La razón, en concepto de Kant, tiene la necesidad de permanecer en debate consigo misma, porque de sí misma deben surgir los argumentos contra la tesis que estemos sustentando en el diálogo. El principio de honestidad nos exige no presentar aquellos argumentos en los que no creamos en el fondo y de los cuales sospechemos. Las exigencias del debate con el otro, formuladas en la tradición racional, las encontramos ya en Platón, quien en varios de sus textos sostenía que si vamos a argumentar contra la idea expuesta por alguien, sólo debemos hacerlo en el sentido de la razón, es decir, dando a los argumentos del otro tanta fuerza como se pueda, hasta el punto de que si éste se equivoca en su manera de argumentar o ejemplificar, tenemos que ayudarlo a argumentar y a ejemplificar mejor. De lo que se trata es de no caer en discusiones absurdas, en las que se aprovecha la imperfección o el error en la exposición del otro para hacerlo quedar mal; por el contrario, hay que pensar en el lugar del otro y decir desde su punto de vista lo mejor que se pueda decir.
En su profundo y prolijo estudio, investigación o crítica de la razón, Kant estableció los ideales del racionalismo o las reglas de la razón, que son: 1. Pensar por sí mismo. 2. Pensar en el lugar del otro. 3. Ser consecuentes con lo que pensamos. Estas exigencias racionales nos impelen a pensar por nosotros mismos, a ser capaces de ponernos en el punto de vista de los demás y a sostener las verdades conquistadas. Pensar por sí mismos implica renunciar a una mentalidad pasiva y acrítica que recibe las verdades o simplemente las acepta de alguna autoridad, de alguna tradición, de algún prejuicio, sin someterlas a su propia elaboración. Para ser capaces de ponernos en el puesto del otro debemos mantener por una parte nuestro punto de vista pero ser capaces, por otra parte, de entrar en diálogo con los demás puntos de vista, en la perspectiva de llevar cada uno hasta sus últimas consecuencias, para ver en qué medida son coherentes consigo mismos. Llevar las verdades, ya conquistadas, has sus últimas consecuencias quiere decir que si los resultados de nuestras investigaciones nos conducen a la conclusión de que estamos equivocados, lo aceptemos.
Los procesos democráticos requieren pensar, debatir argumentar, sintetizar; es decir, necesitan tiempo. Para entender la verdad de un asunto, es menester oír a las dos partes, sus razones y sus argumentos; tener acceso a los datos y los hechos; estudiar, sopesar, "rumiar". Para ponderar a un hablante, debemos escuchar sus ideas, hacer preguntas perspicaces, analizar su sinceridad, entender las implicaciones de lo que tiene para decir.
Es procedente que cuando dialoguemos tratemos de no utilizar la expresión "tiene razón", "tiene la razón", "no tiene razón" o "no tiene la razón". ¿Por qué? Porque, como vemos, la razón "es una facultad intelectual del hombre o de las personas"; es decir, que todos tenemos razón. En lugar podemos decir: "Usted o tú razona bien". "Su argumento me parece bien fundado". "Su punto de vista es racional". "Su razonamiento me convence". "Su argumentación se funda en juicios, premisas, proposiciones o conclusiones coherentes".
El lenguaje y la palabra en la comunicación
El lenguaje es el instrumento primero de la comunicación, porque es el elemento indispensable para el pensamiento racional y posee un inmenso potencial para la comunicación y la comprensión entre personas. El lenguaje usado debe ser correcto, es decir, adecuado; expresado sin ofender la dignidad del interlocutor y sin irrespetar sus opiniones. La grosería, la vulgaridad, la altanería, la pedantería y las palabras soeces, procaces, altisonantes o que riñen con la cortesía atenta contra el debido respeto y alteran la comunicación amable entre los interlocutores.
Según el entorno, el momento, la disponibilidad de ánimo de las personas presentes, el motivo que anima la comunicación, el nivel de conocimiento y confianza mutua y otros factores contextuales, los niveles de tolerancia en el uso del lenguaje podrán ser más o menos estrictos, pero en ningún caso se debe sobrepasar el límite de lo correcto, de lo amable y del respeto.
El lenguaje tiene vínculos con la vida: familiares, sociales, políticos, culturales, etcétera. En tanto se tenga comprensión de esos vínculos, es decir, de que el lenguaje rodea esos vínculos, estaremos entendiendo que toda expresión del lenguaje procura beneficiar a todos los hablantes.
El lenguaje es toda una red. Esta red vincula los pronombres personales de quienes participan en los procesos del habla. Esa red son los vínculos con los otros y con nosotros. Cuando la red se rompe, se rompe la comunicación. Cuando esto ocurre el sujeto hablante queda en el vacío de palabra. Esto lleva a un aspecto básico del lenguaje que tiene que ver con el reconocimiento de la identidad. Uno funda el reconocimiento de sí o del "yo" sólo a través de una interacción con otros. La palabra nos construye como personas, pero la palabra también construye colectivamente la identidad social de un país. Nos construye éticamente, es decir, para lo bueno, para la buena vida, para la idealización, para el sueño, para la fantasía; pero también nos construye para la razón, para justificar mediante argumentos las razones por las cuales creemos lo que creemos y lo que pensamos: apreciar la condición de claridad y la condición de sinceridad de la palabra. Son condiciones indispensables en las relaciones de comunicación y de argumentación. Debemos tener cuidado con las palabras, porque las palabras representan y van adecuando la manera como nosotros concebimos a los demás, a la naturaleza, al mundo social y el universo en el cual estamos.La palabra hace posible el entendimiento mutuo, la convivencia, el intercambio, la comunicación y la solución de conflictos. Por eso debe estar respaldada y animada por la "verdad", que es el fundamento de la convivencia, el sentido mismo de la comunicación. En la interlocución debe haber una condición de verdad, de autenticidad, de veracidad.
Toda conversación debe estar animada por los presupuestos de sinceridad, veracidad y rectitud. Sinceridad no es sólo decir la verdad. Un sujeto es sincero cuando siente lo que está diciendo. Si hablamos es para comunicarnos, y si lo que decimos es mentira, no nos comunicamos auténticamente, debido a que ésta despoja de sentido al lenguaje y la comunicación.
La palabra tiene el valor de la verdad. El diálogo auténtico implica decir la verdad. Pero no basta con decir la verdad, hay que vivenciarla, proyectarla, expresarla. Esa verdad no se puede expresar de manera cínica, porque de una u otra manera daña al otro. Es importante decir la verdad con un sentimiento de reconocimiento y con una comprensión de que la posibilidad de que el otro sea uno igual a mí.
Una persona debe aprender a argumentar con palabras su forma de ver la vida y reconocer la estabilidad social a través del lenguaje. Es decir, los lenguajes pueden contribuir a degradar una sociedad o pueden constituir una grave amenaza de la convivencia. Expertos en la comunicación nos dicen lo siguiente, con respecto a la palabra:
"La palabra tiene un poder que muchas veces no percibimos. Es indispensable que tengamos muy presente el poder de la palabra, porque una palabra ofensiva puede ocasionar una discordia. Una palabra cruel puede destruir una vida. Una palabra amarga puede crear odio. Una palabra brutal puede matar el amor. Una palabra agradable puede suavizar el camino. Una palabra a tiempo puede evitar un conflicto. Una palabra alegre puede iluminar la existencia. Una palabra sabia puede orientar al desconsolado. Una palabra dulce puede brindar ánimo. Una palabra amorosa puede curar y bendecir. Una palabra guarda fuerzas insospechadas, es dinámica, es activa. La palabra es un don divino y se debe usar con respeto santo.Como hablante, como ser que se comunica, no rebajes la palabra poniéndola al servicio del mal. Habla para unir, no para dividir: para amar, no para odiar. Que tus palabras sabias sean gotas de miel para el amargado y fuente de luz para el que anda en la penumbra. Aprenda a escuchar a los demás porque su palabra también vale".LA REALIDAD ÓNTICA DE LA PALABRA
En la convivencia humana es un deber imprescindible defender la palabra empeñada en dos logros básicos. Por un lado, es muy importante que la palabra sea razonable, razonablemente humana, para construir el espacio de convivencia social. Por otro lado, esa palabra debe evitar la imposición dogmática o la impotencia y el silencio. Hay un aspecto de racionalidad en la forma como nosotros hacemos el reconocimiento del otro a través de la palabra. El otro merece respeto como yo, como un ser humano con idénticas posibilidades de palabra y de escucha.El que habla tiene que tener palabra. En la fidelidad-confianza se afirma el poder soberano de la palabra como medio privilegiado de comunión de dos presencias. Cuando, como en nuestros días, se devalúa la palabra, el hombre se "enconcha" en sí mismo, se ensimisma, nadie comprende a nadie como persona. Los otros pasan a ser mónadas incomprendidas, en vez de presencias abiertas. Pero no basta que el prójimo nos hable. Sólo se habla en la proximidad, cuando se está cara a cara, a diferencia de la mirada que abarca en lejanía. Pero esta proximidad que requiere la palabra para ser oído en muchas veces puramente material y entonces la palabra aleja más que la mirada. La palabra es medio de intercomunicación y de comunión de dos presencias cuando es escuchada. Uno empieza a ser prójimo de otro, cuando se pone en actitud de escucha, cuando se inclina hacia el otro hasta quedar rostro a rostro.
En la comunicación, siguiendo las enseñanzas de Platón, debemos decir lo que conviene, cuanto conviene, a quienes decir conviene y cuando decir conviene. "Decir lo que conviene es decir las cosas que han de ser útiles al que dice y al que oye. Decir cuanto conviene es decir lo que baste, ni más ni menos. Decir a quienes conviene es acomodar las palabras a la edad de aquellos a quienes se dicen, ya sean ancianos, ya mozos. Y decir cuando conviene es que no sea demasiado presto, ni demasiado tarde". Así la verdad, como categoría axiológica suprema, se concibe como correspondencia y relación del pensamiento con las cosas, en donde "verdadero –tal como lo planteó Platón- es el discurso que dice las cosas como son", y como sentenció Aristóteles lo verdadero es "afirmar lo que es y negar lo que no es".
Es fundamental destacar cómo se construye la identidad del otro a través de la palabra. La identidad de la palabra es nuestra propia identidad. Esa identidad se construye cuando hay la autonomía del decir. Cuando hay esta autonomía, obviamente hay la responsabilidad frente a las palabras que utilizamos. El problema de la identidad no está en que somos iguales, sino en que somos diferentes. Somos distintos, pero semejantes. Todas las personas somos semejantes porque existimos, pero diferentes porque tenemos esencias distintas. Los seres humanos somos diversos y semejantes por una esencia (aquello por lo cual cada uno es tal y no otro) y una existencia (aquello por lo cual cada ser es realmente algo). La esencia designa el modo de ser, y la existencia designa el ser, la realidad. Cuando se desconoce la diferencia, se desconoce el punto de vista del otro. La palabra oral o escrita, según Tomás de Aquino, depende del pensamiento o la palabra interior porque es su signo inmediato, y depende también de la voluntad porque es signo convencional y artificial. Se presentan así, entre otros, el problema ético de la mentira y el problema real y lingüístico de la equivocidad, la univocidad y la analogía. Por ello, no todas las palabras ayudan a conocer el pensamiento y la realidad sino tan sólo las palabras sinceras, unívocas y análogas. Cuando se trata de palabras mentirosas y equívocas no hay que cuidar de ellas.
Tanto el pensamiento como la palabra exterior tienen que estar de acuerdo con la realidad que expresan. Si lo están, expresan la verdad, es decir, la realidad. Si no lo están, expresan falsedad, esto es, algo que no es la realidad. Mentir es manifestar algo que no está de acuerdo con lo que se piensa o con la realidad queriendo conscientemente decirlo e intentando engañar. Si se dice una falsedad, pero sin saber que lo es y sin intención de engañar, habrá un error pero no propiamente mentira. Según Aristóteles, verdad es decir del ser que es y del no ser que no es; en tanto que mentira es decir del no ser que es y del ser que no es. Por ello, la falsedad es el ocultamiento del ser bajo apariencias.
La palabra equívoca, afirma Tomás de Aquino, es aquella que significa cosas totalmente diversas en cada caso, cosas que entre sí no tienen relación alguna. Por el contrario, la palabra unívoca es la que en todos los casos significa cosas iguales, las mismas cosas. Y, finalmente, la palabra análoga, es la que, según los casos, significa cosas que son simultáneamente diversas e iguales. Por tanto, cuando usamos una palabra equívoca el oyente o el lector se puede equivocar porque esa palabra tiene sentidos totalmente diversos. Si empleamos una palabra unívoca, no hay posibilidad de equivocación. Si utilizamos una palabra análoga por una parte hay posibilidad de equivocarse y por otra no la hay. (Analogía es la relación de semejanza entre cosas iguales). La palabra es y será siempre el vehículo de la realidad. Sólo cuando existan las palabras, el hombre comprenderá su mundo y se experimentará como un ser situado en él. Gracias a la palabra y a su libertad, el hombre es capaz de presentarse a sí mismo, de entregarse, de relacionarse o comunicarse.
Javier Aranguren, en su conferencia Si habláramos bien, creeríamos, señala que la posibilidad del diálogo en libertad es lo que define la riqueza y superioridad de lo político. El diálogo no está constreñido en su desarrollo: Sócrates empieza hablando de la oportunidad de la retórica para acabar por responder a la preocupación por la posibilidad de tener un alma bella. La conversación dialogada no tiene previsto su tema. Se desarrolla en un ámbito de libertad y desinterés (hablamos los amigos, y la amistad consiste más en dar que en tomar, y por tanto es una actividad propia del magnánimo). Por eso, lo propio del diálogo en libertad es que no termine (ese era el objetivo de la dialéctica: la verdad es el término, es decir, el movimiento dialéctico es aparente, como lo es la realidad temporal misma), sino que siempre puede crecer, su ámbito propio no es el de un término (peras) sino el de estar en el fin (telos).Esto quiere decir que el diálogo en libertad es una actividad que hay que caracterizar no como algo medial, como un útil, como un medio de eficacia (de nuevo, eso es la dialéctica: instrumentalizarlo todo, incluso el amor y la amistad), sino como algo perteneciente al ámbito de los actos perfectos (praxis) y, por lo tanto, caracterizado por su perfectibilidad intrínseca (Aristóteles): no se habla para convencer al otro de algo o para sacar algún provecho oculto, sino que hablamos los amigos porque nos enriquecemos mutuamente en un ámbito de donación natural.Desde unas relaciones entendidas así aparecen perspectivas nuevas en el ámbito de lo humano. En el diálogo es posible la solidaridad, evitando mirar por encima del hombro al otro que dialoga; es posible el desinterés, entendido no como indiferencia ante las consecuencias de mis actos, sino como la capacidad de apreciar al otro en lo que es y no por los beneficios que me reporte; es posible sustituir el control necesario en un mundo cargado de sospechas, pero no por el caos desorganizativo, sino por la confianza; es posible también el desarrollo de un ámbito de amistad social (por ejemplo, en las relaciones que surgen en las pequeñas empresas entre trabajadores y directivos y entre todos estos y consumidores) y un ámbito de amor (donación) entre personas.Este ideal puede parecer difícil. Y lo es. Ya los griegos lo sabían. Por eso es un ideal que implica el fomento de la paideia, es decir, de la educación en la excelencia o la virtud. Esta es una de las claves interpretativas de la ética aristotélica: el ideal de nobleza es la clave de la actuación social. ¿Qué quiere decir esto? Que no importa sólo lo que se haga, sino la motivación de fondo de quien actúa. La altura de un hombre que ejecuta sus acciones no por el control en el miedo sino por el Bien, es inmensamente grande. Actuar así es algo raro, pero por eso también es algo laudable y hermoso (Aristóteles).Por su parte, el filósofo Miguel Ángel Martí García, en su Arte de Hablar, plantea que desde siempre la sabiduría popular ha emitido juicios, muchos de ellos recogidos en los refranes, sobre el hecho de hablar. El aspecto más criticado es la incontinencia verbal, tal vez por ser el defecto más extendido; efectivamente, son muchas las personas que se dejan llevar de una forma exagerada por el deseo de hablar, cayendo en todo tipo de incorrecciones y produciendo cansancio a los que se ven obligados a escucharles. En cambio, son más bien pocas las personas que se caracterizan por su prudencia y oportunidad a la hora de comunicarse con los otros. En decir lo que se tiene que decir y en escoger el momento oportuno estribaría el arte de hablar, aunque para ser más precisos, a estas dos condiciones habría que añadir el hacerlo con los términos más apropiados. No todas las personas cuentan con el número de vocablos suficientes para expresar lo que quieren decir; de ahí la importancia de poseer un vocabulario extenso, que pueda satisfacer nuestras necesidades de comunicación. Como es lógico estas necesidades no serán las mismas para un intelectual que para quien no lo sea; de todas formas, si el vocabulario es muy reducido, no cubre las exigencias mínimas que todo hombre necesita, no sólo para comunicarse con los otros, sino para entenderse a sí mismo, porque quien no posee la palabra para mencionar el concepto que representa, es que de alguna manera desconoce también el concepto y la realidad a que sustituye.Por lo tanto, para hablar bien junto a la prudencia y la oportunidad es necesario disponer de un vocabulario apropiado. La prudencia y la oportunidad nos garantizan que nuestros juicios, valoraciones, calificaciones, se ajusten a la realidad, porque nuestras palabras no van más allá de la realidad, y tampoco se quedan más cortas, porque se da una perfecta adecuación entre nuestro juicio de la realidad y la realidad misma. Si además contamos con un vocabulario apropiado, esta adecuación no se dará únicamente en el campo axiológico y ético, sino también ontológico. Cada realidad tendrá su palabra, con lo cual nuestra conversación será exacta y evitaremos circunloquios que hacen pesada la comunicación entre las personas.
El filósofo Jorge Peña Vial, en su ensayo Leer, Pensar, Hablar, indica que hablar es decir "algo" a "alguien". Es a la par signo objetivo y signo comunicativo. Y la plenitud de la comunicación se da en las palabras que dan a conocer la realidad en sí misma, en la palabra verdadera. Esto no excluye otros usos de las palabras, que van desde el parloteo insustancial, el disimulo intencionado, el recurso a sofismas deliberados que bajo palabras nobles ocultan designios viles, hasta la mentira pequeña o clamorosa. Tanto Steiner –cuando afirma que el idioma alemán no fue inocente de los horrores del nazismo– como Pedro Salinas, han destacado la doble potencia del lenguaje: letal y vivificadora, de verdad y mentira, la ocasión de engañar como de aclarar, de confundir y extraviar como de iluminar y encaminar. Pero en sí misma, independientemente de los usos viciosos de las palabras y de sus frecuentes adulteraciones, la palabra es luz. En este sentido Tomás de Aquino hace una instructiva distinción entre "locutio" e "illuminatio", que corresponde a dos modos diversos de hablar. No se puede negar que hablar con un amigo de las trivialidades del día (que he dormido bien, que el día es bonito o que voy a dar un paseo) constituye lenguaje, pero se trata de locutio, "mero lenguaje", y no se realiza en él todo lo que el lenguaje puede y debe. En cambio, si yo participo a otro de una idea que se me ha hecho evidente, que irradia desde dentro e ilumina la realidad, que me permite verla de modo distinto y nuevo, acontece algo más que mero lenguaje, se da al mismo tiempo illuminatio, "enlightenment", dilucidación del mundo y del espíritu.
Sólo la persona que dispone de un grado avanzado de posesión de la propia lengua puede alcanzar la plenitud como hombre, porque puede conocerse y darse a conocer. Es lo que acertadamente afirma Pedro Salinas: "En realidad, el hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias, aun menos. ¿No nos causa pena, a veces, oír hablar a alguien que pugna, en vano, por dar con las palabras, que al querer explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante nosotros, avanza a trompicones, dándose golpazos, de impropiedad en impropiedad, y sólo entrega al final una deforme semejanza de lo que hubiese querido decirnos? Esa persona sufre como de una rebaja de su dignidad humana". Por eso Thomas Mann, en su carta de renuncia al rector de la universidad para huir de Alemania, escribía: "Grande es el misterio del lenguaje; la responsabilidad ante un idioma y su pureza es de naturaleza simbólica y espiritual; responsabilidad que no lo es simplemente en el sentido estético. La responsabilidad ante el idioma es, en esencia, responsabilidad humana".
Presupuestos de la palabra:
El filósofo Hans Gadamer plantea los siguientes presupuestos de la palabra:
1º. La palabra de la pregunta. Todos vivimos en permanente pregunta porque vivimos en permanente búsqueda de respuestas.
2º. La palabra de la fábula. Es la palabra artística, con la que construimos.
3º. La palabra de reconciliación. Es la palabra que nos permite llegar a acuerdos.
La comunicación como una de las dimensiones de la vida personal
El filósofo francés Emmanuel Mounier, a través de su libro El personalismo, reflexiona sobre la necesidad de luchar contra el individualismo en procura del personalismo. Como vivimos en un contexto de guerra permanente, la hostilidad se entroniza y se instala la indiferencia, perdiéndose los caminos de la camaradería, la mistad y el amor. Ante la necesidad de poseer y someter, la comunicación se bloquea. Así el mundo de los demás no es un jardín de delicias, sino una permanente provocación a la lucha, a la adaptación y a la superación. "El infierno son los demás", como diría Sastre.
El individualismo se define como un sistema de costumbres, de sentimientos, de ideas y de instituciones que organiza el individuo sobre el egocentrismo y el separatismo. En ese universo el individuo oscurece la comunicación con su sola presencia y desarrolla una especie de opacidad por todas partes donde se instale.
En esa circunstancia despersonalizadora la persona es abstracta y sin ligaduras ni comunidades naturales. Se confunde persona con individuo, surgiendo la necesidad de superar esa confusión porque la persona sólo se desarrolla purificándose incesantemente del individuo que hay en ella; algo que se logra tornándose disponible y más transparente a sí misma y a los demás. Todo ocurre entonces como si, no estando ya "ocupada de sí misma, plena de sí misma", se tornase, y solamente entonces, capaz de acoger a otro, como si entrase en gracia. Si nos encerramos en el yo no hallamos el camino hacia el otro.
Cuando la comunicación se rebaja o se corrompe, nos perdemos profundamente: todas las locuras manifiestan un fracaso de la relación con el otro, nos volvemos extraños a nosotros mismos, alienados. Casi se podría decir que sólo existimos en la medida en que existimos para los demás, y, en última instancia, ser es amar.
La persona se fundamenta sobre una serie de actos originales que no tienen su equivalente en ninguna otra parte del universo: salir de sí, comprender, tomar sobre si, dar y ser fiel. Salir de sí implica que la persona es una existencia capaz de separarse de sí misma, de desposeerse, de descentrarse para llegar a ser disponible para todos. Comprender es dejar de colocarme en mi propio punto de vista para situarme en el punto de vista del otro. No buscarme en algún otro elegido semejante a mí, no conocer a otro con un saber general, sino abrazar su singularidad con mi singularidad, en un acto de acogida y un esfuerzo de re-centramiento. Ser todo para todos sin dejar de ser, y de ser yo; pues hay una manera de comprenderlo todo que equivale a no amar nada y a no ser nada: disolución en los otros, no comprensión del otro. Tomar de sí, es asumir el destino, la pena, la alegría, la tarea del otro. Dar es el don sin medida y sin esperanza de devolución. La economía de la persona es una economía de don y no de compensación o cálculo. La generosidad disuelve la opacidad y anula la soledad del sujeto, aun cuando no reciba respuesta: contra el orden estrecho de los instintos, de los intereses, de los razonamientos, es, estrictamente hablando, perturbadora. Ser fiel es la consagración continua a la persona, al amor, la amistad. La aventura de persona es una aventura continua desde el nacimiento hasta la muerte. Esta continuidad no es un despliegue, una repetición uniforme como los de la materia o de la generalidad lógica, sino un continuo resurgir.
La comunicación, el trato, debe evitar la instrumentalización. Tratamos a otro como un objeto, cuando lo tratamos como un ausente, como un repertorio de informaciones para nuestro uso, o como un instrumento a nuestra disposición; cuando lo catalogamos sin apelación, lo cual significa desesperar de él. Desesperar de alguien es desesperarlo. Tratarlo como a un sujeto, como a un ser presente, es reconocer que no podemos definirlo, clasificarlo, que es inagotable, que está henchido de esperanzas: es concederle crédito. Como el ser no es amor en poco tiempo, la comunicación tropieza con varios fracasos:
1. Siempre escapa algo del otro a nuestro más completo esfuerzo de comunicación. En el más íntimo de los diálogos, la coincidencia perfecta no se nos ha dado: nada nos asegura jamás que ella no vaya mezclada de malentendido, nada, salvo en raros momentos de milagro en que la certeza de la comunicación es más fuerte que todo análisis, y que son un viático para toda la vida. Tal es la profunda soledad del amor; cuanto más perfecto es, más la siente.
2. Algo, en el fondo de nosotros, resiste al esfuerzo de reciprocidad, una suerte de mala voluntad fundamental.
3. Nuestra existencia misma no transcurre sin una opacidad irreductible, una indiscreción que intercepta constantemente el intercambio.
4. Cuando hemos constituido una alianza de reciprocidad, familia, patria, asociación religiosa, etc. Ésta alimenta enseguida un nuevo egocentrismo y levanta una nueva pantalla entre hombre y hombre.
Así y de hecho, en el universo en que vivimos la persona está mucho más a menudo expuesta que protegida, desolada que comunicada. Ella es avidez de presencia, pero el mundo entero de las personas le está masivamente ausente. La comunicación es más rara que la felicidad, más frágil que la belleza. Una nada la detiene o la quiebra entre dos sujetos; ¿cómo esperaría entre un gran número?
La empatía, actitud clave en la comunicación
Una habilidad social clave es la empatía, o sea, comprender los sentimientos del otro y su perspectiva, y respetar las diferencias entre lo que cada uno siente respecto a las mismas cosas. La empatía es la capacidad o la habilidad de saber lo que otra persona siente, de "ponerse en el lugar del otro". Nos permite reconocer emociones en los demás. La empatía, otra capacidad que se basa en la autoconciencia emocional, es la habilidad fundamental de las personas… Las personas que tienen empatía están mucho más adaptadas a las sutiles señales sociales que indican lo que otros necesitan o quieren. Esto nos hace mejores en profesiones tales como la enseñanza, las ventas y la administración.
La Enciclopedia Microsoft Encarta se refiere a la empatía como la capacidad que tiene el individuo para identificarse y compartir las emociones o sentimientos ajenos. La percepción del estado anímico de otro individuo o grupo tiene lugar por analogía con las emociones o sentimientos, por haber experimentado esa misma situación o tener conocimiento del mismo. La empatía se diferencia de la simpatía en que ésta sitúa la fusión afectiva a un nivel más intenso.
La empatía –agrega Encarta- es la base esencial para la formación de la conducta altruista y moral. Es también indispensable para la identificación y comprensión psicológica de los demás, ya que supone la penetración de una conciencia A en otra conciencia B, penetración psíquica lo suficientemente avanzada para que A experimente los sentimientos de B. Sin embargo, Sigmund Freud la define como "comprensión o autopercepción intelectual", en oposición a la identificación sentimental. Capacidad de empatía es por excelencia la que tiene la madre al percibir las necesidades y sentimientos de su hijo, y la capacidad de los hijos de percibir las preocupaciones, alegrías o inquietudes de sus padres. Según Howard Gardner, la empatía es autoconciencia de las emociones de los otros.
El sociólogo estadounidense David Lerner –puntualiza Encarta- estudió la empatía en las relaciones humanas durante los procesos de modernización de las sociedades. La sociedad moderna obliga a sus miembros a mantener numerosas relaciones y a adoptar roles variados. En este tipo de sociedades, la capacidad de empatía de los miembros, que Lerner denominó también "movilidad psíquica", es esencial para su funcionamiento, ya que es la "capacidad de adaptación a situaciones diversas, nuevas o cambiantes, en un medio en constante transformación".
Un artículo publicado en la página www.liderazgoymercadeo.com refiere que la empatía es una habilidad, propia del ser humano, que nos permite comprender y experimentar el punto de vista de otras personas o entender algunas de sus estructuras de mundo, sin adoptar necesariamente esta misma perspectiva. Esta habilidad empleada con acierto, nos facilitara el progreso de las relaciones entre dos o más personas, convirtiéndose en algo así como nuestra conciencia social, ya que situarse en el lugar de la otra persona, ayuda a comprender lo que esta siente en este momento. Eso sí, ser empáticos no significa estar de acuerdo con el otro, ni tampoco implica dejar de lado nuestras propias decisiones para asumir como nuestras las de los otros. Podemos estar en completo desacuerdo con alguien, pero debemos tratar de respetar su posición, debemos aceptar como validas sus propias creencias y motivaciones. En consecuencia, la persona o el interlocutor empático, se ajusta a las situaciones; sabe escuchar, pero mejor aún sabe cuando hablar; influencia y regula las emociones del otro; escucha con atención y está dispuesta a discutir los problemas; es abierta y flexible a las ideas; apoya y ayuda; es solidaria; recuerda los problemas y le da solución; propicia el trabajo en equipo; alienta la participación y la cooperación,; orienta y enseña; no se impone a la fuerza; confía en el grupo y en los individuos; estimula las decisiones de grupo; se comunica abiertamente, y demuestra capacidad de autocrítica. Ser empáticos es simplemente ser capaces de entender emocionalmente a las personas, lo cual es la clave del éxito en las relaciones interpersonales. Cuando los interlocutores carecen de esta habilidad tienen dificultades para poder interpretar de manera correcta las emociones de los demás. No saben escuchar, muchas veces son ineficientes, son sujetos fríos, son personas insensibles. Estos individuos dañan las emociones de quienes los tratan.
¿Cómo se desarrolla? Desde la infancia, cuando reaccionan ante el llanto de los demás niños. Empatía viene del griego empatheia (sentir dentro), pero el psicólogo Edward Bradford Titchener sostiene que surge de una especie de imitación física de la aflicción de otro, que evoca entonces los mismos sentimientos en uno mismo. La raíz de la empatía está en una tendencia básica de la persona de relacionarse con los demás, de abrirse a ellos en la aceptación y en el amor más abierto y universal posible. La ética y la empatía son las raíces del altruismo. Las raíces de la moralidad se encuentran en la empatía. La misma capacidad para el efecto empático, para ponerse uno mismo en el lugar de otro, lleva a la gente a seguir determinados principios morales. El nivel de empatía matiza los juicios morales. Algunos criminales, como violadores y abusadores de niños, son incapaces de experimentar empatía. El psicópata o sociópata carece de empatía, compasión o remordimiento. Los psicópatas tienen una comprensión superficial de las palabras emocionales, una reflexión de superficialidad en el reino afectivo. Éstos mienten, roban, engañan y muestran poco o ningún sentido de responsabilidad, aunque suelen ser inteligentes y agradables a primera vista. Algunos son estafadores, criminales, impostores, fementidos, espurios, socaliñeros, locuaces, etcétera La personalidad antisocial rara vez muestra el menor vestigio de ansiedad o sentimiento de culpabilidad por sus actos. Acusan a la sociedad o a sus víctimas por las acciones antisociales que cometen. Se cree que se origina por una privación emocional en la niñez. La empatía se construye sobre la conciencia de uno mismo; entre más nos abramos a nuestras emociones, más hábiles seremos para interpretar los sentimientos ajenos. Los alexitímicos (personas que no pueden expresar sus emociones o sus sentimientos) no son empáticos, porque no tienen idea de sus sentimientos ni de los demás. La compenetración, raíz del interés por los demás. Surge de la sintonía emocional, de la capacidad de empatía. Las emociones que se expresan mediante lenguajes no verbales, no son comprendidas por los alexitímicos. Como la empatía favorece la vida afectiva, los alexitímicos, que no son empáticos y no comprenden, no disfrutan de su afectividad ni generan espacios para que su pareja disfrute. La afectividad es el conjunto de emociones, como los deseos, los sentimientos, las pasiones, la voluntad, los juicios y otros componentes de la vida psíquica o mental de una persona, necesarias para expresar la amistad, el amor, el cariño, la ternura y demás estados anímicos o estados de ánimo. La afectividad, que es algo eminentemente personal e íntimo que abarca todos los elementos anímicos y todas las relaciones que se enraízan en el instinto y el inconsciente, la expresamos con nuestros actos, gestos, ademanes o palabras, es decir mediante lenguaje gestual y verbal, para relacionarnos con el mundo exterior, con los demás y con nosotros mismos. A través de la afectividad comunicamos, manifestamos o expresamos los sentimientos de placer o dolor que acompañan a nuestras emociones.
El psicólogo Luís Duarvía nos dice que tener empatía significa darnos cuenta de que el otro existe, de que está allí, de que tiene los mismos derechos míos, pero tiene al mismo tiempo su propia originalidad. Así mismo, tener empatía significa meternos en su lugar para poder sentir como siente él, ser capaces de captar cómo piensa y lo que le pasa por dentro, cuál es su visión del mundo, de los demás, de los acontecimientos y cuáles son sus creencias. El psicólogo Leo Buscaglia, por otra parte, precisa que tener empatía significa aceptar que el otro sea diferente y que las diferencias son buenas y positivas; y además ser capaces de manifestarle nuestra aprobación y admiración por lo bueno que tiene, ser capaces de alabanzas sinceras y hasta de echarle piropos cuando éstos salen como expresión espontánea.
Los alexitímicos parecen carecer de sentimientos, aunque esto pueda deberse en realidad a su incapacidad para expresar emociones más que a una ausencia de las mismas. Se caracterizan por su dificultad para describir sus sentimientos y los de los demás, y poseer un léxico emocional muy escaso. A veces no pueden distinguir entre una emoción y otra, entre una emoción y una sensación física. Dan la impresión de ser personas diferentes y extrañas, y que viven en medio de una sociedad dominada por los sentimientos. Rara vez lloran, pero cuando lo hacen sus lágrimas son abundantes. No se trata de que los alexitímicos no sientan, sino de que son incapaces de saber –y especialmente incapaces de expresar en palabras- cuáles son exactamente sus sentimientos. Carecen absolutamente de la habilidad fundamental de la inteligencia emocional, la conciencia de uno mismo, que nos permite saber lo que sentimos mientras las emociones se agitan en nuestro interior.
LAS RELACIONES SOCIALES Y LA COMUNICACIÓN
En el plano de las intrincadas y complejas relaciones sociales, a menudo la convivencia y la comunicación se ven alteradas, debido a que están profundamente influenciadas y, en cierta forma, condicionadas por los prejuicios, que tienen una estrecha relación con los estereotipos, los fanatismos, la intolerancia, los dogmas, el conformismo, el sexismo, el racismo, el etnocentrismo, la discriminación, autoritarismo, las creencias, los esquemas, la masificación, la construcción de la realidad social, los marcos referenciales, el yo colectivo, el pensamiento grupal, la influencia social, la masificación y la heterofobia. Fernando Savater en su Ética para Amador señala que para darnos la buena vida, hay que desechar "el racismo, que clasifica a las personas en primera, segunda o tercera clase de acuerdo con fantasías pseudocientíficas; los nacionalismos feroces, que consideran que el individuo no es nada y la identidad colectiva lo es todo; las ideologías fanáticas, religiosas o civiles, incapaces de respetar el pacífico conflicto entre opiniones, que exigen a todo el mundo creer y respetar lo que ellas consideran la verdad y sólo eso…".
La experiencia comunicativa en el plano de nuestras relaciones sociales puede sufrir alteraciones si los interlocutores no están despojados de prejuicios, porque éstos se emiten antes de haberse obtenido información o conocimiento real de una cosa, hecho o circunstancia, y son producto de la obtención de conceptos, apreciaciones y deducciones equívocas y fuera de toda lógica.
Pero ¿qué es el prejuicio? Según la Enciclopedia Microsoft Encarta, un prejuicio es un "juicio u opinión preconcebida y arbitraria que tiene por objeto a una persona o a un grupo y puede ser de naturaleza favorable o adversa", y agrega que actualmente este término indica, en la mayoría de los casos, una actitud desfavorable u hostil hacia personas que pertenecen a un grupo social o étnico diferente. La característica diferenciadora de un prejuicio –señala- es que se basa en estereotipos relativos al grupo contra el que va dirigido.
Un estereotipo es, según la misma fuente, la perpetuación de una imagen simplista de la categoría de una persona, una institución o una cultura. Agrega la definición que el concepto de estereotipo suele ser negativo, debido a que degrada el pensamiento individual hacia una esclavitud o casi esclavitud de formulaciones predefinidas (el bloque de impresión original) que se opone a un razonamiento crítico por nuestra parte o por parte de otros a la luz de experiencias nuevas o diferentes; y aparece anclado en prejuicios, es esencialmente irracional, a menos que pueda demostrarse que la idea original era un resumen exacto y sabio de experiencias anteriores. En ciertas sociedades algunos sectores de la colectividad están marcados por un estereotipo negativo y, por consiguiente, sujetos a castigos que llegan hasta el asesinato o el genocidio. La formación social de estereotipos está muy arraigada en la mente humana y, casi con seguridad, tuvo un valor selectivo para la supervivencia en las primeras etapas evolutivas de las sociedades primitivas, en su lucha por el control del territorio y por la cohesión del grupo.
El psicólogo Charles G. Morris, a través de su obra Psicología, un nuevo enfoque, considera al estereotipo como un tipo especial de esquema en el cual creemos que un conjunto de características se aplica a todos los que pertenecen a un grupo social, y agrega que, como en el caso de los esquemas, los estereotipos afectan a lo que recordamos sobre las personas y se convierten en profecías autocumplidas. En este sentido, Daniel Golemán señala que el estereotipo es la variación del esquema, y que los esquemas representan el conocimiento a todos los niveles.
El Diccionario de ciencias jurídicas, políticas y sociales define el prejuicio o prejudicio como la acción y efecto de prejuzgar; o sea, de juzgar de las cosas antes del tiempo oportuno, o sin tener de ellas cabal conocimiento; al tiempo que señala que el concepto tiene importancia jurídica en cuanto a la obligación en que se encuentra el juzgador de no anticiparse con sus juicios y reservar éstos para el momento procesal que le permita establecer con el debido conocimiento, la sentencia o resolución que le parezca justa.
En concepción de la psicología social, que estudia la forma cómo pensamos unos de otros, cómo nos influimos unos a los otros y cómo nos relacionamos con los otros, el prejuicio, que en las relaciones sociales comporta desagrado por los demás, es una actitud negativa injustificable hacia los individuos o hacia un grupo de éstos.
El psicólogo social David G. Myers, en su libro Psicología social, señala que el prejuicio es una actitud, y como tal implica una combinación distintiva de sentimientos (afectos), inclinaciones a actuar (tendencia conductual) y creencias (cognición). El prejuicio es una actitud negativa, y la discriminación es una conducta negativa. La conducta discriminatoria con frecuencia tiene su fuente en actitudes prejuiciosas. El prejuicio y la discriminación se apoyan entre sí: la discriminación fomenta el prejuicio y éste legitima a la discriminación. La esencia del prejuicio es una actitud negativa o inadecuada injustificable hacia un grupo y los individuos que lo integran. Las evaluaciones negativas que marcan el prejuicio pueden derivarse de asociaciones emocionales, de la necesidad de justificar la conducta o de creencias negativas llamadas estereotipos, y estereotipar es generalizar. Es por eso que para simplificar el mundo, generalizamos todo el tiempo: "los ingleses son reservados, los gringos expresivos, los judíos usureros, los bajitos hábiles, los altos fatuos, los abogados ladrones…"
Un estereotipo, según el mismo psicólogo, es la creencia respecto a los atributos personales de un grupo de personas, y pueden ser sobregeneralizados, imprecisos y resistentes a la información nueva. Los estereotipos son generalizaciones acerca de un grupo de personas y pueden ser ciertos, falsos o sobregeneralizados a partir de una brizna de verdad. Los estereotipos tienen consecuencias cognitivas y fuentes cognitivas. Al dirigir las interpretaciones y la memoria, nos conducen a encontrar evidencia de apoyo, aun cuando no exista ninguna. Los estereotipos resisten al cambio. Sin embargo, cuando se conoce a una persona, a menudo se ignora el estereotipo del grupo y se le juzga de manera individual. Los estereotipos son más poderosos cuando juzgamos a individuos desconocidos y cuando consideramos a grupos complejos. Los estereotipos (creencias) no son prejuicios (actitudes).
El prejuicio, los estereotipos, la discriminación, el racismo y sexismo son términos que con frecuencia se superponen. La discriminación es una conducta negativa injustificable hacia un grupo o sus miembros. El racismo son actitudes prejuiciosas y conductas discriminatorias del individuo hacia personas de una raza determinada o práctica de instituciones que subordinan a las personas de una raza determinada. A una persona "negra" no se le debe decir "negro", porque negro es un adjetivo y no una persona; es mejor decir "afrodescendiente". El sexismo son actitudes prejuiciosas y conducta discriminatoria del individuo hacia personas de sexo determinado o prácticas institucionales que subordinan a las personas de un sexo determinado.
Las creencias estereotipadas, las actitudes prejuiciosas y la conducta discriminatoria han "envenenado" desde hace mucho tiempo nuestra existencia social. El prejuicio surge de una intrincada interacción de fuentes sociales, emocionales y cognitivas. El prejuicio emerge de diversas fuentes, debido a que, como otras actitudes, cumple varias funciones. Las actitudes prejuiciosas pueden expresar nuestro sentido de quiénes somos y proporcionamos aceptación social. Pueden defender nuestro sentido del yo contra la ansiedad que surge de la seguridad o el conflicto interno. Y pueden promover nuestro autointerés apoyado lo que nos proporciona placer y oponiéndose a lo que no.
Entre las fuentes sociales encontramos que la situación social fomenta y mantiene el prejuicio en diversas formas. Un grupo que disfruta de superioridad social y económica a menudo justifica su posición con creencias prejuiciosas. El prejuicio puede llevar a las personas a tratar a los demás de modos que provocan la conducta esperada, que por tanto confirma aparentemente la opinión que sostenemos. Una vez establecido, el prejuicio continúa en parte fomentado por la inercia de la conformidad y en parte apoyado por las instituciones, tales como los medios masivos de información social.
Como el prejuicio también tiene raíces emocionales, la frustración fomenta la hostilidad en las personas y éstas tratan de descargarla en "chivos expiatorios" y a veces la dirigen más directamente contra grupos competidores percibidos como responsables de nuestra frustración. Al proporcionar un sentimiento de superioridad social, el prejuicio también puede ayudar a ocultar los propios sentimientos de inferioridad. A menudo se encuentran diferentes tipos de prejuicio juntos en aquellos que tienen una actitud autoritaria. Aunque el prejuicio es alimentado por las situaciones sociales, los factores emocionales a menudo agregan "combustible al fuego": la frustración y la agresión pueden fomentar el prejuicio, al igual que pueden hacerlo los factores de personalidad como las necesidades, el status y las tendencias autoritarias. El prejuicio cumple otras funciones, además de aumentar nuestro autointerés competitivo.
Con respeto a la fuente cognitiva del prejuicio, se evidencia cómo el estereotipamiento que subyace en el prejuicio es un producto secundario de nuestra simplificación del mundo. Primero, el agrupamiento de personas en categorías exagera la uniformidad dentro de un grupo y las diferencias entre los grupos. Segundo, un individuo distinto, tal como una sola persona de la minoría, tiene una cualidad irresistible. Estas personas nos hacen conscientes de las diferencias que de otra manera habrían pasado desapercibidas. Tercero, atribuir la conducta negativa de miembros de un grupo de carácter natural mientras justificamos sus conductas positivas. "Persona y conducta son fenómenos diferentes- aclara Fausto Izcaray, y agrega que podemos apreciar la esencia de un ser humano y estar en desacuerdo con sus conductas. Las conductas de una persona no son esa persona. Las conductas de una persona son el producto de su aprendizaje incluyendo sus sistema de creencias y valores" (La Inteligencia Emocional y La Programación Neuro Lingüística). Las creencias estereotipadas y las actitudes prejuiciosas están no sólo debido al condicionamiento social y no sólo porque cumplen una función emocional, al permitir a las personas desplazar y proyectar sus hostilidades, sino también como productos secundarios de los procesos normales de pensamiento. Los estereotipos resultan menos de la maldad que de manera en que simplificamos la complejidad de nuestro mundo. Son como ilusiones preceptúales, un producto residual de nuestra facilidad para simplificar. El enfoque cognitivo afirma que para entender el prejuicio, debemos observar más de cerca la manera en que pensamos acerca del mundo.
El filósofo y psicólogo Daniel Golemán, en su libro La inteligencia emocional, sostiene que los prejuicios son una especie de aprendizaje emocional que tiene lugar en las primeras etapas de la vida, haciendo que estas reacciones sean difíciles de erradicar por completo, incluso en la gente que, en la edad adulta, considera erróneo mostrarlas. Los viejos prejuicios no son tan fáciles de suprimir o modificar debido a que son una variedad de aprendizaje emocional y están profundamente establecidos. Sin embargo, lo que sí puede modificarse es lo que hagan con respecto a ellos. Los prejuicios nos conducen a la segregación, la hostilidad, la discriminación, el fanatismo, los estereotipos y la intolerancia.
Según Charles G. Morris, el prejuicio, que es una actitud injusta, intolerante o desfavorable hacia personas o grupos, tendría sus fuentes en la frustración, la agresividad, la personalidad autoritaria y el conformismo.
Ante la dificultad de erradicar o modificar los prejuicios, profundamente arraigados, se debe procurar, a nivel corporativo, que las normas de un grupo sean decididamente modificadas adoptando una postura activa contra cualquier acto de discriminación, desde los niveles gerenciales más elevados hacia abajo. Las tendencias pueden no ceder, pero los actos del prejuicio pueden ser reprimidos si el clima se modifica. Además, hay que descartar el prejuicio para posibilitar la diversidad, y tratar de ver las cosas con perspectiva, una postura que estimula la empatía y la tolerancia. En la medida en que la gente llega a comprender el dolor de aquellos que se sienten discriminados, tiene más posibilidades de expresarse contra esto. La camaradería constante, los esfuerzos hacia metas comunes, la mezcla social, la eliminación de los estereotipos negativos y el trabajo conjunto como iguales, generan un espacio para la modificación de los prejuicios, el favorecimiento de la diversidad y la práctica de la tolerancia.
En la dinámica de los prejuicios influye la construcción de la realidad social. El aludido Golemán, en otro de sus libros (La psicología del autoengaño) indica que el contexto condiciona hechos y conversaciones, determina cuáles actitudes son apropiadas o inapropiadas, qué percibir y qué ignorar.
En el ámbito social encontramos los marcos referenciales. Un marco referencial es una definición compartida de una situación, que organiza y gobierna los eventos sociales y nuestra participación en ellos… Es la cara pública de los esquemas colectivos… Se origina cuando los participantes activan esquemas compartidos con respecto a determinada acción o situación. En áreas sociales, cuyo marco referencial conocemos, procedemos sin inconvenientes, espontáneamente y dominando la situación. El lenguaje influye en la vida cotidiana, y marca las coordenadas de mi vida en la sociedad y llena esa vida de objetos significativos… No es sino esquemas hechos audibles: los actos sociales son esquemas hechos visibles. Los esquemas organizan el lenguaje. El marco referencial confiere el contexto, y nos indica cómo leer lo que sucede. Es algo altamente selectivo; aparta la atención de todas las otras actividades que se producen simultáneamente y no corresponden a ese marco. Todo lo que está fuera del marco no merece atención. Lo que está fuera del marco referencial también está al margen de la conciencia consensuada, inmerso en una especie de submundo colectivo. El mundo social está lleno de marcos referenciales que orientan la atención hacia ciertos aspectos de la experiencia y la apartan de otros.
Los marcos referenciales condicionan nuestra cotidianidad en el mundo laboral. Uno aprende la disciplina laboral al ser sometido a las fuerzas que, sutilmente, dirigen nuestra atención y moldean nuestra experiencia dentro de la organización. La persona es vista sólo desde el rol social que desempeña; no se tienen en cuenta otros aspectos personales de su ser. La unidimensionalidad de la gente en sus roles sociales es sintomática de una alienación cada vez más amplia en nuestra condición moderna… La unidimensionalidad de los individuos en sus roles nos exige que ignoremos el resto de ellos. Uno de los beneficios de la unidimensionalidad del marco referencial es la autonomía interna, en donde la persona dirige el resto de atención a intereses y placeres privados en medio de la vida pública. Hay libertad por cuanto al desempeñar solamente su rol social, el individuo no tiene que hacer intercambios plenos y auténticos con cada persona que trata en el desempeño de su rol. Las anteojeras que provee el rol permiten a la persona que desempeña ese rol deshumanizarse en lugar de liberarse. No se traspasa el rol para llegar a la persona que hay dentro del mismo. Preferimos no ver, preferimos ignorar, en lugar de enfrentar a la persona, y prestamos atención sólo al rol, que ofrece una salida fácil, incluso, un momento agradable.
Los marcos referenciales definen el orden social. Nos dicen qué está pasando, cuándo hacer y qué y a quién. Dirigen nuestra atención hacia la acción que se encuentra dentro del marco y la apartan de lo que, si bien es accesible a la conciencia, es irrelevante… Cada cultura es un conjunto de marcos referenciales. En la medida en que los marcos difieren de cultura a cultura, los contactos entre la gente de distintos países pueden resultar un fracaso… Los marcos referenciales no sólo dirigen la interacción, sino que también dictan de qué manera debe considerarse a la gente en sus distintos roles… Cuando nuestros marcos referenciales no coinciden, el orden público se tambalea… Muchas veces no estamos demasiado seguros respecto de cuál es el marco de referencia correcto para un momento dado… La socialización del niño equivale a incorporarlo a los marcos corrientes y válidos… Es esencial que los niños aprendan qué cosas se pueden ver y cuáles hay que ignorar… Los esquemas sociales domestican la atención… Los marcos referenciales tienen la capacidad de desviar la atención de aquellos hechos que implican urgencia.
Interactuar implica acudir a mentiras piadosas para negar la información que nos incomoda. A pesar de que las mentiras sociales son detectables, a veces las pasamos por alto. El lenguaje no verbal es un canal apto para mentir. El rostro, el tono de voz, los cambios de posturas y las discrepancias entre el rostro sonriente y el tono de voz enojado revelan fácilmente la mentira. Las mujeres son más hábiles para leer mensajes no verbales o expresiones corporales. Los niños reciben grandes y pequeñas mentiras y aprenden cuando es beneficioso socialmente mentir y cuándo ignorar las mentiras ajenas; también aprender a percibir lo que los demás quieren que perciban. A veces es mejor ver sólo lo que otros quieren que veamos y no lo que sienten. Dudar de las apariencias implica sentir mayor incertidumbre frente al entorno. El tacto respeta la integridad de los marcos referenciales. Conocer el engaño y saber lo que los demás sienten realmente es comprender la realidad del mundo interpersonal. Las mentiras piadosas son una forma de engaño social y protegen los marcos referenciales.
Los marcos referenciales, responsables de nuestro condicionamiento social, guían la atención hacia lo interesante y la desvían de lo irrelevante, porque a veces es importante que cierta información esté al margen de los marcos referenciales para evitar inconvenientes o para ignorar cosas que se deben ignorar o que otros no quieren que se sepan. Hay temas tabú que se deben ocultar. No estamos dispuestos a ver o recordar hechos sociales negativos. A veces la verdad es reemplazada por la desorientación, el silencio o la mentira.
Cuando la sociedad limita el espectro de su atención a través de marcos autoritarios, se restringen las opciones disponibles para sus miembros. El sello distintivo de la democracia es el libre flujo de la información… Para que una autoridad totalitaria pueda ejercer el control, tiene que reprimir todo punto de vista y toda realidad alternativa. Los esquemas dirigen la atención hacia lo que predomina y a desviarla de lo irrelevante. De acuerdo con los intereses del gobernante, se condiciona la información expresada o recibida. Los puntos de vista o las versiones de la realidad que no encajan en la visión consensuada pueden ser descartados y calificados de excentricidad, o aberraciones. No vemos lo que preferimos no ver, y no vemos que no vemos.
En el ámbito de las relaciones sociales nos vemos compelidos a la construcción de un yo colectivo. Es así como el mismo Golemán nos dice que las personas dentro de un grupo asumen una mente colectiva y sienten, actúan y piensan diferente a como se hace en forma individual. El grupo es conducido por el inconsciente. Es crédulo y fácil de influenciar, acrítico, todo es probable, no conoce la duda y la incertidumbre. Un grupo se diferencia de una muchedumbre reunida al azar por los esquemas compartidos: un entendimiento común, un interés común por un objetivo, una inclinación emocional similar en determinada situación.
Según Sigmund Freud, la psicología del grupo involucra una disminución de la personalidad individual consciente, la focalización de los pensamientos y los sentimientos en una dirección común. Los esquemas compartidos dominan sobre los esquemas personales. Para Freud, en la mente grupo el individuo renuncia al ideal de su yo y lo sustituye por el ideal del grupo, encarnado en un líder. La activación de esquemas compartidos cohesiona el nosotros, y cuanto mayor sea la capacidad de manejo de una situación y el conocimiento compartido, más estable será el grupo. El yo grupal sólo incorpora aquellos esquemas compartidos. Lo que una persona dice tiene un significado inconsciente para los demás. En un grupo, al aprender a ver las cosas de la misma manera, los integrantes también aprenden a cómo no ver.
Los esquemas establecidos en el yo familiar nos muestran como sensibles a la opinión de los demás. Según el sitio donde se resida, hay familias locales y cosmopolitas. Las locales conservan tradiciones, rutinas y hábitos de compra, vida social y actividades recreativas. La cosmopolita tiene hábitos más flexibles y ve más allá de los confines del vecindario. La familia comparte un yo grupal que moldea sus vidas. En la familia hay trueque entre atención y angustia: la familia, como grupo, elige e ignora información incongruente con su yo compartido, en un esfuerzo por proteger se integridad y su cohesión. Entre los miembros de una familia existe un alto grado de correspondencia. Sus integrantes se parecen en su manera de absorber y utilizar información.
Un paradigma familiar está constituido por la suma total de esquemas compartidos. A veces un ritual familiar puede servir para ocultar un temor, una parte del esquema familiar que es compartido por todos pero resulta demasiado amenazante como para ser tratado abiertamente. La familia es una especie de mente grupal, de muchas de las propiedades de la mente individual. La familia estructura una realidad a través de los esquemas conjuntos que sus integrantes terminan por compartir.
Cada familia tiene su propio estilo en relación con qué aspectos de la experiencia común pueden exponerse y cuáles deben ser ocultados o negados. Los miembros de la familia son dados a ocultar o negar inconvenientes, como el alcoholismo de uno de sus integrantes, arguyendo que no se siente bien por cierto motivo. Cuanto más horrendo sean los secretos que una familia guarda para sí, mayor es la probabilidad de que recurra a estratagemas como la de la familia feliz para mantener una cierta apariencia de estabilidad. La familia oculta la realidad, por culpa, vergüenza y temor. Por eso oculta secretos como alcoholismo, drogadicción, delincuencia, enfermedades, etc. de alguno de sus integrantes. Esas familias pasan por ciclos de negación o de culpa; operan fuertemente en su defensa colectiva. Se da crédito a las mentiras y a las justificaciones debido a la angustia que genera el reconocer la realidad. La negación es la salida más fácil. Como se da el trueque atención-angustia, el autoengaño, bajo el disfraz de la familia feliz, mantiene la angustia a raya.
El concepto de pensamiento grupal es lo que mejor ilustra el mecanismo de las defensas colectivas y las ilusiones compartidas en acción dentro de un grupo. El pensamiento grupal no constituye un argumento contra los grupos ni contra las decisiones tomadas dentro de ellos, sino un llamado de atención frente a una patología colectiva, un nosotros que se ha distorsionado. El pensamiento grupal distorsiona y tergiversa el pensamiento de grupo. Debido a la sutileza de sus mecanismos, el pensamiento grupal resulta difícil de detectar y contrarrestar. A medida que los individuos miembros del grupo se sienten cómodos e identificados con él, ese mismo sentimiento de comodidad que existe entre todos ellos puede tener como consecuencia una reticencia a expresar opiniones que pudieran llegar a destruir ese clima de unión y pertenencia. El impulso de caer en el pensamiento grupal busca disminuir la angustia y conservar la autoestima. La primera víctima del pensamiento grupal es el pensamiento crítico. Sólo se permite la expresión, amplia y total, de los esquemas compartidos con los que todos se sienten cómodos.
En el grupo, condicionado o dominado por el pensamiento grupal, puede registrarse el fracaso por la ilusión de la invulnerabilidad, la ilusión de unanimidad, supresión de las dudas personales, custodios de la mente grupal, racionalizaciones y estereotipos. El pensamiento grupal es una patología peligrosa para las empresas. En la dinámica empresarial se dan casos de actitudes de la familia feliz y pensamiento grupal. La racionalización y los estereotipos compartidos son tácticas del pensamiento.
Debido a lo anterior, debemos despertar, acrecentar y fortalecer nuestro espíritu crítico, nuestra mentalidad crítica, para evitar ser masificados, convertirnos en masa. Como el hombre no existe exclusivamente para sí mismo sino que vive en comunidad con los demás, debe evitar convertirse en masa. El hombre, como ser viviente que convive con otros, experimenta sentimientos de agradecimiento y de reproche, de compañerismo y de amistad, y como es un ser condicionado por su entorno cultural, social, político, religioso, económico, científico y filosófico, debe estar alerta para no masificarse.
Pero ¿qué es la masa? En el libro La psicología descubre al hombre, el psicólogo social Heinz Dirks sostiene que la masa es una pluralidad de individuos unidos por un vínculo psíquico común de todo tipo puramente instintivo y sentimental. Por ello es imperativo huir de la masificación, porque dentro de la masa la persona renuncia cada vez más a su independencia y sólo se rige por lo que hacen y dicen los demás, con el concomitante fenómeno de la despersonalización. La masa significa una unión interna sin estructuración. Dentro de la masa no existe ningún orden jerárquico o funcional con obligaciones y prescripciones determinadas sino una pluralidad de individuos de igual clase, que, por una voluntad instintiva común, se hallan regidos del mismo modo. La dirección espontánea se realiza a través de una influencia sugestiva, quedando excluida toda crítica racional y sus acciones tienen lugar sin gobierno ni dirección. El hombre masa no es un ser libre y autónomo. En la masa se pierde la individualidad. "El hombre masa es el hombre cuya vida carece de proyectos y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes" (La rebelión de las masas). Es necesario estar expectante para no perderse en la masa. La inclusión de un individuo en la masa es tanto más fácil cuanto más limitada sea su personalidad. La masa no respeta la diferencia. "La masa -¿quién lo diría al ver su aspecto compacto y multitudinario?- no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella" (La rebelión de las masas). En consecuencia, no reconoce el derecho a la diferencia.
Según las investigaciones del psicólogo social Gustavo Le Bon, expuestas en su Psicología de las multitudes, las características principales de la masa son la exclusión de la razón en el obrar, el reaccionar de un modo rápido y emocional y una capacidad especial para ser influenciada. Es sorprendente el hecho de que personas tranquilas y razonables puedan sucumbir a la sugestión de la masa y se comporten sin freno bajo su influencia. Es por eso que los fanáticos del fútbol, luego de un episodio de desmanes, no logran comprender después cómo se han podido comportar de tal manera, cosa que nunca habrían hecho en su estado normal. Hay que hacer todo lo posible, a través de las auténticas relaciones sociales, para evitar que nos sumerjamos en el mundo difuso y pegajoso de la masa; mundo que imposibilita la comunicación auténtica.
Las reflexiones del pensador José Ortega y Gasset (compendiadas por Rafael Méndez) refieren que la masa, "la multitud", "el vulgo", es una entidad voluble y vana que constituye el modo de ser de la sociedad occidental. Según el mismo Ortega y Gasset, "masa es todo aquel que no se valora a sí mismo -en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente «como todo el mundo» y, sin embargo, no se angustia, se siente a saber al sentirse idéntico a los demás (La rebelión de las masas). El hombre masa no se exige nada. "No pretende hacer con su vida ninguna cosa particular. No intenta construirse de ninguna manera. Para él, la vida consiste en vivir en cada instante lo que ese instante ya es. La perfección sobre sí mismo es inconcebible. El hombre masa no se valora a sí mismo, no se construye en ningún sentido. Siente, decide, obra, piensa y expresa como todo el mundo. Pero su condición definitiva, que le otorga todo su sentido y significación, es que, ante semejante característica, que llenaría de angustia a un hombre genuino, el hombre masa, se siente tranquilo. A partir de su inauténtica realidad construye su cotidianidad y su proyecto de vida. Su máxima satisfacción reside en fundirse con la multitud, en saberse y sentirse como todos los demás… La seguridad y comunidad de un tipo de vida semejante redunda en que la masa no soporta nada distinto de ella misma. Cualquier mínima variación le resulta intolerable. Sabiéndose vulgar, el alma masiva se afirma en su vulgaridad, la defiende y afirma, y la pretende en todos los lugares y condiciones. Su voluntad es absolutista y expansiva. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea, piense, sienta y se exprese como todo el mundo, es rechazado y se encuentra en peligro de perecer" (Clásicos del pensamiento universal resumidos, de Rafael Méndez). Stefan Zweig, en su libro Erasmo de Rótterdam, triunfo y tragedia, señala que "para la masa siempre será más accesible que lo abstracto lo concreto y aprehensible; por ello, en lo político siempre encontrará más fácilmente partidarios todo programa que, en lugar de un ideal, proclame una hostilidad, una oposición bien comprensible y manejable, que se dirija contra otra clase social, otra raza, otra religión, pues, con el odio puede encender fácilmente el fanatismo sus criminales llamas".
Sigmund Freud plantea en su Psicología de las masas y análisis del yo que la masa "carece de todo sentimiento de responsabilidad y respetabilidad, y se halla siempre pronta a dejarse arrastrar por la consciencia de su fuerza hasta violencias propias de un poder absoluto e irresponsable. Se comporta, pues, como un niño mal educado o como un salvaje apasionado y no vigilado en una situación que no le es familiar. En los casos más graves, se conduce más bien como un rebaño de animales salvajes que como una reunión de seres humanos". La filosofía de la masa es que nadie debe querer sobresalir; todos deben ser y obtener lo mismo. Dentro de la masa impera "la desaparición de la personalidad individual consciente, la orientación de los pensamientos y los sentimientos en un mismo sentido, el predominio de la afectividad y de la vida psíquica inconsciente, la tendencia a la realización inmediata de las intenciones que puedan surgir" (Psicología de las masas y análisis del yo). La masa, ávida de autoridad, tiene, según las palabras de Gustavo Le Bon, una inagotable sed de sometimiento.
Le Bon precisa que el más singular de los fenómenos presentados por una masa psicológica, es que "cualesquiera que sean los individuos que la componen y por diversos o semejantes que puedan ser su género de vida, sus ocupaciones, su carácter o su inteligencia, el simple hecho de hallarse transformados en una multitud le dota de una especie de alma colectiva", y agrega que "esta alma les hace sentir, pensar y obrar de una manera por completo distinta de como sentiría, pensaría y obraría cada uno de ellos aisladamente. Ciertas ideas y ciertos sentimientos no surgen ni se transforman en actos sino en los individuos constituidos en multitud" (Psicología de las multitudes).
La masificación, según el filósofo Eudoro Rodríguez Albarracín, se refiere a un fenómeno sociológico e histórico inherente al tipo de sociedad industrial, a la cultura de las grandes ciudades, a la insurgencia de grandes conglomerados sociales y, por lo tanto, a procesos que tienen que ver con el tipo actual de civilización. La masificación como fenómeno cultural alude al papel decreciente de la individualidad ante el paso acelerado de una cultura estandarizada hecha para multitudes. La masificación sumerge a las personas en el anonimato y en el aislamiento que generan una vida y forma de vida impersonal, comportamientos masivos y controlables por los medios de información social. Es por eso que en las grandes ciudades el hombre no está tan solo como cuando camina en medio de las grandes multitudes. "Al contemplar en las grandes ciudades –señala Ortega y Gasset- esas inmensas aglomeraciones de seres humanos que van y vienen por sus calles y se concentran en festivales y manifestaciones políticas, se incorpora en mí, obsesionante, este pensamiento: ¿Puede hoy un hombre de veinte años formarse un proyecto de vida que tenga figura individual y que, por lo tanto, necesitaría realizarse mediante sus iniciativas independientes, mediante sus esfuerzos particulares? Al intentar el despliegue de esta imagen en su fantasía, ¿no notará que es, si no imposible, casi improbable, porque no hay a su disposición espacio en que poder alojarla y en que poder moverse según su propio dictamen? Pronto advertirá que su proyecto tropieza con el prójimo, como la vida del prójimo aprieta la suya. El desánimo le llevará, con la facilidad de adaptación propia de su edad, a renunciar no sólo a todo acto, sino hasta a todo deseo personal, y buscará la solución opuesta: imaginará para sí una vida estándar, compuesta de desiderata comunes a todos, y verá que para lograrla tiene que solicitarla o exigirla en colectividad con los demás" (La rebelión de las masas).
El filósofo Reynaldo Suárez Díaz nos advierte que la cárcel más terrible del "yo" es el grupo social, las creencias, valores y normas del grupo, de la masa. Vivimos custodiados por el otro yo, el yo social, que nos dicta aquello que debemos ser: "sea como yo", "piense como yo", "actúe como yo"… El grupo, la masa, es una dictadura amenazante, una cárcel colectiva. Dentro del grupo, de la masa, somos incapaces de dar nuestro grito de libertad individual y personal… dejamos que otros decidan por nosotros.
El fenómeno de la influencia social, que, según el psicólogo Charles G. Morris, designa las acciones realizadas por una o más personas par cambiar actitudes, comportamiento o sentimientos de uno o más individuos, se configura mediante actitudes como la sumisión voluntaria a las normas sociales, aun a costa de las propias preferencias (conformismo), un cambio de conducta en respuesta a una petición explícita de otra persona o grupo (condescendencia) y cambio de conducta en respuesta a una orden de otra persona, generalmente a una figura de autoridad (obediencia). El conformismo es una respuesta a la presión ejercida por las normas que generalmente no se expresan. Por el contrario, la condescendencia es un cambio de conducta en respuesta ante la petición explícita de alguien. La obediencia es la aceptación de una orden. A semejanza de la condescendencia, es una respuesta a un mensaje explícito. La obediencia es la influencia social en su manifestación más notoria y poderosa.
El psicólogo Robert S. Feldmán, que coincide con su colega Charles Morris, señala que la conformidad, el acatamiento y la obediencia son los tipos fundamentales de influencia social. La conformidad (hacer lo mismo que los demás) es el cambio de comportamiento o actitudes por un deseo de seguir las creencias o patrones de otras personas. Es un fenómeno en que la presión social no asume la forma de una orden directa. Se caracteriza porque cuando más atractivo es el grupo para sus miembros, mayor es u capacidad de generación de inconformidad; por que ésta es mayor cuando las personas deben responder públicamente que cuando pueden responder en privado; porque al dar una opinión, como decir qué tipo de ropa está de moda, tiene más posibilidades de generar conformidad que responder a un interrogante acerca de los demás, y porque las personas que se relacionan con la conformidad son más pronunciadas en grupos en que el apoyo a una posición es unánime.
El acatamiento (ceder a la presión directa) es un comportamiento que se adopta como respuesta a la presión social directa. Cuando en ocasiones la presión social es fortísima y existe la una presión directa y explícita que acatamos un particular punto de vista o nos comportamos de un modo específico, nos encontramos con el fenómeno del acatamiento.
La obediencia (obedecer órdenes directas) es el cambio en el comportamiento que se debe a las órdenes de los demás. Las técnicas de acatamiento son un recurso para ir en forma delicada a las personas hacia la aceptación de una solicitud. Sin embargo, en algunos casos, las solicitudes se hacen de tal forma que buscan lograr obediencia, es decir, cumplir la voluntad de quien manda. Aunque la obediencia es mucho menos común que la conformidad y el acatamiento, se presenta en diversas clases de relaciones. Sólo demostramos obediencia a quines tienen algún poder sobre nosotros, pero únicamente porque tienen el poder de recompensarnos o castigarnos.
La heterofobia es otra actitud que también puede afectar la convivencia y la comunicación. La expresión heterofobia procede del griego hétero (otro, distinto, diferente) y fobia (aversión apasionada, temor infundado). Fernando Savater la define como el sentimiento de temor y odio ante los otros, los que irrumpen desde el exterior en nuestro círculo de identificación (Diccionario filosófico).
En el universo de la heterofobia, la disposición mimética nuestra –señala Savater- es la que nos permite ser socialmente amaestrados. Nuestra naturaleza humana nos revela como seres de imitación. Imitar es identificarse con los demás, reconocer e instituir como tales a nuestros semejantes. La proximidad física, los parecidos externos, el paralelismo de los apetitos y por encima de toda la comunidad lingüística despiertan y mantienen vivo el instinto imitador que nos capacita para la aglutinación social. Esa imitación que nos une también es la causa de muchos de los enfrentamientos entre nosotros. La mimesis social generalizada es conflictiva por su tendencia hacia a la uniformidad. El misoneísmo, el odio y la zozobra que se siente ante lo nuevo, debe ser sin duda la más antigua de las manifestaciones de la heterofobia. Adoptar las novedades es difícil dentro del círculo reforzado de la identificación social; pero convivir con lo diferente, pluralizar las posibilidades dentro del ser colectivo es cosa aún más delicada. De igual modo que la semejanza en comportamientos y criterios pacifica internamente el grupo a la par que ofrece tranquilidad moral a cada uno de sus miembros, la convivencia con lo distinto introduce unas señal de alarma y de inestabilidad tanto en el conjunto como en la estructura psíquica de cada cual. Si ellos pueden vivir con nosotros sin ser como nosotros, ¿por qué nosotros tenemos que ser como somos? La heterofobia –es decir, la desconfianza, el miedo y hasta el odio contra los que no pertenecen a nuestro grupo- hunde sus raíces en mecanismos en atávicos de socialización, cuando la pertenencia al grupo implicaba ante toda hostilidad frente a quienes no eran de la tribu o no eran como los de la tribu debe ser.
Para convivir en armonía no podemos sentir fobia por los otros, por los demás. Como seres gregarios tenemos que vivir con los otros, sin sentir fastidio por ellos y sin pretender anularlos. "Vivir es ir disparado hacia algo, es caminar hacia una meta. La meta no es mi caminar, no es mi vida; es algo a que pongo ésta y que por lo mismo está fuera de ella, más allá. Si me resuelvo a andar sólo por dentro de mi vida, egoístamente, no avanzo, no voy a ninguna parte; doy vueltas y revueltas en un mismo lugar. Esto es el laberinto, un camino que no lleva a nada, que se pierde en sí mismo, de puro no ser más que caminar por dentro de sí" (La rebelión de las masas).
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