La violencia en Colombia, un fenómeno complejo e inquietante (página 5)
Enviado por Lu�s �ngel R�os Perea
En opinión del filósofo Benito Spinoza, en cada persona existe una fuerza ("conato") que lo impulsa a preservar el ser por encima de todo y de todos. Esa tendencia innata o egoísmo es instintiva y lleva al hombre a luchar contra los demás, convirtiendo al hombre en un enemigo para el hombre. Así existan instintos y condiciones que desborden las fuerzas humanas, el hombre en su fuero interno de moralidad es legislador absoluto, libre y autónomo, de forma que cualquier inconsistencia es imputable a él y sólo a él y no a las fuerzas de la naturaleza ni a las determinaciones naturales. Si los hombres no controlan sus pasiones se entregan a ellas de manera desbordada y se convierten en esclavos, y la vida se les torna casi imposible. "En la medida en que los hombres sean la presa de las pasiones, pueden ser ellos contrarios los unos a los otros", precisa en su Etica.
Según el filósofo Blas Pascal, los seres humanos somos míseros e incapaces de comprendernos a nosotros mismos ni al mundo que nos rodea; somos tontos, torpes y limitados. Nuestra frágil razón nos aleja de la auténtica comprensión, y nuestro comportamiento vano nos acerca al exceso y al vicio. "El hombre no es ni ángel ni bestia; y la desgracia quiere que el que aprenda hacer de ángel, haga de bestia", sentencia en sus Pensamientos.
En tanto que el filósofo Tomas Hobbes afirma que, por su naturaleza, el hombre es un ser antisocial, "un lobo para el hombre", su homólogo Juan Jacobo Rousseau sostiene que el hombre, por naturaleza, es un ser bueno. Contrario a la concepción aristotélica de que el hombre es un animal gregario por instinto y que en constante compartir con sus semejantes, puede hallar la felicidad, Hobbes precisa que la existencia entera de un hombre se mide en términos del grado de placer que logre abarcar y del dolor que consiga alejar de sí, y así obtiene la felicidad. Como el hombre es por naturaleza un ser antisocial, la vida humana es una lucha de todos contra todos, donde el "hombre es lobo para el hombre". Como es un ser antisocial, su convivir dentro de la historia se resume en una larga y cruenta guerra de todos contra todos. Según él, la triste condición del hombre es el egoísmo depredador y la mutua hostilidad violenta. "Hobbes llegó a la conclusión que los seres humanos son por naturaleza egocéntricos y necesitan la influencia reguladora de la civilización y la autoridad para mantener la paz" (Más Platón y menos Prozac, de Lou Marinoff). El hombre, que siempre tiende a la búsqueda de la felicidad, tiene que saber que ésta supone una absoluta necesidad, de la cual depende en todos los casos: el poder. "La capacidad de conducir los esfuerzos hasta la satisfacción y alejarse de todas las posibilidades de displacer o disgusto. Pero el poder, que en cada caso es absoluto y en estado natural no sufre cortapisa ni recorte alguno, aboca a los hombres a un perpetuo enfrentamiento, a una lucha sorda y continua, a una inclemente competencia en donde el hombre es lobo para el hombre. La avidez por el conocimiento, la gloria, la riqueza, y la desconfianza recíproca, conducen a la guerra perpetua de todos contra todos, que puede derivar desde el enfrentamiento físico concreto en que unos y otros se baten a muerte, hasta la actitud íntima y común de los hombres, por batirse. En cualquier caso, y variando infinitamente la composición del conflicto, el poder de cada uno, manifiesto en fuerza y astucia, se agota en la confrontación con los demás, de forma que la especie misma se encuentra en peligro de extinción, precisa Méndez comentando el Leviatán de Hobbes. A juzgar por el comportamiento agresivo del ser humano, se podría estar de acuerdo con el aserto hobbesiano. El cruel y salvaje trato recíproco entre las personas así lo confirman. "Salvo escasísimas excepciones, el hombre es la única criatura capaz de dar despiadada muerte a miembros de su misma especie, sin que medie el instinto de supervivencia", aclara García de Guinea, y agrega que cualquiera, cegado por la ira, puede desarrollar impulsos animales. El hombre ha sido severamente castigado por la ruda naturaleza, pero esa naturaleza jamás ha organizado sus fuerzas con el deliberado propósito de destruir al hombre. "Son pocas las ocasiones en las que el instinto triunfa sobre la razón; en las que el yo salvaje se antepone al civilizado o racional", precisa García de Guinea.
Según la teoría del "Buen Salvaje", de Rousseau, el hombre es bondadoso por naturaleza, pero la civilización, el progreso, lo corrompen. Es decir, plantea su idea de bondad natural del hombre, que se corrompe por la sociedad.
El filósofo John Locke afirma que en estado natural el hombre vive de acuerdo con la ley natural que lo invita al respeto, a la armonía, a la igualdad y al ejercicio responsable de su libertad. Por lo tanto, el ser humano es naturalmente sociable y razonable. En contraposición a la versión de Hobbes, quien desde el mismo punto de partida supone la condición espuria del ser humano, Locke considera que en la base de semejante determinación reside la racionalidad sustancial de los hombres. Plantea que no se trata de construir un hombre artificial (el Estado que propone Hobbes en su "Leviatán") que imponga su despotismo incuestionable sobre los hombres naturales. El Estado natural, en donde todos los hombres son libres e iguales, no significa en modo alguno un estado de guerra.
El filósofo David Hume sostiene que los humanos tenemos anclado en la naturaleza nobles sentimientos de simpatía universal, de benevolencia, y que estamos hechos para el amor y la convivencia.
Según el filósofo y economista ingles Adam Smith, el hombre con tal de vivir y sobrevivir ha tenido que enfrentar diversas circunstancias adversas que lo han comprometido totalmente en la defensa de su existencia. "Los hombres siempre, en toda circunstancia y lugar, han necesitado ocuparse de la perpetuación material de su vida. Por desgracia, sigue siendo la única actividad en la cual muchos seres humanos agotan su existencia. Entregados al trabajo, han tenido que habérselas con circunstancias concretas –climáticas, naturales, sociales, políticas, etc.- que los han absorbido por completo. Bajo la lógica implacable y precisa de trabajar para vivir y vivir para trabajar, han sucumbido sin otra opción", señala Rafael Méndez comentando la obra de Smith.
El filósofo Wilhelm Friedrich Hegel plantea que el hombre es movido a obrar por sus instintos naturales que lo llevan a su autosatisfacción individual inmediata, como a una manada de animales, y que al obrar por coraje podría hasta sacrificar su propia vida en búsqueda de reconocimiento. El primer tipo de relaciones en la vida social fue aquella que se caracterizó por el miedo, el sometimiento y la guerra, el despotismo de unos para con otros. La lucha entre conciencias que mantienen una relación antagónica se resuelve en la relación amo-esclavo. El amo se reserva para sí la autonomía, la autoconciencia, y se la niega al esclavo, que de hecho queda en un nivel de inferioridad al considerarse como un simple objeto, como una cosa o simple medio para los intereses del amo. Amo y esclavo se necesitan; el amo no podrá cobrar plena conciencia de sí, porque el otro que le sirve de espejo es un esclavo. Al final, el uno no puede vivir sin el otro. El amo domina sobre el esclavo y el esclavo termina dominando sobre el amo.
Según el Manifiesto Comunista, de Karl Marx, la forma como una comunidad consigue dinero supone diferenciación entre las personas que lo integran. Esa diferenciación, con sus implícitas discriminaciones y valoraciones, coloca a unos en la ventajosa condición de superioridad y otros en la triste condición de dominados. Surgen las clases sociales y su frecuente enfrentamiento. Lucha entre ricos y pobres ha sido la dinámica de la historia. "Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, amos y esclavos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes". En estas circunstancias los pobres, el proletariado, quiere derrocar a los ricos, a la burguesía. Como obtener el poder no es fácil, porque los poderosos no quieren entregarlo sin luchar, entonces el proletariado necesita utilizar la fuerza, la violencia. Así como Hegel glorificó la guerra entre Estados y naciones como contradicción antitética (antagónica) que movía la historia, Marx hizo de la dialéctica de la lucha de clases entre explotados y explotadores el motor del devenir de la humanidad.
El planteamiento de Darwin sobre el origen de las especies pone en evidencia la lucha por la competencia. El conglomerado social debe decidirse por la libre competencia, por la libertad absoluta de acción. "Entregados a una lucha frontal y generalizada, los sujetos humanos se harán vencedores o perdedores. Un comportamiento diferente sólo redundará en beneficio de los débiles y con ellos la sociedad se hundirá en una irremediable mediocridad", precisa Rafael Méndez comentando la obra de Darwin. Si la humanidad quiere salir beneficiada se deben erradicar el socialismo, el cristianismo, la socialdemocracia y demás movimientos que tiendan a constreñir las condiciones de lucha y a humanizar los conflictos.
La violencia, tal como lo plantea el filósofo y psicólogo norteamericano Willam James, se ha podido estar gestando desde el mismo instante en que apareció el hombre sobre la tierra. El hombre primitivo, en su afán de subsistir enfrentado a los múltiples peligros de la naturaleza, de los animales y los demás hombres, aprendió a robar, saquear aldeas, poseer mujeres y matar. "Así emergieron las tribus más guerreras, tanto para los jefes como para las agrupaciones se combinaron la mera pugnacidad y el amor a la gloria con el más primario apetito de pillaje," precisa en artículo publicado en el libro La Ciudadanía Mundial. Considera que la historia es un baño de sangre y que heredamos la nodriza guerrera. "Nuestros antepasados dejaron la semilla de la pugnacidad en nuestros huesos y médula, y miles de años de paz no han de expulsarla de nosotros", aclara.
Arthur Schopenhauer, Ludwing Feurbach y Federico Nietzsche sostienen que el instinto, la animalidad y el cuerpo priman sobre la conducta humana. La visión nietzscheana muestra al hombre como un ser miserable, inmundo, determinado, híbrido, mezcla de bestialidad y humanidad; simple puente entre la bestia y el superhombre. Según este pensador alemán, no es la razón la que establece los valores, sino la fuerza, la vida, y en tal sentido, la animalidad. Los atributos del hombre, según Nietzsche, están representados por el águila y la serpiente (el orgullo, la garra, la rapacidad y la astucia). Si el hombre es águila y serpiente, está en el abismo de las pasiones y en el fango del desgarrado mundo de lo cotidiano.
Nietzsche, a través de su ética del "Superhombre", plantea que a medida que el hombre rompe los esquemas medievales descubre que los valores morales tradicionales son puras máscaras que ocultan los intereses egoístas de unos y las bajezas y miserias de otros. El hombre se debate entre dos actividades: la lucha por el poder y la defensa de la debilidad. Esto divide a los hombres en poderosos y débiles. Los débiles necesitan vivir en sociedad, con un orden jurídico, una religión y una moral comunes, teniendo como valores la igualdad, la humanidad, la caridad, el sacrificio. Los poderosos constituyen una raza superior caracterizada por valores opuestos a la raza inferior. Para ellos no existe otra regla moral que el desarrollo de su propia personalidad en procura del poder y la grandeza. El que realiza en su vida el ideal del hombre poderoso se convierte en un superhombre, valor y meta suprema de la humanidad. Éste es duro, sin sentimientos y profundamente inmoral. Hace todo lo que sirve a sus fines, sin necesidad de justificar nada, ya que está "más allá del bien y del mal". La moral se convierte en indispensable para los hombres inferiores. Es la moral del "hombre de negocios" y de todos aquellos cuya máxima espiración es "triunfar en la vida" al precio que sea.
El genial novelista francés Honoré de Balzac, en su Comedia Humana, sostiene que el hombre no es ni bueno mi malo, nace con instintos y aptitudes; el mundo (la sociedad), lejos de corromperlo, como plantea Rousseau, lo perfecciona; pero entonces el egoísmo desarrolla enormemente sus condiciones al mal. El Marqués de Sade, también escritor, afirma que no había nada más natural que hacer cuanto nos parezca, caiga quien caiga y por mucho dolor que se produzca a los demás. El escritor estadounidense Jack London (1876-1916), con influencias de Marx y Nietzsche, mantenía la tesis general que el ser humano no es bueno por naturaleza, y sólo los fuertes consiguen alzarse en la vida que es dura; estos seres serán los que pongan los cimientos para una sociedad más justa.
Según Hitler, "el mundo, creado por Dios, se ha ordenado siempre en el sentido de la superioridad del más fuerte, del más capaz que impone sus privilegios sobre los frágiles, incompletos e incompetentes. Es la personalidad individual la que crea y constituye mundos, en ningún caso el peso mediocrizante de la masa", precisa en su obra Mi lucha. El papel del más fuerte es dominar al más débil.
Según el filósofo francés Jean Paul Sartre, las relaciones humanas no son gratas, sino que son conflictivas, pues mediante ellas los seres humanos tienden a someter a los demás, a sus congéneres. Hasta en el amor, que podría considerarse como la relación más pura y libre, se presenta el sometimiento. "El amor es una revancha sobre aquel que quiere hacer de nosotros un instrumento suyo, es un tratar de convertir en prisionera la voluntad del otro, que trata de pararilizarnos", precisa el ensayista mexicano Gustavo Escobar Valenzuela, citando a Sartre, en su libro "Introducción a la Filosofía". Asimismo, el pensador francés sostiene que la escasez, como hecho contingente y universal, genera conflictos por cuanto la sobrevivencia, por escasez de alimentos, nos convierte en un peligro para los demás, y éstos en un peligro para nosotros. "Aparece así el otro como negación del hombre o el anti-hombre, portador para nosotros de una amenaza de muerte", precisa Sartre, y aclara que la escasez provoca la enajenación, la violencia y la contraviolencia.
El filósofo estadounidense, Lou Marinoff, en su libro Más Platón y Menos Prozac, considera que "en la mayor parte de los casos, la infelicidad personal, los conflictos de grupo, la descortesía imperante, la promiscuidad descarada, las olas de crímenes y las orgías de violencia no son producto de una sociedad mentalmente enferma, sino de un sistema que (al carecer de un gobierno visionario y de la virtud filosófica) ha permitido e incluso fomentado que la sociedad terminara padeciendo un trastorno moral".
El antropólogo francés Loren Eiseley sostiene que el hombre moderno es ahora la recóndita pesadilla del hombre. El hombre más que un tirano de los demás, es un tirano de sí mismo, afirma el filósofo Nicolás Berdiaev. Se tiraniza por envidia, por amor propio, por miedo, por sus falsas creencias, sus supersticiones y sus mitos. "El hombre se tiraniza a sí mismo por la conciencia de su debilidad e insignificancia, y por la sed de poder y grandeza", agrega, y sentencia que por su voluntad de esclavizar, "el hombre no sólo esclaviza a los demás sino a sí mismo".
El escritor inglés Aldous Huxley en su novela El tío Spencer sostiene que "el siglo XX se especializó en el idealismo romántico y optimista que postula que el hombre, en general, es bueno y gradualmente se va haciendo mejor. El idealismo de los hombres de la Edad Media era más sensato, pues empezaba por insistir en que el hombre es, en su mayor parte, y esencialmente, malo y pecador por instinto y por herencia".
El filósofo colombiano Jaime Rubio Angulo, en su libro Introducción al Filosofar, plantea que debido al primado de la conciencia en la cultura occidental, tras el "Pienso, luego existo" cartesiano (punto de partida del filosofar moderno), "estamos perdidos, extraviados entre los objetos y separados del centro de nuestra existencia; así como estamos separados de otros, y nos convertimos en enemigos de todos", y agrega que el secreto de esta separación, de esta diáspora, está en que en principio no poseemos lo que somos.
Según Myers, "los filósofos han debatido durante mucho tiempo si nuestra naturaleza humana es sobre todo la de un noble salvaje benigno y contento o la de un bruto potencialmente explosivo". Rousseau afirma que la sociedad es la responsable de los males sociales y no su naturaleza humana. Hobbes considera necesarias las restricciones sociales para controlar y reprimir el bruto humano. Bías precisa que la mayoría de la gente es mala. Wittgenstein afirma que los seres humanos son profundamente malos. "Yo soy un monstruo" solía decir.
Si tenemos en cuenta las predicciones del filósofo inglés Tomás Roberto Matthus hace unos doscientos años, la situación de violencia es muy posible que siga, no sólo por la lucha por el poder y otras realidades, sino por la supervivencia. En su Ensayo sobre el principio de la población sostiene que "los hombres tienden a incrementar su población de manera desmesurada y sin guardar proporción debida con el crecimiento correlativo de sus recursos económicos y alimentos. Se impone entonces una lucha por la existencia, en la cual muchos se verán forzados a abandonar la partida, mientras otros conseguirán adaptarse y sobreponerse".
El modelo cultural también influye en las motivaciones de la conducta humana, ya que la cultura moldea nuestra manera de ser, de ver, comprender y de estar en el mundo. La antropóloga Benedict distingue dos modelos culturales: el apolíneo y el dionisiaco, y afirma que mediante el primero "la vida se expresa como participación pública y no como autoafirmación individual; la vida personal está marcada por la huella de lo generosos, lo noble, el desprendimiento, lo digno…", agregando que el modelo dionisíaco "está signado por la avidez de gloria, de poder, embriaguez, frenesí, afirmación individual; se tiende a la satisfacción que deriva de la superación de los vínculos y de los límites de una existencia regulada y tranquila" (Roberto José Salazar Ramos, El hombre como ser histórico y cultural, en Antropología, perspectiva latinoamericana. En la antigua Grecia imperaban estos modelos culturales; el apolíneo, entre otras cosas, regulaba las paciones, y dionisiaco las exaltaba.
B Explicaciones desde el punto de vista científico
Según el sicólogo Sigmund Freud, el fundamento de la conducta humana ha de buscarse en varios instintos inconscientes, llamados también impulsos o pulsiones. Freud estableció que los impulsos humanos participan y se fundamentan en la pasión de vivir (Eros) y la pasión de morir (Tánatos). "Según su teoría, en esa pugna entre la vida y la muerte, en cuanto la conciencia baja la guardia un momento, el instinto de muerte toma la delantera, tratando de destruir no sólo a los demás, sino incluso a nosotros mismos", precisa García de Guinea. El sicólogo Charles G. Morris, en su libro "Psicología, un Nuevo Enfoque", citando las "Obras Completas" de Freud, dice que las pulsiones son el Instinto de Vida (Eros) y el Instinto de Muerte (Tánatos). "El primero –señala Morris- se relaciona con el hambre, la sed, la genitalidad y la autopreservación. El segundo con las tendencias suicidas y autodestructivas, agresividad o guerra". Freud, en su libro "El Malestar en la Cultura", señala que "nosotros mismos, juzgados por nuestros impulsos instintivos, somos, como los hombres primitivos, una horda de asesinos". Agrega que el ser humano, por naturaleza, es agresivo, debido a que tiene pulsiones o instintos que lo motivan al homicidio, al canibalismo y al incesto, en procura del placer y la felicidad. Esta circunstancia impide la libertad porque las tendencias agresivas nos acompañan permanentemente, dificultándonos la convivencia social. "A mi juicio, ha de contarse con el hecho de que todos los hombres integran tendencias destructoras -antisociales y anticulturales- y que en gran número son bastante poderosas para determinar su conducta en el de la sociedad humana" (El Porvenir de una Ilusión, de Freud). Y desde su cosmovisión afirma éste (en la misma obra) que "probablemente cierto tanto por ciento de la humanidad permanecerá siempre asocial, a consecuencia de una disposición patológica o de una exagerada energía de los instintos".
De acuerdo con el psicoanálisis (psicología profunda), los instintos reprimidos pueden perturbar el acontecer psíquico. "El psicoanálisis considera al hombre como un ser que en su conducta se halla determinado esencialmente por los instintos y fenómenos inconscientes que se desarrollan a partir de su vida instintiva" (La Psicología Descubre al Hombre, de Heinz Dirks). Tales instintos pueden ser el sexual (Freud), los de poder y de prestigio (Adler), los de posesión, de conservación y de autodesarrollo (Schultz-Hencke) y el de seguridad. El instinto sexual reprimido se manifiesta en forma de agresividad, los de poder y de prestigio en la necesidad de posesión, el de posesión en la avaricia o manías coleccionistas, y el de seguridad en voluntad de imponerse. La ambición de poder –sostenía Adler-, como compensación de los sentimientos de inferioridad desarrollados en la infancia, constituye el motivo humano fundamental. "Cuando la elaboración de las vivencias no se realiza de un modo normal, los instintos insatisfechos y los conflictos no resueltos pueden suscitar la aparición de una tendencia poderosa hacia la agresión, hacia el ataque" (La Psicología Descubre al Hombre, de Heinz Dirks).
Sobre los impulsos en los planteamientos freudianos, Erich Fromm, en su libro "Etica y Psicoanálisis", afirma que "Freud pensó que el hombre es un campo de batalla en el que se enfrentan dos fuerzas igualmente poderosas: el impulso de vivir y el impulso de morir". La fijación de estos instintos durante la niñez es fundamental en la conformación del comportamiento humano. El psicólogo argentino Luis Duravia, en su libro "La dimensión Afectiva de la Personalidad", advierte de los riesgos si no se presenta una adecuada fijación de ese tipo de instintos, por cuanto un niño demasiado reprimido por sus padres no desarrolla tolerancia a la frustración y "se vuelve como una olla de presión que no pudiendo descargar su presión de la forma natural, la descarga por otros puntos débiles, causando mucho daño". Estos instintos, que por violencia intrafamiliar, quedan mal fijados en la mente del niño, lo conducen a gestar un comportamiento antisocial, percibiendo a los demás como enemigos de los que hay que defenderse o atacarlos; asimismo, a desarrollar una neurosis fóbica y obsesiva.
Nos dice Morris que Freud sostiene que el comportamiento humano hunde sus profundas raíces en las estructuras psíquicas de la personalidad: El Ello (Id), el Yo (Ego) y el Superyo (Superego).
"El Ello –explica Morris- es la parte inconsciente, los instintos, impulsos y deseos inconscientes; es una caldera hirviente de impulsos y deseos inconscientes, que sin cesar tratan de manifestarse o expresarse. Los instintos de vida y de muerte forman parte del Ello… El Yo es la estructura del pensamiento consciente, lo racional; controla los impulsos del Ello para que sean aceptados socialmente. Media entre las exigencias del ambiente (realidad), la conciencia (Superyo) y las necesidades instintivas (Ello). Controla todas las actividades conexas con el pensamiento y razonamiento. Por medio de los sentidos, el Ego llega a conocer el mundo exterior… El Superyo se relaciona con las normas sociales, lecciones y prohibiciones aprendidas; es la parte portadora de los principios morales. En el Superyo es donde se alimentan las ideas morales de conducta, lo que llamamos la conciencia… El Ello, el Yo y el Superyo funcionan en armonía. El Yo satisface las exigencias del Ello en forma moral y razonable, aprobado por el Superyo. Y así podemos amar y odiar, lo mismo que expresar nuestras emociones de manera adecuada y sin sentimientos de culpabilidad. Cuando el Ello predomina, los instintos están desenfrenados y tendemos a constituir un peligro para nosotros mismos y para la sociedad. Cuando predomina el Superyo, la conducta es controlada con excesivo rigor y no podemos llevar una vida normal".
Charles Darwin piensa que si la naturaleza selecciona a los individuos más aptos por medio de la lucha por la vida, que elimina a los más frágiles y a los que no se acomodan al ambiente, las personas deben hacer lo mismo y dejar que cada cual tratar de sobrevivir como pueda, sin levantar a los caídos ni ayudar a los incapaces… Los partidarios de la eugenesia, propuesta por Francis Galton, consideran que la reproducción humana debe ser orientada como la de los animales domésticos a fin de producir mejores ejemplares, tal como lo pusieron en práctica los nazis…
Los darwinistas y sus seguidores piensan que el hombre sobrevive gracias a su fuerza, pero el antropólogo francés Loren Eiseley piensa que el hombre sobrevive por la ternura y no por la fuerza. "El hombre nace del amor y existe por la razón de un amor que en él va más allá que en cualquier otra forma de vida". Sin embargo, reconoce que, irónicamente, el hombre es una criatura que pretende violentar las expresiones de la vida, y hacerse mudo para vivir. Según Goethe, saberse amado da más fuerza que saberse fuerte. Fernando Savater precisa que con la fuerza con que unos hombres se imponen a otros casi nunca es mera superioridad muscular o numérica, siempre necesita pasar a lo simbólico, es decir, artificializarse.
El etólogo Peter Maler considera que la violencia es una reacción innata, automática. Una teoría, muy popular en el siglo XIX, atribuye la violencia humana al hecho de que, como consecuencia de la evolución, en el cerebro humano habrían quedado remanentes de su vida de saurio o lagarto, "coexistiendo con las características de mamífero superior", dice el psiquiatra Restrepo. Este planteamiento, reformulado por el etólogo Arthur Koestler y retomado por los criminalistas italianos (Di Tulio, Grasset, Patrizi), sostiene que "existe una paleopsique bárbara y primitiva que, al desbordar a la neopsique, produce el hecho delincuencial", aclara Restrepo. Según este brillante psiquiatra, la reformulación de Koestler y de los criminalistas italianos no sería más que una "una burda ideologización biológica de la violencia social que, sin duda, debe más a la cultura que a los lagartos".
A pesar de que las investigaciones químicas y genéticas ofrecen confusión, "los estudios con gemelos y con niños adoptados parecen indicar que existe algún componente hereditario en la violencia", precisa Jorge Alcalde. El sicólogo suizo Ernest Jung reconoce que en todo individuo hay un asesino en potencia. "Considera que en la personalidad del ser humano se albergan siempre ciertas áreas en sombra, algo así como la cara oscura de su carácter", precisa García de Guinea. El sicólogo B. F. Skinner presenta al hombre como simple cuerpo que se comporta de manera análoga a los demás organismos y en función de ciertas condiciones ambientales y genéticas. El étologo Konrad Lorenz y el psicólogo Sigmund Freud plantean que el impulso violento es innato y por lo tanto inevitable. Lorenz, en su libro "Agresión", señala que "la agresión en el hombre es parte del instinto congénito de matar y destruir, un vestigio de nuestros orígenes remotos". En otro de sus textos ("La Supuesta Agresividad") indica que "la agresividad humana es una tendencia o un instinto innato que empuja a la lucha contra los individuos de la misma especie hasta llegar a la destrucción o a la muerte de los mismos". Lorenz considera al hombre como incontrolable pulsión agresiva. Según el sicoanalista Wilhelm Reich, seguidor de Freud, la agresividad se produce por la liberación de la tensión acumulada por la represión de la energía sexual. Si bien es cierto que la teoría freudiana sobre el origen congénito de la agresión aún conserva vigencia, el sicólogo social R. S. Lazarus, en su libro "El Enigma del Hombre", observó que "ninguna investigación importante ha demostrado que el hombre posee un instinto congénito e incontrolable de matar y luchar".
El investigador José Arana afirma que "hoy por hoy no se puede defender científicamente ninguna base genética inmediata y específica de la agresividad, mucho menos de la agresión psicópata". No existe criminal nato, si tenemos en cuenta que esa teoría, propuesta por el jurista Cesare Lombroso, fue declarada obsoleta. Así mismo, el sicólogo Paul Frederic Brain, presidente de la Sociedad Internacional para la Investigación de la Agresividad, sostiene que "la especie humana no es particularmente agresiva, aunque sí haya desarrollado una tecnología que hace que unas agresiones sean más efectivas que otras". Algunos estudiosos como sociólogos y sicólogos concluyen que el comportamiento violento está determinado porque somos los únicos animales que usamos sistemáticamente herramientas. "Una lasca -señala Jorge Alcalde-, que sirvió a nuestros antepasados para partir un hueso de una presa, también debió de serles útil para amenazar a sus congéneres que pretendían robárselo".
Lemos Simmonds no comparte la teoría que los colombianos seamos más violentos porque somos distintos a los demás. "Nuestro inventario genético es idéntico al del resto de los seres humanos. El problema no está en las complicadas leyes de la herencia. Es, más bien, una cuestión de cultura política". Los estructuralistas, encabezados por Michel Foucault, sostienen que el hombre es producto de su cultura, de sus condiciones de vida. Su pensar, querer, vivir y su actuar está fraguado en modelos sociales preestablecidos. "El hombre más que un sujeto, es un sujetado, un sometido. Está construido por las estrategias, los saberes, los intereses, etcétera, que se entretejen, impidiéndole ejercer su autonomía y soberanía", sostiene este intelectual.
Según Jorge Alcalde, "la violencia es el resultado de la influencia de la cultura sobre la agresividad biológica natural propia de cualquier animal". La posición humanista asegura que el hombre tiene la capacidad de conocer lo bueno y de actuar de conformidad con sus potencialidades naturales y su razón; pero sus detractores, como Hobbes, sostienen que la naturaleza del hombre está inclinada a la violencia, a la envidia y a la lucha de todos contra todos. El pensador Madeido rechazaba la concepción judeocristiana que sostiene que el hombre es imperfecto e inclinado al mal en virtud del pecado original.
La ciencia, cada vez más comprometida con la búsqueda de respuestas a la problemática de la violencia, centra sus investigaciones en este complejo campo, sin que hasta el presente exista una solución concreta. "Aunque el estudio de la violencia no es nuevo -sostiene Jorge Alcalde-, aún no se ha producido un auténtico boom de hallazgos relacionados con el tema y de teorías con suficiente rigor, distanciadas de las líneas seudocientíficas que imperaron en las primeras décadas el siglo XX, como es el caso de la frenología, que pretendía predecir el comportamiento de los seres humanos a partir del tamaño de los cráneos". La investigación no avanza por cuanto se experimenta con animales como ratones y no con humanos por obvias razones éticas. Sin embargo, los científicos han encontrado que algunas sustancias químicas se ponen en juego durante un ataque violento. La más importante sería la serotonina que, ha sido culpada de otros males como la depresión o los desórdenes alimenticios. "Varios estudios han confirmado -indica Alcalde- que los animales más violentos, incluidos los humanos, presentan menores niveles del metabolismo de la serotonina en el fluido cerebroespinal, lo que es igual a decir que sus cerebros activan menores cantidades de la sustancia". Según el neurólogo Adrián Raine, citado por Alcalde, "la clave de la violencia humana está en el estudio del cerebro y, más concretamente, en el córtex prefrontal, un área mayor en los humanos que en el resto de los animales". Muchos han propuesto que la violencia está íntimamente relacionada con la supervivencia, semejándose la violencia humana con "la de los animales que tienen que combatir con sus congéneres por la comida o la reproducción", indica Alcalde. Sin embargo, teorías actuales "advierten que, tanto el animal como entre los humanos, la violencia extrema puede derivarse de una patología que impide percibir o interpretar correctamente los signos de sumisión del otro cuando se está en pleno combate", aclara Alcalde. Tanto en la química como en la genética existe confusión para determinar con precisión el origen de la violencia. "Por el momento la violencia no se considera como una enfermedad y no es legítimo moralmente tratarla como tal. En el fondo parece que, a pesar de todos los avances de la ciencia, el ser humano no está dispuesto a extirparse a sí mismo la semilla de su mal más ominoso y exclusivo", puntualiza Alcalde.
Los sicólogos sociales sostienen que la violencia o la agresión tiene influencias neurales, genéticas y bioquímicas. El sicólogo social David G. Myers, en su libro "Sicología Social," afirma que un experimento demostró que una mujer que recibió una estimulación eléctrica indolora en un área de su cerebro interno "se encolerizó y estrelló su guitarra contra la pared, pasando cerca de la cabeza de su psiquiatra". En cuanto a lo genético sostiene que "nuestro temperamento –lo intenso y lo reactivo que somos- en parte es algo que traemos con nosotros al mundo, influido por la reactividad de nuestro sistema nervioso simpático". Respecto a la influencia bioquímica, dice que la química sanguínea influye en la estimulación agresiva. "El alcohol –afirma- aumenta la agresividad al reducir la autoconciencia de las personas y su habilidad para considerar los resultados de sus acciones". El azúcar en la sangre puede incrementar la agresividad. El exceso de testosterona también puede generar conductas agresivas.
Desde el punto de vista de la sicología social, la agresión es una conducta física o verbal que pretende herir a alguien. "Incluye acciones que tienen la intención de herir a alguien: bofetadas, insultos directos, incluso meterse con alguien con chismorreos", precisa Myers. Sostiene que los sicólogos distinguen entre la agresión hostil y la agresión instrumental. La hostil surge del enojo y su objetivo es dañar. La instrumental pretende hacer daño, pero sólo como un medio para lograr algún otro fin. "La agresión hostil es caliente; la agresión instrumental es fría", aclara. La mayoría de asesinatos son hostiles, y tienen su origen en arranques impulsivos, emocionales. Algunos homicidios son instrumentales. "Lo que comienza con un acto frío y calculado puede encender la hostilidad", señala.
Myers sostiene que la psicología social aborda el tema del origen de la agresión desde las perspectivas del instinto, de la frustración y del aprendizaje social. La perspectiva del instinto, asociada con teorías de Freud y Lorenz, "sostiene que, si no es descargada la energía agresiva se acumulará en el interior". Según este planteamiento, la agresión es influida biológicamente por la herencia, la química sanguínea y el cerebro. De acuerdo con la segunda perspectiva, la frustración causa la cólera o ira, que provoca agresión. "La frustración resulta no de la privación per se sino de la brecha entre las expectativas y los logros", acota. La perspectiva del aprendizaje social presenta la agresión como conducta aprendida. "Por la experiencia y la observación del éxito de los demás, aprendemos que la agresión en ocasiones reditúa. Por lo tanto, cuando somos activados por una experiencia aversiva y cuando parece seguro y recompensante agredir, es probable que lo hagamos", puntualiza Myers.
En cuanto al tipo de criminales, de hombres violentos, no se puede hablar de un perfil psicológico único. Cualquiera puede ser criminal. Todos podemos ser violentos. "El hombre que es portador de una agresividad importante, cuando esa agresividad se llena de contenido humano, de emoción, de memoria y de inteligencia, se transforma en violencia", precisa el psiquiatra forense José Antonio García-Andrade en su libro "Raíces de la Violencia. Un Estudio Sobre el Mundo del Delito". Esta opinión es compartida por el psiquiatra y médico legista Mariano Royo-Villanova, citado por el investigador Vicente Fernández de Bobadilla, en un artículo publicado en la revista "Muy Interesante" (No. 77). "Yo no creo -afirma Royo-Villanova- que exista un perfil psicológico común en este tipo de criminales. Si pueden existir unos más repetidos en las personas que resuelven su frustración mediante una violencia que termina en crimen o en una agresión sangrienta". En concepto de García-Andrade, muchos criminales carecen de afecto, de emociones, de sentimientos. "Saben lo que es bueno y lo que es malo, pero no lo sienten", precisa.
Para el intelectual Estrada Gallego, la violencia es un problema de autoestima. "El sentido de inferioridad –nos dice- parece ser denominador común en las personas agresivas y que recurren a las armas como un mecanismo para contrarrestar esa sensación. Muchas veces esa merma en la autoestima es tan opresiva y lacerante que impide el movimiento inteligente de la persona, esto es, saber colocarse en la vida… En la justificación del acto violento hay una reserva impresionante de resentimiento, venganza, temor, miedo, minusvalía". La frustración también es fuente de violencia, tal como lo plantea el sicólogo John Dollar, en su libro "Personalidad y Psicología", al precisar que "el comportamiento agresivo viene determinado por sentimientos de frustración, producto de la falta de vivencias agradables a lo largo de nuestra vida". En este sentido, Royo-Villanova sostiene que la "respuesta tan violenta obedece a frustraciones más grandes, que bordean procesos cercanos a la patología. Entre ellos pueden encontrarse los celos, las ideologías disparatadas, los conceptos erróneos, el miedo insuperable, o la crueldad como una perversión de los instintos". Erich Fromm sostiene en "El Corazón del Hombre" que encontramos conducta agresiva cuando se frustra un deseo o una necesidad. "Esta conducta agresiva -aclara- constituye un intento, con frecuencia inútil, para conseguir un fin fallido mediante el uso de la violencia… Con la agresión resultante de la frustración se relaciona la hostilidad producida por la envidia y los celos".
La antropóloga Patricia Vila de Pineda, citando a Reiss y Roth, en su libro El Maltrato Infantil y la Cultura, nos dice que en la agresión y la violencia inciden tres grandes conjuntos de factores: 1. Aquellos relacionados con el desarrollo social (las condiciones del aprendizaje de conductas y la interpretación de las interacciones con otros). 2. Los biológicos (genéticos, defectos cromosomáticos, mecanismos hormonales, efectos de los neurotrasmisores, alteraciones o lesiones cerebrales). 3. Los procesos sociales (condiciones económicas, estructura y relaciones familiares, densidad de población, falta de cohesión y otras características de ciertos grupos sociales.
C. Posiciones sobre estos puntos de vista
Fundados en recientes investigaciones científicas, en la experiencia, las vivencias y las observaciones, somos muchos quines discrepamos de las teorías sobre el innatismo de la violencia, y pensamos que es la cultura la que puede configurar con mayor frecuencia comportamientos violentos y no lo congénito. Creemos que esas teorías surgieron y se fortalecieron gracias a la amplia difusión del positivismo y del darwinismo en las postrimerías del siglo XIX y los albores del XX. Afirmar que nacemos con inclinaciones violentas o agresivas, implicaría aceptar que estamos sumidos desde nuestro nacimiento en un determinismo que nos condicionaría nuestro incierto destino.
Es muy posible que, de acuerdo con Aristóteles, el hombre sea un ser sociable por naturaleza ("infinitamente más sociable que las abejas y todos los demás animales que viven en grey"), pero también lo es que, conforme a lo planteado por Hobbes, el hombre sea un ser antisocial por naturaleza. ¿Cuál de los dos está en lo cierto? ¿Cuál está equivocado? ¿Los dos están errados? ¡He ahí la cuestión! Hay razones para pensar que es sociable por naturaleza y las hay para pensar que es antisocial por naturaleza. Su insondable interior es muy complejo de explorar. Su inescudriñable alma alberga grandezas y miserias. Así como tiene actos grandiosos, también tiene actos perversos. Su comportamiento, al igual que su auténtica esencia y naturaleza siguen siendo un inexpugnable misterio.
A pesar de que las teorías clásicas sostienen que el hombre, por su naturaleza humana, es egoísta, ambicioso, posesivo y agresivo, las nuevas teorías biológicas, psicológicas y sociológicas afirman que la "naturaleza humana" no es un patrón o molde general e inamovible, porque el ser humano es un producto de su medio. Excepto casos patológicos, ninguna persona nace con su naturaleza predeterminada, debido a que ésta es susceptible de cambio porque su naturaleza está condicionada por la herencia individual, en cierta medida, y en su mayor parte por factores sociales. La naturaleza humana, según las nuevas teorías, es sólo un producto de influencias, experiencias y necesidades que han hecho del hombre un ser egoísta, agresivo y posesivo.
Comparto el aserto del psicólogo A. Bandura cuando sostiene en su libro Agresión: un Análisis del Aprendizaje Social que "la agresividad del ser humano es un impulso aprendido". Según Jorge Alcalde, la violencia se aprende en el entorno. El aprendizaje de conductas agresivas es tan complejo que a veces se produce de manea inconsciente. "Cuando en el hogar los padres se muestran agresivos en las discusiones -señala-, cuando se les exige a los niños que sean duros en el colegio y defiendan sus intereses con uñas y dientes… cuando se convive con armas o se utilizan discursos radiales se está actuando como auténtico maestro de futuras mentes agresivas".
Al igual que Lou Marinoff, pienso que la verdad reside en un punto intermedio. Los seres humanos sin duda son egocéntricos y, si no se controla, este elemento puede alcanzar extremos francamente desagradables, pero el conjunto de la sociedad también presenta rasgos de bondad. Podemos ser generosos, honrados y justos. La mayor parte de las personas es capaz de inclinarse hacia un lado o hacia el otro, idea con la que Aristóteles y Confucio se habrían mostrado de acuerdo.
El planteamiento del filósofo Estrada Gallego, quien piensa que la violencia no puede ser congénita ni natural, parece ajustado a la forma como muchos concebimos esta problemática. Hay que cuestionar las hipótesis de la violencia congénita y natural, puesto que se trata de una suposición que muchos consideran un axioma. "Es necesario abrir grandes estadísticas de violencia y verificar qué tan estrechas son esas relaciones entre las organizaciones criminales y la llamada violencia social", propone el intelectual. Suena coherente la posición humanista que el hombre es bueno congénitamente y que el impulso destructor no es parte integral de su naturaleza.
El hombre, tal como lo afirmó Sócrates, hace el mal porque no conoce el bien. La fuente del mal es, según éste, la ignorancia y no la disposición natural del hombre. "¿Hay algún fin en la vida digno de ser apetecido?", se pregunta Sócrates, y responde afirmativamente. "Sí. Éste fin es la felicidad del ser humano, consistente en la sabiduría o conocimiento del bien, pues quien conoce el bien y lo practica es feliz. La ignorancia es la causa del mal", afirma Sopó. Un hombre que no sepa en qué consiste la bondad (propiedad del hombre que dirige sus actos hacia el bien), podría sin dudar actuar justamente en ocasiones, pero también se equivocará otras veces. Sólo el auténtico conocimiento puede garantizar que un hombre hará siempre lo mejor. Freud, Lucrecio, Nontaigne y Nietzsche, contrarios al planteamiento socrático, consideran que el hombre no yerra por ignorancia, sino por el deseo.
La posición del psicólogo español José Pinillos, quien opina que la influencia del temperamento en la conducta violenta del individuo es moderada, es un punto de vista aceptable para muchos. Para éste, el fenómeno violento es más social que biológico. Nuestra agresividad, si nos atenemos al aserto de este profesional, se ve influenciada en gran medida por el ambiente y el entorno.
El investigador Fernando Gaitán Daza, en su Indagación Sobre las Causas de la Violencia en Colombia, afirma que no somos violentos por naturaleza, "ni estamos condenados por la historia a sufrir la violencia eternamente". Según él, es muy difícil explicar las causas de la violencia. La exagerada tasa de violencia no la explican "ni la riqueza, ni la pobreza, ni la distribución del ingreso, ni la demografía". Piensa que la violencia "es un subproducto del delito, que florece en condiciones de impunidad". Para el escritor antioqueño Ricardo Cano Gaviria, la violencia se agrava con la impunidad, como ocurre en Colombia. "En eso nuestra barbarie es nazi… Hitler tuvo la precaución de no dejar testimonio escrito del holocausto. Las órdenes se daban oralmente, sin papeles", precisa en una entrevista concedida a Magazín Dominical del periódico El Espectador, en 1993.
¿Por qué existe la discordia? No es porque seamos irracionales y violentos por naturaleza. "Los antagonismos provienen del hecho de saber que somos capaces de calcular nuestro beneficio y no aceptar pactos de los que salgamos poco gananciosos. Vivimos en un mundo tremendamente racional pero poquísimo razonable", aclara Fernando Savater. Este intelectual español señala que "a pesar de que no somos espontáneamente violentos o antisociales, no podemos esperar que quienes son tratados como animales y utilizados como instrumentos no vayan a reaccionar agresivamente. Los grandes enfrentamientos no suelen protagonizarlos los violentos sino grupos disciplinados y obedientes a quienes han convencido que sus intereses dependen de que luchen contra ciertos adversarios y los destruyan". Según éste, no son violentos por antisociales sino por exceso de sociabilidad. "El hombre malo es múltiple, divertido y extremo, mientras que el hombre bueno es tranquilo y siempre él mismo", puntualiza.
¿La guerra es un ingrediente de la cultura humana? Aceptar esto, según Jorge Alcalde, sería como compartir la opinión de "estudiosos fatalistas que siguen la máxima clausewitziana de que el enfrentamiento bélico es una continuación de la política". García de Guinea plantea que "nadie puede negar que las guerras, la violencia, la tortura, y el asesinato han desempeñado un papel importante en la historia de la humanidad". Richarson en su libro Estadística de riñas mortales muestra cómo en 126 años, entre 1820 y 1945, el hombre ha matado al hombre en guerras, asesinatos y asonadas, a una tasa de un muerto cada 69 segundos. El poder destructor total e de 59.000.000 de muertes. Para Fernando Savater, "como los hombres nos movemos por intereses, nunca se abandona una práctica que produce beneficios (la guerra, por ejemplo) más que sustituyéndola por algo que interesa más… La guerra suele ser cosa buena cuando se la mira desde el punto de vista colectivo: sirve para afirmar y potenciar grupos humanos, para disciplinarlos, para renovar sus élites, para fomentar los sentimientos de pertenencia incondicional de sus miembros, para aumentar su extensión o influencia colectiva, para reforzar en todos los campos la importancia de lo público. En cambio, la guerra es mala desde el punto de vista del individuo normalito, como tú o como yo, porque pone en peligro su vida, le carga de esfuerzos y dolores, le separa de sus seres queridos o se los mata, le impide ocuparse de sus pequeños negocios y yo siempre le brinda otros mejores, le obliga a entregarse en cuerpo y alma a la colectividad" (Política para Amador). La dialéctica de Heráclito sostiene que el movimiento es lucha, confrontación; implica que unas cosas prevalecen sobre otras, que unas nacen y otras quedan destruidas: es una guerra. "La guerra es el padre de todas las cosas; a unos declara dioses y a otros hombres, a unos esclavos y a otros amos". No obstante, la guerra no puede ser "el padre de todo". Werner Sobart, ideólogo alemán, sostenía que la guerra es la madre de todas las invenciones y el desarrollo tecnológico. A este aserto se opone Young Seek Choue, afirmando que la guerra no es ningún medio de progreso, porque la "revolución" industrial se registró en una Inglaterra pacífica. Según José Ortega y Gasset, la guerra no es instinto, sino un invento. Los animales la desconocen y es de pura institución humana, como la ciencia o la administración. Ella llevó a uno de los mayores descubrimientos, base de toda civilización: al descubrimiento de la disciplina. Todas las demás formas de disciplina proceden de la primigenia que fue la disciplina militar. El pacifismo está perdido y se convierte en nula beatería si no tiene presente que la guerra es una genial y formidable técnica de vida y para la vida. Si la guerra no es medio de progreso, "¿por qué no desecharla como medio de dirimir disputas?", se pregunta. "¿Por qué el progreso no hace las civilizaciones más civilizadas?", preguntaba un epígrafe de El Time. "¡Qué vil y despreciable me parece la guerra!", afirmó Albert Einstein, el más brillante científico del siglo XX y uno de los más connotados pacifistas.
Pareciere que la cultura humana fuera una "cultura de guerra", porque desde el alba de las civilizaciones, "la humanidad se ha empeñado en 26.000 guerras grandes y pequeñas, haciendo de la historia humana una historia de la guerra", tal como sostiene Young Seek Choue en su libro La Ciudadanía Mundial. El filósofo y psicólogo norteamericano William James piensa que la guerra es permisible "sólo cuando nos la imponen, sólo cuando la injusticia de un enemigo no nos deja otra alternativa". Platón, en su República plantea que lo justo no puede engendrar lo injusto. "Pero en determinadas ocasiones, dicho proceder no puede menos que aprobarse y aplaudirse. En condiciones de confrontación, cuando el hombre aboca a la crudeza de la guerra, instancia desde la cual sólo es posible la defensa de su proyecto de vida y de su posibilidad de subsistencia física, no tiene otra alternativa", precisa Rafael Méndez analizando la obra platónica. Robert M. Hutchins sostiene que la guerra es una terrible calamidad, la mayor perversidad, la mayor estupidez, pero advierte que "cuando una gran potencia se ha desatado en el mundo buscando a quién destruir, es necesario prepararse para defender nuestra patria contra ella". ¿Pero es inevitable la guerra? "Sería ilusorio pensar que podemos acabar con ella; quizá deberíamos conformarnos con conseguir, al menos, cambiarla", aconseja José Sanmartín en su libro "La Violencia y sus Claves". El expresidente colombiano Rafael Núñez (1825-1894), poéticamente ignoraba "si el azote de la guerra, / como las tempestades, en sí encierra /elementos de bien bajo su horror: / si las hordas de Atila prepararon /a las mismas comarcas que asolaron / un destino mejor".
Si la guerra no es buena, ¿por qué los pueblos se han empeñado continuamente en guerras absurdas y atroces? Young Seek Choue, en el citado libro, responde que por lo común las causas de la guerra han sido por: "1. Ambiciones nacionalistas para obtener beneficios materiales o territoriales. 2. La ávida codicia de conquista y de dominio por parte de los líderes megalomaniacos. 3. El conflicto ideológico entre las grandes potencias. Pero al presente, la guerra no puede servir a ninguno de estos fines, una guerra total en esta edad de la ciencia y la tecnología no acarreará otra cosa que la autodestrucción de la humanidad. Y si esto es así, y si no hemos nacido para la guerra, ¿cuál debería ser entonces la máxima prioridad de nuestras vidas?".
Llama la atención la propuesta del psiquiatra Anthony Storr, en su libro "La Agresividad Humana", que si pretendemos controlar la violencia, "es importante determinar si existe, en los animales o en los seres humanos, una acumulación interna de tensión agresiva que necesita descargarse periódicamente, o bien si la respuesta agresiva es simplemente un potencial que no hay que emplear necesariamente".
A pesar de que la historia está saturada de violencia, pensamos que el ser humano puede superar esa desgarradora condición. Es muy probable que la utopía del filósofo mejicano José de Vasconcelos sobre una "raza cósmica" se haga realidad algún día, y así podamos vivir pacíficamente, dentro de un universo donde reine la alteridad y se conviva en un ambiente de auténtico reconocimiento del otro, tal como lo plantea el pensador argentino Enrique Dussel.
Precisamente, el teólogo y pensador francés Ignace Leep, que encamina sus reflexiones por los senderos de la Filosofía Cristiana de la Existencia, inquieta por el problema del otro, en su libro Filosofía Cristiana de la Existencia, sostiene que, contrario los planteamientos (un tanto deterministas) hobbesianos, hegelianos y sartrianos, el hombre es para el hombre una ayuda y un amigo, mas no un "lobo para el hombre", las relaciones interhumanas no son una perpetua lucha y que se reducen, sea a la indiferencia, sea al deseo sexual tendiente al avasallamiento del otro, o sea al odio, pues Sartre piensa que el amor tan sólo sería odio disfrazado. A pesar de que Leep reconoce que es innegable que las relaciones humanas son, con frecuencia, de lucha, de concurrencia, de rivalidad, el reconocimiento del otro nos demuestra que los demás no son rivales, sino adversarios.
La antropóloga colombiana Patricia Vila de Pineda aventura la hipótesis de que las personas víctimas de maltrato en la infancia tienden a ser maltrataras en su adultez. "El maltrato o agresión psicológica está presente en todos los actos maltratantes, procede de mentes que han sigo agredidas en su infancia, que no han sido educadas, en especial sobre la importancia de unas pautas de crianza adecuadas para el desarrollo de un niño, de adultos que tampoco han aprendido a desarrollar ni a expresar sus defectos y que no han tenido elementos protectores en su infancia, bien sea de la familia o del Estado" (El Maltrato Infantil la Cultura, un documento de la Consejería Presidencia para la Política Social 1998). En opinión de Carlos Castillo Córdoba, consejero presidencial para la política social, "cuando en sus familia el niño recibe castigo violento, no sólo aprende simplemente que hay cosas que puede hacer o no hacer. En sustancia, aprende que los actos violentos son una forma de relación legítima; comprueba que el que tiene poder, fuerza y autoridad ejerce la violencia sin límite ni control. Ser violento es ser poderoso, y la violencia la ejercen los que tienen poder. Empieza a utilizar, a temprana edad, la violencia con sus hermanos pequeños, con sus compañeros de juego y con sus amigos de escuela. En este proceso, el niño ansía llegar a ser adulto para ejercer la dominación por la violencia en toda su extensión y plenitud" (El Maltrato Infantil la Cultura). En el mismo texto, Vila de Pineda precisa que "en un estudio de psiquiatras se presenta el perfil del violento como criado en un ambiente de extremas restricciones que no le permiten alcanzar la autoexpresión, ni autorrealización, sometido a un padre despótico y brutal, con una madre martirizada, incapaz de darle afecto, crece con problemas de difusión de identidad, fuertes sentimientos de agresividad, rabia y protesta reprimidas contra las figuras de autoridad. En un momento de disturbio social o familiar en que el orden es revuelto y desaparecen controles externos, la rabia, el miedo, la culpa inunda al sujeto".
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