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Relacion Arte, Arquitectura y Diseño Industrial en objetos domésticos de la Argentina desde mediados de S. XIX y hasta fin de S. XX (página 3)

Enviado por Ibar Anderson


Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Como estudio de casos si analizamos el Caso Nº 4, el juego de muebles de la sala de estar del mismísimo Sarmiento, conservado en el Museo Histórico Sarmiento (ambientación de la última residencia de Sarmiento en Buenos Aires, ubicado en Avenida Juramento 2138, Capital Federal). Comprobamos que parte del juego de salón estaba formado por un asiento redondo (Borne), un sofá de tres cuerpos y tres sillas; tapizado en terciopelo rojo, capitoné (adquirido por Sarmiento en París en 1874). El eclecticismo se evidencia en la ruptura del estilo con la mesa luso-brasileño que acompaña dicho juego, sin ninguna correspondencia geográfica afrancesada. Podemos continuar observando que la mesa escritorio de roble tallado, estilo Tudor inglés del siglo XIX (era otra adquisición cosmopolita de Sarmiento). Y la lista sigue, si tenemos en cuenta las sillas con sello en el asiento "Paris deville frere 12 Rue Gaillen" (lo que ahora nos trae de Inglaterra a Francia nuevamente). Y si luego pasamos al escritorio con tapa corrediza tipo perciana de mecanismo a cilindro, adquirido por Sarmiento en EE.UU. (hemos cruzado el Océano Atlántico a tierras americanas, pero no del sur, según lo más arriba indicado, sino del norte). Continúa esta clase de "eclecticismo" en el mobiliario del dormitorio, donde muebles de estilo victoriano del siglo XIX se combinan con la cama de arrimo con dosel y el baúl adquirido en EE.UU.

En este estudio de casos, podemos continuar comparando y analizando los casos de la "Quinta Jovita" (Caso Nº 5), o excasa de Manuel José de la Torre y Soler (hoy sede del Museo Histórico de Zárate, ubicado en la calle Ituzaingó Nº 278, Departamento de Zárate, Provincia de Buenos Aires), que fue habitada por Domingo Faustino Sarmiento, Oscar Ivanisevich, Ricardo Balbín y Jorge Luis Borges entre otros ilustres. La Quinta Jovita es otro único y excelente ejemplo que, aún hoy, se conserva intacto, testimoniando las formas de vida de la burguesía naciente de la ciudad de Zárate (al norte de la Provincia de buenos Aires), hacia fines del siglo XIX (aproximadamente data de 1870). Conformando un verdadero "oasis paisajístico" de la ciudad (idem al Palacio Urquiza y la Quinta Gregorio Lezama). La fachada de la Quinta Jovita, es de sobrias líneas italianizantes (moderado Eclecticismo historicista).

O la exresidencia Dardo Rocha (Caso Nº 6), fundador de la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires (hoy sede del Museo Dardo Rocha, ubicado en la calle 50 Nº 933, de la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires), también conocido como "casa de los cuarenta días". Y en todos los casos la norma encontrada que se repite es: "eclecticismo del mobiliario", adelantos tecnológicos, confort e higiene, todo cuanto significaban "lo civilizado" y "lo moderno" para la época.

Dardo Rocha fue gobernador de la Provincia de Buenos Aires (1881-1884) durante el período que se iniciaba la denominada Generación de 1880. En los años que van del 1870 al 1880 quedaron la impronta de todos los elementos que caracterizarían a la Argentina moderna, con sus ciudades, y el ingreso en los "años dorados de comienzo del siglo [XX]" (Jorge Sábato, 1991). Y en tanto se formaron las ciudades modernas en nuestro país, se conformó el hogar doméstico moderno también (que es lo que aquí nos interesa), sus ambientes (cocina, comedor, living, dormitorios, baños y otros) y su paisaje interior formado por los distintos elementos de diseño, arte, arquitectura e ingeniería (muebles, artefactos, utensilios, obras de arte, decoración, ambientación arquitectónica, electrodomésticos y otros objetos de la cultura material).

Destacable paradigma de baño de ablución + retrete (lo cual define un paradigma de baño moderno) fue el de la casa Dardo Rocha.

B – Proletariado (clase obrera). Período 1880-1910:

Si hasta el momento hemos estado analizando las formas del "buen vivir" de la burguesía nacional de 1880, desde una definición marxista también deberíamos analizar las formas del "mal vivir" del proletariado (trabajador inmigrante preferentemente). Dado que hemos desistido analizar la situación del trabajador rural y sus "ranchos" expresados en la literatura del Martín Fierro de José Hernández y pintados por Molina Campos (que tan famoso se hiciera en las publicidades de "alpargatas"), dado que no corresponden a la situación de los trabajadores urbanos que se asentaron por millones en las ciudades-puertos como Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca y co-ayudaron a construir las masas de ciudadanos-inmigrantes (los que a su vez demandaban soluciones habitacionales).

En la formación del Estado Moderno Argentino, de sus ciudades-puertos como Buenos Aires y Rosario (Leandro Gutiérrez y Juan Suriano, 1985) y de sus hogares, ha tenido influencia la inmigración masiva europea de fin de siglo XIX, de donde nacería la clase media argentina y con ella sus necesidades habitacionales hogareñas y toda una cultura material doméstica ligada a las masas (María Isabel Hernández Llosas, 2006). Pues, en este período clave que abarca desde 1852 hasta 1914 se produjo el proceso de estructuración de la Gran Aldea de Buenos Aires (David Kullock, 1985).

En 1880 la sociedad argentina estaba fuertemente dividida en dos clases sociales polarizadas: la oligarquía aristócrata y terrateniente o grupo dominante conformada por poderosas "familias tradicionales" por un lado (que hemos analizado como el caso del exresidencia de la familia Errázuriz-Alvear y de la familia Urquiza), y los inmigrantes (que analizaremos en los casos de los conventillos) que junto a los mestizos y criollos autóctonos de nativos formarían el "populacho" por otro lado. En términos marxistas: burgueses por un lado y proletariado por el otro, como ya lo hemos descripto. La conformación de la clase media como tal, aunque hacia fines del siglo XIX era incipiente, solo en el siglo XX terminaría de consolidarse como tal. Sabemos que aparte de la clase alta, media y baja (obrero urbano) existe una cuarta (obrero rural) llamada campesinado –que en este trabajo no fue analizado como ya lo aclaramos- (Anthony Giddens, 2000).

Acompañando a la definición de "paisaje interior doméstico" podemos agregar la de "paisaje multicultural" (María Isabel Hernández Llosas, 2006), por pertenecer a una "mezcla cultural" (Beatriz Sarlo, 1988) o mestiza "identidad social" (que nos define una multicultura sincrética). Pero no solo "crisol de razas": mestizaje, sincretismo, transculturación y creolización (Néstor García Canclini, 1989), sino un "crisol de formas de habitar" (crisol de hogares: antiguas casas chorizos de patios laterales, conventillos, viviendas unifamiliares de materiales, casillas precarias de madera y chapa, ranchos y otros) definirían a las formas de habitar de los inmigrantes pobres en un alto porcentaje (aunque por efecto de las obras de teatro se hallan convertido en verdadero paradigma los conventillos, debemos anexar que no eran la única forma de habitar). De aquí que proponemos el concepto de "sincretismo material doméstico".

Definir cuales de esos objetos, productos, artefactos, muebles, electrodomésticos y otros (que forman en el interior doméstico un "crisol de formas de habitar") posee desde lo patrimonial, un fuerte "valor simbólico" y es una de las tareas necesarias de realizar (Mathieu Dormaels y Verónica Zúñiga Salas, 2006). Porque el patrimonio es la capacidad de representar simbólicamente una identidad (Antonio Donini, 2006) y porque el patrimonio obedece a la importancia simbólica para la identificación de un grupo (Olaia Fontal Merillas, s/f). La identidad cultural, que define al argentino, puede ser encontrada en el patrimonio doméstico (Hugo Daniel Peschiutta y María Isabel Hernández Llosas, 2006). Ya que los objetos materiales (artefactos, utensilios, muebles y otros) pueden ser estudiados a la luz de la semiótica y el estudio de los símbolos (Anthony Giddens, 2000).

Una identidad cultural ecléctica, desde su cultura material doméstica, tal como los ejemplos que venimos desarrollando lo vienen demostrando (esto se aplica a todos los estratos sociales, y en las clases mas bajas por necesidad). Y aunque el acceso de grupos, estratos o clases sociales a la "cultura material" es diferencial, el hecho de que las relaciones sociales están penetradas por el poder significa que ciertos grupos logran, hasta cierto punto, imponer sus gustos y patrones –como parte de la producción erudita (Pierre Bourdieu, s/f, citado por Philippe Ariès y Georges Duby, 1989)- al resto de la sociedad; decidir lo que es mejor para los otros o, inversamente, impedir a segmentos dominados tener acceso a bienes culturales altamente privilegiados (el mueble de estilo como hija menor del "arte culto" fue restringido a los pobres, por incapaces de comprenderlo, por incivilizados, por bárbaros a lo Sarmiento). Aquí se presenta una idea análoga a lo Domingo. F. Sarmiento de "dominantes = cultos" y "dominados = incultos", idea instalada en la sociedad y argumentada por diversos autores (Néstor García Canclini, 1993), (Eunice Ribeiro Dirham, 1998) y (Alejandro Grimson, 2003).

Estas clases sociales burguesas obtuvieron una posición privilegiada respecto del patrimonio artístico y arquitectónico, que de hecho hasta hoy en día se conserva en museos (Néstor García Canclini, 1993), como el Museo Nacional de Arte Decorativo (exresidencia Errázuriz-Alvear). Esto explica, porque de todos los Museos que se han visitado, en lo que respecta a la vida doméstica y a su cultura material, poco y nada se ha encontrado de los inmigrantes y sus conventillos (la explicación está en que eso no valía la pena ser conservado, y por eso mucho se perdió, pues ni artesanías de calidad poseían en su mobiliario cuyo grado de rusticidad y pobreza era abrumador). Por lo cual en ese proceso se extraviaron innumerables creaciones culturales relevantes (de los grupos subalternos) y se olvidaron hechos históricos significativos e importantes para comprender la historia del país.

De hecho no hay museo del inmigrante que conserve un comedor-cocina, dormitorio o baño mostrando como habitaban precariamente en los mismos; por lo contrario si se conservan en los museos de quienes fueron personalidades importantes, o sus viviendas fueron importantes, sus objetos personales. ¿Cómo si esa parte de la historia no fuera digna de ser conservada? Y ahora nos encontramos con tantos libros que hablan de los inmigrantes y sus conventillos y que tan poco muestran (a pesar de que una imagen habla más que mil palabras).

En cierto modo, las clases dominantes dirigen la producción "material" y "cultural" colectiva de la cual se adueñan privilegiadamente. Eso quiere decir que los bienes culturales a disposición de los sectores dominantes no son solamente diferentes, sino con frecuencia son mejores (por disponer de mayores recursos) y más elaborados (esta tendencia se conserva desde mediados del siglo XIX y hasta fines del siglo XX).

Agrega García Canclini que todavía vale mas el capital cultural del Arte que el de la artesanía, (del mismo modo que la arquitectura "monumental" puede serlo respecto de la arquitectura "doméstica" o en última instancia de un rancho pampeano de adobe y paja; o un mueble Luis XIII, XIV, XV o XVI respecto de un mueble vernacular realizado por la cultura gaucha-pampeana, indígena o inmigrante). Dado que los capitales simbólicos de los grupos subalternos tienen un lugar subordinado, secundario, dentro de las instituciones y los dispositivos hegemónicos (esto representa otro espacio de lucha económica, política, material y simbólica entre las clases, las etnias y los grupos). Continúa señalando el autor, que es comprensible que las clases populares, atrapadas en la penuria de la vivienda y en la urgencia por sobrevivir, se sientan poco involucradas en la conservación de "valores simbólicos" (sobre todo si no son los suyos).

Pero como la teoría del patrimonio se amplía (afortunadamente) en la actualidad a grupos de objetos diversos, sostiene Jorge Francisco Liernur y Fernando Aliata (Berto González Montaner, s/f). Esta ampliación teórica también está alcanzando a diversas clases sociales; pues, a partir de 1980 los bienes patrimonionales (inmuebles y muebles) con escaso valor histórico-patrimonial (como son los de lo sectores subalternos) empezaron a cobrar importancia (Ciro Caraballo Perichi, 2006). Y aquí radicó nuestro interés en descubrir esos ambientes interiores de los hogares (de clase alta, media y baja también), sus muebles y sus artefactos (por modestos que estos hallan sido).

En las viviendas opulentas, el cobijo y el símbolo propio de la arquitectura se pudieron cumplir sin retaceos, para que la misma sea considerada más o menos explícitamente como arte y patrimonio de acuerdo con su función "simbólica" (mientras que en las viviendas de los pobres, el gasto mínimo sólo les había permitió acceder a un precario cobijo, las viviendas de la escasez sólo eran "construcciones", pero no "el arte de la arquitectura" de la clase alta) Pero: ¿quién puede negar el "arte" de sus construcciones, de sus edificaciones vernaculares –y de su cultura impresa en las mismas-? Si tomamos como ejemplo las viviendas del barrio de la ciudad-puerto de Berisso (al lado de la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires); donde sus casas fueron construidas sobre pilotes de madera y paredes de chapa de zinc (por el terreno bajo, similares a las del barrio La Boca), que además sufrieron los retrasos de los servicios, ejemplo: la luz eléctrica y el agua llegan en 1922, con cuarenta años de atraso respecto de la ciudad de La Plata (que estaba tan cerca).

Esto llevo a que las cuestiones vinculadas a la historia de las condiciones de vida de los sectores populares porteños del novecientos, referidos al tema de la vivienda sea casi con seguridad, el que más empeños y reflexiones ha concitado para la historiografía del Buenos Aires finisecular del Centenario, sostiene Diego Armus. Donde los sectores populares más pobres (clase obrera) del Río de la Plata continuarían prefiriendo el tipo antiguo y austero de patio lateral o "casa chorizo" con cuartos en ristra (habitaciones contiguas). Fue el ámbito doméstico de los suburbios más pobres, de los inmigrantes y de los criollos (mestizos autóctonos) y podemos asegurar que el período 1880-1945 es el período de la "casa chorizo".

Muchas casas chorizo se adaptaron fácilmente a los "conventillos" (diminutivo de convento). Sabiendo que se consideraba conventillo o casa de inquilinato a aquellas que alberguen a más de cinco familias o personas independientes, incluido un encargado, cuya unidad de locación sea una pieza, y que tienen en común los servicios de baños, lavatorios, letrinas y lavaderos.

Describiendo un día en el conventillo, James Scobie recuerda que a las 11 y 30 regresaban los hombres para comer de prisa un puchero aguachento o algún plato hecho con maíz, esta rápida comida estaba vinculada: ¿a la pobreza, al afán de ahorro, o al tipo de vivienda? Se preguntan Leandro Gutiérrez y Juan Suriano. No parece haber dudas en torno a que los escasos recursos conducen a una pobre alimentación, pero también es altamente probable que la inexistencia de cocinas colectivas y una tecnología pobre (dato importante para los diseñadores industriales y arquitectos) hayan contribuido a que, aún cuando la oferta de alimentos fuera variada, la composición y la variedad del menú estuviese reducida a un número limitado de platos: el puchero, los guisos y, quizás, la carne asada.

En una imagen encontrada del año 1936, una representación teatral donde puede apreciarse como era la vida doméstica de los inmigrantes en Berisso, en este caso a la hora de comer (aunque la actividad teatral de la ciudad de Berisso tiene su inicio en 1909 según Luis Guruciaga). Puede verse el pan amasado sobre el tablón de la mesa rústica y los platos de metal enlosado (para que no se rompan y sean más resistentes en el uso y el tiempo). Por lo que se puede calcular a partir de esta escena, que el "compartir la mesa" (con familiares y otros parientes cercanos) era un acto lleno de profunda calidez y afecto (por la expresión de los individuos parados compartiendo bebidas del mismo vaso). Seguramente las sillas no habrían bastado en estos casos para todos los comenzales, pues estarían exactamente contadas para la cantidad de habitantes originales de la casa (posiblemente se turnaban para comer e incluso usando los mismos platos y si habían jóvenes muy seguramente estos habrían comido antes que los adultos y se retiraban de la mesa y la cocina para no molestar en las conversaciones de los adultos).

Observamos en otra fotografía del año 1938 a Baikevicius cebando unos mates (esa típica costumbre argentina para agasajar a las visitas que así lo apetecen), con el famoso (y peligroso calentador "primus"). Se observa que una de las sillas es la misma que la de la reconstrucción escenográfica usada para el teatro que se describió arriba, donde los comenzales se encuentran sentados junto a la mesa (lo cual confirma las conjeturas de precariedad evidente en la que vivían estar personas humildes y sencillas en su "cultura material doméstica").

Todas estas "formas de habitar" (conventillo, vivienda unifamiliar precaria, casillas precarias y en sus casos extremos los ranchos), poseían un mobiliario precario; pues, no contenían más que una o dos camas, algunas sillas, una mesa, un baúl, un brasero o calentador apoyado en un cajón, tal vez un recipiente para la higiene personal (como ser un lavatorio, o una jofaina con jarra de hierro enlozado, aunque usualmente el aseo personal se efectuaba fuera de la habitación en algún recipiente sencillo). Destacan objetos de fácil traslado ante eventuales desalojos (Leandro Gutiérrez y Juan Suriano, 1985). En la pieza del conventillo no existían los "interiores", y la austeridad que domina el cuadro resulta principalmente de la escasez de recursos, casi no había decoración (Diego Armus y Jorge Enrique Hardoy, 1990). Impresiona la siguiente fotografía (donde una única habitación funcionaba de dormitorio, comedor, cocina, etc.)

La falta de recursos de sus inquilinos, trajo como consecuencia, que los cuartos fueran ocupados por varias familias, que contaban solo con una cortina o biombo para dividir un ambiente. Cada uno conocía la vida del otro por el efecto de esta apretada convivencia, donde el nacimiento, la promiscuidad y la ausencia de higiene formaban parte de la vida cotidiana. Sumado a otras cuestiones de habitabilidad miserable lo ponían a los conventillos en formas de habitar alejadas del confort de la época (que poseían la clase alta o burguesía nacional).

Entre la innumerable cantidad de problemas sociales (no solo médicos e higiénicos) que ocasionaba el conventillo y sus formas de hacinamiento y degradación moral que causaba a las personas que en ellos habitaban; pudo ser comprobado (a partir de los hechos de índole policial registrados y asentados) una extensa lista de escándalos, desórdenes, ebriedad, homicidio y accidentes (que sumaban cifras mayores en dichas secciones de la ciudad donde existían conventillos que en el resto donde no los había). Evidentemente, algo había en estas formas degradantes de habitar, para la naturaleza humana y moral de "buen vivir" (o "bien vivir"). Y dejemos bien en claro que estas formas de "mal vivir" no implicaban que fueran "malas personas" los que en ellas habitaban (sino que estas formas de "mala vida" llevan por el mal camino hasta las "buenas personas", cuestión que escandalizaba a la iglesia cristiana).

Como las ciudades-puerto (Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca, Berisso) no estaban preparadas para tal crecimiento (debido a la inmigración masiva), las familias de los recién llegados se hacinaban en caserones del sur de Buenos Aires, que antiguamente pertenecían a familias adineradas (como los Anchorena), que las habían abandonado en la época de la Fiebre Amarilla (1871), mudándose  a vivir al Barrio Norte. A estos caserones de inquilinato se los llamó: conventillos (antiguas mansiones de herencia colonial en ruinas). Fueron la vivienda popular de los sectores de ingresos económicamente bajos, posteriormente hubo toda una serie de búsquedas de otras alternativas a los conventillos en lo que se denominó: mansiones obreras, casas baratas, casa de obreros, cottages, habitaciones populares, y otros nombres (ejemplo: ver la siguiente fotografía).

Pero para ser más exactos la vivienda popular de los sectores obreros (clase baja o proletariado nacional) no fue solo la vivienda-colectiva conocida como "conventillos", que fueron verdaderos focos de incubación de enfermedades infecciosas, y de habitabilidad extrema que con su hacinamiento de personas nunca albergó a más del 30% de la población obrera; sino también la vivienda-privada (aunque precaria, al no ser colectiva, fue vista como una superación del hacinamiento, una mejoría de las condiciones de vida, y como una prueba de ascenso social) a la que también podemos llamar "vivienda unifamiliar precaria (de material)" o simplemente "casilla precaria" (construida con materiales baratos o de desecho: madera y/o chapa y algo de ladrillo en algunos casos) que se asentaban en la periferia de la ciudad de Buenos Aires entre 1880 y 1910.

Y ya en su caso de extrema pobreza podemos denominar a algunas construcciones como "ranchos" que con el paso del tiempo y a partir de 1940 aproximadamente se convertirían en las actuales villas; y otro conjunto de soluciones muchas veces ocasionales (que incluirían desde el alquiler de un cuarto del fondo en una casa de familia, al dormir en el mismo lugar donde se trabajaba), formas de alojamientos ocasionales, dando respuesta a las inestabilidades de la vida cotidiana (Leandro Gutiérrez y Juan Suriano, 1985), (David Kullock, 1985) y (Diego Armus y Jorge Enrique Hardoy, 1990).

La dificultad para acceder a la propiedad constituye un de las características distintivas del proceso inmigratorio argentino (1880-1914). La inestabilidad del empleo rural y urbano determinó el hacinamiento en las piezas de los conventillos, soportable (entre otras cosas) por su presunta transitoriedad.

Una vida doméstica, más pública que privada, obligaba a compartir casi todo en los conventillos y las piezas, tenían muy poca intimidad porque servían para todo (despensa, cocina, comedor, sitio de estar, dormitorio, depósito de basura y excrementos temporales, almacén de ropa sucia y limpia, morada del perro y gato, depósito de agua para beber, sitio donde arde una vela, un candil o una lámpara de noche, y cuantas cosas más). Por eso, es que a los conventillos se los puede definir como: "la vida en una pieza situada en una comunidad de piezas" (Andrés Carretero, 2000). Sin lugar a duda en esos pequeños sitios el espacio privado era, pues, solamente el espacio público del grupo doméstico, con una intimidad imposible (Philippe Ariès y Georges Duby, 1989). En el período 1880-1930, la vida de la clase trabajadora tenía que ser en gran parte pública, por culpa de lo inadecuado de los espacios privados. Por eso a la situación extrema y precaria de privacidad, en los conventillos, lo denominan "vida hacia fuera" por vivir mas afuera que adentro de estos espacios tan inapropiados para habitar decorosamente (Diego Armus y Jorge Enrique Hardoy, 1990). Las siguientes fotografías lo confirman.

 

La falta de aprovisionamiento de agua corriente y el servicio cloacal se fueron subsanando aunque parcialmente. De tal modo que la provisión de agua corriente, principio de saneamiento y de higiene, sólo alcanzaba a cubrir en 1887 al 14% de las viviendas censadas en la ciudad de Buenos Aires. En 1910 este porcentaje se elevaba al 53%.

Mientras que los servicios cloacales y de desagües recién funcionarían para los inicios de 1890; en 1910 la red cloacal –en Buenos Aires- ya estaba bastante extendida. Pero igualmente debemos señalar que los pozos negros fueron centro de atención durante el período 1871-1914, en que se desarrollaron las tácticas político-higienistas, dado que se temía que fueran origen del mal que se comunicaba, de las aguas servidas a las napas de aguas utilizadas para beber. La separación de las aguas sería un tema central (las contaminadas de las no-contaminadas para cocinar, beber e higienizarse).

El agua corriente, un servicio que se inicia en 1887 para el caso de la ciudad de Rosario y que se desarrolla de forma desacompasada con el de cloacas representaba la entrada del moderno servicio que se mezclaba con la persistencia del método tradicional (dado que el consumo de agua se usaba como mercancía mediante la cual lucraba el aguatero o especulaba el encargado del conventillo, y algunos inquilinatos tenían un solo pozo de agua donde debían abastecerse por medio de sogas y baldes y en muchos casos solo para beber y cocinar y si sobraba algo para lavar ropa).

Todos estos problemas causados por el hacinamiento comenzaron a ser analizados en el año 1870. Algunos lo hicieron desde el punto de vista médico, otros con fines filantrópicos. Algunos arquitectos inspirados en los modelos europeos de viviendas obreras dieron propuestas teóricas ante el problema habitacional (desde las propuestas individuales, pasando por los postulados teóricos de Santiago Estrada, Guillermo Rawson, Eduardo Wilde, Raymundo Battle, Augusto Plou y otras como el Proyecto Moreno, Moscón y Cía.). Todos ellos intentaron bosquejar propuestas para construir viviendas apropiadas para los obreros, siguiendo los ejemplos de las sociedades filantrópicas de Londres (estas viviendas debían ser económicas y aunar las reglas de higiene a las de estética). Estas se debían realizar en lugares amplios, sanos y bien comunicados, se hablaba de crear barrios o ciudades para obreros (estos proyectos de gran magnitud que no llegaron a concretarse, fueron útiles a nivel teórico porque sentaron la discusión sobre la necesidad de crear conjuntos de viviendas integradas a otros servicios). Con una fuerte crítica a los conventillos (Elisa Radovanovic y Alicia Busso, 1985).

La definición tipológica de la "vivienda unifamiliar precaria" se generó como reacción al inquilinato, el conventillo y todo tipo de casa colectiva, un cambio de cultura de los sectores populares. Por otro lado, este traslado a la vivienda propia y unifamiliar (aunque precaria) debe haber compensado en algo esos problemas que traía el conventillo, pues ya no estaban todos tan amontonados (aunque "precaria", era más "privada"). Los números indican que en 1904 el 30% de la población de la ciudad de Buenos Aires era propietaria, en 1947 el porcentaje ascendería al 43% y continuaría creciendo para alcanzar el 67% en 1960.

Pero, más allá de todas estas cuestiones. Este paisaje interior doméstico de los conventillos se sostuvo, con variantes hasta el fin del período 1880-1930.

C – Clase media. Período 1910-1980:

Pero, más allá de todas estas cuestiones. Este paisaje interior doméstico de los conventillos se sostuvo, con variantes hasta el fin del período 1880-1930. Luego, el modelo de "casa moderna" (compacta tipo "cajón", con sus ambientes tal como los conocemos hoy), sus ambientes se impondría tipológicamente, en el período 1930-1945 en las clase media (con anterioridad a la entrada del peronismo).

Sería recién en 1930, cuando los hijos y nietos de los inmigrantes pioneros, conformarían una clase media numerosa y pujante (Andrés Carretero, 2000). Con el desarrollo de la sociedad industrial y la especialización laboral, el ámbito de trabajo y el doméstico tendieron a diferenciarse (cosa que no pasaba con las artesanías y algunas actividades de servicio de lavandería, planchado y costura, donde el trabajo se traía al hogar, como hacían los inmigrantes en numero importante según los datos históricos verificados). Recordemos que en las clase bajas el "ámbito de vivir" también era "ámbito de trabajar", en la clase media esto no sucedería por razones de "necesidad" sino por razones de elección (se lleva trabajo de oficina al hogar, para disfrutar de las comodidades del propio hogar).

Las viviendas de la clase media tuvieron entre sí una gran homogeneidad, que las diferenciaba tanto de la mansión (de clase alta o burguesía), como del conventillo o de la casa levantada en etapas de tipo autoconstrucción (de clase baja o proletariado). La homogeneidad era manifestación de una equiparación social que identificaba y consolidaba a los integrantes de la clase, más sólidamente que en otros estratos (Andrés Carretero, 2000). Mucha casas típicas poseían zaguán de entrada, un hall (imitando a las mansiones de clase alta), cocina y vestíbulo.

El individualismo, característico de la clase media, constituyó durante mucho tiempo un obstáculo mental para la aceptación del departamento, prefiriéndose las viejas casonas (incómodas e inadecuadas a las necesidades modernas), sostiene Andrés Carretero.

A fines de la década de 1920-1930 comienzan a alquilarse departamentos equipados con heladera y cocinas eléctricas o a gas. Además, ya habían adoptado con anterioridad sistemas de agua caliente y calefacción central; en algunos casos comenzarían a incorporar teléfonos internos, y en los departamentos de lujo se añadía aire acondicionado. En la década de 1930, estos elementos se transformaron en un argumento central para la oferta de viviendas entre los sectores altos y medios, y por varios motivos constituyeron un aspecto particularmente importante de las casas de renta (porque el equipamiento ofrecido por el departamento constituía un "plus" que incidía poco en el precio de la renta y mucho en el interés que despertaba en el potencial usuario). La falta de espacio se compensaba con el confort (los departamentos serían mas pequeños pero mas confortables).

Surge así el departamento pequeño-burgués (clase media o medio-pelo), de frentes fastuosos y trasfondos tristes y sombríos para una clase que vive de las apariencias (Carretero, 2000), lo cual es coincidente con la idea en la cual lo que se está jugando el status del "medio pelo". Por lo que se estaría pasando de la "casa de barrio" (viejas casonas, que le quedan chica) al "departamento céntrico", como fachada de su posición social de clase media o pequeño-burguesa ascendente, pero sin llegar a ser de clase alta (Jauretche, 1984).

Los precios más bajos dirigidos a los sectores de "clase media" se conseguían eligiendo terrenos de menor costo y proyectando mayor cantidad de departamentos por piso, reduciendo las dependencias de servicios y también el número de ambientes principales (el living que también era comedor, y si poseían un diminuto hall, eran las únicas dependencias "públicas" de la casa). La racionalización entraba aquí con mayor rigor que en los departamentos de lujo para clase alta (debido a que el dinero no era problema, pero en la clase media ya era un factor a tener en cuenta).

Respecto de la decoración y amoblamiento interior de dichos hogares de clase media, una característica que los distinguió fue la acumulación (muchas veces excesiva e indiscriminada), de muebles y adornos (eclecticismo que había tenido la clase alta por "elección" y la clase baja por "necesidad"). Por ello se producía una contradicción de estilos y funcionalidad (Carretero, 2000). Según algunas interpretaciones sociológicas, esta era la forma de distinguirse y separarse de la casa del pobre (siempre escasa de muebles, con espacios internos formados por paredes mal pintadas); sin lugar a dudas si la combinación ecléctica era una característica del paisaje interior doméstico de las casas de clase media (imitando a las clases altas), la no confusión de estilos sería la característica central de dicho paisaje interior de la clase alta, y de encontrarse cierto exotismo en dichos hogares de clase alta se debía a que en ellos mostraban su cosmopolitanismo-capitalista (que los de clase media, con su deseo de ascenso social, copiaban en una confusión ecléctica de estilos de muebles y objetos de menor calidad). Por otro lado, del mismo modo, podríamos ir más lejos y afirmar que la no presencia de estilos decorativos fue la característica de los ambientes interiores de las casas de la clase baja (viviendas precarias).

En el amoblamiento de los hogares de clase media era frecuente encontrar los sofás, canapés, puffs y taburetes, forrados con telas de seda o terciopelo. El mobiliario se lograba con muebles adocenados de precios accesibles: sillas de asientos de madera o esterilla, mesas de aspecto sólido, aparadores con dos puertas y un pequeño espejo al frente, contra la pared; algún estante para libros, y cuadros o retratos en las paredes. La mesa y las sillas se cubrían con tejidos confeccionados por la misma familia.

En los ambientes destinados a la recepción y sobre los muebles colocaban adornos de cerámica importados de Gran Bretaña o Francia (cuando era posible). La misma procedencia tenían los adornos metálicos –candelabros, bandejas, bibelots, apoya copas-, así como los recipientes de vidrio, que pasaban por ser de cristal de roca. La mayoría de dichos adornos eran réplicas adocenadas de piezas consagradas como clásicas.

También era frecuente hallar, en el mobiliario menor y en los adornos menos significativos, piezas de industria alemana o inglesa, de buena presentación, como si fueran de porcelana, pero de una calidad muy inferior a este material. Las arañas, los globos o veladores y apliques podían ser importados o nacionales, pero eran de mediana calidad (los objetos eran de calidad media, como su clase social).

En muchas casas o departamentos de la pequeña-burguesía, era costumbre mantener los muebles de los ambientes menos usados cubiertos con fundas de colores discretos, lisos, no floreados, que se retiraban cuando se tenía la noticia de la llegada de una visita, al mismo tiempo que se hacía la limpieza superficial para sacar el polvo acumulado.

En las salas de la clase media, si de describir los muebles se trata, también se observaría una proliferación de butacas tapizadas llamadas "confortables" que ya habían tomado el lugar de las sillas "bergères" en Europa en el año 1880 aproximadamente. Estas sillas "confortables", símbolos del gusto imperante de las masas del siglo XIX en Europa, serían muy exitosas en los ambientes de clase alta y media ya entrado el siglo XX en Argentina (una serie de muebles que hemos conocido aquí simplificadamente en los hogares como juego de "sofá de rincón"). Toda una serie de muebles que en el siglo XIX eran un medio para completar ambientes; dado que, como Giedion bien lo expresó: "Este período, impulsado por su horror al vacío, llena el espacio central de una habitación".

El siglo XX puede ser considerado como la época de la conquista del espacio doméstico –por parte de la clase media (pequeño-burguesa)- necesario para el desarrollo de la vida privada (Philippe Ariès y Georges Duby, 1989).

La diferencia entre el siglo XIX y el siglo XX estará dada en que a fines del siglo XIX, solo la clase alta (gran-burguesía) habían conquistado el espacio doméstico (en un tiempo que simultáneamente no presentaba una clase media importante para el país, pues la entrada masiva de inmigrantes fue a parar a la clase baja, obrera o proletariado). En fin del siglo XIX todavía presenta esa fuerte polarización entre estratos sociales fuertemente pudientes (clase alta) y pobremente pudientes (clase baja). Y en el siglo XX, con la consolidación de la clase media (pequeña-burguesía) se conquistaría también el espacio doméstico (de un modo mucho más limitado que el modo en que lo lograron la clase alta, pero conquista al fin de cuentas).

Entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX ya se había perfilado el "casapropismo" en el mundo de las ideas, las ilusiones y la realidad (Diego Armus y Jorge Enrique Hardoy, 1990), que debería esperar entrado el siglo XX, para empezar a ver su materialización concreta en el plano de las posibilidades reales. Pues, entre la superabundancia de la mansión de la clase alta (gran burguesía) y el despojamiento de los conventillos y otras formas de habitar de la clase obrera (proletariado), siguió otro en el que todos los sectores sociales pasaron a tener como referente lo que Liernur denomina un nuevo "imaginario doméstico común", un "gusto medio" construido por los medios masivos de comunicación del nuevo siglo XX que se iniciaba (diarios, artículos de revistas y documentos de la época, entre otros).

Esto imprimió a nuestra investigación un fuerte cambio de metodología a partir de aquí (pues se abandonó los museos y se procedió a un cambio metodológico). A partir de recopilar, ordenar, seleccionar, clasificar y reordenar un otras tantas imágenes que en total con el análisis de casos (museos) se acopiaron y seleccionaron 2154 imágenes paradigmáticas (material iconográfico diverso, entre: fotografías, dibujos arquitectónicos y artísticos-decorativos de variadas casas u hogares de los más diversos niveles socio-económicos) contenidas en fotos de archivo, revistas de la época, publicidades de diarios, etc. Porque no bastó documentar empíricamente –y solamente- sus ambientes más importantes (hall o sala de estar, living-room, comedor, cocina, baño, toilette, y dormitorios) con todo el mobiliario y demás objetos, artefactos, utensilios, enseres y muebles que conforman la denominada "cultura material doméstica". Tomando a partir de aquí un nuevo rumbo metodológico, pero con el mismo fin inicial, se procedió a documentar una serie cronológica de propagandas, publicidades y otros avisos de muebles y electrodomésticos (que definieron un paisaje interior doméstico de objetos, artefactos y productos -industriales y artesanales- de los hogares de Argentina, con valor histórico-patrimonial, comprendidos en el período: 1880-1990.

La misma Cecilia Arizaga en el artículo "La construcción del gusto legítimo en el mercado de la casa", que aparecido en la revista de estudios culturales urbanos, analiza los procesos de legitimación de estilos de vida centrándose en el espacio doméstico. A partir del análisis de textos publicitarios, e incorporando además la voz de difusores y receptores del "buen vivir" a partir de entrevistas en profundidad realizadas a intermediarios culturales y consumidores del discurso publicitario. Centrándose en un perfil de sectores medios y medios-altos de la Ciudad de Buenos Aires y alrededores. Esto confirma nuestra estrategia metodológica.

Esta socióloga, siguiendo a Bourdieu, indagó en los procesos de legitimación de los estilos de vida en las clase media-altas y altas porteñas, teniendo en cuenta los capitales en juego (económicos, sociales, culturales y simbólicos) presentes en el análisis de publicidades gráficas en clasificados, notas periodísticas gráficas y de televisión, folletos de venta y observaciones a exposiciones de decoración (por eso sostenemos que es una metodología muy similar a la seleccionada en este trabajo de investigación).

Hace casi quince años, en ¿Qué es la filosofía?, los filósofos franceses Deleuze y Guattari escribían que había que tomar muy en serio el discurso del marketing, pues la publicidad se había lanzado a apropiarse del terreno mismo de la filosofía con la invención de "conceptos" (y dado que se supone que un aviso tiene méritos propios: estéticos, gráficos, discursivos y de producción, con independencia del producto que supuestamente vende). Es que en realidad la publicidad funcionaba y funciona ante todo como un discurso que tiene como fin último el publicitarse a sí mismo; publicitar su lugar como el discurso central del presente.

Pero sobre todo, lo interesante del cambio metodológico (a partir de este momento) en este trabajo es que si el período 1880-1930 representó una historia de las clases alta y bajas, el período 1910-1990 metodológicamente es una historia de la clase media argentina; por ello exhibe en primer plano su deseo de consumir, muestra cómo colocó al consumo como uno de sus valores clave, como su modo específico de acumulación y ascenso social (el consumo de la clase media como último reducto de la identidad).

Durante casi todo el siglo XX la clase media se imaginó bajo el paradigma del progreso ascendente. Se suponía que los hijos iban a vivir mejor que los padres y los nietos mejor que los hijos. En medio de ese optimismo ciudadano, la educación ocupaba un lugar central. La escuela era el ámbito de integración entre clases sociales y, al mismo tiempo, el pasaje hacia una vida mejor. Esa es una historia muy conocida; la sociología progresista derramó litros de tinta sobre el tema.

Pero por debajo existe otra historia de la clase media (una historia aún no escrita, secreta y fatal, pero igualmente importante), la historia de su relación con el consumo. La clase media siempre colocó el consumo como modo de darse visibilidad a sí misma (desde los avisos de Caras y Caretas al éxito masivo y actual del shopping), la clase media construyó al consumo como forma de vincularse: el consumo como lazo social. Y si este trabajo posee algún –humilde- mérito es el de tratar de reflejar ese deseo, esas fantasía de clase, el sueño de convertir al consumo en una actividad ingenua, trivial. Pero nada menos ingenuo que la publicidad.

La relación entre clase media, publicidad y espacio doméstico se superpone al desarrollo de la sociedad de consumo. Citando a (Sánchez, 2002), Cecilia Arizaga, analiza el surgimiento del concepto de "hogar" en las revistas de difusión masiva porteña de las décadas de 1920-1930 y relaciona tres aspectos para las transformaciones culturales en torno al espacio doméstico: los procesos de densificación urbana, la incorporación masiva al mercado de nuevos productos industriales y la emergencia de las capas económicas de los sectores medios o de clase media o los "medio pelo" (Jauretche, 1984. Citado por Sebreli, 1986).

La "casa moderna" impulsada por la alta burguesía sería un claro ejemplo de cómo se organizó la "modernidad", combatiéndose a la "barbarie" e imponiendo dispositivos civilizatorios (Fernando Devoto y Marta Madero, 1999). Si el modelo premoderno de casa fue la denominada "casa chorizo" de patio lateral con cuartos en ristra y el modelo moderno sería la "casa cajón", sostiene Diego Armus. En 1930 la casa premoderna era un modelo en declinación (y su construcción, si perduraba, era un resabio de la tradición del habitar), pues la literatura técnica la desaconsejaba y progresivamente la venía reemplazando por una transformación cualitativa de los modelos de vivienda (compactos y modernos tipo "cajón").

Nace entre las casas de la clase alta y bajas, las casas de la clase media, que Liernur describe como: "cottage" y el "chalet". Las casas de estas familias de profesionales, burócratas, empleados directivos, comerciantes y pequeños industriales o pequeño-burgueses (no "alta burguesía"); se caracterizan por su tendencia a la compactación (que se venía dando en las formas de habitar de la clase alta) y la articulación de los espacios que las componen (por eso mismo, implantadas en terrenos pequeños, suelen tener dos plantas) y en muchos casos se confunden con las construcciones destinadas al week end, que vendría posteriormente en 1920, el denominado "chalet" que prosperaría entre 1935 y 1948 (Fernando Devoto y Marta Madero, 1999).

Sostiene Anahi Ballent que en los años 1930 se observan intensos procesos de difusión de nuevas tipologías y estéticas del habitar individual dirigido a sectores medios. Además que se esperaba que la "casa moderna" se adaptara al ritmo de la "vida moderna" y fundamentalmente a la escasez de tiempo y voluntad para que las personas se ocuparan de ella. Y entonces, además de exigir que la vivienda sea confortable, cómoda y eficiente, se exigía que sea "fácil" (fácil de operar, de mantener y limpiar). Las posiciones higienistas que habían dominado el discurso del habitar doméstico, solo se mantendrían en una posición fuerte hasta aproximadamente 1925, en que comenzaría a debilitarse y se empezaría a atender la pluralidad y complejidad de la cuestión doméstica desde otras posturas no higiénicas, ni filantrópicas o ideológicas (como ser la cuestión "estética" que tuvo mucho peso también, la entrada del confort y todo cuanto empezaba a significar querer quedarse mas tiempo "adentro" que "afuera" de la casa). Lo afirma Anahi Ballent, para el año 1930.

Como dice la autora, a partir del año 1933 la aparición de la revista Casas y Jardines (y su supervivencia hasta los años ochenta), es un claro ejemplo del interés del público –sectores de clase: "alta" y "media"-, no especializado, preocupados por los consejos prácticos (y estéticos) para la vida hogareña y sus ambientes.

Un estudio semiológico de los ambientes de las casas, como sistema de significaciones debería incluir por ejemplo el significado social de cada ambiente interior del hogar doméstico (el living, el comedor, la cocina, los dormitorios, el baño, etc.). Sin lugar a duda, estos ambientes interiores del hogar forma parte de la cultura (capital cultural) doméstica de cada clase social (capital económico), grupos de edad, étnicos y otros. En este orden de ideas resulta útil el concepto de "fachada interior", en el sentido del decorado aplicado a cada ambiente interior (living, cocina, comedor, etc.), la utilería de que uno se rodea para comunicar a los demás una impresión sobre sí mismo. Para ello es necesario compartir códigos comunes acerca del significado social de los ambientes, estilos (arquitectónicos, artísticos, de diseño y decoración), conceptos que actualmente tienen amplia vigencia (a pesar de los cambios socio-históricos y culturales de cada época).

Michael de Certeau (Tomo 2º) sostiene que el indicador hogareño, de la casa es: además de su ubicación geográfica en la ciudad (microcentro, suburbio), la arquitectura de la edificación y el estado de conservación, la disposición de los ambientes, piezas y habitaciones (en cuanto cantidad y tamaño), el equipamiento de comodidades en cuanto cantidad y calidad de los mismos (tipologías, diseños, estilos y materiales de los objetos, artefactos, productos y muebles), son todos "indicadores" (económicos, de status social) de sus ocupantes (Michael de Certeau, 1999).

Por ello analizaremos a continuación dichos ambientes (y lo contenido en ellos desde el año 1910 hasta 1990). Ámbito viene del verbo latino "ambire" que quiere decir rodear, en nuestra lengua designa al contorno de un espacio, aquello comprendido dentro de ciertos límites e incluye no sólo el ámbito físico sino también al conjunto de condiciones e influencias externas que afectan la vida y al desarrollo de la vida humana. Desde una perspectiva de las ciencias antropológicas la reacción del ámbito es la condición necesaria y suficiente para comenzar la adaptación cultural (Graciela Elena Caprio, 1985).

Pasamos a las conclusiones sobre cada uno de los ambientes mas importantes detectados y su objetos, productos, muebles y electrodomésticos desde inicio del siglo XX (1910) hasta aproximadamente su fin (sin pasarnos del año 1990).

La compactación del dispositivo de habitar moderno no hubiera sido posible de no mediar importantes transformaciones culturales que permitieron admitir como aceptable e incluso deseable el desarrollo de la vida doméstica en ámbitos de dimensiones relativamente más pequeñas, limitación que en etapas anteriores sólo era atributo de pobreza. Por otro lado, la desaparición formal de los recintos y sus tabiques divisorios será una puesta en crisis de los límites de los recintos que dará lugar a las fórmulas mixtas del lavadero-cocina, la cocina-comedor, el living-comedor o un "tercer" dormitorio que puede funcionar como escritorio o sala de estudio con biblioteca, habitación de huéspedes u otra función (como habitación para guardas cosas, etc.). Por eso en la casa moderna constituye una forma de habitar donde siempre "falta lugar" (Anahi Ballent, 1999).

Lugar para los objetos que se usan cotidianamente (y otros que las personas resisten desechar), lugar para muebles viejos (inútiles pero queridos por los recuerdos que guardamos de ellos, por acontecimientos o familiares fallecidos), lugar para los recuerdos y adornos de todas las cosas (imágenes incluidas) que hemos conseguido de viajes y otros acontecimientos culturales (casamientos, cumpleaños, etc.), también no es infrecuente que falte lugar para las personas (un nuevo hijo, un familiar que se queda a dormir una noche, un amigo de los chicos y otros). Todo esto y otras cuestiones ponen en crisis el siempre frágil equilibrio que sustenta el uso cotidiano de los espacios domésticos.

Por eso es que con el paso del tiempo, los lugares intermedios o áreas de circulación exclusivamente (como el "hall" o el "porch") se eliminaron, para ganar espacio para otras funciones como el living o para reducir el tamaño de la vivienda.

En la vida "moderna" y a media que avanzamos en el siglo XX, las habitaciones del hogar van perdiendo su carácter definido (una mayor informalidad se hace presente), donde hasta el comedor se hace una habitación para recibir personas, cuando en antaño estaba determinado hacerlo en otro espacio (ya sea en la sala o mas recientemente en el living).

Lo que se define aún hoy como una "casa moderna", descripto por Anahi Ballent, no ha variado en sus rasgos esenciales desde los años treinta, y se basa en ciertas características como la disposición y forma de la unidad; de provisión de infraestructura, con electricidad, agua y gas, higiene con ventilación y cloacas. También la tendencia a la compactación y a la distribución de los ambientes.

Como en todos los órdenes de la existencia, la modernización provocará especialización de los usos y funciones del habitar doméstico (esa separación de ambientes domésticos afecta también el interior de la casas la gran-burguesía y de los pequeños-burgueses del período 1870-1910), diferenciando ambientes y privacidades. El hogar posee algunos ambientes más "privados" y otros más "públicos" (o semi-públicos, dado que estas personas deben estar invitadas a pasar, para no sentirnos invadidos en la privacidad). Esto es importante en el sentido de que la vida privada se construye con la intimidad, como el índice de la vida moderna (Hannah Arendt, s/f. Citado por Gonzalo Aguilar, 1999).

En este sentido el dormitorio (lugar de dormir, vestirse o relacionarse con el sexo opuesto), como el baño (mucho mas privado que el dormitorio); son los dos ámbitos hogareños por excelencia privados. En tanto la cocina, el comedor y el living conformar los más públicos de los ámbitos privados (el living ya es semi-público, en el sentido que a una persona –incluso no tan conocida- la recibimos en dicho ambiente y no en la cocina que es ya mucho mas familiar e íntimo).

A continuación concluimos como se construyeron los distintos ambientes de la "casa moderna".

C1 – La sala de estar o living de clase media:

Este "espacio privado" (el más público de los espacios privados), es un lugar de circulación continua de personas entrantes y salientes (Michel de Certeau, 1999). En 1888 en esta sala no se comía, ni se dormía, ni se trabajaba por regla general, solo se recibía a las personas (Pancho Liernur, 1999). También por ello, el lugr habitual de la familia propiamente dicha no es el salón (Philippe Ariès y Georges Duby, 1989) sino la cocina (Bernatene y Gandolfi, 2000).

Mesitas, repisas, vitrinas invadirán este ambiente, conteniendo a los protagonistas principales: los objetos, artefactos y muebles; convirtiéndose en un lugar para colocar objetos bonitos (retratos de la familia, cuadros de valor), nosotros haremos más extensivo esto a otros muebles preciados, vajilla y cristalería en estantes de aparadores y repisas, otros productos y artefactos que ingresarán más adelante cuando el living reemplace directamente al Hall. Por lo que Liernur, parafraseando a Walter Benjamín dice que este coleccionismo del interior doméstico quita a las cosas de su carácter de mercancías.

 

En dicho ambiente (living), las cortinas solían ser de cretona o alegres colores y los muebles, cómodos, de líneas sencillas, sobre los que se colocaban carpetas o tejidos caseros, para cubrir las superficies desnudas. Además, era frecuente instalar algunas bibliotecas o estantes donde se colocaban libros, bibelots y floreros, generalmente con flores artificiales. Los sillones eran preferentemente de pana y los veladores, con pantalla de pergamino y flecos.

Sostiene Andrés Carretero, que en muchos hogares de clase media y alta, existía un hogar-chimenea para calefaccionar el ambiente en el invierno y convertirse en lugar de reunión familiar en torno al fuego.

Desde la décadas de 1910 a 1980 el mobiliario para hall, salas y living-room fue de estilo francés e inglés; con hogares y radiadores para calefacción; biombos; vitrinas; gabinetes; juegos de sofá, sillones y sillas; mesitas de sala; aparadores, estantes y trinchantes; artefactos de luz eléctrica y gas de estilo europeo; bronces, mármoles, cerámicas artísticas y cristales decorativos; alfombrados, tapicería y cortinados.

El lugar del hall sería ocupado en el período 1930-1976, por el living-room (que adoptaría la clase media). Anahi Ballent indica que living-room desplazó a la antigua sala (hall) como lugar de recepción de las personas a partir de 1910, dado que poseía demasiada solemnidad y formalidad para el siglo XX recién iniciado. Ya en 1930 se reducen los salones, antesalas y halles, los espacio mas públicos del hogar (Fernando Devoto y Marta Madero, 1999).

Esta habitación, la sala, ya en 1911 es criticada fuertemente como una habitación completamente inútil para la mayoría de las familias (considerada arcaica) y por eso dará paso al living-room como habitación "pública" por excelencia (para 1920 estaría plenamente afianzada en las casas argentinas).

En 1920 la sala donde se recibía a las personas menos conocidas era la mas paqueta; sus muebles de madera dorada en estilo borbónico, su alfombra mullida, pesados cortinados y una vitrina con "bibelots" (figuras pequeñas de adorno) eran las piezas principales de las salas de clase media (imitando a las de clase alta, en la medida de lo posible). Aquí también solía ubicarse el piano, instrumento todavía imprescindible para algunos.

Con el adelanto de las comunicaciones masivas y la entrada de la radio en el living (la cual congregaría a la familia y otros a su alrededor, del mismo modo que antiguamente lo había logrado –como acabamos de indicar- la chimenea o el gramófono-fonógrafo). La radio dominaría la década de 1920 y luego sería reemplazada en la década de 1960 por la televisión blanco/negro (que ya en las publicidades de 1950 empiezan a aparecer).

En las publicaciones de la época, la radio se presentaba como sinónimo de hogar (Andrés Carretero, 2000). La radio era el electrodoméstico de mayor popularidad y de uso más extendido en los años 1930 (ya que como Anahi Ballent cuenta, en el censo de 1947 se encontraba en el 54% de los hogares argentinos, porcentaje que en Buenos Aires alcanzaba el 82%).

Llama Gandolfi las "precursoras" a las radios a galena, las mismas serían superadas por la denominada "era valvular" o de lámparas. Prosigue su descripción en lo que denomina "entre el artefacto y el mobiliario"; por lo que la radio valvular se transformará en un mueble. La razón –argumenta el autor- de tal asimilación obedece por un lado al gran volumen -y peso- de los primitivos equipos que buscaban mayor potencia y, por otro, a la influencia de un precedente tipológico. Finalmente en 1955 vendrían las radios "transistorizadas".

 

A este fenómeno de la radio contribuyeron, desde la década de 1930, no pocas revistas de difusión técnico-científica como: Mecánica y Ciencia, Ciencia Popular, La Mecánica Práctica, Radio-Craft, etc.; y otros manuales como: Radio-manual del principiante, Manual del radio-estudiante, Manual del radio-constructor y Manual del aficionado. Paralelamente fue generándose cierta literatura, de carácter más específico (como Radiopráctica), destinado a entrenar técnicos en el armado y reparación de los nuevos aparatos (Gandolfi, 2000).

Por otra parte el desplazamiento progresivo de la madera (material típico de la "radio mueble") por la baquelita en la década de 1930 para la construcción de "gabinetes integrales" de formato vertical sobre chasis cuadrado, resultantes de la "rectificación" que sobre las primitivas capillas había impuesto la ya popularizada estética art decó (proceso que acompañó a otros objetos, como los teléfonos) fue diferenciando a los receptores portátiles de los mamotretos fijos, anclados en el concepto de mueble ("radios muebles") y reservados, dado su alto costo, al consumo suntuario. Estos radiorreceptores no lograron superar, sin embargo, el criterio tradicional de caja en cuanto se mantuvo la clara diferenciación por caras: base y tapa, laterales, fondo y frente. Este último plano fue el portador de los mayores cambios tanto por razones técnicas, como alojar el parlante, como por opciones estéticas, como conferir al calado un carácter netamente geométrico (Gandolfi, 2000).

Si bien tras la segunda guerra mundial la madera fue desplazada por la baquelita en la fabricación de gabinetes, el uso de la madera tuvo continuidad debido a sus cualidades acústicas que potenciaba las prestaciones de los receptores pero, fundamentalmente, en las posibilidades de aquel material de transformar un equipo técnico en un artículo suntuario o de lujo. Por otra, el uso de la madera se hacía inevitable en la fabricación de los voluminosos combinados, dada la afinidad de esos artefactos con el resto del mobiliario doméstico; de allí que, a pesar de los diversos cambios tecnológicos operados en años futuros, el mismo material haya acompañado la tipología hasta su desaparición a mediados de la década de 1970. Gabinetes realizados en madera adoptaban inclusive conformaciones que habían surgido de las posibilidades plásticas de la baquelita (estos aspectos se hicieron particularmente notorios durante la década de 1940, cuando la mayoría de los modelos adoptan los diseños con superficies de doble curvatura, típicos de la baquelita). Superada la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo de materiales plásticos abrió un camino de lenta sustitución de la baquelita como materia prima para la fabricación de gabinetes (pero no fue tanto sino hasta la llegada de los "fríos" transistores que lo hacían un material más conveniente para temperaturas mas bajas). Además a los plásticos se les podía incorporar color (cosa que no sucedía con la baquelita que era pintada) (Gandolfi, 2000).

Como para otros objetos industriales, la radio conoció sus años dorados durante la década de 1930 y si bien los acontecimientos bélicos de la Segunda Guerra Mundial la mantendrían como artefacto comunicacional en el centro de la escena, sucumbiría progresivamente ante el interés técnico en la televisión. Hacia fines de la década de 1950 las publicaciones locales del rubro de difusión técnico-científica fueron definitivamente desplazadas por la veterana Mecánica Popular, edición en español de la norteamericana Popular Mechanics Magazine. Para entonces la radio ocupaba un lugar compartido con la televisión y la electrónica. Si bien la actividad de los radiotécnicos en lo referente tanto al armado como a la reparación de radios fue disminuyendo -fundamentalmente a partir de la introducción de los circuitos de estado sólido- la persistencia de quienes fabricaban sus propias radios se extiende hasta entrada la década de 1970. Este fenómeno puede verificarse a través de las propuestas de revistas especializadas tanto como en la persistencia de casas del ramo, prácticamente desaparecidas desde lo década de 1980.

Mientras se incorporaba y expandía la radio –durante los años veinte y treinta- se desató una pasión desenfrenada por la invención entre cuyas anticipaciones imaginarias la televisión ya ocupaba un lugar destacado. En el mundo de la electricidad y la radio se siguieron los resultados de las pruebas experimentales de transmisión a distancia con gran atención y, aun en los medios no especializados, se hablaba de las mismas con la naturalidad de un hecho próximo a la vida cotidiana.

A partir de 1950 la televisión, le quitaría el trono a la radio. Pero no solo el tema de la "imagen" (televisión), sino también el tema de la "audición" (ya sea por medio de teléfonos, radios, tocadiscos de vinilo, videograbadoras) se han visto revolucionadas en la vida doméstica (Michael de Certeau, 1999).

Aunque la evolución histórica de la televisión puede ser rastreada desde el año 1746, a nivel mundial debió afrontar diversas dificultades, para concretarse en el artefacto electrónico que hoy en día todos conocemos. Su evolución histórica, en tanto invento a nivel mundial, fue compleja. Pero el boom que generaría a nivel social la convierte en el medio más rápidamente asimilado a la vida cotidiana.

La televisión ocupaba un lugar en los sueños de las personas antes de que formara parte de su vida cotidiana. En la Argentina, escribe muy bien sobre el desarrollo de esta "utopía técnica", que en 1928 ya se anticipaba como una realidad Mirta Varela en La televisión criolla. Tomando el período 1951-1969, la autora indica que en ese tiempo se produce un pasaje de la "televisión" al "televisor", es decir de las utopías de transmisión de imágenes a distancia (cuyo símbolo recurrente sería la antena transmisora o tele-transmisora, en las publicaciones de ese momento; transformándose en un ícono ligado al imaginario de la transmisión a distancia) al electrodoméstico que aún no tenía un espacio propio en el hogar. Lo que era descripto por Caras y Caretas como el invento de la transmisión de imagen por hilo telefónico, el 27 de noviembre de 1924. Pero problemas técnicos y políticos demorarían su entrada, hasta terminada la Segunda Guerra Mundial.

También se hablaba de la "radio-visión", "visiotelefonía" (la televisión se presenta como complemento del teléfono) y "radio-cinema", para describir a la "tele-visión"; al mismo tiempo que se produce esta indefinición, resulta notable la cercanía cotidiana con la que se piensa la televisión en 1924. No se trata de un invento con aplicaciones lejanas, sino de instalación inmediata entre los hábitos culturales preexistentes y ligados a la radio. Sin embargo, el modelo del pionero que tanta ensoñación había producido en el caso de la radio, no podrá repetirse con la televisión (la televisión tardaría muchos años en desplazar a la radio en la vida cotidiana).

La televisión iniciaba en Argentina (en la década del ´50) un proceso de apoderamiento del espacio doméstico que antes lo había tenido la radio (en la década ´20). Copiando las pautas de la radio (debido a la ausencia de legislación televisiva hasta 1955), los programas duraban 30 minutos, con 2 tandas publicitarias que variaban de 3 a 5 minutos (con 3 avisos publicitarios); al principios se usaban los "slides" (o cartones publicitarios de productos de consumo cotidiana: sombreros, arvejas, tomates, zapatos, etc.). Un hecho curioso fue que los locutores publicitarios tuvieron una repercusión más rápida en el público que los actores o conductores de los programas de televisión. Durante la década de 1950 la televisión difícilmente pudiera ser comparada con la radio o el cine en cuanto a su capacidad de captación de un público.

Si en la imaginación popular, la radio podía ser atribuida a Guglielmo Marconi y el teléfono a Graham Bell, la televisión, en cambio, no se presenta asociada a un nombre heroico (si bien en Gran Bretaña, John Logie Baird es presentado como el "inventor oficial" de la televisión con todas las características biográficas necesarias para el arquetipo del "inventor" como lo describe Beatriz Sarlo en La imaginación técnica. Se trata de una historia claramente parcial donde el escocés Baird se convierte en representante británico en un momento en que los relatos bélicos exigían la exaltación de las identidades nacionales).

El modo de acceso al televisor también diferiría radicalmente de los "modos de apropiación" de los aparatos de radio. Dado que la radio se podía armar en un taller casero, pero la televisión (por su complejidad técnica) no. Los distintos modos de apropiarse -o "domesticación" (Silverstone, 1994)- de la televisión cuando ésta todavía era un objeto extraño, no son más que diferentes estrategias de volverla familiar (sin embargo la radio era todavía percibida como el medio más cálido en aquel momento de la década de 1950, es necesario aguardar a la televisión de la década de 1960 para encontrar una generación televisiva por haber compartido la experiencia de ver El capitán Piluso y otras programaciones).

La televisión si bien se consolida en la década de 1950 en EE.UU, en la Argentina lo hace en la década de 1960 (lo cual reafirmaría la hipótesis del retraso con que se expande la televisión, comparada con EE.UU). En 1960 habian solo 450.000 aparatos receptores de televisión (televisores) en la Argentina. La escasez de televisores, convertían la recepción televisiva en un verdadero ritual (se "iba a ver televisión" como una práctica más parecida a ir al cine que a escuchar la radio). También entraría a otros ambientes de la casa: la cocina y el dormitorio con mayor posterioridad, cuando ya se hubieran familiarizado.

La apropiación de la televisión por parte de la sociedad argentina demora casi veinte años e incluye dos etapas bien diferenciadas entre sí, tanto desde el punto de vista de la historia del medio como del contexto histórico político de la Argentina. Los diez primeros años (1951-1960), un tanto primitiva, todavía presentaba desinterés en el gran público (resultaba difícil encontrar algún atractivo para quedarse a ver cómodamente desde la casa, fue necesario esperar a que algo se modificara en la vida cotidiana, en los hábitos respecto de otros consumos culturales); y recién en la década de 1960 se convertiría en un verdadero medio de comunicación de masas de nuestra cultura popular-nacional (cuando se instalara cómodamente en la Argentina y la audiencia en el sillón). Aspecto que tanto la semiología como el marxismo habrían pasado de por alto (Mirta Varela, 2005).

La primera transmisión pública de canal 7 de Buenos Aires (dependiente de LR3 Radio Belgrano), se realiza el 17 de octubre de 1951, con la transmisión del acto del Día de la Lealtad (acto del gobierno peronista), realizado en Plaza de Mayo, acontecimiento con el cual se instala oficialmente en nuestro país la televisión. Desde las casas o los bares se podía asistir al multitudinario acto político que emitía Canal 7 (la única señal entonces existente en la Argentina). Las imágenes de las obras arquitectónicas más típicas del peronismo, entre las cuales se destaca la antena de televisión, con un equipo instalado, que para la época era el más potente del mundo (bañaban del sueño de la modernidad al país, aunque los equipos eran comprados afuera, pues no se los había inventado y ni siquiera fabricado en la Argentina; y se necesitaba además enviar a los técnicos a aprender el funcionamiento del medio a otra parte.). Una mención especial merecen las unidades básicas que son recordadas en muchas entrevistas como uno de los lugares a donde se va a ver televisión como resultado de una planificada recepción masiva de una televisión que está fuertemente identificada con el peronismo.

Durante la etapa peronista fueron muchos los actos públicos televisados y las transmisiones oficiales desde Casa de Gobierno. Si había algún acto especial se interrumpía la programación. Incluso, para Borges, la política peronista fue una "ficción escénica" que utilizó "procedimientos del drama o del melodrama" (Varela, 2005). La interrupción más notable fue durante el duelo por la muerte de Evita.

Si la prensa fue sostenida inicialmente por sectores conservadores, la burguesía nacional no se encuentra interesada por la televisión. Ese lugar pasa a ser ocupado por el Estado y es Perón quien motoriza su inicio. La entrada de la televisión el la Argentina (impulsada por la vía estatal) es radicalmente distinta a lo sucedido en EE.UU. (que fue impulsado por la vía privada).

Sostiene Mirta Varela que los electrodomésticos han servido como símbolo del primer peronismo. Se trata de un período en el que nuevos sectores sociales se incorporan al consumo y la estabilidad laboral y económica aceleran el acceso a ciertos bienes: "la casa propia" en primer lugar, pero también la heladera, el lavarropas, la licuadora, herramientas de trabajo, radios, combinados y cocinas que si bien no producen transformaciones tan estructurales como la vivienda, resultan tanto o más espectaculares en cuanto símbolos de movilidad social. La heladera es el electrodoméstico más publicitado en diarios y revistas de esa época y, de acuerdo con un informe de 1952 de la empresa Siam Di Tella, se habrían vendido un 600% más unidades en esos últimos dos años que en la década de cuarenta. Es probable que la heladera produjera cambios más notables que el televisor en la vida cotidiana. El discurso oficial del peronismo, el derecho a un espacio doméstico confortable y a un tipo de domesticidad similar a la de los ricos sirve como promesa de dignificación para los trabajadores.

La adquisición temprana del primer televisor se coloca en relación con la compra o el uso de otros electrodomésticos (no con el hecho de ver televisión). Un televisor a comienzos de la década de 1950 valía aproximadamente el doble que una heladera. Sólo el status o el placer de estar al día en la carrera tecnológica (en todos los casos un alto poder adquisitivo) podían justificar su compra. Porque un solo canal que transmitía pocas horas al día (como Canal 7) una programación más que precaria, difícilmente justificaban el desembolso de la inversión requerida. De allí que los "aparatos" sean tan importantes en ese primer momento.

Si el televisor todavía era en 1953 algo para la clase alta (que se ubicaba principalmente en el living), pero en 1960 ya había cambiado esta situación; y antes de la década del ´80, para los sectores de clase baja (clase obrera) poseer un televisor (blanco y negro) era un signo de estatus, durante la década de 19´80 hace su aparición el televisor a color (al alcance de las clase alta primero y medias luego); pero a principio de 1990 el televisor a color deja de ser un rasgo diferenciador de clases sociales (con diferentes niveles de dificultad, todos podían mas o menor tener un televisor).

Su carácter doméstico modificaría profundamente las formas de la vida privada, dado que este nuevo artefacto doméstico desintegraría los muros que separaban vida "privada" de vida "pública" (introduciendo la vida "pública" dentro del ámbito "doméstico"). Este objeto era de difícil ubicación doméstica, al principio (hasta encontrar luego su lugar en el living, la sala de estar o el comedor). Durante la primera mitad de la década de 1950 la televisión se miró fuera del living (en unidades básicas o clubes sociales).

Al principio, el televisor no estaba allí donde transcurría la vida cotidiana. El televisor único se encontraba en un lugar especial (el comedor grande de las visitas, la sala de estar o el living) y a los niños se les daba permiso en los horarios estrictos que estaba el programa que ellos querían ver (se trata de una televisión que recorta un momento ritual donde el espacio también juega un papel importante y permite especificar las fórmulas de prohibición y permiso para los chicos). La radio también había estado ritualizada (el radioteatro después de cenar), del mismo modo que lo estaría la televisión tiempo después (el teleteatro a la hora de la siesta, cuando la ama de casa planchaba la ropa). En este sentido no parece casual que uno de los programas más exitosos fuera Teleteatro para la hora del té que comenzó a emitirse a principios de 1958. La pretensión de los nuevos canales en la década de 1960 por convertirse en la fachada de renovación de la clase media, pudo verse en: La familia Falcón (prototipo de la clase media porteña de la década de 1960, continuidad televisiva del éxito radial de larga duración de la década de 1950: La familia Gesa).

A diferencia de la radio, la televisión impondría otras actividades simultáneas (para el ama de casa significaría planchar la ropa viendo la telenovela de la hora de la siesta, para los chicos que regresaban del colegio del turno tarde significaría tomar la leche viendo los dibujos animados, para el señor significaría ver los programas políticos luego de cenar tomando un café de sobremesa).

El pasaje de la televisión del living a la cocina estará asociado a la facilidad para la dispersión y la simultaneidad con otras tareas (algo recurrente en los testimonios femeninos, pero el televisor todavía estaba más cerca del sillón del living, que de la tabla de planchar).

Las imágenes publicitarias hablaban de una televisión para una familia tipo, sentada en el living, mirando atentamente la pantalla. Los testimonios hablan, al principio, de una recepción muy distinta de la rutina doméstica (vidrieras, bares, confiterías, clubes, unidades básicas o la casa del vecino, el amigo, el pariente. Sábados y domingos, especialmente, la televisión todavía es un acontecimiento marcado, separado de la rutina. Es un espectáculo regulado, con una programación muy discontinua y que se va a ver fuera del hogar, ordena encuentros, programa salidas). Lo cierto es si bien había pocos televisores, al principio, estos contaban con una audiencia superior a la familia tipo que representaban las publicidades.

Se ha señalado en varias oportunidades la relación entre las características de los textos televisivos y su recepción doméstica. Las comedias familiares, las telenovelas y todos aquellos géneros televisivos que proponen una representación de la familia funcionaron como modelos de vida familiar y de domesticidad correcta, especialmente para el ama de casa instalada en los suburbios después de la guerra (Tichi, 1991. Spigel, 1992. Silverstone, 1996 y Varela, 2005). Más allá de ese contexto histórico preciso, la televisión ha promovido esquemas de percepción de lo "hogareño" que siempre se han relacionado con las pautas de recepción doméstica del medio. Las comedias familiares y las telenovelas fueron y son aún géneros centrales dentro de la programación. Se trata de matrices que ya estaban presentes en la programación radial previa y que se siguieron explotando en la televisión con éxito.

Para Gonzalo Aguilar las tres dimensiones fundamentales de la vida privada que fueron modificadas por el nuevo medio son: 1) la noción de lugar, 2) la vivencia de la intimidad, y 3) el contraste con la "vida pública".

La experiencia televisiva básica consiste, entonces, en que los lugares donde las personas tienen que inscribir su experiencia y sus prácticas se alteran (la vida íntima, con su nuevo modo de interpelación, redefinió algunas características de la vida privada, así como las formas de ingreso de la "vida pública" dentro de la "vida privada" del hogar). Los monólogos de algunos personajes de televisión mirando la cámara, acentúan el contacto con el público a través de la mirada a la audiencia. La mirada a cámara en medio de un programa de ficción desmiente la dicotomía para distinción entre "ficción" y "no ficción" (Umberto Eco, 1987); y confirma, en cambio, la importancia del "contacto" propuesto por la discursividad televisiva (Verón, 2001). Así los personajes de La familia Falcón de la década de 1960, producen el efecto de estar hablando en continuidad con el espectador, borronenado los límites entre ficción y realidad (Mirta varela, 2005).

En las conversaciones cotidianas y también en algunos estudios críticos, se le atribuían a las "innovaciones tecnológicas" (como el televisor) cambios en la vida social, en la historia y hasta en la naturaleza humana.

La televisión se convertiría en un objeto necesario de la vida simbólica de los ocupantes de la casa, que conferiría "status" (o distinción social) a quien lo poseía; en algunos casos el mueble que combinaba radio, tocadiscos y televisor debía armonizar los televisores con los ambientes de jerarquía. La revista Teleastros (que en su época costaba $5, cuando las restantes revistas como: Antena, Radiolandia o Sintonía costaban $1,5 nos habla de una revista repleta de muebles de "estilo" que combinaran con la televisión; para no romper el decorado del hogar con este invento tecnológico, difícil de hacer combinar con el resto de los muebles, por lo que se buscaba un "camouflage" con el mobiliario. Estamos hablando de "muebles-televisores"). La tecnología de la televisión no era necesariamente práctica y definitivamente no era decorativa, salvo que se le sumen agregados vistosos (las revistas para el hogar tardarán décadas en ofrecer "soluciones" para el televisor que consistirán en el modo más adecuado de ocultarlo o disimularlo).

Durante el período 1950-1959 la televisión compitió con otros eventos que convocaban multitudes e imponían un tipo de sociabilidad contra las calles de paseo, los cines, los teatros, los restaurantes, los bailes, el carnaval. Como se transmitía en artefactos que todavía eran costosos (sólo en la posterior década de 1960 se abaratarían, tiempo en que la radio ya era portátil), que no todos podían tener, el uso del mismo y el consumo de los programas televisivos estaba asociado a un tipo de sociabilidad especial en el que todo el barrio se reunía para asistir a un partido de fútbol o a una pelea de box.

Para las familias tener un aparato de televisión era cada vez más una necesidad.

Cuando la radio era portátil (fines de la década de 1950 y principios de 1960) y se va "afuera" de la casa y la televisión se hace más barata (década de 1960), es el momento en que esta última se apodera del "adentro" de la casa (que tiempo atrás había sido dominio de la radio). Además la televisión tendría algo que la radio no: esa sensación de "realidad" e inmediatez (el televidente se sentiría inmerso dentro de las imágenes).

Teniendo lo que el autor describe como "elasticidad" de usos, la televisión, fue variando sus usos, desde lo educativo y cultural en la primera década de vida de los años ´50 en la Argentina, hasta el espectáculo luego (entretenimiento y ocio); y fueron las políticas culturales y no las innovaciones tecnológicas (descripto por Gonzalo Aguilar como "determinismo tecnológico") las que más decidieron sobre el nuevo medio.

El determinismo tecnológico supone que los cambios sociales se producirán de modo casi automático una vez que hayan sido introducidas las nuevas tecnologías, como la televisión (pero la historia demostró lo contrario). Ya que ell modelo implícito de evolución social cuando se basa en la "innovaciones tecnológicas" (determinismo tecnológico), supone que el desarrollo social se encuentra determinado casi enteramente por el tipo de tecnología que una sociedad inventa, desarrolla, o es introducido en ella. O sea, que la historia cultural del espectáculo, sumado al carácter comercial de los canales y la inestabilidad política lo que le dieron un uso muy distinto al que se pesó debía tener (exclusivamente educativo y cultural).

Aunque cierta cuota de verdad había en que la tecnología modificaba los comportamientos y hábitos sociales; pues, en la década de 1950 la televisión provocaba reuniones comunales, en la década de 1960 pasó a ser parte del grupo familiar y, en las décadas siguientes se convirtió en un objeto personal que hasta podía servir para establecer una distancia con la propia familia (cuando los chicos de la casa se encierran en el cuarto a ver televisión). Este proceso de apropiación individual creciente es, sin embargo "social" y no responde sólo a la "tecnología" televisiva o mediática. Es evidente, indica Gonzalo Aguilar, que esto fue posible porque el televisor se transformó en un artefacto accesible económicamente, pero la tendencia a disgregar la autoridad familiar y a establecer relaciones individuales con los objetos en espacios aislados es propia de la "modernidad" (pues, nada en el artefacto tecnológico de la televisión atenta contra un uso comunitario o "grupal", y las personas lo adoptaban como aparato de uso "individual" en muchísimas ocasiones).

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