El gobierno federal y las regiones federales
El estado debe plantear o establecer una clara distinción entre las que son responsabilidades del gobierno federal central y las de las regiones federales.
Una definición de gobierno federal central es la de: Poder público a través del cual se ejerce la soberanía nacional y se representa jurídicamente a la nación. Está formado por los tres Poderes de la Unión: Legislativo, Ejecutivo y Judicial Federal con el fin de ejecutar los ordenamientos que la Constitución Política confiere a la Federación. Para fines presupuestarios y contables, este concepto incluye a los órganos administrativos de los tres Poderes de la Unión a los Ramos Generales y a los organismos autónomos: Instituto Federal Electoral, Comisión Nacional de Derechos Humanos, Auditoría Superior de la Federación, Tribunal Fiscal de la Federación; excluye a los Organismos y Empresas de Control Presupuestario Directo e Indirecto.
En principio, por ejemplo, puede pensarse que deben corresponder al gobierno federal central las siguientes responsabilidades:
a) Relaciones internacionales;
b) Defensa nacional;
c) Policía federal;
d) Legislación de carácter general, común a todas las regiones; a partir de un Congreso emanado de elecciones con distrito electoral regional y renovado bianualmente por tercios, o por mitad a la mitad del período presidencial;
e) Jurado Nacional de Elecciones;
f) Corte Suprema de la República;
g) Definición de normas y parámetros nacionales (en educación, salud, vivienda, actividades productivas, transportes y comunicaciones, etc.);
h) Ejecución de grandes obras de interés multiregional;
i) Operación de proyectos de interés general, y;
j) Administración provisional y temporal de un Fondo Nacional de Compensación que distribuya los "nuevos ingresos" a las regiones con menos recursos.
El país debe proponerse como meta que en un lapso de tiempo de no más de 20 (veinte) años, el gobierno federal sólo maneje la fracción de presupuesto general estatal que resulte necesaria para el cumplimiento de dichos propósitos y que, según experiencia de países desarrollados, no debe pasar del 42-54 % del total, largamente distinto del 96 % que controla hoy.
El resto del presupuesto plenamente, debe pasar a ser administrado por los gobiernos regionales y los municipios provinciales y distritales.
En principio y por ejemplo las responsabilidades que deben asumir los gobiernos regionales son los siguientes:
a) Policía regional. La Policía de tránsito deberá ser responsabilidad de los municipios provinciales.
b) Legislación de carácter regional.
c) Jurado Regional de Elecciones. Los Jurados Provinciales deberán ser de responsabilidad de las provincias.
d) Corte Superior. Los Juzgados de Primera Instancia deberán ser responsabilidad de las provincias y/o distritos.
e) Adecuación de las normas y parámetros nacionales y definición de las normas y parámetros regionales.
f) Ejecución de obras de interés regional.
g) Operación de proyectos de interés regional.
h) Las provincias y/o distritos, según corresponda en cada caso, deben asumir íntegramente las responsabilidades de manejar y operar los establecimientos de educación y salud que hoy maneja el Estado.
Se habla que es un proceso de largo aliento, y que a fin de minimizar los riesgos, todo ese traslado de responsabilidades debe concretarse en un razonable plazo final también de hasta 20 años, en el que, sin pausa, sin excepción, año a año, en el marco de un cronograma pre-establecido surgido del diálogo, los nuevos responsables vayan asumiendo nuevas responsabilidades.
No deberá consentirse al gobierno central incumplimientos de ninguna índole. Debe haber cabal conciencia de ello. Y cada sucesivo gobierno central y cada uno de los sucesivos gobiernos regionales, de acuerdo al cronograma preestablecido, deben ser evaluados en función de su cumplimiento.
No uno sino mil responsables
A fin de mantener el mínimo de racionalidad que hoy se da en torno a las elecciones generales y municipales, la elección de los gobiernos regionales debe representar el derecho de los que ganen dichos gobiernos a conformar libremente, pero como resultado del diálogo interno, sus propios gabinetes de secretarios regionales.
Un ejemplo de estos podría ser en principio secretarios de Agricultura y actividades afines, Transportes y Comunicaciones, Vivienda y Construcción, Educación, Salud, Energía y Minas, Industria y Comercio, y Gobierno Interior y Policía.
El estado o país como lo queramos llamar no puede ni debe seguir siendo manejado por una persona. Además de esto, no debemos temer ante el crecimiento repentino en el número de funcionarios de un país siempre y cuando sepamos que en realidad están cumpliendo con sus obligaciones y responsabilidades asignadas, caso contrario el de tener miles de funcionarios públicos pero que los mismo no tengan ningún tipo de responsabilidad, es decir, desprovistos realmente de capacidad de decisión, sin metas que cumplir, y sin otras que rutinarias obligaciones burocráticas intrascendentes.
Los que se quiere establecer en Perú como país es que sus recursos no sean manejados por quien asuma la presidencia del estado, si no que se transfieran a diferentes regiones que componen el país y que esto puedan derogar en que invertir estos recursos de acuerdo a sus necesidades, además de esto que los diferentes funcionarios públicos empezando por el presidente hasta el alcalde de pueblo más remoto de país pueda ser evaluado por el pueblo que lo eligió en lo que se refiere al cumplimiento eficiente y eficaz de sus funciones y no sea un grupo cercano o adeptos a estos lo que se encarguen de hacerlo.
El Presupuesto del Estado: instrumento decisivo
Durante el proceso de transferencia de las responsabilidades del actual Estado centralista a las regiones, el Presupuesto del Estado Peruano debe constituirse en un importantísimo instrumento descentralizador. En efecto:
a) Trasladar, dentro del cronograma preestablecido, año a año, sin excepción, cada vez más recursos a las regiones y provincias, representará un reto formidable y una experiencia altamente aleccionadora. Mas ello deberá hacerse, invariablemente, en el contexto de una gran difusión e información mensual a través de los medios masivos que deberá controlar el Estado central –radio, prensa escrita y televisión-, información que, obligatoriamente, a través de medios regionales privados, debe llegar constantemente a manos de toda la población, para que cabalmente supervise y fiscalice el uso de esos recursos.
b) A fin de expresamente fomentar la descentralización, en tendencia sistemáticamente creciente hasta alcanzar una meta razonable, y luego progresivamente decreciente, los sueldos y salarios de la administración central y regional deben claramente privilegiar a quienes trabajan fuera de Lima y a quienes trabajan cada vez más lejos de los centros regionales.
Un criterio podría ser, por ejemplo, y en tanto se llegue a la meta prevista, hacer crecer paulatinamente los sueldos y salario de la administración pública hasta que alcancen a ser tantas veces como días de acceso hay hoy a la capital del país.
Simultáneamente, deberá fomentarse a la empresa privada para que haga otro tanto. Con ello, al fin y al cabo, tampoco estaremos inventando nada nuevo. Véase a este respecto lo que hacen por ejemplo las empresas transnacionales cada vez que trasladan a un funcionario fuera de su sede central: lo estimulan con 3, 4 y hasta 7 veces su sueldo, en tanto más remoto sea su nuevo destino.
Agroindustria, turismo y oro: opciones estratégicas
Para que se descentralice y desarrolle un país no es suficiente que este disponga de grandes recursos explotables. El Perú dispone de gigantescos depósitos de riqueza y, no obstante, nos contamos entre los pueblos más pobres y subdesarrollados del mundo.
La explotación de los grandes recursos naturales de que todavía dispone el Perú demanda enormes inversiones que ni el Estado central ni las regiones federales ni los capitales nacionales dispondrán en centurias.
Estamos pues a expensas de los grandes capitales transnacionales. Mas ellos, como es lógico suponer, deciden invertir y explotar los recursos de nuestros países en función de sus intereses y necesidades, no de las nuestras. ¿No nos resulta patética y elocuente la declinación de Shell-Mobil para la explotación del gas de Camisea? Y, finalmente, traer grandes recursos foráneos no es otra cosa que resignarse a obtener una pequeña fracción de los excedentes que generan esos recursos. Por lo demás, el mundo globalizado de hoy supone una voraz e implacable competencia por atraer capitales internacionales. Competencia en la que no tenemos precisamente una ventaja decisiva que ofrecer. De otro lado, durante largas décadas venimos siendo engañados -inadvertidamente en unos casos, e interesadamente en otros- con la letanía de que "sin industria -manufacturera- no hay desarrollo".
Pero también con la monserga de que "sin exportaciones -manufactureras- no hay desarrollo". Quienes ello difunden, y quienes ello suscriben, están, en realidad, hablando de la gran industria manufacturera. Es decir, de la industria con economías de escala; de la industria con tecnología de punta, que a ese respecto depende total y absolutamente de los países del Norte, exclusivos proveedores de los bienes de capital necesarios, y que cobran royalties por utilizarla; de la industria que en gran escala utiliza insumos importados, cuya adquisición presiona constantemente el precio de nuestras divisas, y; finalmente, de la industria cuyos mercados se encuentran básicamente fuera del país.
En definitiva, de una industria pensada en los intereses de cualquiera menos de los peruanos. Por lo demás, e inexorablemente, se trata de una industria en la que -por lo ya anotado- no tenemos ninguna ventaja comparativa absoluta. Ella se monta y desmonta en función, una vez más, de los intereses transnacionales. Basta mirar lo que viene ocurriendo en Corea del Sur: cientos de enormes fábricas de última generación están siendo desmontadas por las mismas transnacionales que las montaron hace sólo unas décadas.
A partir de esa experiencia, y de cara al futuro, si en todo momento -y más aún ahora con las enormes limitaciones de autonomía que impone la dependencia- no colocamos la imaginación al servicio del Proyecto Nacional, poco podemos esperar.
Pero también a este respecto debemos volver los ojos a los países desarrollados del Norte, prescindiendo de ese caso tan excepcional que constituye Estados Unidos, cuya magnitud de riqueza resulta inigualable habida cuenta de las otras razones por las que ha alcanzado el Desarrollo. Dejando de lado esa excepción, podemos preguntarnos, ¿acaso los países desarrollados han puesto históricamente todos sus recursos en la explotación de todos sus sectores de la economía? No. ¿Han sido, por el contrario, acaso racional y estratégicamente selectivos? Sí. En efecto, cada uno de ellos -deliberadamente o no, para la gran acumulación de excedentes que han obtenido en los últimos siglos- ha puesto énfasis en aquellos sectores en los que tenía una gran ventaja comparativa o una ventaja comparativa absoluta.
Inglaterra explotando sus grandes minas de hierro y carbón, y otro tanto Alemania.
Francia y Bélgica; así como Suiza, en la explotación de los sectores pecuarios y agropecuarios.
Y hoy buena parte de la riqueza de España, Francia e Italia se está logrando a partir del turismo, dado que en él tienen ventajas comparativas enormes, cuando no absolutas en comparación con el resto de los países de Europa.
Siempre, pues, ha habido una gran selectividad a la hora en que los grandes países han optado por "escoger las palancas" de su Desarrollo. Quizá muchas veces no ha sido una selección explícita, quizá nunca ha figurado explícitamente en un gran plan nacional o en un proyecto nacional. Pero ha habido, sí, y siempre, una sabia selectividad implícita, efectiva y altamente eficiente.
¿Por qué no vamos a actuar nosotros en términos similares y equivalentes? ¿Qué nos impide seguir un camino tan seguro y exitoso como ése?
¿Tiene el Perú alguna o varias grandes ventajas comparativas reales, o algunas o varias ventajas comparativas absolutas? Claro que las tiene. Pero precisamente en el contexto de la dependencia hegemónica han sido puestas de lado. Y es que, coherentemente, a los centros hegemónicos nunca les ha interesado desarrollar y descentralizar al Perú. Pero a nosotros sí. Veamos pues.
El Perú tiene tres rubros en los que cuenta con ventaja comparativa absoluta respecto de la mayor parte del resto de los pueblos de la Tierra:
1) su riquísima potencialidad agronómica, en razón de su azarosa pero virtuosa combinación de latitud geográfica y diversidad de pisos ecológicos;
2) su enorme potencialidad turística, y;
3) su gigantesca potencialidad minera, a disposición de una masiva mediana y pequeña minería, y, en particular, y de larguísimo afianzamiento histórico, de minería en lavaderos de oro.
De manera asombrosa y extraordinaria nuestras tres grandes potencialidades están increíblemente repartidas a lo largo y ancho del territorio nacional.
Las tres son de una potencialidad descentralista enorme. Ninguna de ellas, sin embargo, ha sido puesta aún, decidida y audazmente, al servicio del Proyecto Nacional Peruano.
Y, lo que es tanto más importante, para la explotación de ninguna de esas tres grandes riquezas es necesario convocar a ninguna de las cien más grandes empresas transnacionales del mundo. Basta, para explotarlas y desarrollarlas, convocar el concurso de cientos y miles de actuales y nuevas medianas y pequeñas empresas peruanas.
Pero también debemos ser capaces de convocar a cientos y miles de grandes, medianas y pequeñas empresas del mundo, ninguna de las cuales exigirá sin embargo al país las condiciones que por lo general plantean las gigantes transnacionales del mundo.
Y en lo que a potencialidad agronómica se refiere, todo habrá de pasar por decisiones firmes y audaces. Se trata de convertir en fuente inagotable de riqueza un territorio con potencialidades agrícolas únicas e inestimables.
A diferencia de las grandes planicies de granos de Estados Unidos, Rusia, China, Argentina e incluso Egipto, de vocación natural para el monocultivo, los variadísimos 84 distintos ecosistemas que se dan en el Perú de los 103 que existen en el planeta, en las más diversas latitudes desde las ecuatoriales a las meridionales, en las más diversas altitudes desde el nivel del mar hasta por encima de los 5 000 metros sobre el nivel del mar; y en muy diversos meridianos desde el Pacífico hasta la inmensa amazonía, ofrecen una inacabable vocación natural hacia el pluricultivo.
Por lo demás, en términos relativos, poco países del mundo podrían aumentar la frontera agrícola en la impresionante proporción en que podría hacerlo el Perú, precisamente porque muy poco se ha hecho en estos últimos dos siglos. Sólo recuperando y poniendo nuevamente en producción la gigantesca andenería abandonada en estos siglos, incorporaríamos a la producción tanto como 50 veces el tamaño de Israel.
A su vez, dos y tres veces el territorio de Suiza podría incorporarse con pequeñas y medianas irrigaciones en los Andes. Y una extensión incluso más grande que el territorio de Japón, con las grandes irrigaciones que, en el largo plazo, podría ejecutar el Perú. Dispone para ello de esas inmensas y desérticas costas que, paradójicamente, hoy ven discurrir hacia el océano, en interminables torrentes de agua dulce, buena parte del 5 % de los recursos de agua dulce del planeta que circulan por territorio peruano, no obstante que su extensión es apenas es el 0.87% del área continental del globo terráqueo.
El empresario peruano Miguel Vega Alvear ha dirigido una investigación en la que, además de revelarse que en 2 millones 200 mil hectáreas de cultivos los agricultores han obtenido ingresos brutos promedio de sólo 1000 dólares por hectárea, hay hasta 500000 hectáreas en las que con riego y explotación tecnificados esos ingresos pueden multiplicarse 6, 7 y hasta 10 veces, e incluso hasta 20 incorporando el valor agregado necesario para la exportación.
Imagínese, además, que la tierra agrícola de que hoy se dispone, y toda la que pueda incorporarse en el mediano plazo, se exploten con los más avanzados sistemas de riesgo y explotación tecnificados.
Por su parte, en términos de turismo, el Perú es capaz de ofrecer uno de los abanicos de posibilidades y motivaciones de viaje más grande que existe. Mil facetas distintas en turismo de aventura, en las playas, en los ríos, en la cordillera; mil alternativas de turismo deportivo, en sus costas, lagos y ríos, en la cordillera y en sus cumbres nevadas; mil oportunidades de turismo ecológico, en parques nacionales y ecosistemas naturales únicos en el globo, atrayentes tanto para especialistas como para no iniciados; mil variantes de turismo recreativo cultural, la más variada diversidad de danzas, música, comidas y mitos, en los más variados y sublimes paisajes; mil posibilidades de turismo científico, para geólogos, mineros, hidrobiólogos, ornitólogos, entomólogos, etc.
Y, para concluir aunque no por ello hayamos agotado el repertorio, infinitas atracciones históricas, desde el paleolítico hasta la Colonia, pasando ciertamente por el inkanato y su más portentosa joya, Machu Picchu. Agréguese a todo ello el involuntario pero virtuosísimo privilegio del Perú. En efecto, a diferencia de los grandes centros de atracción turística del mundo, por sus particulares características climatológicas, la mayor parte de los atractivos turísticos del Perú pueden ser visitados los doce meses del año.
¿Qué ocurriría si, tras políticas y decisiones audaces, ingeniosas y firmes, el Perú, en veinte o incluso en diez años logra atraer no los 700 mil turistas que hoy casi inercialmente llegan al país, sino tantos como los 40 millones que llegan anualmente a España, por ejemplo? Pues simple y llanamente, sólo por ese concepto, se incrementaría en 60 % el PBI actual del país.
¿Y qué ocurriría si en esos mismos veinte años o incluso también en diez fuésemos capaces de poner bajo riego y producción tecnificados el 50 % de toda el área agrícola actual del país y el 30 % de la andenería hoy abandonada? Pues virtualmente también duplicaríamos el actual PBI.
Sólo con el aporte incremental de esos dos sectores de la economía. Es decir, sin contar con el crecimiento de la pesquería, la minería, la construcción y todo el resto de las actividades productivas del país, incluyendo la producción masiva de nuestros grandes yacimientos de oro lavado.
Desde nuestra perspectiva pues, el Proyecto Nacional que el Perú deberá poner en ejecución desde los primeros días del siglo XXI deberá apoyarse en tres pilares fundamentales:
1) la agricultura tecnificada,
2) el turismo y,
3) la explotación masiva de la riqueza minera y aurífera.
Son los tres más importantes rubros de nuestra economía en los que el país tiene ventaja comparativa absoluta. ¿Por qué? Porque Estados Unidos, por ejemplo, podrá cosechar naranjas y limones, paltas y chirimoyas, o maca y uña de gato, en costosos invernaderos en Colorado o en Oklahoma, pero no podrá jamás llevarse a su territorio la cordillera de los Andes y sus climas, ecosistemas y paisajes; pero tampoco Machu Picchu ni Chavín de Huántar, y tanto menos la Amazonía y el Titicaca.
Nuestras riquezas aún no explotadas son irrepetibles e irreproducibles. Lo son, en cambio, Epcot y Disney world, e incluso la Torre Eiffel. Debemos pues ser capaces de grandes y audaces decisiones estratégicas a partir de nuestras grandes e inigualables ventajas comparativas. Lo demás, esto es, las opciones "tradicionales", ésas que ya conocemos y que no han hecho sino contribuir más a nuestro subdesarrollo y atraso, no pasan de ser una torpe o interesada miopía o, lo que es tanto más grave, una vil e igualmente interesada mentira.
Fiscalización y sanciones
En coherencia con una agresiva política de estímulos económicos, debe ponerse en práctica en el país una también agresiva, sólida y consistente política de fiscalización y sanciones a todas las formas abiertas y encubiertas de uso ilícito de los recursos económicos del país.
A fin de garantizar una mayor eficiencia, tanto en la concesión de los estímulos, como de la ejecución de la fiscalización y de la administración de las sanciones, unos y otras deben darse, en primera instancia, a nivel provincial o distrital, según corresponda.
Premios y reconocimientos
El gran reto que se traza Perú en su camino a la descentralización exige intensificar, fortalecer cada una de las actividades del país: individuales, empresariales, sociales, distritales, provinciales y regionales.
En Perú se quiere reconocer el carácter progresista de todos y cada uno de los que contribuyen con crecimiento y fortalecimiento del país, Deberá pues premiarse y reconocerse públicamente todo aquello que la incentive y promueva, todo aquello que objetivamente la vaya incrementando y afianzando.
Sin retaceos ni mezquindades de ninguna índole debe crearse, a nivel nacional y regional, la más amplia y variada gama de premios y reconocimientos. Y, consecuentemente, debe movilizarse a todos los sectores sociales y productivos para que anualmente propongan candidaturas y conformen jurados calificadores.
Una nueva capital para el Perú
Lima, desde su "fundación" española, ha estado colocada de espaldas al Perú. A diferencia de la sabia y trascendental decisión de Hernán Cortés en México fundando la ciudad a 300 kilómetros de la costa atlántica, Pizarro dispuso la fundación de la capital colonial Peruana en un punto en el que se asegurara la exportación de las inmensas riquezas ya avistadas en el vasto territorio andino.
Como durante los casi 300 años de la Colonia, desde los inicios de la República el rol de Lima ha seguido siendo el mismo: centro del poder hegemónico interno y vía de salida de las principales riquezas peruanas al exterior. Y siempre de espaldas al resto del país.
Ese nefasto esquema no puede seguirse manteniendo y, menos aún, en el contexto de un serio y coherente proyecto de descentralización del país. La capital del nuevo Perú, necesaria e incuestionablemente, debe desplazarse a un punto de los Andes centrales o de los Andes Orientales.
Quizá al valle del Mantaro. Quizá en las inmediaciones de La Merced (Chanchamayo). Precisar aquí la ubicación carece de importancia, máxime si, dada la pobreza de nuestros recursos económicos y financieros, concretar el cambio sólo podría hacerse, eventualmente, bien entrado el próximo siglo.
En todo caso, sí debe inculcarse entre nosotros la convicción de que, en ningún caso, debemos aspirar a despliegues urbanísticos y arquitectónicos tan faraónicos como los que se han dado en Brasilia Donde se le ubique y cuando se le erija, nuestra nueva capital, aunque inevitablemente moderna, deberá ser sobria y austera, como todo lo nuevo que debe hacerse en el Perú.
La necesidad de alcanzar este objetivo, y dotado de esas características, debe formar parte de la conciencia lúcida de todos los peruanos. Sobre todo porque, a diferencia de hace 30 o 40 años, los extraordinarios avances de la informática y las comunicaciones a distancia permiten hoy superar inconvenientes que objetivamente antes eran insuperables, a menos que se incurriera en inversiones descomunales.
Conclusión
Con la caída del primer imperio andino, se dio paso a un segundo período de descentralización. Tampoco por simple coincidencia fueron mil años de florecimiento y gran desarrollo material y cultural. Basta reconocer que entre el siglo V aC y el siglo V dC, surgieron las magníficas civilizaciones Mochica, Lima (Pachacámac), Paracas, Nazca y Tiahuanaco. Consideradas expresiones de creatividad y manifestaciones de riqueza en todo el territorio andino.
El centralismo nunca se ha hecho presente durante la vigencia de los Proyectos Nacionales. Por el contrario, durante dichas experiencias, siempre se ha expuesto una "natural" afición a la descentralización que, aunque sobrentendida, fue siempre cierta. De allí que hasta que no salieron los fenómenos imperialistas y coloniales, la humanidad desconoció el centralismo
Lograr la unidad de las fuerzas sociales descentralizadoras, que son las únicas a partir de las cuales podría empezar a diseñarse realmente el desarrollo del país, no es cuestión de arengas, discursos ni slogans. Todos esos recursos, aun cuando son necesarios, nunca habrán de ser lo suficientemente aglutinantes.
La receta de la bondad genérica de la inversión extranjera directa ha estado sustentándose en los principios más "sagrados" y profundos de la teoría económica neoclásica. Ella sostenía que "todos los productos son intrínsecamente iguales entre sí". A partir de allí, sin más, se coligió que era igualmente benéfico para nuestros países que se instalara entre nosotros una transnacional para producir muebles o tractores u otras para extraer hierro, cobre, petróleo, gas natural o fosfatos. Con ese sustento "teórico", desde hace ya bastante tiempo, en realidad desde la primera década de este siglo, empezaron a llegar a nuestros países innumerables empresas transnacionales.
Mediante la teoría económica del "deterioro de los términos de intercambio" quedó en evidencia que los productos que exportábamos eran cada año más baratos, y los productos que importábamos eran más caros. Por tanto, cada año teníamos que exportar y trabajar más para comprar del extranjero lo mismo que en el año anterior. En verdad nuestras exportaciones de materias primas eran cada vez más baratas por la conjunción de dos razones: por un lado, la oferta de materias primas había aumentado considerablemente, en tanto que las propias transnacionales, en competencia, habían instalado empresas extractivas en muchos lugares del mundo; y, del otro, en el desarrollo tecnológico despuntó la miniaturización, es decir, no otra cosa que la disminución de la demanda. Sólo uno de esos factores habría sido suficiente para deprimir los precios.
Autor:
Rengel Thelma
Druso Esteller
Chang Lily
Dominguez Julian
Gonzalez Cristina
Sanz Victor
Enviado Por:
Iván José Turmero Astros
UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL POLITÉCNICA
"ANTONIO JOSE DE SUCRE"
VICERRECTORADO PUERTO ORDAZ
CATEDRA: ING. FINANCIERA
CIUDAD GUAYANA, MARZO DE 2013
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