El acuerdo con el FMI, aprobado tan sólo algunos días atrás, parecía una delirante abstracción de la realidad. Sólo llegó a desembolsarse un primer pago, antes de quedar en suspenso.
(1990) La corrida sobre los bancos no se detenía, así que el 3 de enero de 1990 el gobierno decidió la conversión forzosa de los depósitos a plazo fijo por títulos en dólares a 10 años de plazo, los desde entonces célebres Bonex 1989. Quedaron exceptuados de esta medida todos los depósitos menores al equivalente a unos mil dólares y también los destinados al pago de salarios. Con el correr de los días las excepciones se ampliaron, excluyendo a entidades de bien público y a los fondos requeridos por particulares para pagar impuestos.
El clamor por la seguridad jurídica se alzó nuevamente entre los ahorristas atrapados por el Plan Bonex, aunque frente a las astronómicas tasas de interés que se pagaban y tras la enorme corrida bancaria, a muchos les resultaba difícil argumentar que no habían percibido el riesgo que corrían.
El Presidente apoyó a su ministro y defendió personalmente la medida. En un encuentro con representantes de la industria automotriz lo planteó en estos términos:
Vivimos hasta hace 45 días del plazo fijo. Era muy fácil hacer dinero en la República Argentina sin trabajar. Mientras el obrero quebraba su lomo todos los días ( ) había otros que con esa cultura de la especulación ( ) colocaban sus recursos a siete días y luego los volvían a colocar ya con los intereses agregados al capital ( )
El efecto inmediato de la transformación en bonos del 60% de la masa monetaria fue un enorme grado de iliquidez que acentuó el clima de recesión. Pero el efecto duró poco tiempo, tan sólo en enero de 1990 la emisión creció un 35%, alimentada por el déficit fiscal que seguía fuera de control. Los precios, por su parte, continuaban su ascendente carrera, 79% de inflación en enero, 62% en febrero y 95% en marzo.
Mientras la credibilidad del gobierno comenzaba a erosionarse, se discutían distintas alternativas para superar la situación. Los sectores más tradicionales de justicialismo proponían volver a los controles de cambios y precios, mientras que por otro lado cobraba fuerza la idea de establecer un régimen de convertibilidad de la moneda con el dólar. Pero el Presidente todavía se inclinaba por una salida más tradicional. Temía un salto al vacío que precipitara a su gobierno en una crisis sin retorno.
Su amigo, el ministro Erman González, tuvo entonces una tercera oportunidad y puso en marcha un nuevo paquete de ajuste que incluía más aumentos de tarifas e impuestos y un importante programa de reducción del gasto público
Para Menem la nueva situación era clara: "hasta la Unión Soviética y los países socialistas se están alineando en este mundo moderno y capitalista, por más que a muchos no les guste". En su visión (palabras pronunciadas en su visita a la CGT en marzo de 1990):
No es liberalismo lo que estoy pregonando, es capitalismo social dentro de lo que es justicialismo, como bien lo quería el General Perón ( ) Lo que estamos haciendo es peronismo, y peronismo de alta escuela, actualizando la doctrina Nacional Justicialista -no la ideología, porque los ideologismos ya no tienen vigencia en el mundo- para ponerla al servicio del país y del pueblo argentino.
Para ese momento, el debate tanto dentro como fuera del justicialismo era intenso. Todo el andamiaje ideológico edificado en los meses previos estaba amenazado y muy especialmente el proceso de privatizaciones. Además varios escándalos de corrupción en el manejo de los recursos públicos involucraban a altos funcionarios del gobierno.
Viendo peligrar el proceso de cambio, en abril de 1990 los sectores más liberales organizaron una marcha hacia la Plaza de Mayo por el "sí a las privatizaciones y el proceso de reforma del Estado". Menem optó por un cauteloso discurso frente a los manifestantes y desgranó un pensamiento que recorrió el país: "estamos mal, pero vamos bien".
La tensión sobre estos temas era fuerte, pero la voluntad estaba firme y, a pesar de los tropiezos en la administración cotidiana de la economía, logró avances sustantivos en el proceso de reforma del Estado, con la privatización de Aerolíneas Argentinas, la compañía de teléfonos, canales de televisión y radios, parte de las empresas petroquímicas y la concesión del 40% de la red caminera sujeta a peaje
Después de las medidas económicas de marzo, la inflación volvió a ceder por unos meses y en mayo el gobierno logró restablecer el acuerdo con el FMI. Pero en agosto los precios se empinaron nuevamente y, una vez más, las consabidas medidas de ajuste fiscal pusieron paños fríos en una economía que seguía sin encontrar un rumbo.
Tras dieciocho meses de gestión no eran muchos los logros que podían mostrarse. En 1990 la economía había crecido un magro 0,4%, impulsada fundamentalmente por las exportaciones, mientras la inversión y el consumo seguían en descenso. La inflación había alcanzado el 1.344% y el poder adquisitivo del salario apenas si había recuperado los niveles de principios de 1989.
En cambio, el ajuste había permitido equilibrar las cuentas externas. Las exportaciones habían superado en casi 8.000 millones de dólares a las importaciones, lo que junto al retorno del financiamiento externo generó 2.700 millones de dólares de reservas. También comenzó a sentirse el efecto fiscal de las privatizaciones: los bienes transferidos produjeron 791 millones de dólares de ingresos en efectivo y 6.741 millones en títulos de la deuda pública. A pesar de estos resultados, en su meteórica carrera, el dólar había pasado de valer 1.316 australes por unidad en diciembre de 1989 a 5.130 australes un año después.
(1991) Con un dólar imparable y la amenaza de un nuevo ascenso de la inflación, a fines de enero de 1991 el Presidente finalmente se decidió a nombrar a Domingo Cavallo como ministro de Economía en reemplazo de Erman González. El recambio ministerial también llevó a Guido Di Tella al Ministerio de Relaciones Exteriores.
Hacía tiempo que el hasta entonces Canciller venía proponiendo un nuevo rumbo de política económica, así que a poco días de asumir, el 19 de febrero de 1991, el gobierno envió al Congreso un proyecto de ley que establecía la convertibilidad fija del austral con el dólar estadounidense a una relación de 10.000 australes por dólar.
El esquema de la convertibilidad era sencillo. El Banco Central vendería al tipo de cambio establecido todas las divisas que le fueran demandadas y debería retirar de la circulación todos los australes recibidos en pago. A su vez, podía comprar a precios de mercado todas las divisas que se le ofrecieran, haciendo uso de la emisión si fuera necesario.
Simultáneamente, se establecía que las reservas internacionales en oro y divisas extranjeras debían ser por lo menos iguales a la base monetaria, que es la suma de la moneda en circulación más los depósitos de los bancos en el Banco Central como reservas de liquidez.
Llevó un poco de tiempo explicar a la opinión pública por qué un mecanismo en apariencia tan simple iba a resolver una tendencia recurrente a la hiperinflación que parecía sin solución. Tampoco los legisladores se mostraban al principio muy convencidos.
La clave era que el gobierno se comprometía a emitir moneda sólo en la medida que comprara divisas y debía retirar de la circulación todo el circulante que recibiera cuando las vendía. La piedra angular era que cesaba toda emisión monetaria con destino a financiar el gasto público y el Banco Central quedaba transformado en una simple Caja de Conversión.
En otros términos, se trataba de un mecanismo forzoso para que el Estado abandonara la emisión espuria de moneda. Algo que la abrumadora mayoría de los países del mundo había logrado sin llegar a situaciones ni decisiones tan extremas.
Completando el diseño y para evitar que la inercia de la inflación destruyera el nuevo modelo, la ley preveía el cese de todos los mecanismos de indexación existentes en la economía.
La sanción de la ley recién se logró al cabo de un mes y medio de trámite parlamentario y rigió desde el 1º de abril de 1991. A través del breve recorrido de 14 artículos se habían puesto las bases de una nueva etapa en la vida económica nacional.
Era la quinta vez que se ponía en marcha un mecanismo de este tipo en la Argentina y en el mundo se encontraba definitivamente en desuso. Los estudios e historia económica muestran que en su origen fue "un invento del Imperio Británico". La primera Caja de Conversión se puso en funcionamiento en 1849 en Mauricio -un minúsculo territorio de 2.000 kilómetros cuadrados ubicado en el Océano Índico- y rápidamente se extendió a alrededor de 70 colonias británicas en Asia, África, el Caribe y Medio Oriente. La idea subyacente era que estos estados eran demasiado pequeños para tener una moneda propia fuerte y necesitaban la referencia de la libra esterlina.
Algunos otros países -muy pocos- también adoptaron el sistema en diversas ocasiones, entre ellos la Argentina. El período más notable de vigencia en nuestro país fue entre 1902 y 1914. La Primera Guerra Mundial arrasó con el experimento, pero quedó viva una estela de nostalgia en los sectores que se enriquecieron durante esos años y, con frecuencia, se destacaron más los aspectos positivos de aquella "belle époque" que el descalabro financiero en que concluyó.
Para el momento en que Argentina puso en vigencia el sistema de la convertibilidad, en 1991, sólo siete gobiernos en el mundo aplicaban reglas similares: Bermuda, Islas Malvinas, Brunei, Islas Caimán, Islas Feroe, Gibraltar y Hong Kong. En los años posteriores, a pesar del éxito inicial de su aplicación en Argentina, el experimento tampoco incorporó muchos adeptos
Con el tiempo las debilidades de la convertibilidad fueron imponiéndose sobre sus fortalezas, conduciendo al país a la mayor crisis de su historia contemporánea.
Pero en aquellos días fundacionales, la natural inclinación de gran parte de la sociedad argentina por toda fantasía económica que vuelva al país al lugar que "merece" en el mundo, velaba eficazmente cualquier reflexión sobre los peligros del camino que se iniciaba. Naturalmente el gobierno alentaba esta propensión.
A lo largo de 1991 multitud de normas terminaron de diseñar cómo operaría la economía bajo las nuevas reglas.
La apertura del comercio exterior volvió a ocupar un lugar destacado en la agenda mediante la simplificación de las escalas de los aranceles de importación y la rebaja de los mismos. La tesis era, una vez más, que para que la Argentina fuera competitiva había que profundizar la competencia externa.
En noviembre el gobierno emitió una suerte de "Biblia de la desregulación" que desmontaba virtualmente todo el enmarañado andamiaje de regulaciones, edificado a lo largo de los años por un Estado con alta vocación intervencionista y baja eficacia de gestión.
Una oleada de "libertad económica" arrasó con toda restricción a la compraventa de bienes y servicios (como los controles de precios), flexibilizó las negociaciones salariales, eliminó limitaciones a la prestación de los servicios de transporte, suprimió multitud de tasas y derechos que gravaban diversas actividades, eliminó la fijación de honorarios profesionales por las asociaciones profesionales y liberó el funcionamiento del mercado de capitales. La "piqueta" oficial tampoco dejó en pie diversos organismos regulatorios, como las míticas Juntas de Carnes y de Granos, que sobrevivían desde la década de 1930.
El proceso de transferencia de servicios públicos al sector privado también continuó su avance. Se completó la privatización de los teléfonos, la venta de centenares de inmuebles del Estado, el Hotel Llao-Llao y los talleres navales Tandanor. El "raid" de enajenación de activos públicos rindió ese año ingresos por casi 2.000 millones de dólares, que se integraron a los recursos corrientes del Estado a la par de la recaudación impositiva regular y -como seguiría ocurriendo en los años siguientes- se perdieron en los pasillos de la burocracia pública.
Durante ese primer año de grandes transformaciones se retomó también el acuerdo con el FMI y se iniciaron las negociaciones para regularizar la deuda en el marco del denominado Plan Brady.
En pocos meses, a partir de marzo, la situación de la economía comenzó a cambiar, la inflación se desaceleró y hasta fines de año se ubicó por debajo del 1% mensual. Claro que, desde abril, los precios al consumidor habían aumentado un 21% mientras el tipo de cambio permanecía fijo, con lo que la economía había comenzado a perder competitividad.
El comercio exterior reflejó de manera inmediata esta nueva realidad. Las importaciones pasaron de 4.079 millones de dólares en 1990 a 8.275 millones en 1991. Parte importante de este aumento obedeció al crecimiento de la economía -que demandaba insumos- y a la reanudación de la inversión, que requería más equipos y maquinarias importados. Pero una intensa luz roja alumbraba las importaciones de bienes de consumo, que sólo en un año habían pasado de 300 a 1.715 millones de dólares.
Las exportaciones, en cambio, cayeron de 12.353 millones de dólares en 1990 a 11.978 millones un año más tarde. La disminución más importante se produjo en los productos industriales, de los cuales se vendieron mil millones de dólares menos.
Así, el saldo comercial, aunque todavía positivo, se redujo en 4.500 millones de dólares. Pero, a pesar de ello, el ingreso de capitales y la continuidad de los atrasos en los pagos de la deuda externa permitieron acumular algo más de 2.000 millones adicionales a las reservas, robusteciendo la idea de que la convertibilidad había llegado para quedarse.
Esa idea era ratificada por un extraordinario crecimiento de la economía de casi el 9%, alentado por un aumento del 13% en el consumo y 25% en la inversión. La reaparición del crédito al consumo y de los viajes al exterior terminaban de confirmarle, en especial a un gran sector de la clase media, que la Argentina estaba nuevamente en marcha.
Ese sentimiento se trasladó de un modo directo al plano electoral. Desde agosto hasta diciembre se celebraron elecciones provinciales y para diputados nacionales. Cuando el gobierno hizo la cuenta final, el justicialismo había obtenido el 40% de los votos y se adjudicaba 60 de las 130 bancas en disputa en la Cámara de Diputados.
(1992-1994) Con ese poder en la mano, el presidente Menem inició un tramo exitoso de gobierno que, hasta fines de 1994, se deslizó casi sin sobresaltos. La convertibilidad y el proceso de privatizaciones, apertura de la economía y desregulación de los mercados dieron sus frutos. Entre 1991 y 1994 la economía creció un 34% impulsada fundamentalmente por el consumo y la inversión.
Para un gran sector de la población el camino se presentaba mucho menos esforzado que lo anunciado por el Presidente en sus primeros días al frente del gobierno. Pero ¿de dónde provenía este efecto casi milagroso?
Como en otras épocas de la historia nacional, la explicación era la cuantiosa entrada de capitales del exterior. Ésa era la droga que permitía consumir por encima de lo que se producía e invertir por encima de lo que se ahorraba. Con una tasa de interés internacional extremadamente baja, el nuevo programa económico argentino se convertía en un imán para el flujo de capitales hacia los países emergentes.
Entre 1991 y 1994 el ingreso de capitales totalizó casi 35.000 millones de dólares. La tercera parte de esa suma provino de los pagos en efectivo de las privatizaciones, mientras que en concepto de inversiones directas, destinadas a la producción, sólo ingresaron 2.250 millones de dólares, poco más del 6% del total. El resto tuvo como destino un importante endeudamiento del sector privado, refinanciación de deudas públicas y colocaciones en el sistema financiero.
Semejante aluvión de divisas contribuyó de un modo esencial al equilibrio fiscal y al sostenimiento del tipo de cambio, lo que, junto con la apertura a la competencia externa, mantuvo la tasa de inflación en los niveles más bajos de los cuarenta años previos.
Siguiendo el esquema de la convertibilidad, los capitales que ingresaban se incorporaban a las reservas internacionales y se emitía una suma igual de moneda nacional. En consecuencia, la cantidad de dinero en la economía aumentaba -impulsando el consumo- y los depósitos en los bancos crecían, favoreciendo la aparición del crédito de un modo que hacía largo tiempo que no se conocía en el país.
Claro que este costado "rosa" de la convertibilidad también tenía su contrapartida. Entre 1991 y 1994 el saldo de la balanza comercial cambió abruptamente de signo, pasando de un superávit de 3.700 millones de dólares a un déficit de 5.700. Es que aunque las exportaciones aumentaron en ese lapso un 30%, las importaciones crecieron un explosivo 160%. El gobierno minimizaba toda señal negativa asociada al crecimiento en las compras externas, destacando que la tercera parte eran maquinarias y equipos que a la postre permitirían una mayor competitividad de la economía. Un aumento similar se había producido en las importaciones de bienes de consumo pero, salvo en los sectores industriales afectados, pocos querían escuchar voces que se alzaran contra el derecho de los consumidores argentinos a disfrutar de los mejores productos de todo el mundo.
En este fuerte crecimiento de los primeros años de la convertibilidad participaron casi todos los sectores de la economía, aunque con un sesgo muy marcado hacia la construcción y los servicios, en especial los asociados a la banca y los seguros. La industria manufacturera creció a la mitad del ritmo global de la economía y el sector agropecuario permaneció casi estancado.
Este juego de luces y sombras sobre la trayectoria de la economía mantenía alejado -una vez más- cualquier debate sobre cuál era el proyecto de construcción de riqueza a largo plazo para el país. Mientras tanto, la falta de trabajo comenzaba a instalarse en la agenda de más y más hogares. En octubre de 1994 la tasa de desempleo superó el 12%, el doble que al inicio del proceso y la cifra más alta que registraba la memoria estadística del país.
En el clima predominantemente exitista de la época, el proceso de privatizaciones no detenía su avance: Segba (1992); Transportadoras y distribuidoras de gas (1992); Somisa (1993); Aceros Paraná S. A. (1992); YPF (1992-1993); El Chocón (1993); Alicurá (1993); Piedra del Águila (1993); Cerros Colorados (1993); Caja Nacional de Ahorro y Seguro (1994); ELMA (1994); Fábricas Militares varias (1994); buques petroleros (1994).
La reforma del Estado se extendió a una de las instituciones más complejas de la Argentina: el sistema de jubilaciones y pensiones. Al gobierno no le resultó tan fácil como en otros temas imponer el modelo en boga de fondos privados de pensión pero, tras largos meses de discusión parlamentaria, en octubre de 1993 se promulgó la ley que creaba una nueva institución, las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP), de carácter privado, a cuyo cargo quedaba un sistema de retiros basado en la capitalización de los fondos personales de los aportantes
Pero a partir de enero de 1994 ese panorama se alteró. La Reserva Federal comenzó a incrementar la tasa y un año más tarde el nivel era de 5,45%. Estos movimientos no pasaron desapercibidos para la economía argentina. A lo largo del año los precios de los títulos de la deuda pública perdieron entre 30% y 40% de su valor y el gobierno comenzó a adoptar diversas medidas para dar solidez al sistema bancario.
La primera víctima de esta nueva situación internacional fue la economía mexicana, que a lo largo del año no logró financiamiento para el gran desequilibrio en sus cuentas fiscales y externas. En diciembre fue devaluado el peso mexicano y se inició un proceso de expansión de la crisis hacia el resto de los mercados emergentes conocido como el efecto "Tequila".
(1995) En la Argentina, primero los grandes inversores y luego hasta los pequeños ahorristas comenzaron a percibir el riesgo de una crisis y entre diciembre de 1994 y mayo de 1995 llegaron a retirar casi la quinta parte de los depósitos en el sistema bancario. La preocupación de los depositantes era justificada. Las reservas internacionales incluían un 20% de títulos de la deuda pública argentina, que obviamente tenían poca utilidad frente a una corrida bancaria. Como consecuencia de este hecho y del mecanismo de multiplicación del dinero al interior de los bancos, en realidad sólo el 60% de los depósitos estaba respaldado por reservas internacionales en oro y moneda extranjera. Todos los analistas económicos y los grandes operadores conocían esta limitación estructural del sistema, que haría eclosión si la situación se agravaba. Pero este hecho permanecía oculto para la mayor parte de los desinformados pequeños ahorristas La crisis en el sistema financiero pronto se convirtió en masiva fuga de capitales, aumento de la tasa de interés, caída de los préstamos bancarios, descenso del consumo y parálisis de la inversión.
– De la estafa piramidal a la estafa generacional (los grandes perdedores) (I)
– Los viejos fantasmas (del "baseline scenario" a cómo te la "meten con vaselina")
– Subidas de tipos: Los viejos fantasmas amenazan con volver (Expansión – 5/1/10)
(Por Jennifer Hughes y Michael MacKenzie) Lectura recomendada
Inversores y banqueros se reincorporaron ayer a sus puestos de trabajo preparados para enfrentarse a las nuevas tendencias de los mercados. Hay un tema que predomina sobre los demás: el riesgo del aumento del coste del crédito, a medida que los bancos centrales comiencen a retirar las medidas de estímulo extraordinarias de los dos últimos años.
Muchos pronósticos se centran en dos años en concreto, 1994 y 2004, a la hora de evaluar lo que el futuro próximo puede depararnos. En 1994, la rentabilidad de los bonos se disparó después de que los inversores se vieran sorprendidos en febrero de aquel año por un aumento de los tipos por parte de la Reserva Federal, que resultó ser el primero de muchos.
Del mínimo registrado a principios de año, un 4%, la rentabilidad a dos años terminó el ejercicio en un 7,7%. En 2004, el último año en el que los inversores anticiparon el final del periodo de relajación de la política monetaria, los datos provocaron una fuerte subida de la rentabilidad, aunque las cosas se calmaron cuando la Fed comenzó una serie de aumentos de un cuarto de punto, debidamente anunciados, que se prolongaron durante los siguientes dos años. Esta vez, hay más en juego. Si cierran el grifo demasiado pronto, los banqueros centrales corren el riesgo de desencadenar una nueva recesión.
Si tardan demasiado en retirarse, aumentará el riesgo inflacionista. Un malentendido, un equívoco en la política de un banco central o incluso una mala interpretación de la tendencia de los mercados podrían provocar un aumento de la rentabilidad y caídas bursátiles. En opinión de Paul McCulley, del fondo de inversión de bonos Pimco, no parece que la Fed vaya ajustar los tipos este año, aunque, según él, el lenguaje utilizado por el banco central cambiará antes de que se produzcan cambios, y casi con seguridad, este mismo año.
"Hay bastante incertidumbre sobre la rapidez y la intensidad con la que el mercado se anticipará al proceso de ajustes", asegura McCulley. "Nuestra sensación es que en el momento en el que la Fed cambie mínimamente el discurso, habrá sorpresas desagradables, por la impaciencia y las especulaciones de los mercados. Para los inversores activos, la incertidumbre es una oportunidad para explotar las oscilaciones entre los distintos mercados", añade.
"2010 será una fuente importante de ingresos para quien sepa aprovechar el momento", explica Jim Caron, responsable de estrategias de tipos de interés de Morgan Stanley. "Esperamos que esta retirada de estímulos sea un proceso bastante desigual a nivel global, con oscilaciones de tipos poco sincronizadas. El riesgo está en el ritmo al que se desarrollen los acontecimientos", asegura.
En cuanto a las tendencias bursátiles, las acciones, por lo general, suelen sufrir caídas cuando los mercados se enfrentan a subidas de los tipos. "En EEUU, suele haber cierta corrección de los mercados al comienzo de los ajustes monetarios", explica Teun Draaisma, estratega de renta variable de Morgan Stanley.
Según Draaisma, la caída media de las acciones europeas es del 13% semestral, y suele comenzar con la primera subida de tipos, aunque esta vez podría adelantarse. "En esta ocasión, creemos que esta fase comenzará con la retirada de liquidez en la primera mitad del año y no con la revisión de tipos por parte de la Fed, que podría llegar en el segundo semestre", explica.
En 1994, el S&P 500 cayó un 4,6% en los seis meses siguientes a la primera intervención de la Fed. En 2004, con los mercados más en calma, el S&P 500 cayó menos de un 1% en el semestre posterior a la primera subida de la rentabilidad y acabó por recuperar un 9,2% anual tras difundirse la sensación de que el ajuste de la Fed era un voto de confianza a la economía. Si en esta ocasión cualquier cambio de política de la Fed se percibe de la misma forma, la corrección de los mercados podría ser mínima.
No obstante, hay otros factores que podrían provocar más subidas de la rentabilidad de los bonos y afectar al ánimo de los mercados. Entre estos están el exceso de emisión de bonos soberanos durante este año, en un intento de los gobiernos por compensar el gasto del año pasado. El endeudamiento del año pasado se compensó en gran parte por los estímulos que permitieron a los bancos centrales comprar la mayor parte de los nuevos bonos, pero estos programas están llegando a su fin.
El lunes, McCulley reconoció que Pimco reducirá su exposición en EEUU y Reino Unido. Por otra parte, en opinión de Jerome Booth, responsable de investigación de Ashmore Investment Management, "la crisis crediticia podría considerarse algo positivo por haber acelerado los cambios en la percepción global sobre los mercados emergentes y la valoración del riesgo". Booth cree que la clave está en la diversificación, como mejor forma de protección frente a los posibles resultados.
(The Financial Times Limited 2010. All Rights Reserved)
"Los bancos centrales del mundo difieren cada vez más acerca de los próximos pasos a seguir ahora que los países emergen de la crisis financiera a velocidades muy diferentes, lo que acentúa sus diferencias respecto al crecimiento, la inflación y el riesgo de crisis futuras"… Los bancos centrales discrepan sobre los pasos a seguir para salir de la crisis (The Wall Street Journal – 29/1/10)
La división transatlántica contrasta con la situación de 2009, cuando las autoridades enfrentaban la inminente amenaza de una depresión global. La tarea de conducir las economías de vuelta al crecimiento era intimidante, pero la respuesta fue clara: dedicar todos los recursos fiscales y monetarios al problema, y luego limpiar el desorden.
Ahora, la pregunta es cuándo subir las tasas de interés y cómo y a qué ritmo retirar las medidas extraordinarias de estímulo que implementaron el año pasado. Algunas autoridades, en particular en Europa, temen que el gasto fiscal y el dinero fácil que los bancos centrales inyectaron en el sistema bancario -al bajar las tasas de referencia a casi cero, entre otras medidas- podrían crear una nueva crisis.
Eso, al igual que la discrepancia sobre la capacidad de las economías de absorber cientos de miles de millones de dólares, libras y euros sin generar inflación, podría llevar a los bancos centrales a adoptar medidas que provoquen volatilidad en los tipos de cambio y los rendimientos de los bonos en los próximos meses.
Un factor que agrava la incertidumbre es que algunos bancos centrales afrontan desafíos políticos en sus países, incluyendo las críticas que ha recibido Ben Bernanke, quien el 28 de enero fue ratificado para otros cuatro años al frente de la Reserva Federal de EEUU, y la inminencia de las elecciones en Gran Bretaña.
China, que ha seguido creciendo de forma acelerada, ya empezó a ajustar su política monetaria, mientras que los países que se han beneficiado del alza en los precios de las materias primas, como Australia y Noruega, han elevado sus tasas de interés. Se espera que India sea la próxima en restringir el crédito, gracias a su robusto crecimiento.
Al otro extremo, no obstante, Dinamarca redujo sus tasas de interés este mes y se espera que lo vuelva a hacer para armonizarla con las de la zona euro. El gobernador del banco central de Japón, un país que sufre los efectos de la deflación, afirmó la semana pasada que mantendrá su política monetaria expansiva.
Una cuestión más importante, dado el tamaño de las economías y su efecto en los mercados financieros, es qué harán los bancos centrales de EEUU, Gran Bretaña y la zona euro. Las diferencias sobre las perspectivas a largo plazo de sus economías y los riesgos de crear burbujas de activos afectarán el cronograma de las alzas de tasas y otras medidas para restringir el crédito, además de ser una fuente de inestabilidad en los mercados financieros.
Muchos economistas sostienen que Europa subirá las tasas y retirará otras medidas de estímulo antes que EE.UU. Goldman Sachs prevé que Gran Bretaña suba su tasa de interés de referencia, actualmente en 0,5%, a mediados de año, mientras que el BCE elevaría la suya desde el actual de 1% a fines de 2010. La Fed, por su parte, mantendría la tasa interbancaria en casi cero hasta fines de 2011. Los economistas que proyectan un panorama diferente aún creen que las tasas del BCE serán más altas que las de EEUU y Gran Bretaña a fin de año.
Gran Bretaña afronta un dilema particular. Su economía se recuperó de la recesión más tarde que EEUU y la zona euro, pero la inflación ha aumentado.
Los funcionarios del BCE temen que al mantener el crédito relajado por demasiado tiempo puedan provocar una excesiva toma de riesgo y sembrar las semillas de otra crisis. Dejar las tasas bajas por un tiempo prolongado "es riesgoso", advirtió la semana pasada Lorenzo Bini Smaghi, del Comité Ejecutivo del BCE, y podría crear "una burbuja". Su colega del BCE, Ewald Nowotny, de Austria, señala que una toma de riesgo excesiva es una preocupación, especialmente en EEUU.
Desequilibrios como un gasto y un endeudamiento excesivo en algunos países y un exceso de ahorro en otros pueden generar burbujas de activos, especialmente si son amplificados por el crédito fácil. Cuando esas burbujas estallan, como sucedió con el sector de la vivienda, pueden provocar profundas recesiones.
– De la estafa piramidal a la estafa generacional (los grandes perdedores)
Inflación. Proceso económico provocado por una subida continuada de los precios de la mayor parte de los productos y servicios, y una pérdida del valor del dinero para poder adquirirlos o hacer uso de ello
– ¿Quiénes pueden ser los "grandes perdedores" en un proceso inflacionario?
Los que tienen ingresos fijos (los trabajadores por cuenta ajena), los que no pueden ajustar sus ingresos al ritmo de la inflación (pensionistas, pequeños rentistas, autónomos con poca capacidad de negociación), los que tienen dinero en efectivo, los que tienen depósitos bancarios, los pequeños ahorristas, los comerciantes que no pueden ajustar los precios de las mercancías al ritmo de la inflación y no logran vender el stock al costo de reposición, las empresas que no pueden trasladar al precio el aumento de los insumos (precios controlados o administrados, servicios públicos), los acreedores (en general), los que cobran en moneda nacional a período vencido. En mis épocas "sudamericanas" se decía que los precios subían por el ascensor y los salarios lo hacían por la escalera. Pues eso
¿Quiénes pueden ser los "grandes beneficiados" en un proceso inflacionario?
Los deudores públicos o privados (en general), los que pueden ajustar sus precios, ingresos o salarios al ritmo de la inflación o anticipando la misma, los que acumulan grandes pasivos en sus balances, los que tienen bienes físicos que permiten mantener su valor constante, los que tiene cuentas a pagar, los que pagan en moneda nacional a período vencido, los que cobran en moneda extranjera. En una palabra: lo que suben por el ascensor, mientras los demás lo hacen por la escalera. O sea
Causas de la inflación. Existen diferentes explicaciones sobre las causas de la inflación. De hecho parece que existen diversos tipos de procesos económicos que producen inflación, y esa es una de las causas por las cuales existen diversas explicaciones: cada explicación trata de dar cuenta de un proceso generador de inflación diferente, aunque no existe una teoría unificada que integre todos los procesos. De hecho se han señalado que existen al menos tres tipos de inflación:
Inflación de demanda (Demand pull inflation), cuando la demanda general de bienes se incrementa, sin que el sector productivo haya tenido tiempo de adaptar la cantidad de bienes producidos a la demanda existente.
Inflación de costos (Cost push inflation), cuando el costo de la mano de obra o las materias primas se encarece, y en un intento de mantener la tasa de beneficio los productores incrementan los precios.
Inflación autoconstruida (Build-in inflation), ligada al hecho de que los agentes prevén aumentos futuros de precios y ajustan su conducta actual a esa previsión futura.
Los monetaristas consideran también que la inflación está originada principalmente por un exceso de demanda, pero en vez de buscar entre los agentes un culpable determinado, consideran que es el crecimiento incontrolado de la cantidad de dinero en circulación lo que hará aumentar las disponibilidades líquidas de todos los agentes en general y por tanto de todos los componentes de la demanda. En primera instancia será sólo una errónea política monetaria del gobierno el origen de la inflación.
La Escuela austríaca de economía afirma que la inflación es el incremento de la oferta monetaria por encima de la demanda de la gente. Los productores de bienes y servicios demandan dinero por sus productos, si la generación de dinero es mayor que la generación de riqueza, hay inflación. Como consecuencia de la inflación se produce un efecto en cadena de distorsión de precios relativos al alza, es decir que algunos precios suben más que otros. Si todos los precios de la economía (incluido el salario) subieran uniformemente no habría ningún problema, el problema surge por la subida no-uniforme.
La inflación tiene una serie de efectos perjudiciales sobre la economía:
a. Pérdida del poder adquisitivo: La inflación reduce el poder adquisitivo del dinero, es decir, reduce el valor de lo que se puede comprar por una cantidad de dinero determinada. La inflación no incide sobre todos los individuos por igual, sino que puede perjudicar más a unos grupos sociales que a otros, e incluso puede llegar a beneficiar a determinados individuos o grupos.
b. Incertidumbre: Las decisiones son más difíciles de tomar en etapas inflacionarias. Esta inseguridad afecta principalmente a:
c. Desempleo: Cuando los precios aumentan en el país más que en el extranjero, se reduce la competitividad de los productos nacionales. Al reducirse la demanda de bienes y servicios, se reducirá el número de trabajadores requeridos para producir, lo que llevará consigo un aumento de desempleo.
Pero la inflación al igual que las enfermedades, muestra diferentes niveles de gravedad por lo que resulta útil clasificarla en categorías:
Inflación baja: La inflación baja se caracteriza por una lenta y predecible subida de los precios. Podríamos considerar que una inflación es baja si las tasas anuales de inflación son de un dígito. Cuando los precios son relativamente estables, el público confía en el dinero. Esta dispuesto a mantenerlo en efectivo porque dentro de un mes o de un año tendrá casi el mismo valor que hoy. Esta dispuesto a firmar contratos a largo plazo expresados en términos monetarios, porque confía en que los precios relativos de los bienes que compra y vende no se alejaran demasiado. La inflación ha sido baja en la mayoría de los países industriales durante la última década.
Inflación galopante: la inflación de dos dígitos que oscila entre el 20, el 100 o el 200 por ciento al año se denomina "inflación galopante". Muchos países iberoamericanos, como Argentina y Brasil, mostraron en los años setenta y ochenta tasas de inflación que oscilaron entre el 50 y el 700 por ciento.
Una vez que la inflación galopante arraiga, surgen graves distorsiones económicas. Generalmente, la mayoría de los contratos se ligan a un índice de precios o a una moneda extranjera, como el dólar. En estas circunstancias, el dinero pierde su valor muy deprisa, por lo que el público no tiene más que la cantidad de dinero mínima indispensable para realizar las transacciones diarias. Los mercados financieros desaparecen, ya que el capital se invierte en otros países. Se acaparan bienes.
Hiperinflación: Aunque parezca que las economías sobreviven con una inflación galopante, cuando golpea el cáncer de la hiperinflación se afianza una tercera y mortífera tensión. No es posible decir nada bueno de una economía de mercado en la que los precios suben un millón o incluso un billón por ciento al año.
– De la estafa piramidal a la estafa generacional (los grandes perdedores) (II)
– ¿Una recuperación sin empleo? (Expansión – 3/1/10)
(Por Richard Freeman) Lectura recomendada
¿Quién sufrirá más, y durante más tiempo, la implosión de Wall Street en 2008-2009 y la subsiguiente recesión mundial?
No los banqueros y financieros que crearon el desastre. Algunos financieros, como Bernard Madoff, irán a prisión por fraude. Pero, si bien Madoff fue sólo la punta del iceberg de una mala conducta financiera desenfrenada, la mayoría de los financistas sospechosos no tienen por qué temer un arresto, ya sea porque su comportamiento apenas eludió la ley o porque la indecencia financiera más sutil que el fraude descarado muchas veces es difícil de probar.
Algunos jefes bancarios se retirarán avergonzados, pero con grandes pagos que aliviarán su dolor -como el paracaídas de oro de 55 millones de dólares otorgado a Ken Lewis del Bank of America, y la pensión de 25 millones de libras concedida a Fred Godwin del Royal Bank of Scotland-.
Pero, animados por el dinero del rescate gubernamental, las garantías y los bajos tipos de interés, muchos bancos han comenzado a pagarles a sus altos ejecutivos gigantescos sobresueldos al mismo tiempo que se oponen vigorosamente a toda reforma destinada a restringir su toma de riesgo y compensaciones.
Grandes perdedores
Los grandes perdedores en este desastre económico son los trabajadores en los países avanzados que compraron la noción de flexibilidad laissez-faire del capitalismo al estilo norteamericano. Desde 2007 hasta octubre de 2009, Estados Unidos perdió casi ocho millones de empleos, lo que redujo la relación empleo-población del 63% al 58,5%.
La tasa de desempleo a fines de 2009 estaba por encima del 10%, la duración de la falta de empleo era la más prolongada desde la Gran Depresión, a millones de personas les habían reducido las horas de trabajo y otros millones más estaban demasiado desalentadas por una falta de empleos como para buscar trabajo.
Los avanzados Europa, Canadá y Japón también sufrieron importantes pérdidas de empleos que durarán mucho tiempo. España, que permite contratos temporales generalizados, ha padecido el mayor incremento del desempleo, porque los trabajadores españoles pueden ser despedidos con tanta celeridad como en Estados Unidos. Algunos países -por ejemplo, Alemania, Suecia y Corea del Sur- han "ocultado" su falta de empleo pagando a las empresas para que mantengan a los trabajadores en sus nóminas. Esto puede funcionar en el corto plazo, pero no se puede sostener en el tiempo.
Desde los años 1980 hasta mediados de los años 2000, el empleo quedó cada vez más a la zaga del PIB en las recuperaciones económicas. En Estados Unidos, hubo una recuperación sin empleo durante la presidencia de Bill Clinton hasta el auge de las puntocom en la última parte de los años 1990, y hubo una recuperación sin empleo bajo la presidencia de George W. Bush a raíz de la desaceleración de 2001.
A principios de los años 1990, Suecia sufrió una enorme recesión precipitada por una burbuja inmobiliaria y una crisis bancaria. Su tasa de desempleo subió de 1,8% en 1990 a 9,6% en 1994, antes de tocar un fondo de 5% en 2001. Dieciséis años después de la crisis, la tasa de desempleo estaba en 6,2%, más del triple de la tasa de 1990.
En 1997, Corea sufrió no sólo como consecuencia de la crisis financiera asiática, sino también de la insistencia por parte de Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional para que elevara las tasas de interés y se comprometiera con el "Consenso de Washington" -reformas estructurales para recibir ayuda-.
El desempleo se recuperó, pero principalmente en el sector de los empleos "no regulares" con beneficios limitados, salarios bajos y escasa seguridad laboral. La desigualdad en Corea aumentó de niveles moderados hasta llevar al país a ocupar el segundo lugar (detrás de Estados Unidos) entre los países avanzados de la OCDE.
Debilidad del mercado laboral
La debilidad en el mercado laboral tiene un enorme efecto negativo en el bienestar económico y personal. La gente joven que busca su primer empleo y los trabajadores experimentados que pierden el trabajo en un mercado laboral debilitado sufren pérdidas económicas que durarán durante toda su vida. Los estudios sobre felicidad demuestran que el desempleo reduce la felicidad tanto como la pérdida de un familiar.
Es difícil imaginar que Estados Unidos recupere el pleno empleo en el corto plazo. Desde 1993 hasta 1998, Estados Unidos creó millones de puestos de trabajo, que aumentaron la tasa de empleo en 5,4 puntos porcentuales. Si el empleo empezara a subir a esa tasa en 2010, en 2015 alcanzaría su nivel previo a la recesión. Y una recuperación lenta en Estados Unidos debilitará la recuperación en otros países avanzados, reduciendo también su empleo.
Un período prolongado y doloroso de elevado desempleo va en contra de lo que la mayoría de los expertos creía que alguna vez produciría el modelo económico flexible de Estados Unidos. Desde principios de los años 1990 en adelante, muchos analistas consideraban que el bajo nivel de sindicalización, el empleo a voluntad, la limitada protección laboral legal y la alta rotación de personal de Estados Unidos eran los principales factores que le permitían lograr una tasa de desempleo más baja que en la mayoría de los países de la UE. Muchos países de la OCDE iniciaron varios tipos de reformas de flexibilidad laboral con la esperanza de mejorar sus economías según los lineamientos norteamericanos.
¿La flexibilidad como remedio?
La visión de que la flexibilidad es el factor clave en el empleo ya no es sostenible. En su Panorama del Empleo de 2009, la OCDE analizó crudamente las reformas políticas que favorecía y las encontró deficientes a la hora de ayudar a los países a ajustarse a una recesión financiera. De acuerdo con la OCDE, "no parece haber ninguna razón sólida para esperar que las recientes reformas estructurales incidan en que los mercados laborales de la OCDE hoy sean sustancialmente menos sensibles a las serias desaceleraciones económicas".
De modo que la lección de la recesión es clara. El punto débil del capitalismo no es el mercado laboral, sino el mercado financiero. En el peor de los casos, los fracasos en el mercado laboral le imponen a la sociedad modestos costes por ineficiencia, mientras que los fracasos del mercado de capital perjudican mucho a la sociedad y son los trabajadores, y no los perpetradores del desastre financiero, los que más sufren. Es más, la globalización hace que el fracaso del mercado de capital de Estados Unidos desparrame miseria en todo el mundo.
Tenemos la obligación, en nombre de los trabajadores que han sido víctimas de esta recesión, de reinventar las finanzas de manera que enriquezcan la economía real y no sólo a los financieros. Esto implica cambiar los incentivos y las reglas que gobiernan el sector financiero. Dado que las economías y empleos de otros países también están en juego, tienen la obligación frente a sus ciudadanos de presionar a Estados Unidos para que elabore reformas financieras sensatas.
(Profesor de Economía en la Universidad de Harvard. También es investigador principal sobre Mercados Laborales en el Centro para el Desempeño Económico, London School of Economics, y dirige el Science and Engineering Workforce Project (SWEP) en la Oficina Nacional de Investigación Económica. Project Syndicate)
"El FMI observa una vuelta al crecimiento económico más rápida de lo previsto, pero frágil, según advierte Strauss-Khan. En Davos se ha celebrado el PIB de EEUU, pero preocupa el paro y se habla de "recuperación económica estadística y una recesión humana"… El FMI anuncia que la recuperación económica va a ser "asimétrica" (El Economista – 30/1/10)
El director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, dijo en Davos (29/1) que se observa actualmente una vuelta al crecimiento más rápida de lo esperado, pero todavía frágil.
En un debate sobre las perspectivas económicas globales para 2010 del Foro Económico Mundial, Strauss-Kahn advirtió de que una salida demasiado tardía de las medidas de estímulo fiscal y monetario incrementará el déficit, pero los riesgos de una salida demasiado rápida son mayores.
Strauss-Kahn pronosticó que la recuperación va a ser "asimétrica" y recomendó que la reforma financiera se produzca de forma coordinada y con más aceleración.
El director del Consejo Económico Nacional, de la Oficina Ejecutiva del presidente estadounidense, Lawrence Summers, calificó de "gratificante" la cifra de crecimiento del 5,7 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) de EEUU en el cuarto trimestre de 2009.
No obstante, Summers dijo que "lo que vemos en EEUU, y quizá en otros países, es una recuperación económica estadística y una recesión humana".
En este sentido, el asesor económico del presidente estadounidense, Barack Obama, pronosticó cifras de crecimiento, "por lo menos, moderadas los próximos trimestres".
"Lo que es alarmante es el nivel de desempleo" ya que uno de cada cinco hombres en una edad de entre 25 y 54 años no trabaja en estos momentos, lo que contrasta con el empleo del 95 por ciento de los años sesenta.
Recordó que Obama hizo hincapié hace unos días en que su política se va a orientar a la creación de empleos.
Summers consideró importante orientar las políticas al crecimiento, "porque nadie va a tener una situación fiscal sana en una economía global que no crece a una tasa razonable".
Por su parte, el consejero delegado del banco alemán Deutsche Bank, Josef Ackermann, advirtió de que los mercados muestran nerviosismo de nuevo y que la amenaza incluye los precios de los activos y los "carry trades" (tomar prestado dinero en la divisa de una zona económica con bajos tipos de interés e invertirlo en otro área con retornos más elevados).
– Como sucedió en 1937 – La regulación y los planes de estímulo amenazan con provocar una crisis en W (Libertad Digital – 12/2/10)
Podría ser que la crisis durase más de lo esperado y que, tras una aparente recuperación, volviese a caer. El aumento del gasto público y de la oferta de dinero serían los responsables.
(Por Fernando Díaz Villanueva) Lectura recomendada
Una de las ventajas de vivir en el año 2010 es que, a estas alturas, casi todo ha sucedido en el pasado, al menos, una vez. Hace 73 años, en 1937, Estados Unidos entró de nuevo en crisis. Fue una recesión corta, de apenas un año, pero puso en entredicho el New Deal de Roosevelt.
De aquel pequeño tropiezo anterior a la guerra se ha dicho que las causas principales fueron el recorte de gasto público y las restricciones al crédito. Es decir, que el Gobierno entornó el grifo y la economía volvió a despeñarse. Naturalmente, no fue así. La crisis del 37 se debió a dos factores que, hoy, siete décadas después, han vuelto a repetirse: una política monetaria expansiva y una creciente regulación gubernamental.
Entonces, como ahora, aumentó la base monetaria distorsionando la estructura productiva; el oro pasó por decisión política de los 18 a los 35 dólares y el diferencial se monetizó. Entonces, como ahora, creció la regulación. De aquella época son, por ejemplo, la Social Security Act, la Wagner Act y la National Labor Relations Act. La consecuencia fue que, el diabólico Efecto Ricardo se puso a funcionar y dejó a cientos de miles de personas en paro.
Falso crecimiento
El crecimiento de la economía estadounidense durante el último cuatrimestre, cifrado en un 5,7% (la tasa más alta de los últimos seis años) y la tímida recuperación del empleo, están creando una falsa sensación de que todo se ha acabado y que este año la economía volverá a crecer con fuerza. El PIB ha rebotado por la inmensa cantidad de dinero que el Estado ha inyectado en la economía mediante rescates y ayudas de todo tipo. Esto ha motivado que las empresas repongan inventarios y, casi sólo con eso, se ha empujado el PIB cuatrimestral hasta una cifra anormalmente alta.
Pero el PIB no deja de ser un agregado que mide el gasto, y, por lo tanto, es perfectamente alterable por el Estado si decide gastar más. Volviendo al ejemplo rooseveltiano, el espectacular crecimiento del PIB en los años 30 se debió, básicamente, al programa de gasto público. Éste lo único que hace es tomar dinero de gente productiva para dedicarlo a actividades improductivas. En España el Plan-E es el mejor ejemplo de esta variedad de dilapidación estatal.
Así, el capital que debería destinarse a inversiones rentables y generadoras de riqueza futura, se está yendo por la alcantarilla del Estado, cuyo gasto se dedica a proyectos que sólo él demanda por motivos políticos. Léase aceras de mármol para tranquilizar a los alcaldes, o rescates a industrias quebradas para garantizarse el voto de sus trabajadores.
La arrogante actitud de los Gobiernos, que realmente creen que ellos pueden sacar de la crisis a la gente, bien podría terminar como en 1937 o en 1981, cuando a una tímida recuperación le sucedió la recaída que fue, incluso, más duradera. A este tipo de crisis se las conoce como de "double dip" o "crisis W", que sería la forma gráfica que adoptase la actual depresión al concluir.
Oferta de dinero e inflación
Preocupantes datos sostienen la tesis de la W. El primero es que los políticos creen que no va a producirse. Hace unos días, el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, aseguró que el riesgo de volver a caer era mínimo. Por lo general basta que un político insista públicamente que no va a pasar algo para que eso mismo suceda. Es España sabemos bastante del tema.
Aparte de las predicciones económicas de los políticos, que, durante las crisis económicas, persiguen tranquilizar más que decir la -por lo general- dolorosa verdad, hay inquietantes hechos que nos retrotraen a tiempos pasados. Si bien es cierto que los Estados no se han puesto como locos a legislar -ni han interrumpido el comercio internacional mediante aranceles-, no lo es menos que la masa monetaria ha crecido de un modo desmesurado desde el comienzo de la crisis.
El siguiente gráfico lo dice todo:
La oferta de dinero ha aumentado exponencialmente desde 2008. Según datos de la propia Reserva Federal, el "monetary base" ha pasado de los 800.000 millones de dólares de 2008 a los dos billones. Es el mayor aumento de base monetaria de la historia y, si bien el dinero disponible ha ido creciendo de un modo sostenido desde el abandono del patrón oro, nunca antes había subido tanto y tan rápido.
Este aluvión de dinero más tarde o más temprano trae tensiones inflacionistas en el mundo real. Y cuanto más dinero se cree mediante deuda u otros mecanismos peor será el ajuste. De hecho, inflación ya existe, porque ha aumentado la oferta monetaria aunque, por ahora, este aumento no haya venido acompañado de subida de precios. Es algo elemental que cualquier niño entiende. Cuanto más dinero haya menos vale ese dinero.
Por lo general, entre las expansiones monetarias y el alza de precios hay un lapso de unos dos años. Se empezó a ampliar la base a finales de 2008, luego todo indica que al terminar este año empiecen a notarse sus efectos.
Éste de la inflación es uno de los principales peligros del modelo de recuperación que, hace dos años, escogieron los gobiernos y los bancos centrales. Estimular la demanda mediante gasto y crear dinero de la nada siempre se termina pagando. Pero nadie quiere decir que el rey va desnudo.
La baja inflación -o directa deflación- que padecemos se debe al parón del consumo y a un incremento de la tasa de ahorro. La gente no se fía del alto endeudamiento del Gobierno y guarda su dinero, o está tan endeudada que no puede pedir más dinero prestado, por mucho que la clase política les anime a "estimular la demanda". El estancamiento con deflación es una enfermedad que padece Japón desde hace 20 años.
Cualquiera de los dos escenarios es malo. El primero haría más soportable las deudas, sí, pero a cambio dejaría la economía devastada. El segundo nos mantendría en un estado de letargo en el que no se crearía riqueza ni empleo. La economía internacional, por lo tanto, es muy probable que vuelva a caer después de esta ligera e ilusoria recuperación. El Estado, para variar, es el primer responsable de que esto sea así.
– La "recuperación" económica, una previsión llena de sombras (Libertad Digital – 15/2/10)
La recuperación económica a nivel global será asimétrica: unos países saldrán antes y mejor que otros. A pesar de que la crisis ha golpeado a prácticamente todas las economías del mundo, no lo ha hecho con igual intensidad, ni tampoco están igualmente preparadas para afrontar golpes de este tipo.
(Por Ángel Martín) Lectura recomendada
Además, sus respuestas políticas, aunque en la mayoría de los casos han consistido en aplicar planes de estímulos basados en más gasto público y más expansión monetaria, no han sido idénticas.
La gran heterogeneidad institucional de los diferentes países es clave a la hora de explicar las razones de estas divergencias, aunque dar con las causas exactas no es una tarea en absoluto sencilla. Esto se debe a que la economía es una ciencia que estudia sistemas complejos, donde el sujeto de estudio es un proceso que no cesa de cambiar, y donde los impredecibles seres humanos -agentes económicos: inversores, empresarios, capitalistas, consumidores, trabajadores- están incesantemente actuando, aprendiendo, cambiando sus expectativas.
Por ello, resulta imposible hacer experimentos, aislando y manteniendo constante una parte de la realidad, con el fin de investigar con mayor facilidad y discriminar entre distintas causas. Por ejemplo, si se compara por qué la economía española y la alemana se enfrentan a escenarios muy diferentes, existe un amplio abanico de razones, prácticamente todas complementarias entre sí.
Se podría señalar que la política de la Administración actual española ha sido peor que la aplicada por Merkel, que la burbuja del crédito afectó con mucha mayor intensidad a España que a Alemania, que ésta última cuenta con una competitividad significativamente mayor, que tiene unas instituciones laborales y regulatorias más flexibles, que sus empresarios y trabajadores son más competentes, etc.
Este problema también se manifiesta cuando se trata de ver las causas del retraso de la recuperación, por ejemplo, en Estados Unidos: ¿se debe a los estímulos del presidente de EEUU, Barack Obama, y de la Reserva Federal (FED), Ben Bernanke, los que han evitado el necesario ajuste, reasignando recursos productivos a otros improductivos? ¿Se debe a que éstos no han actuado con la suficiente intensidad como para volver a poner la economía en movimiento, tal y como argumenta el Premio Nobel Krugman?
Es más. ¿A qué se debe que la economía norteamericana exhiba mejores datos que la europea (si bien éstos pueden ser muy engañosos)? Algunos apuntan a la mayor agresividad de las políticas monetarias de la Reserva Federal frente a la mayor prudencia del Banco Central Europeo. Pero existirían muchos más factores a tener en cuenta, como la mayor flexibilidad y dinamismo de la economía norteamericana, que ha facilitado un rápido ajuste de precios en el sector inmobiliario.
En la mayoría de los casos, las respuestas a estas preguntas dependerán de los criterios teóricos de los economistas que las analicen. Y dado que no existe consenso entre éstos, la diferencia de opiniones está servida.
Así, un keynesiano como Krugman culpará de los males de la economía a la falta o insuficiencia de intervención pública (gasto y déficit público, falta de inversión pública, etc.), mientras que un austriaco como Jesús Huerta de Soto verá en los excesos de ésta la raíz de los problemas (lo dañino de los estímulos y rescates y los obstáculos de éstos para facilitar el reajuste que se necesita).
¿Recuperación inminente? Estados Unidos
Tampoco existe ningún consenso sobre si existe una recuperación inminente a la vista, o si los efectos de la crisis se extenderán sobre los próximos años. De vez en cuando aparecen datos positivos, como el incremento del PIB en el último cuatrimestre de 2009 o la leve bajada en la tasa de desempleo de la economía norteamericana. Pero, en primer lugar, hay que coger estos datos con pinzas y, en segundo lugar, cada noticia buena suele ir acompañada de otras tantas negativas.
Una de estas noticias buenas es que, como señalaba Juan Ramón Rallo, director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana, el ajuste de precios en el sector inmobiliario ya se ha producido en Estados Unidos, habiendo caído los precios un 33% entre 2007 y 2009, lo que significaría "un paso más hacia la recuperación". Esto se debería a la elevada flexibilidad del mercado estadounidense, a pesar de los intentos gubernamentales de obstaculizar este proceso.
Pero, por otro lado, existe una muy elevada incertidumbre respecto al futuro, debido en parte a los cambios y nuevas regulaciones que el presidente Obama planea: la reforma del sistema sanitario, regulaciones financieras y bancarias, o planes de estímulo para la energía verde, entre otras medidas. Esto podría estar desanimando a los inversores a arriesgar su capital a largo plazo, retrasando la recuperación.
Además, los problemas de sostenibilidad fiscal y monetaria son también significativos, y la necesidad de volver a la cordura fiscal, retirar las ingentes inyecciones de liquidez -el llamado problema de la estrategia de salida- y volver a la realidad, pueden provocar una crisis en forma de W, con una recuperación en falso y una caída posterior. Problemas similares se observan en otros países.
¿Será China la salvación de la economía global?
Durante unos meses, algunos analistas eran optimistas respecto a la pronta recuperación, poniendo su confianza en el intenso crecimiento de la economía china, alcanzando incluso tasas de dos dígitos. Éstos pensaban que China actuaría de motor de la economía mundial: su buena salud haría repuntar su demanda exterior, con lo que los países occidentales se beneficiarían de ese aumento en la demanda.
Sin embargo, pese a los espectaculares números del gigante asiático en 2009 -y en toda esta década-, existen importantes dudas sobre su sostenibilidad y temor a que las burbujas en las que ha incurrido el país estallen tarde o temprano. Además, también hay sospechas de que las estadísticas hayan sido manipuladas y fuertemente sesgadas por los políticos y burócratas chinos, no caracterizados precisamente por una transparencia exquisita.
¿Será Alemania la locomotora europea?
Otra de las esperanzas y señales de optimismo era la situación de la economía alemana. A pesar de haber sufrido un impacto notable, Alemania se recuperaría rápidamente en base a su fortaleza estructural, y actuaría como la "locomotora de Europa", echando una mano a las economías europeas más rezagadas.
Desafortunadamente, este escenario parece haber sido demasiado optimista, si bien no puede negarse que puede ser una de las economías con mayor fortaleza y mejores perspectivas. Pero lo cierto es que tras haber vivido en 2009 trimestres positivos, durante el cuarto trimestre la economía alemana se ha quedado estancada. Y esto a pesar de que, en julio de 2009, el ministro de economía alemán Karl-Theodor zu Guttenberg, anunciara que la recesión había terminado.
En contra del optimismo oficial, un análisis más cuidadoso revelaba ya entonces cómo los brotes verdes no arraigaban con firmeza en la economía alemana, y el ministro caía en el error de precipitarse al adelantarse a un futuro aún muy incierto. Como en otros países, los estímulos públicos -sobre todo las ayudas a compras de automóviles- crearon la sensación de recuperación, pero tan sólo duró unos meses.
Este tipo de soluciones no consisten más que en poner una sola tirita a un paciente con una grave enfermedad. Puede suavizar algunos problemas temporalmente, pero otros problemas quedarán sin ser atajados, con el agravante de que en realidad no se habrá solucionado nada. Y la economía alemana sufre de problemas considerables que no deben olvidarse, como son la restricción del crédito, la situación de la banca, y la creciente preocupación por las finanzas públicas.
En definitiva, la ansiada recuperación sigue siendo incierta por el momento, aunque tampoco se puede descartar que algunos países resuelvan sus problemas con mucho mejor tino y rapidez que otros. Ésta es también la opinión de los bancos centrales, los cuales ya no se arriesgan a pronosticar escenarios tan positivos como hace apenas unos meses.
"La sostenibilidad de la deuda soberana en los mercados emergentes fue durante mucho tiempo la preocupación tanto de inversores, como del Fondo Monetario Internacional"… Otros pagarán la deuda soberana actual (Expansión – 15/2/10)
En su día, Michel Camdessus, ex director del FMI, se dedicó a estudiar, no sin cierto recelo, el estado financiero de Brasil. Cuando por fin se mostró satisfecho, el FMI financió un acuerdo de derecho de giro a favor de Brasil en diciembre de 1998. El tiempo ha demostrado que los cálculos fueron correctos. Una década después, tanto inversores como analistas depositan su confianza en las economías emergentes. Puede que las ecuaciones sean complejas, pero el principio es bastante sencillo.
Los ministros de Finanzas, cuando estudian sus necesidades de deuda, piensan en que el ritmo de crecimiento económico del país a largo plazo tiene que ser capaz, como mínimo, de hacer frente a los cupones de la nueva deuda. Si el crecimiento es superior al tipo de interés, los niveles de deuda caen. Si es el mismo, la deuda se estabiliza y, si es inferior, hay dos alternativas: la primera, emitir más bonos para hacer frente a los pagos.
Ésa es la actual relación déficit-gasto de países como Reino Unido, EEUU y España, que permiten un aumento de su nivel de endeudamiento.
Segunda, si los niveles de deuda ya son demasiado elevados, habrá que recortar el gasto, incurriendo en un superávit presupuestario primario.
¿Cuáles son las consecuencias? Alemania es un buen ejemplo. Su tasa de crecimiento nominal a largo plazo ronda el 3,8%, cifra superior a la rentabilidad de los bonos a diez años, del 3,2%.
Credit Suisse sugiere que, para mantener su ratio de deuda estable con respecto a la producción, Alemania puede permitirse un mayor estímulo de la economía y un bajo nivel de déficit. Irlanda y Grecia están en la posición contraria. Las críticas a los datos utilizados en los distintos modelos son lícitas.
No obstante, después de tener en cuenta factores como las pensiones y el sistema sanitario del futuro, como ha hecho Société Générale, casi todos los gobiernos ya se pueden considerar insolventes. La deuda de EEUU, después de incluir todos estos pasivos, es cinco veces superior al tamaño de su economía.
Sin embargo, el futuro, podrían decir los atormentados ministros de Finanzas, es incierto y serán otros, en cualquier caso, los que tengan que enfrentarse al problema.
– La Guerra de los Gráficos – El déficit fiscal es el síntoma del problema, no la causa (Expansión – 16/2/10)
(Por Edward Hugh) Lectura recomendada
Parece que estamos asistiendo a la llegada de un nuevo tipo de batalla de la información. En lo que debemos considerar como un nuevo giro a la vieja dialéctica de golpe contra golpe, una combinación de Internet como medio y un software de gestión de datos más sofisticado añaden una dimensión adicional al debate actual sobre la crisis. Estamos asistiendo al nacimiento de lo que podríamos llamar "la guerra de los gráficos". Creo que se podría decir que la última fase de esa guerra comenzó cuando el premio Nobel de economía Paul Krugman colocó este sencillo grafico en su blog.
A los representantes del Reino de España esto no les hizo ninguna gracia, y devolvieron el golpe durante su gira de Londres (a manos de Elena Salgado y Manuel Campa), quienes proporcionaron su propia versión del tema:
España, según el mensaje gubernamental no está tan mal, ya que la posición de Italia es mucho peor. Pero no hay que olvidar que las estadísticas de costes laborales en España se han visto beneficiadas por los 3 millones de trabajadores no cualificados al número de parados y el cierre de una gran parte de la industria de la construcción (llevando la tasa de desempleo hasta el 19,5%). De este modo, la eliminación de muchos trabajadores de baja productividad ha hecho que el poder productivo de los demás se vea mucho mejor (ya que la productividad promedio de los ocupados ha aumentado). ¿Pero no es precisamente ése el origen el déficit fiscal? Estos trabajadores que ya no trabajan están siendo apoyados por el resto a través del sistema español de bienestar social, por lo que la mejora de la productividad (por lo que el conjunto de España se refiere) es simplemente una ilusión óptica.
Este es un punto que Krugman podría haber recogido, pero no lo hizo aunque lo ha complementado con una exposición más completa de cartas muy reveladoras. La cuestión fundamental de España, como destaca Krugman, no es en esencia un problema fiscal, como se puede ver claramente en la siguiente comparación entre los déficits fiscales alemán y español.
Como se puede ver, España no tenía ningún problema fiscal hasta que la burbuja inmobiliaria estalló. Pero después, la necesidad de apuntalar la economía, y dar apoyo a los trabajadores "improductivos" (que ya no trabajan) está produciendo un déficit fiscal enorme. Así pues, la cuestión fiscal en España es un síntoma, no una causa. La raíz del problema reside en las distorsiones estructurales producidas por la masivo sobrecalentamiento de la economía durante los años del boom, un sobrecalentamiento que condujo a una inflación excesiva, la dependencia a gran escala de las importaciones y una pérdida total de competitividad en el sector no-comerciable internacionalmente (aquellos no susceptibles de comercio internacional), una pérdida de competitividad que incluso el Reino de España reconoce. El problema con el argumento del gobierno español es que parece dejar de lado el hecho de que los trabajadores que están desplegados en el sector no-comerciable también comen pan y van a la peluquería o suben en taxis y compran o alquilan casas como todo los demás. Así que ellos mismos deben pagar los precios fijados en el sector no-comerciable, y sus salarios deben reflejar este hecho. Por lo tanto un problema que tiene sus orígenes en el sector no-comerciable se convierte en una cosa mucho más general. Y este problema aparece, naturalmente, en la balanza por cuenta corriente.
Por supuesto, hay más de una manera de pelar una cebolla, y hay también una variedad de formas diferentes de medir la competitividad (deflactor del PIB, los costes laborales unitarios, etc.) Mi favorito se conoce como el Tipo de Cambio Real (REER), y muestra a qué clase de tipo virtual la Peseta comerciaría con el Deutsche Mark (si los dos todavía existieran, por supuesto).
"Smokin' Gun"
De hecho, analistas en PNB Paribas han utilizado recientemente el argumento del tipo de cambio efectivo para dar una vuelta adicional a la tuerca, y han mostrado cómo, lejos de abordar las cuestiones de competitividad en Grecia y España, el reciente brote del gasto fiscal de hecho simplemente ha empeorado la situación.
Este argumentario se puede presentar con dos gráficos sencillos. El BCE aumentó la liquidez en el sistema bancario español en junio pasado a través de una inyección masiva de financiación al plazo de un año.
La banca española utilizó a su vez ese dinero para comprar deuda pública española y así financiar el déficit público, llevando a una gran inyección de la demanda en la economía real. Pero, ¿qué le pasó a esa demanda? Basta con mirar la tabla de abajo. El déficit comercial empezó a aumentar de nuevo, ya que los españoles hicieron uso de su poder de gasto adicional para comprar aún más productos extranjeros.
Así que esencialmente el tema es éste. La economía de España no se recuperará, y no volverá al crecimiento hasta que los productos españoles sean más atractivos en términos de precio, y esto sólo significa una cosa: una especie de devaluación interna es inevitable, y el discurso sobre la corrección exclusivamente fiscal es simplemente un intento de eliminar el humo sin entrar en el problema de la extinción del incendio que lo produce.
– La opinión de los "alfiles" (la "licuación" de la deuda por la vía inflacionaria)
– El futuro del capitalismo, según Raghuram Rajan (The Wall Street Journal – 29/12/09)
(Por Mark Whitehouse)
Raghuram Rajan, un economista de la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago, se ha granjeado una reputación de vidente. En 2005, en un homenaje al entonces presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan, presentó un estudio que indicaba que los avances financieros de las últimas décadas podrían conducir al desastre. Esta fue una posición poco popular que recibió duras críticas en aquel entonces. Ahora la gente le presta atención a lo que dice.
Rajan, quien se desempeñó como economista jefe del Fondo Monetario Internacional entre 2003 y 2006, habló con The Wall Street Journal sobre las implicaciones del desempeño económico de EEUU en esta década y cómo ha afectado las percepciones del modelo estadounidense de capitalismo.
WSJ: ¿La década de 2000, con el derrumbe de Enron, la explosión de la burbuja de Internet y el Gran Pánico, desacreditaron el modelo estadounidense de capitalismo?
Rajan: La retórica ha cambiado considerablemente. La gente ya no dice que EEUU es un lugar para emular. EEUU solía ser muy bueno para regañar, así que ahora, por supuesto, otros países están aprovechando la ocasión para no escuchar sus consejos.
Algunos están concluyendo que el capitalismo no funciona. El problema es que no tienen nada razonable con que reemplazarlo. Decir que necesitamos más regulación no equivale a decir que los mercados no funcionan.
WSJ: Usted viaja por todo el mundo asesorando a gobiernos y bancos centrales, muchos de los cuales han aspirado al modelo estadounidense. ¿Cómo ha cambiado su actitud?
Rajan: La gente en otros países está tomando esta crisis como la oportunidad para hacer algo contra la amenaza que el capitalismo estadounidense representaba para su cómoda existencia. La economía de la élite gana terreno, con sus campeones nacionales y diferentes formas de proteccionismo.
Le daré un ejemplo. Estaba en India, dirigiendo un comité sobre reformas al sector financiero. Una de nuestras propuestas era que deberíamos considerar reducir el dominio de los bancos nacionales en el sistema. La respuesta fue "de hecho, ahora estamos adelantados, vea cómo EEUU ha nacionalizado sus bancos".
WSJ: ¿Cómo espera que el modelo de capitalismo de EEUU cambie como resultado de la crisis? ¿Puede recuperar su credibilidad?
Rajan: Dados los otros modelos que hemos ensayado en el pasado, este parece funcionar muy bien. Es casi como la democracia: el mayor bien para la mayor cantidad de personas.
La pregunta es cómo conseguir los beneficios sin el exceso de volatilidad que está ahora en el sistema. Creo que eso es a lo que nos enfrentaremos en los próximos años. Vamos a debatir si necesitamos una mejor red de seguridad, vamos a debatir si las finanzas deberían ser tan riesgosas como lo han sido.
Podríamos optar por una mayor seguridad y menor riesgo, pero deberíamos hacerlo con los ojos abiertos. No podemos tener el dinamismo y, a la vez, esperar mucha más seguridad.
WSJ: ¿Es posible saber si la opción de la que habla, menos dinamismo a cambio de más seguridad, funcionará? ¿La economía tiene alguna forma de predecir el desenlace?
Rajan: La verdad es que nadie sabe. Estamos manejando tantas cosas a la vez. Uno desea mantener suficientes incentivos para obtener el dinamismo, pero en la práctica probablemente va a cometer errores. Esta es realmente la historia de cómo regulamos. Cada vez que el péndulo oscila, obtenemos cosas que luego nos damos cuenta que fueron excesivas y otras cosas que creemos que son absolutamente necesarias en una economía moderna.
– La globalización después de la crisis (Expansión – 29/12/09)
(Por Justin Yifu Lin. Economista principal del Banco Mundial)
La economía mundial acaba de pasar por una recesión profunda marcada por la turbulencia financiera, la destrucción en gran escala de la riqueza y caídas en la producción industrial y el comercio global.
De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, el continuo deterioro del mercado laboral en 2009 puede conducir a un incremento estimado del desempleo mundial de 39 a 61 millones de trabajadores con relación al 2007. Para fines de este año, las filas mundiales de desempleados pueden oscilar entre 219 y 241 millones, la cifra más alta de la que se tenga registro.
Mientras tanto, se espera que el crecimiento global de los salarios reales, que se desaceleró drásticamente en 2008, haya caído aún más en 2009, a pesar de las señales de una posible recuperación económica. En un muestreo de 53 países sobre los que existen datos disponibles, el crecimiento mediano de los salarios reales promedio había declinado de 4,3% en 2007 a 1,4% en 2008.
El Banco Mundial advierte que otros 89 millones de personas pueden caer en la pobreza tras la crisis, que se sumarían a los alrededor de 1.400 millones de personas que en 2005 vivían por debajo de la línea internacional de la pobreza de 1,25 dólar por día.
Críticas a la globalización
En este clima, la globalización ha sido objeto de duras críticas, incluso de parte de líderes de países en desarrollo que se beneficiaron fuertemente con ella. El presidente Yoweri Museveni, a quien se le reconoce ampliamente el mérito de integrar a Uganda a los mercados mundiales, ha dicho que la globalización es "el mismo viejo orden con nuevos medios de control, nuevos medios de opresión, nuevos medios de marginación" por parte de los países ricos que buscan asegurarse el acceso a los mercados de los países en desarrollo.
Sin embargo, la alternativa a la integración global ofrece escaso atractivo.
De hecho, si bien cerrar una economía puede aislarla de sobresaltos, también puede resultar en un estancamiento y hasta en serias crisis internas. Los ejemplos actuales incluyen a Myanmar y Corea del Norte; antes de su liberalización económica, China, Vietnam e India estaban en el mismo bote.
Para asegurar una salida duradera de la crisis, y sentar los cimientos para un crecimiento sostenido y extendido en un mundo globalizado, los países en desarrollo en 2010 y después deben extraer las lecciones correctas de la historia.
En la crisis actual, China, India y ciertos países de mercados emergentes se están desenvolviendo bastante bien. Todos estos países tenían balances externos sólidos y un amplio espacio para la maniobra fiscal antes de la crisis, lo que les permitió aplicar políticas contracíclicas para combatir las sacudidas externas.
También han alimentado industrias en línea con su ventaja comparativa, lo que los ayudó a capear el temporal. Por cierto, la ventaja comparativa -determinada por la abundancia relativa de mano de obra, recursos naturales y dotaciones de capital- es la base para la competitividad, lo que a su vez apuntala un crecimiento dinámico y posturas fiscales y externas sólidas.
Por el contrario, si un país intenta resistirse a su ventaja comparativa, por ejemplo, adoptando una estrategia de sustitución de las importaciones para perseguir el desarrollo de industrias intensivas en capital o de alta tecnología en una economía donde el capital escasea, el gobierno puede recurrir a subsidios y protecciones distorsionadoras que perjudican el desempeño económico.
A su vez, esto amenaza con debilitar tanto la posición fiscal del gobierno como la cuenta de la economía con el exterior. Sin la capacidad para tomar medidas contracíclicas oportunas, este tipo de países tienen un desempeño deficiente cuando acecha la crisis.
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