Descargar

Descentralización (página 2)


Partes: 1, 2, 3

Mas la obtención de la homogeneidad social, independientemente de nuestra voluntad, y como lo muestra la historia, no es cuestión de años ni décadas, sino de siglos.

¿Debemos entonces esperar paciente- mente que transcurran nuevos siglos, sin que entre tanto podamos hacer nada para ir alcanzando los objetivos descentralizadores? Ciertamente no.

Sobre todo, por el hecho de que tenemos a mano la posibilidad histórica de convertir esa debilidad -la heterogeneidad social- en una poderosísima fuerza descentralizadora.

Porque en efecto son potencialmente grandes fuerzas des centralistas los componentes regionalistas de la heterogeneidad social. Los resultados de las elecciones municipales en el Perú son cada vez más claros en ese sentido. Y los de la que acaban de realizarse en 1998, no nos dejan lugar a dudas.

De los cuatro grandes países desarrolla- dos y descentralizados que acabamos de mencionar, dos son repúblicas unitarias: Francia y Japón, aunque en este último figure nominal y paradójicamente en la cúspide del poder oficial un emperador sin imperio (en tanto que no tiene colonias); y los otros dos, Estados Unidos y Alemania, son repúblicas federales.

Históricamente, las 13 Colonias fundado- ras, en el caso del primero, y más de 350 pequeños estados, en el caso del segundo, die- ron origen al federalismo.

Como ellos, el Perú, como pocos pueblos en la historia de la humanidad, tiene tanto o más derecho a ser una república federal que una república unitaria. Y muchísimo más derecho a ser una república federal que una republiquita imperial.

Nuestro milenario pasado plurinacional, cuyas expresiones regionales, culturales y lingüísticas aún se mantienen vivas, son un magnífico y extraordinariamente valioso sustento para que, legítimamente, los pueblos del Perú aspiren a transformar la achacosa, subdesarrollante y centralista "república imperial" en la que estamos muriendo todos y a pocos, en una moderna y descentralizadora república federal.

En todo caso, la idea no es ni propia ni nueva. Por paradójico que pueda resultar, fueron los "demócratas" y "liberales" peruanos del siglo pasado -con Nicolás de Piérola y Augusto Durand a la cabeza, como nos lo recuerda Mariátegui 69-, quienes hicieron las primeras declaraciones en ese sentido, pronunciándose directa y explícitamente a favor del federalismo.

En esa época, a fines del siglo pasado, "hasta aparece, de repente, como por ensalmo, un partido federal" -recuerda Mariátegui 70-, quien agrega: "La tesis centralista resulta entonces exclusivamente sostenida por los civilistas que en 1873 [con el propio Manuel Pardo a la cabeza] se mostraron inclinados a actuar una política descentralizadora".

¡Qué historia la de Pardo! ¡Se negó a sí mismo hasta dos veces! ¡Traicionó al Perú gravemente dos veces! No obstante, la historiografía tradicional sigue considerándolo u- no de los prohombres del Perú.

Desde entonces, muy pocos se han atrevido a sostener abiertamente la tesis de la conversión del Perú en una república federal, conformada como por ejemplo lo propone hoy valientemente Alfredo Pezo Paredes por "naciones regionales" 71.

Y es que, de manera perversa y grotesca, los adalides del centralismo, confundiendo malintencionadamente federalismo con separatismo, chantajean con el sambenito de que atenta contra la unidad nacional.

Pero también es cierto que los liberales y sus ideas federalistas, en el siglo pasado, cayeron en el descrédito cuando como una vez más nos lo recuerda Mariátegui quedó en evidencia "que no obstante su profesión de fe federalista, sólo esgrime[n] la idea de federación con fines de propaganda".

Y es que, a pesar de formar parte del Gabinete Ministerial, y de contar con mayoría parlamentaria durante el gobierno de José Perdono mostraron "ninguna intención de reanudar la batalla federalista" 72.

Sin embargo, a pesar de esos antecedentes, y a pesar del chantaje, no debemos amilanarnos. Proponer nuevamente la idea de convertir al Perú en una república federal como también lo son Brasil, Argentina y México, en tanto que es, muy probablemente, la mejor solución histórica para lograr la descentralización, es entonces también fundamentalmente patriótico.

Y, al fin y al cabo, no habrá de ser una élite intelectual la que finalmente concrete el proyecto. Habrán de hacerlo los hombres y mujeres que legítimamente llevan en sus venas la herencia de las grandes naciones del Perú antiguo: tallanes, chimú, chavín, caja- marcas, chachapoyas, limas, icas, chankas, huancas, inkas, antis y kollas, entre otros.

El contexto:

Factor determinante externo

No obstante, y para no crearnos falsas ilusiones, debemos tener absoluta conciencia de que la tarea no es ni habrá de ser fácil.

No sólo porque el centralismo interno

Aunque sólo fuera inconscientemente desatará todas sus armas y todas sus furias, viejas y nuevas, contra la idea y contra el proyecto. Sino, fundamentalmente, porque el centralismo -como está visto-, no depende tan sólo del contexto interno, y no depende sólo de la forma de organizar el gobierno.

El federalismo, por sí sólo no es garantía de descentralización. Basta mirar a nuestro

Entorno geográfico y cultural más relevante: como parte de él, Argentina, Brasil y México, siendo repúblicas federales, son no obstante países centralizados, aunque por cierto en una situación sensiblemente menos compro- metedora y grave que la del Perú.

Esos buenos ejemplos, una vez más, de- ben hacernos volver la mirada al centro de la cuestión, al factor largamente más gravitante: el contexto dentro del que se encuentran todos y cada uno de nuestros países.

Es ese contexto común el que, a fin de cuentas, define que los pueblos de América Latina ya como repúblicas unitarias o ya como repúblicas federales, sea que hablemos castellano, portugués, francés o inglés; o sea que tengamos 200 o 100 años de vida formalmente independiente, sean todos igual- mente subdesarrollado centralizados.

Ese contexto no es otro que el de la Octava Ola de la civilización occidental 73: la del capitalismo mundial bajo hegemonía norteamericana.

Es absurdo pretender ocultar el sol con un dedo; en todas las grandes olas de la civilización se ha dado el mismo fenómeno: el centro hegemónico impone en su entorno sus intereses y objetivos, durante larguísimas -pe- ro siempre finitas- décadas, y de manera absoluta e inexorable, más allá de la voluntad de los pueblos que caen bajo su influencia y dominación.

En el siglo pasado ya como países formalmente independientes-, estando Inglaterra significativamente más distante, y siendo las comunicaciones notablemente más lentas, menos masivas y menos eficientes que las de hoy, no pudimos escapar a su hegemonía.

Cuánto más difícil pues habrá de resultarnos escapar de la dominación económico

Financiera, tecnológica y cultural que impone hoy Estados Unidos.

Aunque en el fuero interno nos resulte incómodo y hasta repulsivo admitirlo, objetivamente formamos parte del último círculo de los intereses norteamericanos, esto es, de aquella porción periférica de su entorno a la que despectivamente ellos mismos han de- nominado su "propio patio trasero" -como textualmente dijera en 1941 el funcionario del Departamento de Estado Norteamericano J. F. Melby Dicho sea de paso, los pueblos latinoamericanos están aún a la espera de las disculpas correspondientes.

Y, aunque desagradable, la analogía es pedagógicamente útil. Porque, en efecto, si el "dueño" ordena, manda y se impone en su casa, es generalmente con sus peores mane- ras y modales como ordena, manda e impone las cosas en "su patio trasero".

Es elegante y fino en la sala con sus socios más importantes (Inglaterra, Alemania, Japón y el resto del famoso G7), pero rudo y grosero, cruel y desleal con los trabajadores de "su patio trasero" -recuérdese, por ejemplo, la conducta norteamericana frente a la Guerra de las Malvinas, para citar sólo la última de mil viles actuaciones del Gobierno Norteamericano en América Latina; o la notable ausencia del presidente Clinton en Brasilia, durante la reciente firma del acuerdo final entre Perú y Ecuador, el último de sus desplantes-.

No nos engañemos pues. No existe razón alguna para que América Latina pase a ocupar un rol más destacado frente a Estados U- nidos. Y ninguna posibilidad, ni siquiera en los próximos cincuenta años, de que podamos actuar de igual a igual frente a él.

Por un largo tiempo por delante, sus intereses y objetivos prioritarios estarán orien

Todos hacia Europa y Japón. Y nuestros asuntos tendrán una subalterna importancia. Mientras ello siga ocurriendo, la gigantesca economía norteamericana dominará total- mente en su entorno, es decir, también en el nuestro.

La hegemonía norteamericana se ha impuesto virtualmente en todo el planeta. Hay pues virtualmente un sólo centro, y todo el resto forma parte de "su periferia". Es decir, Estados Unidos ha convertido el centralismo en un fenómeno planetario.

Bien podemos decir pues que asistimos al mego centralismo global absolutamente distinto y opuesto a la "mega tendencia descentra lista mundial" que ilusoria y erróneamente han empezado a "ver" algunos autores 75.

A lo largo de la historia, y en tanto per- dura la hegemonía, todo lo que inadvertida o deliberadamente imponen los centros hegemónicos, se termina convirtiendo en una no- da, que se generaliza y reproduce en el área de influencia, pero fundamentalmente dentro de los pueblos que no tienen cómo contrarrestarla.

Así, el mega-centralismo global da origen al centralismo en los países, y dentro de éstos al centralismo en las regiones, y dentro de éstas al centralismo en las provincias, y dentro de éstas al centralismo en los distritos…

Y es que la influencia del centro hegemónico es enorme. Porque la desproporción de sus fuerzas -respecto de las nuestras- es abismal. Nunca debe perderse de vista, por ejemplo, que el PBI de Estados Unidos es 15 veces más grande que el de Brasil, el gigante sudamericano; y 150 veces más grande que el del Perú.

¿Qué posibilidades de vencer o empatar tiene alguien que se enfrenta contra 150

Como él? Y cuidado, no nos dejemos seducir por el mito de David y Goliat.

No nos engañemos,

Es un asunto de siglos

Las grandes conquistas económicas sociales de los pueblos en su historia -como ha insistido Jacques Lambert 76 se han labrado a lo largo de siglos.

Es el caso del desarrollo descentralización bienestar, de los pueblos de Europa, Estados Unidos o Japón, por ejemplo.

Desgraciadamente, sin embargo, los tex- tos de Historia no dejan esa sensación, ni consistentemente muestran esa enseñanza. Ni ilustran adecuadamente tampoco que ello sólo pudo ser logrado dentro de un contexto internacional favorable, y nunca, ni por ex-

Capción, dentro de un contexto adverso, esto es, a la sombra de la hegemonía de otro.

Aunque de una manera muy esquemática, el Gráfico N° 3 pretende mostrar la significativa diferencia que existe entre la progresión histórica de algunos países desarrollados (Japón, Suiza, Inglaterra y Estados Unidos -para el que hemos forzado el esquema-) con la de los países subdesarrollados de América Latina.

En el caso de los primeros, Japón es el único que nunca ha experimentado en su territorio la hegemonía de una potencia imperial. Nunca ha sido colonia. Suiza e Inglaterra, en cambio, han tenido en su experiencia, durante varios siglos, la hegemonía ro- mana. No obstante, de ello hace tanto como mil seiscientos años.

Es decir como indicaba hace décadas Augusto Salazar Bondi, llevan 16 siglos sin ver inhibido o interrumpido su crecimiento y

Desarrollo por la hegemonía y dominación de otro u otros pueblos.

A otro tanto equivale la experiencia histórica de Estados Unidos (como un brazo de la experiencia de Inglaterra, mas no en la experiencia de los pueblos nativos de Norteamérica, que fueron virtualmente exterminados).

Así, continuamente han ido alcanzando cada vez mayor desarrollo y riqueza. No puede sin embargo dejar de destacarse que esos pueblos, durante los períodos de hegemonía del que han sido protagonistas en los últimos siglos, han incrementado su riqueza con la que extrajeron de sus colonias, y con la que siguen extrayendo de los espacios económicos que tienen absolutamente dominados.

Los pueblos de América Latina, en cambio, hace cinco siglos que ven frustrada la realización de su Proyecto Nacional, sometidos sucesivamente a la hegemonía de España, Inglaterra y Estados Unidos, y otros a la de Portugal, Holanda o Francia; hacia cuyos territorios, de muy diversas formas, han transferido y siguen transfiriendo riqueza.

Es decir, en más de un sentido (dependencia y pobreza relativa), casi podría decir- se -como lo indican las flechas en el gráfico que recién estamos como cuando Suiza o Inglaterra transitaban las últimas décadas de la hegemonía romana.

Resulta "ideal" la historia de aquellos pueblos que nunca han estado sometidos a la hegemonía de otros. ¿Es quizá ese el caso de Japón? Así parece haber ocurrido, en todo caso, en los últimos 22 siglos.

Ese trascendental privilegio que de manera inadmisible soslayan algunos autores- es el que permite que hoy pueda decirse que uno de los aspectos más destacables de la historia japonesa ha sido -como afirma Toyomasa Fusé "la capacidad que tuvo para combinar un alto grado de desarrollo eco- nómico con el mantenimiento de su identidad cultural".

Lo que Toyomasa Fusé se niega sin embargo a admitir y ese es su problema es que esa capacidad es una consecuencia de la independencia, de la libertad de que ha goza- do Japón, resultante a su vez, casi fúndanme- talmente, de su azaroso aislamiento en el Ex- tremo Oriente.

No se pretende indicar que para que los pueblos de América Latina alcancen el Desarrollo del que hoy disfrutan los suizos o japoneses deban necesariamente transcurrir veinte siglos. Pero sí que el asunto, larga- mente, es cuestión de siglos, y no de décadas como ilusoriamente por lo general se cree.

Y también debe quedar claro que para iniciar el despegue, para poder iniciarlo real- mente, debe quebrarse la dependencia de la hegemonía político-económica de Estados Unidos y, tan importante como ello, no caer en otra -porque ese peligro siempre estará latente-.

Un déficit histórico inverosímil

Desangrado y destruido durante largos tres siglos por el imperialismo español, prolongado luego el saqueo, por otros dos siglos, por los imperialismos inglés y norteamericano, ¿cómo puede extrañar que en sus potencialidades más valiosas (el hombre y él territorio), el Perú exhiba la increíble pobreza, el subdesarrollo material y el abrumador centralismo de hoy?

En su conjunto, los sucesivos imperialismos han creado en el Perú un déficit histórico

Gigantesco. Veamos para ilustrar nuestra afirmación algunas cifras muy poco conocidas, sobre aspectos que, sin embargo, son de dominio público.

Para dramatizar nuestra exposición, y a fin de que se tenga una idea, por ejemplo, de la pobreza de la red vial del Perú, comparemos con ayuda del Gráfico Nº 4- su red de carreteras de primera categoría (A) -en la que no hay ni 500 Ms de autopistas-, con la que debería tener si fuera proporcionalmente equivalente a la de Alemania (B).

La diferencia es harto elocuente y extra- ordinariamente significativa. Remontarla representaría más de 700 000 millones de dólares de inversión (sólo pues en ese rubro, sin incluir ferrocarriles, por ejemplo).

Para alcanzar los estándares de otros países subdesarrollados de América Latina aquellos que no sufrieron tan gravemente la explotación del imperialismo español-, el Perú requiere, como mínimo -y de acuerdo a estimados propios- hacer un impresionante esfuerzo de inversión y, aunque sólo estima- do para 20 años, un enorme incremento en algunos rubros (*) del gasto social a cargo del Estado:

Objetivo Inversión

Infraestructura. De comunicaciones 185,250

Vivienda e infraestructura. Urbana 154,100

Seguridad ciudadana 10,000

Educación y Salud 44,200

Desarrollo agropecuario 10,750

Desarrollo turístico 7,500

Nuevos puestos de trabajo 95,000

Es decir, incluyendo sólo lo mínimo in- dispensable, el total se eleva a la gigantesca cifra de 506 800 millones de dólares. Esto es,

Tramos seriamente afectados por el fenómeno de "El Niño".

Casi tanto -según creemos- como lo que extrajo el imperialismo español de nuestro territorio.

Asumiendo que la capacidad de inversión del país -que hoy es del orden del 15 % del PBI- pudiera crecer excepcional y sostenida- mente a un ritmo promedio de 5 % anual, tendríamos que esperar por lo menos 105 a- nos para equiparar al Perú con el nivel pro- medio de desarrollo infraestructural de los países mejor equipados de América Latina. Pero, además, siempre que ellos crezcan so- lamente a un ritmo promedio anual de 2 % 78.

Es decir, la tragedia histórica peruana -en el lenguaje de los jóvenes de hoy- es alucinante. Casi, diríamos, no hemos empezado a andar.

El déficit, pues, como está dicho, es real- mente inaudito. Cubrirlo, habrá de demandar a los peruanos un esfuerzo gigantesco, habida cuenta de que, previamente, se den en el contexto las condiciones favorables.

Entre tanto, los avances que vayamos dando serán insignificantes, sobre todo si se les compara con los que, en el mismo tiempo, habrá de ir alcanzando los pueblos desarrollados, con los que, por ahora, la brecha en lugar de ir disminuyendo, se va agrandando sistemáticamente.

El difícil contexto internacional

En relación con la descentralización del país, el reto que tenemos los peruanos es gigantesco. De proporciones sobre las que nunca hemos tenido conciencia.

Entre otras razones, porque las verdaderas magnitudes del desafío siempre nos han sido esquivas, o, en su defecto, porque de manera deliberada han sido sistemáticamente ocultadas a los pueblos del Perú.

Mas, sea como fuese, tenemos derecho a mejores condiciones de vida, en el hogar y en nuestro propio entorno. Debemos pues hacer absolutamente todo lo que esté a nuestro al- cance por mejorarlas.

Descentralización: no una

Sino la condición indispensable para el desarrollo

Viendo individualmente a todos y cada uno de los países desarrollados del Norte, desde Japón, pasando por Estados Unidos y España, hasta Alemania, Suecia y los demás, debemos poner énfasis en cuatro constata- cienes importantísimas:

a) Han alcanzado el desarrollo países con culturas, idiomas y condiciones geográficas y naturales muy diferentes; es decir,

Ninguno de esos tres factores es un común denominador del Desarrollo.

b) No todos los países que han alcanzado el Desarrollo pasaron previamente por la fa- se de hegemonía imperialista (es el caso, por ejemplo de Japón, Suiza, Suecia y varios otros países de Europa, o el de Australia); esto es, la fase de hegemonía imperialista no es tampoco un común denominador y condición del Desarrollo.

c) Todos, sin excepción, son sin embargo al propio tiempo desarrollados y no centralizados; es decir, la descentralización sí es pues un común denominador del Desarrollo, y;

d) Históricamente, sin excepción, el no centralismo -es decir, la dispersión natural de la población y de las actividades eco- nómicas en los correspondientes territorios de esos países- ha estado presente antes de alcanzarse el Desarrollo.

De ello puede -y debe- colegirse que, a diferencia de las culturas, idiomas, condiciones geográficas y naturales, y a diferencia de la hegemonía imperialista, el no centralismo sí es una condición indispensable para alcanzar el Desarrollo.

Así, el no-centralismo -nos atrevemos a decir-, asoma nítidamente como la condición

Del Desarrollo, la primera y más importante, la única imprescindible.

Es decir, a diferencia de los pueblos desarrollados del Norte -que nunca estuvieron centralizados, y menos en los niveles en los que hoy se encuentran nuestros países-, los pueblos subdesarrollados de América Latina tenemos un desafío que ellos no tuvieron: descentralizarnos.

Tenemos, entonces, un doble desafío: des- centralizarnos y desarrollarnos. Porque ciertamente el reto no es descentralizar la pobreza.

En otros términos, mientras cada uno de los pueblos del Norte fue alcanzando el Desarrollo dentro de su propio contexto nacional absolutamente descentralizado, nosotros tenemos el reto de emprender la tarea del Desarrollo a partir de un grave centralismo.Históricamente, pues, la descentralización asoma entre nosotros como el más importante objetivo estratégico previo al Desarrollo.

A diferencia de nuestra perspectiva, la descentralización, absurda y erróneamente, es presentada por muchos economistas, políticos, gobiernos y organizaciones multilaterales en el mundo sólo como "una de las condiciones" para el Desarrollo, y no precisamente como la más importante y prioritaria para lograrlo.

Basta ver, por ejemplo -como lo haremos en detalle a continuación-, las propuestas y plataformas de Desarrollo que, a través del denominado "Consenso de Washington", plantean los más importantes y poderosos organismos financieros del mundo: el Fondo Monetario Internacional –FMI– y el Banco Mundial -BM-, para los que la descentralización ocupa tan sólo un lugar secundario y de ninguna prioridad.

Aunque sólo fuera por esta diferencia de perspectivas, la descentralización que debemos acometer tropieza ya pues con serios escollos. Y es que la opinión de esos organismos multilaterales en la vida de nuestros pueblos ha pasado a ser decisiva: en la práctica casi estamos haciendo sólo aquello que concuerda con sus opiniones, o, si se pre- fuere, sólo aquello que ellas diseñan y quieren que se haga.

Por lo demás, cuentan con la fuerza y los instrumentos de presión necesarios y suficientes para imponer su perspectiva. O, mejor, para imponer las políticas económicas financieras y de Desarrollo que convienen a los poderosísimos intereses de sus mentores: los grandes centros de poder político económico de Occidente.

El escenario mundial, pues, y en particular el de nuestra América, decisivamente nos resulta adverso y difícil. Y se mantendrá como tal mientras más tardemos en tener una imagen cabal y completa del mismo. Esto es, mientras más tardemos en conocer a ciencia cierta las fortalezas y debilidades de todos aquellos intereses locales, regionales e inter- nacionales que, por inercia o por interés, se oponen a nuestros objetivos de Desarrollo.

Pero también seguirá siéndonos adverso el contexto internacional en tanto no seamos capaces de diseñar:

a) nuestra propia y más adecuada estrategia de descentralización y Desarrollo, y

b) la más adecuada estrategia de diálogo, negociación y concertación con los organismos internacionales.

Y es que buena parte de lo que nos viene aconteciendo es responsabilidad directa e in- excusable de nosotros mismos. Mal haríamos

En soslayar nuestra propia responsabilidad.

¿Acaso nuestros gobiernos -pensemos en el de los nueve años del Presidente Fujimori, por ejemplo- le han planteado alguna vez al FMI y el BM nuestra urgencia de descentralización?

Al contrario, el FMI y el BM han sido testigos -quizá hasta con beneplácito-, conjuntamente con los pueblos del Perú -aunque con ostensible rechazo a su vez-, de que éste ha sido el gobierno más centralista en los casi doscientos años de nuestra historia republicana.

¿Cómo pues un gobierno obsesiva y hasta enfermizamente centralista iba a plantear la descentralización? ¿Acaso pretendemos esperar que el FMI y el BM, o el gobierno de los Estados Unidos y el Club de París, adopten la postura de más papistas que el Papa, para presionar a nuestros gobiernos a que asuman una estrategia descentralizadora en la que no creen ni unos ni otros?

No, nuestros interlocutores internacionales sólo dialogarán, negociarán y concertarán su apoyo a la descentralización de nuestros países, cuando nuestros gobiernos, de pie y no de rodillas, con lucidez y solvencia intelectual y científica, y con el evidente a- poyo de los distritos, provincias y regiones de los pueblos del Perú y el resto de América Latina, planteen cada uno su razonable y adecuada estrategia de descentralización, en el contexto de una también adecuada estrategia de diálogo respetuoso pero firme.

El difícil contexto internacional actual

Conozcamos pues primero, entonces, los difíciles escollos internacionales que tener

Que superar de cara a nuestro caro y sagrado objetivo estratégico de descentralización.

La hegemonía norteamericana

Hoy ya ningún economista del mundo, ni siquiera el más recalcitrantemente pro norteamericano, duda de la hegemonía real y efectiva de los Estados Unidos sobre el resto del mundo, pero, en particular, sobre las economías -y en el fondo las sociedades– de todos los países de América Latina. Un sólo dato es reveladoramente suficiente: la economía norteamericana es cuatro veces la de toda América Latina.

Ninguno duda tampoco de que, entre otras manifestaciones, esa hegemonía se ex- presa en el férreo control norteamericano sobre el FMI y el BM y, en consecuencia, en el férreo control norteamericano de las políticas reales y efectivas que imponen directamente esos dos importantísimos organismos multilaterales, y, de hecho, indirectamente otros

-Como el Club de París, por ejemplo- que han puesto como condición indispensable para cualquier plan de financiación o refinanciación la aquiescencia de aquéllos.

Lo cierto es que, en las actuales circunstancias, agobiados por la pobrísima capacidad de ahorro interno y por la insoportable magnitud de la deuda externa, nuestros gobiernos han sido presas que con enorme fa- calidad y docilidad se han tragado las pastillas de las "recetas" del FMI y el BM, o, si se prefiere, unas desagradables e ineficaces "pastillas de alquitrán".

En tales circunstancias nuestros países

-Como muy claramente insinúa la prestigiada economista inglesa Francés Stewart 79 -han

Sido objeto de una nefasta presión: "tragan la pastilla o no hay crédito".

En efecto, como reconocen Stewart y todos los economistas del mundo, el FMI y el BM han condicionado su apoyo financiero (los nuevos créditos) a la aceptación de sus recetas económicas (las pastillas de alquitrán), esto es, al paquete de políticas económico financieras que el norteamericano John William son bautizó en 1990 como "Consenso de Washington".

Veletas o marionetas

A pesar de que "históricamente América Latina ha tenido más independencia intelectual que cualquier otra región" -como generosa y objetivamente reconoce Francés Stewart 80- en la práctica las políticas eco- nómicas aplicadas en nuestros países se han diseñado o inspirado generalmente afuera. Y nosotros, siguiendo a pie juntillas la "moda", las hemos aceptado siempre como "las adecuadas" para alcanzar el Desarrollo.

Así, en los años cincuenta se puso de "moda" el keynesianismo norteamericano, esto es -y como indica Stewart-, la "firme creencia en el papel del Estado en los asuntos económicos y sociales" 81.

Convergente y coincidentemente, fueron llegando desde Europa -en boca de Ganar Mardal y otros economistas preocupados en el clamoroso subdesarrollo del Tercer Mundo

teorías que también ponían énfasis en el rol preponderante que debía cumplir el Estado en el Desarrollo de nuestros pueblos.

Y casi sin más, aunque con bastante atraso y desde una "perspectiva específicamente latinoamericana" -léase las teorías de Raúl

Previas y la CEPAL, por ejemplo-, y porque eran la "moda", fueron puestas en práctica por nuestros gobiernos, pero sin que ninguno reparase en que en ellas no había ninguna palabra en relación con la "descentralización.

El "keynesianismo" fue pues la primera ineficiente receta que se nos obligó a adoptar. Y es que ¿acaso había sido "el Estado" el secreto del Desarrollo que ya habían alcanzado los países del Norte al iniciarse el siglo xx?

No, el secreto del Desarrollo de los países del Norte no había sido la "preponderante participación del Estado en la Sociedad". Los secretos habían sido, por el contrario, y principalmente, la "descentralización política", la alta predisposición al ahorro y la inversión, y la consecuente y cuantiosa "inversión des- centralizada", realizada no en pocas décadas sino durante siglos.

¿Por qué, entonces, se nos recomendó una "solución técnica", una "receta distinta" a la que ellos habían seguido? ¿Fue acaso un error involuntario? ¿Fue quizá una maquia- bélica jugada, y con algún propósito específico? ¿Fue una simple pero deplorable y clamorosa torpeza? En todo caso, estas cruciales interrogantes están aún pendientes de res- puesta. ¡Y merecen respuesta!

Pues bien, las malhadadas y falsas "recetas estatistas" no habían empezado a dar sino insignificantes y hasta contra producen- tés resultados en torno a la Descentralización y el Desarrollo de nuestros países, cuando ya había cambiado la "moda" en el Norte: el "pensamiento keynesiano" había sido sustituido por el "pensamiento monetarista".

Así, en una violenta y gran contorsión malabarista de la que nadie se ruborizó, el rol que lleno de soberbia y seguridad el "keynesianismo" había asignado "al Estado" -un ente finalmente concreto-, el "monetarista

", Con idéntica soberbia y seguridad, se lo asignaba ahora "al Mercado" -un ente final- mente abstracto-.

Mas el novísimo "pensamiento monetarista", llegando en lo político de las férreas y amenazantes manos de hierro de Ronald Reagan y Margaret Tachar, no tuvo el más mínimo tropiezo para empezar a imponerse en nuestros países, aunque también desfasa- do en el tiempo.

Así, cual veletas o marionetas, los gobiernos de los pueblos latinoamericanos, sin plantear objeciones ni el más mínimo reparo, empezaron a ser "monitoreados" desde Washington a través del FMI y el BM.

Y la nueva "receta" era esta vez la del paquete de políticas económicas del eufemísticamente llamado "Consenso" y acertada- mente denominado "de Washington".

Como lo fue la receta del "estatismo keynesiano", la del "Consenso de Washington", es decir, la nueva "receta del Desarrollo" y sus correspondientes "programas de ajuste previos", no son sino -como lo demuestra Stewart 82- la convergencia de voluntades e intereses de:

a) la tecnocracia internacional del FMI, el BM y el resto de Instituciones Financieras Internacionales;

b) la profesión económica estadounidense y la pléyade de PhD latinoamericanos en Economía que luego de ser formados y graduarse en Norteamérica han llegado a nuestros países a ocupar importantísimos cargos en el manejo de los asuntos eco- nómicos y financieros;

c) el Gobierno de los Estados Unidos -el "amo no tan encubierto" como lo denomina Stewart-, y;

d) los intereses comerciales de Occidente -los "amos encubiertos", como los denomina la misma Stewart-. Es decir, en la elaboración de las teorías del "Consenso de Washington" han confluido los intereses de "todos", menos los de los que deberían ser los protagonistas: los gobiernos y pueblos de nuestros países.

¿Será acaso porque nosotros no sabemos qué queremos, qué necesitamos y cómo debemos manejarnos, y ellos, a pesar de sus malabarísticos saltos, tienen invariablemente siempre la razón y la verdad a la mano?

La novísima "pastilla de alquitrán"

Veamos pues el contenido de la nueva receta, la del "Consenso de Washington". Sus diez componentes son 83:

1) Disciplina fiscal;

2) Una sola tasa de cambio (la que fije el mercado);

3) Apertura comercial (con arancel bajo y uniforme);

4) Apertura financiera (los intereses los fija el mercado);

5) Reforma fiscal (ampliación de la base tributaria y cambio de impuestos di- rectos por indirectos);

6) Prioridad del gasto público en infra- estructura, salud y educación);

7) Promoción de la inversión extranjera directa;

8) Privatización de las empresas esta- tales;

9) Desregulación (eliminación de barreras burocráticas a la actividad eco- nómica), y;

10) Asegurar y ampliar el derecho de pro- piedad.

Una vez más tenemos derecho a preguntar: ¿ha sido acaso con esa receta que los países del Norte alcanzaron el Desarrollo ya en los albores del siglo xx? ¿Verdad que no?

¿Y entonces por qué nos recomiendan una medicina que no han utilizado nunca? Porque en rigor ni siquiera la utilizan hoy.

¿Acaso no nos consta a todos que Estados Unidos ha sido siempre el primero en violentar la receta de la "apertura comercial"? ¿A- Caso no consta a todos que Estados Unidos ha llegado a tener los más altos déficits fis- cales del planeta?

¿Y que el Estado Norteamericano sigue manteniendo en sus manos "industrias estratégicas", como la aeroespacial, que no está dispuesta a "privatizar"? ¿Y qué Estados U- nidos subsidia a sus agricultores de los gran- des valles centrales?

¿Acaso no consta a todos que la Co- munidad Europea acaba de aprobar en Berlín un plan de siete años para destinar 100 000 millones de dólares por año para subsidiar a la agricultura europea? ¿Y que Japón acaba de destinar la extraordinaria suma de 250 000 millones de dólares para salvar al sistema financiero privado de ese país?

¿Porque, pues -y valga la analogía-, ellos se inyectan suero para mantener el crecimiento y solidez de sus economías, y a nosotros nos recomiendan tomar "pastillas de alquitrán" para dar solidez a las nuestras?

¿Cuál es la racionalidad y consistencia de aplicar dos recetas distintas ante la misma enfermedad?

Por lo demás, no es difícil comprobar, otra vez, que la receta del "Consenso de Washington" no contiene tampoco ni una sola idea ni palabra sobre "descentralización". Ninguna.

Ni siquiera para guardar las apariencias de que es una propuesta verdaderamente técnica y científica. Y es que los tecnócratas del "Consenso de Washington" son como los pe- ces: viven en sociedades absolutamente des- centralizadas sin tener conciencia de ello, como aquéllos viven en el agua sin tener tampoco conciencia de ello.

Y tampoco tienen entonces conciencia

-Porque probablemente muchos de ellos lo desconocen- que en la historia de los países Desarrollados resulta incontrovertible la trascendental importancia del no-centralismo en el proceso del Desarrollo.

Ni de que, más específica y precisamente, el no-centralismo es condición indispensable e insustituible del Desarrollo. Y, en consecuencia, no tienen tampoco conciencia de que a los países subdesarrollados de América Latina que ellos tan soberbiamente monitorean, les resulta imperiosa la necesidad de a- tacar a fondo el problema del centralismo y erradicarlo.

¿Es que a los tecnócratas del "Consenso de Washington" no les ha resultado digno de reflexión y estudio el hecho de que el centralismo poblacional y económico de nuestros países sea en promedio más del doble del de los países desarrollados? ¿Es que no han reparado que ese centralismo es una lacra tan nefasta y peligrosa como el control estatal de la tasa de cambio o la irresponsabilidad en el manejo de los recursos fiscales?

¿Es que no son conscientes de que como aquellas otras es igualmente imperioso erra- dicar el centralismo suicida?

¿Es que no han reparado que el centralismo es tan absurdo y peligroso como poner "todos los huevos en una canasta", receta que los tecnócratas aborrecen cuando de invertir en la Bolsa se refiere, por ejemplo?

¿Por qué, en definitiva -nos pregunta- muslos tecnócratas del "Consenso de Washigton" no han reparado en el gravísimo problema del centralismo que afecta a todos los países latinoamericanos, y en especial al Perú, constituyéndose en un pesadísimo lastre que impide cualquier posibilidad de despegue económico?

¿Será acaso -nos preguntamos como de hipótesis-, porque nuestro centralismo en el fondo conviene a los intereses del Norte en general y de Washington en particular, en tanto que nos debilita cada vez más y, en con- secuencia, proporcionalmente fortalece cada vez más las posiciones del Norte y de Washington?

¿O será acaso simplemente porque "no la ven", esto es, porque no han reparado en la virtud de la descentralización -"su" descentralización- ni en los defectos del centralismo -"nuestro" centralismo-?

Sea como fuese, lo cierto e inobjetable es que los tecnócratas y PhD que manejan las políticas económicas de nuestros países, y que a rajatabla aplican la receta del "Consenso de Washington", no consideran en ella ni una sola palabra sobre nuestro problema objetivamente más acuciante: la descentralización. Es decir, éste es un asunto que no les preocupa y los tiene sin cuidado.

No obstante, y nuevamente cual veletas o marionetas, nuestros gobiernos, una vez más sin objeciones ni réplicas, han hecho suya, con tanta "fe" como "originalidad" y "firmeza", la nueva receta.

Y si las cosas no cambian en nuestros países, mañana nuestros gobiernos abandonarán esta segunda receta para aplicar una tercera que, eventualmente también, volverá a llegar como fruto de un nuevo salto malabarístico desde el Norte.

El extraño doble código del Norte

Nuestros pueblos tienen que tener con- ciencia de que los países del Norte -pero muy especialmente Estados Unidos bajo el gobierno de Reagan, e Inglaterra bajo el gobierno de Tachar- han venido actuando con un doble código digno de censura, por decir lo menos.

En efecto, mientras presionaban a los países de América Latina para que acataran la "receta monetarista", en la que "el Estado" debía inhibirse de actuar sobre "el Mercado" y reducirse a su mínima expresión, dejaban al propio tiempo a los Tigres del Asia haciendo olímpica y exactamente lo contrario.

Nadie duda que muy meritoriamente entre los Tigres del Asia -Taiwán y Corea del Sur, en particular- se logró alcanzar tasas de ahorro e inversión extraordinarias, que llega- ron a alcanzar durante varias décadas hasta el

30 % del PBI, y que en más de una ocasión

-como en el caso de Tailandia- llegaron al récord de 37 % del PBI.

Pero todos saben también que, en el caso de Corea del Sur, por ejemplo, el Estado jugó un papel decisivo para lograr su exitosa industrialización.

Stewart -recogiendo formulaciones de Amsden-, nos recuerda en este sentido que el Estado coreano intervino "deliberadamente con subsidios para distorsionar los precios relativos con el fin de estimular la actividad económica"

Y que utilizó hasta cinco "instrumentos para lograr sus objetivos industriales": a) la banca con tasas de interés diferenciales; b) la limitación a quiénes podían entrar y salir del mercado; c) el control de precios; d) el con- trol a la fuga de capitales, y; e) impuestos y subsidios (selectivos) 85.

Y no fue precisamente distinto el caso de Taiwán. Allí también -como lo admiten Stewart y Wade- "el Estado asumió un papel igualmente fuerte: emprendió inversiones por su propia cuenta, garantizó la demanda y otorgó crédito barato a nuevas industrias. El Estado estableció redes de tecnología e institutos de investigación (…) Los bancos eran propiedad del Estado y asignaban créditos de acuerdo con pautas estatales"

En Malasia -como lo recuerda esta vez Lall -también hubo protección contra las importaciones; y a despecho del desprecio "monetarista" por la planificación, se diseñó y aplicó un "Plan Maestro Industrial"; y se die- ron políticas económicas selectivas que fomentaban la inversión multinacional orienta- da hacia la exportación

Es decir, y en el contexto del "doble código monetarista" de Reagan y Thatcher, Corea del Sur, Taiwán y Malasia han hecho "libre- mente" todo lo contrario de lo que para nuestros países ha recomendado -y recomienda

-E impuesto -e impone -el "monetarismo", cuyas bases científicas son tan "sólidas" como las que exhibió décadas atrás el "keynesianismo".

¿Cómo explicar tamaña inconsistencia?

¿Tiene acaso explicación? Claro que la tiene.

Los intereses, siempre los intereses

Es en el seno de los grandes intereses económicos y políticos de Norteamérica e Inglaterra donde se encuentra ciertamente presente, aunque magníficamente oculta y bien disimulada, la profunda consistencia de esa aparente dualidad cuasi-esquizofrénica.

En efecto, en el contexto de la Guerra

Fría, los Tigres del Asia pertenecían al área

Más sensible de la frontera geopolítica entre el "capitalismo" y el "comunismo".

Y como los países desarrollados tienen una gran conciencia de la importancia real -económica, política y militar- de sus fronteras, a "cualquier precio", incluso al de violar las sacrosantas "leyes del Mercado", alentar- ron al conjunto de los Tigres del Asia para que se convirtieran en la mejor vitrina de los "éxitos del capitalismo".

Aquí, en cambio, es decir, en América Latina, ya no había urgencia, porque ya no había peligro: la languideciente Unión Soviética apenas podía seguir apoyando económicamente a Cuba. Sus añosos y cada vez más débiles tentáculos ya no daban para más. La "revolución comunista" había dejado de ser una amenaza en América Latina. En ésta, entonces, no había necesidad de violentar nada, y menos todavía las "inconmovibles leyes del Mercado".

El "doble código monetarista" se explica porque en el Asia "convenía" una política económica -la del heterodoxo cuasi-estatismo keynesiano- y en América Latina "convenía" otra -la ortodoxamente monetarista-.

Mas no es que aquélla "conviniera" a los Tigres del Asia y ésta "conviniera" a los pueblos de América Latina.

No, ambas, simultáneamente, una allá y otra acá, "convenían" invariablemente sólo a los grandes intereses del capitalismo mundial.

Quizá la mejor prueba de ello es el hecho de que terminada la Guerra Fría, derribado el Muro de Berlín, disuelta la Unión Soviética, eliminado el gran peligro de contaminación y expansión comunista en Asia, los porta estandartes del capitalismo mundial, de la no- che a la mañana, abandonaron a su suerte a los Tigres del Asia.

Y éstos, casi sin saber bien cómo ni por qué, y asistiendo además al sorpresivo cierre de inmensas fábricas norteamericanas dentro de sus fronteras, ingresaron a una crisis e- económica fenomenal, y de la que aún no se reponen del todo.

De cualquier modo, y lamentablemente, han quedado convertidos en tímidos gatitos a los que -y por algún tiempo- casi nadie volteará a mirar como ejemplo de milagro eco- nómico alguno.

No obstante, y en definitiva, debe quedar bien claro a todos que el "asombroso" surgimiento de los Tigres del Asia, y su no me- nos "lamentable" caída, han sido, una vez más, milagro y obra de Washington -con el incuestionable y nada despreciable apoyo de Londres y las otras capitales del Norte-.

¿Resulta acaso muy difícil colegir de esto, por ejemplo, que en nuestro absurdo centralismo, y en nuestros frustrados y frustrantes intentos de descentralización, está también, de una u otra manera, abierta o encubiertamente, deliberada o inadvertidamente, la mano de los grandes intereses del capitalismo mundial?

¿Es difícil concluir acaso que a éstos no les conviene en nada el surgimiento de nuevos países Desarrollados que, a la postre, no serían sino nuevos competidores industriales que harían bajar la rentabilidad de sus negocios y, en consecuencia, su capacidad de acumulación y crecimiento?

¿Acaso no se ha resentido ya bastante la economía norteamericana en el último medio siglo con la incursión de Japón como potencia industrial y tecnológica? ¿No es obvio, entonces, que uno y otro -en incluso la propia Comunidad Europea- se resentirían a su vez con el surgimiento de nuevos competidores?

Objetivamente -y por lo menos desde su perspectiva de corto plazo- a los países del Norte no les conviene el surgimiento de nuevos países Desarrollados.

Así, no les interesa en lo más mínimo que nuestros países se descentralicen como primer paso hacia el Desarrollo. Más nunca sabremos si maquiavélica y deliberadamente están actuando para impedir nuestra descentralización. Pero de lo que sí debemos estar absolutamente seguros es que de buen grado nunca habrán de apoyarla.

Y, en consecuencia, la descentralización deberá ser un triunfo nuestro, labrado con nuestro propio esfuerzo, en base a nuestra propia inteligencia y nuestras propias estrategias. Y, a despecho de los intereses del Norte, aprovechando todos y cada uno de los res- quicios y debilidades de éste que se presen- ten en el camino.

Las Profundas Inconsistencias de la Receta del Consenso de Washington

Debemos tener clara conciencia de que la afamada receta del "Consenso de Washington" carece de sustento científico aunque sólo fuera por el hecho incontrastable de que está flagrantemente recortada y hasta puede decirse que es sospechosamente incompleta. Hay en efecto, notorias y graves omisiones pero además no está libre de inconsistencias y de parcialidades tendenciosas, que desnudan su carácter más bien ideológico, subjetivo e interesado, que científico. A continuación se presentan dichas omisiones.

  • 1. El hecho de que en la receta del "Consenso de Washington" bajo ningún aspecto, se intenta enfrentar el grave problema del centralismo de nuestros países.

  • 2. En la receta del "Consenso de Washington" se confunde y no se hace distingos entre el "mercado" y mercado real, atribuyéndole a éste el predominantemente oligopólico mercado latinoamericano, pero también al predominantemente oligopólico mercado global, la capacidad de asignación racional de los recursos que sólo tiene el mercado a secas, esto es, el mercado ideal, el mercado de competencia perfecta, el mercado teórico, que sólo existe en los libros y en la mente de algunos economistas.

El hombre, a partir de su voluntad, de las fuerzas con que cuenta y en función de sus intereses, ha podido no sólo "violar" la ley de la gravedad; he ahí a los cohetes camino a la Luna por ejemplo, sino que ha podido siempre, puede y podrá seguir violando las leyes del mercado.

Así, allí donde debería haber "mercados perfectos" donde se dé la asignación racional de los recursos, la equidad, y por supuesto y el no centralismo, gigantescos Estados y enormes empresas. En función de sus intereses, han creado "mercados imperfectos" -en los que prima la asignación irracional de los recursos, la inequidad y como está visto, un absurdo y suicida centralismo.

  • 3. La receta del "Consenso de Washington" prohíbe en la práctica a nuestros países diseñar y establecer las mismas inteligentes estrategias económicas de Crecimiento y Desarrollo que se han aplicado y siguen aplicando consistentemente en el Norte, sea Estados Unidos, Europa o Japón, y que libremente se dejó practicar a los Tigres del Asia. Los economistas del norte están consientes de que el mercado solo no resuelve todos los problemas, sino que este no soluciona bien el conjunto parcial de problemas a los que se enfrentan.

De esto perfectamente consientes de las imperfecciones del mercado, los economistas y políticos de los países del Norte admiten y alientan que en sus territorios: 1) casi sin excepción, se proteja y hasta subsidie a la agricultura; 2) se proteja también a la industria, o específicamente algunos tipos de industria; 3) se deje en manos del Estado algunas actividades a las que se considera estratégicas, entre otras.

  • 4. La receta del "Consenso de Washington" habla de Inversión Extranjera directa, en el entendido de que ella puede ser un aporte insustituible para que nuestros pueblos logren el tan anhelado Desarrollo. Los economistas de Washington tienen primero la obligación moral, profesional y científica de responder y refutar estas interrogantes:

  • ¿Cuando y donde ha quedado probada esa hipótesis?

Nunca y en ningún lado. Por primera vez en años se está ensayando la misma con resultados aun inciertos.

  • Si más de dos millones de millones de dólares invertidos hasta hoy en América Latina han reportado resultados insignificantes, ¿cuánto deberá invertirse para que realmente nuestros países alcancen el Desarrollo?

Pues una suma astronómica que hasta ahora, ni con el auxilio de las computa- doras o nadie se ha atrevido a calcular.

  • Y si como sospechamos, la suma fuera realmente astronómica, ¿en qué plazo podría concretarse ese aporte y en qué plazo alcanzaríamos el Desarrollo? ¿y por qué se silencia esos datos?

En uno y otro caso de bastante más que de un siglo. Y se calla en todos los idiomas para evitar el escándalo y la vergüenza del engaño al que inicuamente se nos viene sometiendo.

  • ¿Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, Suiza o Japón, por ejemplo, alcanzaron acaso el Desarrollo con la contribución de la inversión extranjera?

No. Por lo menos no con la inversión extranjera directa y voluntaria. La participación cuantitativa de esa inversión extranjera directa y voluntaria en el Desarrollo de esos países ha sido absolutamente irrelevante.

  • ¿Reconocen los afamados economistas de Washington que ha habido en la historia otro tipo de inversión extranjera, la indirecta e involuntaria, que sí fue una contribución decisiva al enriquecimiento de muchos de los países Desarrollados de hoy?

No. Nunca lo han admitido, aunque históricamente resulta una verdad irrebatible y monumental como las Pirámides de Egipto. La esclavitud, en el caso de los pueblos del África, y la extracción colonial de riquezas a los pueblos conquistados de Asia y América Latina, representaron durante siglos aportes descomunales de los pueblos colonizados del Tercer Mundo a los pueblos colonizadores del Primer Mundo. Ningún economista del mundo hasta ahora se ha dedicado a estimar la gigantesca deuda histórica externa que Estados Unidos y otros pueblos del Primer Mundo tienen pendiente de pagar al África. Además de la deuda histórica externa que el primer mundo tiene con otros países que el mismo Primer Mundo tiene con muchos pueblos de Asia y todos los pueblos de América Latina.

  • ¿Debemos seguir considerando homogéneas todas las formas en que se presenta la actual inversión extranjera directa?¿Tienen todas acaso el mismo impacto en los subdesarrollados países anfitriones?

No. No son ni debe seguirse considerando iguales a todas las formas de inversión extranjera directa.

  • Por último, ¿son consientes los autores de la receta del Consenso de Washington que hay inversiones extranjeras directas que en lugar de beneficiar perjudican a los países anfitriones?

Tal parece que aún no hay conciencia de ello. En ese sentido, tal parece que el aporte científico que acaban de hacer dos economistas peruanos el PhD Santiago Roca y el economista Luis Simabuko habrá de tener una sensacional repercusión en el mundo científico y económico.

  • 5. La receta del Consenso de Washington habla consistentemente de apertura comercial. Esto es dejar que las mercancías circulen libremente y sin tropiezos de un país a otro. La en apariencia aséptica receta parece magnífica. En realidad no se trata de otra cosa que de ampliar sistemáticamente los mercados a los productos del Norte que con productos manufacturados, concentra el 80 % de la producción mundial.

  • 6. También la receta del Consenso de Washington habla consistentemente de apertura financiera. Esto es, dejar que los capitales circulen sin tropiezos libremente por el planeta. Aunque la mayor parte de los economistas olvidan y dejan de tenerlo en cuenta, el fin de la Guerra Fría ha hecho más urgente al Norte, y en particular a los Estados Unidos, la exigencia de la apertura financiera del Sur.

¿Puede acaso considerarse una simple casualidad que haya coincidido con el fin de la Guerra Fría el violento retiro del Asia de gigantescos capitales internacionales? No, no es una simple casualidad. Su presencia, más aún ante el grave riesgo de insolvencia de los acreedores, ya no era necesaria ante la estrepitosa derrota político-económica del enemigo principal: la ex Unión Soviética.

  • 7. Para terminar, la receta del "Consenso de Washington" incurre en una omisión de flagrante inconsistencia. En efecto, como está dicho, en ella se reclama, proclama e impone el derecho a la libre circulación de mercancías y de capitales. Las mercancías, como es obvio, son el resultado final del proceso productivo. Y en éste, como también se sabe, los factores que intervienen además de la tierra y las fábricas son: a) el capital, y; b) el trabajo. La teoría económica, y no de ahora sino desde bastante tiempo atrás, reconoce cabal y explícitamente que la existencia de mercados de competencia perfecta pasa, necesaria e ineludiblemente, por la libre circulación del capital y del trabajo. Así, reclamar el derecho a la libre circulación del capital y al propio tiempo dejar de reclamar el derecho a la libre circulación del trabajo es, sin el más mínimo asomo de duda, una omisión deliberada y, simultáneamente, una inconsistencia inexcusable. Y sus mentores son perfectamente consientes tanto de lo uno como de lo otro.

Ciertamente, cuando a través del FMI y del BM reclaman e imponen el derecho a la libre circulación del capital su capital están objetivamente actuando en función de sus intereses, su conveniencia: ampliar los mercados de sus capitales financieros, para así obtener mayores ganancias y dividendos. Son pues perfectamente consientes de ese reclamo y esa imposición invariable y directamente los beneficia, los enriquece aún más.

El Norte tiene conciencia de que, con el mismo derecho que hoy los capitales fluyen libremente de Norte a Sur, cuando se consagre definitivamente el igual derecho a la libre circulación de la fuerza de trabajo, millones de profesionales, técnicos, obreros, ocupados o desocupados, legítimamente, en estricta aplicación de las sacrosantas leyes del mercado, migrarán masivamente, pero esta vez de Sur a Norte, en busca de trabajo, unos, o de mejores oportunidades de empleo, otros.

¿Puede acaso frente a esa insensata incongruencia hablarse entonces de democracia global?

  • 8. Pero hay todavía otra seria y grave omisión en la receta del "Consenso de Washington". En efecto, en algún lugar de ella debería consignarse el grave e importante tema de las cuantiosas deudas que agobian a los pueblos del mundo.

Debiendo consignarse y consagrarse, por ejemplo, el principio de que "todas las deudas son iguales", con esa u otra formulación objetiva y respetuosamente equivalente. Les preocupa grave y seriamente la cuantiosa magnitud a la que ha llegado la Deuda Externa en cada uno de nuestros países, y la cuantiosa cifra a la que ha llegado la suma total: tanto como dos millones de millones de dólares.

Para nadie es un secreto que, de un buen tiempo a esta parte, los afamados "pro- gramas de ajuste" que impone el FMI a nuestras economías no tienen tanto el propósito de alentar el Desarrollo de nuestras sociedades, sino garantizar a los acreedores el pago puntual de las cuotas de la Deuda Externa. En realidad, hasta podría decirse que, legítimamente, el FMI actúa como un "interventor".

La Deuda Total para el caso de todos y cada uno de los pueblos del planeta, debe entenderse como conformada por la suma de:

Deuda Externa Actual

Deuda Interna Actual

Deuda Externa Histórica.

No pretendemos reivindicar derecho especial alguno. No. Pero sí nos asiste, idéntico, el mismo derecho que legítimamente se ha reivindicado y consagrado con el pueblo judío que fue víctima del atroz y sanguinario genocidio nazi. En nuestro caso, el tiempo transcurrido no podrá ser esgrimido ni por España, Inglaterra y otros países europeos, ni por Estados Unidos, como un pretexto para el no reconocimiento de la enorme Deuda Histórica Externa que tienen con nuestros pueblos. Al fin y al cabo, han sido los propios países desarrollados y democráticos del Norte los que han definido y precisado que los crímenes de la humanidad no prescriben.

En todo caso, y es de esperar que más temprano que tarde también, los pueblos del Norte alcancen a comprender cabalmente que la brutal magnitud de nuestro subdesarrollo actual, tiene estrechísima relación con el saqueo y la expoliación de que fueron víctimas nuestros pueblos en ese pasado no tan remoto del que hablamos. Y así comprenderán también cabalmente que la cancelación de la enorme Deuda Histórica Externa que tienen, habrá de jugar un rol importantísimo en cambiar el estado actual de las cosas, dándose así inicio al despegue hacia el Desarrollo de los pueblos del Sur, de modo tal que puedan satisfacer las urgencias de sus pobladores y, en particular, la de fuentes de trabajo dignas con las que solventar sus necesidades.

Entre tanto, y mientras se llegue a tomar conciencia lúcida de esa necesidad, muy probablemente prevalecerán los criterios más recalcitrantes de los menos democráticos intereses del Norte. Es decir, y durante algún tiempo, muy probablemente seguirá imperando la "ley de la Selva" en la que, en este caso, unos seguirán considerándose los únicos acreedores, y seguirán considerando a los otros como los únicos deudores.

En fin, sólo nos resta decir que cada uno Norte y Sur, haga responsablemente lo que le corresponde. Y, claro está, que cada uno asuma también la responsabilidad de sus opciones.

Importantísima Clarinada de Alerta

El mundo desarrollado, esto es en general el Norte, ha puesto particular énfasis a través del FMI y del BM pero también en nuestros días por medio de la receta del Consenso de Washington, en la importancia de las inversiones extranjeras directas en los pueblos subdesarrollados, en el entendido de que ellas pueden y deben precisamente constituirse en "palancas" y "factores motrices" de nuestro Desarrollo.

Esa parte de la receta es quizá el menos nuevo de sus componentes. Tanto que tiene ya largamente casi un siglo de vigencia. Más aún, es uno de los principales paradigmas con los que se forman los economistas de casi todo el mundo. Y en verdad se ha internalizado casi tanto como éstas. Pero, ¿cuánto hay de verdad en todo ello?

La receta de la bondad genérica de la inversión extranjera directa ha estado sustentándose en los principios más "sagrados" y profundos de la teoría económica neoclásica. Ella sostenía que "todos los productos son intrínsecamente iguales entre sí". A partir de allí, sin más, se coligió que era igualmente benéfico para nuestros países que se instalara entre nosotros una transnacional para producir muebles o tractores u otras para extraer hierro, cobre, petróleo, gas natural o fosfatos. Con ese sustento "teórico", desde hace ya bastante tiempo, en realidad desde la primera década de este siglo, empezaron a llegar a nuestros países innumerables empresas transnacionales.

Lúcidos intelectuales empezaron a advertir que en nuestro suelo recalaban sólo empresas transnacionales exclusivamente orientadas a la actividad primario-extractiva: plátano, azúcar, café, cacao, algodón, caucho, petróleo, cobre, hierro, zinc, tungsteno, harina de pescado, entre otros. Por lo menos en el caso de la mayoría de los países de América Latina.

Pronto quedo evidenciado que éramos grandes exportadores de materias primas de casi ningún valor agregado, transformación industrial, importadores de productos industrializados cada vez más elaborados ya sea como bienes de capital para la instalación de industrias caseras, o como bienes de consumo: vehículos, artefactos electrodomésticos, etc.

Mediante la teoría económica del "deterioro de los términos de intercambio" quedó en evidencia que los productos que exportábamos eran cada año más baratos, y los productos que importábamos eran más caros. Por tanto, cada año teníamos que exportar y trabajar más para comprar del extranjero lo mismo que en el año anterior. En verdad nuestras exportaciones de materias primas eran cada vez más baratas por la conjunción de dos razones: por un lado, la oferta de materias primas había aumentado considerablemente, en tanto que las propias transnacionales, en competencia, habían instalado empresas extractivas en muchos lugares del mundo; y, del otro, en el desarrollo tecnológico despuntó la miniaturización, es decir, no otra cosa que la disminución de la demanda. Sólo uno de esos factores habría sido suficiente para deprimir los precios.

Con el deterioro de los términos del intercambio que hoy es aún más acusado que antes, los únicos que se perjudican son los países subdesarrollados anfitriones de las empresas transnacionales primario extractivas. Porque irremediablemente disminuye la captación proporcional de divisas e irremediablemente decrece su proporcional captación tributaria.

Nuestra estructura económica es intrínsecamente perniciosa, tanto por el lado de su "vocación devaluatoria", cuanto por el de su "vocación inflacionaria".

En efecto, ¿nos hemos puesto a pensar cuánto ascenderían hoy nuestras Reservas Internacionales si no se hubiera emprendido la agresiva campaña de privatizaciones? Pues muy simple, réstese a los 9 000 millones de dólares de Reservas Internacionales de hoy los 8 500 millones de dólares obtenidos por las privatizaciones, y veremos cuán poco ha sido capaz este presuntuoso y sistemáticamente manipulador gobierno también a este respecto. En todo caso, y habida cuenta del monto negativo en que encontró las Reservas Internacionales en 1990, el promedio anual no pasa de ser paupérrimo.

En otros términos, cada vez que se incrementa la participación de las actividades primario extractivas en la composición del PBI del Perú, decrecen tanto el consumo per cápita como el promedio de los sueldos y los salarios reales de los peruanos. En la práctica ello virtualmente equivale a decir:

  • Cuanto mejor es la situación de las empresas nacionales o transnacionales de actividad primario extractiva mineras, pesqueras, petroleras, etc. Peor es la situación de los peruanos en general, y;

  • Mientras más empresas nacionales o transnacionales primario-extractivas haya en el Perú, peor será la situación económica de los peruanos en general. El asunto es realmente gravísimo.

Tal parece, que al interior del mundo subdesarrollado por lo menos algunas grandes inversiones no sólo no son benéficas, sino que incluso son dañinas para nuestros pueblos. Pero, como se sabe, esta hipótesis sí no es nueva, pues estaba ya en la base misma de la teoría del "deterioro de los términos del intercambio" que fue acuñada hace ya tanto como medio siglo.

Pues bien, todos estos lineamientos significan en términos prácticos por ejemplo lo siguiente:

  • El país no debe aceptar ninguna nueva inversión en actividades primario extractivas si no incluyen por lo menos las actividades de transformación industrial inmediatamente subsecuentes.

  • Mas debemos tener absoluta conciencia de que ello no va a lograrse simplemente porque nosotros lo queremos y planteamos así.

  • En tal sentido, en negociaciones absoluta-

  • mente limpias y transparentes, con la participación de los mejores especialistas, con la participación de las regiones involucradas y respetando sus aspiraciones y legítimos intereses, debemos ser capaces de ofrecer los mejores estímulos posibles a fin de concretar inversiones en las que la actividad primario-extractiva se complemente con actividades de transformación industrial.

  • Estamos sin duda hablando, por ejemplo, del caso del gas de Camisea. Pero también de los depósitos aún no explotados de petróleo y minerales metálicos y no metálicos. Pero además de las tan ampliamente exigidas concesiones de bosques maderables.

  • Pero también estamos hablando de la necesidad imperiosa de negociar con las grandes empresas transnacionales ya establecidas en el Perú, como la Southern, la Occidental y muchas otras, para que se lancen decididamente con nosotros a la tarea de construir plantas industriales de procesamiento de las materias primas que vienen actualmente extrayendo.

Las lecciones que nos deja todo esto

Como afirma el título general de esta sección, y como hemos pretendido mostrar hasta aquí con los aspectos más relevantes de la cuestión, el contexto internacional actual no es precisamente el más favorable ni para emprender la descentralización ni para iniciar el despegue hacia el Desarrollo. No obstante, es en éste, real y tangible, y no en otro, ideal e ilusorio, el mundo en el que debemos actuar.

Se trata, por el contrario, de llegar a alcanzar una estatura moral respetable que, a pesar de las diferencias notables de poder político efectivo con que nos supera el Norte, nos coloque en el diálogo y la negociación en pie de igualdad frente a él. Difícilmente podremos lograr alcanzar una estatura moral respetable si seguimos dejando todo al azar; si seguimos dejándonos llevar por el espontaneísmo y la improvisación; si seguimos manteniendo dormida nuestra imaginación; si seguimos dejando al Norte toda la iniciativa.

Tampoco podremos llegar a tener una estaturamoral respetable mientras prevalezcan entre nosotros el inmediatismo fácil y demagógico y las urgencias coyunturales, tanto las económico-financieras como las electoreras, con las que se llega dócil y sumiso, y hasta en actitud rastrera, ante el interlocutor, que así mal puede apreciarnos y respetarnos.

Y tampoco podremos llegar a alcanzar una estatura moral respetable mientras nuestros interlocutores, en virtud de nuestra propia omisión, monopolicen el análisis y los planteamientos estratégicos en los que a lo sumo atinamos a ubicarnos ya sea tímida u oportunistamente "lo mejor que podemos".

Asimismo no alcanzaremos nunca una estatura moral respetable mientras en ausencia de acertados análisis estratégicos sigamos desconociendo nuestra "situación real" en el contexto histórico e internacional y en la geografía política del planeta. Y en ausencia de esa valiosísima herramienta sigamos engañándonos a nosotros mismos en relación con nuestra importancia en el mundo, nuestra capacidad de acción y nuestras verdaderas posibilidades.

Ni mientras en ausencia de esos acertados análisis carezcamos pues subsecuentemente de perspectiva estratégica y así seamos incapaces de plantearnos y exhibir objetivos claros de largo plazo, legítimos y viables, y las metas precisas de mediano y corto plazo para lograrlos. Y seamos incapaces de mostrar una estrategia lúcida para acceder a esos objetivos y esas metas.

Pero tampoco conseguiremos tener una estatura moral respetable mientras prevalezca entre nosotros -y absurdamente ponderemos- el pragmatismo, invariablemente cortoplacista, invariablemente oportunista, invariablemente sinuoso, intrínsecamente contradictorio y contraproducente.

Sólo superando todas esas carencias y defectos adquiriremos una estatura moral respetable con la que -insistimos-, recién podremos dialogar, negociar y concertar en pie de igualdad con el Norte.

He aquí, sin embargo, en una primera aproximación, algunas de las tareas que debemos acometer en el camino a adquirir una estatura moral con la que se nos aprecie y respete en el concierto internacional:

1) Para conocer nuestra "ubicación real" en la historia y en la geografía política del planeta, en el país debe darse enorme importancia académica, profesional y oficial al análisis y estudios estratégicos de la situación nacional e internacional, con énfasis en los aspectos políticos, económicos, financieros y tecnológicos.

Éstos no deben ser privilegio de unos cuantos y espontáneos aficionados. Y en todos los más altos niveles del Estado, tanto a nivel central como regional, debe haber especialistas en la materia.

2) El país, es decir los 25 millones de peruanos, tenemos el legítimo derecho de "conocer nuestra situación objetiva real", nuestro verdadero "punto de partida", particularmente en lo que a las condiciones materiales de vida, empleo e infraestructura se refiere.

Debemos desterrar el engaño y el ocultamiento de la verdad.

El Perú nunca se ha conducido en esos términos. Y sus gobiernos nunca han actuado conforme a esa lógica. De esa manera, los peruanos no hemos tenido nunca la ocasión de evaluar a los gobiernos y a los políticos- sino en función a sus palabras tantas veces falsas , pero nunca en función a las metas que debieron cumplir.

Así nunca hemos podido saber si lo que hicieron era poco o mucho en relación con lo que debieron hacer. Ni nunca hemos podido saber por qué un gobierno prioriza esto y el siguiente, aparentemente en forma arbitraria y antojadiza, prioriza aquello.

Por múltiples razones el Poder Ejecutivo debe ser el primero en dar ejemplo y conducirse en términos de metas y objetivos, tanto en relación con la Sociedad a la cual

representa, como en relación con nuestras obligaciones con otros Estados y los organismos multilaterales.

4) La política internacional del país tiene que modernizarse drásticamente, de cara a cumplir los siguientes objetivos:

a) ser la más importante herramienta de respaldo y apuntalamiento de una política internacional decididamente pacifista y defensiva, de progresiva, consistentey significativa disminución de gastos militares, para liberar así importantes recursos para el Desarrollo del país;

b) ser el más importante vehículo para la capacitación y reentrenamiento profesional del más alto nivel científico, tecnológico y técnico de miles de estudiantes y profesionales peruanos;

c) ser el más importante instrumento para la captación de cientos y miles de medianos y pequeños empresarios del mundo que deseen invertir en el Perú, y de cientos y miles de profesionales y técnicos que deseen afincarse en el país;

d) ser el más importante vehículo para la búsqueda y captación de nuevos mercados para la producción peruana, y en particular las exportaciones no tradicionales;

e) ser el más importante instrumento para la "venta" de la imagen del país y la atracción masiva de turistas al Perú.

5) Para que todo lo anterior sea viable, el país, es decir tanto el conjunto de la Sociedad como el Estado que la representa, debe reconocer la extraordinaria importancia de establecer un Estado de Derecho irreprochable. Y, en base al diálogo y la concertación, concretarlo en el plazo más breve posible.

Ha sido en efecto en el Estado, desde los inicios mismos de nuestra vida republicana, donde se han enquistado todas las modalidades de mal ejemplo e inconducta. Desde las de irrespeto y violación a las leyes y las constituciones, pasando por la corrupción e incluso el crimen y la impunidad, la burla inicua y el engaño, la trampa y el golpe artero, la mentira y el cinismo, etc. Y eso, todo eso, sin excepción, y durante 500 años, ha sido sistemáticamente irradiado a toda la Sociedad Peruana.

De allí que haya cundido el irrespeto por la ley y el orden. De allí que se hayan generalizado la indisciplina y la coima, y tantas otras lacras que nos abruman avergüenzan, y con las que ha quedado modelado un país cuyo pasado asombra por su grandeza y su presente asombra por su pequeñez.

Tenemos pues el deber, pero también el derecho de dar un drástico golpe de timón. Debemos hacerlo.

• En virtud de ese lamentable diagnóstico, y ahora que el derecho al voto alcanza a todos los hombres y mujeres del Perú, la Sociedad Peruana tiene entonces la responsabilidad histórica de enmendar gruesos errores de elección.

Tanto a nivel del Poder Ejecutivo, como a nivel de las Regiones, Provincias y Distritos del país, no debemos apostar más por la improvisación; no debemos apostar más por la demagogia y el cinismo; no debemos apostar más por los rostros y los gestos.

Si en verdad queremos empezar a ganarnos el genuino aprecio y respeto de nosotros mismos, para ganarnos legítimamente el genuino respeto y apreciodel mundo, debemos apostar en lo sucesivo, y para todos los niveles de gobierno, empezando por las elecciones del año 2000, por autoridades de probada y comprobada solvencia moral y honorabilidad, de probado y comprobado patriotismo, de probada y comprobada solvencia técnica y profesional, de probada y comprobada responsabilidad, de probada y comprobada calidad humana, de probada y comprobada transparencia, y, para terminar, de probada y comprobada actitud democrática.

Pero además, y de manera particularmente importante, no debemos apostar por los aspirantes que irresponsablemente nos piden que les extendamos en las urnas el equivalente a un cheque en blanco, generalmente contra sus volátiles y siempre endebles ofertas electorales de palabra. No. Además del derecho a exigir la presencia de todas y cada una de las virtudes morales y profesionales en las que hemos hecho énfasis, tenemos y debemos ejercer irrestrictamente el derecho a exigir a los aspirantes a cargos de gobierno que nos expliciten por escrito, en blanco y negro, con su rúbrica y bajo responsabilidad, sus planes y programas de acción.

Son éstos, y no los gestos y las palabras, los que tienen que ser evaluados y contrastados durante los períodos pre-electorales.

Y, ciertamente, y a la hora de la verdad, y solo frente a nuestra conciencia, debemos de ser capaces de optar por el mejor entre los mejores planes y programas de acción.

Partes: 1, 2, 3
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente