Sólo estas revelaciones pueden explicar la convicción profunda de a.C. Pablo, aun en medio de pruebas, su fogosidad para "correr hacia la meta" (Flp 3,14). Es la sublimidad de este conocimiento la que le hace juzgar todo como pérdida.
Vislumbró en sus raptos que "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni en el corazón humano cabe lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Cor 2,9). Y por eso, porque ya lo ha pregustado místicamente, puede afirmar que "los sufrimientos del tiempo presente no son nada comparados con la gloria que se ha de manifestar en nosotros" (Rm 8,18).
Esta gloria ya ha empezado a revelarse. "El misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente" (Rm 16,25-26) contiene tres aspectos: la salvación de todos por la cruz de Jesucristo, el llamamiento de los gentiles a esta salvación, y la restauración del universo en Cristo como cabeza. Ya analizaremos posteriormente el contenido de este misterio, pero de momento basta conocer el contexto místico en el que Pablo llegó a conocerlo.
B) Dimensión carismática
Esta vida contemplativa no afecta sólo a las grandes revelaciones del misterio de Cristo, o a los raptos y éxtasis en los que fue trasportado al cielo. Como buen carismático, fueron muchas las ocasiones de su vida en las que recibió orientaciones concretas del Señor por medio de signos e intervenciones proféticas.
Por intervención profética fue escogido para la misión primera."Dijo el Espíritu Santo: 'Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado'" (Hch 13,2). Cuando subió a Jerusalén a participar en el concilio, lo hizo "en virtud de una revelación" (Ga 2,2). En su segundo viaje misional, le hizo cambiar su itinerario una visión en la que "un macedonio estaba en pie suplicándole: 'Pasa a Macedonia y ayúdanos'" (Hch 16,9).
Dos veces nos dice el libro de los Hechos que Pablo tuvo que cambiar sus planes de viaje, porque el Espíritu se lo impidió. Así el Espíritu le impidió predicar la palabra en la provincia romana de Asia en el segundo viaje (Hch 16,6), y estando en Misia el Espíritu de Jesús no le consintió que fuese a Bitinia (Hch 16,7).
Cuando la fundación de la Iglesia de Corinto, en un momento en que Pablo estaba muy desalentado, recibió un mensaje nocturno. "El Señor dijo a Pablo durante la noche en una visión: 'No tengas miedo. Sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal; pues tengo yo un pueblo numeroso en esa ciudad'" (Hch 18,9-10).
En su discurso a los presbíteros de Éfeso, les dijo:"Mirad, yo ahora, encadenado en el Espíritu, me dirijo a Jerusalén sin saber lo que allí me sucederá. Solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones" (Hch 20,23).
Estando en Cesarea, al final del tercer viaje, Ágabo se acercó, "tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo: 'Esto dice el Espíritu Santo. Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre a quien pertenece este cinturón y lo entregarán en manos de los gentiles" (Hch 21,11).
Cuando era llevado preso en el barco hacia Roma, Pablo tuvo la predicción de que ninguno perecería en el naufragio, y así lo anunció de antemano en medio de la tempestad: "Tened buen ánimo. Ninguna de vuestras vidas se perderá, solamente la nave. Pues esta noche se me ha presentado un ángel de Dios, a quien pertenezco y a quien sirvo, y me ha dicho: 'No temas, Pablo; tienes que comparecer ante el Cesar, y mira, Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo'" (Hch 27,23).
Hay por tanto a lo largo del ministerio de Pablo una alusión a un contacto directo y continuo con Dios, en su docilidad al Espíritu que le guía a veces de un modo muy directo, trascendiendo las mediaciones habituales. Una auténtica renovación carismática de nuestro ministerio evangelizador nos debería llevar a valorar más la guía del Espíritu, incluso a través de estas intervenciones carismáticas.
A la oración carismática de Pablo pertenece también ese modo de oración que debió ser habitual en Pablo: la oración en lenguas. Si bien el contexto en que nos habla de este género de oración es restrictivo y pone en guardia contra la excesiva atención que los corintios daban a esta oración, sin embargo al paso Pablo nos hace importantes indicaciones sobre el puesto que ocupaba este carisma en su propia vida de oración. Así llega a afirmar: "Deseo que todos oréis en lenguas" (1 Cor 14,5). De sí mismo dice: "Doy gracias a Dios de que oro en lenguas más que todos vosotros" (1 Cor 14,18). Por eso a pesar del contexto un tanto restrictivo, aparece bien claro la valoración que hacía San Pablo de este carisma: esas lenguas de ángeles, a las que se refiere (psicológicamente lo llamaríamos un lenguaje arcaico que todos conservamos desde la niñez, y que puede ser activado por el Espíritu como don de oración) serían las mismas que Pablo escuchó en el paraíso, "palabras inefables que el hombre no puede pronunciar" (2 Co 12,4), pero que sin amor, no valdrían de nada (1 Cor 13,1).
Nos exhorta San Pablo a que usemos esta oración no conceptual, que no se expresa en lenguaje racional; pero nos dice también que la sepamos armonizar con otro tipo de oración más meditativa y conceptual. "Si oro en lenguas, mi espíritu ora pero mi mente queda sin fruto. Entonces ¿qué hacer? Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente" (1 Cor 14,15).
Este estilo de oración vivencia la profunda realidad de que ya no soy yo quien oro, sino que es el Espíritu quien ora en mí. Renuncio a entender, a controlar mi oración, y dejo que sea otro quien use mis labios, quien me inspire, quien emita dentro de mí esos "gemidos inefables" por los que el Espíritu mismo intercede en nosotros (cf. Rm 8,26). Es dejar al Espíritu que gima en nosotros y llame a Dios "¡Abba, Padre!" (Rm 8,26; Ga 4,61). Esta oración no es sino una aplicación del gran principio inspirador de San Pablo: "No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20). El que ora en el Espíritu puede decir: "No oro yo, si no que es Cristo quien, ora en mí".
C) Dimensión cotidiana de la oración en San Pablo
Pero la vida de oración en San Pablo no se reduce sólo a estos fenómenos místicos o carismáticos a los que nos hemos referido. El es también maestro de esa oración sencilla, humilde, de cada hora; la oración de todas las cosas.
Para poder ser beneficiario de esas grandes revelaciones hace falta vivir habitualmente engolfado en la presencia de Dios, como vivía San Pablo, y ser muy dócil a las más mínimas inspiraciones; no "extinguir nunca el Espíritu" (1 Ts 5,19). Es ante todo la continua presencia de Dios y la oración incesante la que nos permitirá penetrar en la dimensión carismática.
Algunos han entendido la estancia de Pablo en Arabia al comienzo de su conversión como una etapa de desierto, como Ignacio de Loyola se retirará después a Manresa, para profundizar y saborear el misterio de Cristo que le había sido revelado. En la vida de todos los grandes hombres religiosos hay al principio una etapa de desierto y de silencio[34]
Toda vida de oración necesita al principio un noviciado, un aprendizaje, una ascesis. Ni siquiera las grandes revelaciones dispensan de esta etapa de tanto fruto. Ahí se crean los hábitos de oración cotidiana que luego serán tan útiles en medio del ajetreo de una vida apostólica.
Dice al respecto Holzner: "Pero todavía bajo otro aspecto estos años de quietud no fueron para Pablo tiempo perdido. ¿O es tiempo perdido, cuando el grano de trigo está bajo la capa de nieve en el largo tiempo de invierno? ¿Cuando en sus células invisibles va acaeciendo una muerte misteriosa? "Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, permanece solo, sin fruto"(Jn 12,24). ¡Crece mucho pan en la noche de invierno! Nos admiramos muchas veces al leer las cartas de San Pablo, de cómo este hombre con su inaudita actividad, podía desenvolver series de profundas y místicas ideas, detrás de las cuales se halla un enorme trabajo psíquico. Aquí, en estos años tranquilos de recogimiento está el secreto"[35].
Son años también de rumia lenta y sabrosa del Antiguo Testamento. Si bien hay en la ilustración de Pablo un elemento gratuito, de don, de revelación, este no excluye la fidelidad a la gracia en largas horas de meditación y estudio de la Sagrada Escritura, y en el acopio de datos sobre el Jesús histórico a quien él probablemente no llegó a conocer.
Y sobre todo la oración constante, la continua referencia a Dios de todos los acontecimientos de la vida. Las vicisitudes del ministerio de Pablo no le impiden ser un verdadero "contemplativo en la acción". Las numerosísimas referencias a la oración en las cartas de San Pablo, subrayan siempre el hecho de que es una oración continua, constante, ininterrumpida, bien sea en la adoración, la alabanza, la acción de gracias o la petición. Cuando recomienda a los demás la oración continua es porque él la ha practicado primero.
"En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones" (1 Ts 1,2). "No cesamos de dar gracias a Dios porque habéis acogido su palabra" (1 Ts 2,13; 1 Cor 1,4). "Incesantemente me acuerdo de vosotros, rogándole siempre a Dios en mis oraciones" (Rm 1,9-10; Ef 1,6); "perseverando en la oración" (Rm 12,12). "Siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu" (Ef 6,18). "Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por vosotros todos… Lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo más (Flp 1,3-4.9).
Su oración se continuaba hasta altas horas de la noche. En Filipos, presos en el calabozo y cubiertos de llagas, "hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios (Hch 16,25).
Y así como la practicó, recomienda también a los cristianos la práctica de la oración constante. "No os inquietéis por cosa alguna, antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias" (Flp 4,6). "Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor; dando gracias por todo continuamente a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5,19-20). "Todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre" (Col 3,17). Quiero que los hombres oren en todo lugar, levantando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones" (1 Tm 2,8), "noche y día" (1Tm 5,5).
Quisiera subrayar cómo un gran místico como Pablo no desdeña el uso de oraciones vocales, de peticiones. Hoy día se ha resucitado la moda de una cierta oración "oriental" o "mística" que tiende hacia una oración de pasividad, de "vacío mental", en la que uno tiende a fusionarse con el todo, vaciando la mente de cualquier contenido concreto. Es la oración de los místicos. Pero habría que advertir que esta oración mística no elimina la necesidad de esa otra oración más casera, más concreta que consiste en presentar a Dios problemas concretos, peticiones, súplicas, letanías de nombres de personas que se encomiendan a nuestras oraciones, acciones de gracias por dones concretos y pormenorizados. No desdeñemos este tipo de oración. El mismo Pablo que fue arrebatado hasta el tercer cielo, descendía después muy en detalle a mencionar al Señor los nombres de los cristianos con sus circunstancias concretas.
El abandono de todo en manos de Dios, no elimina, la necesidad de hacer presentes ante él todos nuestros problemas y situaciones. Que vuestras peticiones sean presentadas a Dios" (Flp 4,6).
Como comenta San Agustín: "No hay que entender estas palabras como si se tratare de descubrir a Dios nuestras peticiones, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, más bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en la oración"[36].
En una ocasión concreta el mismo Pablo nos narra cómo su oración no fue escuchada en el sentido literal en la que se expresaba. En la segunda carta a los corintios nos habla de aquel "aguijón de la carne", "ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría". No sabemos exactamente en qué consistía. Algunos piensan que era una enfermedad que le producía ataques súbitos e imprevistos y le recortaba mucho en su apostolado. "Tres veces rogué al Señor que se alejase de mí, pero él me dijo: 'Te basta mi gracia" (2 Co 12,7-8).
Vemos con claridad en este texto, cómo el total abandono y conformidad en manos de Dios no elimina el que le podamos hacer peticiones concretas, con la salvedad de que él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. De hecho uno de los ataques de esta enfermedad fue la ocasión providencial para la evangelización de las comunidades en la Galacia del norte (Ga 4,13-15).
El primer viaje apostólico: la iglesia en misión
A) La primerísima actividad misionera de Pablo
Apenas sabemos nada de los primeros años de Pablo desde su conversión hasta que aparece más tarde en la comunidad de Antioquía. Hechos apenas nos cuenta nada de lo que sucedió tras su primera visita a Jerusalén en la que habló con los apóstoles. Solo nos dice que los judíos buscaban matarle en Jerusalén y entonces "algunos hermanos se enteraron y lo llevaron a Cesarea y de allí a Tarso" (Hch 9,30). De ahí pasa a hablar del ministerio de Pedro, y solo se vuelve a ocupar de Pablo para contarnos cómo más adelante Bernabé fue a buscarlo a Tarso y lo llevó con él a Antioquía (Hch 11,25). A partir de ahí nos contará la "primera" misión a Chipre en compañía de Bernabé.
La información que recibimos sobre esa época en las cartas de Pablo es aún más escueta. Gálatas nos dice solo que después de esta estancia en Jerusalén "me fui las regiones de Siria y Cilicia" (Ga 1,21). Esta etapa parece haber durado mucho tiempo, pues termina con la segunda subida a Jerusalén 14 años después para el "concilio" (Ga 2,1), Tratando de concordar los datos de Gálatas con los de Hechos, podríamos decir que en esta larga estancia en las regiones de Siria y Cilicia bien pudo haber tenido lugar la misión a Chipre y a Pisidia del así llamado primer viaje misionero que vamos a estudiar en este capítulo, aunque Pablo no nos habla expresamente de ese viaje.
Resumiendo, la primera actividad evangelizadora de Pablo tuvo como primer centro de operaciones Damasco, desde donde evangelizó la ciudad y sus alrededores y también la Arabia pétrea. Luego siguió evangelizando la costa siria, moviéndose entre Tarso y Antioquía. En esta época localizamos la misión que realiza con Bernabé a Chipre y a la región sur de la provincia de Galacia.
B) La Iglesia de Antioquía, Iglesia misionera
Ya hemos hecho alusión a la vitalidad y expansión de la Iglesia de Antioquía. Fue probablemente fundada a raíz de la dispersión de los cristianos helenistas tras la lapidación de Esteban. Ocupará un puesto de vital importancia en el desarrollo de la naciente Iglesia.
"Los que se habían dispersado cuando la tribulación originada a la muerte de Esteban, llegaron en su recorrido hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra de Dios a nadie más que a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses que, venidos a Antioquía, hablaban también a los griegos (gentiles) y les anunciaban la Beuna Nueva del Seño Jesús. La mano del Señor estaba con ellos y un crecido número recibió la fe y se convirtió al Señor.
La noticia de esto llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquía. Cuando llegó y vio la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a permanecer con corazón firme, unidos al Señor, porque era un hombre bueno lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se adhirió al Señor" (Hch 11,19-24).
Digamos ante todo unas palabras sobre la ciudad de Antioquía. Había sido fundada el año 300 general de Alejandro Magno, en honor de su padre Antíoco. Está situada a orillas del río Orontes en Siria (modernamente queda dentro de las fronteras de Turquía). En un precioso valle cerca del mar, en donde se construyó el puerto de Seleucia. Llegó a convertirse, junto con Alejandría, en el centro de expansión de la cultura helenística en el Oriente. Fue primero capital del reino de los seléucidas y después de la conquista romana, se convirtió en capital de la provincia romana de Siria. En la época de San Pablo contaría unos 500.000 habitantes. Gran urbe cosmopolita en la que podían escucharse todas las lenguas y acentos del Oriente y todas las religiones del Mediterráneo. La ciudad tenía una numerosa colonia judía, organizada en sus propios barrios que incluían las sinagogas correspondientes. Hoy día es una ciudad mucho más pequeña, Antakia, pero los campos de ruinas arqueológicas son extensísimos.
En esta ciudad sucedió un hecho de gran trascendencia. "En Antioquía fue donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (Hch 11,26). Este es el nombre dado en griego a los discípulos de Jesús. En hebreo se les conoce hasta ahora como Notsrim, nazarenos. El hecho de recibir un nombre especial supone el reconocimiento como religión distinta y perfectamente identificable. Quizás en un principio este nombre pudo haber sido un apodo sarcástico usado por los enemigos para ridiculizar a los discípulos. Lo cierto es que pronto estos se sintieron orgullosos de este nombre, y de padecer a causa de este nombre. "¿No blasfeman el hermoso nombre por el que sois nombrados?" (Stg 2,7). "Si tiene alguno que padecer por cristiano, no se avergüence de ellos, sino alabe a Dios por llevar ese nombre" (1 P 4,16). Con esta nueva designación la comunidad de discípulos se había desgarrado ya de hecho del seno materno del judaísmo.
La comunidad de Antioquía aparece ya estructurada en diversos ministerios. "Había en la Iglesia fundada en Antioquía profetas y maestros, Bernabé, Simeón llamado Níger, Lucio el cireneo, Menájem, hermano de leche del rey Herodes, y Saulo" (Hch 13,1). Por sus orígenes tenemos dos norteafricanos, un chipriota, un palestino y un cilicio. Todos ellos probablemente eran judíos helenistas de la diáspora, a excepción de Menájem. Lo cual muestra el carácter cosmopolita y abierto de aquella Iglesia, en contraste con la de Jerusalén, más uniforme y provinciana.
Se reunían para celebrar el culto del Señor. Se trataba ya de un culto netamente distinto del de las sinagogas. Probablemente celebraban el culto la vigilia del domingo, y tendrían un ágape en común, tras el que partirían el pan litúrgicamente. La celebración era probablemente muy espontánea, abierta a las intervenciones carismáticas de sus miembros. Es una Iglesia que sigue viviendo un perenne Pentecostés.
En una de esas reuniones de culto tuvo lugar la intervención profética que lanzó a Saulo y a Bernabé a la misión."Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo: 'Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado'. Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los enviaron. Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia…" (Hch 13, 2-4).
Impresiona leer cómo esta primera Iglesia discierne la voz del Espíritu por medio del carisma de profecía, y atribuye directamente al Espíritu sus propias acciones y decisiones. ¿Quién de nosotros se atreve a dar su opinión con la frase "Dice el Espíritu Santo"? ¿Quién de nosotros redacta las conclusiones de una reunión o un sínodo diciendo:"Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros"? Cuando oímos a los pentecostales que todavía se siguen expresando en este género literario nos resulta chocante. Somos demasiado conscientes de la complicada red de mediaciones humanas que hay entre la voz del Espíritu y la nuestra. Pero puede que este realismo y esta humildad nos hagan ir relegando la providencia y la guía del Espíritu al campo de la irrelevancia, y perdamos de vista el hecho real y firmísimo de que es el Espíritu quien personalmente sigue guiando a la Iglesia a través de las voces de los hombres. No se trata de ignorar las mediaciones, pero sí de adorar a Dios en ellas.
Con el gesto de la imposición de manos se consagra el envío de los primeros misioneros cristianos. Emociona contemplar esta escena fundida con otros millones de escenas en las que hombres y mujeres serán enviados a tierras lejanas a lo largo de los siglos para anunciar ese mismo evangelio.
C) Itinerario de la primera misión
Aunque esta primera misión supuso ya cruzar los mares, sin embargo todavía conservó un cierto aire localista. Los lugares visitados estaban cerca de las patrias de origen de Bernabé o de Pablo. Más que ir todavía a tierras lejanas, exóticas, se trataba de momento de llevar el evangelio a Chipre, de donde procedía Bernabé, y a Pisidia, colindante con Cilicia, en donde había nacido San Pablo.
La misión iba dirigida en un principio a judíos, es decir a las juderías que había en las ciudades del Mediterráneo. El punto inicial de predicación es siempre la sinagoga, aprovechando las reuniones que había en ellas los sábados.
Diremos antes algo sobre estas juderías de la diáspora. El judaísmo helenista se había distanciado bastante del judaísmo palestinense, centrado en el Templo. Como dice Bornkmann, la exposición de la Torah reemplazó al sacrificio, y los escribas y doctores de la Ley reemplazaron a los sacerdotes[37]Estas comunidades judías solían ser más liberales que las palestinas y estaban mucho más abiertas a los paganos, aunque entre ellas había determinados miembros más fanáticos muy vinculados con la ciudad madre y con el templo.
De hecho, antes del cristianismo ya se había dado un amplio movimiento misionero entre los judíos, que intentaron convertir a los paganos con notable éxito. Este proceso de captación incluía dos grados en la adscripción al judaísmo, el de prosélitos y el de temerosos de Dios. Los prosélitos eran aquellos gentiles que se circuncidaban y se comprometían a guardar toda la Ley de Moisés como el resto de los judíos.
En cambio los temerosos de Dios eran gentiles que se acercaban a las instituciones religiosas del judaísmo, sin por ello hacerse judíos ni circuncidarse. Se comprometían a la confesión de fe monoteísta, a una vida moral y a un mínimo de prácticas rituales (dietas de alimentos, sobre todo el no comer sangre ni animales vivos), para no resultar impuros a los ojos de los judíos. En estas condiciones podían asistir a la sinagoga, pero no tenían que romper con su familia ni con su cultura propia, ni ingresar en ningún tipo de ghetto.
Probablemente la misión cristiana a los paganos iba dirigida a estos "temerosos de Dios" que ya habían tenido un fuerte influjo del judaísmo. Eran hombres atraídos por la sublimidad del monoteísmo y de la moral hebrea y hartos de las supercherías vergonzosas de los ritos paganos con sus politeísmos extravagantes y sus ritos orgiásticos. Pero estos hombres se quedaban un poco a caballo entre los dos mundos, porque no llegaban a ser del todo judíos y en la sinagoga se les consideraba ciudadanos de segunda clase. Podemos imaginar el gozo con el que acogerían el evangelio de Jesús que contenía todo lo que ellos valoraban más en el judaísmo, pero permitiéndoles a la vez seguir perteneciendo a su cultura propia y ser miembros de pleno derecho en la Iglesia de Dios.
Bornkmann sugiere incluso la posibilidad de que ya Saulo en su etapa farisea hubiese sido misionero, y que ya hubiese recorrido alguno de los territorios que atravesará más tarde como cristiano. Para ello se basa en el texto de Ga 5,11: "En cuanto a mí, hermanos, si todavía sigo predicando la circuncisión, ¿por qué se me persigue?" Da la impresión de que en otro tiempo Pablo fue predicador de la circuncisión y quiere dejar claro que ahora es misionero de otro evangelio distinto. De ser eso cierto, la experiencia y los contactos de la primera misión en su etapa farisea, sin duda serían luego valiosas para la misión del Pablo cristiano[38]
El itinerario de la primera misión fue el de Chipre primero y el interior de Asia Menor después: Pisidia y Licaonia. Una vez llegados a lo que hoy es Turquía, hicieron un viaje de ida predicando en Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe, y luego en el camino de regreso volvieron a visitar las comunidades recién fundadas.
D) En frecuentes viajes (2 Co 11,26)
Acompañando a Pablo que se adentra en el Asia menor, reflexionemos sobre este aspecto de su vida que lo presenta como un gigante ante nuestros ojos. La medida de su capacidad de sufrimiento nos dará la medida de su amor.
Tras atravesar la cordillera del Tauro, se asciende primero junto a los bordes del Caistro, para coronar por fin el desfiladero de las "Puertas de Cilicia"; de allí comienza el descenso por el otro lado hacia la meseta de Pisidia, un altiplano de alturas superiores a los 1.200 mts.
En su segunda carta a los corintios Pablo nos habla de sus penalidades en estos viajes hechos en condiciones muy precarias: "Viajes frecuentes; peligros de ríos, peligros de salteadores, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles; peligros en la ciudad, peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir muchas veces; hambre y sed, muchos días sin comer; hambre y desnudez" (2 Co 11,26-27).
Sin duda este viaje a través de la cordillera del Tauro habría de ser uno de los más peligrosos y duros de toda la actividad misional de Pablo. Tan duro y azaroso que en el momento de iniciarlo, Juan Marcos, que había acompañado a Pablo y Bernabé en Chipre, decidió abandonarles y volverse a Jerusalén (Hch 13,13).
Podríamos detenernos ahora un momento a descansar con él en la cresta del Tauro, para mirar de allí de forma panorámica lo que debió ser la extrema dureza de su vida misional. Como ya dijimos, en su defensa contra los calumniadores escribe un largo alegato en los capítulos 11 y 12 de la segunda carta a los corintios, relatando sus penalidades físicas y psíquicas que tuvo que sufrir por el evangelio y que son su timbre de gloria y sus mejores credenciales.
Impresiona aun más saber que esta vida extremadamente dura fue soportada por una naturaleza débil y enfermiza. El mismo Pablo cita una grave enfermedad que tuvo que sufrir cuando estaba viviendo entre los gálatas (probablemente en su segundo viaje). "Bien sabéis que una enfermedad me dio ocasión para evangelizaros por primera vez; y no obstante la prueba que suponía para vosotros mi cuerpo, no me mostrasteis desprecio ni rechazo, sino que me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús…" Pues yo mismo puedo atestiguaros que os hubierais arrancado los ojos, de haber sido posible, para dármelos" (Ga 4,13-15).
No podemos saber la naturaleza de esta enfermedad. Probablemente es el "ángel de Satanás que le abofetea" y que tantas veces hizo sentir a Pablo su debilidad. Se trataría de una enfermedad recurrente y vergonzosa, que provocaba repentinos ataques (tres veces rogué que se alejase de mí aquel mal). Algunos piensan en la epilepsia, otros en la malaria con altas fiebres recurrentes, otros en una enfermedad de los ojos. ¡Cuántas veces en tierra extraña Pablo se vería atacado súbitamente por este mal! Otros han pensado en ataques de depresión como el que quizás tuvo en Corinto al comienzo de su misión allí.
Y además habría que contemplar su cuerpo lleno de cicatrices. ¡Con qué orgullo las llevaba! "Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús" (Ga 6,17). Huella permanente dejarían las brechas abiertas por las pedradas y la lapidación en Listra (Hch 14,19; 2 Co 11,25), y los varazos que recibió en Filipos (Hch 16,23). Hasta tres veces fue azotado con varas y cinco con látigos (2 Co 11,24-25).
Pensemos en las penalidades de los viajes. "El esfuerzo de San Pablo realizado en sus viajes es verdaderamente extraordinario. Si teniendo en la mano la guía excelentemente trabajada de Baedecker Konstantinopel und Kleinasien, contamos sólo el número de kilómetros de sus viajes por Asia Menor llegamos al resultado de 5.000 kms"[39].
Si además tenemos en cuenta que estos viajes eran a pie, sin posadas, por territorios desconocidos y de extrema pobreza, comprenderemos el grado de disciplina al que Pablo había llegado a someter su cuerpo para poder soportar ese género de vida. "Los atletas se privan de todo y eso por una corona corruptible. Así pues, yo corro, no a la ventura, y ejerzo el pugilato, no dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y los someto" (1 Cor 9,25-27). Pero todas estas penalidades resultan bien ligeras comparadas con el premio que otorgan. "Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se va a manifestar en nosotros" (Rm 8,8).
Ese amor de Cristo le apremia a no reservarse la vida, a quemarse a sí mismo. "Muy gustosamente me gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas" (2 Co 2,15). "Llevamos siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo que la muerte actúa en nosotros y en vosotros la vida " (2 Co 4,10-12).
Las fatigas, las cárceles, los azotes, las cicatrices, van erosionando, desgastando la naturaleza de Pablo, pero su espíritu se renueva con la seguridad del fruto apostólico que producen todos esos sufrimientos y el premio incomparable de la vida eterna. "Por eso no desfallecemos, pues aunque nuestro hombre interior se va desmoronando, el hombre interior se renueva día a día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce sobre toda medida un pesado caudal de gloria eterna" (2 Co 4,16-17).
Y en medio de todas estas fatigas, la consolación de Cristo. "Pues así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abundan también por Cristo nuestra consolación" (2 Co 15); consolación tan excesiva que en algunos casos hace que un pobre preso, puesto en un calabozo, con su espalda cubierta de llagas y los pies en el cepo, se ponga a cantar himnos gozosos a Cristo en las mazmorras de Filipos (cf. Hch 16,25) El mismo orgullo que le producen sus cicatrices se lo producen también sus cadenas. Son cicatrices de Jesús y cadenas de Jesús. No hay mayor título de gloria que ser "encadenado por Cristo" (Ef 3,1; 4,1; Col 4,3). Pero "yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios" (Hch 20,24).
E) Antioquía de Pisidia, modelo de misión
Mejor que narrar de un modo pormenorizado cada una de las visitas apostólicas de San Pablo a las diferentes ciudades Pisidia y Licaonia, vamos a estudiar con mayor profundidad una de ellas, que Lucas ha querido narrarnos como modelo de la actividad misionera de Pablo.
"Partiendo de Perge llegaron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Después de la lectura de la Ley y los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: 'Hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad'. Pablo se levantó, hizo señal con la mano y dijo" (Hch 13,14-16). Sigue el largo discurso que es modelo de los discursos apostólicos dirigidos a los judíos.
Pablo empieza su misión en la sinagoga y en los medios paganos simpatizantes de la sinagoga, que habían tenido ya una preevangelización. Sólo después, cuando se le cierren las puertas de la sinagoga irá a los gentiles.
Las sinagogas eran a la vez lugares de oración y de enseñanza, lugares de culto sencillos y recogidos, rectangulares y normalmente orientados hacia Jerusalén. Las mujeres se sentaban aparte, normalmente en unas tribunas superiores con celosías.
El sagrario de la sinagoga es un arca donde se conservan los rollos de la Ley, que son llevados procesionalmente a la liturgia. El oficio comenzaba con la recitación del Shema Israel y una serie de bendiciones y salmos. Se leía una lectura de la Ley y otra de los profetas (haftaráh). Se leían en hebreo e inmediatamente se hacía la traducción a la lengua del lugar (arameo en Palestina y griego en la diáspora). Uno de los miembros de la asamblea tenía la homilía, extendiendo el brazo, que era la señal para enseñar.
Lucas en los Hechos recoge dos sermones estándar, que nos permiten hacernos una idea de cómo sería la predicación de San Pablo. Uno es el sermón dirigido a los judíos en Antioquía de Pisidia; otro es el sermón dirigido a los paganos en el Areópago de Atenas (c. Hch 17,22-31).
El sermón a los judíos tiene tres partes, netamente separadas por unos vocativos:
1.- Israelitas y temerosos de Dios (1,16).
2.- Hermanos, hijos de la raza de Abrahán y cuantos entre vosotros temen a Dios (13,26).
3.- Hermanos (13,38).
La primera parte es un resumen de la historia sagrada, que relata las maravillas de Dios en el pasado (elección de Abrahán, Pascua, prodigios del desierto, entrada en Canaán, jueces, reyes). Termina con Juan Bautista como antecesor inmediato de Cristo.
La segunda parte presenta a Jesús como cumplimiento de todas las promesas en el misterio de su muerte y resurrección. "La promesa hecha a los padres, Dios nos la ha cumplido a nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús" (13,32-33).
Finalmente, el sermón se termina con una aplicación propia de la doctrina de Pablo: la justificación de los pecados por la fe. Esta es la aplicación personal a cada uno de la Buena Noticia de Cristo resucitado.
El desenlace de la predicación solía ser el mismo en todos los lugares. Unos cuantos, en su mayoría gentiles, lo aceptaban y "se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra de Dios y creyeron cuantos estaban destinados a la vida eterna. Y la Palabra de Dios se difundía por la región" (Hch 13,48-49). Pero simultáneamente los judíos, es decir las estructuras oficiales, las autoridades, promueven una persecución contra Pablo, bien directamente, bien tratando de denunciarlo ante las autoridades paganas.
Esta es la secuencia de acontecimientos que habría de repetirse con pequeñas variantes en Iconio, Listra y Derbe. Los cuatro elementos de toda visita misionera eran; discursos, signos, persecuciones y conversiones.
Estos cuatro ingredientes forman parte del anuncio de la fe. Junto con los discursos vienen los signos del poder y milagros que confirman la doctrina. En Listra la curación de un tullido de nacimiento (Hch 14,8-13); en Iconio, variadas "señales y prodigios que daban testimonio de la predicación y su gracia" (Hch 14,3); en Filipos el exorcismo de la muchacha esclava (Hch 16,16-19). Hay varios sumarios o pasajes "sombrilla" que recogen expresiones generales acerca de los muchos milagros que Dios realizaba en apoyo de la evangelización. "Dios obraba por medio de Pablo milagros poco comunes, de manera que bastaba aplicar a los enfermos los pañuelos o mandiles que había usado y se alejaban de ellos las enfermedades y salían los espíritus malos" (Hch 19,11).
Pero junto con estos signos de poder, se dan también los fracasos y las contradicciones, persecuciones, cárceles. Signos de poder y fracasos son a la vez las señales del verdadero apóstol. Las características del apóstol se vieron cumplidas en vosotros, paciencia perfecta en los sufrimientos y también señales, prodigios y milagros" (2 Co 112). Ni todo pueden ser éxitos, ni tampoco todo pueden ser fracasos. Hay una gloria de Cristo que resplandece en la predicación evangélica, pero este tesoro está en "vasijas de barro" (2 Co 4,7).
Como para las cosechas hacen falta días de sol y días de bruma y lluvias, así también para la cosecha misionera hacen falta persecuciones que vayan haciendo granar la espiga. En Antioquía de Pisidia "los discípulos quedaron llenos de gozo y de Espíritu Santo" (Hch 13,52). En Iconio, "una gran multitud de judíos y griegos abrazaron la fe" (Hch 14,27).
Estas son las buenas noticias que pueden contar a su regreso a Antioquía de Siria. "A su llegada reunieron a toda la Iglesia y se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe" (Hch 14,27). Y más tarde siguen contando todas estas conversiones en su recorrido por Fenicia y Samaría, "produciendo gran alegría en todos los hermanos" (Hch 15,3).
F) El apóstol de los gentiles (Rm 11,13)
Con este título ha pasado San Pablo a la historia. Él se lo aplicó a sí mismo escribiendo a los romanos: "Por ser yo verdaderamente apóstol de los gentiles, hago honor a mi ministerio" (Rm 11,13).
Es precisamente a raíz de su visita a Antioquía de Pisidia cuando Pablo toma esta decisión. "Entonces dijeron con valentía Pablo y Bernabé: 'Era necesario anunciaros a vosotros (a los judíos) en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazáis y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles'" (Hch 13,46).
Este propósito no hay que tomarlo de esa forma tan radical. Pues inmediatamente después, Pablo visita Iconio y comienza de nuevo por la sinagoga. Y lo mismo sucede en el segundo viaje en ciudades como Tesalónica (Hch 17,1-2), Berea (17,10), Atenas (17,17), Corinto (18,4), Éfeso (19,8)…
Por tanto, ese volverse hacia los gentiles no significa un abandono intencionado de la predicación a los judíos, sino una toma de conciencia de lo específico de su misión hacia los que estaban lejos, acompañada de una lucidez, no exenta de tristeza, de que el pueblo judío en su conjunto se había cerrado al evangelio.
La misión a los gentiles, por tanto, no es exclusiva. En ningún momento sintió Pablo ningún brote de antisemitismo, antes al contrario, para él fue muy doloroso constatar la cerrazón de sus hermanos de raza. "Siento una gran tristeza en mi corazón y dolor incesante, pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos de raza" (Rm 9,2).
Sin embargo, para él la misión a los gentiles es ante todo una mística, una vocación especial que no excluye otras vocaciones, pero que sí ha recibido directamente de Dios como una luz que polariza todo el sentido de su vida.
De alguna manera esta vocación está ya inscrita desde el principio de la revelación en el camino de Damasco. "Ese me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel" (Hch 9,15). Esta revelación va siendo explicitada progresivamente por medio de otras. Debió ser importante la que tuvo en Jerusalén, cuando cayó en éxtasis y vio que Jesús le decía: "Date pisa y marcha inmediatamente de Jerusalén, pues no recibirán tu testimonio acerca de mí… Marcha, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles" (Hch 22,18.21).
La vocación del apóstol de los gentiles es una vocación a tender puentes, de ir "a los que están lejos", para acercarlos al misterio de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora en Cristo, los que en otro tiempo estabais lejos habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo (Ef 2,12-13). LEJOS/CERCA. Pero para que los que están lejos puedan acercarse, es necesario que los que estaban cerca sean enviados lejos, salgan de su propia cultura, de su propio país, de sus comunidades, de sus costumbres, de sus idiomas, para ser enviados. No hay anuncio del evangelio sin envío, sin ruptura, sin el drama de un alejamiento. Pablo tuvo que romper dolorosamente con su pasado cultural en el judaísmo, para poder acercarse a los que estaban lejos.
"Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará, pero ¿cómo invocarán a aquél en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquél de quien no han oído? Y ¿cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura '¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el bien!'" (Rm 10,14-15).
En el mismo corazón del misterio de Cristo que le ha sido revelado a Pablo está el hecho de que "los gentiles sois coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio" (Ef 3,6).
Al mismo tiempo que es consciente de toda su indignidad, Pablo es también consciente de la gracia inmensa que le ha sido concedida en esa vocación. "A mí, el más pequeño de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza que es Cristo y esclarecer cómo se ha dispensado este Misterio escondido desde siglos" (Ef 3,8).
Los judaizantes y la asamblea de Jerusalen
Todo el ministerio y las cartas de San Pablo están coloreados por una circunstancia histórica concreta, un contexto (Sitz im Leben) que conviene conocer bien para su recto entendimiento.
En el trasfondo de la vida y los escritos de Pablo está continuamente el problema de los judaizantes, que supuso el más fuerte conflicto para la Iglesia naciente.
Este conflicto resulta muy lejano para el lector de hoy que se acerca a las cartas de San Pablo con unas preocupaciones muy distintas. La continua referencia a este conflicto pasado y poco interesante es lo que hace que las cartas de San Pablo sean a veces difíciles de leer, o irrelevantes para nuestros planteamientos vitales. Nos puede parecer que en el epistolario paulino encontramos todo un centón de respuestas a problemas que no nos interesan y que nunca nos hemos planteado, mientras que las preguntas que verdaderamente nos agobian se quedan sin respuesta. Se hace necesaria una traducción de aquellos problemas a los nuestros, de aquellas soluciones a las nuestras. Sólo el conocimiento histórico del contexto y las circunstancias de Pablo podrán iluminar el sentido central de su mensaje; y sólo entonces podremos traducir ese mensaje en una respuesta a nuestras inquietudes de hoy que en el fondo no son distintas de las de los hombres de cualquier época.
Primeramente hay que aclarar los matices que hay entre judíos y paganos en lo que respecta a su relación con el judaísmo y/o con Jesús Mesías. Nos ayudará ver un cuadro sinóptico en el que se comparan las cuatro tendencias que pueden hallarse tanto en unos como en otros[40]
Por una parte están los judíos que rechazan a Jesús, y por la otra los paganos que rechazan tanto a Jesús como al judaísmo.
Por otra parte comparamos a los judíos que han aceptado a Jesús como Mesías, con los paganos que han aceptado también a Jesús como Mesías, pero que guardan relaciones diversas respecto al judaísmo en general.
A) Los judeocristianos de Jerusalén
Dentro de la Iglesia de Jerusalén habla una tendencia muy fuerte a integrar la experiencia de Cristo y del Espíritu en el viejo molde de la religión de Moisés. Muchos discípulos habían visto cómo el Señor había sido fiel cumplidor de la Ley de Moisés. Para ellos Jesús habría sido el profeta que habría llevado la religión de Moisés a su más alta perfección. "Veían en el cristianismo la más elevada y espiritualizada forma de sus antiguos usos, la más hermosa florescencia del judaísmo"[41]. No dudaban de que a esta comunidad estaban llamados todos los hombres incluso los gentiles. "El monoteísmo y la ley moral querían compartirla bondadosamente con los gentiles, pero la esperanza mesiánica era una herencia de la familia de su pueblo. Sólo se podía ser ciudadano de ese Reino con plenitud de derechos siendo descendiente de Abraham o aceptando la circuncisión y con ella la incorporación al pueblo escogido. La Ley y la circuncisión deberían facilitar la salvación como una especie de sacramento. La sangre y las leyes ceremoniales debían alcanzar y traer las bendiciones de Cristo, y por tanto el cristianismo sólo debía ser término, coronación y cumbre del judaísmo. Con esto quedaba puesta en duda la sustancia del cristianismo, la única y exclusiva redención y mediación de la salvación por Cristo"[42].
Ya hicimos notar cómo al principio había en Jerusalén dentro de la primitiva comunidad un grupo de helenistas (judíos de habla griega) y el grupo palestinense de los apóstoles (de habla aramea). No olvidemos que tanto unos como otros eran judíos. Los helenistas eran judíos, como Pablo, procedentes de las comunidades de la diáspora pero que habían emigrado a vivir en Jerusalén. El hecho de que hablaran griego de algún modo favorecía una actitud más positiva hacia los paganos entre quienes se habían criado[43]
El episodio de Hechos en que nos habla de las dificultades surgidas entre los hermanos de habla griega y de habla aramea (Hch 6,1) no fue solo un conflicto lingüístico. Y la instauración de los diáconos, no consistió meramente en la elección de unos ayudantes de los apóstoles para el servicio de la caridad, sino de la instauración de unos nuevos líderes para la comunidad de habla griega. Los siete diáconos llevan nombres griegos. Tras el martirio de Esteban, los que tuvieron que huir de Jerusalén fueron solo los cristianos helenistas que difundieron así la fe en Jesús por otros territorios de la diáspora, como Antioquía (Hch 11,19).
Así pues, esta crisis afectó solo a los judíos helenistas, pero no al grupo de los apóstoles, que pudieron quedarse en Jerusalén. Después de la dispersión de los helenistas (más abiertos y ecuménicos) y la lapidación de Esteban su líder, fueron entrando en la comunidad de Jerusalén más fariseos piadosos que tenían a Santiago, el hermano del Señor, como centro. Este tenía el prestigio Junto a su amor por Jesús. Santiago era un fiel cumplidor de la Ley y llevaba una vida ascética muy severa. Aunque probablemente tuviese una actitud mis flexible y matizada, fue utilizado por los fariseos conservadores como bandera tras la que reagruparse. De aquí que estos judeocristianos sean designados como los del grupo de Santiago (Ga 2,12).
Holzner, con su gran capacidad para revivir dramáticamente personas y situaciones, nos describe así la figura de Santiago:
"Su cabeza descendía en largas guedejas. Nunca había llegado a su cabeza una tijera. Nunca una gota de aceite para ungir tocó su cuerpo. Este Santiago, ya en vida, había venido a ser su propio mito. Fue nazoreo, esto es, consagrado a Dios de por vida. Apenas podemos figurarnos qué santo respeto infundía este hombre con su vestido, su porte y manera de vestir a todos sus contemporáneos, judíos y cristianos, aunque no sea verdad más que la mitad de lo que notifica de él la tradición. No llevaba sandalias ni vestidos de lana, porque sólo se vestía de lino. Únicamente él podía entrar en el santuario del templo, lo que estaba prohibido por lo demás a cualquier laico. Era célibe (?) y vegetariano; no tomaba bebida alguna embriagadora, y estaba por largas horas orando en el templo de rodillas. Contaban que no necesitaba más que elevar sus brazos al cielo para que se hiciese un milagro. Era la más impresionante expresión de lo numinoso de la religión, la última y más pura personificación de la piedad del Antiguo Testamento, antes que ella se hundiese para siempre. En una palabra: un patriarca de la Antigua y de la Nueva Alianza en una persona
B) La actitud de Pablo en la controversia
Pablo fue haciéndose consciente de que su propia opción a favor de los gentiles contribuiría a que sólo entrase en la Iglesia un "pequeño resto de Israel" (Rm 11,5). "Su caída (la de Israel) ha traído la salvación a los gentiles" (Rm 11,11). Pablo optó por un modelo que dificultó la adhesión de los judíos a Cristo, pero facilitó la de los gentiles. Por eso puede decir que "su reprobación (la de Israel) ha sido la reconciliación del mundo"(Rm 11,15).
Poco a poco se fueron formando dos Iglesias paralelas, la de Jerusalén y la de Antioquía; una de judeocristianos que obligaba a los gentiles a circuncidarse y pasar por el aro de la Ley de Moisés; otra helenista y posteriormente paganocristiana que no obligaba a los gentiles a hacerse judíos para poder ser cristianos.
Las consecuencias para el cristianismo del triunfo de una u otra tendencia eran incalculables. De haber triunfado la corriente judaizante, la naciente Iglesia se hubiese convertido en una secta judía piadosa, relegada al ghetto dentro del imperio Romano y del mundo, incapaz de atraer e influenciar a todas las culturas. El soplo ecuménico de Pentecostés hubiese quedado asfixiado en el estrecho entramado de una única raza y una única cultura.
En el fondo lo que estaba en juego era esta alternativa: o crear una Iglesia atractiva para los judíos, donde estos se siguiesen sintiendo en casa, conservando sus costumbres tradicionales y su orgullo de privilegiados de Dios, pero donde los gentiles hubiesen tenido que renunciar a sus propias culturas y valores; o si no, crear una Iglesia universal, no identificada con ninguna cultura ni tradición, adonde los gentiles tendrían un fácil acceso, pero donde los judíos tendrían que renunciar a tantas cosas que les eran muy queridas.
Cualquiera de las dos opciones tenía sus riesgos. El modelo de la Iglesia de Jerusalén dificultaba enormemente la catolicidad de la Iglesia y la mantenía en el ghetto judío; en cambio el modelo de la Iglesia de Antioquía, que es el que acabó triunfando, abría las puertas de par en par a los gentiles, pero dejaba fuera a la mayoría del pueblo judío.
El haber tenido que optar por esta dolorosa alternativa no dejaba indiferente a Pablo. "Siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón, pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne" (Rm 9,2-3).
Sin embargo Pablo se abre a la esperanza de que los judíos un día sean reinjertados. Su desgajamiento sirvió para facilitar la entrada a los gentiles. Pero "el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará sólo hasta que entre la totalidad de los gentiles" (Rm 11,25) También ellos un día conseguirán misericordia y todo Israel será salvo; esta salvación será parangonable a una resurrección final de los muertos (Rm 11,15).
Lo que estaba en juego en esta controversia sobre el valor de la Ley de Moisés era algo muy profundo. Se trata del puesto que hay que dar a la fe en Jesús para la salvación del hombre. La vida nueva que experimentan los cristianos en sus venas al sentirse salvados por Jesús no les ha venido por mediación de la Ley. Pablo puede hablar por propia experiencia. Toda su observancia de la Ley en la época de fariseo no fue capaz de comunicarle el amor, el gozo, la paz, la seguridad de salvación que ahora siente, desde que encontró a Jesús.
Además Pablo puede apelar a la experiencia de tantos cristianos gentiles que han recibido la vida nueva sin necesidad de circuncidarse ni de guardar la Ley. "Quiero saber una cosa: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la Ley o por la fe en la predicación?" (Ga 3,2). "El Reino de Dios no consiste en comida ni bebida (no depende del cumplimiento de las prescripciones legales en torno a los alimentos de Lv 11), sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14,18).
La Ley fue buena sólo como pedagogo que preparase el camino hacia Cristo, "en espera de que llegase la fe" (Ga 3,23). Pero una vez llegada la fe, la Ley deja de tener ningún sentido salvífico.
Pero si los creyentes siguen poniendo su esperanza en la circuncisión y la observancia de la Ley, están restando importancia y valor a la salvación aportada por la fe en Cristo. Por eso dice a los gálatas: "Si os deseáis circuncidar, Cristo no os aprovechará para nada"(Ga 5,2). "Habéis roto con Cristo todos cuantos buscáis vuestra justificación en la Ley" (Ga 5,4).
No hay que tratar de guardar el vino nuevo en pellejos viejos, ni de vivir la vida nueva del Espíritu dentro de las estrucutras vieja: de la religión mosaica. El cristianismo no es una secta judía piadosa; no es un judaísmo ilustrado y purificado; no es un "revival" de la religión mosaica. Es algo radicalmente nuevo. El que está en Cristo es una nueva creación. Pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Co 5,17) "Nada cuenta ni la circuncisión ni la incircuncisión, sino la creación nueva" (Ga 6,15). Lo que importa ya no es la carne (el estar o no estar circuncidado) Los que confían en salvarse por el hecho de estar circuncidados, se glorían en la carne en lugar de gloriarse en Cristo.
En este punto Pablo se pronuncia en tono sarcástico. Esos que tanta importancia le dan al corte del prepucio y os fuerzan a circuncidaros, ¡ojalá que se acaben de castrar del todo! (Ga 5,12) como hacen los paganos de la diosa Cibeles.
Termina Pablo diciendo: si uno tiene que gloriarse de alguna cicatriz en el cuerpo, no será de la cicatriz de mi circuncisión que llevo desde niño de la que yo me gloriaré, porque ya no me sirve para nada. Me gloriaré sólo de las cicatrices de los malos tratos que he soportado por Cristo, las huellas de las lapidaciones y de los azotes. Estas son las cicatrices que cuentan en la vida nueva. "En adelante que nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las cicatrices de Jesús" (Ga 6,17). "Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6,14).
C) El contexto de la asamblea de Jerusalén
La lucha contra los judaizantes constituye, pues, la trama dramática sobre la que se desarrolla la vida y el ministerio de Pablo. Los del "grupo de Santiago" no se estaban quietos. En lugar de ir como misioneros a roturar campos vírgenes, preferían seguir las huellas de Pablo, en las cristiandades fundadas por él, para sembrar dudas sobre lo que Pablo había predicado y a obligar a los nuevos cristianos a judaizar.
Veamos lo que hicieron en Antioquía y podremos imaginar lo que harían en las restantes cristiandades por donde Pablo había pasado. El grupo conservador de Jerusalén envió a alguno de sus más extremados representantes a Antioquía. Así describe Holzner su llegada: "Los enviados fueron recibidos por los superintendentes con veneración, pues detrás de ellos era visible la sombra de un hombre del todo grande (Santiago). Pero se sintió un escalofrío cuando los recién llegados se lavaban las manos después de cualquier contacto casual con un paganocristiano y no aceptaban ninguna invitación a ir a una casa cristiana. Pues con un incircunciso no se podía comer en la misma mesa, y mucho menos de un plato común, como entonces era usual en Oriente. Esta gente no había sentido el soplo de Pentecostés y en todas partes preveía peligros. Pero cuando en el ágape de la tarde del sábado se aislaron, comiendo en mesas aparte y declararon en pública asamblea a los antioquenos: "Si no os hacéis circuncidar, no podéis salvaros", descargó la tormenta. Debió haber sido recia, pues Lucas en este pasaje habla directamente de un "tumulto"[44].
Ya hicimos alusión a cuál es el tipo de acusaciones y de cizaña que estos judeocristianos sembraron en Galacia y en Corinto, y a las quejas que San Pablo tuvo que contestar en sus cartas. Le acusaban
-de que no pertenecía al grupo de los 12 sobre quienes se había fundado la Iglesia
-que actuaba de manera diferente a como actuaban Pedro y los otros apóstoles
-de que el mismo Pablo había hecho circuncidar a Timoteo (Hch 16,3) y no seguía una línea pastoral coherente
-de que era voluble e inconstante en sus planes de viaje
-de que era un cobarde que solo se atrevía a reñir por carta, pero cara a cara se achantaba y que sus cartas eran demasiado severas (2 Co 10, 9-l0)
-que hablaba muy mal; su palabra era despreciable y carecía de elocuencia
Con esto podemos hacernos idea de que calaña de hombres eran aquellos que crearon el tumulto en Antioquía y dividieron a la Iglesia. Las frases con que Pablo les define no son muy "ecuménicas": "superapóstoles" (2 Co 12,11), "falsos apóstoles, trabajadores engañosos que se disfrazan de apóstoles de Cristo" (2 Co 11,13); "os esclavizan, os devoran, os roban, se engríen, os abofetean, y vosotros les toleráis" (2 Co 11,19-21), "intrusos, falsos hermanos que solapadamente se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús" (Ga 2,4).
Este tumulto de Antioquía es la ocasión próxima de la magna reunión de los apóstoles en Jerusalén, que suele ser conocida como Concilio de Jerusalén, y que tuvo lugar hacia el año 49, al poco de regresar San Pablo de su primer viaje misional por Chipre y Asia Menor.
(NOTA: Hay dos narraciones de este concilio, difíciles de concordar. Una es la del mismo Pablo en la carta a los Gálatas, y otra es la narración de Lucas en Hechos 15. Las diferencias derivan de dos estilos muy distintos, y de dos intenciones también distintas. Pablo trata ante todo de hacer ver cómo el resultado de aquella reunión fue netamente favorable para su causa. Lucas en cambio trata de ser más conciliador y de hacer ver que no hubo ni vencedores ni vencidos. Pablo habla de una reunión un tanto informal de Pablo y Bernabé por una parte y de tres apóstoles por otra (Pedro, Juan y Santiago: las columnas). En la narración de Lucas se nos habla de un concilio más numeroso y más solemne.
En la narración de Pablo al final no se impone ningún tipo de cláusula ni de restricción a los paganocristianos; su única obligación es la de atender a los pobres "nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos, solo que nosotros debíamos tener presentes a los pobres, cosa que he procurado cumplir con todo esmero" (Ga 2,9-10). Para Lucas en cambio se llega al final a una cierta componenda con tres cláusulas restrictivas. Según algunos autores aquí Lucas estaría atribuyendo al concilio una medida conciliadora que se tomó después, y de la que nunca Pablo en sus escritos se dio por enterado. Aunque en el fondo también Pablo aconseja a los cristianos que sean tolerantes para con los débiles que se escandalicen, e incluso el que en ocasiones cedan sus derechos para no hacer daño a los hermanos que todavía tenían tabúes de la Ley de Moisés (cf. Rm 14; 1 Cor 10,23-31). Aunque Lucas no silencia los conflictos, en su conjunto ofrece una visión de la primitiva Iglesia más idílica, disimula la ruptura tan traumática que Pablo hizo para con las tradiciones mosaicas, rehúsa dar a Pablo el título de apóstol -reservado para los Doce- y le sitúa siempre en una actitud de concordia con las autoridades de Jerusalén.
D) El desarrollo de la asamblea
Tras el tumulto provocado en Antioquía, decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión. Lucas en este pasaje habla directamente de un "tumulto" (Hch 15,2).
Ellos, pues, enviados por la Iglesia, atravesaron Fenicia y Samaria contando la conversión de los gentiles y produciendo gran alegría en todos los hermanos. Llegados a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y presbíteros y contaron cuanto Dios había hecho juntamente con ellos.
Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron para decir que era necesario circuncidar a los gentiles y obligarles a cumplir a Ley de Moisés. Se reunieron entonces los apóstoles y presbíteros para tratar este asunto y hubo una larga discusión" (Hch 15, 2 -7).
El detonante último de la crisis habían sido los éxitos apostólicos conseguidos por la Ig1esia de Antioquía en el primer viaje misionero de Pablo y Bernabé. Al volver estos tan contentos narrando las maravillas de Dios en la conversión de 1os gentiles, los del "grupo de Santiago" empezaron a temer. Veían a la Iglesia de Antioquía en franca expansión. Si las cosas avanzaban a ese ritmo preveían que la comunidad palestina y los judeocristianos se convertirían en una minoría enquistada en el pasado al margen de la vida y el crecimiento de la Iglesia. Por tanto intentaron forzar la mano para que toda la Iglesia se encauzase por la cultura y la religión judía. Desde el principio aparecen estas tensiones doctrinales en la Iglesia, aun en aquella primera comunidad que Lucas nos había pintado tan idílicamente "donde los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común" (Hch 2,44), y donde la "multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32).
Los términos que usa Lucas para expresar la dureza de la confrontación no tienen nadas de eufemismo, a pesar de su tendencia a dulcificar las tensiones. Más duro aún es Pablo al referirse a los judaizantes como espías infiltrados (Ga 2,4). Explica González Ruiz: "Se trataba de una comparación tomada de la táctica militar: el espionaje. No luchaban con nobleza, cara a cara, sino utilizando las armas indirectas de la delación, el chisme difuso, la expresión vaga e inequívoca, la continua apelación a una mítica ortodoxia que se suponía en estado de grave peligro"[45].
Pablo llega a Jerusalén y trata de forzar la situación haciéndose acompañar ostensiblemente por un incircunciso, Tito, que se había mostrado muy buen cristiano. Tras larga discusión, acabaron triunfando las tesis de Pablo, apoyadas por el discurso de Cefas, que se volcó totalmente a favor de los gentiles bautizados.
La intervención decisiva fue sin duda la de Pedro, aunque posteriormente la intervención de Santiago consiguiera introducir unas cláusulas restrictivas que matizaban el alcance de la decisión. Según Hechos, ya para entonces Pedro había bautizado a Cornelio y a sus amigos en Cesarea (Hch 10,48), siguiendo la visión que previamente había tenido en Jaffa (Hch 10,9-16). Incluso tuvo que justificar su conducta más tarde en Jerusalén cuando le reclamaron los judeocristianos (Hch 11,1-3)[46].
Sin embargo esa victoria de las tesis de Pablo no pretendió aplastar a sus contrarios. Bien sea en aquel mismo momento, bien después, se tuvo en cuenta la gran repugnancia de los judeocristianos a transigir en varios puntos de la Ley de Moisés y se redactaron cláusulas restrictivas. Los gentiles quedaron libres de la circuncisión y de la Ley de Moisés, pero se les obligaba a respetar tres de las normas, las que constituían un tabú para los judíos.
Muchos autores piensan que las cláusulas restrictivas de Hch 15 no fueron elaboradas en la asamblea de Jerusalén, sino que fueron fruto de debates posteriores. Es Lucas quien las habría incluido en las conclusiones de la asamblea para dejar así ya cerrado este tema.
Hay en estas cláusulas un respeto para los sentimientos de los demás, procurando no herirles en lo más vivo. Algunos dudan que Pablo en ningún momento hubiese aceptado estas cláusulas que restringían parcialmente las libertades de los cristianos procedentes del paganismo. Pero ya dijimos que, a pesar de la posición intransigente de Pablo en lo doctrinal, consta que en muchas ocasiones tenía mucho cuidado de no escandalizar y "procurar lo que fomente la paz y la mutua edificación" (Rm 14,19). "Tened cuidado de que vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles" (1 Cor 8,9).
Pablo y los suyos estarían, pues, dispuestos a aceptar esas limitaciones de sus derechos, de su "libertad", en servicio de la caridad y para no imponer a los fariseos convertidos un "trágala" demasiado humillante. Siempre según Hechos, estas restricciones serían una enmienda de última hora, presentada por Santiago de forma conciliadora, para evitar que la asamblea terminase con vencedores y vencidos.
Vamos a exponer el texto del decreto apostólico, según Lucas, y luego explicaremos la naturaleza de esas concesiones tácticas que a última hora se hicieron a los discípulos de origen fariseo.
"Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos venidos de la gentilidad que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia. Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, Juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. Enviamos, pues, a Judas y a Silas, quienes os expondrán esto mismo de viva voz. Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós (Hch 15,23-29).
Estas últimas concesiones se conocen comúnmente como "cláusulas de Santiago" y pueden interpretarse de distinta forma según sea el texto griego que se establezca.
El texto oriental[47]menciona cuatro puntos: contaminación con los ídolos (comer carne ofrecida a los ídolos, que luego se vendía en el mercado), comer la sangre de animales (Lv 17, 10), comer lo ahogado (carne de animales no desangrados: cf. Lv 17,13) y la fornicación, entendida como el matrimonio dentro de los grados de parentesco prohibidos por la Ley de Moisés (Lv 18). Se trataría en todos los casos de normas positivas de Ley mosaica, y no de derecho natural.
En cambio el texto occidental tiene estas variantes: suprime "lo ahogado" y añade: "no hacer a los demás lo que uno no querría que le sucediera'. En esta redacción se puede tratar no ya de normas legales positivas, sino de principios de moral natural: se prohibiría la idolatría, el homicidio (la sangre) y la fornicación (los tres grandes pecados de la primitiva Iglesia), y además la gran norma de oro de la moral.
La mayoría de los intérpretes se inclinan por el texto oriental y entienden estas restricciones como normas legales positivas. En esta línea hay un papiro del año 250 que suprime la palabra fornicación, con lo que todo quedaría reducido a cuestión de alimentos: carne sacrificada, carne no sangrada y sangre.
En este sentido las "cláusulas de Santiago" habían de entenderse como una aplicación a los gentiles bautizados de las restricciones que ya se habían impuesto antes en la sinagoga a los "temerosos de Dios" (simpatizantes de la religión judía) y que facilitaban el que pudiesen participar en la liturgia sin que los judíos se sintiesen contaminados por ellos.
E) Resultado de la asamblea
¿Cuál fue el resultado de esta asamblea? Como siempre que hay algún tipo de componendas, no se dirime definitivamente la cuestión. Provisionalmente se estableció una tregua, pero pronto volverían los conflictos (el famoso incidente de Antioquía entre Cefas y Pablo que según Ga 2,11-14 tuvo lugar porque no se había abordado el tema de una forma doctrinal sino práctica).
De momento la práctica de no circuncidar a los gentiles convertidos se apoyaba en las tesis dogmáticas de Pablo (Ga 2,9). Pero los judaizantes tuvieron en las cláusulas restrictivas un punto de apoyo para seguir sus ataques. En lugar de interpretarlas como una concesión que se les había hecho generosamente, volvieron a la carga y comprometieron a Pedro para que disimulase, absteniéndose de comer con los gentiles y creándoles así una mala conciencia. Veamos cómo presenta González Ruiz los matices de la nueva situación creada:
"En Antioquía el problema adquiría nuevas e imprevistas perspectivas. Pedro, temiendo a los judeocristianos venidos de Jerusalén, se separa de la convivencia del grupo paganocristiano y vuelve a restablecer la comunidad judeocristiana que hasta entonces en Antioquía había sido absorbida por la mayoría de los étnicos. En rigor todo sucedía según los cánones concordados. Sin embargo, Pablo veía las cosas desde otro punto de vista y sentenció que "no andaban derechamente según la verdad del evangelio" (Ga 2,14)[48].
Nos referiremos después en detalle al llamado incidente de Antioquía entre Cefas y Pablo. Fue como un segundo round, en que vuelve a plantearse el problema conciliar. En frase un tanto oportunista de González Ruiz, el "postconcilio había sido "bloqueado". Pero tras este y otros rounds sucesivos, acabó por imponerse plenamente la teoría y la praxis de Pablo. Las cláusulas de Santiago no eran suficientes para los judeocristianos que querían más, y resultaban muy engorrosas para los paganocristianos que acabaron prescindiendo totalmente de ellas[49]
La entrada masiva de paganocristianos en la Iglesia y la progresiva encapsulación de los judeocristianos, fue haciendo estás cláusulas cada vez más irrelevantes. La destrucción de Jerusalén en el año 70, y la emigración de la comunidad palestinense privó a los judeocristianos del prestigio que les confería su condición de Iglesia madre. Cada vez más reducidos en número, acabaron constituyendo un núcleo cismático apartado de la corriente principal de la vida cristiana que se había orientado por derroteros paulinos. Su fin fue el de una secta, claramente herética, rechazada tanto por judíos como por cristianos, que acabó por desaparecer. Triste fin para los herederos espirituales del gran apóstol Santiago.
El futuro de la Iglesia estaba en las comunidades paganocristianas fundada por Pablo. Muy pronto estas comunidades habían ya prescindido del todo de las cláusulas restrictivas del concilio de Jerusalén.
En el tiempo de las cartas pastorales, las normativas sobre alimentos ya estaban totalmente liberalizadas, y los que mantenían a este respecto las regulaciones mosaicas se consideran ya claramente herejes al margen de la comunión eclesial, pues "todo lo que Dios ha creado es bueno, y no se ha de rechazar ningún alimento que se coma con acción de gracias, pues queda santificado por la palabra de Dios y la oración (1 Tm 4,4).
El llamado al apostolado
A) Naturaleza y origen de la misión del apóstol
Los dos contenidos centrales de la visión de Damasco son la revelación del misterio de Cristo como amor gratuito que justifica y la llamada a anunciarlo. Toda la vida y la teología de San Pablo están contenidas germinalmente en esta visión.
La misión de Pablo viene de Jesús mismo, sin ningún tipo de mediaciones. "Pablo, apóstol, no de parte de los hombres, ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre que le resucitó entre los muertos" (Ga 1,1)
En esto consiste precisamente el carisma singular del apostolado, en ser una misión que arranca directamente de Cristo sin mediaciones humanas. Así concebido, el apostolado es un carisma que sólo se dio en la primera generación cristiana, y afectó sólo a muy pocos hombres. En las demás generaciones, la vocación apostólica está siempre mediada por la Iglesia, a través de la cual nos llega la misión de Cristo.
La misión directa de Pablo arranca de su visión del Resucitado, en la que no medió ningún predicador. "Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo" (Ga 1,11).
Pablo quiere dejar claro que su llamada al apostolado no ha sido recibida por delegación de los restantes apóstoles, sino que está en pie de igualdad con la que ellos también recibieron. "Me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, -pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles" (Ga 2,7-8).
"Al igual que". Este pie de igualdad es el que Pablo desea subrayar. La igualdad estriba en que ambos apostolados brotan de una misma fuente: una aparición de Cristo resucitado; "Se apareció a Cefas, luego a los Doce… y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo (1 Co, 15,5-8).
La humildad y la conciencia de sus anteriores pecados le llevan a considerarse "el último de los apóstoles, indigno del nombre de apóstol" (1 Co, 15,9), último e indigno, pero verdadero apóstol.
La palabra abortivo tiene diversas interpretaciones. Para nosotros supone la falta de madurez, la falta de preparación de Pablo para la nueva vida del apostolado; el carácter milagroso de su alumbramiento a la gracia; el prodigio de que un ser tan deforme pudiese sobrevivir tras su alumbramiento a una nueva vida.
Pero frente a estos rasgos de humildad, tendrá Pablo que ensalzarse muchas veces a sí mismo, no por vanidad, sino para hacer valer su doctrina frente a la de sus adversarios. Sobre todo en la carta a los gálatas y en la segunda a los corintios, Pablo tiene que hacer valer su condición de verdadero apóstol, para robustecer y validar "su evangelio" (la justificación por la fe en Jesús y no por las obras de la Ley), frente a "otro evangelio" (Ga 1,6) atribuido a los otros apóstoles, en franca desautorización de su persona y su doctrina.
Ya estudiaremos más detalladamente este punto. Los adversarios habrían sembrado su cizaña judaizante en las comunidades de Galacia y Corinto, obligando a los cristianos a la observancia de la Ley de Moisés, y "perturbando y deformando el Evangelio de Cristo" (Ga 1,8).
El gran argumento de los adversarios era el comportamiento un tanto ambiguo de los otros apóstoles más autorizados. La defensa por tanto de Pablo irá en una doble línea: por una parte mostrar cómo su dignidad de apóstol era igual que la de los demás, y por otra hacer ver que en el fondo su evangelio no era distinto del de Pedro y los otros.
B) La relación de Pablo y Pedro
Se basaban, sobre todo, los adversarios de Pablo en la conducta de San Pedro que se recataba de mezclarse con los gentiles, por miedo a los judíos observantes, y arrastraba a otros a esta conducta ambigua.
En realidad Pedro había sido el primero en admitir a los gentiles al Bautismo, tras su milagroso encuentro con el centurión Cornelio (cf. Hch 10). Posteriormente en la asamblea de Jerusalén, su discurso estaba muy en la línea de Pablo. Es sólo, después de esta asamblea, cuando la conducta de Pedro empieza a titubear. Como enseguida veremos, la solución había sido no exigir a los paganocristianos el cumplimiento de la Ley mosaica, pero tampoco se prohibía a los judeocristianos el que siguiesen practicándola. Con esto había el peligro de que la comunidad cristiana se escindiese en dos sectas, En Antioquía la comunidad cristiana estaba mayoritariamente constituida por paganocristianos. Al llegar Pedro a Antioquía, en lugar de incorporarse plenamente a esta comunidad, empieza a aislarse en un pequeño núcleo judeocristiano, y a no querer comer en las mesas de los paganocristianos, con lo cual dividía a la comunidad, y creaba en estos últimos una conciencia de culpabilidad, haciéndoles sentirse impuros, o a lo menos, cristianos de segunda categoría.
Este es el trasfondo del famoso incidente de Antioquía que narra Pablo en su carta a los Gálatas: "Cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. Pues antes de que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles: pero una vez que aquellos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos. Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos. Pero en cuanto vi que no procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: 'Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?'"(Ga 2,11-14).
La línea de argumentación de Pablo se expone de una manera oratoria y dramática, entrecruzando los hilos de los diversos argumentos. Diseccionando un poco el texto, encontramos los siguientes elementos:
(1) No invoquéis el proceder de Pedro contra el mío. Su dignidad de apóstol es igual a la mía. Yo no soy un mero delegado de los apóstoles o de los notables (por cierto, ¡qué fea palabra esa de "notables" para usar entre cristianos! Ga 2,6). Mi vocación y mi evangelio han sido recibidos directamente de Jesús. Puestos a eso, tanto valor puede tener lo que diga Pedro como lo que diga yo.
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