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La violencia en Colombia, un fenómeno complejo e inquietante (página 2)


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¿La violencia es un estado de ánimo, una enfermedad mental, una conducta aprendida, una estrategia evolutiva de supervivencia, el resultado de una disfunción neuroquímica o un proceso hereditario impuesto por los genes? Es posible que sí o que no. Los científicos investigan, pero hasta el momento no tienen la respuesta concreta a tan compleja pregunta. Lo que sí es evidente es que la violencia es el fenómeno más preocupante para la mayoría de personas, no sólo colombianas sino de otras naciones del mundo, ya que experimenta encarnaciones inusitadas demasiado virulentas que inquietan a los expertos. El término agresión o violencia es un "concepto muy amplio que incluye desde los motes ofensivos y los insultos hasta el ataque físico", aclara Jorge Alcalde, en un artículo del a revista "Muy Interesante".

El sustantivo "violencia" tiene muchas acepciones, es decir, es una palabra polisémica. El "Diccionario Larousse", en el campo semántico, la define como la "Acción injusta con que se ofende o perjudica a alguien. Manera de actuar contra el natural modo de proceder, haciendo uso excesivo de la fuerza. Acción o efecto de violentarse". En el ámbito jurídico señala que es "la coacción física ejercida sobre una persona para viciar su voluntad y obligarla a ejecutar un acto determinado". Por su parte, el Diccionario del a Real Academia del a Lengua Española dice que es la acción y efecto de violentar o violentarse. La acción violenta o contra el natural modo de proceder. La psiquiatría afirma que "es una expresión patológica de la agresión". La psicología general se refiera a ella también como agresión y la define como un "comportamiento tendiente a causar daño a los demás". La describe como una "característica del psiquismo humano manifestada por una actitud hostil y ofensiva que responde a un desgarramiento del sujeto contra sí mismo o contra los demás". La psicología social considera la violencia como agresión, o sea una "conducta física o verbal que tiene la intención de herir a alguien". Desde el vasto horizonte del derecho, que es fuente de salud moral, se caracteriza como una acción ofensiva que comporta la violación de la esfera jurídica de una persona. En el apasionante universo de la filosofía encontramos que la violencia "es la utilización irracional de la fuerza de los actos, en las palabras o en la expresión del pensamiento". Gandhi la define como la negación de esa gran fuerza espiritual, que sólo pueden cultivara y esgrimir quienes detestan completamente la violencia. Todas estas definiciones (al igual que muchas otras) se complementan, por cuanto ninguna encierra en todas sus grandes dimensiones la denotación y la connotación de tan degradante y despreciable vocablo.

En concepto de Jorge Alcalde, la agresión es una de las manifestaciones de desigualdad más severa, porque "utiliza las relaciones de poder existentes por edad, jerarquía, posición económica y sociolaboral. El impacto producido en la salud física y mental, así como en el comportamiento del individuo afectado, perdura por largo tiempo e incluso durante toda la vida. Los más afectados han sido, en forma recurrente, los menores de edad".

En concepción de Michaud Berkowtiz, la violencia es un proceso interactivo, más que un fenómeno en sí mi mismo y es definida como conjunto de interacciones antagónicas donde al menos uno de los autores busca lesionar la integridad física o sicológica de otros.

La cólera o ira genera violencia. La ira, esa pasión del alma que, según la Real Academia de la Lengua Española, mueve a indignación y enojo, es un sentimiento profundamente anclado en la naturaleza humana. En opinión de la psicóloga española Elena García de Guinea, la cólera es consustancial a la persona. "Está ampliamente aceptado que el niño, ya desde el nacimiento, es potencialmente agresivo y manifiesta sentimientos de enojo: los bebés berreando con rostro congestionado por recibir impacientes su biberón; el tierno infante al forcejear picajoso con un compañero de guardería lucha por arrebatarle el juguete objeto de sus deseos", sostiene en un artículo publicado en la revista Muy Interesante (No. 43). Sin embargo, la ira moderada y razonable, a veces es necesaria para demarcar y defender la territorialidad y sobrevivir. "La ira permite a las personas luchar por necesidades, defender causas y obtener energía para alcanzar metas. Pero también tiene su lado oscuro: cuando se sale de control, se intoxica con su propia intensidad y hace daño ya a otros; cuando se reprime, hace daño a quien la siente porque paraliza y desata frustraciones e insatisfacciones; cuando es intelectual su intención no es hacer daño, pero por lo general choca con las aspiraciones de otros", aclara un escrito de la Revista Cambio (No. 420).

TIPOS DE VIOLENCIA

Sin adentrarnos mucho en este campo (propio de científicos y pensadores), consideramos que existe la violencia física, psíquica, moral, muchas veces infligida de manera sutil, aparentemente imperceptible. Como la violencia física es la más conocida, porque la palpamos, percibimos y experimentamos a diario, trataremos de profundizar más en las restantes manifestaciones de violencia, a veces más degradantes, graves y peligrosas que la física.

El fenómeno violento colombiano no sólo es evidente en los asesinatos, en los vejámenes, en las tropelías y en cualquier otro tipo de hechos por fuera de los marcos de legalidad. Sutilmente infligimos o somos víctimas de diversas formas de violencia psíquica y moral, empezando por el Estado que, a través de actos irresponsables y falta de compromiso, no satisface las necesidades de algunos ciudadanos, negándoles derechos fundamentales e inalienables como la educación, el trabajo, la justicia y la salud; impide la generación de reales espacios de participación y conculca otros derechos.

El engaño institucionalizado, como una forma sutil de violencia, se evidencia en las autoridades, en el Gobierno, en el Congreso, en los partidos políticos, en la educación, en la religión, en el sistema capitalista, en la cultura y en la economía al no cumplir con los fines propios de su auténtica naturaleza.

Se inflige violencia sutil cuando se oculta la verdad al pueblo; cuando la justicia se convierte en espectáculo; cuando los comandantes de las Fuerzas Militares y los directores de los organismos de seguridad sólo buscan protagonismo; cuando se buscan "chivos expiatorios", en perjuicio, desde luego, de los más débiles y beneficio de los poderosos.

Gracias a la irresponsabilidad del sistema imperante germinan fenómenos de desigualdad, injusticia, pauperismo, desempleo, violencia, marginamiento, prostitución, niños de la calle, entre otras lacras sociales; se permite que los monopolios manipulen los medios de información, y que la educación se convierta en un negocio. Su irresponsabilidad facilita y contribuye a la violación de los Derechos Humanos. "Lloro de rabia, de impotencia, de coraje… y no lloro por mí… Lloro por este pueblo infeliz, analfabeto y muerto de hambre, que lo han explotado y engañado sin lástima toda la vida", se lamenta uno de los personajes de la novela Al Pueblo Nunca le Toca, de Álvaro Salom Becerra.

La corrupción, como forma sutil de violencia, es uno de los fenómenos que más afecta el desarrollo, la convivencia y la paz en Colombia. La guerrilla, a pesar de su accionar violento, no le causa tanto daño al país como la corrupción. Una bomba colocada a una torre de energía no ocasiona tantas pérdidas como las generadas por el robo en una empresa de energía por parte de sus directivos o contratistas, dado que se retrasa por años el progreso de una región. En este sentido llama nuestra atención el reconocido periodista y estadista Carlos Lemos Simmonds (recientemente fallecido), en su libro El Estado Ladrón, cuando afirma que la delincuencia organizada causa muertes, pero que "el número de las que ocasiona el funcionario o el contratista corrompidos que, por sus malos manejos, deja sin agua potable una ciudad o una población, es muchísimo mayor. Cuando el empleado venal roba o deja robar en una empresa de acueducto… está provocando la muerte de millares de niños que, de consumir agua bien tratada y en un ambiente sano, habrían podido gozar de una vida normal". Los funcionarios corruptos e ímprobos, con sus despreciables procedimientos, son potenciales asesinos. Cada funcionario corrupto o contratista corruptor es un potencial homicida tan despreciable y letal como el que activa una bomba en un sitio concurrido. "El burócrata deshonesto -puntualiza- es un sicario de cuello blanco y un terrorista incrustado en la Administración". El brillante periodista y reconocido intelectual Antonio Caballero, quien afirma ser de izquierda "no por necesidad como los pobres, sino por libertad y ansias de libertad", considera que en Colombia el saqueo está democráticamente distribuido. "El Estado protege el saqueo de los saqueadores de arriba, y es a su vez saqueado por esos saqueadores de arriba y también de los de abajo. Es saqueado por los ministros y por los más insignificantes obreros de Ecopetrol o de Colpuertos", precisa en su libro Patadas de ahorcado.

El mismo Caballero piensa que el Estado colombiano es ilegítimo y generador de violencia porque muchas de las elecciones han sido tramposas, tergiversadas y fraudulentas, y que los sucesivos gobiernos han recurrido casi sin cesar a la violencia para imponerse o mantenerse. Aclara que "en sus orígenes el Estado colombiano no es legítimo"; pero sostiene que "a la hora de la práctica política, ha sabido actuar de manera completamente ilegítima". Afirma que el gobierno ha mantenido prácticas violentas en la dinámica de conservar el poder. "En los últimos 50 años –señala-, por lo menos, ningún gobierno colombiano ha renunciado a la utilización de la violencia para reprimir, no digamos algún tipo de sublevación, sino de oposición a su capricho: contra los médicos en huelga, contra los campesinos que hacen marchas de protesta, contra los disidentes, contra los discrepantes, contra los críticos. Contra la gente en general". Caballero sostiene que muchos gobiernos han utilizado el instrumento del Estado para hacer de Colombia este país invivible en el cual vivimos. Considera que el sistema colombiano: capitalismo sometido, dependiente y corrupto, de farsa democrática y violencia desenfrenada, no ha sido benéfico par la sociedad.

El reconocido intelectual colombiano Alfredo Molano Bravo, en el prólogo del libro "Conflicto Social y Violencia: notas para una discusión", de Fernán González, sobre el particular sostiene que son tan delincuentes los narcotraficantes como los banqueros; los ladrones de "cuello blanco" como los boleteadores; tan asesino como el violador y homicida de una niña en una Estación de Policía en Bogotá como los de un líder sindical, los del crimen cualquiera como los de la matanza de Tacueyó (Cauca). "La delincuencia común parece ser la delincuencia individual, la que no se hace socialmente que es la política. Pero en el fondo es la misma, la que desconoce lo público, llámese derecho fuerza, porque ésta debe ser un monopolio de lo público", puntualiza Molano. El impacto de la corrupción trasciende las fronteras patrias y en el exterior perciben el fenómeno como se demuestra en un artículo del filósofo español Fernando Savater (publicado en Lecturas Dominicales del periódico El Tiempo el 19 de diciembre de 1999), quien al preguntarse por los gobernantes colombianos, responde que "arrastrando la mala fama de pasadas pero aún muy presentes corrupciones, se ven atrapados entre las exigencias de Estados Unidos… y la presión de las guerrillas…"

Lo que el filósofo Louis Althusser denomina "aparatos ideológicos del Estado" (medios de información, religión, escuela, aparato jurídico, etc., que sólo buscan la adaptación de los inconformes al sistema imperante) y las que el filósofo Michel Foucault llama "instituciones de clausura" (cárceles, hospitales, clínicas, etc.) también ejercen violencia subrepticia. El capitalismo ejerce su control sobre los medios de información, que, junto con el sistema educativo, le permiten establecer un sentimiento de legitimidad y apoyo de sus instituciones. En fin, son muchas las fuentes generadoras de violencia psíquica y moral, encabezadas por el sistema social, político y económico que aliena, oprime, masifica e instrumentaliza.

El filósofo Fernando Estrada Gallego sostiene en el "Dominical", del diario santandereano Vanguardia Liberal, correspondiente al 4 de febrero de 2001, que "hablamos de múltiples violencias, porque experimentamos expresiones de agresividad muy poco visibles, tales como el maltrato psicológico, el boleteo, la vacuna, la amenaza, el machismo, la marginalidad, el desplazamiento, la desescolaridad, la iniciación de menores en la prostitución, el acoso sexual, etcétera".

Sobre la violencia moral o la coacción, el brillante jurisconsulto Horacio Gómez Aristizábal, en su "Diccionario Jurídico Penal", nos advierte que ésta "representa la construcción que un mal grave e inminente ejerce sobre el espíritu humano, violentando sus determinaciones".

El brillante psicoanalista alemán Erich Fromm (conocido como el "Psicoanalista de la Sociedad Moderna"), en su obra "El Corazón del Hombre" afirma que hay cinco formas de violencia: juguetona o lúdica, reactiva, vengativa, compensadora y de sangre o arcaica. La violencia juguetona o lúdica no es patológica. Se ejerce para ostentar destreza, no para destruir. No está motivada por el impulso destructor. Se encuentra en los juegos de guerreros y en la esgrima. Su finalidad no es matar. Su motivación principal es "el despliegue de destreza, no la destructividad". La violencia reactiva es "la que se emplea en la defensa de la vida, de la libertad, de la dignidad, de la propiedad". Tiene sus raíces en el miedo y es una de las formas más frecuentes de violencia. Está al servicio de la vida, de la muerte. Busca la conservación, no la destrucción. Su finalidad es evitar el daño que amenaza; por eso sirve a la supervivencia. La violencia vengativa no tiene función defensiva. La persona productiva no la siente. "Aun cuando haya sido dañada, insultada o lastimada, el proceso mismo de vivir productivamente le hace alejar el daño del pasado. La capacidad de producir resulta más fuerte que el deseo de venganza". La persona madura y productiva es menos propensa al deseo de venganza que la persona neurótica. La violencia compensadora es el resultado de una vida no vivida y mutilada. Puede suprimirla el miedo al castigo, y desviada por espectáculos y diversiones de todo género. Cuando el hombre no puede explotar sus potencialidades, recurre a la violencia compensadora. Como remedio el hombre debe desarrollar su potencial creador, su capacidad para hacer uso productivo de sus facultades. La violencia compensadora no está al servicio de la vida; "es el sustituto patológico de la vida; indica la invalidez y la vaciedad de la vida". La violencia arcaica "no es la violencia del impotente; es la sed de sangre del hombre que aún no está completamente envuelto en su vínculo con la naturaleza". Su pasión de matar es una forma de trascender la vida.

Según Sigmund Freud, el instinto de conservación en todo ser viviente se halla en curiosa contradicción con la hipótesis de que la total vida instintiva sirve para llevar al ser viviente hacia la muerte. La importancia teórica de los instintos de conservación y poder se hace más pequeña, vista a esta luz; son instintos parciales destinados a asegurar al organismo su peculiar camino hacia la muerte y mantener alejadas todas las posibilidades no inmanentes del retorno a lo inorgánico.

Para sobrevivir se requiere de cierta "agresividad", pero ignoramos cuáles son los límites entre la agresividad "necesaria" y la agresividad contraproducente. El médico Jaime Luis Gutiérrez Giraldo considera que la agresividad, además de protegernos contra los ataques externos, es la base de la realización intelectual, "de la necesaria independencia personal y de la propia estimulación". El historiador Edwar Gibbon, citado por Gutiérrez Giraldo, distingue dos inclinaciones: el amor al placer y el amor a la acción. "El amor al placer es depurado por el arte y por el estudio, mejorado por los correctivos del trato social y corregido por la justa consideración que exigen la templanza… El amor a la acción es un principio de naturaleza mucho más fuerte y dudosa. Con frecuencia conduce a la ira, a la ambición y a la venganza, pero cuando es dirigido por un sentimiento de circunspección y de benevolencia, se convierte en el padre de todas las virtudes… Podemos atribuir al amor al placer la mayoría de las cualidades agradables y al amor a la acción la mayoría de las cualidades útiles y respetables". En las partes más valiosas y esenciales del esfuerzo humano propician las más deplorables manifestaciones de agresividad humana. Para Gutiérrez Giraldo, sin su aspecto agresivo de su naturaleza, "el hombre sería incapaz de dirigir el curso de su vida, o de influir sobre el mundo que lo rodea. De no ser por ese componente de agresividad, el hombre no habría logrado su estado actual de desarrollo y de tecnología, y lo más probable hubiera sido que no habría sobrevivido como especie". Sin embargo, el filósofo Maquiavelo sostiene en su obra El Príncipe que "el amor, la fuerza que todo anima y vivifica, poco o nada representa para el populacho. Por el contrario, en medio de la torpeza y la malicia, aquellos hombres y mujeres apenas reconocen las instrucciones imperativas de su bajo vientre. En cambio, el dolor y el miedo sí los conmocionan y transforman; bajo su influjo se vuelven manejables, disciplinados y obedientes… El miedo es saludable…"

En nombre del supuesto amor que dicen sentir algunas personas se han cometido vejámenes y tropelías. El psicólogo Walter Riso en su libro Deshojando Margaritas sostiene que "matamos por amor, nos suicidamos por amor, peleamos por amor, nos anulamos por amor, robamos por amor y sobornamos por amor. El reino del amor es posiblemente el que más sangre ha derramado en la historia de la humanidad…" Por amor se siente envidia y se desea el mal a los demás. Amar a otra persona es muy complejo porque interviene el placer y el dolor con sus concomitantes consecuencias.

Los padres de familia y los educadores que maltratan física, psíquica, moral o verbalmente a los niños engendran violencia, porque están matando al hombre del mañana. Sobre esta irrefutable realidad existen muchos tratados científicos. El sicólogo social E. Aroson, en su libro "La Sociedad Animal", asegura que "a los niños a quienes se castiga con dureza se convierten al crecer en adultos dados a la violencia". El sicólogo Heinz Dirks, en su obra "La Sicología Descubre al Hombre", señala que aparecen rasgos agresivos cuando, "a causa de un régimen excesivamente severo o de un castigo muy duro, se acumulan durante mucho tiempo los impulsos sensitivos". Jorge Alcalde sostiene que "los niños y las niñas maltratados tienen muchas probabilidades de convertirse en maltratadores adultos o de terminar relacionándose con parejas violentas". Incluso la contaminación ambiental produce violencia en el niño. Según investigadores, los niños que viven en ciudades contaminadas con plomo son más violentos. Muchos de esos tratados nos han dejado claro, entre otros saberes sobre el particular, que el niño a quien nadie ama tampoco ama a nadie. Si nadie se identifica con los problemas de un niño, tampoco él se identificará con los problemas ajenos. El comportamiento incoherente de los padres explica algunas veces muchos trastornos de la personalidad antisocial. Algunas veces los padres de esos individuos los castigaron por ser malos, otras veces no lo hicieron. Algunas veces se preocuparon por ellos y les dedicaron mucha atención, otras veces los ignoraron, obligándolos a ser independientes prematuramente.

Como quiera que uno de los fenómenos más evidentes es la violencia intrafamiliar, destacamos que ésta se manifiesta como maltrato físico y moral entre cónyuges, castigos drásticos a los hijos y abuso sexual. "Los golpes, las palabras agresivas, los chantajes, humillaciones, burlas, son dolorosamente el pan de cada día en la vida cotidiana de innumerables familias colombianas", sostiene la sicóloga Isabel Ortiz Pérez, en un ensayo publicado en el "Dominical", el 24 de noviembre de 2002. Esta problemática muestra a los miembros de la familia maltratados con actitudes y comportamientos violentos, y como personas cargadas de dolor y rabia por las agresiones recibidas. "Este panorama de agresión y violencia al interior de las familias -precisa- ha generado en Colombia una mentalidad proclive a la solución violenta de las diferencias, con consecuencias en los espacios públicos donde se manifiesta como violencia social y con gran incidencia en la violencia armada que vive el país". Muchos de los jóvenes que se vinculan a la guerrilla arguyen que la violencia que se vive al interior de sus familias es una de las causas que motivaron esa decisión. "Manifiestan con mucho dolor la tragedia de su infancia, donde los golpes, las carencias afectivas, las humillaciones… fueron un factor fundamental para aceptar insertarse en grupos alzados en armas que les prometieron una mejor vida y futuro", agrega. La violencia sexual es un factor degradante que ocasiona graves y permanentes consecuencias a la víctima. "La vergüenza, el estigma social y el rechazo por parte de la familia, hacen que la víctima sea culpabilizada, generándose sentimientos de ambivalencia que propician el agravamiento de la violencia intrafamiliar, con secuelas emocionales y sociales muy difíciles de reparar", advierte la psicóloga Ortiz Pérez.

El hombre es tan paradójico y complejo que es un tirano no sólo en el odio sino en el amor. "Un hombre enamorado se convierte en un horrible tirano. Los celos son una manifestación de tiranía en forma pasiva. Una persona celosa es un tiranizador que vive en un mundo de ficción y de alucinación", precisa el filósofo Nicolás Berdiaev, en el libro La Ciudadanía Mundial, de Antonio Cardona Londoño y Young Seek Choue, y sentencia que "un amor enfermizo es la forma más horrible de tiranía". Es tan parodójico que las mismas razones que nos aproximan a los demás pueden hacer que éstos se conviertan en nuestros enemigos. Los intereses que nos unen nos enfrentan. "Lo mismo que nos une –nuestros intereses-, es también lo que nos separa, nos personaliza y quizá antes o después nos enfrente", precisa el filósofo español Fernando Savater en su libro "Las preguntas del a vida".

Los mal llamados "medios de comunicación", que en realidad son medios de información, generan discreta violencia al difundir las noticias que le convienen a los monopolios o al sistema dominante. Es universalmente admitido el poder de los medios de información de masas para crear estados de opinión. De hecho, hay muchas personas que, en la práctica, son manipuladas en contra de su voluntad. Los "actores" de los medios de información, especialmente periodistas, desconocen que "el periodismo debe ser una antorcha que ilumine y no una tea que incendie", tal como lo aconsejaba el expresidente Eduardo Santos.

Uno de los graves problemas de nuestra sociedad obedece a un deterioro de los lenguajes colectivos, y cómo los medios de información están contribuyendo a degenerar la representación colectiva de vida social y de vida ética. Hay comunicadores que alimentan el acto violento a través de la palabra. Mientras no reconozcamos los vínculos que hay entre la palabra y lo que ella implica para los oyentes, existe una forma irresponsable de asumir el decir.

Los medios de "comunicación", como agentes socializadores, en determinadas circunstancias tienen demasiada responsabilidad en la generación de esquemas violentos, debido al lenguaje que manejan, muchas veces de manera inadecuada, atendiendo las demandas del mundo consumista. En donde más se evidencia este aserto es en algunas transmisiones deportivas. En el fútbol, por ejemplo, se utilizan vehemente términos bélicos (que tienen demasiada carga semántica) como "riflazo", "balazo", "mortero", "bombardero", "tiro", "disparo", "cañonazo", "puñetazo", "ataque", "contraataque", "contragolpe", "retaguardia", etc. Algunos "comentaristas" llaman a sus programas "La Polémica", tal vez ignorando que su mismo nombre invita a la disputa, porque el térmico "polémico" (de donde viene "polémica") se define como el carácter de todo aquello que suscita discusión o controversia. En su origen griego, la polémica era el arte de tomar y defender, como estrategia militar; posteriormente se hizo extensivo al arte de argumentar y refutar. En el ciclismo con expresiones como: "Lanzó un feroz ataque". "Los mató a todos". "Pulverizó el reloj". "Se armó una leñera en el pelotón". No podemos desconocer que cosas y palabras se desangran por la misma herida. Así lo ha visto con lucidez Octavio Paz: "No sabemos en dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro".

Muchos de los términos utilizados en el deporte provienen de lenguaje propio de la guerra. Estas emisiones radiales o televisivas son percibidas por sectores populares, en su gran mayoría, segmentos de la sociedad fáciles de masificar, influenciar y alienar. Términos que, según expertos, forman parte de su acervo léxico y se arraigan en el inconsciente colectivo. Muchos de los deportes que se practican en nuestro entorno se convierten, en reiteradas ocasiones, en escenarios para las manifestaciones de violencia: fútbol, boxeo, baloncesto, etc. El fútbol (el deporte más popular en nuestro medio), considerado como el rey del deporte, a veces es el "deporte rey de la agresión". Jorge Alcalde sostiene que "aunque la violencia puede brotar en cualquier competición deportiva, el fútbol es la modalidad de mayor riesgo en la actualidad". Sus causas podrían ser la tendencia de los fanáticos (mal llamados "hinchas") a sentirse integrantes de un clan, el aumento del contacto físico agresivo entre jugadores, la desinhibición en un entorno masivo y el consumo de alcohol, drogas y sustancias dopantes. ¿Qué decir de la violencia de otros seudodeportes como el toreo, las riñas de gallos, el coleo y la "despescuezada" de gallos?

Los equívocamente llamados "hinchas" (que deberían llamarse "fanáticos" o "seguidores", ya que la palabra "hincha" significa odio, aversión, encono, y no fanático o seguidor), con su característica e intrínseca mentalidad de "borregos", de personas "del rebaño", propician violencia antes, durantes y después de los partidos de fútbol, debido a que su fanatismo radical no les permite entender que las "causas" que ellos defienden hasta con su propia vida o la de los demás, no es más que alienación y cosificación orquestada por las personas que realmente se benefician y se lucran económicamente del espectáculo futbolero; mientras que éstas se enriquecen, aquéllos sólo incrementan su miseria y se involucran en actos de violencia y alteración del orden público, incurriendo en conductas punibles, que para afrontarlas ninguno de los que se lucran acuden en su ayuda. Sería procedente reflexionar sobre lo que nos dice Eduardo Galeano, escritor uruguayo, en su libro Memorias del fuego:

El fanático es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca, y a la deriva navegan los restos del naufragio en estas aguas hirvientes, siempre alborotadas por la furia sin tregua.

El fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes, y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lío. Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso. La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del resto de la semana, la cama sin deseo, el empleo sin vocación o el ningún empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar.

En estado de epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla. La sola existencia del hincha del otro club constituye una provocación inadmisible. El Bien no es violento, pero el Mal lo obliga. El enemigo, siempre culpable, merece que le retuerzan el pescuezo. El fanático no puede distraerse, porque el enemigo acecha por todas partes. También está dentro del espectador callado, que en cualquier momento puede llegar a opinar que el rival está jugando correctamente, y entonces tendrá su merecido.

El deporte, que se dice sirve "para hermanar a los pueblos y estrechar la integración entre países", ha generado, gracias a su evidente influencia alienadora y masificadora, muchos eventos de violencia en diversas ocasiones. En 1964 en un solo episodio hubo 320 muertos y unos 800 heridos. ¿Qué causó semejante acontecimiento tan violento? ¡Un partido de fútbol en la ciudad de Lima! ¿Quiénes se "enfrentaron"? Perú y Argentina. ¿Cómo sucedió tan irracional acto? Según la Gran Enciclopedia Ilustrada del Siglo XX, "un gol marcado por los peruanos y anulado por el árbitro provocó la invasión del terreno por parte de los cincuenta mil espectadores… La policía, incapaz de retener la avalancha humana, realizó varios disparos al aire. Miles de espectadores asustados intentaron abandonar el estadio y cientos de ellos perecieron en las estrechas bocas de la salida". ¿Toda esta tragedia por un gol? ¡Qué "borregos", hombres del "rebaño", son muchos de los fanáticos del fútbol!

Sobre la cultura del fútbol, la Biblioteca de Consulta Microsoft Encarta, dice lo siguiente:

"Durante la segunda mitad del siglo XX, el juego ha aumentado su comercialización. Se ha convertido en un gran negocio y en una rama de los negocios del entretenimiento. Inevitablemente ha habido corrupción y sobornos (en sí mismo nada nuevo en fútbol u otros deportes), e intentos de arreglar partidos, fraudes y pagos ilegales o irregulares. Los mejores jugadores cobran salarios enormes y millones de dólares cambian de manos con los traspasos de los jugadores entre clubes. Los medios de información han jugado un papel incluso más importante, especialmente la televisión. De hecho, el fútbol no podría sobrevivir sin sus enormes inversiones.

Durante las décadas de 1970 y 1980, el vandalismo y la violencia entre los seguidores de los clubes (especialmente los británicos) redujo su popularidad y alejó a los espectadores. Los desórdenes antes, durante y después de los partidos y las batallas campales en las calles entre los hinchas se convirtieron en algo común. Hubo incluso algunos desastres graves: en 1971 en el Ibrox Park de Glasgow, en 1982 en el Estadio Lenin de Moscú, en 1985 en el Estadio Heysel de Bruselas y en el Estadio de Bradford en Inglaterra, en 1989 en Hillsborough (Inglaterra) y en 1992 en Bastia (Córcega)".

En las telenovelas y los dramatizados, igualmente, se manejan acentuados lenguajes cargados de violencia, ya que son pronunciados con expresiones de agresividad, acompañados de miradas, ademanes violentos y evidentes demostraciones de hostilidad y agresividad: "¡Estúpido!". "¡Cretino!" "¡Idiota!". "¡Muérase!" "¡Lárguese!". "¡Maldito!". "¡Marica!". "¡Traidor!", "¡Perro!" o "¡Perra!", "¡Zorra!", etc. Estas reiteradas y contundentes expresiones, que riñen con la cortesía y conforman un lenguaje soez, y esta evidente realidad son campo nutricio para la germinación de comportamientos violentos.

¿Cómo es posible que en un programa "farandulero", que quebranta de manera flagrante el derecho a la intimidad divulgando informaciones y escenas de ciertos actos humanos propios de la vida privada e íntima, se "escoja" como la "mejor escena de la semana" un hecho criminal y violento en el cual se incendia deliberadamente con gasolina una humilde vivienda dentro de la cual hay una dama indefensa que muere calcinada? ¿Una tropelía tan execrable merece destacarse como "la mejor escena"?

En esos géneros televisivos se generan estereotipos y se acentúa el trato degradante e indigno, no sólo a través de la agresión sino de la acción. Es así como el "machismo" se fortalece, pues desde su trinchera y de su "yo" opta por la dialéctica del atropello físico y del "yo mando", "yo decido", "yo celo", "yo soy hombre", "yo someto", "yo agredo"… Sin la intención de emitir prejuicios o estigmatizar, en las novelas y películas mexicanas es donde más se exteriorizan este tipo de conductas inadecuadas. Se dice popularmente que las telenovelas mexicanas han hecho mucho daño a las mujeres latinoamericanas, por cuanto éstas están saturadas de historias y de escenas "machistas". En este tipo de programación se actúa con la dialéctica y la lógica de la agresión, de la intolerancia, del insulto, del irrespeto y del chantaje. Ésta es una evidente muestra de la falta de ética de los que manejan utilitariamente los hilos de la televisión, a quienes les interesan más las ganancias que el fortalecimiento de los valores necesarios para la convivencia racional entre seres humanos. Para ellos primero están las leyes del mercado, que imperan sobre las leyes de la convivencia y el respeto por la vida. Y lo más grave de esta preocupante realidad cuenta con la "alcahuetería" del Estado; al menos eso se aprecia en Colombia a través de las instituciones creadas para controlar y regular el servicio de televisión. Éstas son muy draconianas cuando se trata de censurar escenas, lenguaje o imágenes de algo tan sublime y grandioso como es el cuerpo humano desnudo o la práctica libre y autónoma del ejercicio de la genitalidad, porque supuestamente son "muy fuertes" para los menores de edad. ¿Acaso las escenas de violencia, odio, homicidios o cualquier otra tropelía, no son "agresivas" para los menores? ¿No será que esto es una típica muestra de la doble moral?

Las emisiones televisivas de este tipo de programas son características porque en ellas no se utiliza la comunicación biunívoca, empática y asertiva, en donde los integrantes del acto comunicativo sean interlocutores validados, reconocidos y valorados. Este estilo de comunicación se convierte en un canje de agravios y no en un intercambio armónico de mensajes. Además, los conflictos, propios de la convivencia, que se generan por el hecho de ser diferentes, percibir, sentir y pensar distinto, no se solucionan por la vía del diálogo argumentado sino mediante las vías de hecho. Una mujer, por ejemplo, le reclama a otra dizque porque "le quitó" el novio o el esposo, y en lugar de buscar una salida racional al fenómeno, acude a la tradicional "cachetada" o "bofetada", acompañada de inmundas imprecaciones, dicterios e invectivas, y de ademanes desafiantes y cargados de odio (¡Qué despropósito! ¡Cómo si las personas fueran objetos que pudiésemos "quitárselos" a los demás!). Y así toda la dinámica de las relaciones interpersonales que no se conducen por los causes del diálogo, de la concertación, del consenso o del acuerdo razonable. Pareciere que a los realizadores de televisión les interesara más la manera inadecuada de solucionar los conflictos mediante la práctica reiterada de la agresión, el maltrato, las tropelías y los vejámenes, y no a través de la salida inteligente que comporta diálogo, negociación, acuerdos y tolerancia. Se evidencia que estos espacios televisivos en lugar de trasmitir valores que propendan por el respeto a la vida, más bien propician contravalores que atentan contra la integridad física y moral de los demás.

Es típico en esos programas el desconocimiento de los derechos humanos y en especial el derecho a la diferencia, que es la síntesis de los demás derechos. Sin la práctica y el reconocimiento de este postulado democrático, no puede generarse convivencia armónica, y sin ésta no es posible la concreción de escenarios de paz.

El lenguaje es poderoso como lo demostraron los hitlerianos. Palabras como "explotadores", "imperialistas", "bandidos", "subversivos", "desechables" y otras, que son ofensivas, tienen su evidente carga de agresividad. Según Gutiérrez Giraldo, "vale la pena observar cómo las palabras con que acostumbramos a expresar el esfuerzo intelectual son todas palabras agresivas. Decimos que "atacamos un problema", que "le metimos el diente", que "dominamos" una ciencia o una técnica porque hemos "luchado con ella" y hemos "vencido" sus dificultades. Se habla de "agudizar" el ingenio y "diseccionar" los problemas en sus partes componentes".

Algunos programas infantiles que se emiten por televisión contienen una considerable y sutil carga de violencia. Los llamados comics como Bugs Bunny, el Correcaminos, los Simpson y el Pato Donald son un ejemplo de estos programas televisivos. El psicólogo clínico Walter Riso en su libro Deshojando Margaritas sostiene que "una de las formas socialmente más aceptadas de promocionar la violencia psicológica y el irrespeto a los demás es por medio de las tiernas e inofensivas tiras cómicas, impresas o filmadas. Si uno se detiene a observar minuciosamente el contenido de Bugs Bunny, el Correcaminos, los Simpson y el Pato Donald, experimentará la misma sensación de ver una película policial donde ganan los malos".

Desde la perspectiva de la psicología social, la televisión exhibe violencia considerable, fundamentalmente la televisión estadounidense. "Los estudios de laboratorio revelan que la observación de modelos violentos incrementa la conducta agresiva. De modo que no es sorprendente que los investigadores estén estudiando ahora el impacto de la televisión. Los estudios correlacionados y experimentos convergen en la conclusión de que observar la violencia fomenta un incremento moderado en la conducta agresiva y desensibiliza a los espectadores ante la agresión y altera sus percepciones de la realidad", precisa David G. Myers en su libro Psicología Social. Los investigadores afirman que ver representaciones antisociales por televisión está asociado con la conducta antisocial. Precisa el texto que algunos criminales norteamericanos aceptaron que viendo programas de televisión habían aprendido nuevos trucos criminales. "Siete de cada programas contienen violencia: acción físicamente apremiante que amenaza con herir o matar, o heridas y muertes reales", cita el libro. Según el autor de este tratado, "observar un modelo agresivo puede desatar los impulsos agresivos de los niños y enseñarles nuevas formas de agredir". El trabajo científico de un grupo de sicólogos, encabezados po L. D. Eron, señala que "cuanto más violento es el contenido de los programas que el niño ve en la televisión, más agresivo es el niño".

Los medios de información no cumplen una función social; muchas veces están al servicio de los monopolios, del Gobierno y de los políticos, quienes hábilmente los aprovechan para fortalecer el poder, incrementar el consumismo, alienar y masificar al pueblo, adoctrinar y emitir publicidad política falaz y demagógica. En nuestra sociedad biclasista, según la psicóloga Leonor Noguera Sayer, en su libro "En Busca de una Vida Propia", los medios de información "se rinden y se pliegan ante los enamorados del poder, quienes con su ayuda configuran hoy el monopolio más recio, más incisivo y más sutil". Con su publicidad alienadora y con su falsa información manipulan y crean un mercado artificial de necesidades y productos sin fin.

Dentro de la dinámica arrolladora de los medios de información, "los objetivos vitales y los valores –agrega Noguera Sayer- pierden su orientadora claridad, para convertirse en esquemas, en fórmulas transaccionales que conducen a flojos y cómodos acuerdos. El análisis de las ideas, la búsqueda del conocimiento profundo, la construcción de las interpretaciones y de los conceptos, se reemplaza frecuentemente por códigos y mecanismos comunes, que eximen de la temida tarea de pensar". En concepto del psiquiatra Paulino Castells, citado por Jorge Alcalde, "debido a los numerosos episodios de agresión que se exponen en la televisión, los niños sobreestiman la violencia real y eso aumenta sus relaciones de miedo y soledad". El contundente y revelador punto de vista del connotado intelectual Estanislao Zuleta llama la atención cuando, en el libro "Educación y Democracia, un Campo de Combate", aclara que los medios de información "han fomentado la violencia mucho más en una forma indirecta que directa; no tanto porque presenten escenas violentas o héroes que obtienen siempre la victoria por medios violentos sino sobre todo porque presentan el éxito y el consumo como el último fin de la vida". Un televidente colombiano observa noticieros y películas sobre tiroteos, violencia infantil, violencia entre adultos, matanzas, secuestros, tomas guerrilleras y otras escenas violentas. ¿Qué hacer? "La responsabilidad es compartida entre los padres, los educadores y las autoridades encargadas de velar por los contenidos. Pero recae en los primeros la decisión final de optar por encauzar el tiempo de ocio de los pequeños", señala Jorge Alcalde.

En fin, el debate sobre la influencia violenta de los medios de información es amplio y muchos sus defensores y sus detractores. No existe consenso sobre los posibles efectos violentos en escenas de televisión. "El sentir popular parece dar por sentado que una de las causas del aumento de la agresividad entre los jóvenes es la profusión de imágenes truculentas en la pantalla", agrega Jorge Alcalde, pero aclara que, según el psicólogo Jonathan Freedman, "se ha demostrado que no existe ningún tipo de evidencias que permitan unir la violencia en la televisión con el aumento de la criminalidad". Ese psicólogo concluye que "en realidad, lo que sucede es que las personas violentas tienden a disfrutar más con este tipo de escenas que las no violentas". El violento ve escenas duras, pero éstas no fabrican violentos. No obstante este planteamiento, es evidente que en la televisión se presentan imágenes violentas.

El uso inapropiado de los lenguajes ha sido objeto de varios análisis por parte de intelectuales, pues consideran que los eufemismos y las metáforas guardan relación con la guerra, con la violencia en todas sus manifestaciones. Los altos mandos militares, posiblemente ante la evidencia de que su ego se disminuye por la impotencia e inoperancia ante las tropelías de los violentos, se refieren peyorativamente a los presuntos criminales como "bandoleros", "narcobandoleros", "bandidos", "facinerosos", "crápulas", "desechables", "escorias de la sociedad" y otros adjetivos que poco bien le hacen a los televidentes u oyentes, puesto que exacerban los ánimos, tanto de los combatientes como de los no combatientes.

Julio César Carrión C., licenciado en ciencias sociales, mediante un ensayo titulado Pedagogía de la Crueldad (publicado en la revista Educación y Cultura) sostiene que "hoy se nos habla por todos los medios de información de los bandoleros comunistas, de los criminales subversivos y de los promotores de las ideas foráneas, infames enemigos de la democracia que cumplen con el desleal encargo del comunismo internacional de destruir la paz y disolver la mística unidad nacional. En rigor, gracias a esta propaganda negra y al común de una opinión pública manipulada y sometida a la más oscura ceguera valorativa, pareciere que fuese imprescindible y urgente eliminar a tales individuos, tan nocivos al cuerpo social, para que prevalezca el bienestar colectivo".

Para Estrada Gallego, en otro ensayo publicado en el "Dominical", el 26 de marzo de 2000, "la guerra ha fomentado unos inconscientes de palabras, frases, metáforas, proverbios, titulares y expresiones de sentido común… Su uso en el conflicto armado ha penetrado en la conciencia cotidiana del ciudadano corriente". Esos lenguajes tan cargados de violencia son un detonante para los ánimos exacerbados de las personas propensas a la agresividad. Los discursos políticos, algunas veces, a través de sus retóricas metáforas, veladamente instan a la guerra. Como ejemplo cita Estrada Gallego el virulento y enardecedor lenguaje utilizado por el exgeneral Bedoya en una de sus campañas presidenciales: "Si ser paramilitar es alzar una fusta, yo también soy paramilitar por la libertad, y no nos van a amedrentar desde Palacio, Tirofijo ni el mequetrefe de Pastrana".

Consideramos que quienes tienen acceso a los medios de información, ya sea como entrevistados o como entrevistadores, como periodistas, comentaristas, presentadores, narradores, expositores o analistas, deben actuar y hablar con prudencia, inteligencia y naturalidad, siendo coherentes con su sentir, su pensar y su actuar, para evitar incurrir en el uso indebido del lenguaje que pueda enardecer, exaltar, alienar, desinformar o causar efectos distintos a las naturales intenciones que deben animar y encauzar a la auténtica comunicación.

En opinión de analistas, el poder de la imagen televisiva tiene que ver con la guerra. En un ensayo anónimo, titulado "La Guerra de los Medios", publicado en el "Dominical", el 19 de noviembre de 2000, se afirma que "la forma en que los medios de información presentan la noticia, los énfasis, el tiempo dedicado a la entrevista y a las preguntas formuladas, es la manera como la sociedad comprende las razones de la violencia, de los miedos y de los temores, de las expectativas y esperanzas sobre la posibilidad de una paz negociada". La competencia por la sintonía hace que se presenten entrevistas con reconocidos criminales, quienes públicamente confiesan sus tropelías y tratan de justificarlas. En algunas ocasiones, muchos televidentes, por falta de sentido crítico, de conciencia reflexiva, terminan pensando como esas personas violentas y hasta convirtiéndolas como en especies de referentes dignos de imitar, de héroes, de paradigmas y hasta de ídolos. Muchas personas en lugar de vivir como piensan, terminan pensando como viven.

La televisión, con su frecuente emisión de noticias, escenas, programas y películas violentas, acompañadas de patéticas y evidentes imágenes aterradoras; con sus "transmisiones" en vivo de episodios bélicos de las guerras modernas, eufemísticamente llamadas "guerras inteligentes", y con la reiteración de imágenes saturadas de violencia, como la impactante y aterradora destrucción de las "Torres Gemelas", han ido minando la sensibilidad de los colombianos, y es por eso que para muchos la violencia pareciere formar parte de la dinámica cotidiana, sin que esto nos mueva ni siquiera a reflexionar sobre tan compleja problemática; nos hemos insensibilizado de tal manera que muchos sólo se contentan con ser espectadores pasivos de tan compleja realidad sin participar en la comprometida praxis que implica la erradicación de tan degradante fenómeno. Sin embargo, la televisión, a pesar de lo anterior, es una herramienta demasiado útil en nuestra sociedad actual porque informa, culturiza, divierte, recrea y… hasta "educa". No se le pueden "achacar" todos los males a la televisión y, en general, a los medios de información.

El llamado cine de "acción", gracias a sus impactantes, artificiosas y truculentas imágenes y a la agresividad de sus lenguajes, también se constituye en fuente propicia para el comportamiento violento. Es por ello que las personas fácilmente influenciables y manipulables optan por actuar de manera análoga a la de sus personajes favoritos o llamarse como ellos, evidencia palpable en los motes de reconocidos criminales: "Rambo", "Caracortada", "El Exterminador", "El Vengador", etc. Las autoridades han detectado que el "modus operandi" de los delincuentes, ya sea en forma individual o grupal, están profundamente influenciados por los paradigmas criminales de los "Rambo" o los "Magníficos", por citar tan solo esos dos ejemplos. El filósofo Fernando Savater, en su "Diccionario Filosófico", dice que "lo alarmante no es la violencia, la desmesura sexual, el racismo o la rapacidad criminal que aparecen en las películas, sino la perversamente ingenua suposición de que tales males no se desencadenan en la realidad más que porque se los representa en la ficción". Las armas que se exhiben en esas películas fascinan a varias personas, y éstas hacen todo lo posible por obtenerlas, ya que las consideran como símbolo de poder. Es difícil que un desadaptado social, teniendo un arma en sus manos, no incurra en actuaciones por fuera de marcos de legalidad, es decir, cometa actos violentos; máxime cuando el dinero escasea y urge la necesidad de conseguirlo, cueste lo que cueste, para subsistir en esta sociedad capitalista, donde muchos piensan que uno vale por la plata que tenga. ¿Acaso esto, en apariencia, no es así?

Las imágenes violentas siempre han llamado la atención del hombre. Nos encanta presenciar accidentes, riñas, discusiones con intercambio de vocablos procaces y cualquier evento con evidentes componentes de violencia. El boxeo, típica vivencia violenta, así se manifieste con la sutil máscara de deporte, nos llama poderosamente la atención y muchos ven en éste la posibilidad de surgir, ganar dinero "fácil" y lograr "éxito". La cruz cristiana, presente en muchos lugares (templos, oficinas, colegios, casas, calles, etc.), sin que muchos tengan la capacidad de percibirlo, es nada más y nada menos que un símbolo violento: el elemento en donde fue vejado, maltratado y murió Jesucristo. En el contexto cristiano es un objeto de martirio, sacrificio y muerte. Los juguetes bélicos, con los que tanto se divierten los niños, no son más que instrumentos que incitan a la violencia. El cine, el teatro, la literatura, la pintura y otras manifestaciones del arte, en su gran mayoría, contienen una enorme carga sutil de violencia. Las imágenes tienen demasiado impacto en el accionar violento. Si hacemos hermenéutica a la cultura en que vivimos, encontraremos que en nuestro entorno hay infinitas manifestaciones evidentes o sutiles de violencia. "La representación cruda y sanguinaria de la violencia siempre ha gozado de enorme aceptación popular: en el circo romano, en los chorreantes y torturados Cristos, Vírgenes y mártires de la imaginería cristiana, en obras teatrales…, en los romances y cuentos anónimos que narran crímenes pasionales o hazañas de bandidos", precisa Savater, y agrega que "la fascinación alarmada o vengativa por la violencia sanguinaria es una constante cultural".

El irrespeto, el atropello psicológico, la punzante ironía y el sarcasmo han cobrado muchas víctimas. "La subestimación, el engaño, la dominación, la explotación, la burla, la desatención, la mentira, sólo por citar algunas, reflejan la gran batería que disponemos los humanos para lastimar la autoestima de nuestro prójimo", señala el psicólogo clínico Walter Riso en su libro Deshojando Margaritas.

En este entorno de circunstancias donde se endiosa la cruda razón, sometida al imperio de la férula positivista, que trata de reducir al hombre a un simple objeto y se le margina de su ámbito lúdico-fantástico, la "persona no interesa como conciencia sino como operación, no interesa como goce sino como eficiencia, no interesa como objeto susceptible de ser controlado y planificado hasta en sus más mínimos movimientos", cuestiona el psiquiatra Luis Carlos Restrepo en su libro "La Trampa de la Razón". Noguera Sayer sostiene que la educación racional nos impele a rechazar la ambivalencia, que nos lleva a reconocer la rabia, la modestia, el miedo, la desesperación y la tristeza, entre otras emociones, e intenta desaparecerla de nuestra conciencia. Bajo el pretendido domino de la razón, "la ambivalencia no es propicia y en el afán de disolverla se despliegan enormes esfuerzos conscientes o inconscientes que tienden a negar a uno de sus polos, dando como resultado una versión de la realidad alterada, fragmentada e incompleta, a partir de la cual toda apreciación o decisión que allí se base, estará afectada por el mismo vicio". Si aceptamos la ambigüedad y las contradicciones, propias de la ambivalencia, nuestra conducta será concordante con promedios de evaluación más veraces que facilitan un trabajo en su enriquecimiento y en su mejoría, siempre y cuando éstos no se tomen como absolutos.

Aunque la razón es esa facultad intelectual que nos permite pensar, discurrir, juzgar, actuar adecuadamente y distinguir lo bueno y lo malo y lo verdadero y lo falso, para muchos intelectuales (especialmente vanguardistas) la razón es enemiga declarada de la vida. La problemática humana no se puede reducir a meras relaciones lógicas; "no se puede estrechar en un abstracto orden lógico el medio vital del hombre que es de contradicciones y de problemas para encarcelarlo en un marco preestablecido por la razón", precisa el filósofo Miguel de Unamuno, y agrega que es la vida y no la razón ni la lógica el criterio último de verdad. "Es la voluntad, y no la inteligencia, la que nos hace el mundo", concluye. Además, pregunta que ¿para qué se nos dio la razón?, y responde que tal vez para luchar contra ella y así merecer la vida. Según él, la razón no sirve para conocer la vida, pues al intentar aprehenderla en conceptos fijos y rígidos, la despoja de su fluidez temporal, la mata; por esto, se desentiende de la razón y se vuelve hacia la imaginación que considera la facultad más sustancial. "La razón, cuyos principios son tan rígidos, tiene necesariamente que hacer concesiones a la vida, a la dificultad de vivir con ella" (Kant y la educación, de Estanislao Zuleta). Según, A. Palacio Valdés, la vida está hecha para obrar, y es tan corta, que si nos obstinamos en razonar cada uno de nuestros pasos, corremos el peligro de quedar inmóviles. R. de Bourmont piensa que la lógica es buena para razonar, pero mala para vivir. Antonio Marina, en su libro Ética para náufragos, sostiene que a la racionalidad se le atribuye estar movida por el cálculo, ser ciega para los valores, recluirse en la ciencia, interesarse sólo por lo general, amar lo objetivo, despreciar las locuras del corazón; que para cumplir bien su cometido la razón había de ser fría, lejana, implacable. Así mismo, que la razón es instrumental, impersonal, inhumana, insensible, imparcial… La razón nos priva de todo lo que nos pertenece. Marina también precisa que la irracionalidad, por el contrario, está movida por el sentimiento, animada por la pasión, es perspicaz para los valores, ama el arte, lo individual, lo subjetivo, y se deja convencer por los argumentos del corazón. La irracionalidad adora lo sorprendente, se disloca por lo divertido, valora todo lo que desborda el cálculo: lo desinteresado, generoso y gratuito. Frente a la razón sacacuentas, propicia el despilfarro lúdico.

El pensador colombiano Manuel María Madeido sostenía que la razón (fundamentalmente la razón ilustrada) se había extraviado, había abandonado su armonía en la búsqueda de la verdad. "Preguntad a la historia cubierta de duelo lo que ha hecho la filosofía inspirada por su madre la razón cuando ha puesto el pié en las fronteras de la fe infantil en las naciones… ¡Lo que ha hecho! Campos de batalla, luchas a muerte, combates, asesinatos, hecatombes humanas", reflexiona el aludido Madeido en su obra "Una gran Revolución o la Razón del Hombre Juzgada por sí misma". El filósofo Gottfried Wilhelm Leibniz afirmaba que el problema del mal y de la libertad humana son los grandes laberintos de la razón. El filósofo Blas Pascal afirma que "nuestra razón está siempre combatida por la inconsistencia de las apariencias, y nada puede fijar lo infinito entre los infinitos que lo encierran y lo huyen". Según Nietzsche, la razón es fútil. Leopoldo Alas ("Clarín") sostenía que el que todo lo prueba, aturde y cansa. "El que demuestra toda la vida, la deja hueca. Saber el porqué de todo es quedarse con la geometría de las cosas y sin la sustancia de nada. Reducir el mundo a una ecuación es dejarlo sin pies ni cabeza". La cultura occidental moderna, entregada a las magias ilusas de la racionalidad y el método, vive una de las más grandes crisis. El principio ordenador, que se ha impuesto abusivamente sobre el principio de vida, ha terminado por construir el mundo burgués moderno, abandonado a su mediocridad, a su insatisfacción y a sus seguridades.

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