Otros temas
La literatura india medieval aborda también otros temas. Las primeras obras escritas en muchas de las lenguas de la India eran de carácter sectario y tenían el propósito de desarrollar o celebrar alguna creencia regional alejada de la ortodoxia. Cabe citar entre ellas los Caryapadas, versos tántricos del siglo XII (véase Tantra) que relatan en prosa marathi las enseñanzas y hazañas del fundador de la secta mahanubhava. Las primeras obras en lengua kannada (a partir del siglo X) y en lengua gujarāti (a partir del siglo XIII) son romances jainíes. Basadas en las vidas de santos jainíes, estas historias de temática pali o sánscrita siguen siendo muy populares hoy.
Otros ejemplos literarios alejados de estas tendencias sectarias pueden ser los relatos heroicos y de caballería compuestos en rajasthani, que narran la resistencia a las primeras invasiones musulmanas como el poema épico del siglo XII Prithviraja-rāsau, de Chand Bardāi de Lahore. También se compusieron relatos y baladas, como los surgidos al este de Bengala.
Posteriormente se desarrollaron otras literaturas religiosas de importancia asociadas con ciertas filosofías y sectas regionales: los textos tamiles de los siglos XIII a XV, dedicados a la secta hindú medieval shaiva-siddhanta; las obras de los lingayats (una secta hindú consagrada al culto de Siva) en lengua kannada, entre las que destacan especialmente las vacanas o dichos de Basava (fundador de la secta de mediados del siglo XII) y sus discípulos; y los textos tántricos, en especial los del noreste de la India, que más tarde dieron origen a géneros como el mangala-kavya (poesía de un acontecimiento presagiado) de Bengala. Esta poesía estaba dirigida a divinidades como Manasa (la diosa serpiente), formas locales de la principal deidad femenina llamada Devi (véase Hinduismo).
La principal influencia para la literatura india posterior fueron los primeros vestigios del culto a Krishna y Rama, practicado en el norte de la India, escritos en las lenguas vernáculas. La historia de Krishna se desarrolló en sánscrito a partir del Mahabharata y a través del Bhagavata-Purana, hasta el poema compuesto en el siglo XII por Jaydev, Gitagovinda (El canto del vaquero); pero hacia 1400 surge una serie de poemas de amor, escritos en maithili (hindi oriental de Bihār) por el poeta Viyapati, que influyeron de manera decisiva en el culto a Radha-Krishna practicado en Bengala y en toda la literatura erótico-religiosa asociada con él.
La tradición bhakti
El pleno florecimiento del culto a Radha-Krishna, bajo los místicos hindúes caitanya (en Bengala) y vallabhacharya (en Mathura), pasa por la bhakti. La palabra bhakti implica la devoción personal a un dios, muy alejada de los ritos brahmánicos, un intenso anhelo comparable al deseo de los amantes o al de un niño separado de su madre. De hecho la bahkti es cualquier forma de amor humano. Si bien se encuentran indicios de esta actitud en la obra de los alvars tamiles (místicos que escribieron himnos extáticos de alabanza a Visnú entre los siglos VII y X), fue el entusiasmo de los místicos sufíes islámicos lo que hizo que la bhakti inundase todos los canales de la vida intelectual y religiosa en la India desde finales del siglo XV. El sentimiento era el mismo, pero su forma variaba de una región a otra. La bhakti se dirigía también a Rama (una reencarnación de Visnú), como se manifiesta especialmente en las obras escritas en avadhi (hindi oriental) de Tulsi Das, cuyo Ramcaritmanas (Lago de los actos de Rama, 1574-1577) se ha convertido en la versión canónica del Ramayana en todo el norte hindiparlante. Los primeros gurús, o fundadores de la religión sij, particularmente Nanak y Arjuna, escribieron himnos bhakti dirigidos a sus conceptos de deidad. Estos himnos constituyen los primeros documentos escritos en panyabi y forman parte del Adi Granth (Libro primero o Libro original), libro sagrado de los sijs, compilado en 1604 por Arjuna.
Durante el siglo XVI, en otras regiones, la bhakti se dirigió a otras formas de divinidad. Así, por ejemplo, la princesa Rajasthani y el poeta Mira Bai escribieron sus versos para alabar a Krishna, al igual que el poeta gujarāti Narsimh Mehta.
LITERATURA INDIA DEL PERIODO INTERMEDIO
En la literatura escrita entre 1500 y 1800 la corriente de versiones de las epopeyas sánscritas tradicionales continúa su flujo imparable, al tiempo que surgen las formas literarias en urdu y persa.
Material tradicional
Durante este periodo la literatura india se escribe también en urdu, una lengua nueva. El urdu, que se habla en la región de Delhi, es similar al hindi y contiene muchas palabras árabes y persas. Los poetas urdus emplean casi siempre las formas persas, como el ghazal (para la poesía amorosa), además de una forma islámica de la bhakti, la masnavi (para el verso narrativo), y la marsiya (para las elegías). La literatura en urdu surgió primero en los reinos islámicos de Decán, donde la experimentación literaria era aparentemente más fácil y menor el prestigio de la lengua literaria ortodoxa, el persa. Esta tradición culminó con la poesía lírica de Wali. El urdu cobró entonces fuerza como lengua literaria en Delhi y Lucknow. Los ghazals de Mir y Ghalib pueden considerarse la cima de la poesía lírica en urdu. Los poetas urdus eran en su mayoría artistas cosmopolitas y urbanos, si bien algunos adoptaron el lenguaje propio de la poesía popular, como se pone de manifiesto en la poesía escrita en panyabi, pushtu, sindhi y otras lenguas regionales.
EL PERIODO MODERNO
Destacados poetas como Ghalib vivieron y trabajaron durante el periodo de dominación británica, que provocó una auténtica revolución literaria en todas las lenguas de la India como resultado del contacto con el pensamiento occidental. También durante esta época los misioneros cristianos llevaron a la India la imprenta, y la influencia de las instituciones de enseñanza occidentales fue sin duda decisiva. A mediados del siglo XIX surgió en los grandes puertos de Bombay, Calcuta y Madrás una nueva tradición literaria en prosa en la que se inscribe la novela, el relato, el ensayo y el drama literario (este último incorpora tanto modelos sánscritos clásicos como modelos occidentales) que poco a poco absorbió a todos los géneros poéticos tradicionales. Los núcleos septentrionales de Delhi y Uttar Pradesh fueron los últimos influidos por esta nueva tradición, y como la mayoría de los musulmanes no se aprovecharon de la nueva educación, la literatura urdu pudo preservar en gran parte su integridad. Los poetas urdus permanecieron fieles a la métrica y las formas tradicionales, mientras que los bengalíes tomaron como modelo a poetas ingleses como Percy Bysshe Shelley, en la década de 1840, o T. S. Eliot, en la de 1940.
En los últimos 150 años son muchos los escritores que han contribuido al desarrollo de la literatura india moderna, escrita en cualquiera de las quince lenguas principales de la India, entre las que se incluye el inglés. El bengalí ha ido cobrando fuerza a lo largo del proceso de occidentalización y hoy ofrece una de las literaturas más extensas de la India. Uno de sus principales representantes es Rabindranath Tagore, el primer escritor indio galardonado con el Premio Nobel de Literatura (1913).
La obra de otros dos grandes dirigentes y escritores indios del siglo XX se conoce a través de su traducción a diversas lenguas europeas: la poesía del líder y filósofo islámico Muhammad Iqbal, escrita originalmente en urdu y persa; y la autobiografía de Mohandas K. Gandhi, Mis experiencias con la verdad, escrita originalmente en gujarāti entre 1927 y 1929 y considerada hoy un clįsico.
Si bien la mayor parte de la literatura india del siglo XX sigue sin traducirse a otras lenguas, algunos escritores en lengua inglesa son relativamente conocidos en Occidente. Cabe citar entre ellos a Mulk Raj Anand, autor de novelas de protesta social como Intocable (1935) y Coolie (1936); y R. K. Narayan, autor de novelas y relatos sobre la vida rural en el sur de la India. La primera de las numerosas obras de Narayan, Swami y sus amigos, apareció en 1935; otros títulos más recientes son El maestro inglés (1980), El vendedor de golosinas (1983) y Bajo el árbol de Banyan. Entre los autores más jóvenes de la India moderna, que manifiestan su nostalgia del pasado, destacan Anita Desai, con En custodia (1984), la historia de un maestro fatalmente hechizado por la poesía; y Ved Mehta, residente en Estados Unidos, que ahonda en sus raíces indias en una serie de recuerdos sobre su vida familiar y su educación en diversas escuelas para invidentes de la India y Estados Unidos.
Literatura portuguesa, conjunto de obras literarias escritas en portugués y otras lenguas. Destaca por la dulzura de su poesía lírica y el ingenio mordaz de su prosa satírica. La literatura portuguesa puede dividirse en cuatro periodos: de 1200 a 1415, la edad de los trovadores; de 1415 a 1580, el florecimiento humanista, que rivalizó con el de Castilla; de 1580 a 1820, época de estancamiento, y desde 1820 hasta el presente, el renacimiento romántico. Desde el siglo XII hasta el siglo XIV, floreció una rica y precoz literatura dentro de la península Ibérica escrita en la lengua del noroeste de España y que se conoce como la lírica galaico-portuguesa. Pero es a partir del siglo XIV cuando ya puede empezarse a hablar de una literatura propiamente portuguesa. Hasta el siglo XVII muchos portugueses escribieron también en castellano, por lo que se les atribuye la autoría de la mejor novela de caballería española, Amadís de Gaula.
EDAD DE LOS TROVADORES
La poesía galaico-portuguesa de corte trovadoresco surge en el siglo XIII durante el reinado de Alfonso III y alcanza su esplendor en el de su hijo Dionís, él mismo un excelente trovador. En aquel siglo sobresalen los sacerdotes Airas Nunes y Joan Airas de Santiago, João Garcia de Guilhade y el jogral (juglar) Martin Codax. Los géneros cultivados en esta época eran de tres tipos: cantigas de amor, quejumbrosas canciones de amor de tipo trovadoresco; cantigas de amigo, canciones populares entonadas por las mujeres, llenas de gracia y aún vivas en la tradición folclórica oral, y cantigas de escarnio, sátiras burlescas y difamatorias. Se conservan más de 2.000 canciones reunidas en tres cancioneros (de Ajuda, Vaticana y Colocci-Brancuti) y un cuarto libro de cantigas dedicadas a la Virgen María por el rey Alfonso X el Sabio. En los siglos XIII y XIV aparece la prosa literaria portuguesa en los livros de linhagens (libros de linajes), además de crónicas, vidas de santos y otras literaturas edificantes traducidas del latín, así como adaptaciones de los romances artúricos de los caballeros de la tabla redonda.
RENACIMIENTO
A finales del siglo XV vuelve a florecer la cultura portuguesa, en parte como resultado de la expansión ultramarina alrededor de Africa y el crecimiento de las ciudades portuarias del Atlántico. La curiosidad acerca de la naturaleza humana que caracterizó el renacimiento abrió nuevos horizontes a la escritura sin llegar a romper con la doctrina eclesiástica medieval ni con la lírica de los trovadores. Las influencias clásicas e italianas, una mayor variedad de formas, y la excitación propia de la novedad caracterizan la mejor poesía del Cancionero general (1516), recopilado por Garcia de Resende, que engloba la obra de 300 poetas, cuatro de ellos famosos: el mismo Resende, que versifica uno de los grandes temas románticos de la literatura europea, el asesinato de Inés de Castro; Gil Vicente, que fundó el teatro portugués escribiendo y representando para la corte desde 1502; Bernardim Ribeiro, poeta melancólico autor del Libro de las nostalgias (1554-1557), más conocido por el título de Menina e moça (niña y doncella), primeras palabras de la novela en la que se combinan lo pastoral y lo caballeresco, y Francisco de Sá de Miranda, que viajó a Italia y revolucionó la poesía portuguesa introduciendo la métrica italiana. Gil Vicente, el más grande de los cuatro poetas, escribió obras filosóficas como La barca del Infierno (1516) siguiendo el modelo de Dante; románticas, Amadís de Gaula (1523?), y farsas, Auto de la India (1509?). Sus obras retratan a toda la sociedad portuguesa, desde gitanos y esclavos negros a prelados y príncipes, contemplados todos con la receptividad de un humanista cristiano, a veces serio y otras veces alegre, y siempre incluyendo canciones inspiradas en la poesía folclórica del país.
EDAD DE ORO DE LA LITERATURA
En la siguiente generación, António Ferreira (1528-1569) profundizó las innovaciones de Sá de Miranda en Inés de Castro (1587), una tragedia en verso en la que aparece un coro griego, y Jorge Ferreira de Vasconcelos (c. 1515-c. 1585), autor de varias comedias costumbristas en prosa, entre ellas Eufrósina (1555), una réplica moral a La Celestina de Fernando de Rojas. La prosa narrativa avanzó poco y se siguió cultivando la novela de caballerías y los romances en prosa y verso como Lusitania transformada (1595), de Fernão Álvares do Oriente, o los cuentos morales de Gonçalo Fernandes Trancoso. En el siglo XVI se escribieron muchos tratados morales y religiosos, la mayor parte de ellos en forma de diálogos, que es típica del humanismo, como Imagen de la vida cristiana (1563), de Heitor Pinto; el apasionado Consolación de Israel en sus tribulaciones (1553), del escritor judío portugués Samuel Usque, y una crítica de las prácticas coloniales, Soldado práctico (1590), de Diogo do Couto.
Couto es famoso sobre todo por ser uno de los mejores entre los historiadores que registraron el esplendor y el ocaso del imperio portugués. El primero fue Eanes de Azurara, que escribió sobre el príncipe portugués Enrique el Navegante, pero el más destacado, João de Barros, siguió el modelo clásico del historiador romano Livio en su ambiciosa historia de las conquistas de ultramar, Décadas de Asia (1552-1615), que Couto continuó, cubriendo entre ambos la historia y geografía del siglo XVI. Otros historiadores fueron el humanista Damião de Góis, que escribió la crónica del reinado del rey Emanuel, y Gaspar Correia, que utilizó su experiencia como secretario de Afonso de Alburquerque, el conquistador de Goa y Malacca, para escribir una minuciosa y emocionante Memoria de la India (1858-1866). Las obras en prosa más ricas en escenas exóticas, dramáticas y picarescas de esta época son los libros de viajes. Además de una serie de historias de naufragios recogidas en el siglo XVIII, La trágica historia del mar (1735-1736), Álvaro Velho escribió en 1838 un relato verídico del descubrimiento de la ruta marítima hacia la India entre 1497 y 1498, y en 1817 Pero Vaz de Caminha el de la costa de Brasil en 1500. Peregrinaciones (1614), publicada póstumamente, recoge las aventuras noveladas de Fernão Mendes Pinto en el Lejano Oriente como comerciante, pirata y esclavo.
CAMÕES Y EL DECLINAR DE LA EDAD DE ORO
Todo el auge y declive de la edad de oro en Portugal, con sus ideales de caballero, cristiano y amante, se encuentra resumido en la vida y la obra del escritor más importante de la literatura portuguesa, el poeta Luís de Camões. De origen noble aunque pobre, de joven probó fortuna en la corte y más tarde en África y Asia. Regresó a su país arruinado y con la salud quebrantada, pero con un tesoro imperecedero: su poema nacional Os Lusíadas (1572), que en portugués significa 'los hijos de Lusus'. Esta obra constituye quizá la mejor epopeya del renacimiento, así como un homenaje a los reyes portugueses del pasado y a todo el pequeño pero intrépido país. El viaje de Vasco da Gama a la India proporciona el tema, que el poeta engrandeció incluyendo la mitología antigua. La obra culmina en una apoteosis intemporal del espíritu humano como conquistador de la naturaleza. Camões también fue un excelente poeta lírico en el uso del lenguaje más dulce y puro para describir el amor ideal y lo absurdo del destino humano. Sus Poemas (1595), sonetos y canciones rivalizan en sutileza filosófica con las del poeta italiano Petrarca. También escribió varias obras de teatro de tema clásico.
Camões destacó por encima de muchos valiosos poetas de su tiempo y de las dos siguientes generaciones, entre ellos Diogo Bernardes y su hermano Agostinho da Cruz, que escribieron sobre Dios revelado en el idílico vergel del campo portugués. Francisco Rodrigues Lobo también abordó temas pastoriles.
Camões inspiró a los escritores portugueses durante siglos y preservó el espíritu nacional durante la era de estancamiento que supuso su sometimiento a la corona de Castilla, pero las consiguientes luchas de los portugueses para recuperar y mantener su independencia sólo fueron compensadas por la prosperidad de la gran colonia: Brasil. Aun así, esta tercera época produjo varios escritores importantes. Los comentarios (1639) sobre Os Lusíadas de Manuel de Faira e Sousa, poeta, historiador y crítico literario, constituyen una labor monumental de veneración y erudición. Lo mejor de la obra de Francisco Manuel de Melo, cuya experiencia por los cargos que ocupó y su ingenio agudo no le faltaron en la cárcel o el exilio, se encuentra en sus poemas, las cartas a sus amigos y en sus Apólogos dialogados (1721) sobre temas de la época. Otros maestros de estilo barroco fueron los clérigos Antonio das Changas, soldado y fraile, y el predicador jesuita, conocido internacionalmente, António Vieira, cuyos sermones, que llenan quince volúmenes, son únicos por su fuerza imaginativa, su ingenio, su atrevida crítica profética y su encendido patriotismo.
SIGLO XVIII
En el siglo XVIII la formalidad académica clásica francoitaliana se impuso a la exuberancia barroca en nombre del "buen gusto" y abunda la literatura didáctica, quedando relegada la inspiración poética a Brasil. El verdadero método de estudiar (1746), un tratado sobre educación, antiescolástico y antijesuita, de Luís António Verney, impulsó reformas propias de la ilustración. António José da Silva escribió obras de teatro burlescas para títeres y Francisco Xavier de Oliveira, que huyó a Inglaterra, se convirtió en el primer ensayista portugués con sus informales Cartas familiares (1741-1742). El periodo romántico se anunció en los sonetos autobiográficos y filosóficos, Rimas (1791-1799), de Manuel Maria Barbosa du Bocage, un bohemio temerario que malgastó su talento en improvisaciones y obscenidades.
SIGLO XIX
La cuarta época, la del emergente nacionalismo, todavía sigue su curso. El nacionalismo portugués surgió a partir de la ideología revolucionaria francesa y las invasiones napoleónicas de la península Ibérica en el primer cuarto del siglo XIX. Jóvenes intelectuales de clase media como João Baptista Almeida Garrett y Alexandre Herculano pasaron años de exilio en Francia e Inglaterra, donde aprendieron de primera mano las ideas románticas de libertad y nacionalismo. De regreso a Portugal, Almeida Garrett llevó a cabo el renacimiento de la escena nacional con dramas históricos como Hermano Luiz de Sousa (1844). Tuvo más éxito como poeta, plasmando en versos sus amores, idealizando las desgracias del genio en un largo poema sobre Camões, o reelaborando baladas populares portuguesas. En Viajes por mi tierra nativa (1846) creó un caprichoso relato que mezcla romance, sátira y autobiografía en un estilo refrescante y locuaz. Herculano fue un reputado historiador de la edad media portuguesa, pero también escribió ficción histórica, como Eurico, el presbítero (1844), novela sobre los visigodos y los moros, en la que abordó el tema del celibato sacerdotal.
Ignorando las tendencias extremas, el romanticismo portugués se combinó con preceptos neoclásicos en dos autores románticos que pueden considerarse modelos del estilo portugués puro: el poeta ciego António Feliciano de Castilho, y su aventajado discípulo Camilo Castelo Branco, más romántico en su estilo de vida que en sus escritos. Castelo Branco creó una galería de personajes campesinos y habitantes de pueblos del norte de Portugal en relatos y novelas costumbristas como Amor de perdición (1862) y Cuentos de Minho (1875-1876). En 1865 un grupo de destacados estudiantes universitarios desplazaron a Castilho en nombre de las "nuevas ideas": filosofías alemanas, socialismo francés, ciencia y arte realista. El más dotado (y el más infeliz) del grupo fue un poeta de las Azores, Antero Tarquínio de Quental, que escribió sonetos filosóficos que alternan entre las altas esperanzas del progreso humano y un absoluto desaliento (Sonetos completos, 1886). Al grupo pertenecen también el primer historiador literario en el sentido moderno, Teófilo Braga; el economista y brillante historiador cultural, Joaquim Oliveira Martins; Guerra Junqueiro, el poeta social más importante, y el mejor escritor de ficción realista, José María Eça de Queirós. La Reliquia (1887), de este último, está escrita en una prosa sutil y maestra.
Durante el último cuarto del siglo XIX, estos artistas eclipsaron a un grupo de talentos más jóvenes, los poetas simbolistas Camilo Pessanha, muy versado en cultura china (Clepsidra, 1922); Eugénio de Castro, autor de Oaristos (1890), y António Nobren, cuyo único libro, Sólo (1892), pone de manifiesto una vuelta al nacionalismo sentimental de Almeida Garrett, novelando a partir del folclore, pero opuesto a cualquier cambio. Entre los tradicionalistas destacan António Correia de Oliveira, famoso por su libro de poesía Mi tierra (1915-1917), y el poeta portugués más importante desde Almeida Garrett, Fernando Pessoa. Intensamente nacional pero también anticatólico e irónico, ecléctico y místico, Pessoa escribió utilizando varios nombres para expresar dramáticamente las conflictivas personalidades que convivían en su propia alma. Después de su muerte, comenzaron a ser ampliamente leídos y elogiados sus poemas y ensayos literarios; uno de sus escritos más significativos es Oda triunfal (1914). Aunque perteneció al movimiento futurista, conocido en Portugal como "modernismo", siempre fue una figura solitaria y se mantuvo al margen de la defensa de las instituciones democráticas, al contrario que la mayoría de los intelectuales, enfrentados al conservadurismo tenaz de la política, entre ellos Aquilino Ribeiro, autor de novelas realistas; el poeta panteísta Teixeira de Pascoães; el poeta e historiador Jaime Cortesão, y el ensayista António Sérgio, enemigo de los mitos nacionalistas. La cena del obispo (1907), del dramaturgo y poeta Júlio Dantas, destaca por su ingenio y sentido del ambiente.
SIGLO XX
Tras el colapso de la República en 1926, la lucha por las libertades se renovó en la generación del poeta Miguel Torga, autor de un Diario (iniciado en 1941) en prosa y verso, que constituye un comentario único sobre sus vivencias y los acontecimientos de la época y el país; la narradora Irena Lisboa, profunda reveladora de vidas patéticas y oscuras; Ferreira de Castro, famoso por su novela La jungla (1930), sobre un portugués emigrante en Brasil, y José Rodrigues Miguéis, autor de novelas psicológicas como Escuela del Paraíso (1960), que evoca la ciudad de Lisboa en 1910.
A estos escritores se unieron otros muchos que reaccionaron contra la exagerada introspección de José Régio y José Gaspar Simões, editores de la revista literaria Presença (1927-1940), consagrándose al realismo social o neorrealismo. A este movimiento, que experimentó con nuevas técnicas narrativas, pertenecen el existencialista Vergílio Ferreira, autor de la novela Alegría breve (1965), y José Cardoso Pires, que escribió El huésped de Job (1963).
El neorrealismo, junto con las obras literarias procedentes del Nordeste de Brasil, una región parecida social y climáticamente a África, impulsó la literatura de los territorios portugueses en África con la narrativa social y regional de Baltasar Lopes y Manuel Lopes, de Cabo Verde. En Tierra muerta (1949), Castro Soromenho describe las relaciones entre negros y blancos en Angola. Francisco José Tenreiro, de Santo Tomé, fue el primer escritor portugués en defender el orgullo de la negritud africana en una poesía lírica cada vez más comprometida.
Dentro de la experimentación surrealista y concretista destacan poetas como Jorge da Sena, maestro de la asociación de ideas e imágenes tanto en prosa, con Andanzas del demonio (1960 y 1967), como en verso, con Metamorfosis (1963). En menor medida que en la poesía, los nuevos puntos de vista están revitalizando la narrativa portuguesa, no sólo a través de ideas extranjeras como el existencialismo y el estructuralismo, sino también gracias a la emancipación de las mujeres, que comprenden la mitad de la población lectora del país. Entre las escritoras portuguesas modernas se encuentran Agustina Bessa-Luis, que aborda la incomunicación y complejidad psicológica de las mujeres de la clase media en novelas como La sibila (1953), y poetisas como Sofia de Melo Breyner Andresen. En 1972, Maria Isabel Barreno, Maria Teresa Horta y Maria Velho da Costa colaboraron en la producción de un libro de ensayos, relatos y poesía, Las tres Marías, inspirado en Cartas de una monja portuguesa, un clásico del siglo XVII escrito en forma de cartas de amor apasionado, atribuidas a una monja portuguesa, Marianna Alcoforado, que se publicó por primera vez en París en 1669 y apareció en Portugal en 1819. Debido a su contenido feminista y erótico, Las tres Marías fue prohibido y sus autoras comparecieron ante un tribunal, lo que provocó una gran protesta internacional. En 1974, con la llegada al poder del nuevo gobierno portugués, se perdonó a sus autoras y el libro volvió a venderse.
Aunque la escasa audiencia teatral ha relegado al drama moderno portugués a círculos de entusiastas, destaca el dramaturgo Bernardo Santareno, cuyas obras analizan problemas nacionales sobre un trasfondo psicológico, como en El infierno (1968).
Literatura francesa, literatura escrita en lengua francesa desde aproximadamente finales del siglo XI hasta el presente. Antes del siglo IX, el latín era la lengua literaria de Francia.
LITERATURA PRECLÁSICA
A finales del siglo XI florecieron en Francia las primeras formas poéticas en francés, las canciones de gesta.
Edad media
Las canciones de gesta son poemas largos que relatan las proezas de los caballeros cristianos compuestas posiblemente por trovadores errantes, conocidos como juglares, para entretener a peregrinos o a las cortes feudales. Los autores de las canciones se inspiraban en tres fuentes principales, por lo que los poemas se clasifican en tres grupos: los ciclos francés, bretón y clásico.
El ciclo francés trata principalmente de héroes franceses que ponen sus armas al servicio de la religión. La figura central es Carlomagno, que se convierte en el héroe del cristianismo. El poema épico más famoso de este grupo, compuesto a finales del siglo XI y principios del XII, es la Canción de Roldán.
El ciclo bretón está basado en su mayor parte en el folclore celta. El poeta principal fue Chrétien de Troyes, que vivió a finales del siglo XII. Sus poemas versan principalmente sobre el semilengendario rey Arturo de Inglaterra y sus nobles caballeros.
El ciclo clásico es el menos original y por lo tanto, el menos importante. Utilizando material de los clásicos, los escritores cristianizaron a Agamenón, Aquiles, Ulises, y a los héroes de Tebas, Troya y Roma. La obra más conocida de este ciclo es el Roman d'Alexandre.
Al mismo tiempo existía una literatura más popular basada en historias breves en verso. Al principio estas obras trataban sólo temas religiosos, que indicaban la preponderancia de la Iglesia sobre la vida y el arte. Pero poco a poco estos textos fueron haciéndose cada vez más profanos. Los fabliaux florecieron en los siglos XII y XIII, y aparecieron en este periodo las sátiras Le Roman de Renart y Le Roman de la Rose.
Le Roman de Renart es una alegoría animal de unos 32.000 versos (después aumentaron a 100.000), en la que se critica cautelosamente a ciertas clases de la sociedad medieval francesa, incluyendo al clero y a la nobleza. Este tipo de literatura se gestó a partir de antiguas colecciones de fábulas de animales, especialmente de una traducción en verso de fábulas de Marie de France del siglo XII.
La corriente didáctica y alegórica llegó más lejos aún, en el siglo XIII, con el Roman de la Rose, una obra de unos 22.000 versos en la que la rosa simboliza el amor y la amada; el deseo del poeta es entrar en el jardín y conseguir la rosa. Los primeros 4.000 versos los compuso Guillaume de Lorris, y Jean de Meun (o Meung; entre 1240 y 1305) más tarde escribió el resto del poema. La influencia de este texto se extendió por toda Europa hasta el siglo XVII.
Influida por la poesía árabe y por los ritos precristianos, se cultivó en la corte de los condes de Toulouse y de Leonor de Aquitania una poesía trovadoresca que instauró una concepción del amor integrada en el sistema de valores feudal (véase Amor cortés). La poesía de los trovadores provenzales hizo su aparición a principios del siglo XII y tuvo en la figura de Guillermo de Aquitania su primer gran representante. Esta poesía alcanzó su plenitud expresiva en los poetas Bertran de Born, Arnaud Daniel y Guiraut de Bornelh.
Durante los siglos XIV y XV se desarrollaron nuevas formas poéticas. Guillaume de Machaut, aunque fiel a las formas poéticas del amor cortés, introdujo muchas novedades, sobre todo en el plano formal. La poesía del siglo XV francés tiene a sus más destacados representantes en Charles d’Orléans y François Villon. Este último compuso sus dos obras importantes, Le petit testament (1456) y Le grand testament (1461), a modo de escritos burlescos. Le grand testament está formado por baladas. Estas obras, que abarcan un total de no menos de 2.500 versos, toman forma de confidencias de un hombre consigo mismo con un gran afán de vivir, aunque compartido con el sentido medieval del pecado y la preocupación por la muerte. Debido a su expresividad e individualismo, los poemas de Villon han ejercido influencia sobre la poesía lírica que se ha prolongado incluso hasta el siglo XX.
La evolución de la literatura medieval francesa, de religiosa a profana, se ve más claramente en el teatro. Los dramas litúrgicos del siglo XI estaban compuestos de pasajes extraídos de la Biblia en prosa latina. Trataban siempre del nacimiento y la pasión de Cristo. Con la aparición de actores aficionados en el siglo XII, se adoptó el francés en el drama profano o secular, que empleaba aún temas bíblicos. En el siglo XIII se amplió el temario con milagros sobre los santos y la Virgen María. De este periodo datan también la primera obra pastoral y ópera cómica, El juego de Robin y de Marion. Los milagros de la Virgen María fueron el tema favorito durante el siglo XIV, y más adelante fueron adaptadas, como representaciones sueltas, las canciones en estas obras religiosas. En el siglo siguiente, el interés popular por el teatro aumentó, y las producciones teatrales se liberaron de la influencia eclesiástica.
Excepto por su interés histórico, la prosa no tuvo mucha importancia en la literatura francesa antes del siglo XVI. Los relatos de aventuras consistían meramente en versiones en prosa de las canciones.
Son dignos de mención tan sólo unos pocos historiadores, entre ellos Godofredo de Villehardouin y Jean de Joinville, cronistas de las Cruzadas; Christine de Pisan, autora de crónicas de la corte en elegantes versos; y Alain Chartier, cronista en verso de la desastrosa batalla de Agincourt. Todos ellos fueron eclipsados por Jean Froissart, cuyas crónicas describían intensamente el mundo de las órdenes de caballerías. Las Memorias (1524) de Philippe de Comines, que contenían ideas similares a las de su coetáneo italiano Maquiavelo, aportaron el primer relato francés de los sucesos políticos, desde el punto de vista de un hombre de Estado.
El renacimiento
En el siglo XVI la literatura francesa sucumbió a la arrolladora influencia del renacimiento italiano. Los versos de Petrarca y los conceptos clásicos, en especial los de filosofía platónica, fueron aceptados con entusiasmo. Se adoptaron en la corte de Margarita, reina de Navarra, que se convirtió en el centro de la cultura francesa de la época. El más importante de los primeros poetas del renacimiento fue el escritor del siglo XVI, Maurice Scève, cuyas obras reflejan la intelectualidad del renacimiento. La expresividad emocional de Villon y de poetas de la Pléyade posteriores, desaparece en el verso de Scève y se convierte en una expresión formal de la percepción y el conocimiento. Teniendo esto en cuenta y por sus alusiones oscuras, tiene cierto parecido con corrientes poéticas del siglo XX.
El renacimiento llegó a su máximo apogeo con la nueva generación de poetas. Siete poetas formaron un grupo conocido por la Pléyade, cuyo mentor incuestionable fue Pierre de Ronsard y crearon una nueva época literaria. Sus muy imitadas odas y sonetos, en Amores de Cassandra (1552), y su poema épico inacabado, La Franciada (1572), le convirtieron en el poeta más famoso del siglo. Utilizó a los antiguos clásicos como modelo, de acuerdo con las teorías poéticas de Joachim du Bellay, segundo en importancia entre los poetas de la Pléyade. Con la perfección de sus formas poéticas, Ronsard ayudó a preparar la llegada del clasicismo.
Las nuevas ideas del renacimiento y en especial el nuevo concepto del humanismo hicieron su primera aparición en los escritos de François Rabelais. De sus cinco libros, los más famosos son Pantagruel (1532) y Gargantúa (1534), cómicas historias épicas de gigantes. Rabelais utilizó estos personajes para personificar la libertad y potencialidad del humanismo, que quería lograr el desarrollo completo del cuerpo y de la mente. Recomendaba una amplia moralidad, llamada pantagruelismo, dedicada a satisfacer todo lo que requería la naturaleza humana, como una manera de aceptar racionalmente la realidad. Rabelais proyecta un realismo, germinado en la alegoría Le Roman de la rose, que vuelve a aparecer en el siglo XVII en las comedias del dramaturgo Molière. Uno de los escritores en prosa más importantes de Francia, Rabelais destacó por su vitalidad e ingenio y su fe ilimitada en la capacidad del espíritu humano.
Michel de Montaigne fue el prototipo del humanista erudito francés. Describió en sus Ensayos (1581-1588) su filosofía personal de todos los temas que le interesaban. Recomendaba un escepticismo suave pero universal de lo que ofrecía la filosofía para escapar de la frustración y del desencanto y lograr contentarse en la vida. Su sistema pedagógico hace hincapié en un espíritu abierto a la investigación más que a la acumulación de hechos. En política y religión, Montaigne era conservador, en búsqueda de la serenidad social e individual. Los Ensayos ofrecieron el primer modelo del hombre honesto, es decir, el caballero culto del siglo XVII.
CLASICISMO E ILUSTRACIÓN
El siglo XVII, conocido por el gran siglo, es la época clásica de la literatura francesa. Estuvo marcado por el largo reinado de Luis XIV, con el que Francia alcanzó la cima de su poder y la hegemonía política y cultural. A esta época le siguió la Ilustración en el siglo XVIII, en el que el poder francés perdió fuerzas y la energía intelectual de la nación buscó el cambio y la reforma.
Periodo clásico
Una de las primeras figuras del clasicismo fue François de Malherbe, que a pesar de ser un poeta mediocre, estableció los criterios literarios del siglo: la razón pura, el sentido común y la perfección de la forma. En la consolidación de estos principios contribuyeron las influencias del salón de la marquesa de Rambouillet y de la Academia Francesa.
La marquesa de Rambouillet fue considerada la fundadora del preciosismo, una reforma del lenguaje, los modales y del ingenio. Fue satirizada más tarde por Molière en Las preciosas ridículas (1659), por su amaneramiento y exageración. Pregonaba el refinamiento en el lenguaje, los sentimientos y las relaciones sociales. La marquesa de Rambouillet reunió en su salón a la mayoría de las figuras literarias contemporáneas. La forma y el contenido eran el tema de la controversia literaria de la época. Se discutían y criticaban los dos sonetos, 'Job', de Isaac de Benserade, y 'Uranie', de Vincent Voiture. Cabe destacar otra mujer que influyó en la moda literaria de la época, la marquesa de Maintenon.
La Academia Francesa fue en su origen una sociedad privada de eruditos que se transformó en 1635 en una corporación estatal, ante la insistencia del cardenal Richelieu. Los académicos propusieron la preparación de un diccionario, una gramática y un manual de retórica. Se terminó y público sólo el diccionario. Claude Favre Vaugelas realizó la mayor parte del trabajo del léxico. Sus Remarques sur la langue française (Notas sobre la lengua francesa, 1647) lograron establecer los principios del uso de la lengua. Estuvieron entre los miembros fundadores de la Academia, Valentin Conrart, su primer secretario, y los poetas Jean Chapelain, François Maynard, el marqués de Racan y Vincent Voiture. Antoine Furetière, que se hizo miembro en 1662, fue expulsado en 1685 por recopilar un diccionario (que no fue publicado hasta 1690) cuya estructura sería considerada después más lógica que la adoptada por la Academia.
Nicolas Boileau-Despréaux fue el principal crítico y teórico literario de la época clásica; su influencia se extendió por toda Europa. Creía en la razón y en la ley natural y era partidario de las definiciones exactas; su búsqueda consistió en establecer reglas por las que la literatura se convirtiera en una disciplina tan precisa como la ciencia. Sus principales obras, escritas en verso, son Las sátiras (comenzadas en 1660), Épîtres (Epístolas, comenzadas en 1669), y L'Art poétique (1674; El Arte de la Poesía).
Ejerció también una poderosa influencia literaria Jacques Bénigne Bossuet, el predicador más célebre de la época de Luis XIV. Fue tutor del delfín y llegó a ser el principal portavoz de la iglesia en Francia. Sus sermones y oraciones fúnebres (Oraciones fúnebres, 1689) son modelo de retórica clásica.
Pierre Corneille fue el primero de los maestros franceses de la tragedia clásica. Su primer gran éxito fue El Cid (1636 ó 1637). Corneille intentaba utilizar las unidades aristotélicas de lugar, tiempo y acción, pero la tensión dramática de sus tragedias era psicológica, derivada de las aspiraciones y frustraciones de los personajes en su esfuerzo por lograr la grandeza con el ejercicio supremo de la voluntad. Jean Baptiste Racine, sucesor de Corneille, fue incluso más valorado. Menos retórico y menos formal, logró más naturalidad en sus obras; utilizó pasajes líricos, que enriquecieron sus últimas obras dramáticas con el uso de coros, emplazamientos espectaculares, alternando temas clásicos, por ejemplo, Bérénice (1670) y Fedra (1677), con temas bíblicos en Esther (1689) y Athalie (1691). En todas sus obras dramáticas las protagonistas principales eran mujeres, y las tensiones dramáticas giraban en torno a las vicisitudes del amor.
Molière, el tercer gran escritor de teatro del siglo XVII, es el maestro francés de la comedia. Su agudo sentido teatral hace que sus obras sigan siendo representadas con éxito hoy en día. Esto puede ser atribuido, al menos en parte, al hecho de haber sido actor y director. Entre sus comedias más conocidas están Las preciosas ridiculas, Tartufo (1664), El misántropo (1666), y El burgués gentilhombre (1670). Molière satirizó los puntos débiles de la época, como el amaneramiento de los salones literarios, y los fallos humanos más comunes como la hipocresía, la credulidad, la avaricia, y la hipocondría. Sus creencias filosóficas, semejantes a las de Rabelais y Montaigne, pregonaban el derecho del individuo a desarrollarse según su propia voluntad.
Cabe destacar la contribución, en esta época, de los jansenistas, un grupo católico puritano opuesto a los jesuitas. Algunos de los escritores y pensadores franceses más originales y contundentes de aquel tiempo fueron jansenistas, entre ellos los polemistas teológicos, Arnauld y Pierre Nicole aunque la figura principal es el filósofo, físico, matemático, y místico Blaise Pascal. En los Pensées (Pensamientos, 1670), Pascal llegó a la conclusión de que ciertas realidades espirituales escapaban a la razón humana.
Entre otros escritores notables de la época estaban los dos moralistas François de la Rochefoucauld y Jean de la Bruyère. La Rochefoucauld ha sido considerado uno de los epigramistas más famosos de todos los tiempos. En sus Reflexiones y máximas morales (1665), combina el interiorismo psicológico con una concisión que da a cada uno de sus epigramas brillantez y equilibrio. Su condición social de aristócrata otorgó autoridad a su opinión sobre la vida de la corte. Dado que la esencia de sus máximas es la vanidad de la pretensión humana y de la rivalidad, fue un aliado de los jansenistas.
El juicio moral que La Bruyère hizo de su tiempo fue más duro y más comprensivo que el de La Rochefoucauld. Su obra principal, Les "caractères" de Théophraste, traduits du grec, avec les caractères ou les moeurs de ce siècle (Los caracteres de Teofrasto, traducidos del griego, con los caracteres o las costumbres de este siglo, 1688) es una colección de epigramas con retratos de estudios de personajes y personalidades satirizadas aquí y allá, que encarnaban los vicios y debilidades de su tiempo.
La mejor novelista de la época fue la Condesa Marie Madeleine Madame de La Fayette. Debido a su interiorismo psicológico, su novela La Princesa de Clèves (1678) se ha valorado como ejemplo temprano de la novela moderna. Escrita con gran talento, se distingue por su sencillez, con sólo dos personajes, los amantes cuya relación abarca toda la acción.
Jean de la Fontaine, que está a la altura de Racine como poeta y a la de los grandes moralistas, es uno de los maestros de la época. En sus Fábulas (1668-1694) utilizó las estructuras de las fábulas morales de Esopo. Aportó a cada fábula, sin embargo, la facilidad y el interés narrativo de la historia breve. El uso de animales como personajes en una época de censura, le permitió dar rienda suelta a su ingenio, fantasía, humor, y observación de la debilidad humana.
Siglo de las Luces
El siglo XVIII, época de la Ilustración, se llamó así porque la mayor parte del esfuerzo intelectual se concentró en disipar la superstición y el oscurantismo de la Iglesia y de otras doctrinas institucionales. Estuvieron entre sus precursores François de Salignac de la Mothe Fénelon, Bernard le Bovier Fontenelle, y Pierre Bayle. En la Historia de los oráculos (1686) Fontenelle atacó la base milagrosa del cristianismo y de la Iglesia con el pretexto de exponer la credulidad de los griegos y de los romanos. El Telémaco de Fénelon (1699) abogaba por la tolerancia religiosa y la escribió como guía para su discípulo real, el duque de Bourgogne. Estos dos escritores se distinguieron por su buen estilo.
Los Pensamientos diversos sobre el cometa de 1680 de Bayle (1680; 1682) y, en particular, su Diccionario histórico y crítico (1697) fueron útiles para escritores y pensadores, que vieron en él un modelo intelectual a seguir. En toda esta enseñanza había un escepticismo sin compromiso religioso, sostenido por razones y ejemplos.
La encarnación del espíritu de la Ilustración fue Voltaire. En Cartas inglesas o filosóficas (1734) atacó los métodos de los que se valía la Iglesia, desde su punto de vista, para explotar la debilidad humana. También atacó los sistemas teístas y optimistas de filósofos, teólogos y reformistas, en particular a los del filósofo alemán Gottfried von Leibniz. En su tiempo Voltaire fue considerado, en primer lugar, como filósofo, y sus obras eclipsaron, hasta pasado el tiempo, sus sátiras clásicas, como la novela Cándido (1759).
Los racionalistas franceses rechazaban la escolástica y exponían los nuevos conceptos mecánicos, siendo incluidos también en la Enciclopedia, una obra diseñada para abarcar y sistematizar todo el conocimiento humano. Esta vasta tarea fue dirigida por Denis Diderot. Su ingeniosa obra El sobrino de Rameau (1761) y otras de sus obras demostraron que también era un buen escritor. En la Enciclopedia tuvo la colaboración de muchos de sus coetáneos más ilustres, incluyendo naturalistas, etnólogos, filósofos, economistas y estadistas.
Un libro notorio de esta época, El espíritu de las leyes (1748-1750), de Charles de Secondat, barón de Montesquieu, sigue teniendo mucha influencia en el pensamiento político moderno.
La ficción en el siglo XVIII, cuando no es una fantasía filosófica como en las obras de Voltaire, se escribía con el espíritu de La princesa de Clèves. Al igual que en la novela Manon Lescaut (1731) de Abate Prévost, y La vida de Marianne (1731-1741) de Pierre de Marivaux, se limitaban a describir las crisis de amor de dos personajes. Más elaborada fue la escandalosa e ingeniosa novela de intriga social, Las amistades peligrosas (1782), de Pierre Choderlos de Laclos.
El naturalista Georges Leclerc de Buffon dedicó su vida a la recopilación de la monumental Historia natural (44 volúmenes, 1749-1804), que formó parte de la reclasificación de la flora y fauna, que tanto preocupó a los naturalistas del siglo XVIII.
A pesar de que ahora se recuerda a Jean-Jacques Rousseau sobre todo por Confesiones (1782), tuvo un efecto revolucionario en el pensamiento político de su tiempo con El contrato social (1762), en el que la relación del individuo con la sociedad se concibe como un contrato, por el que el individuo pierde algunos derechos personales, a cambio de obtener la igualdad legal y asistencia mutua. Los dirigentes de la Revolución Francesa se consideraron sus discípulos. Ejerció también una influencia revolucionaria en materia de educación, con Emilio (1762), y en ficción inauguró el romanticismo con Julie, o la nueva Eloísa (1760).
Es digna de mención, finalmente, la obra de André Chénier, que murió en la guillotina a los 31 años de edad. Su poesía, se distingue por una belleza pura. Algunos estudiosos aseguran que Chénier es el mejor poeta francés del siglo XVIII.
En el periodo de reacción que sucedió a la Revolución Francesa, los principales escritores fueron el conde Joseph de Maistre, que trataba en sus libros, de modo nostálgico, las glorias del Antiguo Régimen, y el vizconde François René de Chateaubriand, que pregonaba una vuelta a la religión, que con su individualismo, celebración ditirámbica de la naturaleza y énfasis de los valores estéticos de la religión ayudó a introducir el movimiento romántico.
EL SIGLO XIX
Durante el siglo XIX surgieron numerosos grupos literarios. Los primeros fueron los románticos, seguidos por los realistas, parnasianos, simbolistas y naturalistas.
Romanticismo
A pesar de sus ideas políticas radicales, las novelas de Madame de Staël fueron un anticipo de las preocupaciones y métodos de los románticos de la generación siguiente. Corinne o Italia (1807) fue considerada su obra maestra.
Estuvo a la cabeza de los primeros románticos Alphonse de Lamartine, escritor sentimental y artesano consumado. Los románticos se aventuraron a romper las reglas y sustituir la contención clásica por la emoción exaltada. El componente más productivo y militante de esta corriente fue Victor Hugo, que, en Hernani (1830) utilizó el escenario de tribuna para exponer sus ideas románticas. Le apoyaron los novelistas Dumas padre y Théophile Gautier, y los poetas Alfred de Vigny, Alfred de Musset y Charles Nodier. La literatura romántica formó parte de un movimiento artístico y general como se ve en la pintura del artista Eugène Delacroix y del compositor Ambroise Thomas.
El conflicto entre el pensamiento revolucionario y reaccionario tras la restauración de la monarquía francesa en 1815 se vio reflejado en la literatura. Los principales escritores conservadores han sido mencionados anteriormente y entre los escritores radicales se encuentran el poeta Pierre Jean de Béranger, que estuvo dos veces en prisión por sus ideas republicanas expresadas en su obra; la novelista y una de las primeras feministas George Sand, que fue pionera de la novela social; el historiador Jules Michelet, que exaltaba la Revolución Francesa, y algunos precursores del socialismo como Saint-Simon, Charles Fourier, Pierre Proudhon y Louis Blanc. En un punto intermedio se encuentran las obras de los historiadores François Guizot, Adolphe Thiers y Augustin Thierry, y los escritos de Benjamin Constant. La novela más famosa de Constant, Adolfo (1816), en la que describe su tormentosa relación con Madame de Staël, no tiene sin embargo ningún trasfondo político.
Realismo
A Honoré de Balzac se le considera un autor puente entre las dos corrientes, la romántica y la realista. Se asemeja a los escritores románticos por su gran fuerza, variedad y carencia de forma. Pero su disposición materialista, observación minuciosa y preocupación por el detalle, le convierten en el primer realista. Su ambiciosa obra La comedia humana (47 volúmenes, 1829-1850), escrita en veinte años, consta de novelas y relatos breves. Los personajes de esta obra pertenecen a casi todas las clases sociales y profesiones, y representan el panorama social de la Francia del siglo XIX.
Entre los grandes escritores realistas franceses figuran Stendhal, Gustave Flaubert y Prosper Mérimée. La aguda percepción psicológica de Stendhal se anticipó a los novelistas psicológicos modernos y fue reconocida y alabada por Balzac. Las novelas principales de Stendhal son La Cartuja de Parma (1839) y Rojo y negro (1830). El ejemplo más claro del realismo meticuloso de Flaubert lo tenemos en Madame Bovary (1857). Su técnica es sutil y sus resultados sublimes; los personajes y las situaciones van creciendo ante el lector a través de una acumulación gradual de detalles cuidadosamente observados y presentados por el autor. A pesar de tener ciertas cualidades románticas, a Mérimée puede considerársele como realista por el retrato psicológico de sus personajes. Sus mejores obras son historias breves (un poco más largas de lo habitual), entre ellas Carmen (1846) y Colomba (1852).
Al mejor crítico francés, Charles Augustin Sainte-Beuve, se le clasifica como realista. Empezó siendo partidario de los románticos, pero rompió con ellos y se convirtió en defensor del realismo. Creía que el deber principal de un crítico no era juzgar sino entender, investigaba la biografía y el entorno, creyendo que todo ello podía afectar a la obra de un escritor. Sus ensayos son prácticamente los primeros, y quizás los mejores, ejemplos de crítica sociológica y psicológica. Entre sus principales obras están Las charlas del lunes (15 volúmenes, 1851-1862); Retratos de mujeres (1844); Retratos contemporáneos (1846); y Historia de Port-Royal (1840-1859).
Parnasianismo y simbolismo
En poesía, la reacción contra el romanticismo empezó con Esmaltes y camafeos (1852), de Théophile Gautier, que había sido cabecilla de la escuela romántica en su juventud. Los parnasianos llevaron el cambio más lejos, entre ellos Charles Marie René Leconte de Lisle, Sully Prudhomme y José María de Heredia. Estos poetas buscaban y lograban una belleza limitada, impersonal y cincelada, aunque se considera más una vuelta al clasicismo que una innovación tras el romanticismo. El caso de Charles Baudelaire es diferente. A pesar de que la técnica pulida de su verso está tan trabajada como la de los parnasianos, su obra es muy personal al expresar su amargura, agonía, y desesperación. Se prohibió la publicación de su mejor obra, Las flores del mal (1857), hasta que suprimió ciertas estrofas ofensivas.
Baudelaire ejerció influencia sobre los simbolistas, a veces llamados despectivamente decadentes, que fueron sus discípulos. Su obra tuvo carácter marcadamente experimental, en verso libre. Entre los simbolistas destacan Paul Verlaine, Henri de Régnier, Stéphane Mallarmé, el conde de Lautréamont, Tristan Corbière, Charles Cros y Jules Laforgue. La obra de Lautréamont Los cantos de Maldoror (1868) influyó más tarde en los surrealistas. Algunos escritores belgas se asociaron con los simbolistas, entre ellos Georges Rodenbach, Émile Verhaeren y Maurice Maeterlink. El escritor más influyente del simbolismo sin embargo fue Arthur Rimbaud, que escribió sus poemas más representativos e ingeniosos antes de cumplir los 19 años. La poesía simbolista tiene una calidad sugerente y velada que le une al impresionismo de pintores como Claude Monet y compositores como Claude Debussy.
En prosa, varios escritores buscaron efectos simbolistas. Entre ellos, Remy de Gourmont, crítico literario, Édouard Dujardin, cuya novela Han cortado los laureles (1888) es un ejemplo temprano de expresión del fluir de la conciencia, y Henri de Régnier, un destacado poeta simbolista.
Naturalismo
Al final del siglo XIX algunas de las tendencias realistas, que tuvieron en la obra de Flaubert su máximo ejemplo, llevaron a la corriente llamada naturalismo, que hacía especial hincapié en el entorno y la herencia como principales determinantes de la acción humana. Dirigió esta corriente el historiador y crítico Hippolyte Taine, cuya obra más famosa es Historia de la literatura inglesa (1863-1864). Taine creía que actitudes humanas, como la virtud y el vicio son productos como el azúcar y los ácidos, y que la cultura humana es el resultado de influencias formativas como la raza y el clima. Los hermanos y colaboradores literarios Edmond y Jules de Goncourt fueron teóricos y defensores de la novela naturalista. Destacaron con Germinie Lacerteux (1864). Tras la muerte de su hermano, Edmond de Goncourt fundó y legó testamentariamente sus bienes a la sociedad Goncourt que tenía como fin alentar la literatura naturalista. Influyó en la obra de Alphonse Daudet, un novelista realista —más conocido por sus descripciones de Provenza en Cartas desde mi molino (1869)— cuya obra está plagada de humor.
El naturalismo fue adoptado como principio fundamental y técnica literaria por Émile Zola, el escritor más significativo de este movimiento. Usaba el término en particular, para describir el contenido y propósito de sus novelas, que se caracterizaban por el determinismo histórico formulado por Taine. La técnica literaria de Zola se ve claramente en La taberna (1877), Nana (1880), y Germinal (1885). Fue tan extrema la influencia de su técnica que en 1887 Edmond de Goncourt y Daudet, junto con cinco discípulos del mismo Zola, formaron un grupo de oposición responsable por medio de un manifiesto contra la novela de Zola La Tierra (1888). También se opuso a Zola el escritor Paul Bourget, famoso por su novela El discípulo (1889) que daba más importancia a la motivación psicológica que a la ambiental, un aspecto del naturalismo ignorado por Zola. En el campo del relato breve, el escritor naturalista más importante fue Guy de Maupassant, cuyas obras incluyen las colecciones Mademoiselle Fifí (1882) y Cuentos de día y de noche (1885), así como varias novelas; como escritor de relatos breves, Maupassant, cuyo maestro literario fue Flaubert, no tiene igual.
Contrario al materialismo de Taine y también al individualismo romántico de Michelet está la obra del crítico e historiador Ernest Renan. Su obra principal es Historia de los orígenes del cristianismo (7 volúmenes, 1863-1881). Renan ejerció influencia en los novelistas Pierre Loti, Maurice Barrès y Anatole France.
Anatole France tenía una visión social parecida, en cierto modo, a la de Zola, pero él utilizó la ironía en su expresión. Sus libros son un comentario de la irracionalidad de las fuerzas sociales. Están llenos de compasión hacia el débil, y de ira contra los abusos de poder. Sus obras más características son, quizás, la novela corta realista, El caso Crainqueville (1901), y sus fantasías satíricas La isla de los pingüinos (1908) y La rebelión de los ángeles (1914).
Otro gran escritor del siglo XIX fue el naturalista Jean Henri Fabre. Sus estudios sobre la vida de los insectos, muy fáciles de leer, se han convertido en modelo para popularizar textos científicos, tanto en Francia como en el extranjero.
EL SIGLO XX
La literatura en Francia en el siglo XX se ha visto profundamente afectada por los cambios que han conmovido a toda la vida cultural de la nación. A los impulsos innovadores del simbolismo, se añadieron grandes influencias foráneas, como por ejemplo, la danza moderna introducida por la bailarina estadounidense Isadora Duncan y el ballet ruso, la música del compositor ruso Ígor Stravinski, el arte primitivo y, en literatura, el impacto que produjo el novelista Fiódor Dostoievski y, un poco más tarde, el novelista irlandés James Joyce. Las tendencias se compenetraron tanto, y los cambios fueron tan rápidos, que es necesario que los veamos desde la perspectiva del tiempo para comprenderlos bien.
Algunos individualistas
Por el camino de Swann (1913), de Marcel Proust, volumen primero de En busca deltiempoperdido (16 volúmenes, 1913-1927), se considera generalmente, una de la mejores novelas psicológicas de todos los tiempos. Romain Rolland, cuya obra más famosa, Jean Christophe, apareció en diez volúmenes entre 1904 y 1912, pasó la I Guerra Mundial en Suiza, escribiendo llamamientos pacifistas. Sus ideas sobre la guerra están contenidas en su novela Clérambault: historia de una conciencia libre durante la guerra (1920). El inmoralista (1902) de André Gide expresaba la convicción de que, mientras la libertad en sí misma es admirable, la aceptación de las responsabilidades requeridas por la libertad es difícil, tema que llevó aún más lejos en La puerta estrecha (1909). La obra de Gide se distinguió por su independencia en el pensamiento y la expresión. La famosa novela Jean Barois (1913), de Roger Martin du Gard, es un estudio sobre el conflicto existente entre el entorno místico y la mente científica del siglo XIX. Entre los grandes escritores católicos, destacaron el poeta místico y novelista Francis Jammes y François Mauriac. La obra de Mauriac, carente por completo de didáctica o proselitismo, está dedicada al estudio del mal, del pecado, de la debilidad, y del sufrimiento. Sus novelas y poesía traslucen la influencia, no de novelistas, sino de Pascal, Racine y Baudelaire, y en todas ellas anida un sentimiento trágico, cierta actitud reservada y un estilo puro.
Jean Cocteau, trabajó en diferentes campos artísticos, y fue el autor, entre muchas otras obras, de el libro de poemas Canto llano (1923), de la novela Los hijos terribles (1929), de la obra de teatro La máquina infernal (1934), de la película La sangre de un poeta (1930), de crítica, así como de ballets.
Jean Giraudoux llamó la atención en un principio por sus narraciones realistas de la vida provinciana francesa (Los Provinciales, 1909). La impresión que ya causaba de escritor poderoso y original, se vio potenciada por el realismo de sus libros de guerra, consiguiendo el premio Balzac con uno de ellos. Se consagró después como escritor dramático. Dos de sus obras, Anfitrión 38 (1939) y La loca de Chaillot (1945), lograron fama internacional. La mayor parte de la obra de Giraudoux muestra fantasía, inventiva y un estilo elegante, que algunos críticos han tildado de preciosista, aunque otros le han proclamado uno de los grandes estilistas de la literatura.
Jules Romains empezó escribiendo teatro pero luego se pasó a la novela. En Los hombres de buena voluntad (27 volúmenes, 1932-1947), intentó condensar la vida moderna francesa al completo. Escribe sobre la doctrina llamada unanimismo, teoría según la cual el individuo y la sociedad son un todo. La novela de Jules Romains retrata el alma colectiva de la sociedad.
Guillaume Apollinaire fue escritor y poeta de manifiestos culturales. Su obra Los pintores cubistas (1913) sirvió de instrumento para establecer la escuela cubista de pintura. Sus volúmenes de poemas Alcoholes (1913) y Caligramas (1918) fueron muy populares entre los surrealistas, grupo en el que influyó de manera notable.
El poeta católico, dramaturgo y apologista Paul Claudel se mantuvo apartado de los círculos literarios. El sentimiento religioso predomina en toda su obra y es la inspiración de su poesía lírica, lo que se muestra en Cinco grandes odas (1909-1910), en La cantata a tres voces (1931) y en obras dramáticas como El libro de Colón (1930).
El teatro del Vieux-Colombier, fundado en 1913 por el actor y crítico literario Jacques Copeau, dio un gran apoyo a jóvenes dramaturgos como Claudel. Produjo, en su primera temporada, obras suyas y de Martin du Gard, entre otros.
Paul Valéry comenzó como simbolista y llegó a ser uno de los mejores poetas psicológicos de su tiempo. A través de su técnica, intentó expresar sus ideas abstractas dentro de la más rigurosa estructura formal. Mallarmé y Valéry siguieron la tendencia de la poesía francesa moderna introducida por Baudelaire, a través de sus traducciones de las obras del escritor estadounidense del siglo XIX Edgar Allan Poe, y de sus propios trabajos. Se caracteriza, en parte, por una inquietud especial por el sonido significativo. En su definición del simbolismo, Valéry observaba que la nueva poesía quería recuperar de la música lo que le pertenecía. En la práctica, sin embargo, Valéry volvió a utilizar las reglas clásicas de la métrica. Creía que en el acto de escribir la poesía se doblega ante la voluntad con una fuerza útil.
Los temas de las novelas de Henry de Montherlant abarcan desde los deportes (Las olímpicas, 1924) a las corridas de toros (Los bestiarios, 1926), o el lugar de la mujer en la vida moderna (Adolescentes, 4 volúmenes, 1936-1939). Como en el caso de Mauriac y Giraudoux, Montherlant también escribió teatro, tragedias históricas como La Reina muerta (1942) y algunas obras dramáticas situadas en la época moderna.
Debido a su gran éxito popular y a su extraordinaria productividad (publicó un total de ochenta volúmenes), Colette (Sidonie Gabrielle Colette) tardó mucho en ser reconocida. El valor literario de sus escritos fue finalmente reconocido en Francia por Marcel Proust y André Gide. El estilo de novelas como Chéri (1920) y Gigi (1945) es muy elegante, y su aguda percepción la une a los grandes realistas psicológicos del mundo literario.
La I Guerra Mundial
El relato realista de la I Guerra Mundial en El fuego (1916) de Henri Barbusse inspiró Las cruces de madera (1919) de Roland Dorgelès, precursores de los libros antibélicos de finales de la década de 1920 que aparecen no sólo en Francia, sino también en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. El ensayista André Maurois escribió sobre la guerra en clave de humor en Los silencios del coronel Bramble (1918). Más tarde fue uno de los primeros en escribir biografías noveladas como Ariel, o la vida de Shelley (1923). La suave ironía con la que el cirujano Georges Duhamel trató el tema bélico en Vida de mártires (1917) le separó tanto de aquéllos que veían la guerra como una experiencia gloriosa como de los que sólo veían el horror. En sus últimas novelas Duhamel se convirtió en cronista de la Francia burguesa. Todos los horrores de la I Guerra Mundial aparecieron en toda su crudeza en El gran rebaño (1931) de Jean Giono, cuyas obras muestran un pacifismo militante y una antipatía por la hegemonía de las máquinas.
Dadá y Surrealismo
En los últimos años de la I Guerra Mundial surgió en Francia, Alemania, Suiza, España y muchos otros países, un movimiento de jóvenes poetas y pintores que dieron lugar a las vanguardias artísticas. En rebelión contra todas las formas artísticas tradicionales, iniciaron su andadura declarando su intención de destruir el arte. Hacia 1923, algunos miembros del grupo, bajo el liderazgo de André Breton, se separaron del resto y formaron un movimiento, utilizando para denominarlo un término inventado por Guillaume Apollinaire: el surrealismo. Breton, el líder y máximo exponente del grupo, empezó su carrera estudiando medicina. En 1916 influyó en él notablemente Jacques Vaché, que proclamaba su deseo de vivir en permanente estado de aberración mental. La impresión que le produjo este personaje casi legendario, junto con el entusiasmo de Breton por los poemas de Rimbaud, dieron una nueva filosofía del arte y de la vida, en la que los valores más importantes son los dictados por el inconsciente. A pesar de los ataques a los que se vio sometido el surrealismo, este movimiento tenía sus orígenes muy arraigados en la literatura francesa. Lautréamont, Baudelaire, Cros, Rimbaud, y los simbolistas en general fueron sus antecesores directos.
Por la naturaleza dictatorial de Breton, que chocaba con la independencia de sus miembros, el grupo siempre fue muy cambiante. Algunos de los que pertenecieron, en un momento u otro, al surrealismo se mencionan más adelante.
Primero dadaísta, Louis Aragon se pasó al surrealismo en 1924 y escribió varios libros de poemas, incluyendo El libertinaje (1924). En 1928, sin embargo, en Tratado de Estilo, atacó los motivos de sus obras. Se hizo comunista en 1930, fue entonces expulsado del movimiento surrealista. Sus novelas Las campanas de Basilea (1934) y Los bellos barrios (1936) le consagraron dentro y fuera de Francia. Durante la ocupación alemana en la II Guerra Mundial, volvió a escribir poesía, en Le Crève-coeur (1941; El quebranto, 1943) y Los ojos de Elsa (1942), para lamentar la derrota de su país.
En Paul Eluard, el movimiento halló, quizás, a su mejor poeta. Tras un comienzo dadaísta, sus poemas, de Le Necéssité de la vie et la conséquence des reves (La necesidad de la vida y la consecuencia de los sueños, 1921), son modelos de imágenes independientes entre sí. Cuando se unió al grupo surrealista, en 1923, Eluard entrelazó las imágenes en la contemplación del amor como parte del espíritu universal, particularmente en Morir de no morir (1924) y Capital del dolor (1926). En estos libros las imágenes emanan del poeta, sin conexión alguna con la naturaleza, que es una entidad separada. Aunque rompió su conexión con el surrealismo, los poemas de Eluard sobre la II Guerra Mundial, Poesía y verdad (1942) y En la cita alemana (1945), presentan la misma técnica de imágenes para lamentar la caída de Francia y ensalzar la consiguiente resistencia.
Philippe Soupault, fundador del movimiento surrealista con Breton, fue desacreditado por los propios surrealistas en 1930 por el contenido de sus estudios Henri Rousseau, le Douanier (1927) y William Blake (1928), en los que se dejaban ver ciertos principios contrarios al movimiento. Desde entonces ha escrito algunos libros de interés como por ejemplo Charlot (1931), un ensayo sobre el cómico estadounidense Charlie Chaplin, y Recuerdos sobre James Joyce (1943), en el que Soupault recuerda sus experiencias como traductor de la novela de Joyce, Ulises.
Otras maneras y temas
Algunos novelistas emplearon maneras diferentes de expresión, no surrealistas, para describir el espíritu de aquellos tiempos. André Malraux, que había vivido la revolución y la contrarrevolución, refleja una vida sobre la que siempre se cierne la muerte en sus novelas La condición humana (1933), sobre la revolución en China; La época del desprecio (1935), sobre el movimiento marginal anti-nazi en Alemania, y La esperanza (L'Espoir, 1938), sobre la Guerra Civil española.
El aviador Antoine de Saint-Exupéry llegó a ser considerado el escritor mejor de su generación, con obras como Vuelo nocturno (1931) y Tierra de hombres (1939). El enfoque humanístico de El principito (1943), ha convertido esta fábula amable en libro favorito universal de chicos y grandes. En materia de misantropía absoluta, no se han llegado a superar las novelas de Louis Ferdinand Céline; Viaje al fin de la noche (1932) describe la catástrofe sin posibilidad de alivio, y en Mort à crédit (1936) todas las aspiraciones humanas están sujetas a una cruel ironía. Marguerite Yourcenar, nacida en Bruselas de doble nacionalidad francesa y estadounidense, es alabada por la pureza clásica de su estilo e intelectualidad. Escritora de novelas históricas tales como Memorias de Adriano (1951) y su biografía familiar Recordatorios (Souvenirs Pieux, 1973), fue la primera mujer en 1980, que accedió a la Academia Francesa. En contraste, están las historias populares semiautobiográficas sobre el amor moderno de Françoise Sagan, una de las primeras novelistas que publicó después de la II Guerra Mundial. La primera novela de Sagan, Buenos días tristeza (1954), que ganó el premio de la crítica, fue la que la consagró.
Entre los poetas más destacados de este siglo está Saint-John Perse. Su Anábasis (1924) describe paradójicamente al poeta separado y al mismo tiempo muy involucrado en la actividad humana. La actitud oficial de los simbolistas fue la reserva; la de los surrealistas, la agresividad. Perse representa una actitud más equilibrada y clásica en la que el poeta contempla la vida y participa en ella. Esta actitud se hace aparente en Marcas (1957), el poema más largo que escribió. René Char fue uno de los poetas más importantes de su generación. Su adhesión al surrealismo en la década de 1930 se modificó al participar en la década siguiente en la resistencia. Escribió sus mejores poemas entre 1940 y 1944 y publicó una colección de poemas, Las hojas de Hypnos sobre la guerra.
A Jean-Jacques Servan-Schreiber, fundador del semanario L'Express (1953) y miembro del gabinete del presidente Valéry Giscard d'Estaing en 1970, se le atribuye haber cambiado la opinión pública francesa sobre la guerra de Argelia por sus exposiciones de las atrocidades cometidas por los franceses, Teniente en Argelia (1957). En El desafío americano (1967) alertaba sobre la excesiva influencia de los Estados Unidos en Europa.
Existencialismo
En la década de 1940, bajo el liderazgo del filósofo, dramaturgo y novelista Jean-Paul Sartre, una dimensión negativa y pesimista desarrolló el movimiento filosófico y literario llamado existencialismo. La tesis general —expuesta en El ser y la nada (1943) de Sartre— plantea básicamente que la existencia humana es inútil y frustrante, y que el individuo es solamente un cúmulo de experiencias personales. En sus obras dramáticas Las moscas (1943), A puerta cerrada (1944), y Las manos sucias (1948), Sartre se extendió en temas que ya habían sido tratados antes de la guerra en su libro de cuentos El muro (1939). En su trilogía Los caminos de la libertad (1945), intentó mostrar al individuo sin ilusiones y consciente de la necesidad de participar en todas las instancias de la sociedad. La discípula más acérrima de Sartre fue su compañera de toda la vida Simone de Beauvoir, que escribió, entre otras muchas obras, la novela Los mandarines (1954), que trata de un modo encubierto las relaciones personales de algunos de los principales existencialistas franceses. Su obra La ceremonia del adiós (1981) es un homenaje a Sartre. En su día, Albert Camus podría haber sido englobado en el existencialismo, particularmente por su obra Calígula (1944); aunque en sus dos novelas más importantes, El extranjero (1942) y La peste (1947), reconoció la conveniencia y la necesidad del esfuerzo humano.
Últimas tendencias
En la década de 1950, dos escuelas de literatura experimental surgieron en Francia. El teatro del absurdo y el antiteatro cuyo claro ejemplo son las obras del rumano de nacimiento Eugène Ionesco, de Samuel Beckett y de Jean Genet. La popular Esperando a Godot (1948) de Beckett, y Los negros (Les Nègres, 1959) y Los biombos (Les Paravents, 1961) de Genet son claros ejemplos de esta escuela, opuesta al análisis psicológico y al contenido ideológico del existencialismo.
A la vez que el antiteatro, surgió la antinovela o nouveau roman (un término aplicado por primera vez por Sartre a una novela de Nathalie Sarraute) que ha llamado mucho la atención, principalmente las novelas y teorías de Sarraute, Claude Simon, Alain Robbe-Grillet y Michel Butor. Al igual que los dramaturgos, los nuevos novelistas se oponen a las formas tradicionales de la novela psicológica, enfatizando el mundo puro y objetivo de las cosas. Las emociones y los sentimientos no se describen como tales; más bien, el lector debe imaginarse como son, siguiendo la relación entre los personajes y a través de los objetos que tocan y ven. La novela de Sarraute Retrato de un desconocido (1949) abrió el camino, seguido de obras tales como ¿Los oye usted? (1972) y anterior a ésta, la de Robbe-Grillet La celosía (1957) y la de Butor La modificación (1957). Simon escribe novelas históricas muy densas, utilizando la técnica expresiva del monólogo interior. Su obra más importante es La ruta de Flandes (1960).
Una nueva escuela de crítica literaria, el estructuralismo, basada en parte en el trabajo del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, surgió en Francia a partir de la década de 1960. El máximo exponente de esta escuela fue Roland Barthes. Su obra Elementos de semiología (1964) es una introducción a la semiótica; sus Ensayos críticos y Nuevos ensayos críticos fueron publicados en 1964 y 1972 (respectivamente). La última tendencia crítica es la conocida por desconstrucción, cuyo pionero es el filósofo y crítico Jacques Derrida. (Véase Véase también Crítica literaria).
Entre los escritores que han dominado el panorama literario más reciente destacan los miembros del OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle, ‘taller de literatura potencial’), como Georges Perec, Raymond Queneau y Jacques Roubaud, o escritores de la talla de Michel Tournier, Jean-Marie Gustave Le Clézio, Philippe Sollers y Marguerite Duras.
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