Paralelamente a sus estudios desempeña hasta siete trabajos diferentes: redactar noticias en Radio Central (hoy Radio Panamericana), fichar libros y revisar los nombres de las tumbas de un cementerio, son algunos de ellos. Sin embargo, sus ingresos totales apenas le permitían subsistir. En 1959 parte rumbo a España gracias a la beca de estudios "Javier Prado" para hacer un doctorado en la Universidad Complutense de Madrid; así, obtiene el título de Doctor en Filosofía y Letras. Luego de un año se instala en París. Al principio su vida en la ciudad de la luz transcurre entre la escasez y la angustia por sobrevivir, por lo que acepta trabajos que, o bien lo mantenían en contacto con su idioma a través de la enseñanza (fue profesor de español en la Escuela Berlitz), o le permitían trabar amistades literarias, como cuando fue locutor en la ORTF francesa o periodista en la sección española de France Presse.
Los esfuerzos por llevar a cabo su vocación literaria dan su primer fruto cuando su primera publicación, un conjunto de cuentos publicados en 1959 con el título Los jefes, obtiene el premio Leopoldo Arias. Anteriormente había escrito una obra de teatro, el drama La huída del Inca. En 1964 regresa al Perú, se divorcia de Julia Urquidi y realiza su segundo viaje a la selva donde recoge material sobre el Amazonas y sus habitantes. Viaja a La Habana en 1965, donde forma parte del jurado de los Premios Casa de las Américas y del Consejo de Redacción de la revista Casa de las Américas; hasta que el caso Padilla marca su distanciamiento definitivo de la revolución cubana en 1971. En 1965 se casa con Patricia Llosa. De la unión nacen Álvaro (1966), Gonzalo (1967) y Morgana (1974). En 1967 trabaja como traductor para la UNESCO en Grecia, junto a Julio Cortázar; hasta 1974 su vida y la de su familia transcurre en Europa, residiendo alternadamente en París, Londres y Barcelona. En Perú, su trayectoria sigue siendo fructífera. En 1981 fue conductor del programa televisivo La Torre de Babel, transmitido por Panamericana Televisión; en 1983, a pedido expreso del presidente Fernando Belaúnde Terry, preside la Comisión Investigadora del caso Uchuraccay para averiguar sobre el asesinato de ocho periodistas. En el ´87 se perfila como líder político al mando del Movimiento Libertad, que se opone a la estatización de la banca que proponía el entonces presidente de la República Alan García Pérez.
El año 1990 participa como candidato a la presidencia de la República por el Frente Democrático-FREDEMO. Luego de dos peleados procesos electorales (primera y segunda vuelta), pierde las elecciones y regresa a Londres, donde retoma su actividad literaria. En marzo de 1993 obtiene la nacionalidad española, sin renunciar a la nacionalidad peruana. En la actualidad colabora en el diario El País (Madrid, España, Serie Piedra de toque) y con la revista cultural mensual Letras Libres (México D.F., México, Serie Extemporáneos). Los méritos y reconocimientos lo acompañan a lo largo de su carrera. En 1975 es nombrado miembro de la Academia Peruana de la Lengua y en 1976 es elegido Presidente del Pen Club Internacional. En 1994 es designado como miembro de la Real Academia Española.
Asimismo, ha sido Profesor Visitante o Escritor Residente en varias universidades alrededor del mundo, como en el Queen Mary College y en el King´s College de la Universidad de Londres, en la Universidad de Cambridge y en el Scottish Arts Council (Inglaterra); en el Washington State, en la Universidad de Columbia, en el Woodrow Wilson International Center for Scholars del Smithsonian Institution, en la Universidad Internacional de Florida, en la Universidad de Harvard, en la Universidad de Siracusa, en la Universidad de Princeton y en la Universidad de Georgetown (Estados Unidos); en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras (Puerto Rico); en el Wissenschaftskolleg y en la Deutscher Akademischer Austauschdienst (Berlín, Alemania); entre otras.
1.2. Obras y el surgimiento literario:
Las siguientes obras forman parte de su vasta producción literaria: El desafío, relato (1957); Los jefes, colección de cuentos (1959); La ciudad y los perros, novela (1963); La casa verde, novela (1966); Los cachorros, relato (1967); Conversación en La Catedral, novela (1969); Carta de batalla por Tirant lo Blanc, prólogo a la novela de Joanot Martorell (1969); Historia secreta de una novela, ensayo (1969); García Márquez: historia de un deicidio, ensayo literario (1971); Pantaleón y las visitadoras, novela (1973); La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary, ensayo literario (1975); La tía Julia y el escribidor, novela (1977); La señorita de Tacna, teatro (1981); La guerra del fin del mundo, novela (1981); Entre Sartre y Camus, ensayos (1981); Kathie y el hipopótamo, teatro (1983); Contra viento y marea, ensayos políticos y literarios (1983); Historia de Mayta, novela (1984); La suntuosa abundancia, ensayo sobre Fernando Botero (1984); Contra viento y marea, volúmenes I (1962-1972) y II (1972-1983), (1986); La Chunga, teatro (1986); ¿Quién mató a Palomino Molero?, novela policial (1986); El hablador, novela (1987); Elogio de la madrastra, novela (1988); Contra viento y marea, volumen III (1983-1990), (1990); La verdad de las mentiras, ensayos literarios (1990); A Writer"s Reality, colección de conferencias dictadas en la Universidad de Siracusa (1991).
Un hombre triste y feroz, ensayo sobre George Grosz (1992); El pez en el agua, memorias (1993); El loco de los balcones, teatro (1993); Lituma en los Andes, novela (1993); Desafíos a la libertad, ensayos sobre la cultura de la libertad (1994); Ojos bonitos, cuadros feos, obra dramática para radio (1994); La utopía arcaica, José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, ensayo (1996); Making Waves, selección de ensayos de Contra viento y marea, publicado sólo en inglés (1996); Los cuadernos de don Rigoberto, novela (1997); Cartas a un joven novelista, ensayo literario (1997); La fiesta del Chivo, novela (2000); Nationalismus als neue Bedrohung, selección de ensayos políticos, publicado sólo en alemán (2000); El lenguaje de la pasión, selección de artículos de la serie Piedra de toque (2001).
Sus obras han sido traducidos al francés, italiano, portugués, catalán, inglés, alemán, holandés, polaco, rumano, húngaro, búlgaro, checo, ruso, lituano, estonio, eslovaco, ucraniano, esloveno, croata, sueco, noruego, danés, finlandés, islandés, griego, hebreo, turco, árabe, japonés, chino y coreano.[3]
CAPÍTULO II
Estilo Literario
Figuras Literarias:
"La literatura es una actividad fundamental y de ninguna manera una especialidad. Debe ocupar un lugar importante en las vidas de todas las personas, porque es una fuente de conocimientos y una fuente extraordinaria de placer. Ese es el mensaje que yo traigo a los jóvenes: convencernos de que los libros son importantes porque no hay una diversión que sea más sana, exaltante y estimulante; un buen libro realmente creativo, agudiza nuestra sensibilidad, desarrolla en nosotros un gran sentido crítico y transforma nuestra existencia."[4]
Mario Vargas Llosa es un escritor peruano que nació en el año 1936 en la ciudad de Arequipa, comenzó a estudiar derecho y desde temprana edad sentía que su gran vocación era la literatura: "Yo creo que la literatura es lo mejor que existe en el mundo, es la creación humana por excelencia, lo que más ayuda a la gente a vivir, a soportar los momentos tristes, a enriquecerse, y lo creo porque es lo que ha ocurrido en mi caso. Yo aprendí a leer cuando tenía cinco años de edad, y siempre digo que es lo mejor que me ha pasado en la vida. Recuerdo como si fuera ayer esa extraordinaria transformación de la realidad, el poder vivir varias vidas a la vez; salir del ámbito, del tiempo o del espacio y poder viajar hacia el futuro, o hacia el pasado por medio de los protagonistas de las historias que en aquel entonces leía…Ser muchos seres sin dejar de ser yo mismo, creo que esa es la gran constitución de la literatura interactiva."
Hoy Vargas Llosa confiesa que las pasiones de su vida son la literatura y la libertad. Sus ideas liberales lo llevaron a interesarse en el ámbito político, y llegó a ser candidato a presidente en Perú, perdiendo las elecciones con el polémico Fujimori, a quien después combatió en carácter de opositor. Su primera publicación fue un libro de relatos llamado "Los Jefes", en el año 1959, cuando Vargas Llosa tenía tan solo 26 años. Más tarde publicó "La ciudad y los perros" (1963), "La casa verde" (1966), "Conversación en la catedral", y la última de este autor, "Los cuadernos de don Rigoberto". Al ser consultado sobre sus inicios como escritor, manifestó que paralelamente a escribir, dedicó gran parte de su tiempo a estudiar abogacía: "El momento decisivo para mí fue el año 1958, ya había terminado la universidad, con seguí una beca para hacer un doctorado en España y al llegar allá, recuerdo haber tenido una reflexión y me dije, lo que más me gusta, lo que más me importa en la vida es a lo que menos tiempo dedico.
Entonces me pregunté si podía realmente ser escritor, de ahí en más organicé mi tiempo y le brindé la mayor parte de mi energía a lo que realmente amo, que es la literatura. También voy a tratar de conseguir trabajos alimenticios, en la medida que no interfieran ni destruyan mi compromiso con mi vocación. Fue una decisión magnífica y formidable, porque me dio mucha seguridad, entonces pude emprender trabajos como periodista, traductor, y otros, que me dejaban mucho tiempo para la literatura, y que fueron haciendo de mí en la práctica, cada vez más, un escritor. Hasta que de pronto, para mi sorpresa y como si fuese un milagro, la literatura se convirtió en una profesión que me permitía vivir de una manera digna y mejor de lo que yo esperaba."
Así Vargas Llosa llegó a convertirse en un escritor de fama mundial; Su estilo literario es muy rico, sus relatos son sumamente inteligentes, y el humor en sus libros es permanente. Los Cuadernos del Señor Rigoberto, es un relato en el cual el sexo en sus más perversas y desenfrenadas expresiones se mezclan con el humor constante y el sentido subjetivo para analizar el mundo de Rigoberto, un hombre mañoso y cerrado que dentro de su biblioteca tiene la descripción de su forma de pensar. En este libro se leen cartas, relatos y ensayos del protagonista, que seguramente reflejan ideas del escritor. La crítica desmesurada e irónica hacia la gente en general, es constante.
La creación de nuevos mundos:
Camilo José Cela, Nobel de Literatura, fue el académico que respondió al discurso de ingreso de Vargas Llosa. En su intervención elogió los méritos literarios del autor de "La casa verde", su "pasión narrativa" al tiempo que puso algunos reparos a determinadas apreciaciones de Vargas Llosa sobre la obra y la trayectoria de Azorín.
El texto del discurso de Cela es el siguiente:"Entra hoy en nuestra casa un escritor, suceso que, quizá por no agobiadoramente sólito, deberíamos señalar con piedra blanca y disparando cohetes de alegría. De pasada y como en un aparte teatral, os recuerdo, señor novicio, que fuisteis presentado por los tres más antiguos individuos de número de la Academia, y la antigüedad, según pienso y se dice en la milicia, es un grado.
Os deseo, excelentísimo señor don Mario Vargas Llosa, que entréis con buen pie en esta atalaya desde la que se vela por la correcta salud y opima cosecha humana y literaria de la gloriosa lengua española, tan zarandeada por tirios y troyanos ante la irresponsable indiferencia de los administradores del procomún. También pido a los clementes dioses que os concedan muy larga vida para que podáis sentaros tiempo y tiempo en la silla que os ha correspondido tras las ionesquianas piruetas –el adjetivo es vuestro, don Mario- que acompañaron al alumbramiento académico que hoy culmina y se perfecciona. Señores académicos: Mario Vargas Llosa, español del Perú, acaba de hablamos de Azorín con muy medidas y sagaces palabras. A nadie, que en estos momentos recuerde, había oído comentar la figura y la obra del maestro de Monóvar con tanto fundamento y brillantez como a nuestro recipiendario, si hago omisión del maestro Ortega, en su diáfano ensayo Primores de lo vulgar concitado por nuestro recipiendario, y de la honda e inteligente glosa que le dedicó el alto poeta y eximio profesor Pedro Salinas en sus clases de literatura española contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la entonces Universidad Central; en el tiempo inmediatamente anterior a la guerra civil. Y en esta casa quedan, por fortuna, dos testigos de aquel curso memorable.
Vargas Llosa acaba de decirnos que leyó por vez primera a Azorín en su último año de colegio, allá en la calurosa y remota tierra de Piura, tan distinta, de la cervantina ruta de Don Quijote, cuya crónica literaria fue publicada hace ya noventa años pero sigue aún fresca y lozana, quizá fuera mejor decir inmarcesible, pese a todo el accidentado y devorador tiempo transcurrido. Nos dice quien acaba de deleitarnos con su discurso que el autor tratado con tanto mimo y respeto, con tanta inteligencia, simpatía y, ¿por qué no decirlo?, también con tanta tan bella y noble complicidad, se erige, sólo con este libro, en uno de los más elegantes artesanos del español y en el creador de un proteico género literario que de todo tiene –de fantasía y de observación, de crónica viajera y ensayo crítico, de diario íntimo, de reportaje y de emocionada ficción-, pero yerra, a lo que pienso, al afirmar que Azorín, en su férrea estética literaria, se propuso no salir jamás fuera de las lindes y de la estrecha celda del arte menor. ¿A qué llama usted, don Mario, arte menor? Pero no juguemos con las palabras, porque, tras cada palabra esgrimida, siempre puede agazaparse la idea de una liebre huyendo. Y usted también acaba de decirnos que cada uno de los dieciséis capitulillos de La ruta de Don Quijote ensaya a rebasar sus fronteras y a volar por su cuenta y a su altura, como esas "novelas insolentes" de las que nos habla con muy sagaz señalamiento.
Duda nuestro recipiendario de que La Mancha fuera tal como Azorín nos la pinta, y en esa apreciación tampoco acierta del todo, a mi juicio, ya que las recreaciones del maestro no están más quietas que el mundo que reflejan, o que son genial trasunto de su misma esencia, calidad y estupor. Cuatro figuras del 98: Valle-Inclán, Unamuno, Baroja y Azorín, en las que, hablo de estos, contraponiendo sus figuras y ensayaba a dibujar sus siluetas con todo el amor y el respeto que les profesaba y sigo profesando, y con todo el rigor del que pude ser capaz. Azorín, trataba entonces de señalar y repito ahora, sufre viendo cómo se quema el tiempo, cómo se agotan los plazos de los últimos poderes terrenales y el paso del tiempo, el cruel y desconsiderado caminar del reloj, y del calendario es su permanente, más fiel y mejor dibujado personaje. También con traponía el espíritu que animaba a los héroes de Baroja –Silvestre Paradox, el arbitrista; Jaun de Alzate, el caballero; Zalacaín, el arrojado; Aviraneta, el conspirador- que morían incendiados en la acción, con los antihéroes de Azorín –Antonio Azorín, el resignado; don Bernardo Galavís, cura de Riofrío de Ávila, el resignado; dan Juan, el resignado- que agonizaban helándose en la inacción, en la contemplación. Baroja –y termino con lo que entonces dije- viene de Nietzsche y de Sorel, y Azorín, por el otro camino, llega desde los piadosos limbos de Orígenes y de Molinos. Baroja –de lo dicho se desprende- guarda un petardo anarquista en la cabeza. Azorín –tras de lo que se habla cabe suponerlo- esconde una maquinista quietista y casi virtuosa entre los pliegues y los surcos del cerebro. Vargas Llosa, al hablarnos de que los personajes de Azorín ni se desean ni se odian, sino que vegetan y se entregan a sus menudas labores con tanto fatalismo como perseverancia y tanta ternura como espiritualidad, acierta en la diana misma de los propósitos literarios de Azorín, quien sin proponérselo siquiera, refleja el mundo en torno a través de unos personajes introvertidos, que viven y mueren cuidándose en sus últimos pulsos. Y cuando comenta el libro Al margen de los clásicos, resalta el papel de Azorín como escritor puente entre los grandes autores pretéritos y el actual lector ignaro, al que él llama, piadosamente, profano, y señala que nadie trabajó con más ahínco que el maestro Azorín para acercar a los clásicos al hombre "del común", y no es gratuito su recuerdo de Montaigne.
Quisiera pasar como sobre ascuas por encima del pensamiento de Vargas Llosa acerca de las convicciones políticas de Azorín, que fue un conservador, es cierto, pero no más que por el sendero de la inexplicable adoración que sentía por el poder constituido, sea el que fuere, y el último que le tocó vivir fue el del general Franco; querer encontrar connotaciones políticas, y menos aún ideológicas, entre Azorín y los sucesivos gobernantes españoles que le tocó padecer en su larga vida, es tanto como querer buscarle los cinco pies al gato. Vargas Llosa acierta una vez más cuando descubre que en la obra de Azorín se prueba que al genio literario le son indiferentes los temas e incluso las ideas, y que en su prosa ha idealizado la realidad y ha suplido el mundo real de la historia por el mundo ficticio de la literatura.
Y poco más me quedaría ya por decir sobre Las discretas ficciones de Azorín y el gozoso evento que aquí nos reúne esta tarde: la entrada en la Academia de un escritor, Mario Vargas Llosa, que a todos ha de honrarnos con su presencia y aleccionamos con su sabiduría. Azorín, en el capítulo II de su libro Valencia, en el que titula "La eliminación", nos habla con muy honda perspicacia del estilo literario. "Entre todo el laberinto del estilo –nos dice- se levanta el vocablo eliminación. Porque de la eliminación depende el tiempo propio a la prosa. Y un estilo es bueno o malo según discurra la prosa, con arreglo a un tiempo o a otro. Según sea más o menos lenta o más o menos rápida. Fluidez y rapidez: ésas son las condiciones esenciales del estilo, por encima de las contradicciones que preceptúan las aulas y academias: pureza y propiedad". Estos ingredientes también se cuecen, con eficacia y hondura, en la olla literaria de Vargas Llosa, que no está tan lejos como supone de la de Azorín, ya que, por encima de la mera palabra y la efímera y siempre repetida circunstancia, sobrevuelan en todo momento y por fortuna las devociones comunes y los idénticos y más arriesgados afanes humanos y literarios.
Abdicaría de mis convicciones más hondas si a la postre de esta sucinta bienvenida al nuevo académico también postergase, al referirme a él, la consideración de la materia prima para ensalzar la estimación del escolio. Don Mario Vargas Llosa nos acaba de demostrar su capacidad para, iluminar la obra creativa de otro escritor y académico: don José Martínez Ruiz, Azorín, como ya lo había hecho cumplidamente con Flaubert, con García Márquez, con José María Arguedas o con clásicos de nuestras lenguas como Amadis de Gaula o Tirant lo Blanc.
Estamos sobre todo ante un poeta en el sentido etimológico de la palabra, ante un hombre que con su imaginación, con su arte y con su lengua es capaz de conseguir lo que pocos mortales alcanzan: crear una realidad verbal que remeda, enriquece o trasciende la realidad común. En cierto modo, para él escribir novelas es un acto de rebelión constante, una forma sutil de deicidio, pues, como una especie de divinidad escribidora, alcanza a crear otros mundos para corregir las limitaciones del que le ha tocado vivir. Para don Mario, la raíz de su vocación es un sentimiento de insatisfacción contra la vida, y cada novela representa un asesinato simbólico de la realidad.
Asesinato que, paradójicamente, produce vida, y reconforta y regocija a sus lectores. La pasión narrativa, el placer de contar que Mario Vargas Llosa tanto admiraba en Martorell es lo que todas sus novelas, desde La ciudad y los perros o La casa verde hasta Elogio de la madrastra o Lituma en los Andes, nos transmiten junto a otra virtud creativa no menos apreciable que las mencionadas, y con la que he de concluir. Vargas Llosa, lector él mismo impenitente, glosador de sus clásicos y de algunos de sus propios coetáneos, se transmuta en escritor original, con voz propia, cuando enfrenta el sumo y último reto literario, que es el de crear mundos. Y para ello juega con el lenguaje, incorporando a través de él la tradición que va desde los romances medievales a la renovación del gran realismo del pasado siglo, pero asimilando igualmente formas, géneros y registros característicos de la cultura popular contemporánea.[5]
CAPÍTULO III
Análisis de sus obras
Conversación en la Catedral:
Ambrosio habla […] Su voz le llega titubeante, temerosa, se pierde, cautelosa, implorante, vuelve, respetuosa o ansiosa o compungida, siempre vencida.[6]
La publicación de Conversación en La Catedral fue recibida con admiración, controversia y desconcierto en 1969. Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), entonces joven escritor de la generación del 50 ya con el reconocimiento internacional e integrante del boom hispanoamericano, hacía noticia esta vez con una novela que para la crítica sería considerada luego una de sus mejores producciones por el dominio de las técnicas narrativas más audaces. Con más de seiscientas páginas la novela era y es todavía un reto para un lector promedio quien tras una lectura exigente comprende que el tema principal se centra en la dictadura en el Perú de los años cincuenta. La intención es clara representar lo mejor posible y de la manera más descarnada la historia de Santiago Zavala, teniendo como referente inmediato el gobierno del general Odría. En realidad, visto de otra forma la historia de "Zavalita" es un pretexto para develar la corrupción, la discriminación y la violencia que testimonian la decadencia del gobierno militar para hacerse y quedarse en el poder. Para entender en su justa medida la importancia de esta novela, sería pertinente detenernos por una momento en la clasificación de la novelística de Vargas Llosa, que van en su haber dieciséis. Como se sabe, el escritor siempre ha sido un asiduo lector de las novelas de caballerías y en éstas ha descubierto la libertad con la que los autores pueden franquear la frontera entre lo real y lo imaginario, fundiendo en uno varios niveles que permiten presentar una imagen más completa de la realidad. Es así que surge la idea de la novela total entendida "como un universo autosuficiente y como una suma abarcadora capaz de comprender diversos niveles de realidad".
Hay dos tipos de novelas: "clásicas" y las "de género". Las primeras se orientan a la concepción de novela total en un intento por construir un mundo imaginario donde se explora una diversidad de temas. A este tipo corresponden La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo. Curiosamente son las más complejas y extensas, de lectura permanente. En cambio, al segundo tipo de novelas al que pertenecen Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El elogio de la madrastra, El hablador, y demás; se inscriben dentro de los géneros menores: la novela paródica, la rosa, la de política-ficción, la policial, la erótica, la antropológica, etc. Al parecer Vargas Llosa experimenta y casi agota cada posibilidad genérica de la novela, con el objetivo de abarcarlo todo. Se trata de novelas que no son totalmente verosímiles y de menor complejidad, incluso algunas fallidas de poca trascendencia.
Si consideramos lo recientemente planteado, podemos clasificar a Conversación en La Catedral dentro del primer tipo, en las novelas donde la idea de totalidad cobra relevancia. De ahí nuestro interés sea observar cómo gracias a esta representación totalizante de la realidad en esta novela, se puede apreciar tanto el juego de las relaciones de poder como el conflicto interracial entre blancos y mestizos (incluido el elemento afro-peruano), como parte integrante de una sociedad en la que predominan la discriminación, el racismo y la violencia política.
3.1.1. LA DICTADURA IMAGINADA:
Como se sabe, en el corpus de la literatura hispanoamericana hay toda una vertiente que se ha optado por llamar "narrativa de la dictadura". Esta problemática social que es parte de la historia de nuestros países hace mucho se ha vuelto además un tema literario de interés de algunos escritores. La imagen del sujeto dictatorial ha proporcionado diversos tipos y perfiles (déspota, omnipotente, omnipresente) así como el fenómeno del autoritarismo se ha ficcionalizado de distintas maneras (corrupción, coerción moral, tráfico de influencias, chantaje, etc.), describiendo predominantemente sus efectos (fuerza bruta, exilios, torturas, desaparición, encarcelamiento, persecución y asesinato) antes que el sistema de la dictadura en sí.
Sin lugar a dudas esto es lo que se puede apreciar en novelas como por ejemplo: El señor presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias, El recurso del método (1974) de Alejo Carpentier, Yo el Supremo (1974) de Augusto Roa Bastos, El otoño del patriarca (1975) de Gabriel García Márquez, entre las más conocidas. A esta lista habría que agregar dos novelas de Vargas Llosa, me refiero a Conversación en La Catedral y La fiesta del Chivo (2000). La primera acabamos de decirlo describe la dictadura del general Odría en el Perú de los años cincuenta, mientras que la segunda novela se ocupa de representar el gobierno del general Trujillo en la República Dominicana. Es decir, el autor está muy interesado en describir los temas del militarismo autoritario y la corrupción del poder en su obra. Para el análisis de Conversación en La Catedral es necesario remitirse antes a la historia y ésta se centra en Santiago Zavala, joven de 30 años y editorialista de La Crónica, quien inicialmente debe rescatar su perro de la perrera. Al llegar al local municipal se encuentra con Ambrosio, el antiguo chofer en la casa familiar; así que deciden beber unos tragos en La Catedral, un sucio y apestoso bar del centro de la ciudad. La conversación dura alrededor de cuatro horas y se remonta al pasado, 15 ó 20 años atrás. Santiago está muy interesado en que Ambrosio le cuente la verdad sobre la relación homosexual con su padre, Don Fermín Zavala, y el asesinato de La Musa, antigua amante del poderoso Cayo Bermúdez. Pero Ambrosio prefiere mentir o negar su vinculación con ambos personajes. Así el diálogo se quiebra, Santiago regresa a casa más frustrado que antes y sin respuestas; mientras que Ambrosio, cansado y sin esperanzas, espera su final.
Lo llamativo está en que la novela de Vargas Llosa plantea además una complejidad mayor en el nivel narrativo, con cuatro partes bien definidas y capítulos al interior de cada una. De modo que es notoria la presencia de un narrador extradiégetico-heterodiégetico que nos alcanza la perspectiva de Santiago sobre los hechos ocurridos, en tanto que se accede a la voz de los demás personajes actualizando diálogos yuxtapuestos que nos completan la mirada sobre el pasado. De este modo a la conversación principal entre Santiago y Ambrosio en presente se suma una pluralidad de voces y focalizaciones internas (Carlitos-Santiago, Ambrosio-don Fermín, Queta-Ambrosio, etc.). Estamos en buena cuenta ante una novela que logra su complejidad y polifonía gracias a la simultaneidad, la fragmentación y las técnicas narrativas más audaces (cajas chinas, vasos comunicantes, salto cualitativo, etc.). Cabe agregar que el narrador vuelve una y otra vez sobre el narratorio, para replantear preguntas que se hace el propio Santiago en su interior: "¿En qué momento se había jodido el Perú? […]Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál?"[7]. Es decir, cuando empezó su degradación y marginalidad, la ruptura con la familia y con la burguesía. No hay respuesta posible y si la hay se duda o se la deja para después. Volveremos sobre este tema más adelante.
Ahora bien, si nos concentramos en la imagen del dictador que describe la novela observaremos que éste permanece en ausencia, salvo algunas alusiones muy concretas como, por ej.: "Odría es un soldadote y un cholo" u "Odría era el peor tirano de la historia del Perú". En vez del dictador tenemos a Cayo Bermúdez quien es, en realidad, el que hace el trabajo, ejecuta las políticas y prolonga su poder. Como él mismo revela, la posición que ocupa en el gobierno tiene dos razones: "La primera, porque me lo pidió el general. La segunda, porque él aceptó mis condiciones: disponer del dinero necesario y no dar cuenta a nadie de mi trabajo, sino a él en persona"[8]. De esta manera Cayo Bermúdez resulta la "mano derecha" y el "hombre de confianza" del dictador. En su nombre entonces encarcela, corrompe, persigue, reprime y manda matar si es necesario.
La historia personal de Cayo Bermúdez se origina en la provincia. Su padre fue el llamado Buitre, ex capataz de la Hacienda La Flor, prestamista y alcalde, quien logra una cierta fortuna que le permite establecer una ferretería y un almacén en Chincha. En cambio su madre, Catalina, fue una mujer muy religiosa, conocida como la Beata. Cuando Cayo Bermúdez se enamora y rapta a Rosa, la hija de la lechera, se produce la ruptura familiar. Más tarde, al fallecer el padre él se hace cargo de los negocios hasta el día en que el general Espina, amigo de infancia y Ministro del general Odría, lo manda llamar para darle un puesto en el gobierno. Es ahí cuando cobra importancia política Cayo Bermúdez al ser nombrado, primero, Director de Gobierno y, después, Ministro de Interior. Dejando atrás en provincia y casi en el olvido a su impresentable esposa, convive con Hortensia, conocida como La Musa, bailarina, prostituta y lesbiana. Es Cayo Bermúdez, el que entonces concentra el poder y asciende socialmente, a pesar de tratarse de un mestizo resentido y excluido por una sociedad prejuiciosa y racista. Recuérdese su caricaturesca descripción física y moral:
"Don Cayo era chiquito, la cara curtida, el pelo amarillento como tabaco pasado, ojos hundidos que miraban frío y de lejos, arrugas en el cuello, una boca casi sin labios y dientes manchados de fumar, porque siempre andaba con un cigarrillo en la mano. Era tan chiquito que la parte de delante de su terno se tocaba casi con la de atrás […] Apenas si se cambiaba de terno, andaba con las corbatas mal puestas y las uñas sucias. Nunca decía buenos días ni hasta luego […] Siempre parecía muy ocupado, preocupado, apurado, encendía sus cigarrillos con el puchito que iba a botar y cuando hablaba por teléfono decía solo sí, no, mañana, bueno"[9].
Estamos ante el sujeto disminuido y vengativo pero aceptado por su dinero en los diferentes espacios en que se ostenta el poder y la corrupción. Por ejemplo, en el burdel Malvina soporta sus desplantes porque él "sacó unos billetes de su cartera y los puso sobre un sillón"; mientras que para Queta, Cayo Bermúdez es "un impotente lleno de odio" y "un asqueroso"[10]. Asimismo, en el ministerio, cuando la esposa del senador Ferro, en un intento por salvar a su esposo que ha sido descubierto como parte de la conspiración contra el gobierno, trata de sobornarlo Cayo Bermúdez por el contrario aprovecha el momento para insinuarse. Los insultos de ella no se dejan esperar: "Cómo se atreve, canalla […] Cholo miserable y cobarde". La venganza de él es presentarle a La Musa, quien indiscreta le revela los amoríos de su esposo; de esta manera, Cayo Bermúdez la humilla, dejando en claro que: "La deuda está pagada ya"[11].
Más adelante, Cayo Bermúdez es destituido al no lograr apaciguar la huelga y la revolución de Arequipa. Entonces se convierte en la cabeza visible de la corrupción, deja el ministerio y huye al extranjero, abandonando a La Musa a su suerte. Al cabo de algunos años regresa cuando la democracia se ha restablecido y en el poder está el presidente Prado. Regresa a su casa en Chaclacayo para asociarse con la Sra. Ivonne, dueña de uno de los prostíbulos más encumbrados de la ciudad. Es decir, se salva del castigo judicial pero no así de la sanción moral posterior.
De otro lado, la imagen de la dictadura construida a partir de la novela de Vargas Llosa tiene que ver con los las estrategias de poder y los efectos del sistema. Para empezar, Odría asume el gobierno a la fuerza con ayuda de una Junta Militar derrocando a Bustamante. Por consiguiente, ocurre una campaña de limpieza de los enemigos políticos, es decir apristas y comunistas que son catalogados como "pillos"; la represión de los sectores de trabajadores y estudiantes, se asalta la "olla de grillos" en que se ha convertido la Universidad de San Marcos; la manipulación de los medios de comunicaciones, El Comercio está con el gobierno por odio al APRA y don Cayo instruye a los de ANSA sobre qué noticias difundir en el exterior; los inversionistas extranjeros apoyan el gobierno por interés, la International y la Cerro quieren sindicatos apaciguados; los empresarios burgueses pagan comisiones para obtener favores del gobierno, don Fermín vive de los suministros a los institutos armados; etc.
Para mantener las formas en política es necesario evitar el rechazo de las mayorías por lo que se convoca a elecciones y se reabre el congreso. Las maniobras para quedarse en el poder son ampliamente descritos en la novela: el JNE tacha la lista aprista; Montagne, el candidato opositor con más preferencia, es encarcelado y acusado de conspiración; las elecciones son boicoteadas, se roban los votos para favorecer al candidato del gobierno; la élite criolla tradicional se olía a Odría para compartir el poder, Arévalo, Ferro, Arvélaez son sus senadores; etc.
Cabe señalar que el lado más oscuro del poder también queda representado en la novela. Por un lado, la casa de La Musa en San Miguel sirve de escenario para las reuniones de Cayo Bermúdez con algunos miembros de los círculos de poder como congresistas, burgueses, empresarios y militares de alto rango, y para congraciarse con ellos comparte a su amante y complace sus vicios. Es claro que la corrupción moral, las fiestas orgiásticas y la prostitución son las mejores armas para comprar conciencias, arruinar honras, pedir favores y desprestigiar personas. Por otro lado, las fuerzas policiales y militares hacen efectiva la represión, la tortura y la persecución del gobierno contra los opositores al régimen dictatorial, por ejemplo: Lozano es el encargado de rodearse de matones para vigilar, espiar y encarcelar enemigos políticos; Hipólito tortura a Trinidad López hasta matarlo; Ludovico amedrenta dirigentes sindicales; Trifulcio es enviado a contener marchas, etc.
Pero la novela de Vargas Llosa describe también la derrota de la dictadura y la destitución de Cayo Bermúdez. La oposición al gobierno de Odría pasa por varios momentos y etapas: el rechazo de los sindicatos y los universitarios a la Junta Militar; los partidos políticos se mantienen activos por medio de células pese a su clandestinidad y a que sus líderes son exiliados; la conspiración de miembros integrantes del gobierno liderada por el coronel Espina; la rebelión de Arequipa que no es sofocada a tiempo y logra el apoyo de la Coalición en la capital. Al final, se convoca a elecciones y es nombrado presidente Prado, quien tiene todo el apoyo de la burguesía criolla.
En realidad, Conversación en La Catedral plantea que las élites criollas tradicionales y nuevas élites mestizas se ven obligadas a compartir el poder. Pero la convivencia no siempre resulta agradable, hay relaciones muy tensas en las que sale a reducir la discriminación y los prejuicios raciales y sociales. Por ejemplo, Odría es un cholo al que hay que llamar Señor Presidente, Cayo Bermúdez es el mestizo que ejerce el poder, el coronel Espina es el Serrano nombrado Ministro, Ambrosio es antes el chofer negro y no el amigo de infancia, etc. Del mismo modo los empresarios burgueses se acomodan a las circunstancias políticas para favorecer sus intereses económicos, así por ej. Don Fermín Zavala aprovecha su temprana amistad con Don Cayo para hacer una fortuna con la venta de insumos de su laboratorio a los militares o en la edificación de colegios y carreteras con su constructora; Don Emilio Arévalo, hacendado de Chincha, es elegido convenientemente senador odriísta; etc.
3.1.2. AMBROSIO, LA VOZ Y LA HISTORIA DEL OTRO.
En la larga conversación de cuatro horas en el bar La Catedral, Santiago Zavala tiene como único interlocutor a su antiguo chofer Ambrosio, y este último personaje es el que nos llama la atención porque representa al otro, el sujeto que es diferente por la raza y la clase social. En realidad, la novela de Vargas Llosa no intenta describir al afro-peruano como primera opción, pero lo hace de algún modo construyendo una imagen sesgada y cargada de prejuicios y estereotipos. La voz temerosa y la historia marginal de Ambrosio cobran entonces gran interés para el presente estudio, a pesar de lo anterior.
La historia personal de Ambrosio nos remite otra vez a Chincha, lugar de procedencia. Su madre, Tomasa, es una ambulante a quien su hijo suele llamar "la negra" y el padre, Trifulcio, es un ladrón, ex presidario y matón del senador Arévalo. Cuando ambos se separan Tomasa se lleva a sus hijos, Ambrosio y Perpetuo, a vivir a Mala. Es ahí donde Ambrosio empieza a trabajar como chofer interprovincial, luego viaja a Lima en búsqueda de Cayo Bermúdez, quien lo contrata como chofer aunque algunas ocasiones hace las veces de matón para el régimen. Más tarde, pasa a trabajar en casa de Don Fermín Zavala y se convierte en su amante. Tras la destitución de don Cayo y la muerte de La Musa, huye a Pucallpa en compañía de Amalia. Cuando ella muere y su negocio de la funeraria fracasa, regresa a Lima. Es así "desmoronado, envejecido, embrutecido"[12] que lo encuentra Santiago en la perrera después de muchos años. Para tener una imagen más acorde con lo planteado en la novela, habría que tener en cuenta que Ambrosio es visto desde dos facetas en su vida: el antes y el después. En la primera, Ambrosio es descrito como un hombre miedoso, inferior y extremadamente servil. Es un zambo "cabizbajo y acobardado", de ojos "atemorizados", con "dientes blanquísimos" y "cara plomiza"[13]. Está definido por su servilismo y cobardía. Por ejemplo, cuando se entrevista por única vez con su padre Trifulcio, éste le muestra un cuchillo y Ambrosio decide entregarle su dinero para evitar una escena más violenta; cuando Amalia trabaja como mucama en casa de La Musa tiene mucho miedo de que alguien se entere de su relación con ella, en especial don Fermín; cuando don Hilario, comerciante astuto y grosero, lo estafa en Pucallpa no es capaz de reclamarle directamente y sólo atina a robarle la camioneta; cuando le confiesa a Queta que él se reúne con don Fermín en Ancón para tener relaciones teme que ella se lo cuente a alguien más, etc.
Es interesante apreciar también que los demás personajes coinciden en que Ambrosio no es más que un "pobre negro" o un "pobre infeliz". Obsérvese la carga negativa que tienen estas dos expresiones que ya descalifican al sujeto afro-peruano por no pertenecer al grupo étnico y social dominante de la sociedad peruana, en la que predominan las formas y los valores del sujeto blanco (más exacto criollo). Además, es fácil advertir que, en este caso, Ambrosio resulta un personaje disminuido que ha interiorizado incluso estos valores que lo discriminan, que se basan en las relaciones de blanco/negro, dominante/dominado, etc. Por ejemplo, Queta, lesbiana y prostituta, es una mujer deseable para Ambrosio. Este se acuesta con ella durante dos años y entablan conversaciones muy íntimas en que le da a conocer su relación homosexual con don Fermín. Es entonces que Queta lo cuestiona duramente por su fidelidad extrema y sometimiento servil:
"-Te caló apenas te vio –murmuró Queta, echándose de espaldas-. Una ojeada y vio que te haces humo si te tratan mal. Te vio y se dio cuenta que si te ganan la moral te vuelves un trapo. -Se dio cuenta que te morirías de miedo –dijo Queta con asqueada sin compasión- Que no harías nada, que contigo podía hacer lo que quería. -Tenías miedo porque eres un servil –dijo Queta con asco-. Porque él es blanco y tú no, porque él es rico y tú no. Porque estás acostumbrado que hagan contigo lo que quieran" […][14]
En otro momento cuando Santiago se ha enterado de las circunstancias del asesinato de La Musa, acude a su padre para que éste tome precauciones por lo escandaloso que puede ser el asunto para la familia. Don Fermín no toma muy en serio la advertencia de su hijo porque no cree que sea posible que Ambrosio haya matado a La Musa para acabar con la extorsión de ella y guardar el secreto de su homosexualidad.
"-Anoche llegó un anónimo al periódico, papá-. ¿Iba a hacer todo ese teatro, queriéndote tanto, Zavalita?-. Diciendo que el que mató a esa mujer fue un ex matón de Cayo Bermúdez, uno que ahora es chofer de, y ponía tu nombre, papá. Han podido mandar el mismo anónimo a la policía, y de repente, en fin, quería avisarte, papá. -¿Ambrosio, estás hablando de él? –ahí su sonrisita extrañada, Zavalita, su sonrisa tan natural, tan segura, como si recién se interesara, como si recién entendiera algo-. ¿Ambrosio, matón de Bermúdez? -No es que nadie vaya a creer en ese anónimo, papá-. Dijo Santiago-. En fin, quería advertirte. -¿El pobre negro, matón? –ahí su risita tan franca, Zavalita, tan alegre, ahí esa especie de alivio en su cara, y sus ojos que decían menos mal que era una tontería así, menos mal que nos e trataba de ti, flaco-. El pobre no podía matar una mosca aunque quisiera. Bermúdez me lo pasó porque quería un chofer que fuera también policía. -Yo quería que supieras, papá –dijo Santiago-. Si los periodistas y la policía se ponen a averiguar, a lo mejor van a molestarte a la casa. -Muy bien hecho, flaco –asentía, Zavalita, sonreía, tomaba sorbitos de café-. Hay alguien que quiere fregarme la paciencia. No es la primera vez, no será la última. La gente es así. Si el pobre negro supiera que lo creen capaz de una cosa así."[…][15].
Como ya se dijo, la novela de Varga Llosa revela también el conflicto interracial blanco/negro presente en la sociedad peruana, así la exclusión del sujeto no blanco (en este caso, el sujeto afro-peruano), responde a las normas sociales establecidas y las relaciones de poder. Esto explica por qué la relación entre Ambrosio, don Cayo y el coronel Espina, es sincera amistad en la niñez y, luego, rechazo y discriminación en la vida adulta.
"Le dio porque su hijo se pusiera siempre zapatos y no se juntara con morenos. De chicos ellos jugaban fútbol, robaban en las huertas, Ambrosio se metía a su casa y al Buitre no le importaba. Cuando se volvieron platudos, en cambio, lo botaban y a don Cayo lo reñían si lo pescaban con él. ¿Su sirviente? Qué va, don, su amigo pero sólo cuando eran de este tamaño. La negra tenía entonces su puesto cerca de la esquina donde vivía don Cayo y él y Ambrosio se la pasaban mataperreando. Después los separó el buitre, don, la vida" […][16].
Es más los tres amigos participan del rapto de Rosa, la hija de la lechera, con quien termina casándose don Cayo. Al pasar los años Cayo Bermúdez se transforma en el hombre poderoso del régimen dictatorial de Odría. Es entonces que Ambrosio le pide ayuda y al hablarle establece una distancia, le habla de "usted", para mantener la diferencia (social, económica, étnica, etc.). Don Cayo le tiene confiesa y lo contrata como chofer a pedido de éste. Aquí vuelve a aparecer esa baja autoestima que muestra Ambrosio en la novela, no sabe aprovechar su proximidad con el hombre que encarna el poder para lograr ascender social y económicamente, por eso prefiere solicitar un modesto empleo que lo limita y no le ofrece mayores oportunidades. Esto establece las siguientes dicotomías superioridad/inferioridad y poder/sumisión, que son tan recurrentes en la obra.
En cambio, el coronel Espina muestra un desprecio más explícito hacia Ambrosio, lo ignora abiertamente cada vez que lo tiene cerca. Ahora, el coronel Espina, apodado el Serrano, ocupa un alto cargo en el gobierno y no puede estar fraternizando con alguien como Ambrosio, de origen humilde, negro y provinciano. En otras palabras, se apela a un mecanismo de discriminación que tiene como consecuencia la negación y la invisibilización del sujeto afro-peruano. Por ejemplo:
"¿Si el Serrano nunca reconoció a Ambrosio? Cuando Ambrosio era chofer de don Cayo subió mil veces, don, mil veces lo había llevado a su casa. Tal vez lo reconocería, pero el caso es que nunca se lo demostró, don. Como él era ministro entonces, se avergonzaría de haber sido conocido de Ambrosio cuando no era nadie, no le haría gracia que Ambrosio supiera que él estuvo enredado en el rapto de la hija de la Túmula. Lo borraría de su cabeza para que esta cara negra no le trajera malos recuerdos, don. Las veces que se vieron trató a Ambrosio como a un chofer que se ve por primera vez. Buenos días, buenas tardes, y el Serrano lo mismo" […][17].
Otro caso interesante es apreciar cómo el rechazo también puede darse en los espacios de corrupción y de relajamiento de la moral. Ambrosio al sentirse atraído por Queca se atreve a ingresar al burdel de mayor prestigio en Lima, el que es frecuentado por los burgueses adinerados y los militares más influyentes. Entonces su presencia genera repulsión y un malestar generalizado en las prostitutas y los visitantes del lugar:
"Él seguía en la puerta, grande y asustado, con su flamante terno marrón a rayas y su corbata roja, los ojos yendo y viniendo. Buscándote, pensó Queta, divertida.
-La señora no permite negros –dijo Martha, a su lado-. Sácalo Robertito. –es el matón de Bermúdez –dijo Robertito-. Voy a ver. La señora dirá. -Sácalo sea quien sea –dijo Martha-. Esto se va a desprestigiar. Sácalo" […][18].
La reacción de Queca frente a Ambrosio es contradictoria: por un lado, acepta sus insinuaciones y encuentros sexuales a cambio de dinero; y, por otro lado, lo desprecia reiteradamente cada vez que tiene oportunidad.
"-yo me doy cuenta –murmuró el zambo-. Usted no me tiene ninguna simpatía. -No porque seas negro, a mí me importa un pito –dijo Queta-. Porque eres sirviente del asqueroso de Cayo Mierda. -No soy sirviente de nadie –dijo el zambo, tranquilo-. Sólo soy su chofer" […] [19]
O este otro ejemplo:
"-Tanto apuro para subir, para pagarme lo que no tienes –dijo, al ver que él no hacía ningún movimiento-. ¿Para esto? -Es que usted me trata mal –dijo su voz, espesa y acobardada-. Ni siquiera disimula. Yo no soy un animal, tengo mi orgullo. -Quítate la camisa y déjate de cojudeces –dijo Queta- ¿Crees que te tengo asco? Contigo o con el rey de Roma me da lo mismo, negrito" […][20].
Nótese que estos son los dos únicos pasajes en que Ambrosio muestra un mínimo de estima y respeto a sí mismo, pero lo hace delante de un personaje que no ejerce el poder ni pertenece a la clase dominante, como Queta quien es sólo una prostituta del sub-mundo de Lima.
Por otra parte, en la segunda faceta, el después, Ambrosio presenta una clara degradación. Se mantienen algunas marcas en su descripción como pobreza, cobardía y un complejo de inferioridad; pero al cabo de quince o más años que han transcurrido hasta llegar al encuentro con Santiago, algo ha cambiado en su aspecto físico exterior:
"Su voz, su cuerpo son los de él, pero parece tener treinta años más. La misma jeta fina, la misma nariz chata, el mismo pelo crespo. Pero ahora, además, hay bolsones violáceos en los párpados, arrugas en su cuello, un sarro amarillo verdoso en los dientes de caballo. Piensa: eran blanquísimos. Qué cambiado, qué arruinado. Está más flaco, más sucio, muchísimo más viejo, pero ése es su andar rumboso y demorado, ésas su piernas de araña […] Hay canas entre sus pelos crespos, lleva sobre el overol un saco que debió ser también azul y tener botones, y una camisa de cuello alto que se enrosca en su garganta como una cuerda. Santiago ve sus zapatones enormes: enfangados, retorcidos, jodidos por el tiempo" […][21].
La imagen de Ambrosio es, ahora, la de un hombre fracasado y derrotado. Para lograr una acertada descripción de su nuevo estado de degradación ha sido necesario apelar a ciertos calificativos negativos como fealdad, animalidad y suciedad. Pero eso no es todo una lectura atenta del diálogo entre Santiago y Ambrosio dará como resultado que ante las dudas más apremiantes como si él era el asesino de La Musa o el amante de su padre, don Fermín; Ambrosio muestra un lado distinto, no sabe o miente según sea el caso. Es decir, niega conocer muchas cosas del pasado, a pesar de la insistencia de Santiago en ofrecerle un empleo como portero en La Crónica o dinero, el integro de su sueldo. La desesperación de Santiago por conocer la verdad de los hechos, lo lleva a decir finalmente: "No te hagas al cojudo"; sin embargo, Ambrosio calla y se aleja mostrando otra vez su derrotismo frente a la vida: "trabajaría aquí, allá […] después, bueno, después ya se moriría ¿no, niño?" […][22]. Así culmina la conversación entre ambos, con más dudas que antes sobre el pasado y con una sola certeza, el fracaso acompaña a los dos.
De este modo acabamos de apreciar que en Conversación en La Catedral, Ambrosio resulta un personaje secundario signado por lo más negativo. Es claro que el interés por el sujeto afro-peruano es tangencial, para describirlo se apela a estereotipos y prejuicios raciales construyendo así una imagen sesgada y casi exótica. De ahí que sea el "zambo" rechazado por los demás (blancos y mestizos) por su condición étnica y económica, que no puede moverse en determinados espacios sociales y que ha interiorizado un sentimiento de inferioridad aceptando como natural un trato despectivo y ofensivo; y, por último, es también el "pobre negro" que cumple un rol de sirviente (en este caso, chofer) para el patrón que lo ve como un objeto sexual y que fracasa al ser independiente porque no es capaz de sobrevivir en una sociedad que lo margina y no le ofrece oportunidades.
3.1.3. LA PREGUNTA POR EL PERÚ:
Hemos dicho en un inicio que la novela se centra en la historia de Santiago Zavala y ésta es narrada de forma fragmentaria y no siempre continua en los cuatro libros que constituyen su estructura: la vida universitaria en San Marcos, la participación en el grupo comunista "Cahuide" hasta su encarcelamiento y huida de la casa familiar (Libro Uno); su vida solitaria en la pensión y el trabajo desesperanzador en La Crónica (Libro Dos); el descubrimiento traumático de la relación de su padre con Ambrosio como resultado de una investigación periodística (Libro Tres); y, por último, el matrimonio con Ana y la muerte de su padre (Libro Cuatro). En realidad, Santiago es un personaje muy complejo y contradictorio. Es descrito como un joven que pertenece a una de las familias más encumbradas del país. Su padre, don Fermín Zavala, es un empresario que ha logrado una cómoda relación con los militares del régimen odriísta y obtiene grandes ganancias. La madre, doña Zoila, es una mujer prejuiciosa y está acostumbrada a los privilegios concedidos a su clase social. Su hermano mayor, Chispas, es un joven despreocupado que con el tiempo se hace cargo de los negocios del padre e incursiona en política. Y, Teté, es la hermana menor que sigue los pasos de la madre y que se casa con Popeye Arévalo, hijo del senador y amigo muy cercano de Santiago.
El drama de Santiago empieza cuando decide no hacer lo que se espera de él: ser un "niñito bien" de familia miraflorina, un hijo ejemplar cuyo padre se sienta orgulloso o un abogado exitoso en la capital. La novela retrata entonces al burgués inconformista que reniega de su familia y clase social, que lleva a cabo un largo proceso de desclasamiento y que elige el fracaso como opción en su vida. Hay dos momentos que nos permiten observar mejor la transformación de Santiago. El primero tiene que ver con el pasado más remoto. En un principio es un muchacho inteligente y alumno aplicado que, a pesar de haber sido formado en un colegio religioso, dice ser ateo y que odia los curas; para oponerse a las expectativas de los padres, Santiago prefiere estudiar Derecho y Letras en la Universidad de San Marcos donde van los "cholos"; luego al incursionar en política y para molestar al padre odriísta, se vuelve simpatizante del comunismo; más tarde, huye de casa y trabaja como periodista, una actividad que lo degrada más. Es decir, Santiago es un fracasado por convicción propia y un desclasado que no quiere ser burgués.
Desde la mirada de los demás personajes, Santiago resulta para su familia un liberal que no es comprendido. Para don Fermín es el hijo predilecto, al que lo llama con cariño "flaco" y acepta que sea un poco "bohemio" y "poeta"; en cambio, con sus hermanos entabla discusiones acaloradas en la casa familiar y estos suelen llamarlo con sorna el "supersabio", el "comecuras" o el "acomplejado". Mientras que sus compañeros sanmarquinos de izquierda, como Aida o Jacobo, lo tildan de "pequeño burgués" pero aún así es aceptado en el Círculo como el camarada "Julián". Para los compañeros de trabajo en La Crónica como Becerrita, Arispe, etc., Santiago es uno más con quien compartir las borracheras y salidas nocturnas. Es curioso observar que entre los periodistas, Carlitos sea una especie de confesor, las conversaciones con él en el bar Negro-Negro son extensas y sus opiniones, de lo más acertadas con respecto a lo sucedido a Santiago en el pasado. Para el compañero de juerga, Zavalita es el "poeta fracasado" o, peor aún, un "pobre mierdecita" […][23].
En un segundo momento, el presente, vemos a Santiago como "un viejo de treinta" años que trabaja como editorialista en La Crónica, ha abandonado los estudios, se ha casado con una enfermera provinciana (una "cholita"), y vive en un departamento reducido en una quinta miraflorina. En cuanto a su descripción es la de un hombre que ya no puede dar vuelta atrás, se ha hundido en lo más hondo del escepticismo. Es así como lo encontramos desde las primeras páginas de la novela:
"Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo en Wilson hacia La Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? Frente al hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa. No hay solución" […][24].
Ésta es justamente la imagen que más llama la atención: un joven que camina cabizbajo con las manos en los bolsillos, quien se siente desesperanzado, frustrado y envejecido. Santiago se ha condenado al fracaso, ha renegado de su familia, de su posición social y económica e incluso metafóricamente ha cruzado la barrera racial porque "ya no era como ellos, Zavalita, eras un cholo". De ahí que se cuestione en qué momento había empezado todo, es decir cuando ingresó a San Marcos, cuando abandonó la casa de los padres, cuando empezó a trabajar como periodista o cuando descubrió la homosexualidad del padre. Es una pregunta existencial que Santiago tarda en responderse o acaso ya no haya respuesta posible.
Ahora bien, la historia de Santiago Zavala es la de un pequeño burgués que no quiere serlo porque de alguna manera se siente culpable, por eso trata de rehuir la decadencia del régimen dictatorial con la que se ha involucrado su padre y gracias a la cual su familia disfruta de ciertos privilegios; pero su historia es, además, la de cualquier otro peruano promedio (sin aspiraciones, acomplejado y prejuicioso), que fracasa en un país subdesarrollado. Es necesario observar entonces el significado que cobra el verbo "joder" así como su variante "jodido", que se aplica a Santiago, Carlitos, Ambrosio y, por extensión, al Perú de los años cincuenta.
Pero, ¿cómo es el Perú? La imagen que nos proporciona la novela es la de un "burdel"; es decir, un espacio para la corrupción, la inmoralidad y la prostitución. Estas son las mejores características que describen el régimen de Odría y a todos sus aliados: los burgueses adinerados, los círculos militares de poder, las compañías extranjeras, los medios de comunicación, etc. Como bien opina el propio Cayo Bermúdez, la misma encarnación del poder: "Éste no es un país civilizado, sino bárbaro e ignorante". Asimismo la Universidad de San Marcos, que "era un reflejo del país" […][25], es descrito también como un "burdel", por el proselitismo político de los alumnos, la inmadurez de los dirigentes estudiantiles, el caos de las elecciones internas, las marchas y contramarchas, etc. También es usada para la revolución en contra del gobierno odriísta, se dice luego que Arequipa es "un burdel" por el desorden generado y la insurrección política del pueblo. En buena cuenta es una imagen repetitiva que va adquiriendo un sentido que trasciende más allá de la novela.
La ciudad y los perros:
3.2.1. EL BAUTIZO DE UN PERRO:
El colegio militar es un institución a la que acceden diversos muchachos para estudiar los tres últimos cursos de secundaria. En ella se somete a los alumnos a un ambiente violento y sórdido. Los de cuarto curso realizan un cruel bautizo a los nuevos estudiantes. Así se describe el del tímido Ricardo Arana, el Esclavo:
-¿Usted es un perro o un ser humano? –preguntó la voz.
-Un perro, mi cadete.
-Entonces, ¿qué hace de pie? Los perros andan a cuatro patas.
Él se inclinó, al asentar las manos en el suelo, surgió el ardor de los brazos, muy intenso. Sus ojos descubrieron junto a él a otro muchacho, también a gatas.
-Bueno –dijo la voz–. Cuando dos perros se encuentran en la calle, ¿qué hacen? Responda, cadete. A usted le hablo.
El Esclavo recibió un puntapié en el trasero y al instante contestó:
-No sé, mi cadete.
-Pelean –dijo la voz–. Ladran y se lanzan uno encima del otro. Y se muerden.
El Esclavo no recuerda la cara del muchacho que fue bautizado con él. Debía ser de una de las últimas secciones porque era pequeño. Estaba con el rostro desfigurado por el miedo y, apenas calló la vos, se vino contra él, ladrando u echando espuma por la boca, y, de pronto, el Esclavo sintió en el hombro un mordisco de perro rabioso y entonces todo su cuerpo reaccionó, y mientras ladraba y mordía, tenía la certeza de que su piel se había cubierto de una pelambre dura, que su boca era un hocico puntiagudo y que, sobre su lomo, su cola chasqueaba como un látigo. […]
Después lo volvieron a una cuadra de cuarto y tendió muchas camas y cantó y bailó sobre un ropero, imitó a artistas del cine, lustró varios pares de botines, barrió una loseta con la lengua, fornicó con una almohada, bebió orines, pero todo eso era un vértigo febril y de pronto él aparecía en su sección, echado en su litera pensando:
"Juro que me escaparé. Mañana mismo".[26]
Algunos jóvenes forman el Círculo, un grupo que decide vengarse de los estudiantes de cuarto. Está liderado por el Jaguar, un brutal muchacho que planea duros ataques contra sus opositores y que pronto incita también a la violencia a sus propios compañeros. Ricardo Arana, el único que se mantiene al margen, lo empuja involuntariamente y recibe una brutal paliza. Desde ese momento será continuamente humillado por los demás cadetes.
"Perdón, Jaguar, fue de casualidad que te empujé, juro que fu casual". "Lo que no debió hacer fue arrodillarse, eso no. Y, además juntar las manos, parecía mi madre en las novenas, un chico en la iglesia recibiendo la primera comunión, parecía que el Jaguar era el obispo y él se estuviera confesando", "me acuerdo de eso" decía Rospigliosi, "y la carne se me escarapela, hombre". El Jaguar estaba de pie, miraba con desprecio al muchacho arrodillado y todavía tenía el puño en alto como si fuera a dejarlo caer de nuevo sobre ese rostro lívido.
Los demás no se movían. "Me das asco", dijo el Jaguar. "No tienes dignidad ni nada. Eres un esclavo."[27]
3.2.2. INCIDENTES EN LA ESCUELA:
Cava, uno de los estudiantes del colegio, roba un examen de química siguiendo las instrucciones de jaguar. Las autoridades se enteran del delito aunque no son capaces de identificar al culpable. Deciden tomar represalias contra todos los jóvenes y los retiene en el colegio de forma indefinida. Tras varias semanas de encierro, el Esclavo denuncia a Cava ante los oficiales y este es expulsado. Sin embargo, durante unas maniobras ocurre un trágico acontecimiento. Un cadete recibe un balazo de misteriosa procedencia y muere. Así termina la primera parte:
-Rápido, a la enfermaría. A toda carrera. […]
Gamboa arrebató el cadete a los suboficiales, lo echó sobre sus hombros y aceleró la carrera; en pocos segundos sacó una distancia de varios metros.
-Cadetes, gritó el capitán. Paren el primer coche que pase.
Los cadetes se apartaron de los suboficiales y cortaron camino, transversalmente. El capitán quedó retrasado, junto a Morte y Pezoa.
-¿Es de la primera compañía? –preguntó.
-Sí, mi capitán ;dijo Pezoa. De la primera sección.
-¿Cómo se llama?
-Ricardo Arana, mi capitán ;vaciló un instante y añadió:
Le dicen el Esclavo.[28]
Alberto, apodado el Poeta, sentía aprecio por el Esclavo. Por eso denuncia las irregularidades de sus compañeros del colegio y acusa al Jaguar ante el teniente Gamboa. Sospecha que él ha sido al asesino de Arana, pero no tiene pruebas suficientes. La intervención del teniente no servirá de nada; sus superiores se niegan a investigar para evitar escándalos que dañen la imagen de la institución. Amenazan a Alberto para lograr su silencio y ordenan el traslado del teniente. Los cadetes, que son castigados por la información que ha aportado el Poeta, creen equivocadamente que lo delató el Jaguar en un momento de resentimiento. Este recibe entonces el desprecio y la humillación de sus compañeros y se siente por primera vez solo:
En las clases, los cadetes hablaban, se insultaban, se escupían se bombardeaban con proyectiles de papel, interrumpían a los profesores imitando relinchos, bufidos, gruñidos, maullidos, ladridos: la vida era otra vez normal. Pero todos sabían que entre ellos había un exiliado. Los brazos cruzados sobre la carpeta, los ojos azules clavados en el pizarrón, el Jaguar pasaba las horas de clase sin abrir la boca, ni tomar un apunte, ni volver la cabeza hacia un compañero.[29]
3.2.3. LA VIDA DESPUÉS DEL COLEGIO:
El Jaguar, decepcionado por la actitud del resto de los cadetes, le confiesa a Gambia que fue él quien cometió el crimen. Está arrepentido, dispuesto a entregarse y preparado para acatar las consecuencias. Pero Gambia sabe que nadie en el colegio está interesado en escuchar su confesión. Le insta a aprender de su error y a enmendar su vida. El Jaguar acaba por integrarse en la sociedad y se casa:
-¿Por qué ha cambiado de opinión ahora? –dijo el teniente–. ¿Por qué no me contó la verdad cuando lo interrogué?
-No he cambiado de opinión –dijo el Jaguar–. Solo que –vaciló un momento, e hizo, como para sí, un signo de sentimiento– ahora comprendo mejor al Esclavo. Para él no éramos sus compañeros, sino sus enemigos. ¿No le digo que no sabía lo que era vivir aplastado? Todos lo batíamos, es la pura verdad, hasta cansarnos, yo más que los otros. No puedo olvidarme de su cara, mi teniente.
Le juro que en el fondo no sé cómo lo hice. Yo había pensado pegarle, darle un susto. Pero esa mañana lo vi, ahí de frente, con la caneza levantada y le apunté. Yo quería vengar a la sección, ¿cómo podía saber que los otros eran peores que él, mi teniente? Creo que lo mejor es que me metan en la cárcel. Todos decían que iba a terminar así, mi madre, usted también. Ya puede darse ese gusto, mi teniente. […]
-El caso Arana está liquidado –dijo Gamboa–. El ejército no quiere saber una palabra más del asunto. Nada puede hacerlo cambiar de opinión. Más fácil seria resucitar al cadete Arana que convencer al ejército de que ha cometido un error.
-¿No me va a llevar donde el coronel? –preguntó el Jaguar–. Ya no lo mandarán a Juliaca, mi teniente. […]
-¿Sabe usted lo que son los objetivos inútiles? […] Fíjese, cuando un enemigo está sin armas y se ha rendido, un combatiente responsable no puede disparar sobre él. No solo por razones morales, sino también militares; por economía. Ni en la guerra debe haber muertos inútiles. Usted me entiende, vaya al colegio y trate en el futuro de que la muerte del cadete Arana sirva para algo.[30]
Lituma en los Andes:
Lituma en los Andes es una novela representativa de la anarquía racional para respetar al otro, para tener claro hasta dónde llegan los límites de las relaciones humanas y el clima de respeto que exigen. En ella se pone en evidencia la actitud negativa y fatalista de los personajes y en cierta manera del autor, quien se vale de recursos narrativos para crear una atmósfera cruel donde la irracionalidad gobierna el espíritu de los participantes de la historia y por tanto, la violencia es uno de sus temas más evidentes.
Mario Vargas Llosa despliega, bajo el discurso literario, uno de los temas más escalofriantes de una civilización cuyo progreso y dominio de la naturaleza la llevan con triunfo hacia un nuevo siglo. El trabajo literario de este escritor peruano revela una toma de conciencia de un hecho de la realidad social y política de su país para traerlo al texto, sin perder de vista que se trata de una ficcionalización, una actitud humana generalizada, la maldad y la morbosidad de destruir, de solucionar los problemas por medio de la violencia, de la agresión física, psicológica y moral en distintos niveles y al parecer bajo distintos motivos, sin embargo, coinciden en la transgresión del respeto a la dignidad del ser humano, en su valor más importante: el respeto a la vida.
En este análisis se hace una distinción entre los motivos de carácter colectivo y de tipo personal proporcionados por esta novela, para mostrar con claridad por qué se habla de distintos niveles de violencia. Hacemos una clasificación para distinguir la violencia vertical, guerrilla versus gobierno (o viceversa), y horizontal, el ser humano embriagado que atenta contra otro para satisfacer su espíritu indómito, aquí se percibe la irracionalidad de una conducta gobernada por los instintos.
Lituma en los Andes es una novela de descubrimiento y asombro. La estructura narrativa se solidariza con el contenido; de esta manera se involucra al lector, se intenta atraparlo por medio de la dosificación de la información y así ponerlo a pensar a cerca de los responsables de las sádicas matanzas, llevándolo finalmente al asombro con la aclaración del problema inicial. Para asociar cómo la violencia se percibe desde el plano de la estructura narrativa y ver cómo ésta es un medio importante para inmiscuir a quien lee, presentamos una descripción de la organización de la técnica.
La trama de esta novela es la historia del cabo Lituma y su compañero Tomasito, quienes tienen la tarea de investigar el destino de tres personas que han desaparecido y temen hayan sido víctimas de Sendero Luminoso, el grupo rebelde que ocupa las montañas donde se encuentran estos soldados. En su tarea por averiguar su paradero los personajes están a la expectativa de ser sorprendidos y aniquilados por las fuerzas rebeldes; mientras, pasan sus días recopilando datos para descubrir qué ha sido de los tres hombres. En su estancia en ese inhóspito lugar empiezan las confesiones del motivo por el que se encuentran ahí, experiencias personales y revelaciones macabras se van narrando. Estos acontecimientos permiten ir preparando un inesperado final. En su búsqueda de información, los personajes tienen contacto con otras personas quienes les hablan de los actos criminales de Sendero Luminoso y de la voluntad caprichosa de seres mitológicos que habitan en la cordillera y viven amenazando a los habitantes de esos sitios.
La técnica narrativa se confabula con la transgresión. La información da al lector indicios para hacer del texto una aventura detectivesca. Estamos ante un narrador ausente como personaje de la historia que analiza los acontecimientos desde el exterior. Su postura es mostrarnos a los protagonistas de la novela desde afuera para luego progresivamente ir acercándonos a cada uno. Con esta técnica el lector queda casi al mismo nivel de conocimiento sobre las circunstancias que los participantes en la historia. De ahí que el receptor del texto escrito se convierta en un testigo de actos impunes y víctima de un narrador que no sabe mucho de la situación y si lo sabe, no nos quiere decir más.
Al inicio de la novela nos enteramos del problema que tienen que resolver los personajes principales. El cabo Lituma y su subordinado Tomás Carreño deben descubrir el paradero de tres hombres. –"Pero qué está pasando aquí- exclamó el guardia civil-. Primero el mudito (Pedrito Tinoco), después el Albino (Casimiro Huarcaya). Ahora uno de los capataces de la carretera (Medardo Llantac quien luego cambia su nombre por Demetrio Chanca)". A partir de esta circunstancia surgen las teorías sobre los supuestos responsables de las desapariciones. "Se los habrán llevado más bien a su milicia. A lo mejor hasta los tres eran terrucos. ¿Acaso Sendero desaparece a su gente? La mata, nomás y deja sus carteles para que se sepa".
Las dos primeras narraciones se encargan de dar evidencias de las manifestaciones bestiales de los terroristas, para achacarles las últimas desapariciones y, comentar sobre los espíritus malignos y caprichosos que exigen sangre para estar contentos. Estas versiones dan pistas al lector para que se imagine el destino que pudieron tener los tres hombres. La inclusión de los atracos de los rebeldes a personas inocentes es con el fin de conocer su desmesura para adquirir lo que creen que buscan: bienestar para su pueblo. En Lituma en los Andes la información está intercalada; es un juego de datos que enmascara dos vertientes de violencia: un grupo armado en busca de poder y posibles pretextos de sacrificios humanos para los dioses manes de la cordillera andina. La estructura narrativa está organizada por bloques de comentarios: primero acompañamos al cabo en sus averiguaciones, luego presenciamos el trabajo sádico de los rebeldes y por último caemos en un juego de voces y pensamientos en la plática de los guardias civiles.
El lector tiene un abanico de actitudes negativas, salta del campamento de Lituma y Tomás, su subordinado, para llevarnos a la escena donde los senderistas aplican su fuerza física y destrozan a personas de una manera indignante. Además, pasar de un punto de vista del cabo y su subordinado a lo que piensan los dueños de la cantina sobre los diosecillos malignos de la cordillera y la pregunta latente ¿qué pasó con los desaparecidos?, mantiene un interés en la lectura y asombro ante actitudes irreconciliables en el ser humano. La estructura narrativa es una organización dosificada de datos que van marcando un lineamiento de responsabilidad al grupo rebelde. En el epílogo se invierte el orden de aparición de información. Ahora, los hechos relacionados con el romance de Tomás y Mercedes se resuelven al inicio con la llegada de ella al campamento y con su firme decisión de declararle su amor. Lituma va a la cantina y ahí se da cuenta de una pista importante: uno de los responsables directos de las acciones vandálicas es el alcohol.
El alcohol es el que da libertad al hombre para olvidarse de sí y en él encuentra la redención al destruir al otro. Por fin se da la respuesta al problema inicial. Es preciso mencionar que Lituma se entera de lo que pasó pero eso no resuelve nada, no hay motivos para castigar a los responsables, son muchos los que estarían involucrados. "Todo hombre es una jaula en la que hay encerrado un animal, <<una bestia>> cuando se suelta, causa estragos" . Lo único que le queda es reprobar el acto y desilusionarse de la naturaleza malvada del hombre.
Este análisis pretende esquivar el convertirse en un comentario sensacionalista al pronunciar que la violencia inunda el corazón humano. Sería fantasioso considerar que la humanidad está corrompida y sólo por medio de la violencia puede lograr algo, sin embargo, existen ejemplos considerables que pudieran dar validez a este comentario. Por esta razón, el análisis sobre la violencia se va a centrar en la realidad del contexto en el que vive Lituma, se hace una revisión histórica de los participantes de la historia para identificar la violencia vertical y luego se exponen algunas actitudes encaminadas a mostrar cómo el hombre se declara enemigo del bienestar de su prójimo, cuando transgrede los límites de la cordura para satisfacer sus necesidades marcadas más por un instinto.
Conocemos sobre la presencia de la guerrilla Sendero Luminoso en los cerros de Naccos. "Esta organización rebelde le declaró la guerra al Estado peruano en 1980. La situación social en ese tiempo no era muy alentadora por la criminal (así calificada por los rebeldes) política económica de Fernando Belaúnde Terry, presidente de Perú. Él parecía haberse encargado de hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. La crisis era más resentida por la espalda del pueblo. Esta política agredía, arruinaba y hundía a las masas de la ciudad y del campo en el hambre y la miseria." La administración de Belaúnde y su parlamento constituían un régimen al servicio de los monopolios estadounidenses. Esto causaba disgusto en algunos sectores del pueblo y se creaba una atmósfera de violencia; por lo que empieza una campaña contra guerrillas.
Cateos, cercos, rastrillajes militarización de ciudades y poblados, patrullajes, imposición de estado de sitio y algunos toques de queda. Bombardeos con aviones supersónicos y helicópteros, utilización de armas químicas. Además de persecuciones, detención, secuestros y desaparecimientos, tortura (que incluía aplicación de corriente eléctrica a pechos y órganos genitales), liquidación física y exterminio de campesinos y trabajadores.
La violación a los Derechos Humanos, el desamparo a la niñez, el hambre, la desnutrición, la falta de atención a las necesidades de salud y educación, entre otras carencias de la población peruana, se daban a la par con las estrategias brutales para restaurar el orden (o bien desorden) legal. Mientras, Sendero Luminoso se organizaba.
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