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Relacion Arte, Arquitectura y Diseño Industrial en objetos domésticos de la Argentina desde mediados de S. XIX y hasta fin de S. XX (página 4)

Enviado por Ibar Anderson


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Desde el año 1960 en adelante, la red audiovisual se expande "cuantitativamente" (debido a una mayor cantidad de aparatos de televisión, crecimiento de las redes, instalación y uso de satélites de comunicaciones) y "cualitativamente" (según los distintos grupos: edad, clase, sexo, ocupación, nivel cultural y otras características que segmentaban los mercados). Convirtiéndose en un signo de confort doméstico, en tanto los programas televisivos se expandían diversificándose hora a hora (a la tarde primero y a la mañana luego, un horario, este último que pertenecía a la radio) y día a día (fundamentalmente los fines de semana por razones de ocio, se extendían los horarios de la programación hasta pasada la medianoche).

La programación estaba pensada en función de los horarios de un familia (a la mañana programas educativos para los chicos, a la tarde programas domésticos para la mujer "ama de casa", a la hora de la merienda programas infantiles para los niños que regresaban de la escuela, a la cena algún programa familiar, y por último alguna película). En las tardes hogareñas, la mujer sin el marido (que estaba trabajando) y sin los hijos (que estaban en la escuela), podía encontrar en una serie de programaciones (telenovelas, cocina y otros) una buena compañía. En este sentido, las telenovelas, uno de sus géneros más populares, construye los vínculos hogareños en clave melodramática con un éxito que permite pensar que está plasmando fuertes configuraciones del imaginario colectivo.

El televisor empezaba a ocupar ese corto pero poderoso espacio de consumo adulto a la noche (programas de discusión política y otros), como una recompensa de tranquilidad "privada" frente a un agitado día "público". Asimismo generaba una situación conflictiva con los padres que debían empezar a regular los límites horarios para consumir televisión en los chicos (lo que además le quitaba tiempo para las tareas escolares si no era adecuadamente controlado por los adultos).

Además otros responsables de la educación: maestros, profesores, pedagogos, psicólogos (incluso sacerdotes), se empezaron a preocupar por las consecuencias de pasar mucho tiempo frente a la televisión (problema cuantitativo) y por los contenidos de los programas (problema cualitativo); en este sentido tanto el conservadurismo y el catolicismo (en sentido negativo) como así también los progresistas (en sentido positivo) se empezaron a preocupar emitiendo consideraciones: morales, pedagógicas y políticas sobre los programas de televisión. Para los discursos "moralistas" se pensaba en el mal que podía producir los programas de televisión en cuanto a los contenidos éticos que en ellos se proponían, en tanto para los discursos "progresistas" se pensaban en las ventajas pedagógicas que este nuevo instrumento abría a los jóvenes para el aprendizaje y para los discursos "políticos" se pensaba en la alineación y manipulación de las masas juveniles.

Como el televisor exigía mayor concentración (con la radio, se podía hacer las tareas del hogar, escudando la programación), esto implicaba quedar atrapado o "hipnotizado" mirando la pantalla (lo cual para algunos significaba "perder el tiempo"). Incluso el mismo Jorge Luis Borges detestaba a la televisión, porque consideraba que podía ser algo educativo, pero lo que daban no lo era. Nadie discutía las capacidades pedagógicas de la televisión aplicada alas prácticas de la vida cotidiana; de allí que se intentara enseñar cocina, costura y belleza (el clima pedagógico cultural de esta primera mitad de la década se conjugaba con la presencia de espacios de educación doméstica).

En el período 1960-1970, un rasgo de "intelectualidad" era no tener televisión, en 1990 el rasgo será tenerlo pero no encenderlo (para los sectores que consumían cultura de prestigio, la televisión era una amenaza para la cultura de los libros). Por ello es que los televidentes "cultos" o intelectuales veían aterrados a los jóvenes (alineados) frente al televisor y a las familias que perdían (improductivamente) su tiempo frente al televisor. Por lo cual se buscaría diferenciar los niveles culturales implícitos en los programas (cultos que dejaban "algo" al público versus los entretenidos y/o de mal gusto que no dejaban "nada"); pero no era tan fácilmente separar la "cultura de elite" de la "cultura popular" (de masas).

A fines de la década de 1960 ya no se trataba de tenerla o no, de encenderla o de dejarla apagada. La imagen televisiva ya era un nuevo dato con el que debía contar toda delimitación de una vida privada propia.

La televisión entra en la vida política a partir de 1969 (por motivo del "Cordobazo", evento histórico-político de gran trascendencia) y en las campañas presidenciales de 1972 y 1974 está plenamente instalada.

Dice Gonzalo Aguilar que la televisión, por bastante tiempo, sobrellevó el estigma de no pertenecer al mundo de los objetos culturales interesantes (solo sería un emblema "pequeño-burgués" o de las "clase media", emblema de encierro doméstico, intimidad privada, o un elemento para estar mas tiempo dentro del hogar). El autor dice que la televisión, en Argentina, fue un factor fundamental de unidad territorial que reafirmaba el poder de Buenos Aires (sobre el Interior); porque (y aunque los programas hablaban de la problemática, mas porteña que provinciana) los hogares recibían una uniformidad que eran las mismas imágenes para todos y escuchaban los mismos mensajes televisivos (lo cual les proveía el mismo imaginario colectivo). Aumentando cada vez más su poder de alcance (mas ciudades del interior).

Asimismo dos espacios se vinculaban en el hogar: el tridimensional de los cuerpos de las personas (real) con el de los cuerpos de la pantalla de televisión (virtual). Además si ante los programas eran en "directo" luego serían en "diferido" (grabados y retransmitidos gracias al video-tape).

Respecto del tipo de programación "distendida" (películas), los informativos impondrían un tipo "estresante" de programación (por el impacto de las noticias); noticieros que en el año 1963 tardaban 15 minutos (tipo formato radial de lectura informativo).

Si el aparato de televisión desintegraría los muros de la "privacidad" doméstica, también los reforzaría en el sentido de que ya no sería necesario ir afuera del hogar en busca de las noticias (periódicos, revistas, espectáculos, etc.), pues los mismos ingresaban al hogar gracias a este aparato que modificaba las costumbres de antaño. La vida social y "pública" ingresaba de este modo a la vida "privada" (hogareña o doméstica).

El animador televisivo (con apariencia de hombre/mujer común, de todos los días) se dirigía a las personas sentadas en el living de su casa o en las sillas de la cocina y/o comedor, entrando en la intimidad de la familia e interpelando (en este acto de singular popularidad como las publicidades) a los habitantes del hogar. En este sentido la televisión era mucho más popular que el cine o la radio y su presencia marca el ingreso del espectáculo en el hogar (la "distancia" del espectáculo se mezcla con la "cercanía" de la intimidad).

El ámbito de un programa televisivo se mimetizaban con los espacios domésticos, convirtiendo a un estudio de televisión en un living en cuyos sillones se sentaban los invitados del programa, por lo cual alguien "público" (una figura del ambiente artístico o político, por ejemplo) ingresaba a la "privacidad" del hogar (es el caso de Almorzando con las Estrellas de Mirtha Legrand). También, la televisión es el primer espacio en el que se cuestiona la pretendida neutralidad de los medios entendidos como meros instrumentos para la difusión de la cultura.

La llegada del hombre a la Luna, mundialmente televisada, también lo fue en Argentina. Pero este hecho tenía relaciones, dentro de la cultura norteamericana, con la familia suburbana que ahora se estaba trasladano al espacio: Los supersónicos (The Jetsons), sería el mejor ejemplo de esta mudanza de los tiempos: una familia como todas, pero en la futura ciudad espacial, estaba expandiendo a una familia blanca de clase media y consumista hacia el espacio exterior (Mirta Varela, 2005). Otras comparaciones con Julio Verne fue, obviamente, el lugar común (dado que en el cine, la innovación técnica podría rastrearse en una historia de los efectos especiales que, no casualmente, se han empleado extensamente en la ciencia ficción. En la televisión, se concretó un viejo sueño de la ciencia ficción –el viaje a la Luna-).

La llegada del hombre a la Luna sólo podía verse por televisión sostienen simultáneamente Mirta Varela y Gonzalo Aguilar (como una confirmación simbólica de la supremacía norteamericana sobre la Unión Soviética en la competencia de la "Guerra Fría" que ambas potencias habían entablado desde fines de la Segunda Guerra mundial, llevado el triunfo norteamericano al living de los hogares, por el camarógrafo-showman Niel Armstrong). En la Argentina, ésta fue la primera transmisión por satélite a través de la flamante estación de Bahía Blanca fundada ese mismo año. Su consecuencia era obvia: la cámara podía llegar a partir de ese momento a cualquier lugar. La Luna, símbolo del misterio y de lo inalcanzable develaba su imagen de territorio pedregoso y transitable en el mismo living del televidente. Si el registro de imágenes y su transmisión en directo podía alcanzar lo que en el imaginario popular era lo más lejano, no había entonces lugar al que no pudiese llegar. A partir de entonces, la expansión de la televisión se volvía virtualmente universal y los hogares que antes estaban apegados a una región pasaron a formar parte de una red que llegaba hasta donde, antes, sólo las ficciones o los mensajes lingüisticos podían llegar (Gonzalo Aguilar, 1999).

Pero Onganía –que había visto las imágenes por televisión desde la residencia presidencial- emite un comunicado que en un tono similar saluda el hecho en tanto símbolo de la confraternidad Humana, poniendo en evidencia que la Argentina, en tanto nación, no tiene nada para celebrar. La llegada del hombre a la Luna disuelve al país en el ritual mundial norteamericano y si logra diferenciarse es sólo para señalar su dependencia técnico-económica (Mirta Varela, 2005).

Nixon y Onganía, la familia Smith en EE.UU. y la familia González en Argentina, todos resultaban igualados, confraternizados y parte de la gran familia humana (como televidentes).

Como en la casa de la típica familia norteamericana a donde llegaban amigos y parientes, la gente necesitó congregarse, convertir el acontecimiento en un ritual. Fue la primera vez que una transmisión simultánea llegaba a prácticamente todo el mundo, la primera vez que la humanidad toda se reunía simultáneamente a ser testigo de un hecho. Pero la traslación de los valores domésticos asociados a la televisión norteamericana de esos años no puede producirse sin fisuras en la Argentina (dado que la televisión fue percibida como uno de los principales agentes de la cultura trasnacional, o cultura mundial fuertemente norteamericana o "norteamericanizada"; que además consolidaba nuestra dependencia técnica frente a la tan deseada modernización, no solo denuncia la amenaza que atenta contra la identidad nacional). Lo cual confirma la hipótesis de la invasión trasnacional y la relación entre la publicidad talevisiva y la expansión del consumo entre la clase media urbana en Argentina de los sesenta.

Según Eric Hobsbawn en el período 1950-1970 se desarrolló un "terremoto tecnológico" (en los países desarrollados) que se transferiría lenta y paulatinamente a los países subdesarrollados, transformando la vida cotidiana de millones de personas. La aparición de radios transistorizadas, casetes de audio, discos de vinilo, televisión, equipos electrónicos de tipo como de video doméstico y otros, continuaría hasta sobrecargar de objetos este ambiente no solo es descripto por Eric Hobsbawn sino por Michael de Certeau en co-autoría con Luce Girad y Pierre Mayol.

El living-room será el espacio mas "público" de la "casa moderna", el recinto que se ampliará (a costa de quitarle espacio al comedor, la cocina, el baño y el dormitorio), el lugar de encuentro familiar, sería el lugar mas donde se comparten alegrías y dolores con los amigos (Anahi Ballent, 1999). Y la televisión luego de la radio, ayudó mucho a que así suceda.

C2 – El comedor de clase media:

Este ambiente es lo que Liernur (parafraseando a Leune Demailly) describe como el verdadero lugar de reunión de la familia. Lugar de nexo entre las partes más "privadas" (cocina y dormitorios) y la más "pública" (living-room) de la casa, donde se recibían las visitas mas allegadas y se cumplía con la función de comedor diario de la familia (tratando de mantenerse alejado de la cocina) (Andrés Carretero, 2000).

En 1920 el comedor era el centro del hogar, donde se reunía la familia y sus amigos más íntimos. Una mesa rectangular, de ángulos redondeados y de largo variable según el número de tablas que se agregaban o quitaran entre las dos cabeceras, era su pieza fundamental. Un gran aparador, alto y pesado, aunque ya empezaba a rechazarse en las nuevas familias acompañaba a la mesa.

Uno de los muebles principales obviamente es la mesa (donde se comen los alimentos y se dialoga haciendo sobremesa con alguna infusión: té o café, acompañado de algún postre), pero también está el aparador (donde se guardan enseres y otros objetos necesarios: vajilla diaria, manteles y otros productos). En el comedor se debe cuidar de no amontonar los objetos de fantasía y otras cosas que no corresponden a este ámbito (sino más bien al living), recomendación que perdurará hasta 1920.

En las casas pequeñas donde no hay sala o hall (ambiente semi-público del hogar premoderno) ni living (ambiente semi-público del hogar moderno), las personas allegadas a la familia se reciben en el comedor (donde se come, se hacen sobremesas y se pasa varias horas del día).

Desde las décadas de 1910 hasta 1980 el mueble –ameublement- en general, juegos de comedor (aparadores, alacenas, mesas con sillas) no sufrió grandes cambios. Y este ámbito y sus muebeles guardaban los enseres domésticos de la cocina. Si observamos las publicidades de principio de siglo XX (de la década de 1910 hasta 1920), podemos citar la importante cantidad y calidad de orfebrería; juegos de porcelana; cristaleria; plateria y cubiertos; vajillas; jarras, cafeteras y teteras; juegos de bateria, ollas y sartenes; y otros enseres culinarios, artículos de bazar y menaje que aparecían en las revistas como Fray Mocho y PBT. Los cambios más grandes no se evidenciarían en el comedor, sino en el ámbito de la cocina.

C3 – La cocina de clase media:

La cocina, la más endemoniadamente caliente habitación del año 1880. Donde el cocinero, a la manera del Fausto de Goethe debía hacer un pacto con el fuego de Mefistófeles -"cocina económica" de fundición de hierro alimentada a carbón- para lograr la cocción de los alimentos. Lo que Charles Dickens llamó en 1840 (los demonios del fuego): "monstruos rojos y calientes" (Siegfried Giedion, 1978). Dado que la cocina, es esa pieza ardiente, teatro de las "artes de hacer" y del "arte de alimentarse" (Michel de Certeau, 1999).

En este lugar se lleva a cabo uno de los puntos más importantes de la "cultura ordinaria" (lugar de prácticas culinarias, que se sitúan en el nivel más elemental de la vida cotidiana). Para nosotros es el teatro de las clases sociales (lugar de puesta en escena de uno de los pasajes más importantes de la vida cotidiana doméstica, como Gandolfi y Bernatene lo señalaron).

Liernur sostiene que en el año 1900 la cocina moderna "ideal" se asemejaba a una dependencia de hospital (muy pulcra pero poco atractiva estéticamente), y su versión real, a un recinto fabril (repleto de humo, hollín y cenizas, con mucho calor debido a la cocina económica), donde la clase media se constituyó con la transformación de este recinto en el corazón del hogar. Por lo que no se equivocaron Gandolfi / Bernatene / Ungaro en definirlo como "el sitio de socialización por excelencia de la vivienda" también definido como "lugar por excelencia del trabajo doméstico" según Jorge Liernur y Fernando Aliata en el Diccionario de Arquitectura en la Argentina. Efectivamente, los Reglamentos de Construcción de las ciudades argentinas, vigentes en las primeras décadas del siglo XX, dividen la casa en dos ámbitos netamente definidos: "locales habitables" y "locales no habitables" (incluido dentro de este último la cocina y sus dependencias, al igual que los otros espacios destinados al trabajo doméstico como cuartos de planchado o costura, que no constituyen para la época habitaciones en sentido estricto). Las nociones de "habitar" y "trabajar" se muestran en esta clasificación como incompatibles (evidentemente no sería lo mismo un ambiente-habitable como un dormitorio que un ambiente-trabajable como la cocina). Habría que esperar a las décadas de 1920 y 1930, para que la reducción del personal de servicio y las nuevas disponibilidades técnicas (electrodomésticos) tiendan ha hacer más "habitable" el "trabajo doméstico" y transformen a la cocina en el centro de dicho trabajo (Jorge Liernur y Fernando Aliata, 2004); exactamente esto se corresponde con lo Giedion denominó "núcleo mecánico" del hogar, debido a los trabajos electro-mecánicos que se llevarán adelante producto de los electrodomésticos entre otras razones tayloristas del trabajo hogareño (maximización de tiempos y rendimientos de los movimientos musculares del obrero domestico, en funciones de: lavado, planchado, preparación de alimentos, procesos de control de cocción de los mismos, etc.)

Parodiando un tanto la terminología higienista, P. Hary define a los humos y vapores producidos en la cocina como "gases culinarios", para lo cual sería necesario confinar la cocina del resto de las dependencias de la casa (cuartos nobles), como así también minimizar los contactos con la servidumbre en los casos de las costumbres que habían adoptado las elites de fin de siglo XIX (de aquí nacen los offices, comedores íntimos, antecomedores y otros ambientes que trabajan como ambientes que funcionan como filtros con el objeto de interceptar olores, imágenes visuales y cualquier otro tipo de relaciones procedentes de la cocina y del personal de servicio doméstico). Va a ser necesario dos cuestiones para revertir esta situación: primero, que las "sucias" cocinas económicas sean reemplazadas posteriormente por las "limpias" cocinas eléctricas y a gas (para que el ambiente cocina no esté alejado de los otros ambientes); y, segundo, el fallecimiento definitivo de la práctica de la servidumbre (cuando los electrodomésticos empiecen a combinarse con la nueva conciencia de clase media del siglo XX, deseosa de la privacidad y por ello menos dispuesta a tener personas de servicio dentro de la vivienda; además de imposibilitada en muchos casos de afrontar los costos de dicho personal).

Si bien los inconvenientes derivados del uso de la combustión directa del carbón, petróleo o leña resultan insalvables, el perfeccionamiento de las técnicas de ventilación por medio de conductos o chimeneas hace posible una extracción más eficiente de los gases desprendidos. Asimismo, se preconiza la adopción de ciertos acabados que garanticen la impermeabilidad y fácil limpieza de todas las superficies: mayólicas y estucos para las paredes, mármol para las mesas de trabajo, mosaicos para los pisos (lo que se conoció como prédica higienista); y, por otro lado el peso de los modelos hospitalarios, con su preocupación por la asepsia del aire y de los objetos, juegan un papel importante en estas transformaciones que permiten hacer de la cocina un lugar con mejores condiciones para ser habitado.

Ya el orden e higiene eran imperativos primordiales en 1888 (para cualquier clase social), pues la salud de la familia dependía de los alimentos que ahí se preparaban y una cocina aseada y ordenada era una clave para una mejor y mayor salud. Si se pretendía obtener pequeños ahorros comprando los alimentos al por mayor, tampoco era una tarea fácil conservarlos. Los abundantes animales roedores y otros (ratas, cucarachas y otros insectos como las moscas y las hormigas) eran una permanente amenaza, dado que proliferaban en las legumbres y hortalizas, el moho en la harina, la humedad en la sal y el azúcar, los brotes en las papas, leche y manteca que fácilmente se cortaban, la rápida putrefacción de las carnes, etc. (Michael de Certeau, 1999).

Entre 1902 y 1912 los porteños debían gastar casi el doble de dinero de lo que se gastaba en París para comer. Por lo que abaratar la alimentación mediante un mejor aprovechamiento de los componentes o su almacenamiento y conservación era una conveniencia generalizada. Por lo cual la modernización tecnológica entrante en la cocina sería muy bien recibida por todas las clases sociales (aunque por otro lado consolidaban a cada estrato social, dado que según sus posibilidades podían o no acceder temprana o tardíamente a los nuevos artefactos tecnológicos). El acceso a los combustibles también era cuestión de clases sociales. Ejemplo de esto fue que en los hogares humildes, el calentador, popularmente conocido como "Primus" (artefacto peligroso pero barato) señalado por Andrés Carretero y Pablo Ungaro, fue un implemento fundamental para calentar el agua para el mate o preparar la comida (también era preciso tener a mano la agujita para destapar los conductos por donde salía el combustible gasificado, pues el kerosene no siempre estaba purificado adecuadamente).

Por otro lado, si comparamos la evolución de los artefactos y muebles del ambiente cocina, en el período estudiado 1880-1990. Existe una notable coincidencia entre lo que sucedió en los países desarrollados (Inglaterra y EE.UU) y los subdesarrollados (como Argentina). Si de establecer los paralelismos se trata, podemos decir que: en el mundo desarrollado, se paso del "fogón de fuego abierto", a dos dispositivos posteriores cuyo prerrequisito común se basaba en la utilización eficiente del calor mediante la canalización correcta de los gases de combustión: la "caldera de vapor" y el "fogón de fuego cerrado" (o mueble de fundición de hierro) que dominaron todo el siglo XIX, también conocido como "fogón de hiero" o "cocina económica" de hierro fundido. Luego vino en el período 1880-1930 (en Europa y EE.UU.) conocido como la época del pleno dominio de la "cocina eléctrica", para terminar luego en la "cocina a gas" (aunque esta primera no tuvo el impacto social esperado, pues el gas se impuso por economía y rendimiento). En ese orden, se dieron los adelantos tecnológicos de la mecanización del artefacto cocina (que no fue el único artefacto que se introdujo en el ambiente doméstico del mismo nombre), según Siegfried Giedion. En América del sur en general y Argentina en particular, sucedió algo muy parecido (pues la tecnología se transfirió).

El "fogón de fuego abierto" (a leña) no es lo mismo que el "fogón de fuego cerrado" (cocina económica), pues este último corresponde a un avance tecnológico de fin de siglo XIX que se combinó con la provisión de agua corriente y la disponibilidad de nuevos combustibles (carbón, coke y antracita) y con las nuevas costumbres de la alta burguesía de fin de siglo XIX (que le conferían mayor importancia a las comidas como evento familiar y social, transformando el servicio de la mesa y de las comidas en un momento de gran significado). A su vez, giraban también en torno de la cocina de la alta burguesía argentina de fines del siglo XIX, distintas dependencias destinadas a no solo al almacenamiento de material combustible (carbón y leña), sino de alimentos y enseres (despensa de granos, frutas, bodegas, habitaciones conservadoras o fresqueras, etc.)

Jorge Liernur y Graciela Silvestre en El umbral de la Metrópolis analiza las importantes diferencias de costos, no sólo de los artefactos, sino también de la fuente de energía, como determinante de su introducción en el habitar popular y dice:

"Contamos con datos sobre el rendimiento por centavo m/n de los distintos tipos de energía: carbón, 280 calorías; gas, 140 calorías; electricidad, 65 calorías. Ahora bien, el carbón rinde en calefacción sólo el 15%, o sea 42 calorías, porque es necesario dejar escapar gran cantidad para eliminar gases tóxicos. La misma fuente también indica, que para producir electricidad se aprovecha sólo el 10% de las calorías generadas por el carbón. Es evidente entonces la conveniencia del uso del carbón para cocer alimentos y calentar agua, lo que permite entender la difusión de la cocina económica." ([9]).

En Argentina, la cocina sufrió muchas transformaciones (debido a la fuentes de energía para cocinar; los combustibles sólidos, líquidos, gaseosos y la electricidad entablaron una batalla sin tregua por dominar los artefactos de cocción de este ambiente en el siglo XX). Durante el fin del siglo XIX dominó el la llamada "cocina económica" (o fogón de hierro para fuego cerrado), donde el combustible sólido (carbón, leña, coke y antracita) era el rey.

Si enumeramos lo que encontramos en la cocina desde 1900 a 1990 diremos que desde las décadas de 1910 a 1920 se observan una proliferación de "cocinas económicas" (a carbón, coke o leña), calentadores (a gas, aguardiente, a gas de alcohol), caloríferos a kerosene, hornallas y discos eléctricos (que no son cocinas eléctricas). En la década de 1930, se evidencian una gran competencia de cocinas y calentadores de agua a leña, carbón, coke y/o antracita; cocinas eléctricas a discos y fuego eléctrico y calentadores de agua eléctricos; cocinas a gas y supergas y calefones a gas. Como en la década de 1930 en la Argentina se abarata la electricidad y esto permite que aparezcan cocina-eléctricas "higiénicas" de acero niquelado limpio, frío, seguro y simple en su manejo (como ventaja competitiva se promocionaba el hecho de que no ensuciaban con humo, hollín y cenizas como sus predecesoras a carbón o leña y permitió vincular el ambiente cocina con otros ambientes como el comedor y la sala de estar), produciendo un momento de "ruptura" (o corte histórico) respecto de la predecesora "cocina económica". Podemos asegurar que la "cocina económica" (que corresponde a la vieja familia patriarcal fue adoptada tanto en la tipología de casa chorizo de los estratos mas bajos, como en los petit-hôteles de los estratos mas altos) y se vió reemplazada por la "cocina eléctrica" (que corresponde a la nueva famita nuclear) y el ambiente cocina reduce su espacio (dado que se eliminan las zonas de almacenamiento de la leña o carboneras). Aproximadamente en 1935 el gas y las "cocina a gas" vienen a competir en higiene y economía contra la electricidad y las "cocinas eléctricas" (ganándole la pulseada en la década de 1950 y ya en la década de 1970, el 89% de las viviendas del país quedarán dotadas de gas), pero en la década de 1940 solo las cocinas a gas envasado estaban al alcance de los sectores populares (y donde el tendido de la red no había llegado). En la década de 1940, se confirman cocinas a combustibles sólidos, a gas y electricidad compitiendo entre si por dominar el mercado; calefones a gas; lavado de vajillas y maquinas de lavado de ropa completaban el ambiente. En la década de 1950 y 1960 proliferan las cocinas y calefones a gas (el gas en la cocina, como fuente de energía para cocinar los alimentos había ganado la batalla en la década de 1950).

En la década de 1970 y 1980 persisten las cocinas y calefones a gas y se incorporan los secarropas a gas, purificadores de aire y termotanques.

Pablo Ungaro establece la serie tipológica del artefacto cocina del siguiente modo y en orden cronológico: el fogón arquetípico, la cocina mueble, la cocina compacta (1º y 2º fase), la cocina laminar y horno a microondas; todos en ese orden.

En el caso del gas, primero abasteció a la cocina y luego al calefón (en ese orden), incluso antes de la llegada de la red de gas a domicilio, en formas de gas envasado en garrafas. Las garrafas fueron útiles no solo para las cocinas, sino para lo que Pablo Ungaro denomina "dispositivos itinerantes" que funcionaban por radiación, como las estufas de "pantalla" conectados a la garrafa y los prismas rectangulares huecos que contenían en su interior la garrafa (productos itinerantes porque viajaban por todas las habitaciones del hogar). Artefactos que luego serían reemplazados por artefactos a convención y tiro balanceado (autentica solución real para evitar los casos de asfixia e intoxicación con dióxido de carbono).

Por lo que si la "calefacción" es el primo hermano de la "cocción", debemos enumerar su cambios estos varían desde las décadas de 1910 a 1970 en: estufas (a alcohol líquido y electricidad) salamandras (a carbón, coke o leña), calefactores (a carbón o electricidad), caloríferos a kerosene, calentadores (a alcohol sólido), radiadores de fundición de hierro y chimeneas. Por eso es que la historia de los artefactos y sistemas de calefacción es también una historia de los combustibles, de su disponibilidad y rendimiento (Bernatene y Gandolfi, 2000).

El principal inconveniente que ofrecía la calefacción por carbón, además del acarreo, el depósito y la suciedad, lo constituía el peligro de incendio y asfixia (estos dos últimos son dos fantasmas presentes con fuerza en el imaginario doméstico preeléctrico sostienen Jorge Liernur y Graciela Silvestre).

Nos cuenta Ungaro sobre serie de artefactos-estufas dependientes en 1880 de combustibles sólidos (como carbón y leña) a medio camino entre la premodernidad y la modernidad, en 1930 de combustibles líquidos (como kerosén o nafta) en sus versiones "de mecha" y "a gas de nafta o kerosene" (que dejaban mal olor en el ambiente) y que ya pueden ser considerados como dispositivos modernos (como la famosa marca "Volcán"), de combustible gaseoso y a electricidad (ambos dispositivos modernos) presentarían similitudes con los artefactos para calentar agua y para cocinar (por eso aquí los trajimos a consideración como parte de una misma familia de artefactos). La electricidad para calefaccionar aparecida en la década de 1910 no dio resultados y su difusión recién cobraría mayor fuerza a partir de la década de 1940.

Para parafrasear a Giedion diremos que, esas tecnologías constructivas e ideario inventivo para resolver los problemas sociales (alimentarse, bañarse, calentarse) recibían análogas soluciones dado que las ideas (las soluciones a los problemas) según el autor: "flotaban en el aire de la época". Esto explica las analogías de los mecanismos y dispositivos tecnológicos aplicados a la construcción de artefactos (cocinas, calefones y estufas) en base a los combustibles usados (ejemplo: las similitudes entre una cocina económica de hierro fundido para cocinar los alimentos y las modificaciones adaptadas a un serpentín para calentar agua para bañarse y una salamandra para calentar el ambiente. Existen no solo similitudes tecnológicas y constructivas, sino tipológicas, formales, de estilos de diseño y estéticas, que definen lo que Bernatene definió como "espíritu de una época" en analogía con lo declarado por Giedion).

Pablo Ungaro describe a la "cocina económica" como "mueble tecnológico" de fundición de hierro (que tendría una doble función de cocción de los alimentos y calefacción), anterior a la llegada del aparato tecnológico representado en la cocina limpia y moderna (a electricidad de 1930). Además Ungaro sostiene, que la cocina estará en tensión entre "tradición" y "modernidad", o lo que es lo mismo: a medio camino entre dos mundos culturales y tecnológicamente distintos (uno antiguo dominado por combustible como la leña o el carbón del siglo XIX y otro moderno dominado por fuentes de energía como la electricidad y el gas del siglo XX).

Podemos definir a las "cocinas de fundición de hierro" como la metáfora de un "alto horno doméstico", por ser metálico, sucio, con altas temperaturas, peligroso y asimismo requería mantenimiento periódico. Por analogía del "alto horno" siderúrgico para fabricar arrabio –a partir del mineral de hierro-, para ser usado en la producción de acero industrial. Todo esto lleva a pensar que la analogía entre el "alto horno" de uso siderúrgico y la "cocina económica" como "alto horno doméstico" o de uso hogareño poseen una relación metafórica, que queda expresada en la complejidad de su operatividad: carga del combustible y limpieza de las suciedades y escorias que se forman de la combustión, elevado calor y peligrosidad para la salud humana, como Ungaro lo describe. Quizás no estemos tan equivocados en esta metáfora del "alto horno doméstico"; razón por la cual Catherine Esther Beecher en su plano del año 1869 confecciona una cocina doméstica con los "fogones de hierro fundido" en una zona de protección (donde se cocinaba y nada más, y era donde estaba el utensilio-fogón de hierro fundido, uniendo la máquina a su ambiente propio y exclusivo) en otra habitación y separada físicamente del ambiente de almacenamiento-conservación y limpieza-preparación de los alimentos por puertas correderas de vidrio, nos recuerda Siegfried Giedion.

No es un dato menor que Catherine (quien anticipó 40 años la arquitectura doméstica de la cocina, concentrando alrededor de un solo centro almacenamiento-conservación y limpieza-preparación), separara los "fogones de hierro fundido" (altos hornos domésticos) en un cuarto alejado, del resto del ambiente de cocinar, para evitar la incomodidades de verano (calor en exceso) y reducir los olores (lo cual no hace otra cosa mas que confirmar nuestra metáfora).

En 1906 las "cocinas económicas" (o mueble de fundición de hierro) reemplazarían al "fogón" y a los hornillos de ladrillos (que formaban una habitación oscura, saturada de los gases de combustión, penetrada hasta el interior de los olores de comida, negra de humo y hollín, sucia de cenizas, con una gran temperatura que la hacia molesta en verano y todo cuanto más nos podemos imaginar de esta escena de película). Pero en 1930, en la Argentina (por lo menos en la ciudad de La Plata), la "cocina económica" se encontraba destinada a su muerte por causa de la electricidad y el gas como combustibles modernos, que ofrecía la ventaja de no tener que salir a buscar combustible (leña) fuera de la casa, gracias al tendido de las redes domiciliarias.

La supresión de un combustible pesado y sucio (como la leña y el carbón) mejoró el habitar domestico, dado que exigía un cuidado regular y extenuante (Michael de Certeau, 1999). Por lo cual la electricidad y el gas como combustibles (y las cocinas eléctricas y a gas como "cocinas modernas" hijas de la modernización) vino a reemplazar a la leña o carbón (y los "altos hornos domésticos" o "cocina económica" que funcionaban con ellos). Estas cocinas modernas aliviaban y facilitaban la tarea de preparar la comida y limpiar las ollas, sartenes, cubiertos y platos (dado que no los manchaban con humo u hollín, producto de la combustión de la leña o carbón); en un lugar cuya característica era la abundancia de utensilios de uso cotidiano para alimentarse, como describe Andrés Cerretero.

En 1920 ya se señala que todo el ambiente de la cocina "moderna", con sus objetos es eficiente y limpia (pero decorativamente producía una sensación de ser "fría" debido a la imagen de los productos tecnológicos que comenzaban a introducirse y de los materiales como el acero inoxidable o la chapa enlozada), a diferencia de su antecesora que era mas sucia y desordenada (pero físicamente demasiado "caliente" para el verano). Entonces, debido a su poco atractivo había que decorarla o ambientarla para que no se parezca a un hospital (había que darle "calor ambiental", y no en el sentido literal y físico, sino metafórico porque los cambios principales estarían determinados por la introducción de nuevas fuentes de energía, inodoras y atérmicas como el gas y la electricidad).

De este concepto azulejado (tipo hospital o laboratorio de análisis bioquímicos) la cocina moderna del siglo XX sería la habitación-laboratorio moderna, lugar de la química orgánica doméstica, como dicen Fernando Devoto y Marta Madero. Como Liernur –tomando a P. Harry que lo expresó en 1917- sostuvo que este ambiente era un "laboratorio químico" (regido por los principios de ventilación, iluminación e higiene). De acuerdo con una definición ya clásica de Sigfried Giedion, el concepto de cocina laboratorio obedece a tres principios básicos de diseño: división en centros de trabajo (almacenaje y conservación; limpieza y preparación; cocinado y servicio); superficies de trabajo continuas, sin variaciones de altura en su plano, y unión de los utensilios y enseres con su lugar de utilización. La cocina es caracterizada como un espacio de máxima eficiencia regido por una triple exigencia: economía de espacio, economía de tiempo y economía de movimientos.

 

Y si la primera fase de la modernización (Liernur no da fechas) supuso una división de las funciones, y con ello la separación del recinto, la segunda fase verá su paulatina fusión con el comedor (lo que fue facilitado por el cambio en las fuentes de energía, que hizo posible comer adentro de la cocina-comedor, pues antes hubiera sido imposible comer con el hollín, los olores a "humo", el calor en verano, etc.).

Asimismo en cuanto a la tecnificación que comenzó a operar a partir de 1930, Anahi Ballent indica que aparece una mayor oferta industrial para la tecnificación del hogar, tanto en lo relacionado con aparatos vinculados al trabajo doméstico (electrodomésticos) y al confort en una época que se reducían las tarifas eléctricas. Ocupaba un lugar destacado en lo que la autora denomina "la difusión de modelos e imágenes del habitar" (como simplificadora del trabajo doméstico y transformadora de costumbres).

La mecanización de los trabajos domésticos o la mecanización del hogar en nuestra cultura occidental, que permitió una mayor independencia (libre de sirvientes y del ama de casa), avanzó en la democracia de las clases sociales y en lo que Giedion denomino "núcleo mecánico" del hogar (la cocina) y de los sexos posibilitando ser atendido por la misma familia. No se debe confundir la "organización" del proceso de trabajo doméstico con el uso de "utensilios" mecanizados (si bien pueden ir juntos), dado que la organización del proceso de trabajo se hallaba ya en marcha antes de disponer de los artefactos mecanizados (gracias al impulso que tuvo sus raíces en la "gestión científica"). Coincidentemente Pablo Ungaro lo denomina "fábrica taylorista de alimentos" (solo para la ciudad, dado que en los ambientes rurales persistió durante mucho el clásico "fogón" a leña y los procesos de modernización fueron mucho mas lentos y variables según las condiciones de las distintas clases sociales, lo que complica todavía más el panorama de análisis).

La sucesión de cada una de las operaciones por realizar para la preparación de alimentos y el cuidado de la vajilla, la ubicación de enseres y elementos de trabajo, y la distribución de gabinetes y artefactos son objeto de un pormenorizado estudio que tiende a hacer cada vez más de la cocina un momento de diseño privilegiado dentro de la vivienda. Nociones tomadas del trabajo en la cadena de montaje, como la continuidad de la superficie de trabajo y la racionalización de los movimientos, son introducidas en el ámbito de la vida hogareña y de las tareas del "ama de casa", figura recurrente, tanto en el campo de la rquitectura como en el de la publicidad, que comienza a ser considerada como el principal operador del confort doméstico y exclusivo destinatario de la "cocina moderna" (Jorge Liernur y Fernando Aliata, 2004).

Siegfried Giedion (desde una óptica europea y norteamericana) opina igual que Pablo Ungaro (desde una óptica argentina y latinoamericana), que la "gestión científica" aplicada al hogar fue eje clave de la denominada cocina moderna; y afectó principalmente al ámbito doméstico de la cocina en especial, por lo que se denominó a este aspecto: "uso científico del espacio en la cocina". En 1935 en los países desarrollados la industria del gas fue la primera que investigó a fondo la gestión científica en la cocina, a esto se lo denominó luego: "ingeniería del hogar" o "ciencia doméstica" y dieron como resultado en el mobiliario a las alacenas combinables estandarizadas (para ser reunidas como uno deseara), que en combinación con otros electrodomésticos (como la heladera y el lavaplatos) fueron modificando el paisaje interior de esta ambiente doméstico (creando una estandarización y unificación). Asimismo, en la década de 1940, se confirma en la Argentina avances en el mobiliario para almacenamiento, preparación, cocción y conservación de alimentos y evacuación de desperdicios (siguiendo esta tendencia de los países desarrollados).

Giedion sostiene que la "organización" del proceso de trabajo doméstico entro de la mano de la cocina al ambiente doméstico para producir mobiliario de cocina en serie, por lo cual Frank Lloyd Wright denominó a la cocina como el: "el espacio de trabajo" (Hitchcock, s/f. Citado por Giedion, 1978). En 1942, se reconocerían tres centros de trabajo: "almacenamiento y conservación", "limpieza y preparación" y "cocción y servicio", sostiene Giedion.

Para definir el espacio de trabajo, tanto los fabricantes de mobiliario de cocina (1920) y las compañías de gas y electricidad (1930 y 1935 respectivamente), el tercer grupo de industrias que entraría en este campo sería el de los productores en serie de materiales de construcción (1940): vidrio, plástico y madera contrachapada. Su evolución tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial, en los países desarrollados y luego (con la demora acostumbrada) su llegada arribó a puertos latinoamericanos (Argentina inclusive).

Dos actividades fundamentales que se destacaban dentro de la cocina se vieron beneficiadas con los nuevos artefactos: la preparación y cocción de los alimentos (que se higienizó y simplificó en su tarea con la cocina moderna a gas) y su almacenamiento (que verá la irrupción a este ambiente con la llegada de neveras y heladeras, pero esto sería en 1925 y al principio sólo para las clases mas adineradas). Lenta y progresivamente los adelantos tecnológicos se ampliarían de la clase alta a las medias y en cierta medida a la clase baja u obreras (con la democratización y abaratamiento de la tecnología).

Entre 1930 y 1940 –en Buenos Aires- comenzó a contarse con distribución domiciliaria de gas. Asimismo para 1940 casi toda la ciudad de Buenos Aires contaba con el servicio de agua potable en la cocina (con excepción de contados sectores de algunos barrios aún no del todo urbanizados; sin embargo, estos adelantos fueron progresivos y llevó algunos años que toda la superficie urbanizada –de la ciudad de Buenos Aires- contara con ellos). Por lo cual, a partir de 1940 proliferan los calefones a gas para calentar agua (con utilidades en la cocina y el baño como núcleo mecánico).

Gracias a la entrada del gas (por lo menos en la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires), como fuente de energía limpia y relativamente barata (dado que las clase baja, que vivían y viven alejadas del tendido de la red de gas domiciliario, debían y deben usar las garrafas, y esto encarecía -y todavía encarece- el costo); así permitiría que la red de agua fría, ya instalada, se transformara en agua caliente gracias a los calefones (para lavar los platos y también para transferir agua caliente a la ducha del baño, para lavar la ropa, y otras actividades domesticas). Pablo Ungaro estudia el "Agua caliente y paisaje doméstico platense: 1920-50" (en la cocina y el baño, aunque los artefactos tendieran luego a estar localizados en la cocina), período donde los sistemas para calentar agua para la cocina (y el baño) de antaño adquieren un transformación en los nuevos (modernos) y mas democráticos sistemas que aumentaron el confort del habitar doméstico.

Aunque los combustibles líquidos y sus artefactos a nafta y kerosén o alcohol le estaban ganando la pulseada al carbón y leña, por su mayor rendimiento en igual volumen y por su independencia de las redes de abastecimiento de gas. El combustible que finalmente se impondría para calentar agua sería el gas con sus artefactos. Aunque hubo intentos, de calentar agua con electricidad y toda una serie de artefactos eléctricos, el gas ganó la pulseada como fuente de energía imponiendo sus artefactos de calor: cocinas económicas con serpentín o depósito , calefones o termotanques; pero sin desalojar a la electricidad y sus artefactos (mas bien convivieron juntos complementándose, ejemplo: los calefones a gas del tipo circuladores o acumuladores, con los calefones eléctricos, ya sean estos últimos a resistencia u arco voltaico, con aislamiento térmico y termostato, de baja o alta presión, o sin aislamiento térmico). El gas finalmente llegaría a imponerse no sólo en el artefacto de cocina (para cocinar), sino en los artefactos de calentar agua (para lavar los platos y bañarse) y otros artefactos (para calentar los ambientes) como las estufas a gas. Los calefones y los termotanques de "línea blanca" (enlozada) de 1935 aproximadamente, buscarían la integración con el artefacto-cocina y la heladera de la misma época.

Si bien entre 1930 y 1940 existió una mezcla de ofertas de combustibles: sólidos, líquidos y gaseoso. Denomina, Pablo Ungaro, a la década de 1930 como la del "electro confort", definición apropiada, dado que gracias a la electricidad entra el confort al hogar para aumentar la proliferación de electrodomésticos (electro-mecánicos) en lo que –tan claramente bien- describió como "núcleo mecánico", Siegfried Giedion. Y la cocina eléctrica comienza a competir (sin triunfar) contra las cocinas a gas.

Entre los electrodomésticos del ámbito cocina, el mueble tecnológico cocina eléctrica (terminó con la imagen de la cocina como lugar "sucio" de la casa, como ya se dijo con anterioridad), la tostadora eléctrica y la heladera (modificadora de los hábitos, tiempos de compra y preparación de alimentos, como su conservación posterior) completaron el panorama de la cocina moderna del siglo XX a partir de 1930 en adelante. Cuestiones que al finalizar el siglo XX eran cotidianas y normales, no lo eran tanto en 1930, por lo cual la publicidad de la época lo promociona de manera increíble (sofisticada y seductora), hasta que este concepto avance del imaginario de los proyectistas arquitectos, diseñadores e ingenieros y se concrete en realidad cotidiana. Desde la década de 1940, hacen su aparición los lavaplatos, batidoras eléctricas, pavas eléctricas, cafeteras automáticas, calentadores y hervidores eléctricos, tostadoras eléctricas y cocteleras eléctricas entre otros electrodomésticos que viene a profundizar este concepto de "electro-confort". Y si bien afecta en principio exclusivamente a sectores altos y medios, la cocina parece ser efectivamente uno de los centros principales de aplicación de la electricidad doméstica.

Todas las posibilidades del confort moderno pasan por el hecho que tiende a generalizarse en los años 1930-1940, como lo demuestra la proliferación de escritos y exposiciones (como la "Casa Eléctrica" de 1936, publicitada en las revistas de la década: Nuestra Arquitectura y Revista de Arquitectura), tendientes a difundir las nuevas posibilidades abiertas por el "electro-confort". La cocina moderna se estructura sobre la base de los artefactos ya imprescindibles como la cocina-eléctrica y frigidaire (Jorge Liernur y Fernando Aliata, 2004).

La frigidaire, cuyos primeros modelos fueron diseñados para ser embutidos en los muros, práctica usual largamente preconizada por la Arquitectura Moderna que conduce también a empotrar en mampostería bajomesadas y placares para almacenamiento de enseres. Posteriormente el uso de tabiques y paños de mampostería se limita, dando lugar a la fijación de piezas completas de mobiliario. Paralelamente, los diseños de la cocina-eléctrica y de la heladera se perfeccionan rápidamente hasta lograr una completa adecuación funcional y planimétrica con bajomesadas, alacenas y demás partes fijas del amoblamiento. Para dar cuenta de este proceso, cuyas muchas alternativas se prolongan hasta nuestros días, bastaría con observar la evolución del artefacto cocina, desde los primeros modelos de finales de los años veinte, similares a una pequeña mesa sobre la que se apoya un anafe, y el volumen cúbico del horno, hasta los ejemplos más sofisticados de los últimos años del treinta que respetan en un todo los planos que marcan las mesadas, ubicando hornos, parrillas y berlinesas bajo la batería de discos de calentamiento.

La electricidad perduraría como fuente de energía para otros electrodomésticos (el micro-ondas que vino a complementar en sus funciones al artefacto-cocina, dado que los alimentos cocinados en ella, luego de refrigerados, eran vueltos a ser calentados o re-calentados; la heladera eléctrica, la batidora, multiprocesadora y otros serían hijos triunfantes de la fuente eléctrica) y en el uso de la iluminación (incluso los calefactores de ambiente eléctricos, nunca pudieron competir contra los calefactores de ambiente a gas (en cuanto a capacidad o calorías y economía o costo de la energía; pero aún así lograron sobrevivir e integrarse al hogar).

La electricidad había comenzado a tener una distribución domiciliaria amplia cerca del año 1925, pero todavía era cara para su uso como energía doméstica. En la década de 1910 empezaba a competir como fuente de energía para iluminar con las fuentes más tradicionales de combustibles (kerosene, por ejemplo), gracias al invento de Edison y luego con companías como Philips que promocionaban sus lámparas eléctricas. En la cocina fue donde logró imponerse la iluminación eléctrica con mas velocidad que en otros ambientes (menos inclinadas a la modernización tecnológica y mas tradicionalista en sus costumbres culturales que arrastraba de antaño, como sucedió con la evolución de la vieja sala de recepciones o hall cuando cambió a living-room, mas inclinado a la iluminación por velas y las lámparas de querosén que por electricidad; aunque esta finalmente se impuso).

Podemos describir que la iluminación desde las décadas de 1910 a 1970 evoluciona desde la iluminación a alcohol, lámparas incandescentes hasta los tubos fluorescentes. Y otros electrodomésticos, desde las décadas de 1910 a 1980 también encontramos: ventiladores y caloventiladores; extractores de aire, purificadores de aire, acondicionadores de aire, climatizadores y termalizadores de ambientes; estufas y radiadores; planchas, heladeras, multiprocesadoras, cafeteras, discos calentadores y secadoras de ropa (por citar los más aparecidos en las publicidades de la época).

Jorge Liernur y Graciela Silvestri sostienen que muy tempranamente –década de 1910-, se dispone del conjunto de artefactos que conforman el mundo electrodoméstico de nuestros días. Además, desde la década de 1910 y hasta 1920, los artefactos se presentaban como auxiliares del trabajo doméstico, donde sus nombres no los presentan como nuevas entidades sino como reproducción de funciones tradicionales (primer funcionalismo); así, el ventilador se conocería como "viento artificial" y la hornalla eléctrica como "fuego eléctrico". Del mismo modo la lustradora se conocería como "frotador eléctrico para techos y pisos" (o como "cepillo eléctrico"). Todos conforman lo que los autores denominan bricollages de elementos diversos sin personalidad formal propia (como "suma de partes"). La tecnología domina a la estética, dado que los artefactos (sin estética propia de electrodomésticos como los conocemos hoy) formaban un bricollages de objetos por "agregación" en los ambientes (Jorge Liernur y Graciela Silvestre, 1993).

La estética-tecnológica de los electrodomésticos de la década de 1920, de fuerte influencia norteamericana, choca con la estética-habitacional de la misma década de fuerte influencia europea originando contradicciones como el ambiente "de servicio" o "zona de servicios" según Liernur (para planchas, aspiradoras, lavadoras, etc.). Cuando la esencia misma del electrodoméstico es la eliminación de la "servidumbre": ¿cómo puede generar un ambiente de "servicio" si lo debería eliminar? Esta es la contradicción (ser sucedáneos mecánicos de la servidumbre). Los artefactos de servicio podrían no haber generado graves conflictos si no fuera porque, en los sectores medios, la cocina ocupa un lugar de gran importancia en la casa; y lo hará cada vez más en tanto más se precisen las funciones de la mujer "moderna". Es notorio, que casi todos los artefactos atraviesan un período -1910- en el que se los publicita presentando a un sirviente, un "otro" como protagonista de su uso; en la década de 1920 será la elegante dama de clase media la que se hará cargo de la tarea (el empleo del artefacto se ha convertido en signo de "privilegio"; y es entonces cuando deja de ser puro aparato para ingresar en el mundo simbólico). La obsesión por el tema del servicio doméstico continuo todavía hasta 1930, cuando el mecanismo automático de regulación de la temperatura y tiempo de cocción –en la cocina eléctrica- es denominado "la criada invisible" (Jorge Liernur y Graciela Silvestre, 1993).

Según una visión de lo que debía ser una casa eléctrica de la Revista de arquitectura de la década de 1920, los electrodomésticos no son (aunque para algunos lo era) excentricidades para los más pudientes, sino algo normal de cualquier vivienda. Esto tomo un tiempo diferencial en instalarse al principio del siglo XX, según las capacidades económicas de los distintos estratos sociales, pero para fines del siglo XX se impuso como algo normal. La plancha, el ventilador y el calentador eléctrico son los primer en entrar fácilmente a los hogares (en 1930, las estufas y cocina eléctricas todavía integraban los artefactos de las clases más favorecidas).

La oferta sostenida de distintos tipos de ventiladores: a cuerda de dos aspas, a pila seca y eléctricos; se venía sosteniendo desde las últimas décadas del siglo XIX (con el motor de corriente alterna recién en 1891 la Westinghouse comenzó a producir ventiladores utilizando este mecanismo). Y en 1916, la plancha eléctrica era juzgada como un aparato indispensable (su peso era de 3 kilos aproximadamente y un consumo de 500 watt), primero en obvia alusión de ser usada por el personal de servicio y poco después por la señora de clase media (que no posee mucama).

El ambiente doméstico de la cocina moderna fue afectado por transformaciones técnicas (energía eléctrica en la iluminación, gas en la cocinas, heladeras para la conservación de alimentos) que permitieron la reducción de sus superficies y una articulación creciente y fluida con los sectores del comedor.

Entre las décadas de 1910 a 1980 se evidenciarán sistemas de refrigeración central, heladeras empotradas, sistemas nicho; heladeras a kerosene, gas y electricidad; freezer; sistemas fuzzy y no-frost. Hasta la década de 1930, los refrigeradores no perecen ingresar masivamente en la cocina de la clase media.

Roxana Garbarini presenta la siguiente línea de tiempo y los cortes tipologicos que diferencian la adaptación y apropiación de la tecnología del frío (heladeras) en el ámbito cocina, describiéndolo del siguiente modo: en 1900 la conservación natural, en 1910 las heladeras de barra de hielo, en 1920 nace la refrigeración eléctrica (no citada por Garbarini), en 1935 domina la tipología del refrigerador mecánico (y del refrigerador a gas, no citado por Garbarini), en 1945 domina el estilo aerodinámico, en 1960 el estilo compacto (línea blanda y dura) se apodera de la cocina, en 1975 se incorpora el freezer y en 1990 las nuevas lógicas fuzzy.

Pablo Ungaro lo describe en el siguiente orden: fresquera subterránea, heladera empotrada, heladera mueble, heladera compacta (1º fase), heladera compacta (línea blanda y dura), heladera posmoderna.

En tanto la denominada "conservación natural" según Garbarini, se corresponde con la "fresquera subterranea" según Ungaro. Por otro lado, la heladera de "barra de hierro" (corte del año 1910, según Garbarini) se corresponde con la "heladera mueble" (serie tipológica Nº 3 según Ungaro). Por otro lado, la heladera "estilo aerodinámico" (corte del año 1945, según Garbarini) se corresponde con la heladera "compacta primera fase" (serie tipológica Nº 4 según Ungaro). Asimismo, la heladera "compacta" (corte del año 1960, según Garbarini) se corresponde con la heladera "compacta de linea blanda" con congelador (serie tipológica Nº 5 según Ungaro). También, la heladera de "freezer" (corte del año 1975, según Garbarini) se corresponde con la heladera "compacta de linea dura" (serie tipológica Nº 6 según Ungaro). Finalmente, la heladera de "lógicas fuzzy" (corte del año 1990, según Garbarini) se corresponde con la heladera "postmoderna" (serie tipológica Nº 7 según Ungaro).

Resume Roxana Garbarini que la tecnología del frío (conservación, refrigeración y congelación), participa en el proceso formativo del estilo de vida de los países industrializados, su advenimiento es distintivo de las sociedades avanzadas. La introducción del frío en el ámbito doméstico en la Argentina transformó profundamente los hábitos y costumbres de amplios sectores sociales.

El desarrollo tecnológico de la heladera comportó cambios estéticos y ergonómicos a la par de un cambio sociocultural en el ámbito doméstico.

El pasaje de las tipologías pasivas hacia aquellas alimentadas por la electricidad produjo modificaciones en las costumbres y objetos. El propósito del trabajo de Roxana Garbarini como de Pablo Ungaro consistió en definir las modificaciones desde un análisis tipológico de los refrigeradores paradigmáticos.

En tanto Garbarini señala los inicios de la "conservación natural" en el año 1900, Pablo Ungaro señala luego de las "fresquera subterránea" (o heladera arquetípica), vino la denominada "heladera empotrada" relacionada con las pequeñas cámaras frigoríficas de principio del siglo XX; donde el artefacto se integraba a la arquitectura, apreciándose solo la puerta (única cara visible, que actuaba a modo de fachada) con grandes herrajes.

En este trabajo hemos profundizado la documentación gráfica, publicitaria, que de cuenta de esta modalidad de "heladeras empotradas" según Pablo Ungaro.

Si los gabinetes empotrados presentaban una instalación central, es por eso que Ungaro los denomina: "pequeñas cámaras frigoríficas de principio del siglo XX" y siendo de la década de 1930 son posteriores al sistema de "barra de hielo" o "heladera mueble" propios de la década de 1910. Esta instalación llevará a colocar un solo compresor de tamaño más o menos grande enfriado usualmente por agua y colocado en el sótano.

Es cierto también que el sistema central se incorporará favorablemente a las casas de renta puesto que junto a cocinas, estufas y calefones, se ofrecían como equipo gratis al inquilino. A primera vista puede resultar económico pero la verdadera traba del sistema se encontraba en el costo inicial que debía absorberlo el constructor (Garbarini. 2000).

Señala Húngaro que luego de las "heladeras empotradas" fuertemente vinculadas a la arquitectura (conocidas como "sistema nicho" o gabinetes para sistemas de refrigeración central) viene la "heladera mueble" (que funcionaban con "barra de hielo" en su interior); aunque cronológicamente esto no es así dado que las "heladeras muebles" (a "barras de hielo") son anteriores (año 1910) a las "heladeras empotrada" (o "sistemas de refrigeración central") dado que estas ultimas empiezan a registrarse –en la evidencia publicitaria analizada- posteriomente (año 1930). Y luego, las "heladeras empotradas" (o "heladeras nicho") empiezan a ser reemplazadas por el denominado "gabinete individual" no-vinculadas a la arquitectura.

En el año 1910 la heladera de "barra de hielo" que se corresponde con la "heladera mueble" (serie tipológica Nº 3 según Ungaro), donde la misma se presenta semejante a un mueble con cajoneras y puertas de madera. Donde las viejas cajas para conservación se levantan sobre cuatro patas. Estas heladeras de "barra de hielo" se instalan en los hogares argentinos (siendo inicialmente de procedencia inglesa y posteriormente de construcción nacional); y fue posible encontrarlas en los hogares hasta 1945 por su independencia funcional con relación a las redes eléctricas. A pesar de su apariencia, genera el primer diagrama estructural constituido por la zona de colocación de la fuente y conservación de los alimentos, que se mantendrá a lo largo del siglo (Gandolfi, Bernatene, Ungaro y Garbarini, 2000).

En torno a estos objetos se desarrollará en el país una industria del frío, capaz de producir bloques de hielo mediante un proceso artificial y distribuirlo en los hogares. En la ciudad de La Plata se registran como los principales puntos de venta Molinos Campodónico en calle 1 y 58 y Quilmes ubicada en 46 1 y 115. El hielo podía obtenerse directamente en la fábrica o bien era llevado a los hogares por el "hielero" un oficio desaparecido frente a la incorporación de los sistemas mecánicos de refrigeración. Esta figura se encargaba de repartir o cortar las barras de hielo acorde a la necesidad o capacidad de las heladeras. Es posible recoger testimonios que permiten confirmar la existencia de carteles colocados en la puerta de entrada de las casas con la inscripción "Hoy Hielo" indicando la necesidad de comprar su trozo de hielo al distribuidor (Garbarini, 2000).

Luego de la "barra de hielo" (de la década de 1910), se produce un vacío en la década de 1920 (tal como lo asegura Garbarini y lo evidencia la falta de evidencia empírica de las revistas de la década). Aún así podemos sostener que en 1920 nace la refrigeración eléctrica tal como lo evidencia una propaganda del refrigerador General Electric de la revista El Hogar de la dcada de 1920.

Rápidamente saltamos a la década de 1930, donde sostiene Garbarini que vino la incorporación de la refrigeración mecánica al hogar.

En 1935 se introdujo un avance en el standard de vida moderna con la idea de confort doméstico en la cocina. Durante la década de 1930 las heladeras individuales estarán a la búsqueda de soluciones técnico – formales. Pues, revisando las tipologías de dicha década es posible encontrar una serie de cortes inmediatos frente al lento desarrollo que venía sufriendo la refrigeración doméstica (en diez años se pasa del mueble de madera alimentado por "barras de hielo", a la incorporación de "sistemas mecánicos" agregados a prismas rectangulares levantados sobre altas patas en acero; al habitáculo del mecanismo hasta la aparición de la caja blanca). El carácter monumental de estas heladeras de "barras de hielo", apoyadas sobre patas curvadas y altas, se verá modificado ante la aparición del "concepto de refrigerador" (Roxana Garbarini, 2000), que todavía conserva las patas (aunque son mucho mas cortas y robustas).

En el "office" de las modernas casas de rentas, departamentos y "petit-hotels" se promocionaba la instalación de los refrigeradores eléctricos General Electric, para promocionar el alquiler de los mismos (prolongando el contrato de locación, según sus fabricantes); con su famoso mecanismo "frugal" herméticamente blindado y en un baño de aceite. Tal como la publicidad lo expresaba, era fruto de la "expresión de la más acabada ciencia moderna"; impulsado por un motor de ínfima potencia, silencioso y de bajo consumo, con un gabinete de acero soldado eléctricamente con recubrimiento vítreo.

En la década de 1930 aparecen las relaciones entre arquitectura y refrigeración, el paradigma del Kavanagh y las "heladeras empotradas" (conocidas como "sistema nicho" o gabinetes para sistemas de refrigeración central).

En el año 1945 es cuando se producirá el denominado "estilo aerodinamico" en heladeras (según Garbarini), que coincide con la denominada primera fase de la "heladera compacta" tipo styling por sus bordes redondeados y suave curva de la puerta (serie tipológica Nº 4, según Ungaro). Las características formales de éstos aparatos se ubicarán en un paso intermedio entre las viejas "heladeras muebles" y el futuro concepto de refrigerador a realizar conocido como "heladera compacta de línea blanda" (Pablo Ungaro, 2002). Esto puede ser visto claramente por la introducción de nuevos materiales y por las aún no abandonadas patas que persistían en la década de 1930.

El denominado "estilo aerodinámico" que se venía desarrollando en los EE.UU. hacia 1930, ingresará a la Argentina a mediados de la década de 1940, encontrando su máxima influencia durante la década de 1950. El desarrollo del primer mueble sobrio diseñado por R. Loewy hacia 1935, marcará su tendencia morfológica en el país. La firma SIAM comenzará desde esta fecha a poner énfasis en los diseños de sus grandes cajas, extrayendo el concepto de los refrigeradores llegados de las firmas Westinghouse, General Electric y Frigidaire (Garbarini, 2000).

Los gabinetes continuarán levantándose sobre pequeñas patas y utilizando el equipo flotante hasta eliminar progresivamente su relación con los tipos anteriores. Los métodos de producción condicionarán fuertemente la forma, pues las técnicas de prensado y estampado del metal solo permitían formar planchas de amplio radio sin aristas, rasgo que se venía observando en el diseño "Goldspot" (diseñado por R. Loewy en 1932 en EE.UU.).

Vamos a observar que las patas que persistían en la década de 1930 en la "heladera compacta primera fase" (según Ungaro), van a desaparecer en la "heladera compacta de línea blanda" (según Ungaro) de la década de 1940.

Durante la década de 1950 los métodos y los materiales hacen factible la incorporación definitiva de la tipología de doble curvatura. El pasaje definitivo del equipo de refrigeración de tipo blindado a la zona inferior del artefacto (durante los años comprendidos entre 1945–1955) permitirá nuevas disposiciones e incorporación de espacios de almacenaje. Las paredes de estas unidades estaban aisladas en un principio por cartón prensado con brea para pasar luego a la utilización de lana de vidrio. El interior era enlozado a fuego y el exterior se resolvía con chapa pintada al duco. De todas las tipologías tal vez sea esta la que ha permitido mayor variedad en la aplicación de los colores. Se pueden encontrar en beige, blanco, verde y mostaza y casi arribando a la década de 1960 se le aplican frentes con paisajes y acabados simulando madera (Garbarini, 2000).

A partir de 1955 el congelador se convertirá en un nuevo espacio, con su puerta propia que se extenderá a lo ancho del gabinete. Estos amplios congeladores dejarán más espacio para conservar platos ya preparados o trozos de carne. También desde mediados de la década de 1950 el habitáculo del motor disminuirá su altura hasta ubicarse definitivamente en el espacio trasero desapareciendo en algunos modelos la tapa y convirtiéndose el frente en una única puerta.

Además del congelador, y la variación de capacidad, esta tipología aporta también el desarrollo de un cuarto espacio de almacenaje generado en la puerta. Por lo tanto funcionalmente estos modelos se dividirán en zonas de: almacenamiento en el gabinete, congelación, habitáculo del motor y almacenamiento en las puertas. La estabilidad del refrigerador no será el objeto en sí, sino el servicio que nos proporciona, y lo nuevo de la tipología de la década de 1960–1970 partirá del análisis de cada una de las innovaciones: nuevos materiales plásticos, motores más eficientes, productos químicos y procesos tecnológicos (Garbarini, 2000).

Las heladeras "compactas de línea dura" (serie tipológica Nº 6 según Ungaro), que sucedieron a las "compactas de línea blanda" comenzaban a ganar el mercado. La tipología compacta de línea dura imponía el perfeccionamiento de los métodos y los materiales que hizo factibles los bordes en ángulo recto y las aristas en punta adoptadas durante tres décadas. Entonces, durante las décadas 1960 y 1970 el cambio más importante será por tanto tecnológico formal, variante que permitió la creación de los tipos "compactos". Su nombre se desprende del proceso productivo mediante el cual una vez armada la estructura de la heladera se inyecta poliuretano que se expande entre las superficies de las paredes. A falta de algún embutido, que se vuelve totalmente innecesario, se agregan todas las piezas que completan el gabinete y el cuerpo. Tras el proceso empleado mantiene su rigidez (Garbarini, 2000). A finales de la década de 1970, en la heladera "compacta de línea dura" el viejo espacio comprendido por el congelador, pasa a ser utilizado por el freezer. La división entre freezer y refrigerador en este modelo estará generada por la separación de dos puertas verticales, y para mantener la temperatura de cada espacio se llegan a aplicar dos motores cada cual con su automático.

Continúa Garbarini diciendo que la apertura definitiva del mercado permitirá el ingreso del último modelo de recambio hasta 1991: la tipología del "Tercer Frío". Este estilo de diseño agregará la posibilidad de conservar en forma separada, dividiendo la columna compacta en tres partes: dos puertas para el freezer y la zona de conservación y una cajonera inferior que conserva las verduras entre los 8º a 12º Centígrados. El tercer frío estará compuesto por un cajón que al deslizarse permite el manipuleo de los canastos móviles que se encuentran en su interior. Su deslizamiento permite clasificar distintos tipos de alimentos (verduras- frutas- otros). La temperatura se puede variar con un selector ubicado dentro del gabinete.

Luego, haciendo un salto vendrá el sistema "no-frost". La palabra "no-frost" significa sin (no) escarcha (frost). La escarcha se produce únicamente en el freezer y está dada por la humedad del ambiente que ingresa en el refrigerador con cada apertura. Una heladera "no-frost" elimina la formación de hielo en el freezer mediante un sistema de ventilación permanente, quitando la humedad interna. El frío que se produce en el freezer es también el que enfría el refrigerador a través de una conexión interna. La circulación del frío entre los compartimentos está dada por un ventilador forzador en forma permanente. El refrigerador absorbe 1/10 partes del frío del freezer. La tipología de una heladera "no-frost" incorpora particiones en su frente correspondiente a cada sector. Generalmente el refrigerador está compuesto por cajones especiales con un regulador de temperatura para frutas, carnes y verduras. Al no generar escarcha en el freezer estas heladeras no necesitan ser descongeladas, pues lo hacen automáticamente cada 12 u 8 minutos en un lapso de 15 segundos. Los refrigeradores "no-frost" utilizan dos compresores para obtener una temperatura independiente en cada compartimento (Garbarini, 2000).

Luego vendrán las heladeras "fuzzy-logic" Los comandos del refrigerador se encontrarán en la puerta o en la zona superior exterior del gabinete y son del tipo digital y responden al sistema "fuzzy-logic" (lógica difusa). En función de esto dispondrá la hora de uso más frecuente, el arranque del ventilador de circulación forzada luego del cierre de la puerta y su marcha durante el lapso proporcional al tiempo en que la puerta estuvo abierta. De todos los sistemas de funcionamiento empleados en la historia de la refrigeración tal vez sea esta una de las más complejas de comprender. Pero al fin está a la altura del distanciamiento entre la técnica y a vida cotidiana (Garbarini, 2000).

La variedad de los refrigeradores durante la década de 1990 se da por una estructura dinámica que los genera. Estamos entre la uniformidad del concepto compacto y el cambio continuo del interior. Los últimos años han marcado un cambio en el habitar, tensiones que piden nuevos productos para nuevas formas de vida. Por ello las heladeras "fuzzy-logic" del año 1990 (según Garbarini) ya pueden ser localizadas con las heladeras "postmodernas" (serie tipológica Nº 7, según Ungaro).

Las necesidades de la forma de desempeñarse del ama de casa durante los últimos 40 años han sido las modificadoras en buena medida también de las prestaciones de los artefactos. Puesto que aceptada una tipología, luego de un periodo de uso, las exigencias de transformaciones vendrán desde el análisis productivo de las prestaciones abstractas y desde las necesidades de las familias tradicionales. Pero durante los años de la década de 1990 las necesidades de encontrar artefactos acordes a los nuevos ritmos de vida se vieron reunidas en una lógica que conduce hacia el "fast food doméstico". El hogar pasó a transformarse en una suma de espacios propios de cada habitante de la familia y un núcleo de encuentro. Cada individuo elige el "mapa de ruta" con una autonomía cada vez mayor. Una autonomía del habitar marcada por el aumento extra-doméstico de la mujer, la instauración de nuevas relaciones económicas, legales y psicológicas entre los cónyuges, la definición de trabajos liberales, free – lance, part – time capaces de marcar un asincronismo en el habitar. Este asincronismo multiplica los ritmos domésticos y ya no se trata de conservar para cuidar la salud sino de congelar y refrigerar para asegurar las comidas diarias de cada integrante de la familia (Garbarini, 2000).

C4 – El cuarto de baño de clase media:

La mecanización del baño continúa siendo históricamente estudiada por Siegfried Giedion. Ya en 1854 la Enciclopedia Británica hablaba de un baño de vapor económico y a fines de 1880 se discute en EE.UU la preeminencia entre la ducha y la bañera (Giedion, 1978). Desde 1880, Buenos Aires adoptó rápidamente los nuevos elementos descriptos por Giedion (Rafael E. J. Iglesia, 1985).

La manera que tiene una civilización de integrar el baño en su género de vida, así como el tipo de baño que prefiere, ofrecen una interesante visión acerca de la naturaleza interna del período en cuestión. Por eso, estrechamente vinculado con el baño está su significado social, en el caso de nuestra cultura occidental que ha preferido el baño de ablución (solo de lavado exterior, a diferencia del baño de regeneración como las termas romanas que favorecían el intercambio social, foco de la vida comunitaria). Desde esta óptica el acto de bañarse es cuestión privada (y aunque disponemos de aguas termales y baños públicos con piscinas en el siglo XX en la Argentina, esto no dista más allá de los fines terapéuticos y turísticos. No está asociado a nuestra vida diaria privada).

En el período 1860-1930 y con la denominada tipología "casa chorizo" baño y las letrinas conformaban un bloque desvinculado en alto grado de las circulaciones principales y en estrecha relación con los fondos del terreno (el baño y las letrinas, además de independientes, eran accesibles solo desde la galería exterior). Este rasgo premoderno (división de las actividades de higienización y de deyección) responde a varios motivos: menor extensión de las cañerías primarias que desembocan en el pozo ciego excavado en el terreno natural de los fondos del lote, aislamiento de las letrinas cuya atmósfera podía llegar a ser contaminante y tradiciones de comportamiento doméstico no siempre de origen local (Jorge Liernur y Fernando Aliata, 2004).

En el siglo XIX las letrinas (también llamados "comunes") estaban muy generalizadas, y separados de otros ambientes de la casa. Con la incorporación de artefactos e instalaciones sanitarias, las letrinas o comunes ingresan (denominados ahora water-closet) mas próximos a los dormitorios (siendo que antes estaban alejados del resto de los ambientes como cuarto del fondo, cercano al pozo ciego, cuando no había instalaciones de cloacas).

Las bacinillas (en la jerga "escupidera") para los dueños de casa y la letrina abierta (excusado o retrete colectivo con varios compartimentos, separados o no, que vierten en un único tubo colector o en una zanja) para los sirvientes (en las casas de las familias importantes de 1880), se cambiaron por el cuarto de baño moderno a principios del siglo XX (para todas las clases sociales). Por lo que desde las décadas de 1910 a 1980 se observan bañaderas, lavatorios, inodoros, bidés; duchas y calefones eléctricos; botiquín, grifos, balanzas y básculas; y otros sanitarios en las publicidades de las revistas como fray Mocho y PBT.

Efectivamente, caracterizada por una fuerte impronta rural, la casa de patios "casa chorizo" hasta fin de siglo XIX presentaba una particular organización de servicios en la que las distintas operaciones de aseo personal y excreción estaban separadas. En el período 1880-1910 se constata que la distinción de espacios utilizados para el aseo personal y los destinados para las deposiciones, siguen siendo objeto de una neta distinción en la mayoría de los casos (Jorge Liernur y Fernando Aliata, 2004).

En algunos casos las letrinas conectadas al pozo ciego conformaban construcciones independientes. Y en las casas de personalidades importantes con servidumbres, las letrinas se colocaban apareadas (una destinada a los señores de casa y otra a la servidumbre). Dicho "pozo ciego" debía estar separado del otro "pozo de balde" (para sacar agua para bañarse), debido a que las primeras napas de aguas eran de fácil contaminación por los pozos ciegos. En este aspecto hay que señalar que el agua para beber no era la misma que el agua para bañarse (pues el agua para beber, por lo menos en Buenos Aires, era comprada a aguateros ambulantes y sometida posteriormente a un proceso de decantación y estacionamiento en barriles o tinajas). Solo en las zonas rurales mas alejadas y seguras, el agua de pozo se usaba para beber (en las ciudades o Gran Aldea de Buenos Aires de mediados de fin de siglo XIX era solo usada para bañarse).

Pero la utilización de las letrinas o comunes por los dueños de casa parece haber sido poco habitual, dado que ciertos receptáculos de uso personal (como los llamados "servicios" o "vasos necesarios", a los que también se le suman las "bacinillas" y los "sillicos") permitían satisfacer las necesidades fisiológicas de excreción en los cuartos propios de la familia (sin tener que incursionar en el área de servicio de letrinas de la casa); el caso de la exresidencia de Urquiza es un testimonio claro de que ello sucedía en 1870. Esto nos evidencia una conclusión importante: no había una única manera de realizar las evacuaciones fisiológicas hacia fin de siglo XIX.

Desde 1850 empezaba a consolidarse el "higienismo" como ciencia (lo que la Generación de 1880 adoptó matemáticamente como significado de modernidad y civilización). Pues, luego de las sucesivas epidemias que asolaron a la ciudad de Buenos Aires a fines de la década de 1860 y en 1871 el problema del agua se constituye en una de las preocupaciones de políticos y médicos higienistas). La solución era erradicar los focos de infección representados por los pozos ciegos. Pero como en 1887 el servicio de agua corriente en Buenos Aires solo alcanzaba al 50% de las viviendas, esto obligaba a postergar los trabajos de construcción de las cloacas; y en 1895 la Municipalidad de Buenos Aires había prohibido la excavación de pozos ciegos.

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