Nuestro enfoque de los problemas y de la responsabilidad de la educación en el Perú no podría, por todo lo anterior; desentenderse de una estimativa más amplia referida a problemática educativa y cultural del continente latinoamericano. Una óptica estrechamente nacional resulta insuficiente para entender los fenómenos más significativos de cada una de nuestras repúblicas. Su comprensión cabal, en consecuencia, depende en gran medida del reconocimiento de la profunda similitud que hace del conjunto de las problemáticas nacionales una grande común problemática continental.
Quienes son responsables de conducir y orientar la política educacional de nuestras naciones deben contribuir a la realización autónoma de toda la potencialidad creadora del hombre latinoamericano y el desarrollo, autónomo también, de una ciencia y una tecnología propias, capaces de eliminar el peligro que significaría acentuar la creciente dependencia de nuestro continente en este campo virtualmente decisivo en el mundo contemporáneo.
EN NUESTRAS RELACIONES INTERNACIONALES
Desde el primer instante, hemos puesto en práctica una ejemplar política internacional independiente. Ella ha dado a nuestra Patria un prestigio muy alto que antes le fue desconocido. Por primera vez, nuestra diplomacia se decide sin consultar a ningún país poderoso. La prepotencia de los intereses y de los privilegios tiene ya un límite en el Perú.
Nuestras relaciones internacionales continuarán incrementándose convenientemente de acuerdo con los planteamientos de nuestra política exterior.
Los importantes avances de la revolución en su frente interno tienen su contraparte internacional en el renovado interés que suscita la Revolución Peruana en otras naciones como modelo político concreto para superar el subdesarrollo y luchar contra la dependencia. Día a día se acrecienta el prestigio del proceso revolucionario peruano, particularmente en América Latina y en otras regiones del Tercer Mundo. La voz del Perú se escucha ahora con atención en todos los escenarios internacionales. Y esto, lejos de alentar en nosotros sentimientos de arrogancia, sirve como acicate para cimentar más aún el compromiso que tenemos con nuestro pueblo y nuestra Revolución. Pero, por encima de todo nos hace conscientes de que por vez primera en nuestra historia contemporánea, el Perú no es un país disminuido entre los pueblos de América y del Mundo.
La inspiración de las reformas sociales y económicas de la revolución se refleja en nuestra nueva política internacional. Al fin el Perú empieza a actuar con verdadera independencia en el campo de las relaciones exteriores. Nunca hemos vacilado en defender, ante ningún país del mundo, los intereses del Perú y su dignidad de nación soberana. Esto también es algo nuevo en la experiencia de nuestro país. La diplomacia tradicional se caracterizó siempre por su obsecuencia ante los pueblos poderosos. Pero eso ya quedó atrás. Se trate de la defensa del petróleo, o de la defensa de nuestra derecho a impedir la contaminación del ambiente por el nocivo efecto de los experimentos nucleares, nuestra actitud será siempre de una firmeza absoluta, basada en la justicia. Y esto es una conquista de la revolución.
En el campo externo, nuestra posición está hoy de acuerdo con la de todos nuestros hermanos de América; nos acerca un sentimiento de dignidad y rebeldía ante la injusticia nos une, con lazos nunca antes existentes, la esperanza de un mañana promisor, basado en el pleno respeto y la igualdad política de nuestros pueblos. Nuestros países son hoy soberanos y sus actitudes no causan recelos ni deudas, aún cuando ellas se refieran a movimientos de tropas y ejércitos.
Fundamentalmente, hemos recobrado una posición que siempre debió existir; de total honestidad y espíritu de trabajo interno, de absoluta independencia frente al resto de países del mundo, respetando la soberanía de todos ellos y exigiendo el respeto de la propia. Una actitud de esta naturaleza tiene que ser reconocida como acertada por todos los peruanos, y el respeto y la confianza externa tienen que ser cada día mayor frente a la situación de orden, de trabajo y honestidad que exhibe nuestro país.
Para nosotros las relaciones internacionales se rigen por el respeto inequívoco a los principios de no intervención y de autodeterminación. Ocultar nuestra verdadera posición por consideraciones de política internacional significaría un inaceptable recorte de nuestra soberanía de Estado independiente.
Todos podemos colaborar dentro de un marco global de respeto por las decisiones soberanas de cada país. América Latina rechaza toda forma de intervencionismo; y se interviene, o se pretende intervenir, cuando surgen contra nuestro país amenazas de "enmiendas" que, rechazamos categóricamente por ser expresión de actitud imperialista. Como otros factores consustanciales a la naturaleza misma de nuestra revolución nacionalista, la posición internacional del Perú no será abandonada. El nuestro es un deseo de armonía, de paz y de cooperación. Pero, al mismo tiempo, de luchar por el respeto a nuestra soberanía y por nuestro derecho a decidir el destino del Perú de acuerdo a sus intereses dentro de un marco de justicia. Sus normas de orientación son el reflejo de los postulados en que se basa nuestra revolución.
La invariable defensa de nuestra soberanía, la consideración de que sólo los intereses del Perú deben ser su guía permanente, la lucha por el reconocimiento del legítimo derecho de nuestro país al uso pleno de sus recursos naturales, la cooperación en todo los esfuerzos por el mantenimiento de la paz en el mundo, la solidaridad con los pueblos hermanos de América Latina y nuestro pleno respaldo a una política integracionista que de veras cautela los intereses de las economías de lo región, todo esto constituye el fundamento de nuestra política internacional, que permanentemente se manifiesta en todas las acciones de nuestro Cancillería.
La riguroso observación de estos principios se traduce en la posición del Perú en numerosas e importantes reuniones internacionales sobre problemas del mar en los cuales hemos reiterado la vigorosa defensa de nuestro soberanía sobre las 200 millas; en el apoyo decidido que hemos dado siempre al Pacto Subregional Andino dentro del cual hicimos un aporte decisivo para la fijación de un trato común al capital extranjero; y en la continuada exposición de nuestras relaciones diplomáticas y comerciales con diversos países del mundo dentro de una política de mutuo respeto al principio de no intervención y en cuya virtud el Perú ha empezado ya a lograr una importante ampliación de mercados internacionales para sus productos de exportación.
La definición de nuestra política internacional prescinde para sus planteamientos y su ejecución, de la posición de cualquier otro país, grande o pequeño, teniendo cómo norte únicamente los intereses del Perú y la orientación principista de su movimiento revolucionario. Y es dentro de esta perspectiva de plena reivindicación del ejercicio de nuestra soberanía, que el Perú planteó hace poco tiempo una revisión de la política hasta entonces seguida en el continente frente a Cuba.
Es obvio para nosotros que ya no existe ni podrá existir consenso en América Latina con respecto al mantenimiento de una actitud frente a Cuba que ya no puede ser a nuestro juicio mantenida en presencia de condiciones internacionales sustantivamente distintas a las que prevalecieron en el pasado.
Huelga señalar, por todo lo anterior, que ningún país del hemisferio cuya posición difiera de la nuestra podría considerar esta actitud soberana del Perú como gesto inamistoso. Las diferencias de orientación ideológica entre los gobiernos en forma alguna implican obstáculos justificado para el mantenimiento de relaciones diplomáticas. Si grandes potencias de muy distinta posición política e ideológica mantiene entre sí relaciones y contactos normales, no vemos razón alguna para que algo similar no ocurra entre nuestros países, sobretodo por ser latinoamericanos.
La existencia de relaciones diplomáticas con cualquier país del mundo no significa para el Perú identidad de propósitos políticos o de orientación doctrinarios. Por esta razón el restablecimiento de relaciones con Cuba no implica compartir su posición en términos político-ideológicos. El Gobierno Revolucionario del Perú sigue un rumbo distinto al de Cuba. Las experiencias de nuestros dos países, son experiencias revolucionarios diferentes. Respetamos la posición de Cuba, en la misma forma en que Cuba ha respetado nuestra posición. Y estamos seguros de que ese respeto recíproco continuará en el futuro, como existe con otros pueblos hermanos de América Latina que siguen un rumbo diferente al nuestro. Extendimos la mano fraterna del Perú al pueblo de Cuba seguros de que al hacerlo contribuíamos positivamente al fortalecimiento de la comunidad de pueblos latinoamericanos.
Esta nueva política que ha ganado para el Perú el respeto de todos los países del mundo se basa en la convicción de que ella debe responder únicamente a los intereses nacionales. Son ellos los que dictan su sentido y su rumbo; son ellos los que definen sus límites y sus objetivos. Dentro de esta perspectiva, el Perú ha ampliado sus contactos diplomáticos, comerciales y culturales con países de fisonomía política distinta a lo nuestra, pero cuyos mercados pueden abrirse a nuestros productos y cuya cooperación técnica y económica nos puede ser muy útil en las tareas del desarrollo nacional. Asimismo, el Gobierno Revolucionario ha impreso un sello distinto a su política exterior en el hemisferio occidental. La doctrina peruana en problemas de cooperación económica, se fundamenta en la necesidad de desterrar para siempre todo tipo de presiones y condicionamientos en el campo de las relaciones internacionales. Esta posición, expuesta y defendida con brillo por nuestra Cancillería ha sido recibida con unánime aplauso por los pueblos de América Latina. Muchos Gobiernos nos han respaldado. Y al hacerlo han demostrado ser solidarios con el Perú en las horas difíciles, hecho que justifica una expresión de reconocimiento por parte del Gobierno Revolucionario.
Es preciso que la ciudadanía tenga noción cabal de la significación histórica que para nuestro país y para América Latina tiene la nueva y definitiva posición internacional del Gobierno Revolucionario. Sujeto siempre como furgón de cola a las decisiones de grandes potencias extranjeras, el Perú hasta hace cinco años siguió en materia internacional un rumbo dependiente, lesivo a sus intereses. Recuperando a plenitud nuestra soberanía, el Gobierno Revolucionario ha roto la sujeción de otros años y ha iniciado la gesta de la definitiva emancipación económica de nuestra Patria. Hoy somos dueños de decidir el rumbo de nuestra política exterior. Queremos mantener relaciones cordiales con todos los países del mundo, pero dentro de un marco de respeto por la inabdicable soberanía de nuestra patria. Confiamos en que quienes se puedan sentir desconcertados o incómodos ante la nueva posición del Perú, lleguen a comprenderla como la justa e irreversible posición de un pueblo soberano. Cancelar la tradicional dependencia de nuestro país es objetivo fundamental de la revolución nacionalista y meta central del desarrollo pleno del Perú. Esto debe ser reconocido por todos. Por que de ello dependerá en gran medida que las relaciones internacionales en esta parte del mundo se normalicen permanentemente en beneficio de todos los países americanos.
Nuestro movimiento tiene esta inspiración porque comprendemos muy bien que no podemos aislarnos, ni dejar de reconocer que otros pueblos luchan por ideales nacionalistas y revolucionarios similares a los nuestros. Hoy en el mundo entero se mira con respeto la posición del Perú. Porque el nuestro es un camino independiente y autónomo. Esto debe llenarnos de orgullo a todos los peruanos. Y esta es también otra gran conquista de la revolución.
Hemos establecido relaciones con diversos países, teniendo únicamente en cuenta los intereses del Perú. Porque ya pasaron los días en que solíamos pedir permiso para actuar en la vida internacional. Porque ahora sobemos en qué rumbo se encuentra nuestra Patria. El Perú tiene una causa común con los pueblos latinoamericanos. Y también con los pueblos del Tercer Mundo.
La nueva política internacional independiente iniciada desde el comienzo de este régimen se basa en los principios nacionalistas y revolucionarios que rigen la acción de este gobierno. Su política internacional ha contribuido decisivamente al logro de una imagen veraz del Perú Revolucionario en América Latina y en el resto del mundo.
Independientemente de las diferencias ideológicas que están en la base misma de nuestras distintas orientaciones políticas, el Perú suscribe la posición de que las relaciones diplomáticas deben establecerse teniendo sólo en cuenta los intereses concretos de los países.
Si todos fuésemos capaces de desterrar los dogmas y de mirar al mundo y a la vida sin prejuicios, comprenderíamos que no hay nado ilusorio en pensar de este modo. Algunos de los grandes idealismos del pasado y algunos de sus más deslumbrantes utopías constituyen ahora expresión de un realismo cuyo respeto es vital para la continuidad de la civilización y, acaso, de la especie humana. Ilusorio, por eso, podría ser pensar que los principios sobre los cuales se construyó todo el sistema tradicional de relaciones internacionales pueden mantenerse intocados en medio de las hondas alteraciones que han transformado al mundo en las últimas décadas y que probablemente continuarán transformándolo en el porvenir.
El Perú es amigo de todos los pueblos del mundo y ha ampliado sus relaciones diplomáticas con numerosos países. Somos respetuosos de los tratados internacionales y la voluntad soberana de las naciones y exigimos se respete el derecho inabdicable a regir nuestro propio destino sin intromisión alguna.
Participación, movilización social y transferencia del poder
QUÉ ES, PARA QUÉ, CÓMO
Los fundamentos de nuestra opción revolucionaria se centran en términos políticos y económicos, en torno a la noción de la participación como factor de identidad profunda, como piedra angular de toda la formulación ideo-política de la Revolución Peruana. Este es, por ende, el distingo que políticamente nos diferencia, nos individualiza, nos separa de otras posiciones.
En el concepto de participación convergen los contenidos esenciales de las tradiciones humanista, libertaria, socialista y cristiana a la que nuestra Revolución históricamente se vincula. Aquí es donde reside la significación más radicalmente democrática de nuestro movimiento y también su contenido liberador más importante. En consecuencia, la teoría y la praxis de la participación constituyen el fundamento vital de nuestro humanismo revolucionario, Esta es, pues, una Revolución para la participación, vale decir, una Revolución que tiene como meta construir en el Perú, como lo hemos señalado desde hace varios años, una democracia social de participación plena.
Pero, ¿qué es lo que concretamente implica suscribir una posición participacionista? Por definirse en torno a la participación la esencia misma de la Revolución Peruana como autónoma posición ideo-política, resulta decisivo comprender claramente la respuesta que para nosotros debe tener esta pregunta. Participar es el ejercicio de la capacidad de decisión y, por tanto tener acceso a las expresiones reales de poder económico, social y político. Se participa para tener inherencia directa y personal en las cosas que afectan nuestra vida, en los asuntos que comprometen nuestro destino individual y colectivo. Se participa para ser a plenitud ciudadano, para ser a plenitud miembro de una sociedad de hombres libres. Y así como ningún hombre puede ser libre siendo esclavo, tampoco puede serlo mientras viva explotado. Así, la justicia y la libertad son, como hemos señalado muchas veces, valores que es imposible separar. Y ambos conceptos son, también consustanciales al de participación. Por tanto, un primer elemento sustantivo de nuestra respuesta a aquel interrogante es el reconocimiento de la íntima vinculación, significativa y de valor, que para nosotros existe entre los conceptos de libertad, justicia y participación.
Un segundo elemento se refiere a la imposibilidad de separar medios y fines, punto de vista cardinal del humanismo revolucionario. Para nosotros la naturaleza de los medios compromete de manera esencial la naturaleza de los fines. Esto significa que es imposible llegar a construir un ordenamiento socio económico participatorio utilizando medios que niegan lo participación. La lejana meta participacionista de nuestra Revolución sólo puede alcanzarse haciendo desde ahora de la participación algo muy real que compromete nuestra diaria conducta política. Una sociedad participatoria se construye participando. Y participando desde ahora. Es decir, abriendo los cauces y creando las condiciones que hagan posible el acceso cada vez mayor de los ciudadanos a todos los niveles de decisión.
Suscribir una posición participacionista implica, en tercer lugar, reconocer que la participación sólo existe en la medida en que existen instituciones sociales de base a las cuales gradual pero crecientemente la Revolución transfiere capacidad de decisión y acceso a todas las formas de riqueza. Así, de la misma manera que la justicia, la libertad y la participación son, inseparables, también lo son, para nosotros, los conceptos de organización, transferencia de poder y participación. La idea de la participación es, de este modo, el nexo que vincula los valores permanentes y normativos de la libertad y la justicia, con los valores temporales y concretos de la organización y el ejercicio del poder. Así, la participación resulta ser la vía de concreción de la justicia y de la libertad. Lo abstracto, lo teórico, lo ideal, tiende a tornarse tangible, "político", conductual por medio de la participación.
Ahora bien, si la transferencia de poder significa transferir capacidad de decisión, resulta muy claro que sólo cuando se tiene libertad para decidir aquella capacidad puede ser en verdad ejercida. En consecuencia, sólo es posible hablar de transferencia efectiva de poder cuando la capacidad de decisión se ejerce en condiciones de autonomía verdadera. De allí que, desde la perspectiva ideo-política de la Revolución Peruana, resulte indispensable la existencia de organizaciones sociales autónomas a las que el poder se transfiera para ser ejercido con plena libertad.
Lo anterior tiene consecuencias directas sobre la manera en que los militantes de la Revolución Peruana definamos nuestro comportamiento político concreto. Específicamente, ello significa que debemos respetar las decisiones de las instituciones sociales surgidas de la Revolución en tanto sean decisiones autónomas y libres.
No queremos que esas instituciones sean dependencias del Gobierno Revolucionario ni tampoco dependencias de otros centros de poder político. Queremos que dependan de las decisiones auténticamente libres de sus propios integrantes. En el seno de tales instituciones existen y se expresan distintas tendencias políticas cuya legitimidad reconoce el pluralismo que la Revolución respeta. Con ellas tenemos que luchar políticamente aceptando el veredicto de la mayoría. Sin embargo, cuando la dirección de cualquiera de esas instituciones, independientemente de su posición política, tome manipulatoriamente "en nombre" de su institución decisiones contrarias a ella misma y a la Revolución, resistiremos tales decisiones, justamente en defensa de la propia institución y del proceso revolucionario que la ha hecho posible, pero respetando a la institución en cuanto tal. Nadie podría pedirnos que respetáramos una decisión que, de llevarse a cabo, pondría en peligro la vida misma de una organización popular surgida de la Revolución.
Al competir políticamente con posiciones distintas a la nuestra dentro de las instituciones sociales, debemos actuar en base a la convicción de que nuestra Revolución representa una alternativa claramente superior a las demás. En consecuencia, debemos aspirar a que nuestra orientación política prime pero no se imponga autoritariamente, en las instituciones que día a día surgen del Proceso Revolucionario.
Si tenemos confianza en nuestra posición y en nuestros argumentos, debemos también tenerla en que prevalecerán sobre otras posiciones y otros argumentos. Todo esto seguramente implica preferir soluciones políticas de mediano y largo alcance. Y está bien que así sea. Porque sólo prefiriéndola evitaremos el gran peligro de sacrificar el futuro por el presente y los fines por los medios.
Pensamos que sólo actuando de este modo será posible dar desde hoy contenido real a una praxis verdadera de la participación. Sólo así impulsaremos el surgimiento y el desarrollo de instituciones de base realmente autónomas, capaces de ejercer los derechos y cumplir los deberes que implica la transferencia del poder. Sin embargo, debemos ser conscientes de que la tarea que todo lo anterior representa es de gran complejidad. Porque se trata de afianzar en el Perú no sólo una nueva concepción de la política sino un nuevo tipo de comportamiento que encarne los valores revolucionarios y democráticos del participacionismo militante. Todo esto constituye el fundamento normativo de una política nacional de apoyo a la movilización social vía la participación.
La vital importancia que asignamos a la participación está en el fondo mismo de algunas de las más trascendentales reformas revolucionarias. La Reforma Agraria y la Comunidad Laboral, por ejemplo, son conquistas participacionistas de la Revolución, porque preferencialmente abren el camino a formas asociativas de propiedad a través de las cuales los trabajadores del campo y las ciudades acceden socialmente, no individualistamente, al poder económico y al beneficio de la riqueza que genera su trabajo. Las Leyes de la Reforma Agraria y la Comunidad Laboral son la base indispensable de un grande y decisivo movimiento de organización social para la participación. A este fin también contribuye, en su propio campo, la Ley de Reforma de la Educación, a partir de la cual han empezado a organizarse centenares de Núcleos Educativos Comunales a través de los cuales los padres de familia y la comunidad están ya contribuyendo de manera efectiva en las tareas de la Educación.
Pero los Núcleos Educativos Comunales constituyen tan sólo una expresión de ese gran movimiento participatorio. Son literalmente miles de cooperativas, sociedades agrícolas de interés social, comunidades laborales, asociaciones de pueblos jóvenes, comunidades campesinas reestructuradas, ligas y federaciones agrarias las que conforman esta vasta experiencia social sin precedentes en el Perú. Y son millones de compatriotas nuestros los que empiezan a dar vida e impulso a estas organizaciones populares y democráticas surgidas de la Revolución, con el respaldo del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social.
Explicablemente, no muchas personas situadas fuera del ámbito de acción de estas instituciones de base parecen estar al tanto de todo esto y comprenden lo que ello representa. Pero eso en nada resta sidrificación real a este gran proceso de organización popular libre y autónoma. Son los hombres y mujeres del Ande y de la Costa, son los hasta ayer desoídos campesinos humildes, son los habitantes de los olvidados pueblos jóvenes, son los trabajadores de las fábricas y empresas industriales, es en sumo, el Perú profundo el que comienza a articular su voz para dejarse oír por vez primera en la historia de nuestra Patria. La suya es una voz todavía desconfiada, insegura, a veces temerosa. Pero es la voz de un pueblo que al cabo de los siglos empieza a levantarse para hacer su camino. Y esto es lo verdaderamente decisivo.
¿Se pretendía, acaso, que un pueblo secularmente explotado pudiera de pronto organizarse y mostrar desde el comienzo madurez absoluta, ponderación cabal, certeza a toda prueba para enfrentar los riesgos innumerables de una experiencia nueva? Los que siempre negaron educación y justicia a los humildes ¿tienen acaso derecho alguno para exigirles desde ya equilibrio de juicio, conocimientos y saber sobre todas los cosas? ¿Cómo puede ahora exigírsele esto a un pueblo sobre el cual se ejercieron, con violencia, todas las formas de injusticia?
Todos tendremos que pagar el alto precio que demanda rehacer por entero un mundo en el que para los pobres jamás hubo la luz de la justicia y la verdad. Todos sufrimos merma en nuestro condición de hombres al haber sido parte de un mundo en el que prevalecieron todas las formas de injusticia, de explotación, de inhumanidad. Que así fue cómo sintió y vivió el dolor de esta Patria la inmensa mayoría de sus hijos. Seamos, pues, conscientes de todo esto antes de levantar una voz de reclamo o denuncio contra un pueblo que comienza a organizarse para empezar a ser el verdadero protagonista de su historia.
Este gran movimiento de organización popular para la participación se basa y se origina en la modificación estructural de las relaciones de poder derivada, precisamente, de leyes coma las de Reforma Agraria y Comunidad Laboral. Porque no hay participación verdadera sin poder económico, sin el acceso a la propiedad social, al control también social de los medios de producción. En otras palabras, la redistribución estructural del poder económico hace posible la organización popular autónoma para la participación.
DE QUIÉNES
Somos claramente conscientes de la absoluta necesidad de que el pueblo peruano participe de modo real en el proceso de su revolución. En este sentido, el primer paso indispensable es lograr la unidad profunda de pueblo y Fuerza Armada. Es imperativo crear los mecanismos y las instituciones que hagan posible esa participación popular sobre bases permanentes y constructivas a fin de resolver por completo el fundamental problema de la participación efectiva del pueblo en el proceso revolucionario en términos de respaldo popular masivo y organizado y no meramente de la simpatía de la mayor parte de los peruanos a nivel individual. Esto último tuvimos desde el instante en que se evidenció el sentido revolucionario de las primeras medidas que ejecutamos en cumplimiento del programa de gobierno de la Fuerza Armada.
A nuestra revolución no le interesa la falsa participación popular defendida por los políticos tradicionales del viejo sistema. ¿Qué obtuvo el pueblo, de permanente y efectivo, con salir frecuentemente a las calles y plazas para aplaudir a unos y otros líderes cargados de palabras y promesas que nunca fueron cumplidas desde el poder? Esta no es la participación que la Revolución Nacionalista necesita. Nuestra revolución, que ha sabido encontrar hasta ahora sus propias soluciones, está también resolviendo este crucial problema sin emplear recetarios de nadie.
Esta revolución necesita el apoyo constante y la efectiva participación del pueblo civil, hermanado con el pueblo en armas que la inició hace seis años. El Perú ya no puede seguir siendo el país donde el pueblo fue el gran ausente en la gestión directriz de su destino. Los legítimos derechos de obreros y campesinos recién han empezado a ser reivindicados por la obra de esta Revolución Nacionalista y Popular, al igual que los derechos de los otros olvidados y ausentes de la gestión directriz en el Perú: las mujeres, la juventud, los intelectuales, los científicos, los artistas. Nosotros queremos y estamos haciendo que la mujer peruana participe dinámica y creadoramente en todas las tareas de la transformación nacional. Que la mujer peruana ejercite la responsable y plena libertad a que tiene derecho. Queremos que nadie recorte sus derechos, que nadie olvide su papel decisivo como eje del hogar, que nadie las relegue a segundo plano.
La juventud debe representar la vigilante y creadora conciencia de la Patria. De su energía y su idealismo esta revolución espera un gran aporte. Queremos que nuestros jóvenes, hombres y mujeres, comprendan que el proceso de cambios que hoy vive el Perú debe significar para ellos la gran oportunidad de abrir nuevos caminos y de plasmar en realizaciones muy concretas sus sueños e ideales. No todo será como ellos quieran. Pero el rumbo y el signo de esta revolución responden claramente al sentido de sus expectativas y sus anhelos. Y esto es lo que importa en la historia.
Por la naturaleza misma de su vocación y su trabajo, los artistas, los científicos y los intelectuales fueron, en general, los críticos por excelencia del orden tradicional en el Perú. Su obra reflejó la realidad del país. Su sensibilidad los llevó o denunciar las lacras del viejo sistema. Muchos de ellos por eso, estuvieron al lado del pueblo en su lucha por la justicia y demandaron la transformación del Perú.
Ahora esa transformación se está llevando a cabo. Y la revolución necesita de los intelectuales, de los hombres de ciencia y de los artistas. Porque ellos son quienes expresan, fecundan y engrandecen la tradición y la cultura de nuestro pueblo, cuya capacidad de creación debe ser reivindicada, defendida, cultivada por la revolución.
Esta revolución nació acaso en el momento en que muchos de nosotros supimos que no podíamos ni debíamos ser simples testigos indiferentes ante el dolor y la vergüenza. Por eso nuestra revolución se hizo, antes que para nadie, para los humildes y para los explotados. Esta es su esencia de justicia, su verdadera raíz de perennidad y de grandeza.
Poco importa que ignoren su sentido quienes no pueden comprenderla porque nunca ha vivido la más recóndita verdad del Perú, esa verdad que es la vida misma de nuestro pueblo. Nuestra revolución, por encima del escepticismo de los que saben mucho porque lo ignoran todo, apela a la sabiduría de los que siempre fueron olvidados, porque su sufrimiento les enseño muy bien qué es lo que debe transformarse en nuestra Patria para hacer de ella una patria de justicia. Por eso esta revolución se basa en el respeto al verdadero pueblo del Perú. Y reconoce el legado de vida, de muerte de sus mejores hijos que antes de nosotros lucharon por un Perú mejor.
En el fondo mismo de los grandes procesos que hacen la historia de los pueblos, hay siempre una verdad esplendorosa y simple que mueve a los hombres y los convierte en ejecutores de un destino colectivo. Estamos en medio de un proceso revolucionario que implica rehacer toda la realidad del mundo en que nacimos. Estamos empeñados en forjar un nuevo Perú. Todos pueden y deben tener un lugar de acción en esta lucha del Perú. Los jóvenes, estudiantes y trabajadores, porque este es un nuevo y creador momento de nuestra historia que abre las puertas a todas los realizaciones de su idealismo. Las madres del Perú, porque esta revolución está labrando un mundo mejor paro sus hijos. Los campesinos y obreros, porque en el Perú de hoy la justicia social al fin empieza a ser un sueño realizado. Los hombres y mujeres de la iglesia, de todas las iglesias, porque por vez primera se esta reivindicando en el Perú a los desheredados, a los que siempre sufrieron hambre y sed de justicia. Los profesionales y empleados, porque no obstante, todos los errores, al fin en el Perú existe la posibilidad de que una profesión y un empleo sean mucho más que una simple manera de ganarse la vida. Los intelectuales, porque por encima de dogmas y de esquemas hoy se ve claramente que estamos ya viviendo la etapa de las transformaciones profundas que muchos de ellos preconizaron. Los nuevos hombres de empresa para quienes la ganancia no es botín, porque ellos deben ser no sólo los forjadores de su riqueza sino de la riqueza de todos los peruanos. Y, en fin, los disconformes que cuestionaron siempre el orden tradicional de nuestra sociedad y los militantes de partidos políticos que sin quererlo fueron engañados, porque esta revolución recibe el legado de su esperanza, la inquietud de su disconformidad, la simiente de su sacrificio y de su muerte para hacer de todo esto la raíz de su autenticidad y de su fe.
Nuestra misión es construir, no destruir. Nuestra finalidad es la justicia, no la venganza. Nuestra consigna es trabajar por el Perú en los campos, las fábricas, las minas, los talleres, las oficinas, las universidades, las escuelas.
Si queremos un nuevo Perú, todos tenemos que construirlo con nuestro propio esfuerzo. Con gran sentido de responsabilidad, de disciplina, de trabajo. En esta revolución no tienen cabida los aprovechadores ni quienes pueden creer que ha llegado la hora del desquite. Nuestra Revolución y el revanchismo son incompatibles.
Quienes de veras aman al Perú deben unirse en esta gran tarea de sacrificio y de trabajo que supone nuestra revolución. Que quienes hasta ayer gozaron de privilegios y de ventajas a expensas de un pueblo explotado, comprenden de una vez que el Perú ya no puede vivir como hasta ayer lo hizo; porque la explotación degrada no sólo al explotado, sino el explotador. Que quienes antes de ahora entregaron su fe y su lealtad a los que claramente hicieron burla de ellas, comprendan que por encima de los grupos y partidos está la causa de la nación peruana. Y que quienes en la administración pública sirvieron a otros gobiernos, comprendan que este es un gobierno diferente que obedece a propósitos distintos. En consecuencia, quienes trabajan en él deben ser, antes que nada, servidores del pueblo, no servidores de los poderosos.
La desconfianza de los primeros momentos, el escepticismo de algunos sectores populares y la verdadera sorpresa de algunos sectores intelectuales, quienes no podrían creer que éste fuera un proceso realmente revolucionario, no tienen más sentido.
Ahora ya nadie puede sensatamente tener duda alguna respecto al carácter auténticamente revolucionario de nuestro movimiento. Posiblemente no todo lo que estamos haciendo le puede parecer igualmente bueno y positivo a todo el mundo. Las revoluciones sociales no son fenómenos de unanimidad. Son procesos de grandes mayorías. Lo fundamental es que en su conjunto y en su esencia el proceso sea positivo, realista, bien orientado.
EL SINAMOS
Las reformas en la estructura económica de una sociedad tienen, como es lógico, consecuencias decisivas en términos sociales, políticos y culturales, porque grandes sectores de ella empiezan ya a tener acceso a la propiedad de los medios de producción, lo cual amplía considerablemente sus posibilidades reales de desarrollo integral y verdadero.
Un proceso así, puesto en marcha hace cinco años por el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada del Perú, con la promulgación de la reforma agraria está alterando de modo fundamental el panorama político de nuestro país, vale decir, la estructura total de poder en la sociedad peruana. Por ello, las reformas económicas de la revolución deben ser consideradas como medidas de movilización social. Sin ellos, cualquier política de participación popular habría sido infructuosa porque habría carecido de la indispensable base de soporte económico sin la cual esa participación es imposible. Por eso las reformas básicas de la estructura económica tenían que ser consideradas como prerrequisito para la iniciación de una política sistemática de apoyo y estímulo a lo participación popular, complemento indispensable para garantizar la intervención de todos los peruanos en los tareas del desarrollo nacional y en el desenvolvimiento del proceso revolucionario.
No es nuestra intención propiciar la formación de un partido político adicto al Gobierno Revolucionario. Queremos contribuir a crear las condiciones que hagan posible y estimulen la directa, efectiva y permanente participación de todos los peruanos en el desarrollo de la revolución. Tal participación encontrará sus propias modalidades organizativas y sus propios mecanismos de acción enteramente autónoma, más allá del alcance de las corruptas dirigencias políticas tradicionales que, invocando el nombre del pueblo, sólo sirvieron para eternizar el poder de una envilecida oligarquía.
Esta revolución aspira a que los hombres y mujeres de todo el Perú participen en las decisiones de distinto nivel que las afectan como miembros de una colectividad determinada.
No queremos una participación manipulada, ni por los politiqueros profesionales que siempre engañaron al país, ni aún por este mismo gobierno que está haciendo realidad esta revolución.
Por estas razones la creación del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social no debe ser considerada como el inicio de un proceso que, en realidad, comenzó desde el instante mismo en que emprendimos las grandes reformas económico-sociales de la revolución, sino como el comienzo de una nueva etapa del desarrollo nacional y del proceso revolucionario, cuya finalidad es estimular la intervención del pueblo peruano, a través de organizaciones autónomas, en todas las tareas encaminadas a resolver los diversos problemas que afectan a los hombres y mujeres del Perú como miembros de una comunidad local y de una colectividad nacional.
Al crear SINAMOS el Gobierno de la Fuerza Armada no tiene el propósito de formar un partido político. Su creación constituye un paso fundamental, en la política de estimular la participación autónoma y libre del pueblo peruano en el proceso de movilización social, entendido como transformación de la estructura tradicional de poder en el Perú.
SINAMOS es una de las instituciones básicas de la revolución, porque sin la participación de todos los peruanos en el esfuerzo creador de un nuevo ordenamiento social, económico y político en el país, la revolución no podrá culminar sus propósitos fundamentales. Por eso mismo, SINAMOS deberá mantenerse siempre como un organismo ágil, desburocratizado, en profundo y dinámico contacto con los sectores populares del país hacia cuya organización no manipuladora, realmente democrática y libre, debe orientar sus mejores esfuerzos. Todo esto representa una responsabilidad verdaderamente decisiva para el futuro de la Revolución Peruana. Y esa responsabilidad pone sobre sus integrantes el peso de grandes deberes, de grandes obligaciones y de grandes sacrificios. Por todo ello, SINAMOS debe ser también una institución con gran sentido de mística y entrega a la causa del pueblo peruano, capaz de dar el primer ejemplo de los nuevos comportamientos que la revolución exige de sus hombres. Esta tarea debe ser cumplida sobre la base de una íntima coordinación de acciones y propósitos con el resto de la administración pública. Desde este punto de vista, SINAMOS debe representar un apoyo importante a las acciones que los distintos ministerios cumplen en todos los campos de la acción sectorial del Estado.
Partido, sindicatos, y revolución
PLURALISMO, MILITANCIA Y PARTIDO
Entendemos por pluralismo ideológico el reconocimiento del derecho que asiste a los ciudadanos de este país de organizarse políticamente de manera discordante de nuestra revolución. Y, por lo tanto, el reconocimiento de la legitimidad de la existencia en el Perú de varias organizaciones políticas, llámense o no partidos que ataquen al proceso revolucionario. Eso no significa que, dentro de la revolución se manifiesten diferentes posiciones ideológicos o políticas.
Representamos una posición coherente y singular, tanto en la teoría como en la práctica. Y esa posición es diferente a la de los partidos y grupos políticos que operan libremente en el Perú, atacando o apoyando a nuestra Revolución, cualquiera que sea el grado o el sentido del ataque o de la defensa. La Revolución Peruana es, por tanto, totalmente independiente de todas las demás posiciones políticas con las cuales inevitablemente, tienen una posición competitiva, aunque no siempre de choque.
Se desprende de ello que es necesario diferenciar con mucha claridad a aquéllos que militan en nuestra Revolución de aquellos que lo apoyan o dicen apoyarla. Los primeros asumen como suyas las posiciones ideológicas y políticas de nuestra Revolución y se consideran, por lo tanto, ideológica y políticamente aparte de quienes siguen un rumbo diferente. Los segundos, partiendo de fundamentos teóricos distintos y orientando también su acción hacia otras metas, consideran que por varias razones, tácticas o de otra índole, les conviene expresar un determinado grado adhesión al proceso. Igualmente, para quien haya militado políticamente antes de ahora, nuestra posición significa que convertirse en militante de nuestra Revolución implica, necesariamente, abandonar su militancia anterior y su correspondiente ideología. Porque militar en esta Revolución significa no sólo apoyar las reformas que estamos realizando, sino comprender y aceptar la posición ideológica en que ellas se sustentan.
Por tanto, ser su militante implica militar en ella también ideológicamente.
Queda claro por esto que, para aquéllos que ya militaron en cualquiera de los partidos políticos peruanos o pertenezcan a ellos en la actualidad, militar en nuestra Revolución significará, necesariamente, la renuncia a la militancia mantenida hasta ahora, a cambio de una nueva postura ideológica y de un nuevo comportamiento político. Si así no fuese, la militancia en nuestra Revolución se convertiría en un conglomerado de militancias dispares, lo que sin duda constituiría una verdadera aberración teórica y práctica. En otras palabras, la militancia en nuestra Revolución no puede ser la suma de militancias diferentes de la nuestra y deberá ser una militancia diferenciable, autónoma, singular y propia.
No se infiere de aquí, que para la Revolución Peruana sea inevitable formar un partido o un movimiento con "estructura de partido". No estamos frente a un "imperativo".
La esencia de una toma de posición participatoria es incompatible con el significado real de un partido como institución. Porque un partido político es un instrumento de manipulación y concentración de poder y no un mecanismo apto para transferir ese poder. Y, como nuestra Revolución aspira a incentivar el proceso de transferencia del poder político y económico a las organizaciones sociales de base, su aspiración esencial contradice medularmente el sentido y la finalidad de un partido político, cuyo propósito es, por definición, monopolizar el poder y ejercerlo a través de su burocracia dirigente "en nombre del pueblo".
La organización de un partido, además, reforzaría las tendencias autoritarias y burocráticas propias de la sociedad tradicional, acostumbrada a verticalismos dogmáticos que nosotros queremos transformar. No es preciso agregar que todo eso sería contrario al espíritu y a la esencia de humanismo libertario y del participacionismo militante que constituye mucho del fundamento de la Revolución Peruana.
Por otro lado, un partido político conduce inevitablemente al fraccionamiento y a la división de los sectores populares, a los cuales, en su totalidad, se dirige nuestra Revolución. Ella orienta, efectivamente su trabajo permanente en el sentido de la plena satisfacción de todas las aspiraciones de los sectores mayoritarios y tradicionalmente marginados del Perú. Un fenómeno social de tan amplia cobertura no puede expresarse adecuadamente en una organización política que rompe y separa la unidad de nuestro pueblo, en lucha por la liberación integral que exige cohesión y no ruptura.
Finalmente, si la lejana meta a que aspiramos es completar la transferencia de todas los dimensiones del poder a las organizaciones autónomas de base que los peruanos crearán para fundamentar una democracia social de participación plena, ¿cómo podríamos perturbar tan ambicioso y todavía lejano propósito mediante la estructura de poder de un partido que, inevitablemente, sería orientado en beneficio de un pequeño número de dirigentes? La propia meta de nuestra Revolución es incompatible con semejante posibilidad. Por eso la Revolución Peruana debe siempre mantenerse alerta ante el peligro que representan la acción y la palabra de quienes quieren desviarla de su ruta, su vocación y su destino verdaderos.
Esta es una Revolución auténticamente peruana, nacional y autónoma. Y que nada ni nadie logrará modificar su esencia y su camino. En el curso de estos años hemos realizado una tarea fundamental en dos ámbitos igualmente importantes. Uno es el de la efectiva recuperación de nuestra soberanía nacional y la realización de las grandes transformaciones socio- económicas. Y otro, el de la fundamentación teórica que nos separa clara y terminantemente de todas las posiciones políticas tradicionales que corresponden tanto al pro-capitalismo como al pro-comunismo. Siempre hemos rechazado estas dos alternativas. Y lo seguiremos haciendo, porque la verdad de nuestra Revolución no está ni en uno ni en otro de esos campos.
La Revolución Peruana no puede hacer concesiones teóricas o prácticas a esas dos posiciones incompatibles con la nuestra. Por eso siempre hemos rechazado la idea de expresar políticamente a nuestra Revolución en un partido. Esta no es una tesis más. Es una posición fundamental de la Revolución Peruana. Pero como lo hemos señalado muchas veces, esta posición no implica rechazar la idea de una organización política en esencia distinta del partido.
No somos contrarios a la idea de que el respaldo popular a la Revolución se organice políticamente. Sin embargo, como no toda organización política es un partido, puede encontrarse la manera de estructurar una organización política de carácter no partidario.
La expresión "organización política" puede referirse tanto a una estructura organizativa en el sentido más restrictivo del concepto, cuanto a una constelación de instituciones políticas surgidas desde la base y que en su conjunto constituyen una nueva forma y una nueva realidad del Estado. De lo primero hay ejemplos históricos. Y de lo segundo, no requiere la intermediación de un partido como eje y centro del poder.
Aquí, en gran parte el problema radica en que mucha gente ha sido acostumbrada a creer que la única organización política es el partido. Este es un gran error. Por otro lado, todas las exigencias políticas de una Revolución como la nuestra pueden ser satisfechas sin necesidad de un partido. Es posible, por lo tanto, idear formas organizativas capaces de mantener y garantizar el carácter participacionista, esto os, verdaderamente democrático, de nuestro Movimiento; carácter sin el cual perdería su más profunda significación histórica.
Tenemos, así que crear, que encontrar un nuevo camino para resolver ese problema capital. Que eso sea utópico, que nunca haya ocurrido en el Perú ni en ninguna parte, es verdad. Pero eso nada prueba. Tampoco antes se asistió a un caso comparable: que las Fuerzas Armadas de un país del Tercer Mundo unidas, realizaran pacíficamente una gran transformación social, económica y política. Y, sin embargo, es eso lo que está ocurriendo en el Perú desde hace seis años.
PARTIDOS Y REVOLUCIÓN
Así como la Revolución Peruana representa una alternativa al capitalismo por entero distinta de la alternativa comunista, ella nada tiene en común con los partidos políticos tradicionales del Perú, a los que la tradición de su dirigencia ha llevado a convertir en instrumentos reaccionarios al servicio de la plutocracia y del imperialismo.
Somos algo sustantivamente nuevo en el escenario político peruano. Nuestra base real de apoyo, nuestra fuente verdadera de respaldo sólo puede encontrarse en los sectores sociales que siempre vivieron económicamente explotados por la derecha y políticamente explotados también por las oligarquías partidarias que fueron los monopolizadores del poder político en el Perú tradicional.
Nuestra Revolución sólo tiene dos bases de sustento: la Fuerza Armada del Perú, heredera de una gloriosa tradición y de un glorioso origen en el Ejército que nos hizo libres del dominio extranjero en el alba de nuestra vida republicana; y la inmensa mayoría de peruanos que integran las clases y sectores sociales que bien poco o nada tuvieron que ver con la conducción de los destinos del país en el pasado.
Este rumbo es claro. Esta posición es inalterable. Sobre esta base nuestra revolución ahondará su curso. Lejos de detenerse, avanzará. Pero jamás para servir intereses políticos distintos a los suyos. Ni para verse influida o colonizada por planteamientos ideológicos que no son los nuestros ni mucho menos para servir de paso transitorio a una supuesta revolución en esencia distinta de la que estamos construyendo.
Nuestra revolución mantiene independencia absoluta con respecto a los partidos y las ideologías del sistema político tradicional. Nada tiene que ver con ninguno de esos partidos ni con ninguna de esas ideologías.
La palmaria caducidad de las organizaciones políticas de viejo cuño es cada vez más evidente; ella heralda el ocaso definitivo de un sistema político que en el pasado solo sirvió para mantener intocadas las raíces del privilegio y la desigualdad que nutrieron nuestro subdesarrollo y nuestra dependencia, y que hoy resultan en demasía estériles para enfrentar el reto del futuro.
La obsolescencia de las viejas estructuras de la política tradicional ocurre en un clima de absoluta libertad ciudadana, también sin parangón en nuestra historia. Esas organizaciones políticas, que sirvieron en definitiva a los intereses de los grupos dominantes del país, languidecen y mueren porque, en verdad, no tienen ya razón de ser; porque sus vitalicias argollas dirigentes abandonaron ideales y traicionaron a su propio pueblo; porque se unieron al carro fulgurante y efímero de los poderosos del dinero porque la incontrastable, esplendorosa y permanente realidad de la revolución los torna inevitablemente inútiles.
La obra de la revolución es en parte la que esas dirigencias jamás cumplieron. Es falso que los partidos que gobernaron antes de Octubre de 1968 no pudieron realizar sus programas por interferencia de la Fuerza Armada. Si esos partidos políticos hubieran solucionado los grandes problemas sociales y económicos del Perú, no habríamos intervenido. Lo hicimos para darle al Perú el liderazgo revolucionario capaz de realizar las transformaciones que eran indispensables para resolver sus problemas fundamentales. Hoy se ve con claridad que esa tarea revolucionaria no podía ser realizada por dirigencias políticas irremediablemente entregadas a grupos tradicionales de poder. Porque en tanto se conciban las organizaciones políticas como instrumento de poder al servicio de camarillas dirigentes, en tanto esas organizaciones obedezcan a una concepción oligárquica que monopolizan eternamente el poder de decisión en dirigentes no surgidos de las bases populares, y en tanto tales bases no participen de manera real en la conducción y en las decisiones de los movimientos políticos organizados, éstos jamás podrán responder a las necesidades verdaderas del pueblo y continuarán siendo, en realidad, mecanismos de suplantación de la voluntad popular.
SINDICATOS Y REVOLUCIÓN
Las dirigencias sindicales establecidas responden en la mayoría de los casos a los dictados de dirigencias partidarias que difícilmente podrían mirar con buenos ojos un proceso revolucionario que no responde ni a su orientación ni a su influencia. Los grupos que hasta hoy dominan la estructura tradicional de los organismos sindicales no comprenden, en realidad, el sentido del proceso revolucionario peruano ni comparten su orientación y su filosofía. Frecuentemente, por tanto, actúan como verdaderos agentes provocadores y caen en el juego de los enemigos declarados de la revolución. Son instrumentos en la campaña reaccionaria y pro-imperialista que persigue vulnerar las bases de sustentación económica de cuya solidez y eficiencia depende en gran parte el futuro de la revolución.
Nosotros no estamos contra los sindicatos. Estos continúan y continuarán existiendo, pero a medida que avance el proceso revolucionario, las relaciones de propiedad y producción irán modificándose de manera tan clara que los trabajadores llegarán a considerar necesaria la redefinición y la reorientación de los sindicatos. Este será un fenómeno gradual pero, a nuestro juicio, inevitable que sin embargo no implica, en forma alguna, la desaparición de las organizaciones sindicales.
El sindicato tiene que convertirse en instrumento constructivo de acción de los trabajadores, en la conducción de sus centros de trabajo. El sindicato debe canalizar la acción organizada de los trabajadores para participar responsablemente en el éxito de la revolución.
El sindicato tiene que definir un nuevo tipo de existencia y asumir un nuevo papel en la vida económica del país.
Universidad y revolución
LA CONSTRUCCIÓN DE LA LIBERTAD
Nuestra obra de hoy forma parte entrañable de la tradición libertaria de nuestro pueblo, de esa tradición a la que nunca han sido en realidad extrañas la juventud y la inteligencia.
La obra truncada de hace siglo y medio debe ser completada, ese es nuestro compromiso ante el pueblo peruano, por eso, nuestra voz no es la voz mediatizada de la complicidad del poder público con los intereses de quienes siempre nos dominaron como nación. Es la voz alta y firme de un gobierno que ha empezado la transformación total de nuestra sociedad.
La Universidad estuvo presente en la lucha de nuestra primera independencia, que quiso ser no sólo independencia de la metrópoli española sino también independencia "de cualquier otra nación extranjera", como reza el texto del Acta que suscribiera en 1821. Y ahora la Universidad no puede estar ausente en la construcción revolucionaria de una sociedad realmente emancipada.
Nada hay en realidad que justifique la separación históricamente suicida, entre quienes en el fondo buscamos un mismo destino para el Perú; que llegue a ser profunda y verazmente un pueblo emancipado en todas las dimensiones de su vida.
La Universidad ha sido el crisol del que surgieron algunas de las grandes inquietudes libertarias del Perú que hicieron posible la conquista de su primera independencia. Y hoy ella no puede renegar de lo que está en la médula de su propia tradición. Mucho de la universidad supo mantener siempre fiel a esa vocación de su destino. Pero como institución, no pudo sustraerse el efecto de las tendencias históricas que hicieron de nuestra vida republicana un constante alejarse de los grandes ideales que signaron el primer movimiento independentista de nuestra patria. Y si bien idéntico fue el sino de las demás instituciones republicanas, nadie podría con justicia decir que la inteligencia y la juventud del Perú estuvieron ausentes del quehacer y el anhelo jamás olvidado de nuestro pueblo por su efectiva libertad, de su constante brego en pos de lo justicia.
Y esto empezó a ser más realidad que nunca cuando la universidad abandonó su viejo carácter oligárquico para convertirse en centro de trabajo intelectual abierto a grupos sociales de extracción popular, cuando llegar a ello dejó en mucho de ser el privilegio de un reducido sector de nuestra juventud. Y cuando, de este modo, el perfil de su composición social cambió radicalmente en el curso de las últimas décadas. Desde este punto de vista crucialmente importante, nuestra universidad ha llegado a ser más auténticamente peruana que en ningún otro momento de su historia. Y esto explica mucho de la rebeldía de su juventud. Porque hoy los universitarios, en su mayoría, vienen de hogares humildes, de las clases explotadas, en una palabra: el pueblo. Y este fenómeno forma parte de un vasto cambio institucional en otras esferas de la vida del país que ha contribuido a modificar de manera muy importante nuestra fisonomía como nación.
La juventud y la inteligencia no pueden permanecer al margen de una tarea así. Nuestro compromiso de luchar por la transformación profunda del Perú no es resultado de la improvisación ni el acaso. Es razonada y genuina convicción. Hemos iniciado un proceso que debe conducir a cancelar todas las formas de dominación interna y la tradicional subordinación del Perú a los intereses económicos foráneos. Y no seguir las pautas de la literatura revolucionaria tradicional, en nada disminuye la autenticidad de nuestra posición.
Como proceso hondamente vital, esta revolución habrá de continuar perfeccionándose para ser cada día más profunda y mejor. Construirán su curso quiénes la hagan suya, quienes pongan su vida en el diario quehacer que ella reclama y quienes estén dispuestos a muchos sacrificios por su causa. Sabemos que hoy dista mucho de ser realidad procesal, la posibilidad de su constante perfeccionamiento forma porte vital de su significado y su existencia.
CRÍTICA Y DISCREPANCIA
No requerimos ni deseamos una acción obsecuente y ciega. La crítica y la discrepancia son parte importante de este proceso revolucionario que queremos mantener alejado de todo dogmatismo. Esta revolución quiere hacer y hace docencia política en el esfuerzo diario de su construcción. Hemos desenmascarado la farsa de una democracia liberal al servicio de los poderosos. Hemos abierto al pueblo, por vez primera, el cambio de su propia realización. Rechazamos el caudillismo y rechazamos la sectorización. Queremos contribuir a que sea posible en el Perú la participación auténtica y el verdadero diálogo. Y para lograrlo, hemos empezado las grandes reformas estructurales que permitan afianzar la justicia social, base de la genuina libertad.
Nada de esto es fácil en el terreno concreto de las realizaciones. Es decir, en la tarea misma de la construcción revolucionaria. No todo puede hacerse repentinamente, ni todo puede resolverse con palabras. El esfuerzo de conducir una revolución y realizarla es extremadamente difícil y complejo. Por eso pedimos la comprensión, la crítica, la cooperación de quienes sientan, al igual que nosotros, que es preciso lograr la transformación de nuestra sociedad. Lo único que nos parece inaceptable es el inmovilismo y la pasividad, la inacción cómplice que enmascara el deseo soterrado de que las cosas sigan igual en el Perú. Una revolución no se hace desde los cafetines, ni a través de la estéril rencilla faccional que sólo puede favorecer a sus adversarios, es decir, a quienes siempre defendieron causas antipopulares.
Queremos una universidad que sea parte vital de la nación peruana, centro de investigación y de trabajo, que contribuya al verdadero conocimiento del Perú y sus problemas, que forme hombres y mujeres capaces de construir el Perú en las fábricas, en el campo, en la industria, en la siderúrgica, en la escuela, en las minas, en el laboratorio, en el taller, y en la propia universidad. El Perú necesita una universidad de esfuerzo y de trabajo, donde la inquietud política, derecho irrenunciable de quien quiere ser libre, jamás sea entendida como sinónimo de ese verbalismo pueril detrás del cual se ocultan a menudo la ineficacia, la irresponsabilidad y el escapismo.
El Perú no necesita aristocracias intelectuales y mucho menos seudointelectuales. La procacidad y el insulto elevados a la categoría de arma política, no son expresión de inteligencia sino de torpeza; no son recurso de revolucionarios, sino del oscurantismo de personalidades psicopáticas o irremediablemente reaccionarias; ni son, por último, manifestación de valentía y de fortaleza, sino precisamente de todo lo contrario. Nuestro pueblo no debería perder el respeto por su universidad, pero indudablemente esto puede ocurrir si empecinadamente ella continúa viviendo de espaldas al país y creyendo que el mundo gira en su torno.
Es preciso que esta revolución sea constantemente analizada no sólo por el pueblo sino por sus instituciones representativas. Como toda obra de gran aliento histórico, nuestra revolución demanda un tesonero y valeroso esfuerzo permanente de crítica y de examen que garanticen su lozanía y su vigor, su constante aptitud creadora, su libérrima voluntad de mantenerse siempre abierta al análisis y a todos los aportes y las rectificaciones que afiancen su sentido de tarea profundamente transformadora. No de otro modo podría esta revolución ser hoy y siempre hondamente leal a nuestro pueblo, fiel a su esencia libertadora y verdaderamente democrática. De todos los riesgos que encontraremos en el futuro ninguno será mayor que el dejar de ser proceso perpetuamente renovado, obra perfectible de un pueblo, empeño altruista de plasmar un ideal superior de sociedad y de hombre. Los intelectuales y los estudiantes, tienen la palabra, pero frente a lo que decidan hacer, nuestro pueblo tendrá también la suya. Y ella será voz de nuestra historia, inapelable y clara, que a todos nos dirá si fuimos capaces de comprender el significado más profundo del momento que hoy vive nuestra patria.
CRISIS, NUEVA LEY Y PARTICIPACIÓN REAL
La crisis de la universidad forma parte de la crisis total del Perú que la revolución ha empezado a superar. Pero que nadie se oculte tras el engaño de creer que la propia universidad no es paralelamente responsable de ella. Los problemas empiezan a resolverse cuando se reconoce su existencia. Y en este caso, los problemas de la universidad sólo serán resueltos cuando los propios hombres que la integran acepten con madurez y valentía la responsabilidad que les atañe por la continuación de esos problemas.
Por nuestra parte, reconocemos las limitaciones y fallas de la legislación universitaria que dimos nosotros mismos en un momento inicial del proceso revolucionario. Por saber reconocerlo es que estamos dispuestos a superarlos. Planteada la problemática global de la reforma educativa, todos los aspectos del fenómeno educacional están comprendidos dentro de los alcances de la Ley General de Educación. Esa ley normará también la educación en las universidades.
Mantendremos el más amplio respeto a la autonomía de la Universidad Peruana, a la libertad de pensamiento y a la misión científica que la universidad debe tener en el Perú. Y consecuentes con la orientación principista de nuestra revolución, que aspira a concretar en el Perú la realidad de una democracia social de participación plena, la nueva Ley General de Educación consagra la participación del estudiantado en todos los niveles de la vida universitaria.
Todo esto habrá de significar para los estudiantes el consciente adiestramiento de una amplia capacidad de decisión. Intervendrán en todo lo que atañe a la vida de la universidad, en el planteamiento y en la solución de todos sus problemas, en la concepción y en la ejecución de todas sus tareas. Que tal es el sentido verdadero de una auténtica y constructiva política universitaria. El grito y la diatriba, la agresión infecunda y el insulto que nada construye, habrán de ceder paso el ejercicio responsable de una libertad plena para la cual el trabajo, el estudio y la dedicación sean su verdadero fundamento, al par que el fecundo idealismo de esa inconformidad en la que siempre se han nutrido las grandes creaciones de los hombres.
Todo esto es lo que nosotros proponemos como la base de una nueva relación con la universidad y como el punto de partida para la cooperación y el trabajo conjunto de intelectuales y soldados de la revolución. Huelga decir que aquí no habrá cabida para ninguna manifestación de política represiva. No pretendemos, ni debe pretenderse nunca, que a cada quien sea preciso decirle lo que tiene que hacer. Tal domesticación de la juventud sólo es posible dentro de un totalitarismo reaccionario. Nuestra revolución, absolutamente ajena a cuanto esa posición puede significar, apela a la capacidad creadora, a la voluntad, al esfuerzo de los jóvenes para que participen en la inmensa y difícil tarea de organizar una nueva sociedad en el Perú.
Queremos estudiantes capaces, preparados para contribuir al desarrollo de las transformaciones sociales y económicas de nuestro pueblo. Jóvenes comprometidos con una doble tarea impostergable: la de sentirse verdaderamente solidarios con el destino de los humildes y la de prepararse para dar a esa solidaridad una continuidad constructiva verdaderamente eficaz. No queremos por tanto ni que los estudiantes se limiten a estudiar sin interesarse por lo que pasa con el pueblo, ni que dejen de estudiar, en la convicción pueril de que la revolución se hace con gritos.
Los universitarios deben de darse cuenta de la absoluta inseparabilidad de esas dos dimensiones de su compromiso con el Perú, la de percibir su responsabilidad directa por la causa liberadora de nuestro pueblo y la de prepararse para asumirla.
UNIVERSIDAD Y HETERODOXÍA
Un proceso de veras revolucionario, implica centralmente la siempre renovada capacidad de creación en todos los campos del actuar. Y esto supone, necesariamente, capacidad de repensar y cuestionar los enfoques que tuvieron alguna validez y alguna utilidad en el pasado. La revolución recién empezada en el Perú, impone la necesidad de trastocar por entero esquemas de pensamiento y formas de razonar acerca de una realidad que estamos modificando día a día.
Todo esto supone, también necesariamente, capacidad de encontrar nueva significación en los elementos de esta realidad que la revolución altera de manera sustantiva y que, por lo tanto, plantea nuevos problemas para cuya solución y respuesta las perspectivas de interpretación heredadas del pasado resultan por demás insuficientes. Pero una revolución como la nuestra no solamente implica permanente actitud creadora. Implica también ser capaz de prever y adelantarse a las exigencias y demandas que cada nuevo día traerá consigo.
De aquí que resulte inevitable estudiar e investigar las proyecciones y los efectos de todo cuanto la revolución realice en el Perú. Porque si de algo debemos tener conciencia, es de que cada obra de la revolución ha de dejar su huella profunda en el porvenir. Cuando se conduce la transformación de una sociedad, es decir, cuando realmente se está haciendo su historia, no hay neutralidad posible, no hay tampoco acciones o inacciones valorativas o históricamente neutras. Porque como en cualquier tarea del hombre, en la revolución las posiciones se fijan por acción o por inacción.
Por eso es que cuanto hagamos o dejemos de hacer ha de tener consecuencias, buenas o malas, para el Perú que heredarán nuestros hijos. Y sólo teniendo profunda conciencia de esta trascendental responsabilidad de la revolución, podremos en verdad, ser conscientes también de la necesidad de mirar a fondo esta cambiante realidad para encontrar en ella sus nuevas preguntas y en nosotros sus nuevas respuestas.
La comprensión profunda de nuestra revolución social, solo puede lograrse a partir del conocimiento cabal de los propósitos fundamentales de nuestro movimiento. Y sólo, podremos estar seguros del rumbo que seguimos en la medida en que cada paso nuestro esté basado en el conocimiento que sólo puede surgir de su investigación y de su estudio. Es esa base de conocimiento la que nos permitirá otear con certidumbre el horizonte, prever y adelantarnos en la medida de lo humanamente posible a los grandes acontecimientos del futuro. No existe posibilidad de comprender lo que está ocurriendo en el Perú si no es a partir del reconocimiento explícito, de que comprender un proceso revolucionario implica estar dispuesto a modificar sustancialmente los esquemas mentales del pasado. Porque las situaciones radicalmente nuevas sólo pueden ser comprendidas desde perspectivas nuevas también Y esto es algo extremadamente difícil de lograr. Porque sobre cada uno de nosotros gravita la forma tradicional de pensar acerca de los hechos de la realidad y, además, las normas de valor que antes sirvieron para orientar nuestra conducta y nuestras apreciaciones. Por eso es que ante los cambios que toda revolución trae consigo surgen, principalmente en los grupos conservadores de la sociedad, incertidumbres que constituyen terreno propicio para la acción antirrevolucionaria. Porque ésta se orienta a crear un clima de temor en base a la constante distorsión de los hechos de la realidad y de las intenciones de los gobernantes, con esa carga de malevolencia, de resentimiento, de frustración y de cruel egoísmo que va siempre unida a la defensa de los intereses personales y de grupo. Aquí es donde se nutre la acción corrosiva de los grupos reaccionarios cuyos privilegios la revolución necesariamente tiene que afectar si quiere cumplir sus objetivos y ser fiel a sí misma.
El Perú de hoy precisa de una Universidad y una ciencia profundamente enraizadas en la convicción de que nuestro pueblo necesita, hoy más que, nunca, nuevos horizontes de pensamiento para garantizar mejor los nuevos horizontes de su acción.
Prensa y revolución
LA DISTORSIÓN DE LA VERDAD
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