Expedición Vilcabamba – Romanticismo, ciencia y aventura (página 4)
Enviado por Fernando Jorge Soto Roland
Cuando Francisco Pizarro y sus socios tomaron prisionero al Inca Atahualpa en la ciudad de Cajamarca, en noviembre de 1532, dieron por iniciado el fin de un ciclo político cultural de casi noventa y cinco años de duración conocido como el Tahuantinsuyu o Imperio de los Incas.
A la sorpresa y admiración, experimentada por los aventureros españoles, le siguió el despojo y el botín. Cusco fue repartido; el Qoricancha (Templo del Sol), desmantelado; las productivas y bien labradas tierras, expropiadas; la religión aborigen, perseguida; y toda una sociedad, obligada a trabajos forzosos sin recibir a cambio absolutamente nada. La vieja reciprocidad andina dejó de funcionar. Todo el mundo se desestructuró y cambió. Nada era igual a lo que fuera antes. Se empezaba a escribir una nueva historia: la de los europeos.
A escasos años de haber conquistado y controlado aquel inmenso universo aborigen, y cuando los tesoros esperados no alcanzaron para todos, el ideal de la riqueza fácil empezó a ser lanzado más allá de las tierras efectivamente controladas (que eran muchas). La ambición y la fantasía se conjugaron, y las tramas leídas en los libros de caballería empezaron a ser protagonizadas por sus propios lectores: los conquistadores españoles. No pasó mucho tiempo para que se divulgaran antiguos mitos, readaptándose a la realidad americana, y empujando, a cientos de soldados de fortuna y aventureros, en pos de tesoros ocultos, ciudades maravillosamente ricas, fuentes de la juventud o comarcas productoras de especias de gran valor. Incluso, eran los propios españoles afortunados, aquellos que habían recibido los honores, tierras e indios esperados, los que fomentaron esos cuentos con el fin de "descargar la tierra", es decir, quitarse de encima a sus antiguos compañeros caídos en desgracia (pero que seguían armados, constituyendo una fuente constante de alteración al orden público colonial), incitándolos a encarar "jornadas" tan fantásticas como demenciales.
Y eran muchos los desengañados. El grupo de conquistadores o sus descendientes que acaparaban las encomiendas (mano de obra india), cargos en los cabildos, tierras, ganados, obrajes, etc., representaban tan sólo menos del 10 por 100 de los vecinos de una ciudad. Por otra parte, el comercio interior y exterior a gran escala, pasados los años iniciales de la conquista, estaban controlados desde Lima, Panamá y Sevilla por fuertes, expertos y prepotentes grupos y casas comerciales. Las actividades mineras también fueron rápidamente manejadas por selectos grupos y el comercio en el ámbito local quedó en manos de los propios encomenderos. Los cargos más importantes de la administración pública eran digitados desde España y los rangos de segundo o tercer nivel copados por los grandes conquistadores. La rígida estratificación social española se había acomodado perfectamente en suelo americano, y aquellos vecinos o moradores europeos que no habían tenido la suerte esperada debieron dedicarse a un sinfín de actividades y oficios poco redituables y sin status alguno.
Muchos pasaron sus vidas esperando la oportunidad de nuevos repartos, en caso de producirse vacantes de algún tipo. Otros, viendo cerradas las vías de ascenso, prefirieron enrolarse en las nuevas expediciones de descubrimiento y conquista, con la esperanza de poder convertirse, en el futuro, en un nuevo Pizarro o en un nuevo Cortés. Fue en ellos en quienes los mitos de frontera ejercieron mayor influencia.
Según explica el historiador argentino Enrique de Gandía, "el imán de los conquistadores fue el oro" y América supo exaltar sus fantasías y hacer girar gran parte de su historia alrededor del precioso metal. Desde los primeros años del descubrimiento las vagas referencias que los indios daban de México y del Perú dejaron entrever fabulosas posibilidades que llevaron al delirio áureo, encegueciendo a muchos pobres diablos que, siguiendo rumores y noticias, se perdieron en las selvas tras tesoros muchas veces inexistentes. De todas estas noticias la que mayor impacto produjo en el imaginario hispanoamericano fue, sin duda, la de El Dorado (o Eldorado). En ella, "mito, utopía y colonización espiritual y material coexistieron paralelas, tangenciales y superpuestas […]".
La mayoría de los autores concuerdan en que la primer referencia que se tuvo del El Dorado fue en el año 1534, poco después de la fundación de San Francisco de Quito (hoy Ecuador). En aquella oportunidad, el español Luis de Daza se topó con un indio llamado Muequeta que, por orden del gran cacique Bogotá (rey de los muyscas), le venía a pedir ayuda a los ibéricos para enfrentarse con los chibchas.
El indio, entre las muchas cosas que contó de su país, dijo que en él había mucho oro y refirió acerca de una ceremonia, extraña para los europeos, que terminaría por generar numerosos emprendimientos de descubrimiento y conquista por el interior del continente. El relato hacía referencia a un "[…] hombre dorado y su séquito que entraba en unas balsas de juncos y en medio de la laguna arrojaban sus ofrendas con ridículas y vanas supersticiones. La gente ordinaria llegaba a las orillas y bueltas (sic) las espaldas hazían (sic) su ofrecimiento porque tenían por desacato el que mirara aquellas aguas persona que no fuese principal y calificada. También es tradición muy antigua que arrojaran en ella el oro y las esmeraldas […]".
Pero eso no era todo. Según se consigna en otras fuentes, los señores de esa laguna (que no es otra que la de Guatavita, en Colombia), cuando recibían el cacicazgo, practicaban el ritual que terminaría por darle el nombre definitivo al sueño doradista. Al respecto, relata Rodríguez de Fresle en su Conquista y Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada de las Indias Occidentales y del Mar Océano:
"De acuerdo con las declaraciones del cacique Don Juan, los que heredaban el señorío de Guatavita […] debían ayunar, previamente, seis años metidos en una cueva, sin conocer mujeres, sin comer carne, ni sal, ni ají y otras cosas que les vedaban, y sin ver el sol, saliendo sólo de noche. Cuando los metían en posesión del señorío, la primera jornada que habían de hacer era ir a la gran laguna de Guatavita y sacrificar al demonio, que tenían por su dios y señor. Todo alrededor de la laguna los indios encendían muchos fuegos. Entretanto, desnudaban al heredero en carnes vivas y lo untaban con una tierra pegajosa y lo espolvoreaban con oro en polvo molido. Subía en una gran balsa de juncos, adornada con todo lo más vistoso que tenían, y llevando a los pies un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios, y un buen brasero encendido que producía mucho zahumerio(sic), lo acompañaban hasta el centro de la laguna cuatro caciques, cada cual con su ofrecimiento, y en un gran silencio, en que callaban todos los músicos y los cantos, hacia el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro que llevaba a los pies en el medio de la laguna. Los demás caciques hacían lo propio y con esto terminaba la ceremonia".
Estos rituales (que con el tiempo supimos que efectivamente tuvieron lugar) fueron los que determinaron el nacimiento de la famosa Provincia de El Dorado, que tanto atrajo a los españoles y que también fuera utilizada inteligentemente por los propios indios para alejar de sus tierras a los insaciables buscadores de riquezas venidos de Europa. Y como señalara el Padre Juan de Castellanos, en Elegías de Varones Ilustres de Indias: "Los soldados alegres y contentos / entonces le pusieron El Dorado / Por infinitas vías derramado".
La noticia se desparramó como reguero de pólvora por toda América del Sur, y a medida que el tiempo fue pasando cambió varias veces de nombre, adquiriendo caracteres diferentes a los del relato original. De ser un indio dorado pasó a convertirse en una aldea, región o ciudad de oro y plata, con sus calles y paredes revestidas de tales metales; cambió de escenario, se hizo ubicuo, fue releído y reinterpretado. Como una enorme bola de nieve, imposible de parar, El Dorado arrastró a cientos de soñadores y aventureros por senderos nunca recorridos; por regiones inexploradas que, de no haber sido por el atractivo de sus rayos áureos, hubieran permanecido intocadas por el hombre blanco durante muchos siglos.
En el Perú recibió el nombre de Paititi (o Paykikin, o Paitití) y, como era natural, su factura dejó de ser muysca (tribu originaria de la actual Colombia) para convertirse en incaica. Se lo ubicó en la región oriental del Imperio Inca, en el Antisuyu, la vertiente amazónica del dominio quechua a la que se le otorgaba cualidades de zona inculta, caótica y primigenia. En ella el orden civilizatorio impuesto por el gran dios Viracocha, a través de su hijo y primer soberano, Manco Inca, no era total y absoluto; pero ello no implicó que los incas realizaran, con diversa fortuna, una sorprendente penetración en la selva, mucho mayor que lo admitido ordinariamente por historiadores y arqueólogos. Los trabajos de investigación de los últimos años, y las numerosas expediciones que se encolumnan hacia la foresta amazónica, así parecen probarlo. Por otra parte, los documentos coloniales de los siglos XVI y XVII (algunos inéditos) confirman que la gente del Cusco levantó, en la porción Este del Imperio, fortificaciones y guarniciones militares, puestos de avanzada que, hoy, descansan debajo de enredaderas, musgos y lianas.
Los restos arqueológicos de Machu Picchu, Choquequirao, Vilcabamba "La Vieja", Vitcos, los caseríos de Inkawuarakana, el Pajatén y tantos otros, son claras señales de las intensas relaciones que la sierra guardó con la selva. Además, muchos topónimos modernos mantienen el origen quechua (lengua de los incas), convirtiéndose en una prueba más de tal penetración. Sólo para dar un ejemplo citaremos: Maranniyoc, Concebidayoc, Rosaspata, Pampaconas, Yurak Rumi, Ñusta Hispana, Koriwayrachina, Wayna Pucara, Puquiura o Pucyura, etcétera.
Según se colige de las fuentes escritas españolas, los incas hicieron uso de dos procedimientos de internación. El primero, la penetración pacífica, fundando pueblos, levantando caminos y residencias; el segundo, la conquista militar lisa y llana, por medio de la cual, haciendo uso de la fuerza, lograron sujetar a las variadas naciones selváticas que habitaban la región del Antisuyu.
Dejemos, entonces, que sean los propios cronistas de Indias los que nos relaten los éxitos y fracasos que los incas tuvieron por aquellos difíciles lugares; y siguiendo sus interesantes "noticias", intentemos advertir cómo la realidad y la fantasía empezaban a mezclarse generando el imperecedero mito del Paititi.
El Oriente era para los incas la tierra de los Antis, tribus selváticas entre las que distinguieron diferentes comunidades: Manaríes, Opataríes, Chiponayas, Monobambas, Chunchos, Mojos, Ruparupas, Chachapoyas, Bracamoros, Paltas, etc. Éstas, y otras etnias, eran las que constituían la frontera Este del gran Tahuantinsuyu y a las que tanto le costó dominar al Inca. Porque más allá del grado de autonomía que estos pueblos reclamaban para sí, estaban los inconvenientes del clima y del terreno: los ríos torrentosos, los pantanos infectados por miasmas, los animales salvajes y los insectos.
En 1653, el Padre Bernabé Cobo expuso claramente los inconvenientes que existieron para anexionar a los "Antis":
"[…]Fragosidad y aspereza, más que la multitud y esfuerzo de los moradores, habían refrenado la ambición y codicia de los incas, para que no dilatasen su reino por aquella parte, como deseaban y varias veces lo intentaron. Porque, dado que los habitadores (sic) de aquellas montañas y sierras son pocos en número, y éstos muy bárbaros, de naciones diferentes, divididos en cortas behetrías y sin la industria y disciplina que los vasallos de los incas, con todo eso, ayudados de la espesura y fragosidad de sus arcabucos y montañas y de los muchos ríos y ciénagas que en ellas hay, eran bastantes a resistir a los poderosos ejércitos de los incas, a cuya causa ganaron muy poca tierra por aquella parte."
Estas mismas "asperezas" serían las que se interpondrían entre los españoles y el Paititi durante los siglos venideros. Pero estas vallas difícilmente agotaban el entusiasmo; por el contrario, agigantaban los ensueños y empujaban aún más lejos a los codiciosos. Aunque tuvieran que readaptar sus tácticas y, muchas veces, modificar su estrategia. Esto ocurrió con los peninsulares, pero antes que a ellos a los incas les ocurrió algo parecido.
Hacia el año 1572, el cronista español Pedro Sarmiento de Gamboa, recibió el encargo del virrey Francisco de Toledo para que escribiera una historia sobre el pueblo que acababan de conquistar. Obedeciendo las órdenes del impetuoso virrey del Perú, Sarmiento recogió informaciones de gran valor testimonial, por haber provenido de familiares directos de estirpe incaica. En ellas se hacen claras referencias a los intentos practicados por el inca Túpac Yupanqui (que reinara desde 1471 a 1493) de ingresar en la selva, para alcanzar el denominado Reino de los Mojos.
Cuenta Sarmiento de Gamboa:
"Mas como la montaña de arboleda era espesísima y llena de maleza, no podían romperla, ni sabían por dónde habían de caminar para dar en las poblaciones que abscondidas (sic) muchas estaban en el monte. Y para descubrillas (sic) subíanse los exploradores a los árboles más altos, y adonde vían (sic) humos, señalaban hacia aquella parte. Y así íban (sic) abriendo el camino hasta que perdían aquella señal y tomaban otra[…]. Entró pues Topa Inga (Tupac Yupanqui) y los capitanes dichos en los Andes, que son unas terribles y espantables montañas de muchos ríos, adonde padeció grandísimos trabajos, y la gente que llevaba del Pirú (sic), con la mudanza de temple de tierra, porquel (sic) Pirú es tierra fría y seca y las montañas de los Andes son calientes y húmedas, enfermó la gente de guerra de Topa Inga y murió mucha. Y el mesmo (sic) Topa Inga con el tercio de la gente quél (sic) tomó para con ella conquistar, anduvieron mucho tiempo perdidos en las montañas sin acertar a salir á un cabo ni á otro, hasta que Otorongo Achachi (uno de los capitanes del Inca) se encontró con él y lo encaminó. Conquistó Topa Inga y sus capitanes desta vez cuatro grandes naciones. La primera fue la de los indios llamados Opataries y la otra llamada Manosuyo y la tercera se dice de los Mañaries ó Yanaximes, que quiere decir los de las bocas negras, y la provincia del Río y la provincia de los Chunchos. Y por el río de Tono abajo anduvo mucha tierra y llegó hasta los Chiponauas. Y por el camino, que ahora llaman de Camata, embió (sic) otro grande capitán suyo llamado Apo Curimache, el cual fue la vuelta del nacimiento del sol y caminó hasta el río, de que agora (sic) nuevamente se ha tenido noticia, llamado el Paytite, adonde puso los mojones del Inga Topa."
Esta es una de las primeras descripciones del camino seguido por los incas en la selva paralela al río Madre de Dios, para arribar hasta el Paititi. Pero no es la única.
El cronista Vaca de Castro, en el año 1544 sostuvo (sin indicar la ruta) que
"El Inca no pudo dominar a los bárbaros por la fuerza, por eso los trajo a sí con halagos y dádivas, hasta tener sus fortalezas junto al río Paititi y gente de guarnición en ellas."
Finalmente, quisiera citar a uno de los cronistas más famoso y controvertido de la época colonial, el "Inca" Garcilaso de la Vega, quién en sus Comentarios Reales, apuntala las noticias referidas a las incursiones en la selva.
Garcilaso señala que no fue Túpac Yupanqui el primero en intentar conquistar el Antisuyu. Según él, Inca Roca (uno de los denominados "soberanos legendarios" del Cuzco, que habría gobernado hacia el año 1350 d. C.) determinó enviar a su hijo Yaguar Huaca (o Yawar-wakak), con quince mil hombre, hacia el oriente. Éste llegó con buen suceso hasta el río Paucartambo y siguió adelante, reduciendo a los pocos indios que encontró en el camino. Cuando llegó al río Pilcopata, escribe Garcilaso: " […] mandó poblar cuatro pueblos de gente advenediza, […] que son las primeras chacras de coca que los incas tuvieron."
Más adelante el cronista hace referencia a la expedición de Túpac Yupanqui, y escribe:
"Tuvo el Inka Yupanqui por cierta relación que sus antepasados i él habían tenido, deseo de conquistar aquellas anchas y largas regiones de los Antis, donde había muchas tierras, de ellas pobladas […] i otras inhabitables por las grandes montañas, lagos, ciénagas i pantanos […]. Tuvo así mismo noticias que entre aquellas provincias de chunchos, una había muy poblada i de las mejores i más ricas, que llamábase Musu, a la cual se podía entrar por un gran río […]. Pensó valerse el Inka de este gran río para hacer bajar su ejército de diez mil hombres a la conquista de la decantada provincia Musu, que por tierra era imposible entrar en ella, por las bravísimas montañas, lagunas i ciénagas que había de transitar. Cortada una grandísima cantidad de madera […]hicieran tantas i tan grandes balsas para que cupiesen los diez mil hombre de guerra. Casi dos años tardaron en estos aprestos. Finalmente, […] se embarcaron en sus balsas y se hecharon río abajo, donde tuvieron grandes batallas con los chunchos, que vivían en las riberas a una y otra mano del río Amarumayo. […] Al fin de muchos trances en armas i de muchas pláticas, se redujeron a la obediencia y servicio del Inca todas las naciones de la una i otra ribera de aquel gran río i enviaron en reconocimiento de vasallaje muchos presente al Inca Yupanqui[…]. Reducidas las naciones de las riberas, […] pasaron adelante i sujetaron muchas naciones más, hasta llegar a la provincia que llaman Musu […] que está a 200 leguas del Cusco.
Dicen los incas, que cuando llegaron a los Musu los suyos por las muchas guerras que atrás habían tenido, llegaron a esta tierra poco más de mil hombres, porque a causa de las muchas acciones de guerras i largos caminos, se habían muerto o gastado los demás. Los Musus no pudieron ser avasallados por esta expedición, i por tanto los incas tomaron el partido de la persuasión para que aquellos fueran sus amigos y confederados, en cuya virtud convinieron en dejarlos poblar en sus tierras […]. Los Musus eligieron también embajadores que fuesen al Cusco […].
Es a partir de testimonios como los arriba citados que podemos datar, con cierto grado de aproximación, la efectiva y definitiva presencia de los incas en la región del Paititi. Si tenemos en cuenta que fue Túpac Yupanqui el emperador que terminó por imponerse sobre los Antis, la fecha de las operaciones militares y diplomáticas de las que hablan Sarmiento, Vaca de Castro y Garcilaso, deben rondar en una fecha cercana a 1476-1479. Aunque, sólo después de la conquista española se darían los lazos más firmes entre cusqueños y chunchos.
Toda la región ganó fama de inexpugnable, fascinando y atrayendo al conquistador. Con el paso del tiempo la fantasía creció; siendo aderezada con distintos condimentos, muchos de ellos de origen mediterráneo. La presencia de los incas en la selva desencadenó el sueño de poder encontrar en ella los tesoros transportados (ocultados) tras la conquista, o la ansiada posibilidad de descubrir un nuevo Qosqo, con mayores riquezas que las halladas en el viejo. Así, durante gran parte del siglo XVII, se fueron acumulando relaciones e informes que hablaban de la Noticia Rica del Paititi. Relaciones que, curiosamente, aún hoy en día son posibles escuchar.
Con fecha 31 de julio de 1570 (aún cuando los incas de Vilcabamba resistían desde su ciudad refugio), Juan Álvarez Maldonado, un intrépido vecino del Cusco, escribió que
"Pasado el río Paitite […]se dan noticias de una sierra muy rica de metales, y en ella hay grandísimo poder de gente al modo de los del Pirú (sic) y de las mismas ceremonias y del mismo ganado y traje. Los indios de estas provincias son gente alzada, vestida de algodón y todos con ritos y ceremonias que son como los Yngas del Pirú y es tierra de minas de oro."
Si nos guiamos por este testimonio debemos llegar a la conclusión de que existían grupos de incas escondidos no sólo al noroeste de Cusco (Vilcabamba), sino también "adentro", en la selva oriental. Los dichos del Padre Diego Felipe de Alcaya reconfirman esto cuando sostiene que, después de las campañas de Túpac Yupanqui, un sobrino del Inca Huayna Cápac (cuyo gobierno se extendió de 1493 a 1525) ejerció el poder de los territorios selváticos ocupados, desde antes de la llegada de los españoles al Perú.
Escribe el Padre Alcaya:
"Una vez que el sobrino del inca sujetó el territorio despachó a su hijo a que diese al Inca cuenta de lo conquistado, pero le encargó el secreto de la Tierra Rica, para que no se la quitase; y que sólo le dijese que había encontrado plomo (Titi en su lengua significa plomo y Pay ‘aquel’). Y lo mismo encargó a los 500 indios que le dio para que lo fueran sirviendo hasta el Cuzco. Y le mandó que trajesen sus mujeres e hijos, y las tías y madres de sus hijos; y que le dijesen al Inca que por ser aquella tierra buena para la labranza la había poblado y que le enviara carneros y semillas. […] Llegado Guaynaapoc (‘Rey Chico’) a la ciudad de Cuzco alló la tierra controlada por Francisco Pizarro y a su tío (el Inca reinante) preso, y al otro Inca retirado en Vilcabamba. En esta ocasión, combocó (sic) Guaynaapoc a los indios a que lo siguieran a la nueva tierra que ahora llamamos Mojos. Siguieron a Guaynaapoc 20 mil indios (muchos más de los que pasaron a Vilcabamba con su rey), llevando consigo gran suma de ganado de la tierra y oficiales de platería. Y pasó al Paititi, donde fue recibido por su padre y soldados muy alegremente."
Y es otra información de 1635 la que termina diciendo:
"Con su vuelta (la de Guaynaapoc) se perdió noticia de esta gente, aunque siempre he oído decir que se trata de gente del Cuzco. Y cuando S. M. mandó a Don Melchor Inca a España en 1602, se vio en Cuzco mucha gente nueva, y se dijo que habían venido a despedirse de él."
Decenas de testimonios, como los precedentes, refieren la existencia efectiva de incas en las selvas del Antisuyu manteniendo un aislamiento voluntario que, aparentemente, sólo era roto en determinados momentos. Los lazos con el Cusco no estaban perdidos y, de tanto en tanto, comitivas secretas se mezclaban entre la multitud citadina ya sea para reverenciar a un descendiente de sangre real, rendir homenaje al sagrado "Ombligo del Mundo" o extraer información valiosa de los españoles.
Podríamos citar mucho testimonios más, pero para no cansar al lector, me limitaré a transcribir un último informe español del año 1623, titulado Descripción del Paititi y provincias de Tipuani y Chunchos, de Juan Recio de León.
"[…] Me trajeron tres o cuatro indios principales, muy vaqueanos, y haciéndoles preguntas respondieron que por tierra o por agua llegaban en cuatro días a una gran cocha (laguna) y que hay en ella muchas islas, muy pobladas de infinitas gentes, y que al señor de todas ellas le llaman Gran Paytiti. Diéronme también noticia estos indios de mucha cantidad de gente […] que son muy riquísimos de plata y ganado de carga de los que se crían en el Pirú (sic). Contaron también que […] todos estos indios visten de algodón. Usan ritos y ceremonias iguales que los del Perú, por ser indios procedidos de los que el Inca entró aquí de guarnición. Están retirados en el dicho descubrimiento del Paititi la mayor parte de los indios que faltan del Perú."
Río, provincia, reino o ciudad. El Paititi parece no definirse de manera acabada cuando las crónicas y comentarios se cruzan entre sí.
Para unos, sólo constituyó un mojón geográfico (fluvial) desde el cual era factible ingresar en un territorio poco conocido, selvático y agreste. Para otros, su nombre encarna únicamente el título jerárquico de un rey, cacique o Señor de una nación ubicada en la cuenca amazónica, y que tuviera regulares contactos con los incas. Finalmente, algunos afirman que el Paititi es una ciudad de singular importancia que todavía permanece perdida en la selva (en algún lugar del departamento peruano de Madre de Dios o en territorios colindantes de los actuales Brasil y Bolivia).
Pero sea cual fuera la explicación que se acepte, en todas ellas el elemento oro se hace presente, directa o indirectamente. El oro y el Paititi se entremezclan de forma constante y es ahí cuando la realidad se transforma en mito. El oro es el filtro que desdibuja muchos de los acontecimientos relatados, haciendo del Paititi algo que, seguramente, nunca fue: el repositorio áureo de los últimos incas del Cusco.
Como indica el historiador argentino Roberto Levillier: "[…]la caída de Cajamarca es la hora en que se desploma el Imperio […], sin embargo se notó que habían desaparecido en poco tiempo millares de indígenas. Después de la muerte de Atahualpa y Huáscar, los "orejones" (elite inca) buscaron refugio con sus familias entre los mojos del Paititi, a más de 200 leguas de Vilcabamba. Lugar protegido por cordilleras, selvas y ríos. […] La dificultad de ver siquiera a los incas, los rodeaba de misterio, y como era natural la leyenda de que poseían riquezas inmensas de oro y plata encendieron la ilusión. Ése fue el verdadero mito. Nunca estuvo el Rey Dorado en el Paititi de los Mojos, no poseían minas ni había más que topacios y ópalos."
Una opinión semejante sostiene el investigador cusqueño Víctor Angles Vargas, quién manifiesta de manera tajante que todos los comentarios relacionados con el oro, los tesoros ocultos, las estatuas doradas y los discos áureos son productos de la afiebrada imaginación de la gente. Según este autor, "Cuando decimos que el Paititi no existe, nos referimos a ese Paititi"; y agrega: "El oro, la plata, el bronce, las llamas, los tejidos, las tierras y otros bienes, tuvieron un significado y un valor totalmente diferente en la sociedad inca, en comparación con los criterios europeos. Los objetos hechos de metales preciosos y otros de factura artística, tuvieron entre los incas, claro está, un contenido económico, pero el valor de uso y el valor de cambio, difería parangonado con la consideración europea; aquí (en Perú) carecieron de pleno valor de cambio, no fueron hechos para el mercadeo, no tuvieron carácter monetario, tuvieron valor estético-religioso tuvieron un relativo valor de uso; esos bienes no eran manejados por la población, sino por la nobleza con utilidad ritual y estética" .
Si bien ambos historiadores concuerdan en considerar que los tesoros del Paititi son fábulas románticas de gran arraigo, existe un punto en el que no coinciden. A diferencia de Levillier, Angles Vargas niega el hecho de que la elite inca haya huido a la selva a la llegada de los españoles. Para él la "colonización mental" fue tan rápida, y los lazos que muchos españoles entablaron con miembros de las altas jerarquías cusqueñas, tan fuertes, que "De haberse producido alguna migración del ámbito tahuantinsuyano hacia el Paititi, los nobles cristianizados […] hubieran denunciado tales hechos, directamente o bajo la penumbra de los confesionarios. De idéntica manera, las concubinas de los peninsulares, ganadas por la catequización y sentimientos íntimos, habrían denunciado tales traslados humanos y de tesoros, ante sus amos" .
Compartimos en parte la argumentación de Angles Vargas, y estamos de acuerdo en considerar leyenda todo lo relacionado con una ciudad repleta de oro y plata; pero no negamos la fuerte posibilidad de que los incas se internaran en las selvas orientales.
Como ya hemos visto, muchísimos documentos de los siglos XVI y XVII, incluso del XVIII, afirman sobre la existencia de incas "escondidos" en la vertiente Este de la cordillera de los Andes. Además, son numerosos los restos arqueológicos de factura incaica que se han encontrado en pleno corazón de la selva (tambos, caminos, puentes, templos y guarniciones militares); como así también, un importante glosario de palabras quechuas para nombrar sitios, que hasta hoy día siguen conservando esos nombres originales. Por último, variadas comunidades selváticas de la actualidad tienen incorporadas en sus vocabularios términos quechuas, que parecerían indicar relaciones muy antiguas con los señores del Cusco.
La inmensidad del territorio, que sólo es posible advertir estando allí mismo, nos autoriza a mantener abierta una bien fundada duda. Si Manco Inca pudo resistir la conquista ibérica durante cuarenta años desde la ciudad de Vilcabamba (de la cual se tenían referencias ciertas sobre su ubicación casi desde el momento mismo en que este inca se refugió en ella, en 1536), ¿Por qué desechar la existencia de otros centros de resistencia en terrenos que eran – y son – mucho más duros y "fragosos?" ¿Por qué no considerar la posibilidad de que el Paititi, o como quiera se lo llame, designe, de manera generalizada y desdibujada, uno o varios complejos arquitectónicos aún no encontrados, y en los que algunos miembros de la nobleza cusqueña hallaran refugio por más tiempo que el comúnmente admitido?
Se dice que la historia inca terminó en 1572 cuando las huestes españolas ocuparon la ciudad de Vilcabamba la Vieja y capturaron al Inca Túpac Amaru. No estamos tan convencidos de seguir sosteniendo esa hipótesis. Nuestra experiencia en el escenario selvático del drama nos ha dado otra óptica, que es la quisiera explicar brevemente en las líneas que siguen.
Nadie sabe, a ciencia cierta, qué es o en dónde se encuentra el legendario Paititi. Como hemos visto en el apartado anterior, desde el siglo XVI se han acumulado diversas opiniones, superponiéndose unas sobre otras, y generando mas desconcierto y misterio que certezas. Cuando hablamos del Paititi estamos en el territorio del rumor, y en él es posible (y natural) la indefinición, los agregados personales, la fábula y el equívoco. Es la vigencia que el tema tiene, desde hace más de cuatrocientos años, lo que nos sorprende e interesa; porque además de su increíble capacidad de atracción, generada por sus supuestos tesoros, el Paititi denota algo poderoso y duradero que, tal como lo sostiene Arturo Uslar Pietri, "no puede verse como el fruto de una fantasía pasajera o de una fiebre de oro inagotable; revela mucho más y es necesario entenderlo para comprender mejor el oscuro y fecundo proceso de la creación del Nuevo Mundo."
Durante la Expedición Vilcabamba he descubierto que si todos los que rodean a uno creen algo en particular, muy pronto uno mismo se sentirá tentado en compartir la misma creencia. Eso fue lo que nos ocurrió como grupo. De descreídos racionalistas y fríos universitarios pasamos a convertirnos en románticos buscadores de ciudades perdidas, aunque más no sea en los relatos que nos contaban a lo largo de nuestra ruta.
Las expediciones que intentan encontrar al Paititi no han terminado. Todos los años, cuando el mes de Junio inaugura la temporada alta de turismo, el Cusco se ve invadido de exploradores y aventureros de diversas partes del mundo que, aprovechando la estación seca, intentan organizar "entradas" en la selva buscando algo que sólo en el ámbito de la oralidad es claro y concreto. Se lo denomina con diferentes nombres. Unos buscan Plateriayuc, una supuesta ciudad hecha de plata que se encontraría en las inmediaciones de la ciudadela de Machu Picchu. Otros, van tras las huellas del misterioso Pantiacolla, sitio que designa con el mismo nombre tanto una meseta (que existe realmente) como una ciudad extraviada en la foresta de la Amazonia peruana. También están los pretenden ubicar la fabulosa Wilkapampa "La Grande", que no sería otra que la auténtica capital del exilio y que, tapada por la selva, aún espera ser desenterrada. Finalmente, aparecen los tenaces buscadores del Paititi propiamente dicho.
Todos estos modernos "conquistadores" vienen empapados de teorías muy personales. Cada uno de ellos supone tener la clave para arribar al destino deseado. Cada uno testimonia poseer el documento, el mapa o el guía local adecuado para tener éxito. Pero, indefectiblemente, todos fracasan. El Paititi no aparece, al menos con las características que da la leyenda; lo cual no implica que siguiendo su elusiva ubicación no se hayan realizando descubrimientos arqueológicos notables. Las ruinas de Mamería, en la zona de la Meseta del Pantiacolla (halladas en 1979), o importantes segmentos de viejos caminos incas, son prueba acabada de todo ello.
El problema radica, entonces, en responder, con la mayor exactitud que nos sea posible, tres preguntas claves: ¿qué significa el término Paititi?, ¿De qué cultura fue, efectivamente, parte? y ¿En dónde se levantarían sus supuestas ruinas?
Para cada una de estas cuestiones existen respuestas variadas. Empecemos, pues, por la primera.
Ninguna de las crónicas españolas que yo haya leído dan una definición etimológica de Paititi. Toman el nombre de la tradición oral y simplemente lo utilizan sin excavar demasiado en el asunto. Lo describen, lo elogian y adornan con mil maravillas, pero ningún español del siglo XVI pretendió dar con el sentido exacto del término. Recién en nuestros días, investigadores y fanáticos creyentes, han sostenido que la palabra es de origen quechua y que deviene de una alteración del término Paykikin, que en castellano significaría "como él" o "igual a ese", e incluso "igual al otro". Pero, ¿qué otro?. Según este criterio, el "otro", "ese", "él", no sería sino el Cusco mismo. Es decir, que una traducción literal del término al castellano sería "como el Cusco", pretendiendo con ello hacer suponer que la ciudad del Paititi (como se ve, ya se sobreentiende que es una ciudad) fue una réplica exacta de la antigua capital imperial.
Experimentados lingüistas manifiestan que el argumento anterior es falso.
"En quechua, decir ‘como el Cusco’, se expresa así: Qosqo Jina o también Qosqo Kikillan. Decir ‘como él’, se expresa pay kikillan , o también pay kikin, jamás Paititi. Pero la expresión ‘como él’, así suelta es incompleta y ambigua, vacía. Por lo tanto no hay ni hubo argumento para pensar que ‘él’ correspondiera precisamente a la ciudad del Cusco" .
Otras traducciones sostienen que Paititi significa "dos colinas", "dos pumas", "dos metales", "segundo imperio", "así", etc.
Lo cierto es que el significado literal de este nombre aún no ha sido encontrado. Como argumenta el profesor Daniel Heredia, "probablemente pertenezca a un idioma de la región selvática y que tenga una raíz tupí-guaranítica" .
Esto nos conduce, pues, a la segunda cuestión: ¿A qué cultura perteneció el Paititi?
Para el escritor peruano Ruben Iwaki Ordoñez, autor de un "clásico" en el tema, no cabe la menor duda de que el Paititi es una ciudad incaica, protegida por indios salvajes y contenedora de estatuas de oro de inmenso valor. Según Ordoñez, en ella se escondieron los tesoros cusqueños cuando los españoles invadieron el Perú. Esta hipótesis es la que más ha calado en el imaginario cusqueño de la actualidad y es, como puede advertirse, la que posee raíces más coloniales. Misma opinión defienden el Padre Juan Carlos Polentini Wester en su obra Por las Rutas del Paititi y Fernando Aparicio Bueno.
Pero existe otra teoría que, a mi modesto entender, puede que sea la que se acerca más a la realidad, y que sostiene que el Paititi fue un reino amazónico, "una avanzada cultura de la selva, superior a las demás y con una vasta influencia, que los incas conquistaron culturalmente (no militarmente) haciéndoles adoptar leyes, costumbres, vestidos e idolatrías" .
Al respecto, el célebre explorador arequipeño Carlos Neuenschwander Landa, escribió: "[…] El Paititi habría existido, en realidad, como un vasto reyno (sic) que agrupaba a los pueblos que habitaban las grandes cuencas del Amaru Mayo o Madre de Dios y del Beni. […] Según Garcilaso, los incas trataron de conquistar al Paititi o Reyno de los Musus (o Mojos). […] El Antisuyu habría sido, pues, una región de fronteras de expansión y retracción variables donde se aglutinaban […]los pueblos y las culturas del Imperio de los Incas y del Reyno del Paititi. En la vertiente oriental de la cordillera de Paucartambo, el proceso de colonización mezclada había dejado como huella, numerosas poblaciones, caminos y otros vestigios, ubicados en las cumbres, narigadas y laderas de los contrafuertes que descienden a la selva y que la tradición conservó en nombres como Apu-Catinti, Callanga, Mameria, Yungary, Pantiacolla y Huchuy Catinti. Erróneamente, en la actualidad, a todas ellas se les denomina genéricamente como Paititi, queriendo significar con ello, no una concentración determinada de ruinas, sino más bien restos arqueológicos (de una ciudad) ocultos por la selva que cubre esa intrincada franja territorial".
Por su parte, el escéptico Víctor Angles deja abierta la posibilidad de que efectivamente el Paititi haya podido ser una cultura amazónica.
Pero también están los otros, aquellos que arrastrados por un excesivo espíritu de resistencia, siguen afirmando que el Paititi no es una ciudad muerta, sino un centro urbano que todavía congrega a una importante comunidad de incas vivientes que, protegidos por la selva, han podido resguardar sus costumbres, rituales y creencias de un modo intacto. Un Mundo Perdido. Tal como nos lo describiera Don Salvador, el chamán.
Además, en la zona de Chinchero y Urubamba (muy cercanas al Cusco), o la región del valle San Miguel-Kiteni (al norte de Quillabamba, en plena selva tropical), los aborígenes creen que el Paititi es el verdadero refugio de los últimos incas y que aún están escondidos en la selva. Incluso, sostienen que algunos de ellos se han podido comunicar con las gentes del Paititi, aunque no conocen el sitio donde está.
Mientras nosotros encaminábamos nuestras botas hacia las ruinas Vilcabamba "La Vieja" pudimos colectar variadas versiones sobre el tema, y en todas ellas advertimos dos denominadores comunes: uno, es el temor que el Paititi despierta; y dos, el respeto y admiración que se siente por algo que, hasta ahora, es sólo un nombre.
En cierta oportunidad nuestro guía, Francisco "Pancho" Cobos Umeres (natural del valle del Vilcabamba y gran conocedor de la zona) nos relató:
"Según la narración de muchos moradores del valle, el Paititi es una ciudad perdida bajo tierra [nueva versión] que está encantada, en las altas montañas del Kiteni-San Miguel; y mucha gente cuenta que han llegado, pero apenas están arribando empieza a cambiar el clima, se nubla, comienza a llover… Y también hay muchas víboras en el camino. Pero, así todo, hay personas que han entrado, que lograron traspasar la primer puerta, que es muy linda, hermosa, de piedras finísimas. Adentro es todo un edificio como un palacio, una vivienda inca. Y es muy difícil penetrar porque está lleno de serpientes y víboras venenosas. La gente que ha retornado de ese lugar ha sido picada. Esta es la historia que cuentan muchas personas sobre el Paititi, la ciudad perdida. Yo todo esto lo sé a través de hechos verbales, de historias contadas por mis familiares, abuelos y tatarabuelos que han conocido este lugar (Vilcabamba) y son moradores desde el 1700. Mi abuelo era de los 1800. Ellos me contaron todas estas historias."
Los elementos y las alimañas parecen proteger al Paititi. Al respecto quisiera transcribir la charla mantenida en Lucma con un abnegado profesor rural (Samuel), en la que se condensan muchas de las creencias populares que guardan relación con la legendaria ciudad.
"Los hombres y mujeres del lugar no se acercan a las ruinas que están en la selva. Les temen a los aukis [espíritus]. Les pueden agarrar una enfermedad si el auki se enoja. Y si van a las montañas, comienza a llover; y esto sí es un problema porque sus ganados empiezan a desbarrancarse y mueren.
(Pregunta: ¿No se puede solucionar el tema con "pagos"?).
Claro, con "pagos" sí. Pero hay que "pagar" a la tierra delante de ellos [se refiere a los campesinos], sino no le creen.
(Pregunta: Es decir, que temen meterse en esos lugares…).
Sí, mucho. Difícil se atreven.
(Pregunta: En lo que respecta a religión, son católicos, ¿verdad?).
Sí, la religión es católica, Con poca "mezcla", muy poca… bueno, quizás en estos últimos años… pero no tanto. Todos son católicos. Aquí se vienen haciendo las fiestas patronales, el culto a los santos, los cargos, etc…
(Pregunta: ¿Se han encontrado momias por la zona?).
No, por aquí no. Pero, justamente, yo mismo estoy inquieto sobre dónde han podido enterrar los incas sus restos en Vilcabamba [se refiere al valle y no a las ruinas de Espíritu Pampa]. No creo que los hayan tirado a una laguna o al río, debe haber una zona donde han podido enterrar, y debe existir aquí en Vilcabamba… ¡Pero tan oculta!…
(Pregunta: Y sobre Wilkapampa La Grande o el Paititi, ¿nunca hablaste con los hombres mayores sobre ellas?).
Si hablamos, pero ellos desvían el tema, Dicen que si vas a esas tierras mueres. Por eso no se entra, casi. Yo tuve la oportunidad de hablar con dos personas sobre eso. Me contaron que sus tíos, o abuelos, iban a buscar ruinas. Tenían que pasar por montañas y pantanos. Y fue ahí donde uno de ellos murió, se ahogó. Del miedo se rehusaron a volver, y hoy día no se atreven a buscar la Wilkapampa La Grande o el Paititi. Es zona prohibida.
(Pregunta: ¿Prohibida?, ¿Por quién?…).
Los protectores serían los pantanos, las víboras, el rayo, el trueno, la granizada y la lluvia. Ésos son los protectores.
(Pregunta: ¿Y vos que opinás de todo eso?).
Yo creo que si hubo esto. Si, hubo… hay. Es que nuestros conquistadores no quisieron avisarlo, y los abuelos nos han dicho: "Nunca avisen a nadie". Y eso quedó para siempre: no contar a nadie.
(Pregunta: ¿Crees que la gente de la zona [Lucma, valle del río Vilcabamba] sostenga que haya incas escondidos por aquí?).
¿Incas?…No. Sólo ruinas, restos. Esos si que han quedado ocultos. Hay mucha riqueza oculta…
(Pregunta: ¿Qué podés decirme acerca de los "tapados" [tesoros] en la región?).
Eso existe aquí. ¡Claro!…Aquí existe en cantidad. Si tu te quedas unos días verás que hay llamas que arden en la montaña. Cuando arde una llama, hay riqueza oculta debajo. Si no es riqueza de la conquista, que han ocultado los mismos españoles, son los incas los que la ocultaron para no dársela.
(Pregunta: ¿Conocés a alguien que haya descubierto un "tapado"?).
No han descubierto… ¡Han sacado! ¡Han sacado pequeñas riquezas! Por eso muchos se fueron. En algunos casos porque los vecinos los han amonestado diciéndoles: "Si otra vez sacas, ¡mueres!"…Pero, ¡si han dejado tantos tapados los españoles!…Contaminados, claro… Los han dejado siempre con algo. El Inca ha sido inteligente: "Quien saca, muere", dicen. "Quien toque eso va a morir". Y eso sucede con muchos. Muchos aquí mueren… los que sacan. Se dice: "Sacó el tapado, por eso se murió sin disfrutar las riquezas". Todo esto, aquí, es natural. Quien tiene suerte saca. Quien no tiene suerte muere.
(Pregunta: Esos fuegos que se ven arder, ¿se observan sólo en las montañas? ¿Se relacionan sólo con el Paititi?).
No. Podemos tenerlos en cualquier lugar; en las montañas también o aquí en esta zona [señalo un amplio llano]. Hay bastante riqueza aquí. El Paititi, o Espíritu Pampa deben estar llenos de oro."
Este interesante fragmento de la conversación corrobora la vigencia de una larga tradición, seguramente venida de Europa y mezclada con elementos propios del mundo prehispánico. En el Viejo Mundo los tesoros escondidos eran custodiados por dragones o serpientes con garras y alas, grifos (mitad águila y mitad león), monstruos varios, espíritus o demonios. Común en España, estas creencias tenían también en el fuego, la llamas y llamaradas de los lugares altos, a verdaderos faros que revelaban la existencia de tesoros enterrados. En América del Sur, especialmente en las regiones andinas, las riquezas ocultas tienen centinelas de fuego, que son los que constantemente señalan el sitio de tesoros escondidos y encantados.
Como escribió Daniel Granada:
"Todo lugar que ofrezca alguna particularidad extraña o sorprendente, que infunda pavor o recelo, todo lugar donde en forma alguna se manifieste el movimiento de la vida de la naturaleza y que sea poco frecuentado o menos accesible […], despierta en el alma del hombre […] la idea de misterio. De ahí nace el encanto del que, juntamente con la imaginación, nacen los diversos fantasmas que pueblan y acompañan a cerros, cavernas, ruinas, selvas, montes y lagunas."
Pero en el caso del Paititi , sus protectores no sólo son serpientes venenosas, truenos o rayos. Como ya hemos mencionado anteriormente, se dice que tribus salvajes impiden el ingreso al perímetros de la ciudad (?). Algunas de ellas tienen una existencia comprobada, otras son de carácter tal elusivo como las ruinas que protegen. En este último rubro se ubican los Paco-pacoris.
Nos comentaron en el Cusco:
"Cuando los incas se internaron a todas esas zonas llevaron a sus mejores guerreros y la selva los ha ido mestizando con las comunidades nativas, y al final se han transformado en chunchos. Ellos son ahora los celosos guardianes de las ciudadelas. Hoy se habla de los machiguengas, de los huachipaires, de los paco-pacoris, de los piros y otras tribus más de la zona de la meseta de Pantiacolla. Los Paco-pacoris son los directos (hasta donde la tradición informa) guardianes de las principales ciudadelas incas que han quedado en la selva. Ellos han sido escogidos por ser los más leales guardianes de los incas.
Los incas eran hombres corpulentos. Se habla de soldados de 2,20 metros, de 2,10 metros… y esos eran los paco-pacoris. Eran los "comandos del inca", y han sido los que estuvieron en primera fila en la ida a la selva. Y ellos serían los encargados, los celosos guardianes, de las entradas a las ciudadelas.
(Pregunta: ¿Y se los ve seguido?).
Se tiene unas tres o cuatro referencias de personas de todo crédito, en las que han hecho alusión a la crueldad y también a la severidad de estos Paco-pacoris. Los testigos son gente que están ligada a la ceja de selva cercana al Cusco, pero hay otra versión aislada, casi segura, que los ubican por la zona de Riberalta (Bolivia).No aceptan intrusos. No aceptan exploradores."
Debo confesar que el comentario nos dejó un tanto intranquilos, máxime si tenemos en consideración que otra versión sostenía que los Paco-pacoris eran los "fieros cuidantes de las ruinas de Vilcabamba".
En síntesis, se podría decir que, con o sin oro, alimañas o indios protectores, la tradición oral le da al Paititi dos posibilidades: la primera (más lógica y posible), que sea uno o varios yacimientos arqueológicos (ruinas) perdidos en la selva; y la segunda (más imaginaria, pero con una fuerte dosis inconsciente de resistencia), que sea una ciudad en la se conservan los auténticos incas descendientes del viejo Tahuantinsuyu, esperando el momento adecuado para reeditar el perdido esplendor.
Pero eso no es todo. En los últimos años se ha empezado a imponer una tercera posibilidad que, de todas las planteadas, es la más delirante. Sus raíces no son nuevas, podemos rastrearlas bien entrado el siglo XIX y encontrar claramente las influencias de la escuela Teosófica, del Espiritismo y de un esoterismo mal entendido. Pero a este legado decimonónico, la moderna New Age le ha incorporado "maestros", "energías" y "poderes espirituales" de origen extraterrestre (¡?). Así, pues, algunos autores (sic!) manifiestan que el Paititi revela la existencia de una antigua civilización venida del espacio exterior (creadora, a su vez, de la mítica Atlántida) y portadora, como era de esperar en los tiempos actuales, de un mensaje de buenas ondas de amor y paz. Creo que sobre este tema no vale la pena seguir explayándonos.
Nos queda por intentar contestar la tercera y última cuestión: ¿En dónde se levantan los supuestos cimientos del perdido reino o ciudad del Paititi?
Si bien todos coinciden en ubicarlo hacia el oriente del Cusco, existen discrepancias muy marcadas entre los investigadores. El "oriente" es muy extenso; por lo tanto, sindicar esa dirección sin especificar (justificadamente) un sitio concreto, de poco sirve. Generalizaciones de este tipo lo único que promueven es la catalogación de cualquier resto arqueológico con la atractiva etiqueta de "Paititi". Cosa que ya ha ocurrido en el pasado, y sigue ocurriendo.
Tras comparar las hipótesis más conocidas, y de gran circulación en la actualidad (tanto de forma escrita como oral), hemos podido detectar que dos sectores son los que se disputan la posesión de la tan mentada "ciudadela" incaica.
El primero es el que corresponde a la denominada Meseta del Pantiacolla. Ésta se levanta en territorio peruano, en el actual Departamento de Madre de Dios, y generalmente es la preferida por los cusqueños. Los autores que se encolumnan detrás de esta hipótesis son: Ruben Iwaki Ordoñez; el anónimo, esotérico y delirante "Brother Philip"; el Padre Juan Carlos Polentini Wester; el explorador arequipeño Carlos Neuenschwander; Fernando Aparicio Bueno y el historiador y restaurador cusqueño Enrique Palomino Díaz. Todos ellos afirman que habría que circunscribir el área de búsqueda en la zona determinada por los 13º – 12º Latitud Sur y los 72º -71º Longitud Oeste (territorio enmarcado por los ríos Manú, al norte; Madre de Dios al oeste; y Paucartambo al sur).
Esta región es muy rica desde el punto de vista arqueológico y, tenemos que admitirlo, con muchos misterios por resolver. Uno de ellos lo constituyen los Petroglifos de Pusharo: una pared rocosa de 30 metros de largo por 3 de altura en la que se han grabado extraños signos de los que poco se sabe y mucho se especula. También quedan por estudiar muchos tramos de caminos desenterrados y puestos de avanzada incas. Con toda seguridad, en el futuro la región del Pantiacolla arrojará nuevos materiales de investigación. Queda muchísimo por hacer allí.
Así todo, nosotros creemos que si del Paititi queda algo, debemos buscarlo mucho más hacia el Este. La región de la famosa meseta no fue sino un corredor, un lugar de paso, que condujera a los incas hacia lo que hoy día serían territorios del norte de Bolivia y oeste de Brasil. Arribamos, entonces, al segundo sector en cuestión.
Todos los documentos coloniales, o al menos los que hacen referencia de manera más específica al Paititi, dicen ubicarlo a unas 200 leguas de Cusco (aprox. 1.100 Km. al Este); y esto nos lleva mucho más allá de Pantiacolla. Los historiadores que apoyan esta hipótesis fundan sus dichos amparados en estas fuentes escritas de los siglos XVI y XVII (que dan distancias aproximadas, nombran ríos y señalan accidentes geográficos), y no tanto en la tradición oral que circula hoy en la sierra. Por eso les asignamos un mayor crédito.
Dos de los más reconocidos investigadores que defienden esta posición son: el historiador argentino Roberto Levillier y el cusqueño Daniel Heredia.
Partiendo del supuesto de que el Paititi no fue una creación de la mente, R. Levillier, reitera en más de una oportunidad que sólo el oro en masa era fábula, y que todos los informes escritos, dejados por conquistadores, misioneros, soldados y aventureros durante el proceso de conquista y colonización, señalan a las Sierras de Parecis (hoy territorio de Rondonia, en el Matto Grosso brasileño) como el sitio en el que se ocultaron los últimos incas. Incluso ubica con exactitud su posible emplazamiento cuando escribe:
"Las Provincias del Paititi se extendían desde la proximidad del río Madeira, por 11º de Latitud Sur y 64º de Longitud Oeste, con inflexión Sudeste hasta las cabeceras del río Paraguay, en 13º Latitud Sur y 57º Longitud Oeste."
Por su parte, Daniel Heredia, tras un concienzudo manejo de fuentes documentales, concluye que el suelo boliviano es el escenario histórico buscado, ya que
"Si bien la ubicación del Paititi o reino de los Musus puede que esté a una distancia probablemente exagerada o deficiente, un promedio prudencial lo situaría entre los 10º y 11º de Latitud Sur, y los 67º y 65º de Longitud Oeste; en la zona de la confluencia de los ríos Beni, Amarumayo (Madre de Dios) y Mamoré, sobre el arco que forma éste último en la zona, al norte de la ciudad de Riberalta."
¿Perú, Brasil o Bolivia?
Todo parecería indicar que la última postura analizada es la que se acerca más a la verdad; pero, aún así, no puede darse el veredicto definitivo. Hasta que la historia y la arqueología no encuentran datos más concretos nos veremos obligados a seguir tratando de separar la fantasía de la realidad; reconociendo la vigencia de un antiguo dicho peruano que sostiene que
"Todos los reinos limitan con el Paititi, pero él no limita con ninguno".
Cuando regresamos al Cuzco, tras doce largos días de caminata y exploración, algo había cambiado dentro de mí. Ya no era el escéptico de antes. La selva y su imponente majestuosidad me habían hecho ver la realidad histórica de una manera diferente. El romántico sueño de las ciudades perdidas era aún posible y las espesas selvas de la región "tampú" podían albergar todavía restos de ciudadelas no catalogadas. Toda la zona explorada, esa a la que se llega remontando el cauce los ríos Vilcabamba y Pampaconas, es una verdadera mina sin explotar. Son pocos los yacimientos arqueológicos debidamente clasificados, deforestados o convenientemente conservados, y muchas las referencias que los lugareños hacen respecto de muros, palacios y templos que ocasionalmente encuentran tapados por la espesura, pero a los que luego pocos se animan a ir, y menos aún denunciar. Como de manera muy acertada me dijera un especialista norteamericano, destacado por la Universidad de California en Cuzco: "Si los historiadores y arqueólogos europeos, que mueren por un simple jarrón o plato de origen griego, supieran lo que se puede encontrar en estos valles, cambiarían de especialidad. ¡Estamos hablando de ciudades enteras, y pocos saben o creen en ello!".
Pero este provincialismo mental es entendible en muchos intelectuales de escritorio; especialmente en aquellos que jamás han transpirado debajo del húmedo manto de la selva, ni han conocido la inmensidad el escenario en el que se desarrolló el capítulo final del drama precolombino. Para muchos de ellos, que sólo han sido entrenados para mantener sus narices pegadas al suelo (de preferencia, bajo el suelo) o a la tinta oscura de los documentos de una biblioteca, el árbol les impide ver el bosque. Sentados en sus mullidos sillones de burócratas y "académicos", raras veces gastan energías en encontrar ciudades perdidas. No sería científico, aducen. Y, por lo tanto, raras veces son ellos quienes las encuentran. Aquellos que lo intentan, o sólo piensan que es posible encontrarlas, son tildados de "herejes", y reciben como respuesta a esas inquietudes sarcásticas sonrisas de desaprobación. Lo que no advierten es que el problema no son los herejes, sino los mediocres.
Muchas ciudades perdidas esperan todavía ser descubiertas, y el renovado ímpetu que la selva ha despertado en muchos exploradores e investigadores nos darán la razón en el futuro. Casi todos los meses nuevos restos arqueológicos, antes no tenidos en cuenta, nos obligan a re-escribir parte de la historia de este continente. Quizás las ruinas del Paititi estén aguardando a su Hiram Bingham para salir de las brumas en las que ha estado durante tanto tiempo. Y es probable que nos decepcionemos al verlas, ya que advertiremos cuántas fantasías se han depositado en ellas.
Lo cierto es que hoy ya no negamos la existencia de lazos entre la sierra y la selva (incluso la costa) en el Perú prehispánico. El hallazgo de cerámica costera en pleno corazón del Amazonas nos induce a pensar que esos contactos no fueron mitos, sino una palpable realidad. También sabemos que los incas se internaron mucho más "adentro" de lo que suponíamos, y que es lógico pensar que levantaran en esos territorios fortalezas y puestos de avanzada.
La ciudad de Vilcabamba "La Vieja", y las decenas de construcciones incas erigidas en la selva tropical, constituyen una prueba objetiva del alto grado de adaptabilidad que tuvieron los cusqueños. Por otra parte, las enormes dificultades que nosotros mismos experimentamos al ingresar en esa zona de resistencia (precipicios, ríos impetuosos, calor insoportable, insectos, denso follaje) nos han hecho dudar que la última dinastía quechua rebelde haya terminado efectivamente en 1572, al caer Vilcabamba en poder de los españoles. Es muy probable que los incas residuales (aquellos que lograron sobrevivir a la captura de Túpac Amaru I) hayan podido huir y conservar hasta mediados del siglo XVIII su aislado predominio de invictos, protegidos por la selva y los desbordes de los ríos. Probablemente sus descendientes se dispersaran entre las tribus selváticas, tras tantos siglos de convivencia.
***
EXPEDICION VILCABAMBA
ROMANTICISMO, CIENCIA Y AVENTURA
LOS EXPLORADORES Y EL IMAGINARIO
POR
PROFESOR EN HISTORIA – DIRECTOR DE LA EXPEDICIÓN Vilcabamba ‘98
La historia de los exploradores es la historia de la búsqueda y del encuentro con lo desconocido. Constituye un campo de estudio amplísimo, tanto por las distintas temáticas que pueden asociarse al hecho mismo de explorar, como por lo dilatado que el tema es desde el punto de vista cronológico. Podemos ubicar sus más remotos inicios hace aproximadamente un millón y medio de años, cuando nuestro antecesor, el Homo Erectus, abandonó África iniciando la lenta colonización de Europa, del Cercano Oriente y Asia. Fue Erectus, de hecho, el primer gran explorador y, aunque nunca lleguemos a conocer cuales fueron sus pensamientos y sensaciones al ingresar en territorios nunca antes recorridos por un homínido, podemos detectar en él el germen de una actitud que se prolongaría a lo largo de toda la historia evolutiva de la humanidad: el deseo por conocer, explorar y controlar aquello que está más allá del alcance de la mirada. Esa curiosidad fue la que nos hizo humanos.
Desde aquellos lejanos tiempos hasta hoy, toda expansión implicó reacomodamientos y ajustes. Se dice que aquel que sale de viaje nunca regresa siendo el mismo; y es cierto. Ninguno de los exploradores posteriores a Erectus mantuvieron la mirada inicial que del mundo tenían antes de partir. Siempre algo se veía modificado, siempre alguna perspectiva se alteraba y las viejas certezas debían ser acomodadas a los nuevos conocimientos adquiridos. Hayan sido viajeros de la antigüedad clásica (griegos o romanos), comerciantes medievales (de los siglos XI al XIII), conquistadores españoles o científicos victorianos del siglo XIX, todo movimiento de expansión territorial implicó apertura y cambio.
Con cada avance, los modelos para interpretar la realidad se alteraban. Viejas concepciones se venían abajo o debían reformularse; y el tablero construido de la realidad social, política, económica o psicológica, se veía sumido en un profundo proceso de transformación a ambos lados de las fronteras traspuestas. Las ambiciones mutaban. Lo mejor y lo peor de cada individuo emergía; y tras proponer nuevos proyectos (personales o nacionales), ponían proa hacía las riquezas de las regiones "vírgenes", que se abrían antes sus asombrados e ilusionados ojos.
A lo largo de la historia de Occidente, tras la caída del Imperio Romano (siglo V d. C.), la cultura europea experimentó tres grandes empujones fuera de sus fronteras. En cada uno de esos momentos se elaboraron diversos tipos de justificaciones para legitimar la conquista y explotación de regiones del mundo nunca visitadas hasta entonces. Podríamos señalar una fecha, un lugar y un personaje para simbolizar el inicio de esta gran expansión. La fecha: 27 de noviembre de 1095; el lugar: la ciudad de Clermont, en Francia; el personaje: el Papa Urbano II. Desde entonces, y acreditando el accionar con el grito "¡Dios lo quiere!", hombres nacidos en la Europa medieval del siglo XI dieron los primeros pasos de un largo proceso de desplazamiento de fronteras que, a partir del siglo XIX, ha recibido el nombre de imperialismo.
En este primer "empujón", desarrollado hasta el siglo XIII, y que se lo conoce cómo la "Revolución Comercial", el fanatismo religioso de los Cruzados los llevó a controlar las costas de Palestina, que a la sazón estaban ocupadas por los musulmanes. Recuperar el Santo Sepulcro y crear bases comerciales para el contacto con el Cercano Oriente eran los objetivos más explícitos. Por otro lado, y tras un secular aislamiento, los europeos se abrían a nuevas posibilidades agrícolas con la roturación de tierras baldías en el oriente de su propio continente, desarrollando técnicas de laboreo que revolucionaron la producción. Como consecuencia de todo ello empezaron a germinar algunos de los elementos que más tarde asociaremos con la modernidad: el renacimiento de las ciudades; la formación de la burguesía; el progresivo camino hacia el materialismo y la gradual concentración del poder en los reyes.
El segundo momento expansivo se practicó a partir los siglos XV y XVI, y corresponde a la época de los Grandes Descubrimientos, inaugurada por Cristóbal Colón. En aquella circunstancia, el destino fue el recientemente descubierto continente americano y hacia él se dirigieron las naos de la conquista y la colonización ibérica. Sobre esta fase nos referiremos un poco más adelante cuando analicemos los mitos movilizadores que impulsaron a miles de españoles a buscar, en tierras americanas, aquellas riquezas, poder y prestigio que ya no podían encontrar en España. Las leyendas generadas en dichas circunstancias serán las bases persistentes de muchos elementos del imaginario que se conservan hoy en día en los antiguos escenarios de lucha entre conquistadores y aborígenes.
La gran y última expansión sobre el globo se registró desde mediados del siglo pasado hasta bien entrado el siglo XX, en lo que se ha dado en llamar la "Era del Imperio" (aproximadamente 1870 – 1914). En esta oportunidad, países industrializados, o en vías avanzadas de industrialización, ajustaron sus brújulas y pusieron proa hacia regiones que aún permanecían desconocidas por la cultura de la Europa Occidental. El horizonte teórico se abrió en abanico y las nuevas perspectivas políticas y económicas generaron tal entusiasmo, que naciones históricamente poco imperialistas se sumaron al proyecto de la ocupación y explotación, con energías nunca vistas hasta entonces. Se establecieron relaciones con pueblos que se habían mantenido aislados histórica y geográficamente, y nacieron así nuevas fronteras coloniales, en donde la presencia conjunta de individuos y culturas diferentes produjeron las denominadas "Zonas de Contacto", en las que no tardaron en advertirse conflictos, coerción e injusticias.
Pero este expansionismo decimonónico, enmarcado en un contexto de grandes avances tecnológicos y científicos, que inauguraban una renovada etapa capitalista y consolidaban a la cultura burguesa europea, no se contentó con el relevamiento y control de las costas. La época de las grandes expediciones marítimas, que iniciaran los viajes científicos del siglo XVIII con personajes tales como Charles de La Condamine (1735) o el célebre Capitán James Cook (1768), había terminado; y en oposición a ella, comenzó una nueva era de exploraciones que perseguía alcanzar el interior de los continentes, en su mayor parte, inexplorados y envueltos en fascinantes misterios.
Así pues, las inmensas cuencas del Amazonas y del Orinoco; los desiertos y selvas de Asia, Oceanía y Australia o la hipnótica atracción que despertó África (el "Continente Negro") no sólo fomentaron la creación de sociedades (privadas y estatales) encargadas de conocer, catalogar y controlar esos "otros mundos", sino que ayudaron a que surgiera un nuevo protagonista: el explorador científico independiente. Con él se generó también una nueva literatura de viajes, un nuevo conocimiento (y autoconocimiento), nuevos códigos y ambiciones y, fundamentalmente, un nuevo imaginario que supo resucitar antiguos mitos, reacondicionarlos y generar otros nuevos.
Sobre este último aspecto nos referiremos en las páginas que siguen.
El imaginario se ha convertido, en las últimas décadas, en el campo de estudio predilecto de los historiadores. Y es entendible que así suceda ya que, a través de él, es posible ordenar y analizar el difícil terreno de la psicología profunda de una sociedad. Como ha escrito Jacques Le Goff, "una historia sin el imaginario es una historia mutilada, descarnada […]; El imaginario es, pues, vivo, mudable" y constituye un fenómeno social e histórico que está presente en todos los grupos humanos.
El imaginario conforma un sistema de referencia siempre cambiante, siendo sus dominios un complejo conjunto de representaciones que desbordan las comprobaciones de la experiencia y que encuentra profundas relaciones con la fantasía, la sensibilidad y el "sentido común" de cada época o lugar; alterando, constantemente, la línea por donde pasa la frontera entre lo real y lo irreal.
Es un hecho evidente que la imaginación y sus productos participan en la historia de una manera mucho más persistente que aspectos del mundo concreto. Sus estructuras sutiles atraviesan siglos, demostrando que los mitos son indestructibles y que resisten mejor que cualquier creación material. Es posible, entonces, hablar de ciertas estructuras permanentes del imaginario que, respondiendo a obsesiones constantes de la humanidad (conocimiento, poder, sexo, inmortalidad, etc.), registran los cambios y las permanencias de las mentalidades a través de los siglos.
José Luis Romero, en Estudio de la mentalidad Burguesa, escribe: "La mentalidad es algo así como el motor de las actitudes. De manera poco racional a veces, inconsciente o subconscientemente, un grupo social, una colectividad, se planta de una cierta manera ante la muerte, el matrimonio, la riqueza, la pobreza, el trabajo, el amor, [el otro y lo otro]. Hay en el grupo social un sistema de actitudes y predisposiciones que no son racionales pero que tienen una enorme fuerza porque son tradicionales. Precisamente a medida que se pierde racionalidad (…) las actitudes se hacen más robustas, pues se ve reemplazado el sistema original de motivaciones por otro irracional, que toca lo carismático (…)".
De esta forma, el imaginario, que constituye un importante capítulo de la historia de las mentalidades, actúa como un vago sistema de ideas que inspira reacciones y condiciona juicios de valor, opiniones y conductas de una determinada época.
¿Cómo actúa el imaginario dentro de un proceso de expansión territorial? ¿Qué elementos poseen los viajes para exacerbarlo? ¿Cómo se plasma y difunde dicho imaginario a lo largo y a lo ancho de una sociedad? ¿Qué factores deben darse para que lo real sea puesto en duda, dando espacio a lo plausible y poniendo en entre dicho a aquellas estructuras que desechan lo sobrenatural y lo asombroso?.
Como de persistencias estamos hablando, intentaremos, analizando con detenimiento el imaginario de los exploradores del siglo XIX, dar respuestas tentativas y provisionales a éstas y otras preguntas. Y puesto que creemos que muchos prejuicios, fantasías y sueños decimonónicos aún se mantienen latentes en nosotros mismos, consideramos interesante practicar un autoanálisis (indirecto) de nuestra propia experiencia exploratoria por la selva peruana. Por este motivo recomiendo leer con suma atención el apartado de este libro titulado "El Diario de Viaje".
Un campo que puede resultar colateral, pero que está íntimamente ligado al tema del imaginario, es aquel que hace referencia al estudio del rumor y sus estrechas relaciones con la construcción de leyendas.
Si bien existen elementos distintivos entre ambos, caracterizando al rumor como usualmente breve y sin estructura narrativa; las leyendas, al decir de Alan Dundes, "pueden ser breves y simples o bien ser narraciones más elaboradas a partir de un conjunto de rumores, reunidos en un punto central". Por lo tanto no sería correcto distinguir categóricamente entre rumor y leyenda, puesto que estamos tratando con fenómenos similares. De hecho, las leyendas son relatos convencionales de lo que fue originariamente un rumor; o, para decirlo más poéticamente, "las leyendas son rumores solidificados".
Por otra parte, es común que los rumores hagan las veces de refuerzo a leyendas ya existentes o las puedan hacer resurgir cuando éstas no tienen circulación oral en la comunidad. En síntesis, la relación entre los rumores y las leyendas es de interacción; se alimentan mutuamente.
Además, y obviando el hecho de que ambas puedan tener elementos de verdad, lo más interesante del tema es que la gente las cree verdaderas. La leyenda y el rumor son plausibles. Realidad y plausibilidad deben estar presentes para que una historia sea aceptada, y para que sea leyenda debe ser aceptada. Por otra parte, lo que se entiende por plausible cambia de grupo en grupo, de tiempo en tiempo; y las realidades de unos pueden ser las fantasías de otros. Esto es lo que se advierte, claramente, en la expansión europea sobre el mundo.
Existe otra condición para que el imaginario se desate y, tanto la leyenda como el rumor, campeen sin restricciones: la ambigüedad. Cuando alguna situación es ambigua surgen ansiedades y temores que facilitan la elaboración de rumores y leyendas.
Estar fuera de casa, a cientos o miles de kilómetros, en plena jungla, montaña o desierto, constituye una situación límite de hondo carácter emocional; un caldero ideal para que la suma de ansiedades, temores, rumores, leyendas y peligros se conjuguen dando por resultado un panorama de la realidad que seguramente no sería considerado con seriedad en el "hábitat" civilizado y racional de partida.
Hemos dicho que la condición más importante de toda leyenda es que sea creída; lo que no significa decir que dicha creencia deba ser necesariamente actual y presente. Basta con que alguien, en algún lado, alguna vez la haya considerado verdadera para que su fuerza se mantenga, afirmando, negando o poniendo en duda algo. Las leyendas, soportes claros de uno de los aspectos de lo imaginario, siempre han acompañado al ser humano, ajustándose a los cambios de las sociedades a través del tiempo. Flexibles y acomodables, satisfacen las profundas necesidades que viven los individuos, en distintos contextos sociales o culturales.
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