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La comunicación auténtica (página 4)


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El comportamiento humano sigue siendo un misterio insondable. Es muy posible que, de acuerdo con Aristóteles, el hombre sea un ser sociable por naturaleza ("infinitamente más sociable que las abejas y todos los demás animales que viven en grey"), pero también lo es que, conforme a lo planteado por Hobbes, el hombre sea un ser antisocial por naturaleza. ¿Cuál de los dos está en lo cierto? ¿Cuál está equivocado? ¿Los dos están errados? ¡He ahí la cuestión! Hay razones para pensar que es sociable por naturaleza y las hay para pensar que es antisocial por naturaleza. Su insondable interior es muy complejo de explorar. Su inescudriñable alma alberga grandezas y miserias. Así como tiene actos grandiosos, también tiene actos perversos. Su comportamiento, al igual que su auténtica esencia y naturaleza siguen siendo un inexpugnable misterio. Lo cierto es que todavía no ha encontrado maneras armónicas de convivencia pacífica. Frecuentemente sus intereses y su falta de habilidades comunicativas lo confrontan y lo distancian. A pesar de su aparente "sociabilidad" se le dificulta tratar con sus semejantes. Desde del mismo seno familiar se ve enfrentado a conflictos, muchas veces absurdos, producto del desconocimiento de las diferencias, la intolerancia y el irrespeto consigo mismo y con los demás; en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en su vida social y afectiva tiene conflictos, motivados por estas y otras causas. Durante su efímera existencia establece algún tipo de vínculos (familiares, académicos, laborales, sociales, afectivos, etc.) con un promedio muy escaso de personas, de seres semejantes, y sin embargo termina odiando, despreciando, injuriando, calumniando o agrediendo a un gran porcentaje de ese escaso promedio; no son pocos casos en los que termina profundamente distanciado afectivamente de sus hermanos y, lo más grave, hasta de sus propios padres, y qué decir cuando termina asesinándolos… Algo extraño debe "habitar" la psiquis humana… ¡Quién pudiera desentrañar las miserias y grandezas del alma humana! Porque tal como nos dice José Saramago en El viaje del elefante "la dura experiencia de la vida nos ha demostrado que no es aconsejable confiar demasiado en la naturaleza humana, en general". ¿Será cierto el aforismo nietzscheano de que "verdaderamente, el hombre es una corriente impura y cenagosa"? Según José Ortega y Gasset, el hombre es una fiera con veleidades de arcángel. Sigmund Freud plantea que las personas, como seres paradójicos y complejos, detrás de la apariencia, detrás de la fachada de la conducta visible, escondemos todo un intrincado juego de móviles, deseos y pensamientos inconscientes que revelan el dinamismo último y real de nuestros actos. Gustave Le Bon en su Psicología de las multitudes nos advierte que detrás de las causas confesadas de nuestros actos, existen causas secretas, ignoradas por todos, y que la mayor parte de nuestros actos cotidianos son efecto de móviles ocultos que escapan a nuestro conocimiento. No nos queda más que seguir preguntando con Erich From si el hombre es lobo o cordero.

La comunicación y la competencia emocional

La Constitución Política de 1991 señala que "Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República… democrática… y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana…" (Artículo 1). Si es "democrática", entonces, entre otras garantías, somos libres de "expresar y difundir el pensamiento y opiniones" (Artículo 20); y el acto natural para expresar lo que pensamos es la comunicación.

En un sistema democrático, en la práctica comunicativa, es necesario implementar las competencias ciudadanas, que el Ministerio de Educación Nacional (MEN) define como "el conjunto de conocimientos y de habilidades cognitivas, emocionales y comunicativas que, articuladas entre sí, hacen posible que el ciudadano actúe de manera constructiva en la sociedad democrática". En nuestra convivencia ciudadana, que involucra la comunicación, se requiere de "un ciudadano como sujeto con sentido de colectividad que procura con sus acciones favorecer la inclusión social; que transita por la vía de los conflictos acompañado de habilidades y actitudes que favorezcan la convivencia pacífica; que se sabe partícipe activo y protagonista de las decisiones de su comunidad; que reconoce las diferencias en los diferentes ámbitos del acontecer humano, como un espacio propicio para la construcción colectiva de comunidad más que como un obstáculo que es necesario anular y combatir" (Competencias ciudadanas y educación emocional, de Agustín David Arias Rey). Dentro del conjunto de competencias comunicativas, emocionales y cognitivas, para efectos de la praxis comunicativa, es importante tener en cuenta las competencias emocionales que el MEN designa como "las habilidades necesarias para la identificación y respuesta constructiva ante las emociones propias y las de los demás". Gracias a la convivencia ciudadana la persona llega a ser ella misma, desarrolla las condiciones innatas de alguien que siente, ama, razona y planifica.

Las competencias emocionales favorecen la convivencia pacífica, el manejo no violento de los conflictos e incluso la indignación frente a situaciones injustas que puedan afectar a los demás. El precitado Arias Rey, psicólogo de la Universidad Javeriana, recomienda la educación emocional para mejorar la convivencia gracias a ciertas competencias como la autorregulación emocional y la empatía, entre otras. La educación emocional consiste en aprender a reconocer nuestras emociones, aprender a regularlas y expresarlas para no hacernos daño, aprender a utilizarlas para cuidarnos mutuamente, como una forma de favorecer el ejercicio de la ciudadanía ya que nuestras relaciones sociales están mediadas en gran parte por nuestras emociones.

En nuestra sociedad violenta y conflictiva es necesaria la práctica de la resiliencia, definida por Barudy y Marquebreucq como la capacidad de mantener un proceso de crecimiento y desarrollo suficientemente sano y normal a pesar de las condiciones de vida adversa. La resiliencia, que implica un proceso activo de resistencia (preservación de las capacidades personales en medio de las adversidades) y construcción (capacidad de fortalecimiento y recuperación tras vivir experiencias dolorosas), Arias Rey la entiende como la capacidad con la que cuentan las personas para no quedar atrapadas en emociones destructivas aún cuando se hayan desarrollado y vivan en escenarios adversos para la convivencia. La resiliencia también es una competencia emocional imprescindible para el desarrollo de las competencias ciudadanas en tanto favorece una eficaz educación emocional en medio de contextos adversos.

El psicólogo Robert Plutchik identificó las siguientes emociones: sufrimiento, repugnancia, cólera, desprecio, éxtasis, adoración, terror, asombro, ira, repulsión, tristeza, sorpresa, miedo, fastidio, aburrimiento, melancolía, distracción y aprensión. Según éste, las emociones varían de intensidad: unas son más intensas que otras. Cada una de ellas le ayuda al individuo a adaptarse al ambiente en cierto modo. Para algunos psicólogos, la emoción es el resultado de reacciones viscerales o periféricas; para otros, las emociones y las respuestas corporales ocurren simultáneamente; y hay quines teorizan que la emoción resulta de la interacción de los procesos cognoscitivos y fisiológicos. "La mayor parte de los estados emocionales son difusos, y muchas emociones se acompañan de reacciones fisiológicas esencialmente idénticas, que interponemos para crear la emoción" (Psicología, un nuevo enfoque de Charles G. Morris). Como las emociones suscitan y dirigen el comportamiento, provocan y moldean la conducta, necesitamos aprender a manejarlas, a ponerles inteligencia, para armonizarlas con la razón, es decir, equilibrar "cabeza" y "corazón".

La escritora Sandra Anne Taylor, en su libro El éxito cuántico, precisa que las experiencias emocionales nos afectan de una u otra manera, porque nuestra resonancia influye en los demás y la resonancia de éstos tiene un efecto en nosotros. Todo en la vida es un intercambio de energía que se mueve siempre alrededor nuestro. Es un proceso de acumulación que crea la corriente vibratoria y emocional para todo en nuestras vidas.

Por supuesto hay un fenómeno físico-cuántico que demuestra como trabaja este proceso. La primera influencia es llamada la fase de fusión. En el mundo natural, las partículas se unen y se separan, pero a menudo cuando dos de ellas vienen juntas, toman una porción de la otra al momento de separarse. Esta es la esencia de la ley de fusión: cuando dos entidades se juntan, la energía de cada una se une a la de la otra, y cada una dejan algo detrás al momento de separarse.

Las experiencias emocionales de los humanos pueden igualmente ser fase de fusión. De hecho, nos pasa a todos cada día. Nos complementamos con otra persona, y tomamos su vibración con nosotros, lo mismo que ellas toman la nuestra. Por ejemplo, cuando discutimos con un adolescente que está enfadado, podemos irritarnos nosotros mismos. Cuando pasamos tiempo con una persona depresiva, podemos notar que nosotros también nos sentimos mal, aun después de algún tiempo de haber estado con esa persona. Y estar al lado de una persona que esta llena de júbilo nos deja también con esa alegría. Las emociones son contagiosas, y la energía de cada persona es influyente.

Como los fenómenos afectivos influyen en la comunicación e interactúan con las competencias emocionales, es preciso saber que la afectividad, como un sistema de la vida psíquica, está conformada por "todo un conjunto de fenómenos de la vida psíquica, que tienen su origen o están estrechamente relacionados con la sensibilidad y la emoción", aclara el psicólogo Fernando Torres Noriega (La educación de la vida afectiva), y agrega que la sensibilidad, la emoción, los sentimientos, los estados afectivos y los comportamientos son los fenómenos integrantes de la afectividad. La sensibilidad es la capacidad de sentir agrado o desagrado. La emoción es un estado anímico o afectivo bastante intensivo, caracterizado por una conmoción orgánica consiguiente a impresiones de los sentidos, las ideas o los recuerdos, la cual produce fenómenos viscerales que percibe el sujeto emocionado y con frecuencia se traducen en gestos, actitudes u otras formas de expresión. Los sentimientos, que son el origen y fuente de las emociones, son un fenómeno afectivo compuesto por el amor, el odio, la simpatía, la aversión, las pasiones y otras actitudes afines. Los estados afectivos, resultado de nuestra autoestima, son el tono dominante de la vida psíquica de cada persona, que tienen bases fisiológicas, intelectuales y afectivas. Los comportamientos afectivos son complejas manifestaciones de nuestra conducta, de nuestros comportamientos, como la toma de decisiones, la comunicación, las conductas antisociales, entre otras.

El componente afectivo de la persona tiene demasiada importancia en el fenómeno de la comunicación interpersonal o en nuestra experiencia comunicativa. En los diálogos, según un ejemplo del precitado Torres Noriega, sobre negocios o reuniones científicas o profesionales pareciere que la influencia es la única rectora del comportamiento de los interlocutores. "Pero lo más probable es que los sentimientos: la autoestima, la necesidad de competir agresivamente, la aceptación y el rechazo de características personales del interlocutor, se hagan presentes notoria y eficazmente, en los resultados de esta intelectual comunicación. En este grupo inteligente, cuando pensamos enviar mensajes científicos, es posible que la afectividad nos traicione, y enviemos mensajes agresivos o que sean interpretados en esta forma por el competitivo interlocutor receptor" (La educación de la vida afectiva).

Según Torres Noriega, la educación sistemática de la afectividad permitirá que los interlocutores conozcan y acepten desde niños sus características emocionales, es posible que fomente la verdadera cooperación, en vez de una inútil y fiera competencia, egoísta, por lo mismo que es ignorada.

La capacidad de interpretar las emociones de nuestros interlocutores se relaciona con la empatía, la cual depende de la capacidad de identificar las emociones ajenas y la capacidad de "ponerse" en el lugar de los demás y emitir una respuesta emocional apropiada. Si no hay un adecuado manejo y control de las emociones se afecta sustancialmente todo acto comunicativo, toda acción comunicativa, y, por lo tanto, se dificulta la convivencia pacífica. Tanto la comunicación biunívoca como la convivencia armónica se exponen a rupturas si no hay dominio de los estados emocionales.

Si privilegiamos de la democracia, como ya se dijo, el hecho de ser diferentes, el derecho a la diferencia, entonces tendremos claridad conceptual al expresarnos, al comunicarnos. Por ejemplo, cuando nos referimos a lo que somos, estamos expresando el concepto de sexo, y este término quiere decir simplemente diferencia, ya sea biológica, anatómica o mental que caracterizan tanto al hombre como a la mujer; es decir, la determinación de la identidad sexual. Si sexo es lo que somos, sexualidad es la expresión de lo que somos, la expresión de nuestras diferencias. La sexualidad es la persona con sus pensamientos, sentimientos y acciones como hombre o como mujer; es el ser humano en la totalidad de su expresión vital. Según la psicóloga Cecilia Cardinal de Martín, "es una manera de relación de la persona consigo misma y con las demás personas y, si bien tiene bases biológicas comunes, es única, cambiante y relativa, como única, cambiante y relativa es la existencia humana, hace parte de su vida de sentimientos, de su vida afectiva y de su vida de acción. En resumen, es un compromiso existencial". Como se aprecia, sexo y sexualidad, aunque tienen estrecha relación, son conceptos diferentes. Claridad conceptual y precisión semántica es "tener claros los conceptos y mantener una comunicación descifrable y completa con uno mismo y con los demás", precisa Walter Riso. La claridad conceptual, cuando hablamos de diferencias, de ser diferentes, nos sirve para evitar confusiones, ambigüedades y tergiversaciones en la experiencia comunicativa, en procura de una comunicación más comprensiva.

Comunicación y democracia

En una democracia se posibilita la dinámica de una comunicación auténtica que, al igual que aquélla, permita la participación activa de los interlocutores en circunstancias de igualdad, sin que ninguno de ellos se imponga, ya sea porque cuenta con un aceptable nivel de información o porque ejerce algún tipo de autoridad. En un escenario democrático la finalidad de la comunicación es la acercar y no la de distanciar. La democracia favorece la comunicación y ésta contribuye al entendimiento dentro de una democracia. Según el premio Nobel de literatura Octavio Paz, la democracia no es un absoluto ni un proyecto sobre el futuro: es un método de convivencia civilizada. No se propone cambiarnos ni llevarnos a ninguna parte; pide que cada uno sea capaz de convivir con su vecino, que la minoría acepte la voluntad de la mayoría, que la mayoría respete a la minoría y que todos preserven y defiendan los derechos de los individuos. "La democracia, aclara el Mentor interactivo de Océano editorial, no puede ser jamás el abuso de la mayoría sobre la minoría; sin el respeto hacia las minorías no existe verdadera democracia ni libertad para nadie. Hoy no se concibe una genuina civilización de progreso sin el valor de la tolerancia frente a las opiniones ajenas que no coinciden con las nuestras, o con el ideario de nuestra iglesia o de nuestro partido político".

¿Pero qué es democracia? Veamos. La democracia (demos = pueblo, y kratos = autoridad o gobierno) es el gobierno del pueblo, el régimen político pluripartidista que reconoce las libertades públicas. Pero más que un régimen político, la democracia es una filosofía política, caracterizada por su elasticidad o su flexibilidad.

El primer principio de la democracia es que la ley de la mayoría es la ley fundamental de la sociedad formada por individuos con iguales derechos. En consecuencia, la democracia presupone la igualdad de las personas y su derecho igualitario a ejercer soberanía popular y alcanzar los fines que perseguimos todos. "Es un error hacer descansar exclusivamente la democracia en la soberanía… hay democracia allí donde la soberanía reside en todos los hombres libres… No hay democracia allí donde cierto número de hombres libres que están en minoría mandan sobre una multitud que no goza de libertad… No hay verdadera democracia sino allí donde los hombres libres forman la mayoría y soberanos" (La política, de Aristóteles).

Si hablamos de democracia, hablamos de igualdad y libertad, como dos de sus elementos claves, de sus derechos fundamentales. El ejercicio de éstos y otros derechos está condicionado sólo a los intereses superiores del orden social, es decir, a la seguridad del Estado y la coexistencia pacífica de los derechos individuales. "Los derechos de cada uno se extienden, sin trabas, hasta el punto en que pudieran ser lesivos para los derechos de los demás y allí se detienen. El concepto de que esos derechos existen como atributo inherente a la condición humana, y que se deben respetar, constituye la esencia ético-política de la democracia" (Introducción a las doctrinas políticas-económicas, de Walter Monterroso). El filósofo José Antonio Marina en su libro Ética para náufragos nos advierte que tenemos que contar con los demás para disfrutar de nuestros derechos. "El derecho ajeno es la paz" (Benito Juárez).

A pesar de que "la ley de la mayoría es la ley fundamental de la sociedad" y el "primer principio de la democracia", ésta, entendida como el gobierno de la mayoría, presenta una debilidad. Así la decisión mayoritaria sea la sustancia y la fuerza motriz de la democracia, nos preguntamos si ¿es siempre la decisión de la mayoría la más sabia? ¡Cuidado! A veces la mayoría es el rebaño… ¡Democracia y mayoría son cosas diferentes! "La verdad es que la democracia se basa en una paradoja que resulta evidente a poco que se reflexione sobre un asunto: todos conocemos más personas ignorantes que sabias y más personas malas que buenas… luego es lógico suponer que la decisión de la mayoría tendrá más ignorancia y de maldad que de lo contrario. Los enemigos insistieron desde el primer momento en que fiarse de los muchos es fiarse de los perores… A la mayoría se le engaña con facilidad, cualquier sofista o demagogo que dice palabras bonitas es más escuchado que la persona razonable que señala defectos o problemas. Y al que no se le engaña, se le compra, porque el vulgo no quiere más que dinero y diversiones." (Política para Amador, de Fernando Savater). René Guenon en su Crisis del mundo moderno nos dice que "la opinión de la mayoría no puede ser más que la expresión de la incompetencia, ya sea que ésta resulte de la falta de inteligencia o de la ignorancia pura y simple… Habría lugar también a hacer destacar, por otra parte, cómo algunos filósofos modernos han querido transportar al orden intelectual la teoría «democrática» que hace prevalecer la opinión de la mayoría, haciendo de lo que ellos llaman el «consentimiento universal» un pretendido «criterio de la verdad»: suponiendo incluso que haya efectivamente una cuestión sobre la que todos los hombres estén de acuerdo, este acuerdo no probaría nada por sí mismo; pero, además, si esta unanimidad existiera realmente, lo que es tanto más dudoso cuanto que siempre hay muchos hombres que no tienen ninguna opinión sobre una cuestión cualquiera y que ni siquiera se la han planteado jamás, sería en todo caso imposible comprobarla de hecho, de suerte que lo que se invoca en favor de una opinión y como signo de su verdad se reduce a no ser más que el consentimiento del mayor número, y todavía limitándose a un medio forzosamente muy limitado en el espacio y en el tiempo".

El hombre masa, el vulgo, la multitud, la mayoría, en su afán desaforado por saciar sus apetitos, no se detiene; por eso, todo lo que se oponga al disfrute de ésta, debe desaparecer. Odia muerte todo lo que no sea ella. Para imponer su criterio y sus opiniones realiza todo lo que esté a su alcance. No prevé consecuencias, no explora posibilidades y no acepta reglas; llevada por su soberbia, su vehemencia y su fuerza, impone su agresividad y su pasión. Como no concibe nada distinto de ella misma, repugna a quienes se le oponen y procuran su desaparición. La mayoría, el rebaño, el vulgo, la masa, es lo que no actúa por sí misma en una buena organización de las cosas, tal como señala José Ortega y Gasset. "Ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada, organizada -hasta para dejar de ser masa o, por lo menos, aspirar a ello-. Pero no ha venido al mundo para hacer todo eso por sí. Necesita referir su vida a la instancia superior, constituida por las minorías excelentes" (La rebelión de las masas). Sigmund Freud, en su Psicología de las masas nos dice que la mayoría, multitud, la muchedumbre, es impulsiva, versátil e irritable y se deja guiar casi exclusivamente, por lo inconsciente. "Los impulsos a los que obedece pueden ser, según las circunstancias, nobles o crueles, heroicos o cobardes, pero son siempre tan imperiosos que la personalidad e incluso el instinto de conservación desaparecen ante ellos. Nada, en ella, es premeditado. Aun cuando desea apasionadamente algo, nunca lo desea mucho tiempo, pues es incapaz de una voluntad perseverante".

Para muchos, la mayoría no es más que el vulgo, y el vulgo, según Maquievelo, se deja engañar por las apariencias y por el éxito; y en el mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no cuentan sino cuando las mayorías no tienen donde apoyarse. Este pensador florentino piensa que el vulgo, el populacho, vive de apariencias, y éstas son suficientes para el grueso de la humanidad, que es absolutamente incapaz de separar el grano de la paja. Según Aristóteles, "una virtud superior puede ser patrimonio de un individuo o de una minoría; pero a una mayoría no puede designársele por ninguna virtud especial, si se exceptúa la virtud guerrera, la cual se manifiesta principalmente en las masas… (La política). Así las decisiones democráticas se tomen por mayoría, la democracia no es sólo la ley de las mayorías. "Además de ser un método para tomar decisiones, la democracia tiene también unos contenidos de principio irrevocables: el respeto a las minorías, a la autonomía personal, a la dignidad y la existencia de cada individuo" (Política para Amador). La mayoría sólo sirve para elegir porque la minoría es la que gobierna. En otras palabras: la "democracia" elige y la oligarquía manda. Es por eso que la democracia también hay que entenderla como el derecho a ser diferentes, y las diferencias en el ámbito de la comunicación son importantes para comprendernos en nuestra práctica comunicativa. Como tenemos el derecho a ser diferentes, es decir, a pensar y expresarnos libremente, la democracia implica dejar que los demás existan y actúen por sí mismos.

Con respecto al derecho a la diferencia, considero que una democracia no es sólo el gobierno de las mayorías (las mayorías, "el pueblo", en muchos casos, son personas manipuladas por los aparatos ideológicos de Estado y otras "instituciones"). En el Diccionario filosófico, Fernando Savater advierte que el común denominador de las mayorías está más cerca de la oligofrenia que de la excelencia intelectual. Las decisiones democráticas son mayoritarias, pero no toda decisión mayoritaria es democrática. Álvaro Salom Becerra en su hilarante y mordaz novela Al pueblo nunca le toca afirma que el pueblo "es un rebaño de indios analfabetos y henchidos, de obreros ignorantes y desnutridos, de empleados impotentes…"). Estanislao Zuleta aclara que democracia y mayorías son dos cosas bien diferentes. El derecho a la diferencia también es el derecho del sujeto a diferir contra la mayoría; a diferir, a pensar y a vivir distinto, esto quiere decir al derecho a la diferencia. "Democracia es el derecho a ser distinto, a desarrollar esa diferencia, a pelear por esa diferencia, contra la idea de que la mayoría, porque simplemente ganó, puede acallar a la minoría o al diferente" (Educación y democracia, un campo de combate, de Estanislao Zuleta). Insisto: la democracia no es sólo el derecho tan respetable de la mayoría, ¡es el derecho del otro a diferir! Reconocer y respetar el derecho a la diferencia implica entender al "otro", reconocerlo, tolerarlo y aceptarlo como es, sin tratar de cambiarlo, sin pretender que sea como nosotros, que piense y actúe como nosotros. Es aprender a valorar la diferencia como una ventaja que nos permite ver y compartir otros modos de pensar, de sentir y de actuar.

Esta forma de enfocar y concebir la democracia tiene relación con la democracia representativa y pluralista, entendida como "un sistema de toma de decisiones y un modelo de comportamiento social y político que se fundamenta en el pluralismo, el respeto de las diferencias y la protección de los derechos y libertades, y que busca proteger la responsabilidad de los ciudadanos en la toma de decisiones" (Representar a Colombia: hacia un nuevo contrato social. PNUD-ACCI).

Fernando Savater refiere que la democracia se debe concebir también como derecho a participar en nombre propio en la toma de decisiones colectivas. Lo verdaderamente revolucionario de la democracia es subsumir todas las desigualdades efectivas (de rango, posesiones, sexo, credo, educación, aptitudes, raza, familia, etc.) bajo una superior igualdad legal y política. La democracia no es una mera forma de participación política, sino crear uno sociedad tal que todos sus miembros tengan igual posibilidad de realizar sus capacidades. "La democracia no puede limitarse tan solo a defender la autonomía política de cada cual y todos, sino que tiene también que incrementar medidas oportunas que corrijan las desigualdades de fortuna producto del nacimiento, la habilidad o la desdicha, de modo que cualquiera pueda ver desarrollado y cumplido lo mejor de sí mismo" (Diccionario filosófico, de Fernando Savater).

En su Política para Amador Savater plantea que para que se de una auténtica isonomia democrática (igualdad ante las leyes e igualdad para participar en la promulgación o renovación de leyes) es precisa una cierta independencia personal frente a las necesidades más imperiosas, que no posee el impecune ni el ignorante, y que la puesta en común de intereses diversos sea razonablemente accesible, lo que no ocurre si los intereses de personas o grupos dentro de la comunidad son desaforadamente desiguales sea cuantitativa o cualitativamente. Las decisiones democráticas, tomadas desde la isonomia política, han de ir necesariamente configurando una igualación más completa y profunda de las condiciones sociales. En la democracia, además, debe imperar la libertad como autonomía política (libertad de participar en el gobierno de una colectividad y no acatar leyes cuya promulgación no haya sido sancionada por el propio individuo o sus representantes legítimos), y la libertad de la vida privada, entendida como capacidad reconocida de autogestionar la existencia propia según gusto y criterio de cada individuo particular.

Insiste Savater que la democracia tiene como objeto generar al individuo, posibilitando institucionalmente el cumplimiento autónomo y sociable de su individualidad irrepetible. El hombre así generado puede ser bueno o malo o regular; extirpar esta ambigüedad moral de su destino no la mejora sino que la destruye. El día en que la sociedad lograse que los hombres tuvieran que ser buenos, habrían dejado de poder serlo. Serían buenos para ese tipo de sociedad, pero no para sí mismos.

En una sociedad democrática, la comunicación tiene que ser abierta y democrática; debe dar participación a los demás, para escuchar sus planteamientos, sus puntos de vista, sus críticas y sus comentarios, aceptando sus diferentes formas de percibir las cosas y la realidad. La comunicación debe ser un proceso dinámico, en el que el "otro" pueda expresarse sin reservas ni limitaciones; en el que le sean profundamente respetadas y valoradas sus consideraciones, porque cada quien opina desde su ignorancia o desde su sabiduría. El que habla tiene algo importante que decir. Es muy bien sabido que el que habla, algo dice. Cada uno tiene el derecho a sostener su propia opinión, pero no tenemos el derecho a "pisotearla". Savater nos advierte que vivir en una sociedad libre y democrática es muy complicado. "El enemigo siempre es el mismo: el individuo egoísta y desarraigado, caprichoso, que se desgaja de la acogedora unidad social y se toma demasiadas libertades por su cuenta" (Política para Amador).

En su ensayo Ariel, el filósofo uruguayo José Enrique Rodó señala que la concepción utilitarista, que se opone a la concepción de la vida racional, fundada "en el libre y armonioso desenvolvimiento de nuestra naturaleza", se orienta a la inmediata finalidad del interés que genera bienestar material, pero produce la florescencia de idealismos futuros, absorbe la vida y sus energías, y ocasiona nostalgias dolorosas, descontentos y agravios de la inteligencia. El desborde del espíritu de utilidad menoscaba la consideración estética y desinteresada de la vida. Las revelaciones de la ciencia de la naturaleza son la universal difusión y el triunfo de las ideas democráticas.

Plantea Rodó que una alta preocupación por los altos intereses de la especie se opone al espíritu de la democracia, porque la concepción de la vida se ajusta a la exclusiva búsqueda del bienestar material. La democracia, según Bourget, es desenvolvimiento progresivo de las tendencias individualistas y disminución de la cultura. Quienes piensan así tienen un interés vivísimo por la posibilidad de una noble y selecta vida espiritual que no se sacrifique a los caprichos de la multitud. "…cuando la democracia no enaltece su espíritu por la influencia de una fuerte preocupación ideal que comporta su imperio con la preocupación de los intereses materiales… extinguirá gradualmente toda idea de superioridad que no se traduzca en una mayor y más osada aptitud para las luchas del interés que son entonces la forma más noble de las brutalidades de la fuerza" (Ariel). La igualdad social debe destruir las jerarquías imperativas e infundadas y las superioridades injustas por las verdaderas superioridades humanas, que son lo afirmativo de la democracia y su glorias y tienen "en la influencia moral su único modo de dominio y su principio en una clasificación racional" (Ariel).

Para que surjan las más elevadas actividades humanas que determinan la alta cultura, se necesita que impere la calidad sobre la cantidad de pobladores. "La multitud, la masa anónima, no es nada por sí misma. La multitud será un instrumento de barbarie o de civilización según carezca o no del coeficiente de una alta dirección moral… La civilización de un pueblo adquiere su carácter, no de las manifestaciones de su prosperidad o de grandeza material, sino de las superiores maneras de pensar y de sentir que dentro de ellas son posibles…" (Ariel).

El espíritu de la democracia es un principio de vida en donde priman la igualdad de derechos. "Cuando se concibe de este modo, la igualdad democrática, lejos de oponerse a la selección de las costumbres y de las ideas, es el más eficaz instrumento de selección espiritual, es el ambiente providencial de la cultura. La favorecerá todo lo que favorezca el predominio de la energía inteligente… sabemos que no existe otro límite legítimo para la igualdad humana que el que consiste en el dominio de la inteligencia y la virtud, con sentido por la libertad de todos". Desconocer la obra de la democracia, "es desconocer la obra, paralela y concorde, de la ciencia". Nuestra civilización descansa sobre los soportes de la democracia y la ciencia. Según Bourget, en ellas somos, vivimos, nos movemos. La educación popular debe tener interés supremo en "la idea y la voluntad de justicia, el sentimiento de las legítimas autoridades morales" (Ariel).

La ciencia debe conciliarse con el espíritu de la democracia, porque sus aportes muestran "como la inmensa sociedad de las cosas y los seres es una necesaria condición de todo progreso del orden jerárquico". Es por ello que se insiste "en la concepción de una democracia noble, justa; de una democracia dirigida por la noción y el sentimiento de las verdaderas superioridades humanas; de una democracia en la cual la supremacía de la inteligencia y la virtud –únicos límites para la equivalencia meritoria de los hombres- reciba su autoridad y su prestigio de la libertad, y descienda sobre las multitudes en la efusión bienhechora del amor" (Ariel).

Comunicación y Derechos Humanos

Así como la comunicación auténtica es necesaria para la convivencia armónica y pacífica, también para que ésta pueda ser viable se requiere del disfrute y el respeto de los Derechos Humanos.

Según Fernando Savater, considerados por la izquierda como una mojiganga idealista preconizada por el Estado burgués para legitimar su dominio de clase, y cuestionada por la derecha su pretenciosa universalidad porque suponen una violación eurocéntrica del equilibrio cultural de otros grupos distintos a la tradición europea, los Derechos Humanos son la contribución axiológica más efectiva a la autoinstitución de la sociedad razonablemente emancipada. Estos postulados democráticos se caracterizan porque son necesarios, universales, inalienables, limitados, inviolables, y son anteriores al derecho y a la ley.

Señala Savater que los Derechos Humanos pertenecen al orden de lo moral, de lo jurídico y de lo político. "Algunos de ellos parecen claramente una explicitación normativa del reconocimiento ético de las exigencias efectivas de lo humano; otros corresponden al área del derecho, pues se ocupan de cuestiones de justicia, tanto en lo tocante a distribución de bines como en lo que respecta a prevención reparación de males; otros son de índole netamente política, pues pretenden regular los mecanismos de imposición del Estado sobre los individuos y la participación de éstos en la administración del poder… Transversales a la ética, al derecho y a la política, intentan proporcionar el código donde las exigencias de éstas se reúnen sin confundirse… Los derechos humanos son transversales a la política, al derecho y a la moral, pues no pueden ser encajados estrictamente en ninguno de estos campos ni tampoco borrados sin más de ninguna de las tres nóminas. No constituyen por sí mismos una política, pero sirven como baremos para juzgarlas todas y cada una; no forman parte de un derecho positivo ni siquiera cuando están recogidos en el preámbulo de las constituciones particulares, pero guardan el sentido no burocráticamente funcionalista o represivo de cada derecho; exteriorizan demasiado normativamente el proyecto moral, pero contribuyendo mucho más a darle carne y sangre que a desfigurarlo. Si puede hablarse, como aquí intentamos, de un porvenir para la ética, éste pasa inexcusablemente por los derechos humanos… Admitir unos derechos humanos significa estar activamente decidido a que el reconocimiento de lo humano por lo humano equivalga al reconocimiento de derechos por parte de otro sujeto de esos mismos derechos. No es tanto que el hombre tenga tales o cuales derechos, sino que el derecho de ser hombre (entendiendo por tal el sujeto de derecho) es un estatuto consciente y voluntario que los hombres deben moralmente concederse unos a otros. La concreción histórica de este derecho se articula en una lista directamente relacionada con las necesidades del hombre tal como pueden ser universalmente estudiadas y con sus libertades tal como pueden ser comprendidas desde la autonomía y responsabilidad de los individuos participantes en la comunidad" (Ética como amor propio).

Savater aclara que en la relación entre lo jurídico y lo político, todo derecho debe ir respaldado por la fuerza de una autoridad que defienda su aplicación. Donde no hay poder constituido ni normas explícitas, no se puede hablar de derechos. Es por eso que tener un derecho es tener la posibilidad reconocida normativamente por la autoridad establecida de ejercer alguna capacidad o disfrutar de algún beneficio. Pero es necesario tener en cuenta que antes de que cualquier fuerza estatal respalde los derechos humanos, cada persona tiene derecho a ser respaldada por algo más que la simple fuerza: el sentido legal de la fuerza (Naturaleza, Dios o Humanidad). Los Derechos Humanos apuntan al universal derecho a la de ser sujeto de derechos. Lo importante no son los derechos del hombre sino el derecho a ser hombre. Cada uno merece del otro el reconocimiento a su dignidad personal. El derecho a la vida digna implica la afirmación universal de la persona poseedora de derechos. Igualdad de derechos significa igualdad de condiciones y de posibilidades de afirmación práctica y real de la existencia. Los derechos humanos tienen un aspecto crítico, de baremo o paradigma, según la cual "lo importante no es pergeñar una lista más o menos satisfactoria de derechos del hombre sino mantener sin desfallecimiento el derecho a ser hombre. Pues la condición humana no es un hecho, sino un derecho, porque implica una demanda a los semejantes y la aceptación de un compromiso esencial con ellos" (Ética como amor propio). No puede haber Estado de derecho sin individuos sujetos a derechos humanos y a través de ellos protagonistas significativos de la acción social. El dramaturgo Bertholt Brech nos dice que no hay nada en la creación más importante que el hombre, que todo hombre, que cualquier hombre.

De nuestra pertenencia a la especie humana proviene la idea de derechos humanos, que no son más que "una serie de reglas universales para tratarnos los hombres unos a otros, cualquiera que sea nuestra posición histórica accidental. Los derechos humanos son una apuesta por lo que los hombres tenemos de fundamental en común, por mucho que sea lo que casualmente nos separa. Defender los derechos humanos universales supone admitir que los hombres nos reconocemos derechos iguales entre nosotros, a pesar de las diferencias entre los grupos a los que pertenecemos: supone admitir, por tanto, que es más importante ser individuo humano que pertenecer a tal o cual raza, nación o cultura" (Política para Amador, de Fernando Savater). En el pensamiento kantiano encontramos elementos para la fundamentación filosófica de los derechos humanos como el derecho a la vida, ya que nos presenta al hombre como fin último de la creación, y por ende "destinado a los más elevados fines de la racionalidad y la cultura" (Los derechos humanos: un desafío a la violencia, de Ángelo Papacchini).

La importancia de la clasificación de las personas que habitan en Colombia –afirma el jurisperito Germán Navas Talero en su Guía práctica del derecho– radica en que de ella depende el grado de extensión de sus derechos y obligaciones. Nuestra Constitución clasifica algunos derechos como fundamentales, lo cual implica que se le confiere una trascendental importancia y que tienen la virtud esencial de no necesitar ningún desarrollo legal para su aplicación. Los derechos políticos le permiten a una persona participar en la conformación, ejercicio y control del poder. El más destacado es el de elegir y ser elegido. También pertenecen a esta clase los que permiten participar en plebiscitos, referendos, consultas populares e iniciativas legislativas. Entre los derechos fundamentales se encuentran, entre otros, el derecho a la vida, a la igualdad, a la libertad, al debido proceso, a la intimidad, a la libertad de conciencia, a la libertad de cultos, al trabajo, a la enseñanza, a la educación, al aprendizaje, a la libertad de cátedra y a la prohibición de la esclavitud. Además, consagra los derechos sociales, económicos, culturales, colectivos y del ambiente. Estos últimos derechos determinan el derrotero que el Estado debe seguir para satisfacer necesidades básicas de las personas y de la población en general. Su desarrollo exige la expedición de una variada legislación en los campos sociales, de salud, educación, vivienda, servicios públicos, etc.

De acuerdo con el Área de Proyectos del Departamento de Arte de la Universidad de los Andes, la Constitución de 1991 contiene una extensa carta de derechos. Con el fin de proteger a los ciudadanos de la indebida intervención del Estado en su vida privada, salvaguardar la posibilidad de que todos los ciudadanos participen en la esfera pública de la comunidad, garantizar la satisfacción de las necesidades materiales básicas de los individuos y evitar la desaparición o daño de bienes que pertenecen a todos los asociados, el constituyente de 1991 incluyó en el ordenamiento jurídico colombiano un número importante de derechos humanos de primera, segunda y tercera generación. En la Constitución, por tanto, se pueden encontrar derechos individuales, como la libertad de expresión y la libertad de conciencia, derechos económicos, sociales y culturales, como la vivienda digna, la salud y el empleo, y derechos colectivos, como el derecho al medio ambiente sano y el derecho al espacio público. Los ciudadanos en Colombia, no hay duda, tienen un importante conjunto de herramientas jurídicas para proteger sus intereses individuales y colectivos.

El jurista Luís Hernando Aristizábal señala que los llamados derechos civiles y garantías sociales son aquellos derechos mínimos que no podrán ser desconocidos por ninguna ley; éstos son, entre otros, los derechos al trabajo, a la industria, a escoger profesión u oficio, a la huelga, a la asistencia pública, a la libertad y seguridad personales, a la propiedad, a la imprenta, a la inviolabilidad de correspondencia, a presentar peticiones respetuosas a las autoridades, a reunirse libremente, a asociarse libremente, a la libertad de con ciencia –que debe entenderse como el derecho a profesar con libertad cualquier idea- y a la libertad de cultos o de profesar cualesquiera credos religiosos no opuestos a la moral o a las buenas costumbres (Colombia. Consultor temático. Tomo 2).

Como se aclaró al principio, los Derechos Humanos han sido objeto de cuestionamientos por parte de la izquierda y la derecha. Kart Marx denuncia que la supuesta democracia encubre en realidad la explotación y el dominio capitalista. La democracia –señala Maurice Joly en su libro Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Mostesquieu– ha creado derechos que, para la masa popular, incapacitada como está de utilizarlos, permanecen eternamente en el estado de meras facultades. Tales derechos, como goce ideal la ley los reconoce, y cuyo ejercicio real les niega la necesidad, no son para ellos otra cosa que una amarga ironía del destino.

El Diccionario Jurídico ESPASA, sobre el tema de los Derechos Humanos, señala que los derechos y libertades se incardinan en el más alto escalón de la jerarquía normativa. "Observa Truyol que decir que hay «derechos humanos» o «derechos del hombre» en el contexto histórico-espiritual que es el nuestro equivale a afirmar que existen derechos fundamentales que el hombre posee por el hecho de ser hombre, por su propia naturaleza y dignidad; derechos que le son inherentes y que, lejos de hacer de una concesión de la sociedad política, han e ser por ésta consagrados y garantizados. Para Castán Tobeñas, estos derechos integran un grupo diferenciado de los demás y que son humanos por antonomasia. Los derechos fundamentales o derechos esenciales del hombre se denominan así porque son fundamentales por cuanto sirven de fundamento a otros más particulares derivados de ellos, y esenciales en cuanto son inherentes al hombre. Como expresa Bobbio, el auténtico problema de nuestro tiempo respecto a los derechos humanos no es ya fundamentario, sino el de protegerlos. Pues bien, con Alcalá-Zamora Castillo, los modos de protección pueden buscarse por dos derroteros: a) en el cuadro de las instituciones nacionales protectoras de los derechos humanos, y b) como jurisdicción internacional a la que puedan acudir los individuos" (Diccionario jurídico ESPASA).

El hecho evidente de que un apreciable porcentaje de la población no conoce, no comprende o no sabe como ejercer sus derechos constitucionales, es motivo para que los demás se los conculquen, y de esta manera se generen procesos inadecuados de convivencia.

SEGUNDA PARTE

El universo práctico de la comunicación

"Bajo la clave adecuada, uno puede decir cualquier cosa; bajo la clave equivocada, nada vale. Acertar con la clave es lo esencial". 

George Bernard Shaw

PAUTAS PARA UNA BUENA COMUNICACIÓN

El sacerdote Jorge Eliécer García sostiene que una verdadera comunicación implica un diálogo bilateral: cuando un interlocutor habla el otro escucha, y viceversa. La comunicación dialogada involucra los siguientes aspectos: qué, cómo, cuándo, dónde, por qué y para qué.

Qué. El mensaje debe captarse y comprenderse, y los interlocutores tienen que estar en sintonizados. Su contenido debe ser claro para evitar que distorsione.

Cómo. El diálogo comporta respeto, honestidad, empatía y responsabilidad.

Cuándo. Escoger el mejor momento y el estado emocional adecuado para lograr mayor receptividad.

Dónde. Buscar el lugar y la forma adecuados, hablando de manera constructiva en el sitio apropiado.

Por qué. Compromete a los interlocutores a desarrollar habilidades comunicativas y ha construir una relación positiva y sólida.

Para qué. Favorece los procesos de convivencia, participación y desarrollo mediante el contacto intenso y diario con los demás. Los interlocutores deben estar animados por una actitud positiva, propositiva y la adquisición de habilidades enfocadas al logro de una mejor convivencia e interrelación.

LA ARGUMENTACIÓN EN LA COMUNICACIÓN

La argumentación es el conjunto de razones y explicaciones mediante el cual apoyamos o negamos una afirmación. Argumentar consiste en presentar argumentos, pruebas; sacar consecuencias, conclusiones. El argumento es la prueba dada para apoyar o negar una afirmación. Dar un argumento significa ofrecer un conjunto de razones o de pruebas en apoyo de una conclusión. Los argumentos son intentos de apoyar ciertas opiniones con razones. El argumento es esencial porque es una manera de tratar de informarnos acerca de qué opiniones son mejores que otras. Argumentar es importante porque una vez que hemos llegado a una conclusión bien sustentada en razones, la explicamos y la defendemos mediante argumentos.

Para comunicarnos argumentadamente necesitamos argumentos para indagar, explicar y defender los propios argumentos. El diálogo argumentado nos permite aprender a pensar por nosotros mismos y a formar nuestras opiniones de una manera responsable.

Cuando emitamos o expongamos los llamados "argumentos de autoridad", es necesario citar esa autoridad o fuente. Autoridad, en este contexto, es el crédito y la fe que le damos a una persona o institución experta en determinada materia o tema; también es el autor o el texto que se alega o cita en apoyo de lo que se dice.

Pero antes de citar la autoridad o fuente es importante saber qué tan informada está ésta. Tiene que ser cualificada para afirmar lo que afirma. Una fuente bien informada no tiene que corresponderse necesariamente con nuestro modelo general de lo que es una autoridad; incluso, una persona que se adapta a ese modelo puede no se una fuente bien informada. Las autoridades en un determinado tema no están bien informadas, necesariamente, acerca de cualquier tema sobre el que opinan. El genio de Einstein en física, por ejemplo, no le convierte en autoridad en medicina.

A veces tenemos que confiar en autoridades cuyos conocimientos son mejores que los nuestros, pero, aun así, son imperfectos. Si tenemos que confiar en una autoridad que posea informaciones incompletas, pero mejores que las nuestras, reconozcamos el problema. A menudo la información incompleta es mejor que ninguna.

Las fuentes deben ser imparciales. Asegurémonos que la fuente sea genuinamente independiente y no un grupo de interés disfrazado bajo un nombre que suena a independiente. Tratemos de confirmar por nosotros mismos cualquier información empírica citada por una fuente totalmente sesgada. Las supuestas "autoridades" pueden ser descalificadas si no están bien informadas, o en su mayor parte no están de acuerdo, pero los ataques no son ilegítimos cuando se descalifica a la fuente o autoridad por su credo, raza o ideología, y no por sus informaciones o planteamientos.

Anthony Weston, en su libro Claves de la argumentación, propone las siguientes reglas generales para exponer y sustentar argumentos:

1. Distinguir entre premisas y conclusiones. Una premisa es cada una de las proposiciones de un silogismo. Es un supuesto material, no necesariamente válido lógicamente, a partir del cual se infiere una conclusión. Es una afirmación mediante la cual se ofrecen razones. Una conclusión es la consecuencia de un razonamiento. Es la afirmación a favor de la cual estamos dando razones.

2. Presentar las ideas en orden natural. Primero debemos presentar o exponer las premisas y luego extraer la conclusión final. Expresar las ideas en orden tal que la línea de pensamiento sea natural.

3. Partir de premisas fiables. Si las premisas son débiles, la conclusión será débil. Debemos justificar las premisas. Si no estamos seguros acerca de la fiabilidad de una premisa, debemos dar argumentos a favor de ésta. Si no podemos argüir adecuadamente a favor de la premisa o premisas, entonces debemos replantear las premisas.

4. Usar lenguaje concreto, específico, definitivo. Hablemos evitando expresiones o términos generales, vagos o abstractos.

5. Evitar el lenguaje emotivo. No podemos hacer que nuestro argumento parezca bueno caricaturizando a nuestro interlocutor o a los demás. Tratemos de defender nuestras opiniones, aun cuando pensemos que están equivocadas. Si no podemos imaginar cómo podría alguien sostener el punto de vista que ataca, es porque todavía no lo hemos entendido bien. Evitemos el lenguaje cuya única función sea la de influir en las emociones del interlocutor, ya sea en favor o en contra de las opiniones que está discutiendo.

6. Usar un único significado par cada término. Eliminando las ambigüedades aparece con claridad la conclusión de un argumento. Una buena manera de evitar la ambigüedad es definir cuidadosamente cualquier término clave que introduzcamos: luego, tengamos cuidado de utilizarlo sólo como lo hemos definido.

Pautas para la comunicación y la convivencia

¡Cuánto mejoraríamos nuestra comunicación y convivencia si atendiéramos lo que nos dice el jurista Luis Carlos Sáchica!:

"1º. Admite que no siempre tienes la razón y reconoce al otro su razón o su parte de razón.

2º. Respeta los derechos de los demás, iguales a los tuyos, y jamás abuses de los que te pertenecen.

3º. Tus intereses merecen ser defendidos, pero tienes que aceptar que los de los otros son igualmente valiosos.

4º. Muy pocas cosas, o ninguna, justifican el empleo de la fuerza, a menos que se atente contra tu vida.

5º. Busca las identidades, las afinidades y las coincidencias constructivas, haciendo a un lado lo que genera pugnas y encono.

6º. Témele al ventajoso, al aprovechado y oportunista, y tiéndele la mano al que carece de habilidades para la ganancia deshonesta.

7º. Dedica una parte de tu tiempo al servicio de la comunidad, devolviendo así algo de lo que de ella recibes.

8º. Corresponde a la frialdad con el compañerismo que aproxima y solidariza las voluntades y los corazones.

9º. Concierta, acuerda, dialoga, sin discutir estérilmente; que tus palabras tiendan puentes al entendimiento mutuo y la amistad.

10. Reconoce a tu hermano y reconcíliate con tu enemigo; en ese sentido da siempre el primer paso".

Para la convivencia es importante tener en cuenta los siguientes aspectos:

1. Comunicación veraz, cierta, sin mentiras ni manipulaciones.

2. Hacer sólo aquello que se quiera hacer. No actuar solamente para responder a las expectativas, a los intereses o a las necesidades del otro.

3. Tener un nivel muy alto de tolerancia y de respeto por las expectativas, intereses y necesidades del otro. Recordar siempre que la convivencia necesita de un equilibrio en que ambas partes salgan ganando.

Principios del diálogo

El vocablo diálogo proviene del griego día (a través de) y logos (palabra). El diálogo es una conversación armónica y bilateral entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan o expresan sus ideas, argumentos, opiniones, puntos de vista o afectos sobre un asunto determinado. El diálogo, como instrumento de comunicación, es indispensable para solucionar los conflictos y crear alternativas de cambio. El diálogo debe estar alentado por la sinceridad y el respeto. "En nuestra época el diálogo es un medio eficaz no sólo para adquirir conocimiento, sino para buscar las soluciones a los problemas que se presentan en nuestra cotidianidad. Precisamente muchos de los conflictos obedecen a la falta de diálogo, de intercambio de una palabra sincera y honesta, sin hipocresía, que conduzca a los hombres por los caminos de la solidaridad, la ayuda mutua y la plena realización de sus esperanzas" (Español sin fronteras 8). El diálogo es fundamental para la realización personal y social. Todo diálogo debe estar animado por un principio de cooperación, economía y racional de la palabra.

El principio de cooperación de la palabra permite que el diálogo construya, acerque y posibilite la generación de espacios de debate, disenso, disertación, controversia, acuerdos o desacuerdos.

El principio de economía de la palabra nos indica que la palabra debe ser limitada, pertinente; todo diálogo provee una cierta información. No basta con decir la palabra, hay que saber cómo la decimos.

El principio racional de la palabra nos orienta en su uso, porque todo empleo de la palabra debe ser relevante, estar orientada hacia aquello que está adelantándose a través del diálogo; así mismo, en su contenido moral. Si la palabra expresa lo provechoso, lo conocido, lo justo, lo injusto, que se relaciona con la calidad de la palabra, entonces ¿por qué donde se habla tanto, es imposible el acuerdo?TÉCNICAS PARA EL DIÁLOGO ARMÓNICO

Como una comunicación inadecuada genera conflictos, es procedente tener en cuenta algunas técnicas para mantener un diálogo recíproco y armónico y resolver conflictos.

En primer lugar, se debe entender el pensamiento y los sentimientos de nuestro interlocutor. En todos los procesos de comunicación hay que entender, evaluar y comprometerse.

En segundo lugar, la comunicación debe ser bidereccional, biunívoca, recíproca, es decir, en dos sentidos: se habla y se escucha. La comunicación verbal implica el lenguaje, el paralenguaje (intención al hablar) y la quinesia (gestos). Dialogar implica disposición a entender y apertura a ser persuadido.

En tercer lugar, por ningún motivo se puede generalizar. Para ello se debe tener en cuenta los actos del individuo (éstos son ocasionales), su comportamiento (éste es permanente) y sus características permanentes de su ser (personalidad). Por ejemplo: Quien reaccione con ira ante un estímulo determinado (comportamiento) no es necesariamente malgeniado (personalidad). Se debe criticar el comportamiento, no la personalidad; elogiar la personalidad y no el comportamiento. Cuando se critique se debe criticar al hacer no al ser, a la conducta no a la personalidad. Asimismo, es importante responsabilizarnos de nuestras emociones, usar la razón, no descalificar, aprender a llegar a acuerdos de integración e informar sobre comportamientos modificables. En la comunicación se involucran procesos como la intención, la manipulación y utilización de elementos ajenos a la conversación. Debemos utilizar el lenguaje esencial, los términos que posibiliten que nuestro interlocutor comprenda el sentido del mensaje, y nada más. En el diálogo genuino, en la comunicación auténtica, es condición indispensable aplicar el principio de "economía de la palabra". Cundo se habla debemos entender la intención del interlocutor, porque puede decir una cosa y sentir otra muy distinta. Cuando el diálogo no es veraz y sincero, existe una evidente manipulación del emisor o del receptor. Muchos utilizan elementos fuera del contexto de la comunicación, los cuales, al ser detectados, la rompen de manera abrupta. Aquí en importante reflexionar sobre la inquietud heideggeriana de que las palabras esenciales son acciones que ocurren en aquellos instantes en que el relámpago de una gran iluminación atraviesa el universoCONDICIONES PARA UNA BUENA COMUNICACIÓN

John Powell en el libro ¿Por qué temo decirte quién soy? señala las siguientes condiciones para una buena comunicación:

1º. La comunicación no debe jamás implicar un juicio sobre la otra persona. Sencillamente, no estoy lo bastante maduro para entablar una verdadera amistad si no caigo en la cuenta de que no puedo juzgar acerca de la intención o motivación de otra persona. Debo ser lo suficientemente humilde y sensato como para respetar la complejidad y el misterio de todo ser humano. Si te juzgo, lo único que hago es revelar mi propia inmadurez y mi ineptitud para la amistad. Naturalmente, lo importante es que de hecho no haya juicio. Si yo tengo la costumbre de juzgar las intenciones o la motivación del otro, debería esforzarme por superar tan adolescente costumbre, porque, de lo contrario, sencillamente no podré camuflar mis juicios, por más aclaraciones previas que haga. Si yo deseo realmente saber la intención, o motivación, o reacción de otra persona, no hay más que una forma de averiguarlo: debo preguntárselo.

2º. Las emociones no entran en el terreno de la moral (no son ni buenas ni malas). El sentirse frustrado, el estar enfadado, el tener miedo o el encolerizarse no hacen que una persona sea buena o mala. Mis envidias, mi ira, mis deseos sexuales, mis temores, etc., no hacen de mí una buena o mala persona. Por supuesto que esa reacciones emocionales deben ser integradas mental y efectivamente; pero antes de que puedan ser integradas, antes de que yo pueda decidir si deseo o no deseo seguirlas, debo permitirles que se manifiesten y debo oír con toda claridad lo que están diciéndome. Debo ser capaz de decir, sin el más mínimo sentido de represión moral, que estoy enfadado, o que estoy airado, o que estoy sexualmente excitado.

3º. Los sentimientos deben ser integrados con el intelecto y la voluntad. La no represión de nuestras emociones significa que debemos experimentar, reconocer y aceptar plenamente nuestras emociones. Lo cual no implica en modo alguno que debamos siempre obrar de acuerdo con ellas. Sería trágico y demostraría la más absoluta inmadurez el que una persona permitiera que sus sentimientos o emociones gobernaran su vida. Una cosa es sentir y reconocer ante uno mismo y ante los demás que uno tiene miedo, y otra cosa es permitir que ese miedo le venza a uno. Una cosa es que yo sienta y reconozca que estoy enfadado, y otra cosa es que te aplaste la nariz de un puñetazo. El intelecto, la voluntad y los sentimientos deben ser integrados, es decir, en un conjunto armónico, si se desea avanzar en el proceso de hacerse persona. Si el significado de esta integración está claro, resulta obvio que la mente juzga si es necesario o deseable seguir determinadas emociones que han sido experimentadas plenamente, y la voluntad hace efectivo dicho juicio.

4º. En la comunicación sincera o transparente las emociones deben ser explicitadas. Si tengo que decir quién soy yo realmente, debo hablar de mis sentimientos, tanto si voy a obrar de acuerdo con ellos como si no. Puedo decir que estoy enfadado y explicar el hecho de mi enfado sin inferir juicio alguno sobre el otro y sin tratar de obrar sobre dicho enfado. Puedo decir que tengo miedo y explicar el hecho de mi miedo sin acusar a mi interlocutor como la causa de él y, al mismo tiempo, sin sucumbir al mismo. Pero, sí debo abrirme a él, tengo que permitirle tener la experiencia (encuentro) de mi persona, para lo cual debo hablarle de mi enfado y de mi miedo. El explicitar nuestros verdaderos sentimientos no sólo favorece mucho más una auténtica relación, sino que además es esencial para nuestra integridad física y para nuestra salud.

5º. Salvo raras excepciones, las emociones deben ser manifestadas en el momento en que se experimentan. A la mayoría de nosotros nos resulta mucho más fácil manifestar una emoción que ya forma parte del pasado. Pero es casi como hablar de otra persona el hablar de uno mismo a un año o a dos de distancia y reconocer que en aquella época uno estaba lleno de miedo o sumamente airado. El momento de manifestar las emociones es precisamente el momento que se experimentan. El diferirlo, aunque sea temporalmente, no es ni prudente ni saludable.

La comunicación y el manejo de las emociones

El fin supremo de nuestra vida es la felicidad, pero ésta no se conquista fácilmente porque hay demasiados obstáculos que se nos oponen en su búsqueda; uno de ellos son las pasiones o emociones desenfrenadas. Su inadecuado manejo, la falta de dominio pasional, la inmadurez emocional y la ausencia de inteligencia emocional (equilibrio armonioso entre los sentimientos y la razón) tratan de apartarnos del largo y complejo camino que puede conducirnos a la ansiada felicidad. Y es, precisamente, la dinámica comunicativa uno de esos escenarios en donde experimentamos y vivenciamos nuestro intrincado universo emocional.

La naturaleza que, según Aristóteles, no hace nada en vano ("las cosas están allí donde actúan", sentencia un principio de la física) nos concedió la palabra para expresar la alegría y el dolor, y comunicarlo entre nosotros. El hombre, en la concepción aristotélica, es un ser social, y por tanto un animal racional, es decir, un animal con logos, dotado de palabra, de lenguaje. "El lugar propio de aprendizaje del lenguaje, en la medida en que toda habla surge de una convención entre los hombres, es la sociedad: animal que habla, es decir, animal que debe vivir en sociedad… Afirmar que el hombre es un animal que habla implica introducir desde el inicio mismo de la constitución del sujeto humano la alteridad" (El hombre es un ser que se realiza en el diálogo, de Javier Aranguren). A través de la palabra, de acuerdo a éste, se expresa "el bien y el mal, y por consiguiente, lo justo y lo injusto". Si esta herramienta, tan poderosa y útil, no se expresa hábilmente, puede convertirse en fuente de conflictos que nos distancian e incomunican; como toda herramienta, es necesario saber hacer uso de ella para sacar provecho y evitar eventos de discordia, injusticia y maledicencia. Así como una palabra, apropiadamente expresada, puede generar en el interlocutor instantes de concordia, también puede ocasionar episodios de discordia si no se emite convenientemente. Toda palabra expresada genera un estímulo que emite una respuesta. Si se va a utilizar, hay que saberlo hacer.

El grandioso arte de saber comunicarnos despierta en nosotros el reconocimiento y la aceptación de que en nuestra existencia entramos en contacto con los demás, con los cuales, en muchas ocasiones, establecemos diversos tipos de vínculos que demandan habilidades y destrezas comunicativas, es decir, "competencia comunicativa", como se dice en la dinámica educativa actual, para evitar que los conflictos y las diferencias, concomitantes con el derecho a ser distintos, alteren dichos vínculos y éstos se conviertan en motivo de discordia, ruptura, antagonismo y animadversión. "En nuestro paso por el mundo tropezamos (como es lógico) con situaciones que no son favorables ni agradables, y eso debemos entender que es parte de la vida. Dichas situaciones desencadenan una serie de reacciones que te conducen a actuar de manera eficaz y acertada o de manera impulsiva y errónea. Con la madurez emocional (no cronológica) vamos depurándolas y siendo consientes de nuestras fallas; una de ellas, tal vez la más importante, está en la forma de comunicarnos, de cómo expresamos la vorágine de emociones que llevamos internamente en determinados momentos y de cómo se manifiesta en el pensamiento lo que vamos a transmitir a los demás. La autoimagen es lo que proyectamos; somos lo que creemos ser, y así nos ve el resto. Desarrollar la capacidad de hacerse entender efectivamente y manejar el proceso emocional derivado de cualquier situación adversa, es el paso más importante al logro del éxito pleno. No se puede transitar por la vida destrozando todo a nuestro paso por el simple hecho de pensar: "Yo soy así". Ésta es una aseveración carente de validez y nos refleja ante los demás como seres débiles, irascibles, ilógicos e incoherentes. Debemos aprender a ser fluidos, elegantes y precisos en lo que queremos transmitir; entendernos primero de manera honesta y hacernos entender ante los demás. Recuerda que la palabra tiene efecto multiplicador muy poderoso. Existe una frase que dice: "Las palabras se las lleva el viento". Pero hay que estar consientes que el mismo viento las puede trasladar a otras latitudes y cumplir un cometido dañino o positivo que eleve o destruya la imagen que proyectas. Dale la mano al arte de saber expresarte y tendrás ganado un amplio trayecto del camino. La palabra y la honestidad son los trajes de gala para vestirnos en la fiesta de la vida" (www.urbaneando2008.blogspot.com).

En el acto comunicativo es importante saber controlar nuestras emociones, y para poder dominarlas y manejarlas, sin que nos afecten o puedan ofender a nuestros interlocutores u oyentes, debemos conocernos a nosotros mismos, es decir, saber con toda certeza quiénes somos en realidad. Una cosa es lo que nosotros creemos ser y otra muy distinta lo que somos en realidad. En el frágil y complejo campo de la comunicación, si no nos conocemos funcionaremos como máquinas: a tal pregunta, tal respuesta; a tal contrariedad, tal reacción, con el concomitante deterioro y alteración de la praxis comunicativa.

René Descartes (conocido como "el padre de la modernidad") nos advirtió que todas las "vivencias de la psicología que llamamos sentimientos, pasiones, emociones, toda la vida sentimental", son pensamientos embrollados, confusos, oscuros. "En su teoría de las pasiones propone Descartes simplemente al hombre que estudie eso que llamamos pasiones, eso que llamamos emociones, y verá que se reducen a ideas confusas y oscuras; y una vez que haya visto que se reducen a ideas confusas y oscuras, desaparecerá la pasión, y podrá el hombre vivir sin pasiones que estorban y molestan en la vida" (Lecciones preliminares de filosofía, de Manuel García Morente). Las ideas confusas y oscuras provienen de las sensaciones, de la sensibilidad, del mundo sensible; es decir, de lo que se percibe por los sentidos, y no proviene del pensamiento puro, de la razón. "Amigo mío –decía el inmortal Werther de Goethe-, el hombre es el hombre y la inteligencia que puede llegar a tener no vale mucho cuando golpean las pasiones y lo llevan hasta los límites de lo humano…". Pero no se trata de vivir sin emociones, sino de dominar las emociones y controlar las que nos "estorban y molestan en la vida" como la ira, el odio, el resentimiento, la animadversión, la envidia, etc. Dominar nuestras pasiones, nuestras emociones, es vivir racionalmente, es decir, de acuerdo con las directrices de la razón.

Si en nuestra práctica comunicativa no experimentamos un dominio racional de nuestras emociones, es muy probable que no haya una comunicación empática, armónica y asertiva, por cuanto las impertinencias y los inadecuados hábitos comunicativos de nuestro interlocutor nos pueden ofender, o viceversa.

La falta de un genuino control emocional hará que las necedades, las impertinencias, los agravios y otros "defectos" comunicativos nos molesten afectiva y sentimentalmente, hasta el extremo de afligirnos u optar por la improcedente dialéctica de devolverle agravios al interlocutor o interlocutores, con la "lógica" alteración del evento comunicativo, que a través del intercambio de palabras procaces y ofensivas nos conducen a la ruptura de la conversación, que en muchos casos termina en la lamentable agresión de palabra o por las vías de hecho (agresiones físicas). "No debemos conformarnos con vencer el miedo, hay que ser valientes. No basta con controlar la agresión, hay que ser pacífico… Si tratas bien a las personas habrá menos motivos de perturbación; no molestes y no te molestaré; no te incito ni te provoco emociones negativas y tú haces lo mismo conmigo… Si desarmamos el ánimo y lo hacemos más amable, desarmaremos a muchos… Ajusta tu libertad para no afectar la mía y yo hago lo mismo… Muchas veces somos nosotros mismos quienes creamos las condiciones para una vida infeliz y no nos damos cuenta" (El camino de los sabios, de Walter Riso).

Saber dialogar, saber conversar, saber comunicarse, es no dejarse afectar por las sandeces del interlocutor, ni entrar a dar explicaciones que no se nos han pedido, ya que popularmente se dice que "explicación no pedida, acusación manifiesta". Si percibimos que nuestro interlocutor afirma o refiere hechos que no coinciden con la realidad, debemos escucharla sin interrumpir hasta que termine, para luego entrar a refutar o aclarar, si las circunstancias o el contexto así lo permiten o demandan, tratando de no alterarnos ni entrar en discusiones agresivas. Esto no es fácil, pero es necesario hacerlo. La comunicación es una herramienta para aclarar, informar, dialogar, compartir, intercambiar, negociar, disentir, llegar a acuerdos o a desacuerdos, mas no un instrumento de discordia y agresión.

Para una comunicación que genere espacios de convivencia armónica y pacífica no sólo se requiere el dominio y control de las emociones, también es condición indispensable el dominio y control del lenguaje, ese maravilloso conjunto de sonidos articulados que nos permite expresar pensamientos, ideas, sensaciones, emociones, informaciones y percepciones. El lenguaje, cual potro salvaje, hay que "amansarlo"; es necesario dominarlo y saberlo "jinetear" para evitar la accidentalidad del diálogo, de la comunicación. Los interlocutores tenemos el deber de desarrollar habilidades para domeñar ese "potro salvaje" y poder cabalgar en alas del lenguaje, que es la herramienta más importante del proceso de comunicación. Someterlo, dominarlo, controlarlo, no implica quitarle sus bríos y sus galopes naturales, sino dejarlo cabalgar libremente, fluidamente, espontáneamente, para disfrutar de la magia, del hechizo y del deleite de las palabras estrictamente indispensables y apropiadamente expresadas en la práctica comunicativa. De esta manera la comunicación será un acto constructivo, dinámico, enriquecedor, comprensivo, asertivo, biunívoco, empático, respetuoso, participativo y vivenciado, ya que las palabras, si se utilizan en forma adecuada, deben propiciar el acercamiento y la armonía que todos necesitamos para la convivencia civilizada. La comunicación es un arte, y como tal requiere habilidades y práctica. "El arte se aprende, pero debemos estar conscientes de aprender, debemos querer aprender y debemos aprender a aprender y aprender a desaprender. Este complicado juego de palabras se basa en lo que llama Covey: "Ser proactivo, ser dueño de su vida y de sus actos y querer verdaderamente influir en la vida y no pasar por ella sin vivir´" (Jonny Martínez. La inteligencia interpersonal, es la madre de la comunicación, relacionarse con otras personas, no solo es hablar y hacer gestos. www.gestiopolis.com). Todos podemos y tenemos que dominar el apasionante arte de la comunicación.

La comunicación y la inteligencia emocional

¿Qué es la inteligencia emocional? La inteligencia emocional es la habilidad que ayuda a las personas a vivir en armonía, es la habilidad de armonizar "cabeza" y "corazón". Las habilidades emocionales o inteligencia emocional incluyen autodominio, celo, persistencia y capacidad de automotivación. La inteligencia emocional se relaciona con el sentimiento, el carácter y los instintos morales. "La inteligencia emocional es una forma de interactuar con el mundo que tiene muy en cuenta los sentimientos, y engloba habilidades tales como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la perseverancia, la empatía, la agilidad mental, etc. Ellas configuran rasgos de carácter como la autodisciplina, la compasión o el altruismo, que resultan indispensables para una buena y creativa adaptación social" (Césarmedina98. La inteligencia emocional. www.monografías.com).

¿Para qué nos sirve ser emocionalmente inteligentes? Permite que nos "desprogramemos" y no actuemos como "animales de costumbre", sensibilidad al cambio y a la creatividad, logro ético de nuestros proyectos, y ser optimistas, entusiastas, emprendedores, asertivos y empáticos. Nos ayuda a ubicarnos en la vida de manera adecuada. Mejora las relaciones de pareja y constituye una base sólida para la educación de los hijos en la confianza, el respeto mutuo y el amor. Cambia la concepción del poder, utilizado como el dominio sobre los demás, por la capacidad de realizar con ellos nuestros más nobles propósitos en la vida. Proporciona serenidad y una visión más lúcida de los momentos difíciles que afrontamos.

Para ser emocionalmente inteligentes debemos permitirnos y permitir a nuestros interlocutores ser capaces de expresar honesta y sinceramente necesidades y deseos, con base en la confianza de una comunicación sincera, honesta y real. Ser capaces de compartir conocimiento acerca de nosotros mismos, ofrecer y aceptar ayuda, mostrar verdadero interés por escuchar y ayudar; y sobre todo saber expresar afecto y aprobación, siempre dentro de un marco de muchísima confianza, respeto y lealtad.

Según Abel Cortese, investigador de la inteligencia emocional, la comunicación es el acto central de la vida humana. La comunicación es posible, entre los hombres, porque todas las cosas, externas o internas, son representables.  

Pero el hecho de representar, para otros, las cosas externas o internas, no es un proceso simple. "Una de las cosas más difíciles del mundo (escribió Lewis Carroll en su libro Alicia en el país de las maravillas) es transmitir las ideas con exactitud de una mente a otra"."  

Llamamos genéricamente proceso de comunicación a los fenómenos de intercambio de información. Estos fenómenos se dan en dos pasos:

1) Hay que comprender y transmitir una situación o hecho. 2) Hay que escoger y transmitir bien los diferentes signos que pueden expresarla.  

En la comunicación humana, el mensaje sólo puede transmitirse a través de una codificación. Una letra, una palabra van codificadas en un texto, con una determinada entonación o escrito en determinada forma. Si la palabra "alma", por ejemplo, va en la frase "te quiero con toda el alma", tiene diverso sentido de si va en esta otra: "el hombre consta de alma y cuerpo". 

El mensaje humano tiene, pues, una codificación por parte del emisor y una descodificación por parte del receptor. Este sólo podrá descodificar la frase y por tanto entenderla, si está al tanto del código empleado. De ahí la importancia de que toda persona que intenta influir en otra en cualquier campo (religioso, político, comercial…) conozca el lenguaje que es capaz de comprender su receptor y se acomode a él. El código que domina el receptor es la regla a que debe ajustarse el emisor y no viceversa.  

Pero la comunicación no es solamente un intercambio de información a través de códigos, sino una comunión de significados. En el contacto entre dos o más personas, también se intercambian o crean impresiones y actitudes.  La comunicación es, además, una concordancia emotiva. Es el hilo invisible que une o desune a los seres humanos.   

Según Daniel Golemán, citador por César Medina (La inteligencia emocional. www.monografías.com), la inteligencia emocional se compone de inteligencia personal e inteligencia interpersonal.

1. La Inteligencia Personal.

Está compuesta a su vez por una serie de competencias que determinan el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos. Esta inteligencia comprende tres componentes cuando se aplica en el trabajo:

  • a. Conciencia en uno mismo: es la capacidad de reconocer y entender en uno mismo las propias fortalezas, debilidades, estados de ánimo, emociones e impulsos, así como el efecto que éstos tienen sobre los demás y sobre el trabajo. Esta competencia se manifiesta en personas con habilidades para juzgarse a sí mismas de forma realista, que son conscientes de sus propias limitaciones y admiten con sinceridad sus errores, que son sensibles al aprendizaje y que poseen un alto grado de auto-confianza.

  • b. Autorregulación o control de sí mismo: es la habilidad de controlar nuestras propias emociones e impulsos para adecuarlos a un objetivo, de responsabilizarse de los propios actos, de pensar antes de actuar y de evitar los juicios prematuros. Las personas que poseen esta competencia son sinceras e íntegras, controlan el estrés y la ansiedad ante situaciones comprometidas y son flexibles ante los cambios o las nuevas ideas.

  • Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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