mercado la habría rechazando como algo sin valor, o que sólo la habría adquirido con un descuento significativo.

La ley no permite a los bancos del sistema de la Reserva Federal comprar títulos de deuda del Tesoro directamente, porque entonces la creación del dinero por parte del banco central americano se convertiría en un sainete, los requerimientos de reservas de los bancos comerciales en una farsa, y finalmente el dólar pasaría a ser el mayor timo de la historia.

El QE ya es en sí mismo un problema lo suficientemente grave. Pero existe todavía algo aún más siniestro: los bancos de la Reserva Federal sólo pueden comprar deuda pública si la pagan con pasivos de la Reserva Federal que han sido creados legalmente.

Los pasivos de la Reserva Federal (sus billetes y depósitos) son creados legalmente cuando han sido emitidos de acuerdo con la ley. Y la ley dice que los pasivos de la Reserva Federal tienen que estar respaldado por un título que hace de colateral en el momento de la emisión (normalmente deuda pública emitida por el Tesoro de EEUU). El proceso es como se explica a continuación.

El banco de la Reserva Federal que busca expandir sus pasivos utiliza la deuda pública de la que es dueño de forma absoluta y que se encuentra libre de cualquier carga, y la pone como colateral para que se le autorice la emisión de nuevos pasivos. Dicho de otra forma, si los bancos de la Reserva Federal no tienen en su poder deuda pública libre de cualquier carga, entonces no pueden crear pasivos adicionales de forma legal.

Parece evidente que los bancos de la Reserva Federal ahora mismo no tienen emitidos suficientes pasivos como para realizar el tipo de compras que el Dr. Bernanke está llevando a cabo a través del QE. Y tampoco tienen la suficiente deuda pública libre de cargas como para poder utilizarla como colateral a la hora de emitir esos nuevos pasivos de forma legal.

El asunto es que el proceso de poner primero el colateral y aumentar después los pasivos no se debe invertir bajo ninguna circunstancia. Es decir, lo que no pueden hacer de forma legal los bancos de la Reserva Federal es comprar primero la deuda pública con un pasivo de la Reserva Federal creado ilegalmente, colocar esa deuda a continuación como colateral y justificar finalmente de forma retroactiva una emisión ilegal de crédito. Tampoco pueden pedir prestados los bonos del Tesoro (pues esos bonos no están libres de cargas), ponerlos como colateral y a continuación pagarlos de forma retroactiva.

Esta es una limitación importante, pues es la que separa el sistema de moneda inconvertible sometida al régimen de mercado de otro cuyo fundamento es el puro dinero fiduciario dedicado a la monetización directa de la deuda del Gobierno. Y esto último es precisamente el camposanto en el que descansan el dólar continental, el asignado, el Mandat, el Reichsmark y el todavía caliente dólar de Zimbawe. Por no citar a otras muchas monedas.

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