Baldomero Fernández Moreno incluyó en Guía caprichosa de Buenos Aires la página "El vasco lechero en el café", en la que dice: "he aquí que al hilo del mostrador aparece un vasco lechero, la cara rosada, con dos parches más rojos pegados en las mejillas, la boina encasquetada, la blusa rizada, que no todo ha de ser fortaleza y agresividad; las piernas combadas, las alpargatas silenciosas, y el tarro en la mano como si blandiera un arma o un guijarro listo para ser proyectado en la cara lisa y cosmopolita del ?barman?. Y con el vasco lechero entra también el campo, un aire duro y frío y un trébol. Un trébol precisamente que se labra un espacio verde en el ambiente gris y que yo veo con toda nitidez" (1).
Sergio Pujol cita el testimonio de un inmigrante asturiano famoso: "en los ambientes copados por inmigrantes, quien desee tutearse de vez en cuando con el tango deberá aceptar el espectáculo de otras danzas; la jota hace furor en el Velódromo y en el Pabellón se bailan todos los ritmos, según ordene el maestro de turno. Escribirá años más tarde el dibujante Alejandro Sirio en su libro De Palermo a Montparnasse: ?Bajo hileras de banderitas españolas, en medio de una babélica algarabía de baladros ?iujujús? y ?aturuxos? y al son de la jeremíaca gaita, la gimiente chirimía, la zumbona guitarra, del insistente bombo, el redoblante tambor y la intermitente pandereta, brincan y saltan estos romeros sus jotas, zortzicos, sardanas, muñeiras y seguidillas, hasta quedar extenuados. Bailan para descansar del agobiador trabajo cotidiano" (2).
La estancia Acelaín, en Tandil, provincia de Buenos Aires, "Fue inaugurada en 1924 por su dueño, Enrique Larreta, que confió su diseño al arquitecto Martín Noel y bautizó así sus campos en honor al pueblo vasco de dónde son oriundos los Larreta. En la casa, de estilo morisco-español, el escritor volcó su amor por España" (3).
Manuel Mujica Láinez visita en Villafranca de Oria, pueblo cercano a San Sebastiàn, la casa de sus mayores, en una "peregrinaciòn a las fuentes": "Con Armendàriz tornè a entrar en la iglesia. Me enseñò, en los registros parroquiales, las anotaciones que consignan los bautismos, matrimonios y muertes, de gente remota vinculada a mì. Y, saliendo del templo neblinoso, me mostrò junto a èl la que fue casa de mis mayores y que, desde 1890, màs o menos, està destinada a escuela, correo, dependencias municipales y què sè yo què. Sobre la puerta sigue intacto el blasòn, como en tantas y tantas casas de Guipùzcoa" (4).
Relata María José Pérez Arango: "En el año 57 mis padres y yo llegamos desde España para reunirnos con mi hermano que se había venido a la Argentina. Los años pasaron y me convertí en una mujer que cada día deseaba y soñaba más con volver a su tierra. La idea era llegar y por lo menos llorar dos días seguidos, para luego poder recorrer los lugares que en mi memoria se mantenían nítidos. (…) Una vez en Madrid, después de una hora y media de viaje en el primer asiento de un micro atravesando los montes Cantábricos por extensos túneles y la campiña vasca a través de una fantástica autopista, llegamos a Bilbao. Traté de reconocer algo, pero todo era nuevo para mí" (5).
El madrileño José Luis Alvarez Fermosel cuenta: "un día la mujer de Bonasso padre, una vasca de Bilbao, me dijo: ?Mira, no te quedes aquí mucho tiempo porque vas a estar en dos sillas mal sentado. Yo estoy allá y a los 20 días me da la impresión de que nunca me he ido; cae la tarde y miro el reloj y digo: Ahora estaría yo en Buenos Aires tomando el té con mis amigas. Y vuelvo a Buenos Aires y pienso que podría estar allí conmis hermanas". Cuenta, además, que Rolando Hanglin le dijo: "Mira, te voy a poner el apelativo de Caballero español, porque conocí a un vasco que estaba loco por mi tía y que cuando iba a casa decía, juntando los talones a la prusiana: ?¡Mujica, caballero español!? " (6).
Ángeles de Dios de Martina "nació en Comodoro Rivadavia y desde hace más de cuatro décadas vive en Resistencia, Chaco. Es hija y nieta de inmigrantes españoles- andaluces y vascos. Escribe sobre temas inmigratorios mediante los testimonios orales de sus protagonistas, el uso de la historia oral, la descripción de fotografías y la investigación histórica" (7). Es la autora de Vascos en el Chaco: historias de vida (8).
Enrique Aramburu escribe: "Todavia recuerdo que mis mayores se reunían en la estancia Dos Hermanas de Olavaria en la década del 70 con motivo del cumpleaños de Alejandro Aramburu, continuando la tradición de Pedro Aramburu (hijo de los que llegaron en la decada de 1860 a los pagos), y jugaban al mus. Es posible que tres expresiones que allí se utilizaban puedan explicarse por la lengua vasca: "va y va" para la grande y la chica, sería bai, ba "si, pues". "Ordago" (que significa que se juega todo el partido a un lance), por hor dago "ahi esta". Y la forma de contar los puntos que se juegan en los partidos, "un amarrueco", "dos amarruecos" (los partidos comunes se jugaban a cuatro "amarruecos" y los de desempate, a ocho "amarruecos", segun relata mi padre). Si bien eran divisiones de a cinco, la similitud fonetica es demasiado grande como para resistir la tentación de vincularlos con hamarreko, "de a diez", y suponer que así como se deformó la fonética, se puede haber deformado el significado de la cantidad" (9).
A Eibar llegaron los hermanos Sarasqueta, a conocer a sus parientes vascos, de los que no tenían noticias desde 1902. El encuentro fue posible gracias a la Asociación para la Cooperación Mundial entre Vascos, que ayudó a localizarlos. "Regresaron la semana última, con las valijas llenas de fotografías, comidas típicas y libros sobre el lugar. ?El primer encuentro con Pedro, primo segundo, de 65 años, fue impactante por el parecido con mi padre. Nos recibieron como una verdadera familia. Valió la pena el esfuerzo?, contó Marcelo" (10).
Sebastián Batista escribe, en "Periodistas de Mar del Plata" acerca de Félix de Ayesa, quien "nació el 18 de mayo en Olite (España). Llegó a nuestra ciudad en 1910 y con su familia se radicó en Mar del Plata. Vecino del barrio "La Estación" de trenes desde temprano tuvo apego por la lectura y la historia. Egresado del Instituto Peralta Ramos, Don Félix fue durante su vida hombre de campo, obrero, periodista,, librero, funcionario público, docente y en sus últimos años de vida, historiador. Félix de Ayesa Arismendi y Rubio, como era su nombre completo, defendió con énfasis los momentos históricos de la ciudad, principalmente el Oratorio del Instituto Unzué. Fue declarado ciudadano ilustre de la ciudad por el Honorable Consejo Deliberante en 1989 y falleció el 7 de abril de 1996" (11).
Sobre Juan Manuel García Salazar escribe Roxana Badaloni, en "El coleccionista": "Con minuciosidad histórica, este inmigrante vasco radicado en Mendoza fue reuniendo valiosos sellos postales hasta alcanzar 250 estampillas y 70 sobres que en agosto se expuso como patrimonio histórico cultural de Mendoza" (12).
Lolita Torres manifestó: "No puedo explicar el por qué del acento español. No sé, me viene de adentro, y eso que mis padres eran argentinos. Mis abuelos paternos eran navarros y los de mamá eran gallegos. Por un tiempo, todos creyeron que yo era española y eso provocó el estallido en la comunidad hispana. Cuando se enteraron de que era argentina no tuvieron el menor prejuicio y me siguieron apoyando" (13).
El actor Alberto de Mendoza "nació en enero del 21, en el barrio de Belgrano, hijo de un andaluz y una vasca. No tuvo lo que se dice una infancia idílica: cuando tenía cinco años, se quedó huérfano y fue llevado a España, donde lo crió su abuela Isidra. (…) ?Mi nona murió a poco de empezar la Guerra Civil, donde perdimos todo ?dice a Diego Heller-. Fue ahí cuando empecé a laburar y a conocer la calle, a los 15 años empecé a gastar suelas?. Un buque ?el Tucumán- lo devolvió al Río de la Plata en 1939, junto a un grupo de refugiados cansados de tanta guerra" (14).
Notas
- Fernández Moreno, Baldomero: Poesía y Prosa. Prólogo de Jorge Lafforgue, selección de Nora Dottori y Jorge Lafforgue. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
- Pujol, Sergio: Historia del baile. Buenos Aires, Emecé, 1999. 440 pp.
- S/F: "Aldo Sessa. País de estancias", Fotos: Aldo Sessa, en La Nación Revista, 12 de diciembre de 2004.
- Mujica Làinez, Manuel: Placeres y fatigas de los viajes. Crònicas andariegas. Buenos Aires, Sudamericana, 1993.
- Pérez Arango, María José: en "Tendencias. La vuelta al origen", en Clarín, Buenos Aires, 17 de octubre de 1999.
- Flores, Daniel: "A boca de jarro. José Luis Alvarez Fermosel ?La caballerosidad no tiene que ver con la geografía? ", en La Nación, Buenos Aires, 21 de septiembre de 2003.
- S/F: en www.dunken.com.ar
- Martina, Angeles de Dios de: Vascos en el Chaco: historias de vida. Buenos Aires, Dunken, 1999.
- Aramburu, Enrique: La lengua más antigua de Europa: el vasco en su literatura y apellidos. Buenos Aires, Biblos, 2001. 127 pp.
- Linares Calvo, Ximena: "Los hermanos que encontraron sus raíces", en La Nación, Buenos Aires, 29 de septiembre de 2002.
- Batista, Sebastián: "Periodistas de Mar del Plata", 20 de septiembre de 2001, www.deporteaedu.com.ar.
- Badaloni, Roxana (texto) y Yañez, Jorge (fotos): "El coleccionista", en Clarín Viva, Buenos Aires, 14 de noviembre de 2004.
- Freire, Susana: "Lolita Torres. Una voz que le cantó a los corazones", en La Nación, Buenos Aires, 15 de septiembre de 2002.
- Heller, Diego: "Alberto de Mendoza. El último dandy", en Clarín Viva, 5 de junio de 2005. Fotos: Alejandra López.
En el 80, en la Argentina, la autobiografìa surge como el "lugar donde se expresa lo particular, lo curioso, lo diferenciador, lo propio de un sector social" (1); este sector es el de la clase dirigente, grupo que se caracteriza por haber sido educado con una gran influencia de la cultura europea, particularmente francesa (2). Cobra gran importancia la evocaciòn de la vida "vulgar", calificativo que abarca tanto la vida cotidiana, real, como los comportamientos censurados por la moral corriente (3).
La autobiografìa se caracteriza, en este perìodo, por asumir el aspecto de la charla social (causserie), de la anècdota, y por la frecuente utilizaciòn de citas que remiten a lecturas extranjeras. En las obras autobiogràficas de los hombres del 80 aparece como modelo el "hombre de mundo", que conjuga en sì mismo muy diversas facetas. Como consecuencia del impacto de la inmigraciòn, aparecen "evocaciones nostàlgicas de tiempos màs austeros" y "descripciones costumbristas con toques moralizantes".
Susana Zanetti destaca que "la actitud de nostalgia, de reminiscencia, de regreso al pasado, es una constante del 80"; Juvenilia, de Miguel Cané, presenta -a su criterio- "un melancòlico contrapunto entre la adolescencia despreocupada de ayer y el hombre maduro de hoy. Aùn asì, la evocaciòn tiende generalmente a las anècdotas festivas, alegres". En la obra advierte ciertas semejanzas con David Copperfield, de Charles Dickens, pero la diferencia de la obra inglesa el hecho de no entrañar denuncia ni afàn testimonial.
El tema del fracaso generacional està encarnado en la suerte corrida por los condiscìpulos; algunos han muerto, otros se encuentran empleados con sueldos de hambre, sòlo unos pocos se destacan. Esta actitud surge de lo que la ensayista denomina "doble melancolìa" frente al pasado y frente al povenir (4).
Miguel Canè nos ha dejado en varias obras testimonio de su visiòn de los inmigrantes. En Juvenilia, a las figuras del grotesco enfermero italiano y los temibles quinteros vascos, contrapone la grandiosidad del profesor Amadeo Jacques, sìmbolo de la inmigraciòn anhelada por los hombres del 80.
En sus memorias relata que los estudiantes encontraban diversas distracciones en la quinta de Colegiales; una de ellas, vinculada a unos inmigrantes. "En la Chacarita estudiàbamos poco, como era natural; podìamos leer novelas libremente, dormir la siesta, salir en busca de camuatìs y sobre todo, organizar con una estrategia cientìfica, las expediciones contra los ?vascos? ".
Describe el escenario y las virtudes de la fruta de esos quinteros: "Los ?vascos? eran nuestros vecinos hacia el norte, precisamente en la direcciòn en que los dominios colegiales eran màs limitados. Separaba las jurisdicciones respectivas un ancho foso, siempre lleno de agua, y de bordes cubiertos de una espesa planta baja y bravìa. Pasada la zanja, se extendìa un alfalfar de una media cuadra de ancho, pintorescamente manchado por dos o tres pequeñas parvas de pasto seco. Màs allà (…) en pasmosa abundancia, crecìan las sandìas, robustas, enormes, (…) allì doraba el sol esos melones de origen exòtico (…) No tenìan rivales en la comarca, y es de esperar que nuestra autoridad sea reconocida en esa materia. Las excursiones a otras chacras nos habìan siempre producido desengaños, la nostalgia de la fruta de los ?vascos nos perseguìa a todo momento, y jamàs vibrò en oìdo humano en sentido menos figurado, el famoso verso de Garcilaso de la Vega".
Se refiere a la disposiciòn anìmica de esos inmigrantes: "Pero debo confesar que los ?vascos? no eran lo que en el lenguaje del mundo se llama personajes de trato agradable. Robustos los tres, àgiles, vigorosos y de una musculatura capaz de ablandar el coraje màs probado, eternamente armados con sus horquillas de lucientes puntas, levantando una tonelada de pasto en cada movimiento de sus brazos ciclòpeos, aquellos hombres, como todos los mortales, tenìan una debilidad suprema: ¡amaban sus sandìas, adoraban sus melones!"
Dos veces hurtaron fruta los adolescentes sin ser vistos. La tercera, "detràs de una parva, un vasco horrible, inflamado, sale en mi direcciòn, mientras otro pone la proa sobre mi compañero, armados ambos del pastoril instrumento cuyo solo aspecto comunica la ingrata impresiòn de encontrarse en los aires, sentado incòmodamente sobre dos puntas aceradas que penetran… (…) ¡cuàn veloz me parecìa aquel vasco, cuyo respirar de fuelle de herrerìa creìa sentir rozarme los cabellos! (…) aquel hombre terrible meyado en su tridente, empezò a injuriarme de una manera que revelaba su educaciòn sumamente descuidada. (…) Me tendì en la cama y, mientras el cuerpo reposaba con delicia, reflexionè profundamente en la velocidad inicial que se adquiere cuando se tiene un vasco irritado a retaguardia, armado de una horquilla" (5).
Carlos Ibarguren describe, en La historia que he vivido, el Buenos Aires de su infancia, en la década de 1880. En ese entonces, "en los barrios residenciales veíanse de mañana a los lecheros, casi todos vascos, que llevaban en los costados de su cabalgadura sus clásicos tarros de latón, o a los que arriando algunas vacas con sus mamones, al son tintineante de un cencerro, ofrecían leche recién ordeñada" (6).
En El merodeador enmascarado, Carlos Gorostiza "nos habla de su infancia en el barrio de Palermo, junto a sus padres vascos y un hermano mayor. No eran ricos pero disfrutaban de una situación que les permitió en 1926 realizar un viaje por la tierra de los ancestros" (7).
Notas
1 Zanetti, Susana: "La ?prosa ligera? y la ironìa: Canè y Wilde", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2 Onega, Gladys S.: La inmigraciòn en la literatura argentina (1880-1910). Buenos Aires, CEAL, 1982.
3 Stratta, Isabel: Pròlogo a Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
4 Prieto, Adolfo: La literatura autobiogràfica argentina. Buenos Aires, CEAL, 1982.
5 Ara, Guillermo: Pròlogo a Wilde, Eduardo: Aguas abajo. Buenos Aires, Huemul,
6 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Dictio, 1977.
7 Requeni, Antonio: "El teatro, la escritura, lo vivido", en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de 2004.
"Como en el caso de tantos otros inmigrantes que llegaron a nuestro país, Florencio Constantino emigró a América siendo muy joven para labrarse un porvenir. Joven inquieto, audaz, con la ilusión de formar un hogar con la mujer que lo acompaña en la aventura de atravesar el Océano Atlántico; un hombre formado desde pequeño en el duro trabajo de la floreciente siderurgia bizkaina; uno más entre tantos emigrantes, que lejos estaba de soñar con el privilegiado futuro que le aguardaba. Florencio Constantino y Luisa Arrigorriaga, viajan en uno de los muchos buques que transportan esperanzas al nuevo continente. Embarcados en Francia en el vapor "Le Havre" dejan atrás el húmedo invierno europeo por uno no menos húmedo verano sudamericano".
Hijo de Antonio Constantino Sánchez, natural de Valleval, Asturias, y Antonia Carral Ruiz, santanderina de Arredondo, Mariano Florencio Constantino Carral nace en Ortuella el 9 de abril de 1868. La infancia de Florencio pasará entre los mineros que pueblan Ortuella: gallegos, asturianos, andaluces, santanderinos; entre los técnicos e ingenieros franceses, belgas e ingleses de las empresas en las que luego transcurrirá su adolescencia. Con una aptitud teatral innata y de la que no es consciente, Florencio divierte a sus amigos imitando ese variado espectro humano".
"Florencio no conoce de maestros de música ni conservatorios. Pero secretamente el canto y la música ya están instalados en el adolescente para luego surgir entre travesuras, propias del ambiente que le toca vivir. Inquieto y vivaz, aficionado a la mecánica, progresa y después de tres años entra a trabajar como maquinista en las pequeñas locomotoras de la Compañía Franco-Belga para transporte de mineral de hierro, donde su padre es jefe de movimiento. Más tarde, en recuerdo de aquel maquinista hecho famoso, sus antiguos compañeros impondrán a una de las locomotoras el nombre de Constantino".
"Cuando comienza la construcción de la fábrica 'La Vizcaya', a orillas del Nervión, Constantino cuenta con quince años. Allí se desempeñará como ajustador, sirviendo de intérprete de los mecánicos franceses y belgas que están a cargo de esa obra. Desde muy joven le gusta imitar y remeda admirablemente a cuanto extranjero ve y conoce y a los campesinos provenientes de diversas regiones de España, que, como se dijo, en aquella época abundaban en Ortuella".
"Al cabo de dos años y con la anuencia de su familia, se decide por la carrera naval, trabajando un año como segundo maquinista en la compañía "Messageries Maritimes" con viajes entre Burdeos y Glasgow. Llegan entonces los primeros contratiempos: tres años de servicio militar en la marina española y su noviazgo con Luisa, que es rechazado por los padres de ella. Los jóvenes resuelven dejar atrás padres y Armada y a principios de 1889 se embarcan hacia Argentina. Florencio tiene veintiún años y Luisa uno más".
"Las peripecias que deben afrontar los novios hasta su llegada a Buenos Aires son variadas. Se debe imaginar a Constantino desertando y arriesgándose a cruzar la frontera hacia Francia, llevando los pocos enseres que serán su primer patrimonio. La joven pareja se dirige entonces a la empresa naviera donde poco antes Florencio había trabajado, la "Messageries Maritimes", logrando obtener dos pasajes con destino a Buenos Aires".
"Luego de tres días de estar fondeado el vapor en la rada exterior por falta de la documentación correspondiente, se permite el desembarco de los pasajeros al puerto de Buenos Aires. Florencio, acompañado por Luisa, es conducido al Hotel de Inmigrantes luego de declarar en la oficina de trabajo su especialidad: mecánico. En poco tiempo Florencio organiza su vida; se casa y se emplea en varios talleres de La Plata, Avellaneda y Lobos. Finalmente y tal vez alentados por familiares de Luisa, arraigados años atrás en Bragado, se dirigen a esa población bonaerense distante a 200 Km. de Buenos Aires. Florencio adquiere a crédito una trilladora (el crédito, 20.000 pesos, se lo otorga la Casa Agar Cros y CIA) y se dedica a arar y sembrar como contratista, con una cuadrilla de peones. Para ese entonces, Bragado -ciudad cabecera del partido de igual nombre- cuenta con una población de 11.200 habitantes. La zona es una de las de mayor producción agrícola del país, con predominio del cultivo del maíz. La superficie trabajada asciende a 47.326 hectáreas".
"En 1890 nace su primera hija, Dolores Agripina; un año después la segunda, Rosa Agustina y en 1893 los dos hijos varones, mellizos, Ricardo y Antonio. Los cuatro niños son bautizados el 25 de junio de 1893 en la iglesia Santa Rosa de Bragado, lo que muestra que para esa fecha Constantino ha celebrado también el matrimonio religioso".
"Rápidamente Florencio se integra a la vida argentina. Se convierte en ferviente seguidor de Leandro N. Alem, que fundará en 1891 la Unión Cívica Radical. La agitación revolucionaria de esos años no le es extraña. Menos aun le resultan espiritualmente ajenas las melodías campestres al son de las guitarras. Florencio aprende con entusiasmo a tocar la "vigüela" y rápidamente agrega a su repertorio de canciones vaskas y españolas el canto de "aires criollos", que lo harán conocido y apreciado en cuanta reunión festiva se dé en Bragado y aún en las manifestaciones políticas".
"Durante los primeros años de la década del 90, Constantino conocerá a un legendario payador, Gabino Ezeiza, que por ese entonces realiza giras artístico-políticas en la provincia de Buenos Aires con un circo ambulante. Gabino es hombre de Alem, como Constantino, y ambos sostendrán en Bragado un recordado duelo de canto y guitarra que durará dos noches".
"En Julio de 1893 participa activamente en la revolución radical que estalla en la Provincia de Bs.As y que es dirigida por el Doctor Hipólito Yrigoyen. Viste uniforme y combate en las filas de los hermanos Aparicio y José Gregorio Islas, caudillos radicales de Bragado. Y llega el año 1894, con dos hechos que son fundamentales en la vida del futuro tenor. Uno, su participación en los "sucesos trágicos del Bragado". El otro, su encuentro con hombres que supieron reconocer su don de artista".
"Lo primero ocurre en marzo. Es tiempo de elecciones y en la estación de ferrocarril se produce un hecho trágico. Un confuso malentendido origina un tiroteo entre partidarios radicales y conservadores que desemboca en la muerte de Costa y los hermanos Islas. Constantino presente allí, salva su vida de milagro: Dos balas atravesaron su chambergo sin ocasionarle herida alguna. Sigue corriendo el año 1894 y llega el 30 de agosto, día de la fiesta patronal. De Bs.As viene el arzobispo, monseñor Aneiros. En la Misa Mayor canta Constantino, cuya voz asombra al Prelado, que quiere conocerlo. Otro encuentro que irá afirmando su incipiente vocación ocurrirá en el transcurso de las Romerías Españolas que se celebran en octubre en Bragado. La Comisión de la Sociedad Española contrata para dar lucimiento a las fiesta a una banda dirigida por un prestigioso músico, el maestro italiano Paolantonio. Invitaron a Constantino a ocupar un asiento en el proscenio del improvisado teatro. Este no se hizo rogar. Tomó la guitarra y cantó "La Verbena de la Paloma". El público se entusiasmó mucho. Lo hicieron repetir varias veces. Al Director de la Banda le entusiasmó más que a ninguno y luego le recomendó dedicarse a la educación de su voz, el estudio de la música y el canto. "Usted tiene un tesoro en la garganta" ".
"Hacia fines de año se produce la visita a Bragado del conocido violinista José María Palazuelos, llamado por ese entonces el "Paganini argentino". Este reconoce el don de la voz de Constantino y aprovecha para darle unas lecciones de canto. El año 1895 ha de ver a Constantino trasladado a Buenos Aires, dispuesto a ser cantante. Ya son muchos los que le han aconsejado dejar el campo y dedicarse al arte".
"Una vez llegado a la gran ciudad no demora en presentarse a Paolantonio y a Palazuelos. Uno y otro lo llevarán ante el compositor Félix Ortiz de San Pelayo y luego ante Leopoldo Stiatessi, el reconocido maestro de canto italiano. Es quizás el propio Stiatessi quien lo presenta en la Colmena Artística, agrupación de pintores, músicos, literatos y escultores asociados para la protección y el estímulo de las artes".
"La situación económica le dificulta continuar con sus clases de canto y recurre al periódico El Correo Español solicitando la posibilidad de ser escuchado en público. Con ese objeto en una noche de sábado se hizo oir en el Club Español, atrayendo la atención de todo el público que allí se encontraba. Entre los socios se abrió esa misma noche una suscripción ya que " el poseedor de tan hermosa voz carece en absoluto de recursos con qué dedicarse al estudio…., con cuyo producto podrá cultivar el tesoro con que la naturaleza lo ha dotado". Días antes algunos socios le habían asignado una pensión".
"En el transcurso del mes de mayo es presentado Constantino ante Enrique Freixas, crítico teatral y musical, pianista y musicólogo, profesor de historia y estética de la música en el Conservatorio Buenos Aires, dirigido por Alberto Williams y que congrega artistas de la talla de Julián Aguirre, Clementino del Ponte y Andrés Gaos. Constantino consigue el efecto buscado".
"Con una confianza encomiable siguen los pasos del futuro artista lírico, resaltando toda una vida que de aquí en más se consagrará al arte. Comienza entonces a prepararse el debut artístico de Constantino. La Prensa lo promocionará calificándolo como "verdadera esperanza del arte lírico a quien la crítica ha hecho también justicia por la potencia, brillantez y extensión de su voz admirablemente timbrada". Días más tarde Constantino se presenta ante Grandmontagne y éste lo introduce de inmediato en el ambiente teatral porteño. Terminan convirtiéndose en grandes amigos. Grandmontagne le mostró los teatros por dentro, le explicó el espíritu del Fausto que acababan de presenciar y le enseñó el epílogo de Mefístoles. Y con más descaro que dinero, Constantino comenzó a mezclarse en el ambiente teatral hasta debutar, el 23 de junio de 1895, en el Club Español de Buenos Aires. Y hasta se inventó una compañía de ópera inexistente para obtener un subsidio de la provincia de Buenos Aires y trepar al escenario del Teatro Argentino de La Plata. Pero su suerte cambió. Un empresario tabacalero, Manuel Méndez de Andés, lo señaló como su protegido y decidió embarcarse en la formación del astro descubierto. Fue así como el humilde trillador terminó zarpando nuevamente, esta vez hacia Milán.
"El primer año, en 1896, se las ingenió para repartir los 250 francos asignados por su protector entre sus clases de 150 francos y las necesidades de su familia. Pero el segundo año, Méndez de Andes abandonó a su alumno y Constantino tuvo que enviar a su familia a Bilbao y mantenerse dando clases de español. También tuvo que apelar a esa viveza del sobreviviente que lo ayudó en sus primeros pasos: «Muchos eran los maestros a los que engañaba para que me enseñaran una ópera gratis, pues les decía que tenía un contrato en perspectiva, pero que sin saber esa ópera no podía aceptarlo. Así logré engañar a muchos maestros y aprender un gran número de óperas, no llegando nunca a los soñados contratos», contó él mismo".
"Su suerte volvió a cambiar: desde 1898 cuando consiguió finalmente un contrato por seis meses para presentarse en Holanda, y no paró hasta que las luces comenzaron a atenuarse en 1912. Constantino logró iluminar su propia gloria e inscribirse en la historia de las voces de la ópera. En todos esos años trajinó los máximos escenarios líricos del mundo. En Buenos Aires se presentó en el Teatro de la Opera, en el Teatro Odeón, en el Teatro Avenida, en el Hotel París, en el Orfeón Español, en el Centro Vasco Laurak Bat, en el Teatro Coliseo y en el Teatro Colón en varias oportunidades. Hizo actuaciones en otras ciudades como Rosario, La Plata, Bahía Blanca, Córdoba y por supuesto en Bragado".
"También actuó, como primera figura, en giras por las siguientes ciudades: La Haya, Amsterdam, Leyden, Rotterdam y Dordrecht (en Holanda), Nápoles, Turín, Ferrara, Bologna, Liborno, Florencia, Verona, Cágliari, Rímini, Milán y Roma (en Italia), Madrid (en el Teatro Real), Bilbao, San Sebastián, y Barcelona (en España), Varsovia, Moscú (en el Teatro Bolshoi), Odessa, Kiev; y San Petersburgo (en Rusia), Lisboa y Oporto (en Portugal), Frankfurt (en Alemania), Londres (en el Covent Garden), París y Niza (en Francia), Montevideo (en Uruguay), Santiago y Valparaíso (en Chile), Río de Janeiro (en Brasil), México D.F(en México), Toronto, Montreal y Ottawa (en Canadá), La Habana, Matanzas y Cienfuegos (en Cuba) y en New Orleans, Saint Louis, Cincinatti, Chicago, Kansas, Los Angeles (en el Auditorium), Oakland, San Francisco, Portland, Seattle, Salt Lake City, Denver, Boston (donde inauguró el Boston Opera House y se presentó en varias oportunidades), Filadelfia, Baltimore, Washington, New York (en el Manhattan Opera House, en cinco temporadas sucesivas), Minneapolis, Milkwaukee, Pittsburg y New Heaven (en Estados Unidos)".
"Por esos años su imagen aparecía en las publicidades de fonógrafos, de las marcas Pathé, Columbia, Edison Co. y RCA Victor. Grabó más de doscientos discos, en las compañías Pathé Fréres (Barcelona), Gramophone Company (Berlín), Disque Excelsion Favorite Records y Société Anonyme, Francaise Ondographique (París), The Victor Talking Machine (New Jersey), Columbia Phonograph Co. (New York) y National Phonogrph Co. / Edison Diamond (la Compañía de Thomas Alba Edison, de quien era amigo personal, EE.UU.)".
"A esa altura, y con semejante camino recorrido, ya poco quedaba de aquel humilde trillador. Como muestra, un botón: seguro de su batalla, Constantino llegó a desafiar al gran Enrico Caruso en un duelo de voces que, para orgullo del vasco, jamás tuvo respuesta y dio por ganado. Quien sabe si fue el ascenso a los cielos de la gloria (que pronto lo llevó a encabezar la Compañía de Opera de San Carlo y a recorrer con éxito, y durante seis temporadas los principales teatros de Estados Unidos, incluido el Metropolitan de New York) lo que terminó por dejarlo en las orillas del delirio. Lo cierto es que hasta él mismo intuyó esos límites. Y aunque alguna vez le transmitió a otro amigo, Miguel de Unamuno, su intención de dejar los escenarios, la fama y los aplausos, ya casi sordos, pesaron mas".
"Cansado, con poco dinero y una serie de contratiempos amorosos y judiciales, que enturbiaron su panorama, llegó a caer en la cárcel, de donde salió gracias a la fianza pagada por algunos de sus amigos. El final llegó en México, en lo que fue su último concierto, Constantino se quebró ante un público ansioso por verlo recuperado. Con lágrimas en los ojos, el tenor se disculpó y emprendió la retirada. «¡Que voy a perder esta voz! ¿no me oyen?… ¡que no me interrumpan, voy a ensayar!… gritaba enceguecido entre las paredes del Instituto Frenopático Lavista, en México, a donde fue trasladado tras sus accesos de locura. «All right.. Very well!…» decía por los pasillos. Ya no quedaba mucho tiempo, ni siquiera mucho recuerdo… Florencio Constantino murió el 16 de noviembre de 1919, solo, triste y casi olvidado. Pero con la certeza, más allá de su delirio, de que había cumplido aquel sueño de desenterrar el tesoro que llevaba en su garganta. Sus restos descansaron en el Panteón Vasco del cementerio de la ciudad de México D.F y fueron repatriados a la Argentina en 1986, donde esperan su último destino en Bragado, el pueblo de sus amores" (1).
Escribe Andrew Graham-Yooll: "Postal de Corrientes. No la avenida, sino la esquina de Batalla de Salta y San Martín, en Mercedes, provincia de Corrientes. Del caserón en esa intersección surgió una biografía, modestamente magnífica, que debería ser el libro del año. Es la historia de un hacendado correntino, José Antonio Ansola, pronto a cumplir 91 años. Nieto de vascos, sus recuerdos de vida y familiares se extienden desde la guerra contra el Paraguay (1865-1870) hasta nuestros días. (…)"
"Che patrón, el título de la crónica de este ?hacendado de Corrientes, la provincia guaraní?, es producto de muchas horas de grabaciones y cientos de epístolas a Magdalena Capurro, una uruguaya instalada en Mercedes, interesada en el patrimonio intangible y directora de la biblioteca popular. Doña Magdalena, profesora de literatura y escritora, ha ordenado y escrito esta vida de Ansola (editada por Literature of Latin America, LOLA, un sello angloargentino de Buenos Aires, especializado en historia y botánica locales), que es una delicia, un canto a una época y a una cultura profundamente argentinas, que reúne lo rural heroico, lo noble en la política (Ansola es apasionado por el Partido Liberal y entusiasta de la Sociedad Rural) y lo europeo, la buena lectura y las cabalgatas interminables en Corrientes y el Chaco. (…)"
"Su trayectoria tiene una gran tristeza, que consigna en el libro. ?Perdí mis campos, los que fueron de mis abuelos. Me derrotó la naturaleza, inundando, y los hombres, cobrando impuestos a las tierras bajo el agua?. Pese a esto, qué hombre, qué historia, qué hermosa tierra" (2).
Notas
1. Sitio de la Municipalidad de Bragado, Provincia de Buenos Aires.
2. Graham-Yooll, Andrew: "Desde Corrientes", en La Nación Revista, Buenos Aires, 5 de junio de 2005.
Manuel Mujica Làinez realizò innumerables viajes a lo largo de su vida, por diferentes motivos. Siendo periodista de La Naciòn, los viajes fueron para èl parte de su trabajo. Poco antes de morir, Mujica Làinez reuniò algunas de las crònicas que escribiò para el diario capitalino, en dos volùmenes que titulò Placeres y fatigas de los viajes. Crònicas andariegas. En estos tomos agrupa artìculos publicados entre 1935 ?cuando viajò en el Zeppelin- y 1977.
En España vivieron sus ancestros; uno de ellos, hace siglos, se lanzò al mar, en busca de la promesa americana. Este es el tema de una de las notas. "Cada uno de nosotros es, en buena proporciòn, consecuencia de la cadena ancestral que le dio vida ?afirma-, y mis eslabones hispanos, rotos hace casi dos centurias, siguen unidos invisiblemente a mis eslabones de la Argentina. Hoy los siento trèmulos, vibrantes, dentro de mì".
Este sentimiento alcanza su clìmax cuando el poeta visita, en Villafranca de Oria, pueblo cercano a San Sebastiàn, , la casa de sus mayores, en una "peregrinaciòn a las fuentes": "Con Armendàriz tornè a entrar en la iglesia. Me enseñò, en los registros parroquiales, las anotaciones que consignan los bautismos, matrimonios y muertes, de gente remota vinculada a mì. Y, saliendo del templo neblinoso, me mostrò junto a èl la que fue casa de mis mayores y que, desde 1890, màs o menos, està destinada a escuela, correo, dependencias municipales y què sè yo què. Sobre la puerta sigue intacto el blasòn, como en tantas y tantas casas de Guipùzcoa".
Se refiere a su estado de ànimo de ese momento: "Experimentè, como es lògico, una especie de emociòn difìcil de definir. Ella aumentò cuando, algo despuès, el alcalde nos guiò al cònsul y a mì para que, desde la altura del hospital, abarcàramos la vista del pueblo. Cuatro hermanas de caridad, alegres, parloteantes, sonoras de llaves y de rosarios (la màs àgil, Sor Pastora), nos escoltaron a lo largo de vastas salas llenas de camas vacìas ?pues en Villafranca no hay màs que trece asilados en el hospital, y la principal razòn de ser de ese instituto monjil finca en su colegio- para que asomàndonos a las ventanas del primer piso, apreciàramos en su conjunto la hermosura del pueblo. Y entonces, al verlo tan pequeño, tan esmirriado, con sus tejas venerables, sus edificios hidalgos y sus muros pobrecitos, sentì que algo se apretaba dentro de mì".
Recordò entonces a "aquel Juan Bautista de Mujica y Gorostizu, tan vasco, quizàs el tercero o el cuarto hijo de una familia numerosa, de hacienda flaca, que un dìa resolviò irse de Villafranca de Oria, de estas montañas, de este rìo rumoroso, de estas casas soñolientas, de estos pinos velados por la bruma, de esta iglesia que guardaba la historia de los suyos". Se fue "allende el mar, al extremo del mundo, porque ?segùn se referìa- se habìa abierto el puerto de Buenos Aires al comercio, en un nuevo virreinato, y acaso allì ?pero eso sì, desgarràndose de todo, como quien se cercena una mano a sì mismo- habrìa posibilidades de medrar, para un muchacho sin temor".
El escritor plasma en este artìculo la emociòn que sintiò: "Ese pensamiento me acercò a èl, por encima del tiempo, màgicamente, y a la casa que acababa de ver junto a la iglesia de Santa Marìa. Y al hacerlo comprendì que no me estaba despidiendo de España sino, al contrario, regresando a ella, a mi casa, y aunque me fuera lejos nunca me irìa de aquì, donde las raìces se hunden entre tumbas y el rìo Oria le repite a mi sangre, para siempre, una vieja ronda familiar" (1).
Abel Posse "cuenta la historia de Casimiro Aín, que bailó ante Pío XI el Ave María, de Canaro". "A las 9 de la mañana del 1° de febrero de 1924, Casimiro Aín (el Vasco o el Lecherito), pálido y seguramente un poco aterido (invierno), sale del hotelito de la vía Torino que le reservó la embajada y sube a un taxi. Lleva una modesta valija con los elementos esenciales: botines abotonados, pantalón de fantasía con trencilla, chaqueta negra con vivos, pañuelo al cuello, o lengue de seda japonesa y un puñal de madera que le parecerá conveniente no agregar al atuendo. Lleva puesto el invariable chambergo borsalino, el gacho gris arrabalero, de cinta ancha y ribete negro en el ala. Símbolo del malevaje ríoplatense" (2).
En "El siglo disfrazado", Mauricio Kartun analiza la relación del Carnaval con la inmigración: "Fue con el vendaval inmigratorio de principio de siglo que la farra desbordó todo orden institucional, la mascarita se independizó, y el disfraz pasó a ser un atributo de fenomenal creatividad individual, un orgullo familiar en el que las mujeres de la casa lucían su solvencia con el molde y la aguja".
Una vez disfrazado el niño, debía fotografiárselo, para enviar esa imagen al país de origen: "Colas de una cuadra en Foto Bixio, o en Pascale, bajo el sol calcinante de febrero, ese que aseguraba con el resplandor de la primera tarde los mejores contrastes en la vidriada galería de pose del estudio. ¿Cómo testimoniar sino allá en el terruño el prodigio de costura, las costumbres, el crecimiento y la belleza de los chicos, engalanados y maquillados?"
El afianzamiento de la inmigración hizo que cambiaran los disfraces elegidos por las madres para sus hijos: "Viejas fotos. Sólo eso queda de aquella magnífica pasión por el disfraz. De pierrot, sobre todo, hasta los años 20 en que las colectividades tomaron peso propio. De allí en más predominaron los baturros, toreros y gaiteros asturianos, las majas, las gitanas, y los vascos pelotaris con sus paletas en miniatura, o su versión lechera con los tarros también a escala" (3).
En "BURGOS el descuartizador de Constitución", escribe Alvaro Abós: "El comisario Evaristo Manuel Urricelqui, a quien sus acólitos llamaban El Vasco, ya jubilado, publicó algunos libros de cuentos" (4).
Notas
1 Mujica Láinez, Manuel: Placeres y fatigas de los viajes. Crónicas andariegas. Buenos Aires, Sudamericana, 1984.
2 Posse, Abel: "Lejanas batallas del tango (I) 1924. El vasco Aín en la Santa Sede", en La Nación Revista, Buenos Aires, 5 de octubre de 2003.
3 Kartun, Mauricio: "El siglo disfrazado", en Clarín Viva, 20 de febrero de 2000.
4 Abós, Alvaro: "BURGOS el descuartizador de Constitución", en La Nación Revista, Buenos Aires, 2006. Fotos: Archivo Graciela García Romero. Ilustración: Nuno.
La conversación que Fray Mocho reproduce en "Nobleza del pago" evidencia en qué medida se confundían los orígenes de los habitantes de nuestro país. Una mujer cree que su abuela es vasca. A esa convicción, le responde una parienta: "Más bien tirab?a pampa o a correntina por l?habla… ¡Si era bosalísima! El viejo parece que se juntó con ella cuando andaba de picador de carros, p?allá, pa la cost?el Salao, que fue de an?de comenzó a internarse pa l?Azul…" (1).
Godofredo Daireaux es el autor de "Matufia", en el que escribe: "Después del confortable almuerzo, se fue don Narciso a siestear, y se sentaron a la sombra de los preciosos aromos que rodeaban la estancia de don Carlos Gutiérrez, hacendado de la vecindad, don Julio Aubert, francés acriollado y mayordomo de una gran estancia vecina y un vasco, ovejero rico de por allá, que llegado a comprar carneros, a la hora de almorzar, había sido convidado por el dueño de casa" (2).
En 1943, Conrado Nalé Roxlo da a conocer El muerto profesional, firmado con su seudónimo Chamico. Acerca de esas páginas escribirá más tarde: "Carezco de vocación y aptitudes para el periodismo, aunque es la galera en que he remado siempre y, tal como van las cosas, seguiré inclinado sobre su borda hasta la hora del último naufragio. No me quejo. Mucho le debo al periodismo, donde tuve la suerte de encontrar amables e inteligentes cómitres que me permitieron remar con mi propio remo. Dicho en términos no tan dramáticos y náuticos, los directores de los muchos diarios en que trabajé me dejaron un rincón tranquilo, al margen del comentario de actualidad y de las noticias, donde dejar volar mis fantasías y soltar mis ocurrencias. Así nacieron muchas páginas que después pasaron al libro. Toda la obra humorística de mi alter ego Chamico, por ejemplo, tiene ese origen, y muchas cosas más" (3).
En "Una conversación interesante", texto incluido en el volumen que mencionamos, uno de los personajes se refiere a un turco que se va a casar, y afirma que un vasco piensa frustrar ese matrimonio: "creo que se le va a aguar la fiesta porque el vasco Indurrimendi se ha enterado de que Flores es casado en Turquía y, como usted sabe que tienen rivalidad por los negocios, ha dado parte al comisario y al registro civil y hasta creo que les ha mandado el pasaje a las esposas turcas del turco para que se presenten el día del casamiento y armen un escándalo. Si vienen todas va a ser divertido" (4).
Notas
1. Alvarez, Sixto A. (Fray Mocho) Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.
2. Daireaux, Godofredo: "Matufia", en Fray Mocho, Félix Lima y otros: Los costumbristas del 900. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
3. Nalé Roxlo, Conrado: "Borrador de memorias", citado por Jorge B. Rivera en el prólogo a Chamico: El muerto profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980.
4. Chamico (Conrado Nalé Roxlo): El muerto profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980.
"En 1911, cuando Pío Baroja no había cumplido aún los cuarenta años, publicó El árbol de la ciencia y antes Las inquietudes de Shanti Andía: puede decirse que estas dos obras corresponden a la fase más fuerte de su capacidad inventiva", dice Julio Caro Baroja. A Las inquietudes…, que inicia la trilogía denominada El mar, le siguieron El laberinto de las sirenas (1923) y dos novelas que en realidad debían formar sólo un volumen, Los pilotos de altura (1929) y La estrella del Capitán Chimista (1930).
"El mar fue, pues, para Pío Baroja, fuente de inspiración primordial ?agrega el antropólogo-, cosa no muy común entre los escritores de lengua española o castellana, como en varias ocasiones se ha hecho constar. (…) Pío Baroja tenía muchas razones vitales para sentirse atraído por el mar, dejando aparte alguna, casi metafísica, que no viene al caso analizar ahora". "El haber nacido junto al mar me gusta ?escribió el novelista en sus Memorias-, me ha parecido siempre como un augurio de libertad y de cambio" (1).
Al publicarse esta primera obra de tema marino, escribió Azorín en El pueblo vasco, de San Sebastián: "Las inquietudes de Shanti Andía, último libro de Baroja, es uno de los mejores que el ilustre novelista ha publicado. Nada hay en nuestra lengua que supere esas soberbias, maravillosas páginas en que describe el mar y las costas vascas. Esa novela es el libro del mar y del pueblo vasco. Ni mejor guía ?sentimental? de Vasconia ni más hondo y delicado canto en su honor" (2).
En esta novela, protagonizada por un marino, presenta Baroja a varios indianos. Se les llamaba así a quienes procedían de las Indias Occidentales (América), pero especialmente a aquellos que regresaban a España enriquecidos luego de muchos años en el Nuevo Continente. Los diversos pasajes en que describe a estos personajes nos permiten notar que no sentía por ellos, ciertamente, simpatía, en parte por su condición de comerciantes, pero también por su ignorancia y presunción. Remitámonos a los fragmentos.
Cuenta Andía: "Venía en el barco un indiano vascongado que se embarcó en Buenos Aires en mi barco. En todo el viaje de América a Europa no se atrevió a hablarme. Debía de ser un hombre muy tímido. Luego, en el vapor que nos llevaba a Bayona, se acercó a mí y hablamos. Había pasado veinticinco años en las pampas hasta enriquecerse. No tenía familia y no sabía qué hacer ni donde fijar su residencia".
No explica cómo había hecho su fortuna el vascongado, mas sí lo hace en relación con otro indiano, a quien desprecia: "Contaba una criada de mi casa, la Iñure, que un indiano rico de su pueblo, ex negrero, que estaba muy incomodado porque su hijo quería casarse con una muchacha pobre, hizo a la chica esta advertencia: Yo, como tú, no me casaría con mi hijo. Ten en cuenta que yo he sido negrero y que en mi familia ha habido personas que fueron ahorcadas. -Eso no importa ?contestó la muchacha-. Gracias a Dios, en mi familia ha habido también muchos ahorcados. Realmente, esta muchacha discurría muy bien".
Los indianos se reúnen en determinadas poblaciones, y evidencian una manera original de ostentar sus logros: "En todos los puertos de mar, constituidos casi siempre por una población advenediza y aventurera, se forma un espíritu aristocrático endiablado. En las ciudades arcaicas y tradicionales los individuos que creen formar parte de la aristocracia alegan los prestigios de la clase con más o menos razón; en las ciudades modernas ya no es la clase solamente lo que se defiende, sino el matiz. Así sucede que Bilbao o Buenos Aires, Manila o Barcelona, tienen más prejuicios de casta que Toledo, Burgos o León. En Lúzaro, en pequeño, ocurre lo propio desde que se ha llenado de indianos y de gente forastera".
A Baroja, tan amante de lo vasco, le molestaba profundamente la invasión de esta gente, que ejercía una profesión para él detestable: "El comerciante, que en general, procede de la parte más turbia de la sociedad, necesita, ya que no puede decir que sus abuelos estuvieron en la conquista de Jerusalén, demostrar que su escritorio es algo sagrado y que todos sus pequeños útiles y procedimientos de robo constituyen ejecutoria de nobleza".
Este grupo social tiene, asimismo, un punto de reunión: "Me contaron el proceso de este conflicto familiar entre Recalde y la Cashilda, en la relojería de Zapiain, que era el mentidero de las personas pudientes del pueblo. Mi tío, el viejo Irizar, fue el que me llevó allí. Todavía no se había fundado el casino de Lúzaro, que, después, de una época de pedantería y de esplendor, quedó reducido a una reunión soñolienta de indianos y de marinos retirados" (3).
En 1910 aparece César o nada, primer volumen de la trilogía Las ciudades, que integran asimismo El mundo es ansí (1912) y La sensualidad pervertida (1920). En estas novelas, como en tantas otras, se advierte una de las características de Baroja, señalada por el hispanista Donald Shaw, quien destaca que el académico sentía predilección "por saturar sus historias de personajes menores, que atraviesan la escena, animando la atmósfera con sus comentarios, opiniones, y a veces, dramas, pero siempre dándole vida con su mera presencia. Estos extras forman un círculo exterior de humanidad en torno al personaje principal y a sus compañeros inmediatos. Tomados generalmente de la vida, pueden existir simplemente por su propio interés humano intrínseco. Normalmente personifican actitudes de grupos sociales a quienes Baroja quería atacar directamente, o caricaturizar satíricamente. En el primer caso, los presenta llanamente, como individuos despreciables y desagradables. En este grupo están muchos de los parientes y familiares de sus héroes y heroínas" (4).
En César o nada aparece nuevamente su aborrecimiento por los indianos, encarnado esta vez en un personaje que "estudiaba en el colegio de Escolapios del pueblo y después ingresaba en el seminario de Tortosa". El alumno dejaba mucho que desear: "No se distinguió allí por su inteligencia ni por su buena conducta; pero a fuerza de tiempo y de recomendaciones, pudo ordenarse y decir misa en Villanueva".
Sin embargo, "La sangre inquieta del padre bullía en él: era juerguista, brutal y pendenciero. Como en el pueblo la vida le era difícil, se marchó a América, dispuesto a ahorcar los hábitos. No debió encontrar entre los seglares grandes horizontes, porque unos meses después profesaba, y diez o doce años más tarde volvía a España, como superior de la Orden, a un convento de la provincia de Castellón. Francisco Guillén había cambiado de nombre, y se llamaba fray José de Calasanz de Villanueva".
Traía del Nuevo Mundo un bagaje de inmoralidades: "Fray José de Calasanz, al volver de América, había aprendido, si no de cánones, algo más de la vida que en sus primeros años de cura, y se había hecho un hipócrita redomado. Sus pasiones eran de una violencia extraordinaria, y, a pesar de su habilidad para disimularlas, no podía ocultar del todo su fondo de barbarie".
En otro pasaje de la novela, varios personajes se alegran de que en el hotel en el que se hospedan se sienten muy a gusto, pues no hay "americanos, ni alemanes, ni demás bárbaros". Otro de los personajes afirma que su mujer, americana, "está cada día más europeizada, y ya no le gusta la elegancia demasiado estrepitosa de sus paisanos". Sobre esta misma mujer y otras como ella, asevera el protagonista: "El peso de la tradición será fatal para la industria y para la vida moderna, pero es lo único que crea esa espiritualidad de los países viejos. Estas americanas tienen, ¿quien lo duda?, inteligencia, belleza, energía, arranques simpáticos; pero les falta esa cosa especial creada por los siglos: el carácter" (5).
En La sensualidad pervertida también son las mujeres el objeto de las críticas barojianas. El protagonista visita a una familia que le causa muy mala impresión: "Una casa donde me recibían amablemente era la de un americano, condiscípulo de mi padre, de niño, en Vergara. Este señor se llamaba Alpizcueta, y era un pobre hombre, bueno, débil y sin ningún carácter. Se hallaba dominado por su mujer, una americana despótica y altanera; tenían un hijo y dos hijas. El hijo era negado, de lo más incomprensivo que pudiera imaginarse, tonto, soberbio, caprichoso, rubio y con cara de negro; las hijas habían salido como la madre: altas, fuertes, guapas, voluntariosas y mandonas".
El joven "no simpatizaba ni con la madre ni con las hijas. Ellas creían que habían traído toda la sabiduría en su equipaje de América, y que el conjunto de sus conocimientos acerca de la vida era tan grande que no podían añadir una partícula más. No notaban los valores que hay en los países viejos. Para ellas, un museo, una iglesia, un libro, no eran nada al lado de unos rebaños de vacunos o de algunas hectáreas de terreno". No obstante, a las casaderas no les faltaban pretendientes: "Solían aparecer varios jóvenes en la casa de Alpizcueta, porque las americanas tenían fama de ricas" (6).
Cuando a Martín Zalacaín le aconsejaban ir a la escuela, él exclamaba: " -¿Yo a la escuela? Yo me iré a América o me iré a la guerra" (7). No se decidió por el primero de estos proyectos. De un personaje dice en El árbol de la ciencia: "estuvo de médico militar en Cuba, y se acostumbró a beber de una manera terrible. Alguna vez le he visto, y me ha dicho: ?Mi ideal es llegar a la cirrosis alcohólica y al generalato? " (8). Son otros personajes que tuvieron en sus mentes la aventura trasatlántica. No la concretaron o volvieron derrotados. Sin embargo, es por estos por quienes el novelista siente aprecio, y no por los indianos a los que se ha referido reiteradamente.
La aversión que siente por los indianos se relaciona con la que siente por los hispanoamericanos. A criterio de Eugenio Matus, "Aunque no manifestada con tanta frecuencia ni de manera tan sistemática (…), es esta antipatía lo suficientemente clara como para que merezca recordarse (…). Dejando de lado os exabruptos, ¿qué es, en esencia, lo que advierte en nosotros que le molesta? ?lo que a mí me irrita de los hispanoamericanos ?dice en Las horas solitarias- es lo mal que legitiman su modernidad. No son capaces de crear una Universidad especializada ni de tener grandes industrias, grandes inventores o grandes ingenieros, ni de lanzar una utopía al mundo; son negociantes en pequeño, y cuando quieren hacer algo espiritual hacen versos o transcriben una sociología traducida del francés?. Esto es lo que le molesta a Baroja: la incapacidad que él cree advertir en nosotros para ser realmente lo que somos, pueblos jóvenes; dicho de otro modo, le molesta nuestra ?inautenticidad? ".
"Baroja, hombre entusiasta del porvenir, que quisiera ver a su patria libre de las tareas tradicionales que tiene como país viejo y que son las que le impiden dar el gran salto hacia el furturo, no comprende que hombres de un continente nuevo carezcan del empuje que es natural suponer en ellos, y se contenten con usufructuar perezosamente de la cultura de la vieja Europa". (…) Conviene, en todo caso, señalar que el origen de esta antipatía suya por los hispanoamericanos hay que buscarlo más que en un conocimiento cabal del fenómeno histórico que representa Hispanoamérica, en el trato personal del novelista con escritores y artistas hispanoamericanos de comienzo de siglo, radicados en París o en Madrid, en los cuales advirtió, casi sistemáticamente, características humanas y literarias antagónicas a las suyas" (9).
En 1884, en el periòdico Sud Amèrica se publica como folletìn La gran aldea, obra que Lòpez dedica a Miguel Canè, su "amigo y camarada". "El subtìtulo de La gran aldea, "Costumbres bonaerenses", previene ya las caracterìsticas del realismo a que recurrirà su autor, Lucio Vicente Lòpez (1848-1894): una actitud crìtica, no disolvente sino reformista, encaminada a registrar tipos y hàbitos de una sociedad, y a poner de relieve algunos de entre ellos mediante el sarcasmo, la ironìa o la simple caricatura. (…) la propuesta fundamental de La gran aldea es la de demostrar que el Buenos Aires provinciano de 1860 pervive en el Buenos Aires cosmopolita de 1880, que la clase social que manejaba sus destinos en la època de Pavòn continuaba controlando los hilos de la polìtica y de las finanzas y dando el tono de la sociabilidad en la època del alumbrado a gas y de los tranvìas a caballo" (10).
"Aunque esperanzada con el potencial talento literario del autor, ya en el momento de su publicaciòn la crìtica fue en general adversa con la novela, pero ùtil, segùn Lòpez, porque ?ha despertado la curiosidad y me ha favorecido la venta?. En ella pesa màs la crònica que la densidad literaria -Rojas la ve ?inferior a su fama?-, y asì parece haber sido desde que se publicò: en su època influyeron tanto su calidad de instrumento de lucha polìtica e ideològica como el hecho de ser una novela en ?clave?, por la que desfilaban las figuras del dìa (Mitre, Sarmiento, Avellaneda, etcètera); en nuestros dìas pesa el valor testimonial, intenciòn que ya proclama el autor desde el subtìtulo (Costumbres bonaerenses), que permite rastrear el pasaje de un Buenos Aires ?patriota, semisencillo, semitendero, semicurial y semialdea?, a la ciudad ?con pretensiones europeas? en diversos registros: en lo urbano, con la transformaciòn de la ciudad que es màs modernizaciòn que ampliaciòn, con la incorporaciòn a la vida cotidiana del gas de alumbrado, el tranvìa, las nuevas formas de la arquitectura y la decoraciòn; en lo social, con el advenimiento de las nuevas burguesìas, el gallego sirviente al lado del mulaterìo, la desapariciòn del tendero criollo; en lo polìtico, con la consolidaciòn del roquismo, que impone la unificaciòn del paìs desde el poder central ?y desde la ciudad capitalizada- y las tensiones que eso provoca; en lo econòmico, con el pasaje de los buenos tiempos del Estado de Buenos Aires al manejo financiero que culminarà con la crisis de 1890; en lo religioso, con el progresivo avance del laicismo estatal y la nueva religiòn de la burquesìa; en lo literario, con el pasaje del Romanticismo al Realismo y al teatro ligero francès…" (11).
López relata cómo trataba a sus clientas vascas uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho".
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera".
"Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ?se lo doy por lo que me cuesta?, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes" (12).
Pedro Antón, protagonista de una novela de Julián de Charras, añora cuanto dejó: "Veía, allá lejos, como en una neblina, las escarpadas pendientes de los Pirineos, las casetas ruinosas de los montañeses, las miserables veladas, con pan negro y escaso y luz humeante de candil de aceite; el padre, con su rostro anguloso y cetrino, en un rincón, con la barba en la mano, mirando fijamente la pared, como pensando en algo indefinido; la madre hilando, hilando en la penumbra, diestros los dedos, aunque fatigada la vista… Y él, rapaz, sin raciocinio, raídas las ropas, que remendaba la mano materna, al lado del fuego, hurgándose la nariz, recordando las consejas del oso negro, de las brujas sabáticas, del ahorcado…" (13).
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