Las Competencias Comunicativas. De la puesta en escena a la puesta en esencia
Enviado por Carlos Andrés Arango
- Formación por competencias
- Las competencias en comunicación
- Las competencias comunicativas
- Algunas ideas no-finales
"La comunicación se convierte entonces en mecanismo de selección: solamente aquellos y aquellas que contacten podrán sobrevivir"
"La escritura, como retoño formalizado del dibujo, y la comunicación vocal verbalizada, han sido, desde luego, perfeccionadas como nuestro medio principal de transmitir y registrar información, pero han sido también utilizadas, en enorme escala, como vehículos de exploración estética. La intrincada transformación de los gruñidos y chillidos ancestrales en complejas y simbólicas palabras nos ha permitido ‘jugar’ con las ideas y manipulas las series de vocablos (primariamente instructivos) con nuevos fines de juego estético y experimental"
"Las palabras son así, disimulan mucho, se van juntando unas con otras, parece como si no supieran a dónde quieren ir, y, de pronto, por culpa de dos o tres, o cuatro que salen de repente, simples en sí mismas, un pronombre personal, un adverbio, un verbo, un adjetivo, y ya tenemos ahí la conmoción ascendiendo irresistiblemente a la superficie de la piel y de los ojos, rompiendo la compostura de los sentimientos, a veces son los nervios que no pueden aguantar más, han soportado mucho, lo soportaron todo, era como si llevasen armadura, decimos…"
El lenguaje es tal vez una de las más poderosas herramientas jamás creadas por el hombre. Desde su invención, podemos considerarnos como verdaderamente humanos. Antes de serlo, éramos, acaso, una más de las especies animales pobladoras del planeta. Sin embargo, cuando pudimos expresar a otros nuestras ideas, logramos varios avances fundamentales en la configuración de ese complejo entramado de saberes, prácticas, objetos y discursos que denominamos cultura.
En primer lugar, el lenguaje dio los fundamentos para ponernos de acuerdo. De manera que pudimos fortalecernos como grupo en tareas estratégicas como la caza. Igualmente, el lenguaje nos posibilitó separarnos de los objetos para poder hablar de ellos. Esto no es un avance insignificante, todo lo contrario. Antes del lenguaje, cuando alguien se iba a referir a algo, necesitaba de la presencia de ese algo para poderlo referenciar.
Esto ponía la condición adicional de que debía ser un objeto tangible, presencial, para poder hablar de él. Así, se necesitaban los animales para poder contarlos ante un posible intercambio. Cuando apareció el lenguaje, el hombre pudo hablar, además, de lo que no estaba presente en ese momento, con lo cual le dio paso, adicionalmente, a la posibilidad de hablar de un antes, un ahora y un después. Esto es lo que llamamos pasado, presente y futuro.
Esta idea es central. Si se necesitara la presencia de los objetos para poder hablar de ellos, el hombre no hubiera llegado a la concepción de que había una historia. El pasado, ese conjunto de hechos y personas que no están en este momento pero que han realizado acciones antes, es una consecuencia de que inventáramos el lenguaje, gracias a la cual nos sentimos pertenecientes a una cadena de hechos históricos, a un pasado al cual le debemos la existencia como individuos y como grupo social.
Igualmente, la sensación de un presente es posible sólo por la existencia del lenguaje. Humberto Maturana, un estudioso del lenguaje, afirma que el hombre es el único animal que tiene plena conciencia de que está vivo. El hombre es conciente de sí, puede dar cuenta de sus comportamientos, de su tiempo, de su día a día, además, sabe que va a morir.
De otro lado, la posibilidad de pensar en lo que no está ahora pero va a estar, es también una de las características esenciales de la humanidad, esto es, pensar en el futuro, adelantársele a los hechos. Pensar en lo que no está presente, pero que podría estar. Sin esta percepción del futuro, el hombre no planearía, y no pensaría en un futuro mejor; no tendría la idea de que el pasado es un tiempo por construir, y para el cual debemos dar lo mejor de nuestros esfuerzos en el presente para asegurar nuestra existencia de individuos y de especie.
Como vemos, la invención del lenguaje, ese sistema articulado de símbolos mediante el cual podemos intercambiar ideas y conceptos, no es un invento accesorio a la condición humana. Muy por el contrario, se trata de un invento medular sin el cual no habríamos construido eso que denominamos cultura, ni los sistemas educativos, que son los encargados de preparar a las personas para asumir la vida. Eso es la educación.
El lenguaje también da cabida a la invención de herramientas conceptuales, o herramientas del conocimiento (sobre estas últimas trabajaremos a lo largo del semestre cuando intentemos construir un camino para reconocer una temática de nuestro interés profesional), mediante las cuales nos acercamos a diferentes objetos para dominaros. Eso se denomina conocimiento.
El lenguaje ha permitido construir gran variedad de conocimientos, divididos y clasificados por el mismo hombre en áreas, para facilitar su comprensión. El objetivo de la educación básica secundaria es, precisamente, dotar a la persona de unos contenidos básicos, una enciclopedia mínima para entender el mundo en el que vive. Complementariamente, en la educación superior (conformada por los niveles técnico, tecnológico y profesional), al estudiante se le prepara en la adquisición de unas competencias para interpretar, analizar problemas con el fin de que prepare, diseñe, proponga, gestione, alternativas de solución. Cada carrera está dirigida a resolver problemas sociales. Para resolverlos el profesional habrá de investigarlos, comprenderlos, analizarlos, generar juicios frente a ellos, y proponer estrategias para intervenirlos.
Cada materia de los planes de estudio está concebida para darle determinadas competencias a los estudiantes de cara a cumplir con su objetivo de formación profesional. Llegados a este punto parece necesario hablar de las competencias.
Hay muchas acepciones de competencia. Las nociones del pensamiento popular nos hacen pensar en competencia como una pugna, una competición. De entrada conviene dejar a un lado esta acepción, porque cuando en la educación hablamos de competencia, no nos referimos en este sentido. Las competencias con un conjunto de conocimientos (saber), habilidades (saber hacer), y actitudes (querer hacer), relacionados con la forma como el profesional está preparado para resolver problemas de su entorno. Estos componentes tienen que ver con las facetas del ser humano: hacer, sentir y pensar.
El saber, tiene que ver con los conceptos, definiciones, datos, procesos, y otros elementos intangibles referidos al conocimiento.
Las áreas del conocimiento poseen fundamentos, teorías, escuelas, paradigmas, principios, leyes, conceptos, y otra gran cantidad de componentes que deben ser dominados por cada profesional. Un abogado, por ejemplo, debe conocer el principio de la justicia, debatido desde la antigüedad, así como la historia de las leyes y los sistemas de gobierno. Por su parte, los ingenieros deben acceder a una base de conocimientos relacionados con el lenguaje matemático, compuesto de fórmulas, teoremas, planteamientos y reflexiones teóricas indispensables para su desempeño. Todas las carreras necesitan este elemento. Sin embargo, se ha abusado de él, y durante años han preparado profesionales con muy buenos conocimientos teóricos, pero con deficiencias para aplicarlos en contextos reales.
La habilidad se refiere al saber hacer, tiene relación con el dominio de herramientas, instrumentos, dispositivos y equipos necesarios para la actividad del profesional. Hablamos de herramientas tanto externas como internas en la persona. En el caso, por ejemplo de un ingeniero de sistemas, se necesitan habilidades para buscar información, para diagnosticar equipos, para crear programas, etcétera.
Por su parte, un Odontólogo deberá demostrar habilidad en el manejo de instrumentos para el tratamiento oral, en la aplicación de diferentes aditamentos en la boca de sus pacientes, así como tacto en el trato con ellos. Visto desde la habilidad, el profesional se asemeja al artesano. Sus manos son el contacto con el mundo exterior. Mediante ellas, transforma el barro, lo moldea, y hace utensilios en porcelana. En una época donde la tecnología pareciera ocultarle el rostro a lo humano, bien vale la pena reivindicar la condición de artesano, que tienen los profesionales.
Igualmente importante resulta el componente volitivo o actitudinal del profesional. Se necesita querer hacer las cosas. Un profesional con actitud es alguien que demuestra la actitud adecuada ante cada situación. Actitud al aprendizaje constante, al reaprender de los errores, a escuchar a los otros, actitud de dar siempre el mejor esfuerzo. Sin ese componente, los dos anteriores quedan en peligro, en latencia. Abundan las historias de profesionales hábiles y conocedores, pero incapaces de relacionarse con los demás, de reconocer sus propios errores, o de prestar servicios más allá de sus obligaciones contractuales. Durante muchos años, las universidades se han concentrado sólo en la parte técnica y teórica de los estudiantes en formación; han descuidado el elemento humano de todo profesional. El proyecto de vida, la ética, la estética, el conocimiento y reconocimiento de su entorno, la capacidad para interactuar con otros, de trabajar en equipo, de aprender constantemente, son, entre otras, situaciones y actitudes fundamentales descuidadas en las universidades colombianas. Sólo unos años atrás, se comenzó una reflexión sobre la formación universitaria, donde se concluyó, dadas las equivocaciones del pasado, que de nada sirve formar excelentes profesionales, si no se les reconoce antes como ciudadanos y como personas.
Sólo cuando el saber, el saber hacer y el querer hacer se encuentran equilibrados, se puede esperar un profesional con un desarrollo satisfactorio en su pensar, hacer y sentir. Sólo cuando esto se dé se puede hablar de un profesional competente. De tal manera que no es competente quien domina a la perfección aparatos. O quien conoce todas teorías relacionadas con su área de formación. O quien tiene muchas ganas de aprender. No. Se necesitan los tres componentes. De lo contrario, hay desequilibrio. Veamos un ejemplo.
Hablemos de un Diseñador Gráfico. Supongamos que él es muy hábil en el manejo de los programas de diseño (Corel Draw, Pagemaker, PhotoShop, Flash, Ilustrator, etcétera), y que demuestra excelente dominio de las técnicas de ilustración, corte de papeles, manipulación de materiales y demás. Alguien desprevenidamente, al ver todas las capacidades de este profesional podría pensar que es competente. Sin embargo, si dado el caso se le preguntara a este profesional algún elemento teórico (conocimientos), como qué gama de colores son más efectivas para realizar una señalización en un hogar de ancianos, y él no supiera responder, encontramos un desbalance entre la habilidad y el conocimiento. Un Diseñador no será competente sólo porque sea hábil. Si no posee un capital conceptual sólido, muchas de sus decisiones podrán ser desacertadas. Podrá realizar dibujos bonitos, pero inadecuados al objetivo de comunicación propuesto.
Cambiemos un poco la situación. Sigamos suponiendo hábil a nuestro diseñador, y esta vez también concedámosle grandes capacidades conceptuales para tomar decisiones. Pero supongamos ahora que trabaja en una empresa donde no se siente reconocido por su trabajo, o que tiene problemas en su familia, o que en realidad el Diseño Gráfico no era su verdadera vocación. Es muy posible, en cualquiera de los tres (indeseables) casos, que nuestro Diseñador presente problemas de rendimiento en la empresa para la cual trabaja.
En ninguno de los tres casos podríamos hablar de un Diseñador competente. Tan grave es no conocer, como no saber hacer, o como no querer hacer. Estanislao Zuleta, uno de los más lúcidos pensadores colombianos, decía que nadie nos puede obligar a creer o amar. Se nos puede obligar a cualquier cantidad de situaciones no deseadas por nosotros, ante las cuales reaccionaremos porque no tenemos más remedio. Pero nadie nos puede obligar a sentir, a amar o a creer en algo. He ahí la importancia del querer hacer.
Ninguno de los tres elementos se basta a sí solo para conformar un profesional competente. No basta con simplemente saber si no se pueden resolver problemas reales con eso que se sabe. No basta con el saber hacer porque si no se tienen conocimientos se queda relegado a las posibilidades que da la mera herramienta. Así mismo, no basta con simplemente querer, si no se cuentan con las posibilidades de pensar lo que se quiere hacer y hacerlo.
Resulta relevante indicar, finalmente, que el criterio último para definir el verdadero grado de competencia de un profesional es su capacidad real para transformar el entorno. En el caso, por ejemplo, de un Administrador de Empresas, es su desempeño y el impacto generado por su labor lo que realmente define si es o no competente. Pues seguramente en esa transformación que ha realizado sobre el entorno, habrá requerido elementos conceptuales, prácticos y actitudinales.
Éstas son tan sólo algunas ideas, mínimas, sobre el asunto de las competencias. En realidad, son muchos los autores que han abordado el mismo tema. De igual manera, debe advertirse que las nuevas directrices del men apuntan a la formación y evaluación por competencias. Las pruebas ecaes, dirigidas a los profesionales, se basan precisamente en la evaluación por competencias. Evaluar por competencias supone un cambio respecto a la forma tradicional de evaluación, pues antes se promovía la evaluación de contenidos, en la cual se le hacían preguntas sin contexto a un estudiante, y se esperaba de él que repitiera lo mismo que le habían enseñado. Este tipo de pruebas evaluativos permitía que muchos estudiantes contestaran bien los exámenes, pero no fueran necesariamente buenos profesionales, es decir, fuera incapaces para resolver problemas reales.
- Formación por competencias
El nombre de este curso plantea, de entrada, una promesa: competencias comunicativas. Esto supone la formación en esos conocimientos, habilidades y actitudes necesarios para ser competentes en la comunicación. En esta siguiente parte nos vamos a dedicar a desentrañar qué consecuencias puede tener esta suposición.
Una reflexión previa: La comunicación en los seres humanos
¿Qué relación existe entre comunicación y lenguaje? Ésta es una de las preguntas de fondo para construir un marco de referencias compacto para hablar de la comunicación en los seres humanos. La comunicación es el proceso mediante el cual los seres humanos, gracias a ese conjunto de símbolos compartidos que es el lenguaje, puede compartir ideas, pensamientos y sentimientos con los de su especie. Sin ella, sería imposible cualquier actividad humana que implique la presencia de otro. El ser humano es social por naturaleza, necesita de otro para realizar sus propios proyectos por individuales o personales que éstos sean. De esta manera, la comunicación, en todos sus niveles (intrapersonal, interpersonal, grupal y masivo) hace parte fundamental de la vida humana.
En los contextos sociales y del trabajo, la presencia de la comunicación es decisiva, por lo cual la CUR diseñó el curso de competencias comunicativas, en el que pretende dotar al estudiante de los conocimientos necesarios para reflexionar sobre el proceso comunicativo entre personas, así como las actitudes y habilidades necesarias para interactuar consigo mismo y con los demás.
- Las competencias en comunicación
Como se ha dicho hasta ahora, la discusión sobre el concepto de competencias es amplia. Las siguientes ideas, aunque no pretenden ser definitivas, hacen parte de las reflexiones que los docentes del Grupo Texturas hemos realizado al respecto. En todo caso, se trata de reflexiones apenas iniciales, y mínimas frente a toda la literatura existente. La lista se construye a partir de los aportes de varios teóricos de la comunicación, así como de las observaciones personales de los docentes del Grupo. Todas ellas deberían hacer parte de un curso que tiene por nombre competencias comunicativas; no obstante, por cuestiones de tiempo no se alcanzan a desarrollar todas.
Las competencias comunicativas son esas formas mediante las cuales las personas pueden establecer interacciones con otras personas y con su entorno, partiendo de un previo reconocimiento de su ser. Estas competencias se adquieren mediante la incursión de las personas en los ámbitos familiares, escolares, sociales e institucionales, y pueden ser mejoradas si, en primera instancia se reconoce su importancia, y, luego, si se entra en un proceso autocrítico de mejoramiento, basado en los tres componentes de la competencia: conocimientos, habilidades y actitudes. Estas competencias son: Lingüística, Paralingüística, Pragmática, Textual, Quinésica, Proxémica y Cronética. Vayamos ahora brevemente el interior de cada una.
Se relaciona con la adquisición y desarrollo del lenguaje. Como se ha dicho antes (ver Introducción), éste es el sistema de símbolos articulados que permiten el entendimiento entre las personas, porque se respalda en una convención social previa. La importancia de esta competencia, va más allá incluso de lo que el mismo lenguaje nos permite decir. El pensamiento está determinado por el lenguaje: sólo podemos pensar aquello que nuestras palabras nos permiten. Si hacemos el ejercicio reflexivo de estar en silencio, constataremos que cada cosa pensada silenciosamente, está determinada por las palabras con las que contamos. Aunque los demás no sepan de nuestros pensamientos, ellos se dan mediante las posibilidades del lenguaje. Incluso, cuando tenemos sensaciones para las cuales no tenemos nombre o palabras asignadas, vemos cuán difícil es explicarle dichas sensaciones a otros, o incluso cuán complicado es concebirlas para nosotros mismos.
Así que el lenguaje no es sólo lo dicho, sino lo pensado, y, sobre todo, lo por decir. Savater habla de un querer decir. Usa el ejemplo de un extranjero, quien nos habla en otro idioma, desconocido para nosotros; a pesar de eso, sabemos que por su condición de Ser Humano, comunicante y social, esa persona está queriendo decir algo, así no comprendamos con precisión de qué se trata. Cuando vemos a otros seres humanos hablar, sabemos que están queriendo decir algo, y ese querer decir nos identifica como seres humanos. Él mismo narra de la sensación experimentada por los seres humanos con el lenguaje: ser concientes de que hablamos en una lengua no inventada por nosotros, nos hace sentir que compartimos muchas cosas con ellos: la lengua no me la inventé yo. No se la inventó nadie. Ha sido el continuo conversar entre los hombres y las mujeres de la historia lo que ha creado idiomas, dialectos, jergas y argot.
Una de las principales características del lenguaje, es su condición de sistema simbólico abierto: no tiene limitaciones para producir gran cantidad de mensajes. Si bien las letras del alfabeto constituyen un conjunto cerrado, delimitado, no lo son ni la creación de palabras, ni menos aun la posibilidad infinitamente abierta de producir mensajes con esas palabras. A diario podemos crear palabras para designar objetos, costumbres, sensaciones o situaciones novedosas para las cuales puede o no haber palabras asignadas por la cultura. Año tras año se hace indispensable renovar los diccionarios, ante el inevitable desuso de algunas, y la incorporación de muchas nuevas palabras. Sebastià Serrano entiende el lenguaje como un logaritmo, es decir como una posibilidad adquirida de poder entender muchos mensajes posibles, a partir de unos mínimos básicos, como son las letras, y las reglas sintácticas que especifican las condiciones para su uso.
Tal es la contundencia de estas ideas, que autores como los mencionados Savater, Maturana, y muchísimos otros como Lyotard, Morin, Santo Tomás, San Agustín, por sólo mencionar algunos, no han dudado en afirmar que el lenguaje nos da el certificado de existencia como seres humanos.
- Competencia Lingüística
La anterior competencia le da lugar y pertinencia a las siguientes tres. En el caso de la Paralingüística, se trata de un conjunto, podría decirse infinito, de elementos adicionales que acompañan al lenguaje (bien sea escrito u oral), y que ayudan a complementarlo. Veámoslo con un ejemplo: un mensaje como "me gustan las rosas", puede variar de diversas maneras según la entonación e intencionalidad que le dé una persona al decirlo. Esta misma frase puede ser dicha en varios tonos, como serio, regaño, seducción, indiferencia, pregunta, afirmación, etcétera. Siendo el mismo mensaje, diferentes énfasis le otorgan diferentes interpretaciones.
Para el caso del lenguaje escrito, son los recursos gráficos los que determina posibilidades paralingüísticas de expresión. El manejo de los espacios en blanco, las márgenes, la diagramación, el uso de negrillas, cursivas, mayúsculas, posibilitan distintos matices a un mismo texto, pues aunque el contenido de éste sea el mismo, la manera como se distribuye, se adorna o se dispone el texto, influye decisivamente en la forma como éste es interpretado por parte del lector.
- Competencia Paralingüística
Es el desarrollo de capacidades para convencer y persuadir a los demás. Nos comunicamos porque deseamos influir en las decisiones, opiniones, conocimientos, actitudes o preferencias de los otros. Siempre nuestra comunicación busca, como fin último, lograr algo de alguien. El escritor de un libro recurre a varias estrategias para hacernos creer su historia; el director de una película de cine, organiza de tal forma las escenas a fin de mostrarnos que su historia es verosímil; nuestro jefe nos habla de determinada manera para que nosotros obedezcamos sus órdenes; los adolescentes emplean ciertas estrategias para obtener ese permiso del papá o de la mamá sin el cual no podría salir con sus amigos; en la televisión, se nos muestran atractivos productos que los anunciantes esperan compremos; los periodistas nos muestran en periódicos y revistas cifras e imágenes para que creamos la información suministrada; los profesores nos explican paso a paso los pormenores de esa teoría, modelo, ecuación o concepto; en el metro, nos insisten permanentemente en una serie de comportamientos necesarios para un viaje seguro y agradable. Así, infinitamente, podríamos extender la lista. Con estos ejemplos es suficiente para ver cómo detrás de cada proceso de comunicación entre seres humanos, existe el propósito de influir en sus opiniones, conocimientos o actitudes.
Ésa es la pragmática: el conjunto de recursos, estrategias, tácticas, que empleamos para influir en las decisiones y opiniones de otros. Como somos seres sociales, necesitamos de la aprobación de otros. Nuestras necesidades básicas (vestido, alimentación, vivienda…) tanto como las secundarias (confort, realización profesional…) dependen en muy buena medida de otros. Por eso necesitamos de sus favores, de su compañía, de su aprobación, de su conocimiento, de su experiencia… en fin.
La pragmática es una competencia fundamental en los profesionales, pues a diario debemos tomar decisiones y necesitamos del apoyo de otros para que éstas se efectúen. También es importante por cuanto gran cantidad de actividades realizadas por los profesionales son propuestas que necesitan ser aprobadas por otros para ser realizadas. Un plan presupuestal, un programa de seguridad industrial, una propuesta de diseño, una iniciativa para mejorar el servicio al cliente de la organización, un proyecto de inversión, o una propuesta comercial… son algunos de los ejemplos de situaciones en que a diario los profesionales necesitamos de la pragmática para lograr nuestros objetivos laborales y personales.
- Competencia Pragmática
Tareas como las anteriores exigen la producción y comprensión de textos escritos. Ése es el objetivo de la competencia textual. El texto es un tejido (del latín textus), y como tal, al ser leído requiere de un adecuado manejo de las herramientas para la comprensión. El lector deberá desplazarse por los entramados de sentido propuestos por el texto. Esto en cuanto a una faceta del texto, la faceta de la lectura – comprensión. Del otro lado, el de la producción, el escritor deberá contar con un repertorio de competencias propias de la escritura como lo son la cognitiva, la comunicativa y la técnica, cuyos aportes son simultáneos: la primera provee las categorías formales en el pensamiento de quien escribe, pues en el texto hay planteamientos, proposiciones, argumentos… que requieren de un determinado nivel intelectual. En cuanto a lo comunicativo, si se entiende al texto dentro de un proceso de intercambio entre personas, se deducirá fácil que se requiere de un manejo de los contextos comunicativos para producir textos que tengan claro su objetivo.
En cuanto a la competencia técnica, se trata del manejo de dispositivos para escribir: la pluma, el lapicero, la máquina de escribir, el computador, y otros más.
La competencia textual, referida al desarrollo de capacidades para comprender y producir textos es fundamental para todas las personas, en especial para los profesionales, pues gran cantidad de procesos relativos a las empresas e instituciones, tienen que ver, bien con la lectura (manuales de instrucciones, de procedimientos, etcétera), o con la escritura de todo tipo de textos (informes, cartas, proyectos, actas, protocolos, manuales, etcétera).
En la academia es de especial interés la competencia textual, pues el texto escrito ha sido elegido por la cultura para ser el depositario de sus conocimientos, por lo cual buena parte del desempeño de los estudiantes tiene que ver con sus habilidades y posibilidades de lectura y escritura. En cuanto a lo primero (la lectura), el paso del colegio a la universidad le significa al estudiante el acceso a unos textos más complicados, con redacciones plagadas de tecnicismos. Los escritos a leer en la universidad difieren en forma y propósito a los del colegio. Por eso el estudiante encuentra dificultades para interpretarlos. En ocasiones, esto se debe a que el libro universitario no tiene el propósito didáctico de ayudar a otro a acceder a un determinado conocimiento (como ocurría en los libros de texto del colegio), sino que ha sido escrito por un experto que da cuenta de sus avanzados conocimientos en una materia.
En otras ocasiones, se trata de libros cuyo propósito no es precisamente facilitar el conocimiento, es decir, no han sido escritos para divulgar alguna materia en especial, sino que han sido escritos, explícitamente, para ser estudiados. En otras palabras, no fueron escritos para ser disfrutados tanto como para ser analizados. A estos se les conoce popularmente en el mundo universitario como "ladrillos", y los estudiantes no hablan de "leerlos", sino de "meterles el diente".
La complejidad en la redacción de estos no va dada sólo por incapacidad del escritor de ser más claro en su escritura, sino de la complejidad misma del conocimiento del que da cuenta el texto. La oscura redacción de los tratados de filósofos como Kant, Habermas , Lukhman, entre otros, es reconocida por profesionales de diferentes áreas. Así las cosas, dotar de herramientas para la comprensión de textos es una obligación de la universidad y un compromiso del estudiante, quien debe declinar sus gustos personales de lectura.
En términos de actitudes (querer hacer) éste es un elemento fundamental. La apatía por la lectura, asociada a múltiples factores, es uno de las razones por los cuales somos un país poco competitivo. Leer nos distancia del mundo, permite ver otras formas posibles de estar en él, conocer historias que nos pueden ayudar a enriquecer la nuestra. Pero no se lee sólo lo escrito con números y letras. La imagen, la apariencia personal, el espacio, la ciudad, la gente… son textos susceptibles de ser leídos. Alimentarse de la cotidianidad, conocer lugares dentro y fuera de la ciudad y el país, ver televisión y cine de otras latitudes, acceder comunidades virtuales del mundo, escuchar géneros musicales no acostumbrados… son ejercicios útiles no sólo para leer y escribir mejor, sino, ante todo, para ser mejores personas y profesionales. TODAS LAS PROFESIONES SE HAN CREADO PARA MEJORAR LA VIDA DE LA GENTE. Por lo tanto, todos los profesionales deben ser sensibles al entorno empresarial y social del cual hacen parte, en tanto el objetivo de su formación profesional es, justamente, reconocer en ese entorno situaciones que deban ser mejoradas.
- Competencia Textual
El cuerpo comunica. La postura, los gestos, la mirada, el rostro, el cabello, las manos… todos son dispositivos de comunicación mediante los cuales estamos diciendo cosas permanentemente, aunque no lo sepamos. Hablamos ahora de la competencia quinésica, la encargada de aconsejarnos cómo debemos manejar nuestro cuerpo según el contexto en el cual nos encontremos. Una entrevista de trabajo, un salón de clase, una cafetería universitaria, un almuerzo de negocios, una obra de teatro, un concierto, un acto protocolario… son momentos diferentes de los cuales se espera un comportamiento diferente de nosotros, y dicho comportamiento tiene su equivalente en la disposición del cuerpo. En otras palabras, para cada situación habrá diferentes expectativas sobre el cuerpo.
Las anteriores competencias tenían que ver con el lenguaje. Tanto ésta como las siguientes, tienen que ver más con el cuerpo y con la forma como lo manejamos. En nuestra comunicación habitual es menos importante la palabra que el gesto. Este último define intenciones, matiza los posibles "querer decir" (recuérdese lo visto antes en III.A. Competencia Lingüística). Con el cuerpo podemos complementar, enfatizar o contradecir lo dicho con palabras. En ocasiones, incluso, podemos prescindir de éstas para intercambiar nuestros pensamientos. No obstante, la preocupación teórica por la comunicación no verbal y por entender el lenguaje del cuerpo es reciente en la teoría. Esto a pesar de que, según las culturas, el lenguaje no-verbal puede significar más del 80% de la comunicación.
Sin embargo, a pesar de lo relativamente poco importante que en ocasiones resulta el lenguaje verbal (lo dicho y lo escrito), contamos con alfabetos y códigos sintáctico-léxicos a los cuales acudir para resolver nuestras dudas: diccionarios, compilación de normas gramaticales, ortográficas, y sintácticas; pero no tenemos los mismos diccionarios, normas de gramática y sintáctica para el lenguaje del cuerpo.
Sólo tenemos aproximaciones vagas a lo que pueden significar unas cejas alzadas, unas piernas cruzadas, unas manos abiertas, o una espalda recta. Desconocemos el lenguaje del cuerpo (al menos en cuanto a teoría se refiere), a pesar de que a diario estamos comunicando con él. Confirmar un negocio, obtener un precio especial, postergar un compromiso, o incluso obtener una cita con alguien importante, son situaciones en las que el dominio de nuestro cuerpo, voz y gestos son fundamentales, sin importar cuán concientes seamos de ello. Un sujeto comunicativamente competente será quien haga uso estratégico de los recursos de la quinesis.
- Competencia Quinésica
El cuerpo está ubicado en un espacio. La producción de significados a partir del manejo de las distancias se denomina proxémica. El cuerpo delimita unos espacios de acción a los cuales unos pueden acceder y otros no. Nuestra habitación es un claro ejemplo de ello. No todos pueden tocar nuestros objetos personales, ni nuestro cuerpo. No soportamos de ciertas personas que estén muy cerca de nosotros; en cambio, de otros solicitamos que estén cerca.
La vida institucional de una organización es otro escenario para ejemplificar la vivencia de la proxémica. ¿Quiénes pueden acceder a determinados espacios y quiénes no? ¿Quiénes pueden almorzar en qué lugares y quiénes no? La forma de distribuir los espacios de las oficinas también habla de intencionalidad comunicativa por parte de quien tiene esta responsabilidad. Un escritorio amplio, una silla grande, detrás de la cual se ven una cantidad de diplomas y reconocimientos… hablan de un jefe que quiere mostrarse distante o imponente ante quienes entran a su oficina.
Una mesa cuadrada o redonda marca diferentes relaciones entre quienes ocupan los respectivos asientos. Si es redonda, se supone muestra igual distancia entre todos. Pero si es cuadrada o rectangular… ¿quién ocupa la cabecera? ¿En qué piso del edificio está ubicada la presidencia? ¿Cuántas puertas deben cruzarse antes de ingresar a ella? ¿Cuántos metros de distancia hay entre los escritorios de los empleados? ¿Se encuentran distribuidos de forma que se den mutuamente la espalda, o uno enseguida del otro? Preguntas como éstas nos ayudan a visualizar la forma como los seres humanos comunicamos mensajes a través de como distribuimos el espacio.
Esta distribución da lugar a lugares sagrados, lugares olvidados, lugares comunes, lugares excesivamente visibles, ocultos, transitorios, cómplices, iluminados, oscuros, etcétera. Así lo comprobamos en nuestra casa. Desde pequeños se nos enseñó a respetar espacios como la habitación de nuestros padres; en esa cama sólo se pueden sentar algunos. Igualmente se nos dijo que la gente de la calle no tenía por qué entrar a nuestra cocina o abrir nuestra nevera. La codificación producida al distribuir el espacio, está determinada por una codificación previa, que está definida por metros de distancia entre nuestro cuerpo y el resto del mundo.
Fue Edgard Hall quien nos habló de este sistema de demarcación del territorio (los seres humanos también tenemos territorio y estrategias para defenderlo). Dicho sistema funcionaría por capas o burbujas. En primer lugar, se encuentra la burbuja íntima, el espacio preciso de nuestro cuerpo. Sólo nosotros tenemos poder de decisión sobre qué hacer con nuestro cuerpo. No todos conocen nuestra desnudez. A ella acceden pocos. La intimidad es el espacio sagrado del cuerpo. La defendemos con todo tipo de atuendos, llaves, puertas de acceso, manejo de luces, y demás. No permitimos a cualquiera tocar nuestro cuerpo. En la burbuja íntima se de el encuentro del yo con el yo.
Unos treinta centímetros después de la burbuja íntima, encontramos la burbuja interpersonal. En ella interactuamos con quienes conocemos. Es donde se da el intercambio verbal y gestual entre dos o más personas. Importante: este intercambio exige como condición fundamental el conocerse mutuamente, reconocer el pasado de la otra persona, su origen, su relación conmigo, sus intenciones, sus propósitos, sus objetivos ante la vida y ante mí. En la burbuja interpersonal hablo con mis familiares, amigos y compañeros. Hablo con quienes conozco y me conocen.
Desde el límite de la burbuja interpersonal y unos dos metros, se encuentra la burbuja social. En ella se registra la aparición casual, no deliberada, de otras personas de quienes se puede presumir quiénes son, pues el espacio en el que se da el encuentro permite intuir algunas pistas. En la universidad, en la calle de una ciudad, o en la empresa, me encuentro con personas cuyo nombre desconozco, pero de quienes sé alguna mínima información: que estudian, viven o trabajan en el mismo lugar que yo. No sé el nombre de estas personas, ni reconozco su rostro, pero definitivamente tengo alguna mínima información para orientarme.
Como ciudadano perteneciente a un grupo social con un pasado y una cultura popular (una cierta forma de sabiduría), puedo reconocer en esta burbuja quién es confiable y quién no. Así que me alejo de quienes sospecho, por su aspecto personal o por su forma de mirarme, que pueden tener intenciones no gratas conmigo. Sin embargo, fácilmente puedo caer presa de los estereotipos: diario ocurre, juzgamos mal a quien va a nuestro lado en la calle o en el bus, por determinada forma de vestir o hablar. Se trata, a pesar de ello, de unos códigos de supervivencia que hemos aprendido a manejar, pues sabemos que los ladrones o estafadores, aparecen justo en la burbuja social, y a través de artimañas buscan ingresar a la interpersonal. Por eso buscan vínculos con referentes cercanos a nosotros, como tratar de mostrar su parentesco con alguien conocido por nosotros o estrategias similares.
Finalmente, se encuentra el resto del mundo, es la burbuja pública. En ella existen personas de las cuales desconocemos la mayoría de su información. Cuando en casa nos dicen que al trabajar vamos a enfrentar a todo el mundo, nos hablan de las precauciones que debemos tener en esta burbuja. De los demás, sólo sabemos que son seres humanos, seguramente poseedores de un lenguaje, moradores de una vivienda, habitantes de alguna ciudad y país… es decir, aunque no sepamos detalles, necesitamos incluso saber esa información. A estas inquietudes corresponden, precisamente, las preguntas más comunes que intercambiamos al conocer a alguien.
La disposición de estas burbujas se da a como en círculos concéntricos, a través de una rigurosa reglamentación que a diario defendemos. Cuando alguien de otro nivel ingresa en la burbuja no correspondiente, buscamos procedimientos para volver a poner las cosas en orden, como vivimos cuando el metro abre sus puertas, momento en el cual las personas caminan rápido para recuperar su espacio personal; o en un ascensor: al cerrar las puertas se siente transgredida la intimidad, porque tenemos a otros desconocidos más cerca de lo que quisiéramos permitir. Cuando nos despedimos de alguien en un aeropuerto, o en la portería de nuestro edificio, nos encontramos efectuando un ritual mediante el cual oficializamos el paso de la burbuja íntima o interpersonal a la burbuja social o pública. Esto ocurre en el caso de un familiar que se va de viaje, de un hijo que toma su transporte para dirigirse al colegio, de un amigo que se devuelve para su casa luego de haber estado un fin de semana con nosotros, o de un novio o novia con quien terminamos nuestra relación. Dar la bienvenida, es justo lo contrario: recibir nuevamente en la burbuja íntima o interpersonal, a alguien que se encontraba en otro país o ciudad, es decir, en la burbuja pública. En términos del citado Sebastià Serrano: "En cualquier sociedad humana, la mayor parte de las actividades rituales –procesos estandarizados de comportamientos sociales- se encuentran al servicio de complejas ideas simbólicas".
Es importante reconocer el manejo del espacio como una de las formas como nos comunicamos, y desde la cual nos comunicamos. El manejo de la territorialidad, sin embargo, no se da sólo en espacios físicos. Cotidianamente desplazamos nuestro territorio en objetos, palabras, personas, olores, canciones, es decir, en símbolos… Cuántas veces, por ejemplo, reconocemos a alguien por sus accesorios, su vestimenta, o sus chistes.
- Competencia Proxémica
- Competencia Cronética
Los seres humanos nos movemos en dos coordenadas: tiempo y espacio. La segunda la abordamos en la proxémica. La primera, el tiempo, es del dominio de la cronética, entendida como el manejo de la comunicación en el tiempo, la producción de significados con y desde la coordenada tiempo ¿Cuánto nos demoramos en responder, o cuánto tiempo esperamos para decir algo? Los abuelos nos hablaban del don de la oportunidad. En muchas ocasiones generamos problemas, no tanto por lo que decimos, sino por el momento en que lo decimos. Tan importante es lo uno como lo otro.
La cronética también se las ve con reconocer la temporalidad propia de cada suceso. La pregunta de la cronética es ¿cuándo es el momento más apropiado para decir algo? Los griegos distinguían dos acepciones del tiempo con dos palabras distintas: cronos y kairós. El primero lo podríamos representar hoy con el reloj. Es el tiempo, digamos, objetivo. ¿Cuántos minutos componen una hora? Sesenta, se responderá con precisión. Pero… no es lo mismo una hora en una clase aburridora, que esos "mismos" sesenta minutos en compañía de la persona amada. No es lo mismo. El ejemplo nos muestra el kairós de los griegos, referido no tanto al tiempo, sino la temporalidad de cada cosa.
Los seres vivos estamos llenos de temporalidades, de circunstancias particulares de cada tiempo. A pesar de que un mes sea un mismo mes, no podemos esperar que sea el mismo para todo el mundo. La vivencia de cada ser en el tiempo difiere tanto como sus huellas digitales. Por otro lado, si bien podemos alegar diferencias económicas, o sociales, nunca podremos discutir diferencias en el tiempo asignada a cada uno. Objetivamente hablando, a todos nos dan el mismo tiempo: 24 horas al día, 7 horas a la semana, 52 semanas al año. Obviamente, la vivencia del tiempo de cada uno de nosotros, y la forma como lo aprovechamos o desaprovechamos, no es igual. Las edades también marcan diferentes temporalidades.
- Las competencias comunicativas
- Algunas ideas no-finales
El conjunto de estas ideas proporciona un panorama sobre lo que se espera de la formación en competencias comunicativas. Más allá de llenar la materia de contenidos extensos, se trata más de lograr un equilibrio entre los contenidos teóricos, los ejercicios para desarrollar las habilidades (saber hacer) y orientaciones para complementar las actitudes (querer hacer). Esto significa una presencia constante de lecturas teóricas, ejercicios prácticos y reflexiones en torno al componente actitudinal.
Con todas estas ideas, se busca un acercamiento desde varios enfoques a la comunicación: aproximación reflexiva, teórica y práctica. Se trata, entonces de una línea que pretende atravesar las herramientas, técnicas, posibilidades y repertorios de la comunicación, en un curso que no se quede en la simple recomendación de técnicas para la comunicación (puesta en escena), sino que logre llegar a lo medular de la comunicación: el encuentro de las personas, el consenso, la construcción de tejido social, de cultura y conocimiento. Es decir, sobrepasar el tradicional enfoque de la puesta en escena, para llegar a una puesta en esencia.
Carlos Andrés Arango,
Agosto de 2005.
Colombia. Comunicador y Relacionista Corporativo. Candidato al Magíster en Filosofía, Universidad Pontifica Bolivariana, Medellín. Director de Comunicaciones en Empresas Publicitarias. Docente Universitario. Director de grupos de investigación en las áreas Semiótica y Comunicación Organizacional.