Descargar

Velasco: el pensamiento vivo de la revolución (página 6)

Enviado por rubèn ramos


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

La prédica confusionista de los enemigos de la Revolución ha tenido hasta hoy, y habría de continuar teniendo, por algún tiempo, la ventaja de actuar en un medio caracterizado no sólo por la desinformación doctrinaria e ideológica de grandes sectores, sino también, por la permanente distorsión de la verdad llevada a cabo por los órganos periodísticos que defienden los intereses económicos de la derecha, hoy afectada por la Revolución. Esos órganos periodísticos han trabado el desarrollo cultural del Perú; han falseado fundamentales cuestiones históricas o ideológicas; han satanizado determinadas expresiones y temáticas que en países más cultos son libremente usadas y discutidas; y han pervertido la semántica política al deformar y ocultar deliberadamente el aporte de ideas y de hombres sin cuya contribución el acervo cultural del mundo no sería tal como lo reconocen los hombres civilizados de otros pueblos.

Esos órganos periodísticos son en gran parte responsables de la intolerancia, el oscurantismo y el desconocimiento que hoy campean en el trato que públicamente se da en el Perú a temas y conceptos ideológicos y políticos cuya importancia en cruciales momentos de cambio social justificaría que fuesen enfocados y tratados con mucho mayor respeto por la verdad y la honradez. Es precisamente al amparo de esta situación que en .algunos círculos prospera la distorsión que nuestros adversarios hacen de la naturaleza y los fines del proceso revolucionario.

HACIA UNA AUTÉNTICA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

La nueva legislación sobre la prensa escrita sienta las bases permanentes de la auténtica libertad de expresión en el Perú. Establece un claro distingo entre los diarios de circulación nacional y todos los otros órganos de prensa que se publican en el país. Para estos últimos, no introduce modificaciones sustanciales. Pero para los primeros, es decir, para los seis diarios no estatales que se editan en la capital de la República, plantea una profunda alteración de estatus y régimen de propiedad. Obedeciendo a la letra y al espíritu del Plan de Gobierno de la Fuerza Armada, todos ellos han sido expropiados y su propiedad transferida a los más significativos sectores sociales organizados del país.

De la misma manera que dentro de un esquema pluralista, la Revolución favorece las formas sociales de propiedad de los medios de producción, ella favorece también el predominio de esas formas en la propiedad de los medios de comunicación masiva.

De otro lado, así como consideramos lesivo para el país el monopolio privado o estatal del poder económico, también consideramos lesivo un similar monopolio do ese otro poder inmenso que genera el control absoluto de los medios de información.

Finalmente, del mismo modo que una sociedad de participación sólo puede construirse sobre una economía de participatoria, también una sociedad de participación que es una sociedad de veras democrática sólo puede construirse cuando las formas democráticas y participatorias prevalecen en el ámbito decisivo de la información.

Esta decisiva medida de la Revolución, al igual, que todas sus otras grandes transformaciones, forma parte del Plan de Gobierno que el país conoce y que la Fuerza Armada, unitaria e institucionalmente, se comprometió a cumplir el 3 de Octubre de 1968.

A partir de ella debe surgir un nuevo periodismo en el Perú. Un periodismo de veras nacional, defensor de los intereses y la soberanía de nuestra Patria; no de lucro; no de lucro, sino de servicio auténticamente independiente de todo poder que lo desnaturalice o prostituya; firme, pero responsable en su crítica y en el señalamiento de su necesaria y bienvenida discrepancia; forjador de una conciencia nacional de veras libre y culta; abierto a todas las corrientes del pensamiento, de la ciencia y del arte; consciente de su inmensa responsabilidad educacional e informativa: antidogmático, tolerante y ajeno a todos los sectarismos; impulsor permanente del desarrollo cultural de la Nación; constante paradigma de honradez, fiel expresión de lo que siente y piensa nuestro pueblo; defensor de todas sus causas de justicia y guardián infatigable de su verdadera libertad.

Un periodismo así nunca hubo en el Perú. Aquí jamás existió genuina libertad de prensa. Lo que el país conoció fue apenas libertad de empresa y voceros de familias y grupos; nunca del pueblo, jamás de la Nación. Por eso, hasta las páginas de los grandes diarios no llegó la voz auténtica del pueblo para plantear sus problemas y defender sus reclamos de justicia.

Más aún, esa "prensa grande" casi siempre defendió intereses foráneos. Las causas populares y los intereses del Perú casi nunca motivaron su principal preocupación. Por eso fue uno de los baluartes del viejo poder tradicional, instrumento político al servicio de grupos nacionales y extranjeros empeñados en detener el desarrollo real de nuestro pueblo.

¿Puede hablarse de verdadera libertad de expresión cuando los grandes diarios sólo estuvieron en manos de los poderosos, de los mismos que siempre controlaron todo en nuestra Patria?

En el Perú hubo diarios de banqueros. Diarios de exportadores. Diarios de los grandes comerciantes. Diarios de latifundistas. Diarios de los pesqueros. Y cada uno de ellos sirvió para defender los intereses de sus dueños y grupos dominantes. ¿Puede ser esto libertad de expresión?

¿Puede hablarse de libertad de expresión cuando los campesinos, los profesionales, los obreros, los educadores, los auténticos empresarios nacionales, los intelectuales, los artistas, los empleados, jamás tuvieron manera alguna de exponer sus puntos de vista ante todo el país?

Esta fue la realidad de la prensa y de la libertad de expresión en el Perú. ¿Podemos olvidarlo? Todo esto llega ahora a su fin. Uno de los últimos baluartes de la plutocracia reaccionaria ha sido derribado. Jamás resurgirá.

Lo anterior de ninguna manera significa que esos diarios traten únicamente los asuntos y problemas directamente vinculados a sectores sociales a quienes se transfieren. Nuevos en su espíritu fundamental, ellos deben ser instrumento de servicio informativo y cultural para toda lo sociedad. En modo alguno, periódicos cerrados a la exclusividad de intereses de ningún grupo por amplio que sea.

Esta reforma estructural contribuirá de manera muy importante a sentar las bases de una cultura pluralista, democrática y creadora en el Perú. Y e este sentido, somos conscientes de la enorme trascendencia que tiene para este fin el desarrollo de una verdadera libertad de expresión, fundamento vital de esa nueva cultura. Esta libertad es uno de los ideales más altos de la humanidad y una de sus más grandes conquistas históricas. Jamás debe ser sacrificada. Por el contrario, debe ser siempre ampliada y respaldada.

La nueva ley no implica en forma alguna eliminar la discrepancia y así favorecer la existencia de una prensa cautiva del poder. Sabemos muy bien que la libertad de expresión básicamente entraña respeto por las ideas distintas a las nuestras. Este respeto es consustancial a la finalidad de la Revolución Peruana que busca forjar una nueva conciencia colectiva participacionista y libre.

Por tanto, la crítica y la discrepancia deberán seguir existiendo en el nuevo ordenamiento de la prensa escrita, pero como expresión auténtica de los grandes grupos sociales organizados que constituyen la Nación Peruana. Aquí radica mucho de lo trascendental de la reforma. Ya no serán, entonces la discrepancia y la crítica de cerrados grupos de poder y privilegio, sino la de quienes son, en verdadero análisis el pueblo mismo del Perú voz y conciencia de la Patria.

Moralización y moralidad

La moralización pública es un proceso que necesariamente ha tenido que desenvolverse dentro de cauces legales no siempre propicios para la efectiva aplicación de la justicia.

Fueron innumerables los caminos por los cuales en el pasado se cometieron actos de inmoralidad en agravio del Estado.

En la conciencia ciudadano está muy clara la convicción de que antes no siempre hubo honradez en las esferas públicas.

Virtualmente imposible de ser detectadas y probadas de acuerdo al texto de la legislación vigente, innumerables delitos, entre ellos los del contrabando, no han recibido el castigo que merecían. Sólo el rechazo y la sanción moral de la ciudadanía han recaído, hasta el momento, sobre quienes defraudaron una confianza que jamás merecieron. Pero hoy otra dimensión de la moralidad que el país por tanto tiempo reclamó: lo honradez de sus gobernantes. Este no es un gobierno de prevaricadores. Y el pueblo lo sabe. Dentro de nosotros quien delinca será sancionado. Sabemos muy bien el gran daño que se hizo a este país al hundirlo en una profunda crisis moral.

Sin embargo, el Perú se recuperó para llegar a ser, por siempre, un país orgulloso de gobernantes a quienes sienta suyos porque los sabe honrados.

No por menos espectacular ésta es tarea menos significativa. Seguiremos en ella porque la consideramos vital para los intereses del Perú.

UNA NATURALEZA INSTITUCIONAL DISTINTA

Nosotros no estamos interesados simplemente en mejorar las condiciones del país, sino en cambiarlas; no estamos en favor de solamente modernizar las relaciones entre los distintos grupos sociales del Perú, sino en transformarlas. Queremos en una palabra, romper con el pasado y construir una sociedad que en esencia sea diferente a la sociedad tradicional que todos conocimos. Y esto supone alterar la calidad, la naturaleza de las instituciones del país.

Cada día comprendemos mejor que estamos creando nuevas instituciones sociales y económicas, que responden solamente a la inspiración de un humanismo revolucionario surgido de las propias entrañas del Perú.

La grandeza de las instituciones depende en gran medida de la entrega personal de los hombres que las forman, les dan continuidad y las hacen perdurables.

En una situación así la misión de instituciones se hace doblemente difícil. Toda transformación profunda obliga a redefinir el concepto tradicional del orden público porque al reformar las viejas estructuras económicas inevitablemente surgen tensiones y conflictos entre los grupos sociales afectados por los cambios que la revolución introduce en la sociedad.

Para el ordenamiento tradicional del Perú el problema consistía en mantener la condición de privilegios de los pocos frente a la desventaja de los muchos. En un proceso de transformaciones profundas el problema consiste, por el contrario, en modificar radicalmente aquel ordenamiento para reemplazar una situación de injusticia por otra dentro de la cual desaparezcan todos los privilegios. Si en la primera situación los conceptos de ley, justicia y orden se definieron en provecho de quienes detentaban el monopolio de la riqueza y el poder, en la segunda tales conceptos tienen que ser reinterpretados para reivindicarlos como la esencia normativa de un nuevo tipo de relación social.

Lo anterior demanda la permanente revisión de nuestro comportamiento. Porque todas las instituciones del país deben ahora servir a un propósito muy diferente de aquél al que sirvieron en el pasado. Ellas ya no deben ser más los instrumentos de defensa de interesas de grupo, sino los instrumentos de garantía para mantener y perfeccionar un orden de justicia. Las leyes revolucionarias que este gobierno ha dado son leyes que, favorecen a las grandes mayorías de peruanos. En la medida en que esto es así tales leyes necesariamente afectan los intereses de quienes siempre tuvieron el control de todos los niveles de poder. Esas leyes están determinando el surgimiento de un nuevo orden social. Y es a ese nuevo orden social que nuestras instituciones deben servir.

Si esta revolución se está haciendo para el pueblo, nuestras instituciones, por encima de todo, deben servir su causa.

Lo anterior no significa que actuemos con arbitrariedad y en ignorancia de los derechos de ningún peruano. No queremos ni debemos reemplazar la discriminación y la injusticia contra los más por la discriminación y la injusticia contra los menos. Se trata de comprender que un ordenamiento social verdaderamente justo supone necesariamente acabar para siempre con todos los privilegios. Porque perder un privilegio no es perder un derecho. Es restablecer el imperio de una justicia que jamás debió ser violada.

La aplicación de todo lo anterior demanda de nosotros cambios radicales de comportamiento y de actitud. Sabemos muy bien cuán difícil es lograrlos. En el Perú todos estuvimos acostumbrados a que se pisotearan los derechos de los indefensos y los humildes. Ellos mismo estuvieron también acostumbrados a que eso fuera así. ¿Por qué habríamos de esperar que quienes siempre fueron maltratados comprendieran súbitamente que esto ya ha empezado a dejar de ser cierto? El descubrimiento de una nueva verdad no se improvisa. Pasará mucho tiempo antes de que el pueblo comprenda cabalmente que hay un nuevo Perú en el que los derechos de los humildes empiezan a respetarse. Y pasará mucho tiempo antes de que los poderosos de ayer terminen de comprender también esta verdad. Pero de nosotros depende que este proceso de aprendizaje sea menos prolongado. Porque de nuestros actos dependerá en gran parte que unos y otros comprendan que las cosas han cambiado en el Perú, que la justicia ya no es burla para servir a los poderosos y que la ley es una para todos los peruanos.

Si nuestra revolución aspira a crear una sociedad justa de hombres libres, es preciso que todos aprendamos a reconocer el derecho al desacuerdo y a la crítica. Y nuestras instituciones deben respetar ese derecho, aún a riesgo de que algunos no comprendan esta actitud. Pero también debemos estar preparados para defender la obra que estamos realizando, especialmente ahora cuando frente al avance victorioso de la revolución nuestros adversarios parecieran unirse en el propósito de entorpecer su marcha.

UNA JUSTICIA ÁGIL Y VERÁZ

Uno de los males más enraizados del Perú fue la lenta y defectuosa administración de justicia. El antiguo Poder Judicial fue verdaderamente el símbolo de la decrepitud y la insensibilidad de todo el orden social establecido. Por eso, y respondiendo a un verdadero clamar de la ciudadanía, el Gobierno Revolucionario decidió iniciar su reforma, a fin de devolver la independencia, la majestad y la limpieza que había perdido.

Nosotros dimos al poder judicial la autonomía que antes nunca tuvo. Sin embargo, debemos advertir una dificultad.

Amparados en esa autonomía, algunos magistrados, en todos los niveles de la administración de justicia, proceden como antaño. Burlan la ley al retardar su efecto. Burlan su espíritu mediante un cínico y desmesurado respeto por su letra. Apelan a todos los recursos que hacen posible un procedimiento en apariencia legal, pero profundamente inmoral e injusto. El Gobierno Revolucionario no puede tolerar por más tiempo una situación así. Porque la política de moralización no puede avanzar mientras existan magistrados que, en los hechos, protegen la inmoralidad y la verdadera delincuencia de quienes disponen de medios económicos para burlar la justicia. Una revolución, no puede detenerse ante formalidades legalistas.

Nuestro compromiso es con la justicia. No con la leguleyería que muchas veces permite traficar con las causas justas y proteger las injusticias.

La reforma comenzó por la remoción de casi la totalidad de los miembros de la antigua Corte Suprema, tribunal que una vez reconstituido procedió a la reorganización de los demás tribunales y juzgados de la República. En el futuro la elección de los magistrados es responsabilidad del Consejo Nacional de Justicia independiente de los Poderes del Estado. Así se podrá garantizar no sólo la idoneidad de quienes administren justicia. Ya no será la influencia política sino la capacidad y la honradez los criterios que primen en la selección de los magistrados peruanos.

La reforma del Poder Judicial debe continuar hasta lograr sus objetivos de moralizar y hacer más eficiente le administración de la justicia en todos sus ni veles y en todo el país.

La Corte Suprema y el Consejo Nacional de Justicia deben cooperar estrechamente para lograr un renovado Poder Judicial verdaderamente autónomo, libre por entero de todas las presiones y sujeto tan sólo al compromiso de ser la más elevada autoridad de justicia de una sociedad que ha emprendido con firmeza el camino de ser, precisamente, una sociedad justa.

LAS AUTORIDADES

La transformación de nuestra sociedad debe ser entendida como el múltiple diario quehacer de todos sus integrantes, pero en especial de quienes tienen la responsabilidad de ser autoridades. La propia concepción de la autoridad, el propio sentido que ella debe tener, requieren ser vistos a la luz del significado total del proceso revolucionario que vive el Perú. Fundamentalmente, se trata de comprender que los distintos niveles de autoridad son niveles de orientación y de servicio a la sociedad. La legitimación más verdadera de una autoridad revolucionaria, debe surgir de la convicción de que ella sirve y orienta a la colectividad porque está compenetrada de sus problemas y porque está auténticamente identificada con sus aspiraciones.

Es preciso modificar la perspectiva con que siempre se trabajó en los distintos niveles de gobierno en el Perú. Es preciso que se estimule la participación de las comunidades locales en su propio gobierno. Es preciso que se contribuya a despertar la capacidad creadora de la gente de cada lugar. Es preciso contribuir a despertar la iniciativa de las organizaciones sociales de base. Porque sólo de esta manera podremos empezar el camino que nos lleva a una sociedad en la cual se diversifique la capacidad de decisión y en la que los hombres y mujeres de cada lugar efectivamente intervengan en el planteamiento y la solución de sus propios problemas.

Todo esto es parte de lo que hay implícito en el significado de un auténtico proceso revolucionario, como el que estamos desarrollando en el Perú. Y es a esta orientación a la que debe corresponder el quehacer de las autoridades.

LOS SERVIDORES PÚBLICOS

En al pasado el Gobierno sirvió fundamentalmente para mantener el statu quo tradicional. Y comprendemos muy bien, por eso, que la vieja administración pública sea inadecuada para los fines de un gobierno que ya no persigue mantener el sistema tradicional sino transformarlo.

Ello explica que muchos servicios públicos de todos los niveles, sean insensibles a los cambios de la revolución. Más aún, por no comprender que el Perú vive una época nueva, muchos de ellos actúan a menudo como saboteadores de la revolución. El Gobierno Revolucionario tendrá que corregir esta situación con medidas enérgicas. La ciudadanía debe también exigir y demandar una nueva actitud y no debe tolerar más la insolencia, la injustificable lentitud y hasta la corrupción de los malos funcionarios. La administración pública de un Estado Revolucionario debe existir para servir a la ciudadanía y no para servirse de ella.

LA CONTRALORÍA GENERAL

Desde el comienzo de su gestión, el gobierno se propuso llevar a cabo una radical política moralizadora. Siempre supimos la enorme complejidad de una tarea de esta naturaleza, porque sabíamos que los malos hábitos administrativos estaban profundamente enraizados en el Perú. A lo largo de muchas décadas ganaron carta de ciudadanía formas de comportamiento que, en realidad siempre sirvieron como estímulo a la inmoralidad pública. Si bien es cierto que la corrupción administrativa representa un fenómeno universalizado, ello de ninguna manera debe llevarnos a condonar las formas de conducta delictuoso a través de las cuales los dineros del Estado se usan en beneficio de funcionarios inescrupulosos causando así un grave daño, no sólo al erario nacional, sino a la imagen de acrisolada honradez y honestidad que debe siempre ser la imagen de la administración pública.

Somos un país de recursos limitados y aquí la corrupción y el mal uso de los dineros del Estado constituyen un crimen más execrable que en otras partes.

Consecuente con esta posición, el gobierno dispuso la reorganización de la Contraloría General de la República como organismo encargado de supervisar la ejecución del presupuesto y la gestión de las entidades que recauden o administren rentas o bienes del Estado. Es la primera vez que en el Perú se emprende una política de esta naturaleza. La Contraloría está realizando un diagnóstico de la administración pública en todos sus niveles para establecer pautas y mecanismos de control que permitan reducir al mínimo la posibilidad de continuar las viejas prácticas lesivas a los intereses del país en el manejo de los dineros del Estado.

Esta labor está lejos de haber sido concluida, pero se está llevando a cabo con el celo y la energía que requiere una tarea tan delicada y necesaria para los intereses públicos. Las primeras acciones emprendidas por la Contraloría General de la República han hecho posible comenzar una vigorosa acción moralizadora en diversas entidades del sector público, lo cual ha permitido, a su vez, que se inicien investigaciones y se impongan sanciones basadas en el criterio de que la justicia y la acción moralizadora deben ser iguales para todos los peruanos sin discriminación de ninguna clase.

La contra-revolución

SU VERDADERA CAUSA, SU ESTRATEGIA

En el fondo se trata de una lucha por la supervivencia de los grupos política y económicamente privilegiados del pasado por mantenerse como factores de poder. Aquí entran en juego diversos elementos. Pero trátese de la Estatización de la Pesca, de la aceleración de la Reforma Agraria, de la creación de nuevas organizaciones populares, del creciente desarrollo de la conciencia política del pueblo, de la Ley de Propiedad Social o de cualquier otra medida que demuestre la real ampliación de los horizontes revolucionarios del Proceso, siempre se percibirá con claridad una mayor activación política de nuestros adversarios.

¿Cuál es el móvil que alienta esta campaña? ¿Quiénes están detrás? Incuestionablemente se persigue la detención del Proceso Revolucionario en beneficio de todos los sectores de poder que tuvieron vigencia antes de la Revolución. Los directores y ejecutores de esta estrategia son, por tanto, los desplazados grupos oligárquicos, los representantes de intereses económicos extranjeros afectados, una claudicante dirigencia partidaria y, en estrecha vinculación con esta última, una equivocada izquierda dogmática que en realidad no sabe lo que quiere.

Se trata claramente, sin embargo, de grupos minoritarios. Pero su acción parece tener mayor envergadura porque la alientan, los periódicos, revistas reaccionarias que siempre se opusieron a cualquier cambio profundo en el Perú. Estos periódicos constantemente magnifican la significación de los grupos opuestos a la Revolución, silencian los aciertos del Gobierno, ignoran los avances del proceso y destacan todo aquello que pueda ser adverso a nuestra causa. Son en la actualidad los voceros principales del extremismo contra revolucionario de derecha y sirven al juego de la llamada ultraizquierda. La insinuación alevosa, el deshonesto silenciamiento de la verdad, la desinformación sistemática, el insincero halado que busca en vano retribución política, el pertinaz propósito de dividir y de engañar, el alarmismo irresponsable y la permanente aunque a veces velada insinuación de que nuestro Proceso Revolucionario está sufriendo influencia extranjera, todo esto constituye el arsenal de ataque de esos periódicos y revistas.

Es posible percibir con nitidez algunos elementos centrales de esta estrategia. En primer lugar, se busca sembrar la incertidumbre y la inseguridad, apelando a una suerte de terror psicológico que intenta movilizar en contra de la Revolución a los grupos empresariales medios, a los profesionales, a los empleados y a los pequeños y medianos propietarios en los campos de la Agricultura, la Industria, la Minería y el Comercio En segundo lugar, se busca dividir a la Fuerza Armada y aislar a su Gobierno, apelando al estímulo de un ciego sentimiento antimilitarista, hoy a todas luces prejuicioso y ahistórico. En tercer lugar, se busca generar conflictos entre la comunidad industrial y sindicato dentro de las empresas, usando para este efecto a las dirigencias sindicales vinculadas a los grupos políticos de oposición. En cuarto lugar, se utilizó a los desubicados dirigentes universitarios de ultra-izquierda y a los dirigentes ultra conservadores de algunos gremios profesionales de clase media. En quinto lugar, se sorprende a los pequeños y medianos agricultores y se les lanza contra los funcionarios de la Reforma Agraria y del SINAMOS En sexto lugar, se busca magnificar los errores del Gobierno, de la burocracia estatal y de la prensa oral y escrita vinculada al Estado.

El pueblo verdadero del Perú nada tiene que ver con este asunto. Se trata, más bien, de una vasta orquestación de grupos oligárquicos y minoritarios, nacionales y extranjeros, que luchan contra la Revolución por defender intereses económicos o políticos. Y aunque algunos acoso piensan que luchan por causas diferentes todos están, en realidad luchando por lo mismo: por lograr el fin de la Revolución y el derrocamiento de su Gobierno.

Los estrategas de la contra- revolución se ayudan mutuamente. Pero detrás está la mano poderosa de los intereses extranjeros que alientan a la derecha nacional, subordinada suya, y financian a la ultra-izquierda, aliada táctica de la reacción dentro de la estrategia pro- imperialista.

LOS ARGUMENTOS PARA EL ATAQUE

Siete parecen ser los temas principales que la contrarrevolución utiliza para apelar a distintos públicos y movilizar distintos sentimientos con el claro propósito de minar el desarrollo de la Revolución: inmediato retorno a la constitucionalidad; necesidad de librar una suerte de tradicional guerra anti-comunista; pretendida ineficacia de la Comunidad Industrial; respeto irrestricto por la libertad de prensa; denuncia de una presunta política gubernamental de colectivización en el agro; necesidad perentoria de establecer las reglas de juego " en el campo económico y reivindicación absoluta de la libre empresa y, finalmente, presunto carácter burgués, feudal, capitalista y pro- imperialista del Gobierno.

En torno a estos siete tópicos de agitación se mueve prácticamente toda la campaña contra- revolucionaria. A nadie escapa la heterogeneidad de estos temas de ataque. Ella se debe a que, persiguiendo el mismo propósito político, los distintos grupos de oposición invocan razones diferentes, en parte porque no logran ponerse de acuerdo sobre la naturaleza del proceso y su Gobierno. En efecto evidentemente no podemos ser, al mismo tiempo, cosas opuestas entre sí. Y, sin embargo; esto es precisamente, lo que sostienen los voceros de la contra revolución. No podemos ser, por ejemplo, feudal burgueses y, simultáneamente, partidarios de la colectivización del agro.

Esta gran confusión parece finalmente deberse a que para muchos conservadores todo proceso revolucionario es sinónimo de comunismo, en tanto que para muchos comunistas todo aquello que escapa a su visión dogmática tiene que ser un fenómeno conservador. Obviamente, ni unos ni otros pueden comprendernos, toda vez que nosotros representamos una posición que es revolucionaria sin ser comunista. Así, curiosamente, los exponentes de posiciones de diestra y de siniestra una vez más se dan la mano y muestran coincidencia: unos al afirmar que somos comunistas y otros, que tenemos que serlo, frente a esta maniobra de tenazas igualmente dogmática y absurda, nosotros respondemos simplemente: ni somos comunistas ni tenemos que serlo.

…el retorno a la constitucionalidad.

El inmediato retorno a lo constitucionalidad implicaría necesariamente liquidar la Revolución, y esto no lo aceptan ni el pueblo ni la Fuerza Armada. Frente a la intangibilidad de una Constitución que, por lo demás, nunca fue respetado, y la urgencia de transformar a nuestra sociedad para hacerla más justa no se nos ocurre vacilar ni un momento en el rumbo a seguir. Y esto, dándonos perfecta cuenta de que a nuestros adversarios sólo les interesa invocar la Constitución en la medida en que ello pueda servir para detener al proceso revolucionario.

Vinculada al tema del retorno a la constitucionalidad figura la demanda de que la Fuerza Armada entregue el poder y vuelva a sus cuarteles. En las actuales circunstancias esto también significaría el término de la Revolución. Así, en estos dos argumentos de ataque se complementan y concurren al mismo fin.

A esta respecto, se debe tener muy claro lo siguiente: no se trata de un caso de súbito amor sincero por la Constitución, toda vez que ella siempre fue violada en el pasado para defender a los poderosos y sojuzgar a los humildes, sin que quienes hoy dicen defenderla dijeran una sola palabra de censura o de protesta. Ni tampoco se trata de un súbito y sincero amor por un gobierno civil en cuanto tal, toda vez que quienes hoy reclaman la vuelta de la Fuerza Armada a sus cuarteles en nombre de la "civilidad", no sólo guardaron silencio frente a gobiernos militares del pasado que no fueron gobiernos revolucionarios, sino que activamente los respaldaron y, más aún, aplaudieron su ascenso al poder y contribuyeron a su sostenimiento.

No es, pues; nuestro carácter militar lo que resulta intolerable a nuestros opositores. Es nuestro irrenunciable carácter revolucionario lo que ellos no pueden tolerar. Y esto se quiere mantener encubierto, oculto, innombrado. Porque se desea engañar a nuestro pueblo, manteniendo en las sombras los verdaderos propósitos de esta insincera campaña por el retorno a la Constitución y a la "civilidad ". Esto no es lo que la contrarrevolución busca y desea. Lo que busca y desea es la vuelta al pasado, el retorno a la explotación, al entreguismo, a la injusticia, a los privilegios y al dominio oligárquico que fueron el signo del orden pre- revolucionario en el Perú.

La vuelta al orden constitucional, que tanto reclaman nuestros adversarios, se producirá únicamente cuando se haya garantizado la permanencia de la revolución y su continuidad; únicamente cuando en una nueva Constitución se consagren las conquistas de la revolución; y únicamente cuando no exista posibilidad de que el Perú sea otra vez llevado al sistema ominoso que abolimos el 3 de Octubre de 1968. Esa nueva Constitución tendrá que reflejar las características y necesidades de nuestra realidad de hoy, y no las del Perú de hace más de treinta años. Todos los sectores de opinión han señalado la necesidad de actualizar nuestra Carta Fundamental. El Gobierno Revolucionario se propone hacer esto, precisamente, para que quienes nos sucedan en la conducción del país sean elegidos por todo el pueblo del Perú y no por una minoría como ha ocurrido hasta hoy. Los futuros gobiernos deberán desarrollar su actividad dentro de los lineamientos de una nueva Constitución que fielmente refleje los cambios sustanciales que están ocurriendo y que van a ocurrir en nuestra sociedad. Nuevos sectores sociales se incorporarán de manera efectiva al cuadro político real del país. Este hecho trascendental debe encontrar expresión en la nueva Carta Fundamental de la República. Sin ella, la Revolución Nacional quedara trunca, y nuestro pueblo carecería del más importante instrumento jurídico para garantizar la permanencia y la continuidad de la obra transformadora que hemos iniciado; restaurándose esa democracia formal que nuestros adversarios envilecieron hasta convertirla en la gran hipocresía que significó hablarle de libertad a un pueblo victimado por la explotación, por la miseria, por el hambre, por la corrupción, por el entreguismo y la venalidad.

Pero los males de un pueblo no pueden ser eternos. Y los del Perú tenían que acabar alguna vez. Para darles remedio fue preciso, fue indispensable, romper el orden constitucional. Lo declaramos abiertamente. Porque ese orden constitucional, que hoy tanto defienden quienes de él se aprovecharon sirvió sólo para perpetuar todas las injusticias sufridas por el pueblo.

…la bandera del anti-comunismo.

La supuesta necesidad de librar una guerra bajo las banderas del anticomunismo, es una vieja estratagema ya usada muchas veces aquí y en otras latitudes. Consiste en atribuir inspiración comunista a toda lucha por cambiar las condiciones actuales de la sociedad. De ahí se pasa a identificar toda posición favorable a los cambios estructurales como propia del comunismo. Y de ahí se sigue a definir como comunista a todo aquel que lucha por la transformación del país, es decir, a todo aquel que tenga una posición revolucionaria.

Emprender una ciega y cerrada política anti-comunista así concebida, equivale a emprender una política contra la propia Revolución. Por eso es que el anti comunismo como definición de una dogmática posición política ha sido siempre una postura derechista y reaccionaria. En esto, como en lo demás, nuestra posición es sumamente clara. Recusamos el comunismo no desde una posición conservadora de derecha, sino desde una posición revolucionaria de izquierda nacional y autónoma.

Sin embargo, los comunistas coinciden con nosotros e sostener la necesidad de abandonar el sistema que prevaleció en el Perú hasta 1968. Pero aquí terminan nuestras coincidencias. Y empiezan nuestras insalvables divergencias de concepción, de finalidad, de metodología política. Por la certeza de todo lo anterior, no vamos a seguir ni una política pro-comunista, que desvirtuaría nuestra Revolución, ni una política conservadora anti- comunista que significaría un camino regresivo y, por lo tanto, contrario a la Revolución. …la pretendida ineficacia de la comunidad industrial

El ataque centrado en torno a la pretendida ineficacia de la Comunidad Industrial, se orienta a destruir una de las reformas básicas del proceso revolucionario. Frente a la campaña conservadora que tilda como extremista a la Comunidad Industrial y frente al ataque de los extremistas que la tildan como conservadora, un desapasionado balance de la experiencia de la Comunidad Industrial demuestra su sustantiva validez como medio de hacer posible la participación de los trabajadores en la propiedad y en la dirección de las empresas.

…el respeto irrestricto a la libertad de prensa.

Cuando todos los días los periódicos de ultra derecha atacan al Gobierno, resulta poco menos que irónico escuchar alegatos en favor de una libertad de prensa que nadie ha puesto en peligro. En realidad, en nuestro país existe abuso de esa libertad, no ausencia de ella. Hoy los periódicos y revistas reaccionarios tergiversan y ocultan la verdad, manipulan la información y discriminan la noticia. E incluso trasgreden las normas mínimas de respeto por la honradez que deberían tener los propietarios de esos órganos de prensa. Urge, pues, reformular todo el problema que plantean los medios de comunicación a fin de garantizar que constituyan efectivos canales de libre, veraz y completa información, vehículos verdaderos de cultura y no, órganos de presión al servicio de intereses familiares o de grupo.

… la colectivización del agro.

Ha sido uno de los instrumentos preferidos de la acción contrarrevolucionaria desde la dación de la Ley de Reforma Agraria. No obstante existir el instrumento legal que garantiza y reconoce la pequeña y mediana propiedad, la Ley no permite el reconocimiento de la propiedad: cuando los propietarios no trabajan directamente la tierra o incumplan las leyes sociales del país.

Es de acuerdo a estos principios que la Reforma Agraria se está llevando a cabo. Ello de ninguna manera detendrá su marcha, pues constituye mecanismo esencial en el proceso de las transformaciones revolucionarias que la Revolución tiene la responsabilidad de llevar hasta el final.

Cualquier compaña o ataque a la Reforma Agraria, constituye por esto en lo fundamental ataques contra el Gobierno y contra la realidad de la Revolución.

…la definición de las reglas del juego.

El reclamo a que las "reglas del juego" en el campo económico sean establecidas, hace pensar en que las muchas veces que tales reglas han sido explicadas en detalle, quienes con más atención debieron haber escuchado no lo han hecho. O que, en su defecto, no se quiere comprender una posición que a todas luces resulta sumamente clara. La Revolución respalda el desarrollo de una verdadera industria nacional. Pero si las reglas de juego esperadas son las que normaban el desenvolvimiento del aparato económico en el Perú antes de la Revolución, la espera será vana. Porque el restablecimiento de esas reglas de juego implicaría el abandono de la Revolución. Y esto, es imposible. Como imposible es también la vuelta de la llamada libre empresa que, en realidad, constituyó la regla de oro del sistema contra el cual insurgió la Revolución en el Perú; o el retorno de la llamada "confianza". Pues, ¿qué "confianza" pueden reclamar a una Revolución los grandes propietarios del dinero? ¿Una confianza que les permita mantener las gollorías y los privilegios que nada justifica, excepto sus malas costumbres de explotadores inveterados del pueblo peruano? ¿Una confianza como aquélla que se creaba cuando eran los dueños del país? Este tipo de confianza no van a tener mientras nosotros gobernemos. Y no por odio, sino porque estamos convencidos de que este tipo de confianza es la negación total de las posibilidades de transformación en el Perú porque en este tipo de confianza se basaron las injusticias que hundieron en la miseria y en la explotación a la gran mayoría de nuestro pueblo.

La Revolución ha establecido claramente las condiciones de auténtica confianza para todos aquéllos que comprendan que el dinero debe también cumplir una constructiva responsabilidad social. Hay confianza y respaldo gubernamental para la inversión que promueve el desarrollo económico del país, dentro de un marco de respeto por las justas expectativas del capital y por los legítimos derechos de los trabajadores. Hay confianza, porque en el país existe plena estabilidad política Hay confianza, porque no existe violencia social y porque claramente el pueblo respalda a este gobierno. Hay confianza, porque el país está sentando las bases de su desarrollo integral en beneficio del pueblo y de todos los que intervienen en el proceso de la producción económica.

Hay confianza, porque la inversión privada tiene todas las garantías que cualquier empresario moderno puede exigir.

… nuestro carácter feudal y pro- imperialista.

Se dice que constituimos un régimen de carácter burgués, feudal, capitalista y pro-imperialista. Si en realidad somos tal cosa por qué la vieja derecha nos ataca diariamente y por qué, entonces, el Perú de hoy sufre el embate de la presión imperialista. Esta es una pregunta que planteamos a nuestros detractores. En tanto, el Gobierno Revolucionario llevará adelante la transformación del Perú siguiendo inalterablemente el rumbo que hasta aquí hemos seguido sin importarnos demasiado la grita interesada de unos y de otros.

Nuestra Revolución se encuentra en pleno camino. Debemos consolidar las conquistas logradas hasta hoy. Pero debemos también seguir avanzando, en parte justamente para lograr esa consolidación. Será, pues, indispensable profundizar el cauce de la Revolución. No sólo completando las tareas iniciadas, sino emprendiendo nuevas tareas que amplíen las transformaciones hoy en desarrollo. Paro ello será fundamental el fortalecimiento del flanco político de la Revolución. Y a este fin todos debemos dedicar la máxima atención y el máximo esfuerzo.

¿DÓNDE ESTÁN Y QUIÉNES SON LOS ENEMIGOS DE LA REVOLUCIÓN?

Nuestra Revolución tiene grandes y poderosos enemigos. El Perú ha sufrido presión económica extranjera a lo largo de estos años. Probablemente habrá de continuar sufriéndola. Este es el precio que un país debe pagar por su soberanía y por su derecho a la libertad y a ser dueño de su destino. Los grandes poderes internacionales que siempre nos dominaron no miran con buenos ojos al Perú. Somos un "mal" ejemplo para otros países. Y temen a ese ejemplo. Por eso no pueden ayudar ni dar estímulo al Perú. No imploramos su estímulo. No imploramos su ayuda. Pero demandamos respeten nuestro derecho a ser nosotros mismos y a construir nuestro propio camino.

Las presiones no nos doblegarán. Sabremos hacer frente a todas las amenazas. No estamos solos en el mundo de hoy.

Otras naciones también están luchando por liberarse de yugos extranjeros. Entre los países de gran desarrollo industrial ya no existe un poder hegemónico que pueda avasallarlo todo e imponer su voluntad. Nuestros enemigos extranjeros padrón dificultar nuestro camino. Pero nunca podrán impedir el triunfo final de la Revolución Peruana. Porque su causa es la causa de nuestro pueblo y es la causa de la justicia.

Los enemigos externos de la revolución tienen agentes y tiene aliados dentro de nuestras fronteras. Son todos los que de una manera u otra se han visto afectados por la revolución. No solo son aquéllos que han perdido poder económico. Son también los que han perdido poder político. Unos y otros están ahora, al parecer, unidos. Y unidos luchan contra nuestra revolución. Su objetivo central es derrocar al gobierno.

Esto debemos saberlo todos con absoluta claridad. Los enemigos de la revolución son una minoría. Pero organizada y con dinero. Sus agentes azuzan descontento, esparcen rumores, difunden calumnias, crean desconciertos Agitan en las universidades. Agitan en el Magisterio. Agitan en los sindicatos.

Y en este país, donde nunca antes nadie había hecho tanto como nosotros por el pueblo, atizan las ambiciones demagógicas y plantean grandes exigencias, sabiendo perfectamente que no pueden ser satisfechas sin poner en peligro la economía del país, sobre cuya firmeza se sustenta toda la política revolucionaria del gobierno. Se busca de esto modo, irresponsablemente y suicidamente hacer fracasar a la revolución, sabotear este hermoso esfuerzo de un pueblo que busca liberarse y hundir nuevamente al Perú en el oprobio del control oligárquico y la dominación imperialista.

Son nuestros adversarios, quienes hasta hace seis años disfrutaron del poder.

Son ellos los que constituyen el sector antirrevolucionario, que se opone a la transformación del Perú y al afianzamiento de la justicia social en nuestra Patria. No comprenden que esta Revolución ha echado raíces muy profundas y que el Perú ya no puede dar paso atrás. Sueñan con volver a gobernar para seguir engañando y explotando a nuestro pueblo, como lo hicieron siempre en el pasado, pero ese sueño jamás habrá de convertirse en realidad.

El grupo que más sirve a los intereses antirrevolucionarios está constituido por las dirigencias políticas envejecidas y corruptas que estafaron al pueblo pactando con los grandes gamonales, con los grandes dueños del dinero, y con esa oligarquía a la que dijeron combatir durante treinta años para terminar prosternados a sus pies; cual sirvientes indignos.

Esos verdaderos caciques de la politiquería criolla son los principales agentes de la derecha reaccionaria, y antipopular. Luego de engañar a los peruanos que honestamente creyeron en una sinceridad que después tuvo un precio, tratan hoy de frustrar esta revolución con innumerables campañas de rumor y calumnia cobarde. Azuzan odios. Atizan desconfianzas. Propalan falsedades. Pero jamás sacan la cara detrás de la ruindad de sus ataques. A todos sus delitos del pasado esos viejos capituleros de nuevo cuño añaden uno más: la cobardía que en política de hombre es siempre un gran delito.

No culpamos a quienes aún les obedecen, porque salvemos que siguen engañados. Nada tenemos contra quienes todavía creen en un grupo irresponsable de traidores. Pero por esto jamás dialogaremos con quienes son los únicos culpables de haber engañado durante mucho tiempo a nuestro pueblo para después servir a sus explotadores.

Pero los adversarios de la obra que estamos realizando no son sólo aquellos cuyos intereses se han visto y continuarán viéndose afectados por el desarrollo de la revolución.

También hay otros adversarios acerca de los cuales debemos ser plenamente conscientes. Son quienes miope y a voces irresponsablemente desarrollan acciones cuyo resultado objetivo es vulnerar la estabilidad del proceso revolucionario Su acción concurre a poner en peligro la base de sustento económico del país afectándola mediante conflictos artificialmente creados, unas veces, por las empresas y, otras, por dirigentes sindicales cuya acción no responde al interés genuino de los trabajadores, sino a las directivas partidarias que emanan de grupos políticos cuya posición frente al proceso revolucionario no es de apoyo real ni de identificación.

Sabemos muy bien en qué se funda la acción antirrevolucionaria de quienes añoran la vuelta de los regímenes conservadores. A conseguir este ya imposible objetivo se orientan por igual los sectores reaccionarios, que históricamente constituyen el principal enemigo de la revolución, y los pequeños grupos alienados de una izquierda dogmática que viven de espaldas al país y que políticamente funcionan como agentes provocadores de la reacción conservadora. La inspiración de estos grupos viene del extranjero y existen fundadas razones para sostener que su principal financiamiento tiene la misma procedencia. Su creciente debilitamiento y su cada día más evidente pérdida de significación política real, los están conduciendo a extremos de verdadero delirio ante los cuales es dable presumir la posibilidad de que adopten formas de comportamiento delictivo en determinadas instituciones. Si tal ocurriera, esos grupos serán drásticamente reprimidos como indispensable medida precautoria. No caeremos en el error de creer que nuestra revolución debe tolerar la conducta delictiva de quienes tras la etiqueto de un fácil e irresponsable izquierdismo verbal, son en realidad instrumentos de la extrema derecha y de organizaciones internacionales antirrevolucionarias financiadas por el imperialismo.

Los jerarcas de la claudicación y del engaño añoran un gobierno conservador que les devuelva un poder político que usaron para pactar con la oligarquía y el imperialismo, a espaldas de su propia y engañada militancia. Por su parte, los grupos del extremismo oportunista quieren entorpecer esta revolución porque saben que jamás podrán influirla y, además, porque comprenden muy bien que su acción es prácticamente estéril bajo un gobierno revolucionario como el nuestro. A ellos también les conviene un gobierno reaccionario enemigo del pueblo. De esta manera, ambos sectores políticos actúan coaligados como agentes de la anti revolución en el Perú.

Sin embargo, no debe sorprendernos que tal sea el propósito de nuestros adversarios. Tratándose de quienes se trata, lo sorprendente sería que actuaran de otro modo. Pero nada de eso nos exime de la responsabilidad de desenmascarar ante el país a los grupos de la anti revolución. Sus acciones a veces confunden a mucha gente. Porque actúan encaramados en la dirección de diversas organizaciones cuyas bases sin embargo desconocen los verdaderos propósitos de sus propios dirigentes. Desde allí sirven a los intereses anti-populares de la reacción. Y allí la revolución tendrá que combatirlos.

Esto es necesario tener muy claro para contribuir a consolidar en nuestro pueblo una conciencia lúcida de los riesgos que entrañan toda revolución; pues muchos de nuestros compatriotas no perciben la verdadera finalidad de las fuerzas anti-revolucionaria. Parte del éxito de la revolución dependerá de la madurez y la conciencia revolucionaria de nuestro pueblo. Forjar esa conciencia implica necesariamente que el pueblo del Perú comprenda con claridad cuál es el juego de sus enemigos. Y comprenda también hasta qué punto actúan con irresponsabilidad quienes conducen a sus instituciones a un falso enfrentamiento con la revolución.

La revolución continuará cumpliendo su programa en todos los ámbitos de la vida del país; nuestros enemigos jamás encontrarán indecisión de parte de los hombres de la Fuerza Armada. Tenemos un compromiso y nunca dejaremos de cumplirlo. No permitiremos que esta grande y hermosa tarea de liberar a nuestra Patria de la dominación extranjera y del subdesarrollo se vea frustrada por la acción torpe y suicida de unos cuantos agitadores delirantes.

PRENSA Y CONTRAREVOLUCIÓN

Comprender un proceso revolucionario implica estar dispuesto a modificar sustancialmente los esquemas mentales del pasado. Porque las situaciones radicalmente nuevas sólo pueden ser comprendidas desde perspectivas nuevas también. Y esto es algo extremadamente difícil de lograr. Porque sobre cada uno de nosotros gravitan la forma tradicional de pensar acerca de los hechos de la realidad y, además, las normas de valor que antes sirvieron para orientar nuestra conducta y nuestras apreciaciones. Por eso es que ante los cambios que toda revolución trae consigo surgen, principalmente en los grupos conservadores de la sociedad, incertidumbres que constituyen terreno propicio para la acción antirrevolucionaria. Porque ésta se orienta a crear un clima de temor en base a la constante distorsión de los hechos de la realidad, y de las intenciones de los gobernantes, con esa carga de malevolencia, de resentimiento, de frustración y de cruel egoísmo que va siempre unida a la defensa de los intereses personales y de grupo. Aquí es donde se nutre la acción corrosiva de los grupos reaccionarios cuyos privilegios la revolución necesariamente tiene que afectar si quiere cumplir sus objetivos y ser fiel a sí misma.

Algo de lo que hoy ocurre en el Perú, y viene ocurriendo, ilustra esto con mucha claridad. Nuestros enemigos pretenden desconocer la calidad revolucionaria de los planteamientos que permanentemente sirven de sustento a la acción del Gobierno de la Fuerza Armada. Algunos vetustos periódicos de la ultra derecha reaccionaria tratan así de ignorar lo que siempre hemos declarado y que el país entero conoce muy bien, es decir, que nuestro propósito siempre fue realizar la profunda e irreversible transformación estructural de nuestra sociedad. Por esto razón siempre nos definimos como Gobierno Revolucionario, es decir, como gobierno decidido a modificar de manera sustancial las relaciones fundamentales de poder que definían la esencia del sistema imperante antes de octubre de 1968. Mal podríamos habernos definido así si sólo hubiéramos pensado introducir reformas secundarias con el fin de simplemente mejorar los niveles tradicionales de vida en el país.

Sin embargo, esos diarios de la más pura estirpe oligárquica, y por lo tanto antipopular, fingen sentirse sorprendidos ante la calificación del proceso peruano como proceso orientado a lograr una profunda redefinición de la estructura tradicional de poder en el país. No es dable suponer que quienes así escriben ignoren que una revolución auténtica inevitablemente altera de manera esencial la posición de los grupos sociales en la estructura de poder, es decir, en el campo de relaciones y de interés concretos donde se adoptan las decisiones, principalmente económicas y políticas, que afectan al conjunto de la sociedad y que fundamentalmente se refieren a la distribución de todos las formas de riqueza entre sus miembros. La evidencia histórica que avala este punto de vista es demasiado amplia como para pensar que puede ser desconocida. En consecuencia, el aparente olvido de estos hechos por parte de los voceros de la anti revolución, pone de manifiesto, más que ignorancia, una clara intención deshonesta de falsear la realidad de uno posición oficialmente declarada por el Gobierno de la Fuerza Armada del Perú.

Desde otro punto de vista, aparentar sorpresa ante la definición revolucionaria de nuestro gobierno, al cabo de seis años de política transformadora virtualmente significa acusar a la Fuerza Armada de haber intentado engañar al país cuando, desde el momento mismo que asumimos el gobierno, anunciamos nuestra decisión de emprender la transformación revolucionaria de las estructuras socio-económicas heredadas del pasado. Ocultar este propósito y al mismo tiempo sugerir que la Revolución Peruana nunca ha planteado antes de ahora la necesidad de reemplazar el sistema tradicional por otro en esencia diferente, revela mala fe, deshonestidad política, interesada ignorancia, impudicia intelectual.

En primer lugar, porque en el Estatuto del Gobierno Revolucionario, documento básico de la Revolución Peruana, declaramos el mismo 3 de octubre de 1968 que uno de nuestros objetivos fundamentales era el de "promover a superiores niveles de vida, compatibles con la dignidad de la persona humana, a los sectores menos favorecidos de la población, realizando la transformación de las estructuras económicas, sociales y culturales del país". Esto significa que para nosotros la promoción de nuestro pueblo, de los "sectores menos favorecidos de la población", a "superiores niveles de vida" sólo podía lograrse mediante la transformación, es decir la alteración cualitativa y profunda, de las estructures tradicionales del Perú, En otras palabras, el Estatuto definía tal objetivo como inalcanzable mientras tales estructuras no fueran esencialmente modificadas, que éste y no otro es el significado de la palabra "transformación".

Y en segundo lugar, porque en múltiples ocasiones los miembros del Gobierno Revolucionario hemos reiterado que el propósito central da la Revolución Peruana es crear en nuestro país un ordenamiento político, económico y social cualitativamente distinto del sistema capitalista que nos llevó a ser una sociedad subdesarrollada y sometida al imperialismo, es decir, al control económico extranjero. Y sería descender al nivel de nuestros críticos reaccionarios insistir nuevamente en señalar que con igual firmeza hemos rechazado cualquier alternativa de tipo comunista para el Perú, porque los documentos oficiales del Gobierno Revolucionario contienen ya una descripción completa del modelo de sociedad no capitalista y no comunista hacia el cual se orienta nuestra revolución.

El confusionismo que tratan de crear los órganos de prensa de la ultraderecha conservadora no se circunscribe al ocultamiento y a la distorsión de las posiciones políticas de la Revolución Peruana. Idéntico propósito se manifiesta en la tergiversación y en el falseamiento de las declaraciones públicas emitidas por los miembros del Gobierno Revolucionario. Nuestros enemigos usan y abusan de una libertad de prensa que jamás hemos cuestionado pero cuyo respeto no puede llevarnos a ignorar su constante pisoteamiento por parte de quienes, justamente, hablan en su defensa. Se violan la libertad de prensa cuando los periódicos y revistas de propiedad familiar o de grupos políticos imponen una política periodística basada en la sistemática distorsión de lo que ocurre en el país. La verdadera libertad de prensa es inseparable del sentido de responsabilidad que deben tener quienes de ella hacen uso. Propalar mentiras y ocultar deliberadamente los hechos de la realidad constituye una burla flagrante de aquella libertad.

Los propietarios de esos órganos de expresión familiar y de grupo aún no comprenden que su opinión interesada ya no puede tener en el Perú de hoy ni siquiera un paso lejanamente comparable al que tuvo cuando nuestro país vivía bajo el oprobio de los regímenes que gobernaron a espalda de la nación. Pueden seguir, por tanto, deslizando en sus críticas, mentiras y calumnias; pueden seguir destilando veneno e insidia, costumbres en las que son maestros insuperados e insuperables; pueden seguir tratando vanamente de sembrar cizaña y rivalidad entre los hombres del gobierno; pueden seguir tratando también en vano de estimular la división en nuestra Fuerza Armada; y puede finalmente continuar en el pueril intento de separar a los militares revolucionarios de los civiles revolucionarios. Pero nada podrán lograr. Su época ha pasado irremediablemente. Carece de toda posibilidad de volver a influir sobre el gobierno o sobre el país.

Pero si esto no fuera suficiente para persuadirlos de que no deben confundir su legítimo derecho a la discrepancia y a la crítica de nuestra revolución con la práctica de una verdadera delincuencia moral y periodística, entonces deben saber que nuestra paciencia y la del Perú tiene un límite.

LA SIP Y EL INTERVENCIONISMO

Al comprobar que la Revolución continúa indesviablemente, nuestros enemigos movilizan contra ella todos los recursos posibles. Hay una intensa campaña internacional organizada contra el Perú.

Quienes la mueven son quienes han visto afectados sus intereses por las reformas de la Revolución. Algunos son peruanos, otros son extranjeros. Pero a todos los une una causa común, comunes intereses.

La Sociedad Interamericana de Prensa, el organismo que reúne no a periodistas sino a propietarios de órganos de prensa escrita del continente, aparentemente dirige esta campaña. El pretexto es la expropiación de los seis diarios de circulación nacional para ser transferidos a las organizaciones sociales más importantes del país. Nosotros sabíamos que esta compaña iba a producirse. Más aún, creíamos que iba a ser más intensa y efectiva. No ha sido así.

En diversos lugares del mundo periodistas auténticos han comenzado ya a decir la verdad. Hemos invitado a quienes critican la Reforma de la Prensa escrita para que vengan al Perú y comprueben que aquí existe libertad de expresión. Confiamos en que la verdad de todo esto, continuará abriéndose paso.

Pero allí no está la raíz, la causa del problema. La Sociedad Interamericana de Prensa as simplemente el vocero de inconfesables intereses económicos que se mantienen en la sombra. Ella es apenas la marioneta movida por los hilos de manos invisibles. Detrás de la SIP están quienes se fugaron del Perú para escapar a la justicia. Pero también están los consocios extranjeros afectados por la Revolución. Más aún, detrás muy bien podría estar la acción corrosiva de tenebrosos aparatos de subversión y espionaje. Estos son los más grandes enemigos de la Revolución Peruana. Tienen recursos. Corrompen conciencias. Compran plumíferos profesionales, periódicos, revistas. Aquí y en otras partes.

Sin embargo, eso no es todo. Sus agentes se infiltran en las organizaciones populares, en los sindicatos, en las universidades, en los partidos políticos. Agentes provocadores que reciben dinero extranjero trabajan en estos campos.

Constantemente difunden noticias alarmistas, manipulan a los trabajadores y a los estudiantes, atizan todos los extremismos y alientan los resentimientos y los rencores. Aprovechan inevitables problemas sociales y económicos que la Revolución está ya resolviendo, para enfrentar a su Gobierno con los trabajadores o con los estudiantes. Desde la sombra maniobran engañando a nuestro pueblo, azuzando descontentos, alentando demandas imposibles y jugando con la explicable irresponsabilidad de mucha gente.

Todo esto está en el fondo de la insensata agitación que persigue frustrar la aplicación de la Reforma Agraria y paralizar la producción de las minas. Porque a los enemigos internos y externos de la Revolución les conviene que la Reforma Agraria tenga tropiezos y que la economía del país sufra dificultades. Este es el objetivo central de los agentes provocadores a sueldo de la subversión que se financia desde fuera del Perú. A este propósito fundamental de la derecha reaccionaria y legalista sirven, sabiéndolo o sin saberlo, los caudillos de una supuesta izquierda enferma de ambición, engañada con el espejismo de posiciones imposibles, seguidora fanática de esquemas extranjeros, incapaz de comprender por su insalvable esquematismo la nueva realidad del Perú, y hondamente frustrada ante el avance de una Revolución que tampoco comprenden.

Llama ciertamente a sorpresa que de todo esto algunos no quieran darse cuenta todavía. En especial ahora que con evidencia se conoce en todo el mundo cuáles han sido las actividades de agentes extranjeros en el seno de pueblos hermanos del Perú. Ahora que se sabe cómo intervienen esos agentes en los asuntos internos de países que no son el suyo. Ahora que, se sabe cómo gastan millones tras millones para subvertir el orden público y las instituciones en tierras alejadas de la suya. Ahora que se conoce cómo pisotean todos los principios del orden internacional para intervenir criminalmente en asuntos que no les competen.

Nuestro pueblo debería estar permanentemente alerta, como estamos nosotros, para frustrar el tenebroso propósito de la delincuencia internacional enemiga del Perú, enemiga de los pueblos de América Latina, enemiga de la de la democracia, enemiga de la justicia y enemiga de la libertad.

Los hechos comprobados y admitidos en este orden de cosas tienen para nosotros, y deberían tener para el mundo una inmensa importancia de peligrosidad. Somos un país que se esfuerza y lucha por construir una vida y un destino mejores para todos sus hijos. Tenemos plenitud de derecho para hacerlo. Y lo tenemos, sin cuestión alguna, para hacer esto de acuerdo a nuestro propio modo, por el camino que nosotros mismos escojamos. Nadie en el mundo puede irrogarse el derecho falaz de intervenir en asuntos que sólo nos competen a nosotros los peruanos. Frente a la prepotencia, al abuso y a la arbitrariedad, que tienen como asidero solamente la fuerza, porque carecen de justicia y de razón, el Perú levanta la voz de su protesta, la voz de su dignada dignidad. Porque somos un país aún en desarrollo, pero digno. Porque somos un país pequeño, pero valeroso.

Queremos vivir en paz. Y vamos a vivir en paz. Pero no podemos guardar silencio frente al atropello y al abuso. Aceptarlos equivaldría a entronizar en el mundo de nuevo la barbarie. Ya no somos colonia de nadie. Somos un pueblo libre. Somos un país con dignidad y con orgullo. A ningún precio permitiremos que nada de esto sea nunca pisoteado. Ni por el oro ni por la fuerza. Nos sentimos solidarios y hermanos de todos los pueblos. Respetamos a todos los países. Pero el precio de ese respeto es que el Perú sea igualmente respetado. Y esto significa respetar nuestras instituciones, nuestras decisiones, nuestra revolución. En esto está para nosotros de por medio nuestra honra de peruanos, nuestra dignidad de ciudadanos libres de un país libre, nuestro orgullo de revolucionarios y soldados, y nuestro compromiso de patriotismo con el Perú.

OLIGARQUÍA Y CONTRAREVOLUCIÓN

Sabemos que frente a la revolución hay una conjura tenebrosa manejada por elementos externos, que persiguen detener el proceso de cambio en el Perú. Sabemos que los hilos de esa conjura se mueven también con el dinero de la oligarquía y la complicidad cotizable de dirigentes políticos que insurgieron como revolucionarios para después servir a la reacción de ultra derecha.

Las dos estrategias de la oligarquía se mueven al unísono, en perfecto concierto, desde aquí y desde el extranjero. Cuando el Perú estuvo listo para emprender los caminos salvadores que su pueblo reclamaba, hubo quienes concertaron alianzas y coaliciones con los enemigos tradicionales de los pobres. Esas alianzas y coaliciones tuvieron por objetivo real impedir que se realizaran los cambios profundos que hubieran beneficiado al pueblo. Por eso se dio una solución entreguista al problema del petróleo después de cinco años de inconfesables tratos con la empresa extranjera. Por eso se dio una Ley de Reforma Agraria que preservó intacto el Latifundismo y el poder económico y político de la oligarquía. Por eso no se tocaron las grandes haciendas de esos señores a quienes se calificara alguna vez de "barones del azúcar". A ellos benefició, la reforma agraria del régimen pasado. Esa reforma agraria no benefició al campesino, porque no le dio, ni la tierra ni el agua y porque dejó todo el poder económico en manos de los latifundistas. Quienes así actuaron fueron y son los cómplices de la oligarquía. Por eso la revolución fue también contra ellos. Pero no contra el pueblo, que le siguió y puso en sus manos una fe que jamás mereció ser defraudada. Nosotros no culpamos a ese pueblo, porque, sabemos muy bien que muchos fuimos engañados en el Perú. Pero si estamos contra esa oligarquía, sus aliados de dentro y sus amos de fuera. Ellos son, y serán siempre nuestros adversarios implacables.

A esa oligarquía empecinada en defender la sin razón de su propio egoísmo y a todos sus agentes declarados o encubiertos, peruanos o extranjeros, no les tememos. La revolución no bajará la guardia. Ella continuará su obra de transformación nacional y seremos implacables en castigar cualquier intento de entorpecer su camino.

Los adversarios irreductibles de nuestro movimiento serán siempre, quienes sienten vulnerados sus intereses y sus privilegios: la oligarquía.

Entre quienes defienden a la oligarquía y al pasado y quienes defendemos la revolución y el futuro, no hay entendimiento posible.

Está es la recóndita razón de sus temores y de su oposición al Gobierno de la Fuerza Armada: no se resignan a perder el poder, los privilegios, las prebendas. Es que el imperio de la más vieja y astuta oligarquía de América Latina llega a su fin. Y esta comprobación los perturba y los hunde en todos Ios delirios. Por eso se unen los extremos, por eso se distorsiona la realidad, por eso se ocultan los hechos, por eso se viola la verdad.

Por eso se orquesta la inmensa y vil campaña de presentar a este Gobierno como sujeto a una inventada influencia comunista. Así se persigue desnaturalizar y frustrar el intento más puro y eficaz que se haya emprendido jamás en el Perú para salvar a su pueblo de una situación de oprobio y de vergüenza.

La oligarquía y sus cómplices que gobernaron siempre a nuestra patria, son los responsables de todos los grandes problemas, las grandes injusticias y la dura miseria del Perú.

Nuestro economía es semi-colonial y el nuestro es un país subdesarrollado, porque así convenía a esa oligarquía entreguista y apátrida.

Los señoritos de la oligarquía pensaban que todo estaba muy bien en el Perú. Porque para ellos, efectivamente era así. La pobreza y la ignorancia de los campesinos siempre fue para ellos buen negocio. El subdesarrollo daba buenas ganancias. La oligarquía era la dueña de la riqueza y de la tierra. Y el pueblo era quien producía esa riqueza y trabajaba esa tierra.

La nuestra fue una economía donde a expensas de la inmensa mayoría de peruanos se enriqueció una casta privilegiada que, además, servía a los intereses de grandes consorcios extranjeros.

Siempre supimos que iniciar una revolución significaría afectar esos poderosos intereses. Quienes explotaron a este país durante casi toda su vida republicana ahora ven esos intereses en peligro. Por eso están contra nosotros. Y por eso querían destruirnos. Más, la oligarquía debe convencerse que su imperio sobre el Perú ha terminado para siempre.

Los enemigos de la Revolución, que son los enemigos del pueblo y del Perú, propagan la calumnia cotizable de que este es un gobierno influenciado por ideas extremistas. La oligarquía y sus aliados genuflexos saben muy bien que mienten al lanzar, irresponsablemente una campaña tan baja y sin sentido. En su desesperado intento por detener la transformación necesaria en el Perú y de este modo recapturar el control del país, no han vacilado en organizar una masiva y costosa campaña que desde dentro y desde fuera del Perú trata de deformar la verdadera naturaleza de esta revolución nacionalista que jamás ha importado recetas extranjeras y que busca en el Perú y con los peruanos las soluciones de los grandes problemas del país.

Los enemigos de la revolución creen que la única manera de frustrarla es derrocando al Gobierno que la está llevando a cabo. Y pretenden lograr este objetivo dividiendo a la Fuerza Armada so pretexto de que en su seno existe influencia extremista. Esta es la esencia del gran complot reaccionario al que hoy se enfrenta la revolución. En su increíble insensatez la oligarquía no comprende que nosotros defenderemos esta revolución en todos los terrenos y hasta las últimas consecuencias; no comprende que si por desgracia para el país alguna vez lograran su propósito de dividirnos, ellos significaría el desastre inevitable de una guerra civil cuyas primeras víctimas tendrían necesariamente que ser la propia oligarquía y sus cómplices de todos los pelajes.

Más, si la oligarquía y los caciques políticos que la sirven, quieren violencia, habrá violencia en el Perú. Quiénes la desaten no quedarán ilesos. Sobre ellos caerá el castigo ejemplarizador de la revolución.

La Revolución, nada tiene contra las ideologías renovadoras, ni contra las masas populares de cualesquiera de los partidos políticos del país. A ellas, el Gobierno revolucionario les tiende la mano para defender en común la causa del pueblo. Pero no a los dirigentes que fueron cómplices del gran engaño que significó convertirse en defensores de los enemigos del pueblo del Perú. Con esos dirigentes nada tenemos en común. Con ellos no hay entendimiento posible, porque representan el brazo político de la oligarquía antirrevolucionaria. Hablamos sin eufemismos. Abiertamente. No es nuestro el lenguaje sibilino de los políticos criollos.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente