La violencia en Colombia, un fenómeno complejo e inquietante (página 3)
Enviado por Lu�s �ngel R�os Perea
Según el filósofo Blas Pascal, como la razón no basta para comprender los temas trascendentes que le dan el auténtico sentido a la existencia, porque no es posible alcanzar claridad absoluta mediante la aplicación de los procesos intelectuales, nos vemos obligados y forzados a optar por la apuesta, el azar. Apostar por lo mejor, por aquello que me reporte mayores ventajas y me rescate del desastre. "Apostando que Dios existe, si ganáis lo ganáis todo; si perdéis no perdéis nada", señala en sus "Pensamientos". Nuestra razón tiene límites. Más allá de nuestra razón pueden existir otras razones, que no son explicables…
Si supuestamente la razón permite "actuar adecuadamente", ¿por qué la sinrazón de las dos guerras mundiales del siglo XX? ¿Será que "el sueño de la razón crea monstruos" como decía el pintor español Francisco Goya? Sus pinturas son una denuncia de la estupidez y la maldad humanas y la brutalidad con que los hombres se tratan entre sí. Es posible que el artista estuviera exagerando, pero no conviene "caer en la trampa de la razón" porque en una sociedad demasiado racional, la razón se impone a la fantasía, el orden a la imaginación, la autoridad a la simbolización, los dogmas a la implicación, la objetividad a la intersubjetividad, la imposición a la capacidad de confrontación y la comunicación manipuladora a la comunicación liberadora. "La razón pura es una compañera de vida bastante difícil, es casi una fatalidad, con la cual es difícil compartir. Los deberes de la razón pura resultan casi autodestructivos. Si alguien tratara de encarnarlos requeriría de una falta de empecinamiento total y de una disponibilidad a cambiar difícil de lograr en la vida práctica", (Kant y la educación, de Estanislao Zuleta).
El filósofo Daniel Herrera Restrepo señala que la utopía de la razón ilustrada, con su poder absoluto, no garantizó el sueño del triunfo de la civilización sobre la barbarie. "El proyecto emancipatorio proclamado por la modernidad ha fracasado. Los hechos están ahí: negación de la dignidad humana de la persona y de sus derechos, intolerancia, desigualdad, violencia, regímenes políticos represivos, destrucción de la naturaleza, dominio de la técnica sobre el hombre…" (Postmodernidad. ¿Ruptura con la modernidad?). Pareciere que la llamada postmodernidad, que expresa la desazón, el malestar, el desengaño que el hombre actual experimenta frente a las promesas falaces de la modernidad fundada sobre la "diosa" razón, no fuere más que el imperio de la arbitrariedad. "Ciertamente, tenemos que renunciar como han renunciado los postmodernos a esa razón absoluta de la modernidad de carácter rabiosamente matemático e instrumental, que todo lo puede demostrar, justificar y validad y que sólo busca la eficiencia… ¿No será posible dejar de lado la concepción como razón demostrativa e instrumental y en su lugar de una razón argumentativa, de una razón que las más de las veces sólo puede dar razones razonables? …¿no será posible ampliar el concepto de razón de tal manera que incluya todas aquellas otras dimensiones mediante las cuales el hombre capta el sentido de la realidad y que tradicionalmente se consideran irracionales? (Postmodernidad. ¿Ruptura con la modernidad?). ¿Acaso no advirtió Pascal que el corazón tiene razones que la razón no entiende? Herrera señala que es preciso ampliar el concepto de razón para que se incluya "lo emotivo, lo intuicional, lo estético, lo subconsciente, en fin, todo ese mundo interior, tradicionalmente considera como irracional que constituye nuestro ser concreto" (Postmodernidad. ¿Ruptura con la modernidad?). Según Herrera, el gran pecado de la modernidad fue la obsesión de la fundamentación absoluta de las utopías, el pecado de la postmodernidad es el fundamentalismo de un individualismo que desconoce nuestra vocación hacia la universalidad. Fue por eso que "guillotinaron" a tantas personas durante la Revolución Francesa, que existe el fundamentalismo islámico, el fundamentalismo israelí. "Más cerca de nosotros: el fundamentalismo del paramilitarismo, el fundamentalismo de nuestros cárteles de la droga, el fundamentalismo de nuestros políticos corruptos, todos los cuales han hecho de sus perspectivas individualistas la negación de nuestra vocación de seres humanos que aspiramos a que se nos reconozca con orgullo el llamarnos hombres y colombianos" (Postmodernidad. ¿Ruptura con la modernidad?). La pretendida razón infinita, la razón sin límites, "por su vocación de universalidad fácilmente olvida el perspectivismo propio del mundo de la vida, la pluralidad, la diferencia, la heterogeneidad" (Postmodernidad. ¿Ruptura con la modernidad?).
No se puede desconocer la grandiosidad de la razón, pero tampoco no podemos sobredimensionarla. Según el psiquiatra Restrepo, no se puede pretender "negar la importancia de la razón como instrumento de conocimiento, instancia de predictibilidad y clave de la eficiencia. Pero consideramos necesaria su redefinición, para que deje ser el soporte ideológico y mito constituyente de la comunidad política occidental y, tocada de finitud, asuma el lugar que le corresponde en el concierto del conocimiento. Porque una cosa es conocer su importancia y otra muy distinta convertirla en el pilar del universo, único rasero para medir lo que acontece, aval absoluto de certidumbre y verdad". No podemos ser enemigos de la razón.
La religión y el capitalismo (¡quién lo creyera!) son fuentes sutiles y hasta evidentes de cierto tipo soterrado de violencia. La religión impuesta desde nuestro nacimiento y predominante en la cultura occidental (el Cristianismo), gracias a su doctrina, ciertamente dogmática en muchos de sus planteamientos, implementada por la cristiandad de acuerdo a múltiples conveniencias políticas, económicas y sociales, ha afectado y afecta profundamente a muchas personas, a pesar de que el ideal de la religión debe ser la orientación del hombre hacia lo sagrado, a su espiritualidad y a un mejor estilo de vida ético y moral.
La religión ha sido descarada o subrepticiamente manipulada, en muchas circunstancias, para alienar y someter a los ingenuos "fieles", quienes por falta de una conciencia crítica no la han cuestionado, revisado y sometido a criterios de verdad. Sus velados elementos alienadores y masificadotes han acabado con una considerable muchedumbre cristiana. "Una religión que acaba con el individuo, se acaba", se dice popularmente. ¿Cómo es posible que en estos tiempos en que la ciencia y la filosofía han contestado muchas preguntas que antes eran del dominio de los mitos y la magia, se siga alienado a la gente con absurdas ideas de otra vida en el "Reino de los Cielos"? ¿Cuál cielo si ya sabemos que no existe el cielo ni el infierno? Vida sólo hay una y hay que vivirla intensamente aquí y ahora, sin pensar en ilusiones ultraterrenales. Para una mejor claridad sobre esta problemática, léase a Nietzsche. La religión debe abrir "los ojos" a sus fieles para que no sean sometidos por los sistemas imperantes y no alienarnos con falsas esperanzas de "vida eterna". Según Martín Luther King, "cualquier religión cuya doctrina se preocupe por las almas de los hombres y no por las condiciones económicas y sociales que hieren el alma, es una religión espiritualmente agonizante que sólo aguarda el día de su entierro". Richard Bach, en su novela Uno sostiene que un "reto que nos plantea nuestra aventura en la tierra es el de elevarnos por encima de los sistemas muertos –guerras, religiones, naciones, destrucciones-, negarnos a formar parte de ellos y dar expresión al ser más elevado que sabemos cómo llegar a ser".
A juzgar por algunos pasajes de los Evangelios, Jesucristo, en ciertas ocasiones, se comportó con acciones y expresiones ofensivas, en actitud agresiva y beligerante. En el evangelio de San Lucas (por citar sólo a uno), capítulo 12, se puede leer a manera de título: "Jesús, causa división". Y desde el versículo 49 al 53 se relata que Jesús vino a la tierra a prender fuego ("Fuego vine a echar a la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha incendiado?"), sin ánimo pacificador ("¿Pensáis que he venido para dar paz a la tierra? Os digo: No, sino disensión") y a generar división ("Estará dividido en padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera, y la nuera contra su suegra"). ¿Y qué decir, cuando, furioso, expulsó, con látigo en mano, a unos mercaderes del templo, luego de agraviarlos con improperios y de tumbar las mesas de los cambistas y regarles el dinero? No contento con este vejamen, ordenó destruir el templo para reconstruirlo en tres días. Si bien es cierto que los Evangelios también relatan actos buenos, milagros y enseñanzas de Jesús, ese comportamiento antisocial contradice la misión de quien supuestamente estaba destinado a "salvarnos" y conducirnos al "Reino de los Cielos". ¿Acaso su labor no fue la de predicar el mensaje de la justicia, el amor y el perdón?
En la "sagrada" Biblia, texto con el que han dogmatizado y "educado" a muchas personas, se relatan hechos violentos (algunos supuestamente dispuestos por Dios) y casos de esclavitud, incesto, poligamia e intolerancia, entre otros vejámenes y tropelías. Como una pequeña muestra de casos de intolerancia, cito los siguientes. "Los que adoren a otros dioses o al sol, la luna o todo ejército del cielo, morirán lapidados" (Deuteronomio 17). "Todo hombre o mujer que llame a los espíritus o practique la adivinación morirá apedreado" (Levítico 20). "Saca al blasfemo del campamento y que muera apedreado" (Levítico 24). "A los hechiceros no los dejaréis con vida" (Éxodo 22). "Si alguien tiene un hijo rebelde que no obedece y escucha cuando lo corrigen, lo sacarán de la ciudad y todo el pueblo apedreará hasta que muera" (Deuteronomio 21). "Si un hombre yace con otro, los dos morirán" (Levítico 20). "Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, ambos morirán" (Deuteronomio 22). "Si un hombre yace con su nuera, los dos morirán" (Levítico 20). "Si la hija de un sacerdote se prostituye, será quemada viva" (Levítico 21).
La religión ha sido utilizada por muchos gobernantes como una ideología de gobierno, como un instrumento de sometimiento y dominio. Su profunda influencia ha facilitado la intimidación de súbditos por parte de tiranos y déspotas, especialmente en tiempos remotos. Con los supuestos castigos de los dioses por no obedecer a los gobernantes, se ha mantenido al pueblo en la ignorancia y en la sumisión. Los poderosos se han inventado todo tipo de tretas y mentiras para atemorizar con "castigos divinos" a quienes se rebelen en contra de su poder. El pensador ruso Mijail Bakunin, en su libro Dios y el Estado, nos advierte que "todas las religiones son crueles, todas están fundadas en la sangre, porque todas reposan principalmente sobre la idea del sacrificio, es decir, sobre la inmolación perpetua de la humanidad a la insaciable venganza de la divinidad. En ese sangriento misterio, el hombre es siempre la víctima, y el sacerdote, hombre también, pero hombre privilegiado por la gracia, es el divino verdugo".
La lucha entre las religiones ha generado algunas guerras, muchas veces "justificadas" con la excusa o pretexto de "perseguir" infieles, herejes, opositores, ateos, brujos, cismáticos… Son tan absurdos estos conflictos que se ha llegado al extremo de llamarlos "guerras santas". ¿Qué es una guerra santa? Guerra por motivos religiosos. Según el Diccionario de las religiones, "en torno a la idea de la guerra encontramos en las religiones posturas extremas e irreconciliables, incluso dentro de escuelas o sectas de una misma religión". En el islamismo la guerra santa es un mandato y un concepto básico. Las Cruzadas, efectuadas por el cristianismo, fueron consideradas como "guerra santa". La causa de la Guerra de los Treinta Años, que se desarrolló en Europa entre 1618 y 1648, y que afectó sobre todo al Imperio Germánico entre Francia y España, fue el conflicto existente en Alemania entre católicos y protestantes. Las denominadas Guerras de la Religión, que se desarrollaron en Francia entre 1562 y 1598, tuvieron su origen en las rivalidades de protestantes (hugonotes) y católicos. Así ha habido otras guerras por motivos religiosos y disputas de poder entre emperadores y papas.
Desde niños nos han "enseñado" y nos han hecho "creer" que la Santa Madre Iglesia Católitica, Apostólica y Romana es la portadora del mensaje de Cristo, para que nos salvemos y seamos mejores seres humanos; pero, a juzgar por el libro La Puta de Babilonia, escrito por Fernando Vallejo, parece que la misión no ha sido tan "santa", puesto que la pequeña, muestra que resalto a continuación, nos dice que "la puta de Babilonia"(como llamaban los albigenses a la Iglesia Católica) creó tribunales tan ignominiosos como la Inquisición y la Caza de Brujas, organizó las Cruzadas; ha perpetrado múltiples fechorías, vejámenes y tropelías; ha observado una doble moral y ha tenido unos "papas" (supuestos representantes de Dios en la tierra) que han cometido crímenes, asesinatos y "pecados": lujuria, incesto, homosexualismo, pedofilia, simonía, desear y poseer la mujer del prójimo… ¡Qué bandidos esos papas! ¿Acaso ellos mismos, con sus bulas, sus encíclicas, sus doctrinas y sus dogmas no condenaban este tipo de prácticas por "impúdicas", "inmorales" y que atentan contra Dios? Con la represión que impusieron (los "papas" y la Iglesia Católica) a los instintos naturales del ser humano, convirtieron la genitalidad (el acto más sublime del universo) en algo sucio, indebido, despreciable, indecente, inmoral, prohibido, generando un desprecio por el cuerpo, por el disfrute del cuerpo, haciendo que las personas sientan vergüenza de su cuerpo.
La Inquisición
Este ignominioso tribunal fue fundado en el siglo XII por el papa Gregorio IX para combatir y castigar (torturar y quemar) la herejía, la brujería o cualquier otra manifestación, pública o privada, contraria a la fe católica. Acabó cruel y brutalmente con las herejías cátara y albigense. Luego pasó a quemar brujas, judíos, mahometanos, protestantes y cuantos se negaran a prestarle obediencia al papa. La suprema razón de ser no era el enriquecimiento de unos monjes, sino asegurar el dominio absoluto del papa sobre príncipes y vasallos, lo visible e invisible, los actos y las conciencias. Para la Inquisición nunca hubo inocentes; la presunción de inocencia atentaba contra su razón de ser. Lo que tenían que decidir los inquisidores no era la cupabilidad o la inculpabilidad del sindicado, sino el grado de culpabilidad. Y no sólo tenía que confesar el indiciado sino que tenía que denunciar a su mujer, a sus hijos y a sus amigos como enemigos de Dios. El inquisidor actuaba como acusador y juez. Juzgaban y condenaban hasta los muertos: los desenterraban, los trituraban y quemaban sus huesos. Los inquisidores se enriquecían como los obispos: recibían sobornos, se apoderaban de las riquezas de los que condenaban, y los ricos les pagaban contribuciones anuales para que no los acusaran. El eclesiástico español Tomás de Torquemada (1420-1498), en sus once años como inquisidor, entre herejes, apóstatas, brujas, bígamos, usureros, judíos, moros y cristianos, condenó a ciento catorce mil a variadas penas y quemó a diez mil. Torturado por su represión sexual que a sí mismo se imponía, fue un abominable e infeliz torturador y asesino. Se caracterizó por su dureza, crueldad e intolerancia. Otros inquisidores, como Robert le Bourge, Bernardo Gui y Conrado de Marburgo enviaron a la hoguera a unos doscientos. En su clima de evidente intolerancia disponía la muerte para los impenitentes, excomunión y tortura para los relpasos, cadena perpetua a los dogmatizantes, y adjuración, penitencia y prisión a los reconciliados. A las víctimas desmembradas las tiraban en pozos llenos de serpientes, las entregaban desnudas y atadas a ratas hambrientas y las enterraban vivas. Dentro de la dinámica "procesal" de la oprobiosa Inquisición cualquier persona podía ser perseguida por una simple denuncia y lo esencial para los jueces era obtener la confesión de los acusados, acudiendo a la tortura para conseguirla. "Quemar víctimas en estado de indefensión ha sido en todo caso la gran especialidad de la Puta desde que se montó al poder en el 313 y lo que había sido hasta entonces una religión de necios se convirtió en una empresa de asesinos" (La puta de Babilonia).
El citado Manual del perfecto ateo precisa que la creencia en lo que dice la Biblia fue impuesta a sangre y fuego en casi todo el mundo: recuérdese la inquisición, la conquista de América, la colonización de Asia y África, las cruzadas, la toma de China y Japón por los misioneros, las cruzadas jesuitas, las guerras contra los infieles… y pare usted de contar. En toda la historia de la humanidad, los dioses del pueblo conquistado han pasado a la categoría de dioses falsos y su religión, sus libros sagrados, sus ritos, prohibidos y destruidos… (La historia la escriben los vencedores dicen por ahí).
Desde sus inicios –prosigue dicho texto-, el papado se constituyo en un feroz perseguidor de los "herejes, infieles y ateos", que ponían en duda a Jesucristo como hijo de dios y a la iglesia como su representante. Por siglos y siglos, la iglesia obligó a la gente a creer en sus doctrinas, bajo pena de muerte (y de pilón, infierno en la otra vida). Quien se atrevía a dudar de las enseñanzas del papa, se las tenía que ver con la santísima inquisición (cristiana of course). No pensar, era garantía de seguir con vida (y lleno de fe). De 1481 a 1808, solo en España, la santa inquisición quemó vivos a 32,472 por cuestiones de religión (sin contar las victimas de Holanda, Francia, Italia o las indias), todo en nombre de Jesucristo En Alemania solo, de 1450 a 1550, mas de 100,000 mujeres fueron muertas por la iglesia por herejes y brujas. ¿Cuántos millones de seres humanos murieron durante la conquista de América al defenderse del cristianismo invasor?, ¿Cuántos otros millones de infieles cayeron bajo la implacable y cristiana espada de las cruzadas? Y no olvidar que la iglesia católica fue la madre inventora de antisemitismo, siendo Hitler sólo un modesto discípulo seguidor de las enseñanzas de Roma. ¿Quién mató más judíos: la iglesia católica o Hitler? Hijos predilectos de dios (según la Biblia), los judíos cayeron de la gracia de su hijo (dijo la iglesia) y durante 19 siglos fueron perseguidos y asesinados por los católicos y demás cristianos (por no creer en Jesús como dios); y por lo mismo murieron miles de africanos, asiáticos, australianos, árabes, latinos y demás infieles: por falta de fe en el nuevo dios de los blancos.
La Caza de Brujas
Persecusión desatada por Inocencio VIII (mediante la bula Summis desidrantes affectibus) contra personas acusadas de canibalismo, de bestialidad, de volar en escobas, de arruinar las cosechas, de hacer abortar a las mujeres, de causar impotencia a los hombres, de beber sangre de niños, de participar en orgías, de besarle el trasero a satanás y de copular con él en los aquelarres y de darle hijos, de covertirse en ranas y gatos. Les pinchaban los ojos con agujas, las empalaban por la vagina o el recto hasta desemembrarlas en castigo por haberse ayuntado con el diablo, las arrastraban tiradas por caballos hasta despedazarlas, las asfixiaban… Durante tan brutal cacería, el obispo de Tréveris quemó a 368, el de Ginebra a 500, el de Bamberg a 600 y el de Wurzburgo a 900. Entre dominicos y obispos arrasaron con pueblos y regiones enteras. En Oppenau, entre 1631 y 1632, quemaron cerca del 2% de la población. Para detener la tortura, las supuestas brujas denunciaban a otras, y éstas a otras en una reacción en cadena que podía arrastrarse por décadas. La cifra total de los quemados por brujería nunca se sabrá. Lo que sí se sabe era que la mayoría eran mujeres. La familia de la víctima debía correr con los gastos derivados del proceso, en el cual no podían defenderse, en los que se incluían desde los honorarios de los jueces, torturadores y verdugos hasta el coste de la madera utilizada en la quema y el baquete que seguía a ésta. La caza de brujas sirvió a ls fuerzas políticas para contrarrestar el creciente descontento de las clases populares, y para imponer la cultura oficial persiguiendo las manifestaciones culturales heterodoxas o simplemente paganizantes de raíz precristiana.
Sobre este particular, el escritor francés Dan Brown, en su libro El Código Davinci, nos dice que la "Inquisición publicó el libro que algunos consideran como la publicación más manchada de sangre de todos los tiempos: El martillo de las brujas, mediante el que se adoctrinaba al mundo de «los peligros de las mujeres librepensadoras» e instruía al clero sobre cómo localizarlas, torturarlas y destruirlas. Entre las mujeres a las que la Iglesia consideraba «brujas» estaban las que tenían estudios, las sacerdotisas, las gitanas, las místicas, las amantes de la naturaleza, las que recogían hierbas medicinales, y «cualquier mujer sospechosamente interesada por el mundo natural». A las comadronas también las mataban por su práctica herética de aplicar conocimientos médicos para aliviar los dolores del parto —un sufrimiento que, para la Iglesia, era el justo castigo divino por haber comido Eva del fruto del Árbol de la Ciencia, originando así el pecado original. Durante trescientos años de caza de brujas, la Iglesia quemó en la hoguera nada menos que a cinco millones de mujeres".
Las cruzadas
Se trata de ocho expediciones militares (impulsadas por el papa Urbano II para la supuesta defensa de la fe católica) realizadas por los cruzados (el brazo armado del papado), con el "santo" propósito de arrebatarles Jerusalén y Palestina ("la tierra santa") a los musulmanes. Estas oprobiosas expediciones belicosas dejaron miles de muertos entre cristianos, judíos y musulmanes (su blanco declarado). "La oculta y verdadera razón era el ansia insaciable de poder y riquezas que nunca han dejado en paz a la Iglesia Católica, que se ha valido de maquinaciones e intrigas, ha coronado y derrocado príncipes, reyes, emperadores, prendido hogueras y quemado herejes, vendido indulgencias y reliquias, mentido y calumniado" (La puta de Babilonia).
Algunos papas involucrados en hechos y conductas repudiables para la iglesia y la sociedad:
Anastasio I (399-401). Engendró al papa Inocencio I.
Hormisdas (514-523). Engendró al papa Silverio.
Pelagio I (556-561). Mató al papa Virgilio por corrupto. Fue impuesto por el emperador Justiniano.
Juan VIII (872-882). Adulador y servil, coronó a Carlos el Calvo como emperador, afirmando que Dios había decretado su elección como emperador desde antes de la creación del mundo. A cambio obtuvo amplios dominios papales. Fue pródigo en excomuniones y mató a muchos sarracenos (árabes, musulmanes y moros, especialmente piratas que actuaron en el Mediterráneo occidental durante la Edad Media) como "animales salvajes".
Adriano III (884-885). Mandó azotar desnuda a una dama noble por las calles de Roma, la cual le había sacado los ojos a un alto oficial del palacio Laterano.
Sergio III (904-911). Asesinó a su antecesor León V y al antipapa Cristóbal.
Esteban VII (928-931). Hijo de sacerdote. Lo encarcelaron y estrangularon. Hizo exhumar el cadáver de Formoso, su antecesor, nueve meses después de su muerte, para juzgarlo en el famoso Sínodo del Cadáver, y lo condenó por "ambición desmedida al papado": le arrancaron las vestiduras papales, lo vistieron con harapos, le cortaron tres dedos de la mano derecha para que se curara del vicio de bendecir, lo arrastraron por las calles entre risotadas y burlas, lo volvieron a enterrar en una cueva, lo volvieron a desenterrar, lo desnudaron, y, mutilado, vejado y putrefacto fue arrojado al Tíber.
Juan XI (931-936). Hijo ilegítimo de Marozia y del Papa Sergio III. Su hermano Alberico II lo puso en prisión.
Esteban VIII (939-942). Murió desorejado y desnarigado por conspirar contra el todopoderoso señor de Roma Alberico II.
Juan XII (955-964). Octaviano (937-964). Nieto y biznieto de prostituta. Era gran cazador y jugador de dado, tenía pacto con el diablo, ordenó obispo a un niño de diez años en un establo, hizo castrar a un cardenal causándole la muerte, le sacó los ojos a su director espiritual y en una fuga apurada de Roma desvalijó a San Pedro y huyó con lo que pudo cargar con su tesoro. Cohabitó con la viuda de su vasallo Rainer a la que le regaló cálices de oro y ciudades, y con la concubina de su padre Stefana y con la hermana de Stefana y hasta con sus propias hermanas. Violó peregrinas, casadas, viudas, doncellas, y convirtió el palacio Laterano en un burdel. Un marido celoso lo sorprendió en la cama con su mujer y lo mató de un martillazo en la cabeza.
Benedicto V (964-966). Deshonró a una doncella y huyó a Constantinopla con parte del tesoro de San Pedro. A su regreso a Roma, León VIII le desgarró las vestiduras, le arrancó las insignias papales y el báculo; tras hacerlo arrodillar, le rompió la cabeza a baculazos. Murió de más de cien puñaladas propinadas por un marido vejado, quien luego lo arrastró y arrojó a un pozo.
Juan XIII (965-972). Solía sacarles los ojos a sus enemigos y pasó por la espada a la mitad de la población de Roma.
Benedicto VII (974-983). Murió en pleno adulterio a manos de un marido burlado.
Bonifacio VII (974-984-985). Francon. Consierado ilegítimo. Estranguló a Benedicto VI y envenenó a Juan XIV, luego de apalearlo. Murió asesinado.
Gregorio V (996-999). Bruno de Corintia (972-999). Cegó, desorejó, desnarigó y le cortó la lengua, los labios y las manos del antipapa Juan XVI; lo coronó con una ubre de vaca, lo paseó por Roma montado en un asno y lo encerró en un monasterio donde murió desconectado del mundo.
Sergio IV 1009-1012). Pietro. Murió asesinado durante una revuelta en Roma.
Adriano IV (1154-1159). Nicolás Breakspear (1100-1159). Hizo condenar y ejecutar por herejía a Arnaldo de Brescia. ¿Qué hizo? Denunciar la riqueza y la corrupción de los clérigos y oponerse al poder temporal del papado. Luego de ahorcado, su cadáver fue quemado y sus cenizas arrojadas al Tíber.
Inocencio III (antipapa 1179-1180). Landi de Sezze. Fue el más asesino. Con sus tres cruzadas (contra los albigencias, contra los infieles y la de los niños) fue quien más mató y empujó a la muerte.
Inocencio VIII (1198-1216). Giovanni Lotario, conde de Segni (1160-1216). Promulgó la bula Summis desiderantes affectibusque desató la más feroz persecusión contra las brujas. A su hijo Franceschetto lo casó con una Médicis y nombró cardenal a un hijo de Lorenzo el Magnífico.
Gregorio IX (1227-1241). Ugolino, conde de Segni (1170-1241). Decretó la pena de muerte para los herejes.
Inocencio IV (1243-1254). Sinibaldo Fieschi (1195-1254). Azuzó a la Inquisición, con su bula Ad extirpanda, a usar la tortura para sacarles a sus víctimas la confesión de herejía.
Inocencio IV (1243-1254). Sinibaldo Fieschi (1195-1254). Autorizó la tortura, y las cámaras de la Inquisición se convirtieron en las masmorras del terror y el sufrimiento.
Juan XXII (1316-1334) Jacques Duese (1245-1334). Declaró herejes a los fraticelli (de la orden franciscana), al año siguiente quemó a cuatro en Marsella, y en los años siguientes entregó más de un centenar a la Inquisición por insistir en la pobreza de cristo y de los apóstoles. Condenó póstumamente al filósofo alemán Meister (Maestro) Eckhart (1258-1327) por ideas religiosas, entre ellas su concepción panteísta, y excomulgó al filósofo inglés Guillermo de Occam (1290-1249) por estar de acuerdo con la tesis sobre la pobreza de Cristo y considerar como hereje a Juan XXII, quien no compartía y se oponía a dicha tesis.
Urbano VI (1378-1389). Bartolomeo Prignamo (1318-1289). Murió envenenado.
Alejandro VI (1492-1503). Rodrigo Borgia y Borgia (1421-1503). Tuvo amantes, engendró hijos, cometió incesto con su hija Lucrecia, sobornó cardenales, vendió indulgencias, quemó a Girolamo Savonarola (1452-1498) porque convocó a un concilio desde Florencia con el propósito de deponer a ese papa por pecados de la carne y por corrupto. Fue precursor de la Reforma. Adolfo Valle Berrío, en su libro Atando cabos, con respecto a este papa, nos dice lo siguiente: "Rodrigo quería hacerse Papa como fuese, y se dice que el día en que fue coronado todos sus coterráneos respiraron tranquilos, pues par lograr tal distinción había hecho envenenar o asesinar a 220 de sus oponentes, en sólo 17 días…"
León X (1513-1521). Juan de Médicis (1475-1521). Era homosexual y los burdeles de Roma le pagaban diezmos. Mató al pérfido cardenal Alfonso Petrucci de Siena, quien pretendió envenenarlo. Practicó la simonía (negociar con objetos sagrados, bienes espirituales o cargos eclesiásticos).
Julio III (1550-1555). Giovanni María del Monte (1487-1555). Tuvo relaciones homosexuales con un joven de 15 años. Fue a la cárcel por criminal.
Pío V (1566-1572). Antonio Ghislleri (1504-1572). Expulsó a todos los judíos de los Estados Pontificios, dejando tan solo a los de Roma y Ancona. Expulsó a todas las prostitutas de Roma. Promulgó la bula que prohibía las corridas de toros en Europa, menos en España.
Gregorio XIII (1572-1585). Ugo Boncompagni (1502-1585). Celebró con júbilo la matanza de la noche de San Bartolomé, donde la iglesia católica asesinó a varios protestantes franceses o hugonotes, sindicados de herejía. En una carta a Carlos IX, dijo: "Os acompañamos en vuestra alegría porque por la gracia de Dios habéis librado al mundo de esos desgraciados herejes".
Sixto V (1585-1590). Felice Peretti (1520-1590). Asesino, inquisidor y simoniaco.
Pío XI (1922-1939). Achile Ratti (1857-1939). Alcahueta del nazismo.
Pío XII (1939-1958). Eugenio Pacelli (1876-1958). Alcahueta del nazismo y del fascismo. Tuvo relaciones íntimas con la monja Pascalina. Combatió el comunismo.
Pablo VI (1963-1978). Giovanni Batista Montini (1897-1978). Revivió el viejo tema de que los judíos no habían querido reconocer en Jesús al Mesías que llevaban siglos esperando, al cual habían calumniado y matado.
¿Todo eso hicieron los llamados "representantes de Dios en la tierra? La iglesia le debe muchas explicaciones a sus feligreses y creyentes, debido a que, de una u otra forma, los ha guiado y les ha impuesto formas y estilo de vida. ¡La iglesia también es responsable de la violencia!
El libro Manual del perfecto ateo, de autor anónimo, señala que ante las abrumadoras verdades que han salido a la luz, la iglesia ha tenido que reconocer (en 1969) que la mayoría de los llamados "santos" venerados durante siglos, no fueron más que leyenda o dioses romanos rebautizados con nombre cristiano. Así como que la inmensa mayoría de papas "sucesores de San Pedro" no fueron más que ambiciosos obispos ansiosos de poder, asesinos muchos de ellos, corruptos principitos llenos de hijos bastardos, interesados solo en el trono de los enormes territorios controlados por la "iglesia de Cristo". Y que la historia del cristianismo es una historia fraudulenta llena de mentiras, cuentos, falsedades y mitos, utilizados sabiamente para hacer aparecer a la religión cristiana como la única inspirada por dios y a su iglesia como la iglesia de Jesucristo.
Por cuenta de la religión ha corrido mucha sangre… Por supuesta herejía o estar en desacuerdo con la iglesia católica no fueron pocos los asesinados. He aquí una pequeña muestra:
Marsilio de Padua (1280-1343), filósofo italiano (teórico del estado), fue excomulgado y condenado como hereje por sus ideas de avanzada y tesis filosóficas en las que defendía el estado fundado en la soberanía popular (el rey libremente elegido por el pueblo, debía ser independiente de la jerarquía eclesiástica; los obispos respecto al papa, la comunidad eclesial respecto al párroco).
Fray Dulcino de Novara. El Papa Clemente V (1305-1314) ordenó que lo condenaran a muerte. ¿Por qué? Este monje tenía su propia interpretación de los Evangelios.
John Wyclif o Wycliffe (1320-1384), teólogo inglés, que cuestionó la autoridad espiritual del papa, las indulgencias, la confesión obligatoria y predicó un retorno a las prácticas religiosas fundadas en la meditación de las Sagradas Escrituras, fue condenado en el Concilio de Constanza (1415) e incinerado su cadáver.
Juan Hus (1369-1415), reformador religioso checo, que denunció los vicios del clero y de los defectos de la Iglesia, fue condenado por herejía, encarcelado y quemado vivo. El principal discípulo de Hus, Girolamo de Praga, que había indo a Constanza a defenderlo, lo detuvieron y encarcelaron, lo juzgaron y lo quemaron vivo por hereje el 26 de mayo de 1416.
Girolamo Savonarola (1452-1498) Precursor de la Reforma. Fue condenado a la hoguera por Alejandro VI. ¿Por qué? Haber convocado a un concilio desde Florencia con el propósito de deponer a ese papa por pecados de la carne y por corrupto.
Éttiene Dolet (1509-1546). Humanista francés. ¿Por qué? Fue acusado de brujería. Por usar la sátira contra el catolicismo romano. La iglesia católica ordenó la tortura y la quema vivo, luego de que hubiera sido condenado por la facultad de teología de la Sorbona por ateísmo y por publicar un diálogo de Platón que negaba la inmortalidad del alma. Fue el "primer mártir del Renacimiento".
Miguel Servet (1511-1553), médico y teólogo español. ¿Por qué? Mantener una concepción personal sobre el dogma de la Santísima Trinidad. Las opiniones religiosas de Servet fueron combatidas por los católicos y por los protestantes de la época. Este español rebelde, que descubrió el intercambio de sangre entre el corazón y los pulmones, contradiciendo a católicos y protestantes, negó la doctrina del pecado original y la doctrina de la Santísima Trinidad. En Del error de la Trinidad (1531) repudió la personalidad tripartita de Dios y el ritual del bautismo. Sus contribuciones científicas también fueron notables: La restauración del cristianismo, publicado poco antes de su muerte, contiene la primera descripción rigurosa del sistema circulatorio pulmonar. Acusado de herejía y blasfemia contra la cristiandad, murió quemado en la hoguera.
Giordano Bruno (1548-1600), filósofo y poeta renacentista italiano, pagó con vida en la hoguera por sus "desviaciones doctrinales, herejías y blasfemias". ¿Pero cuál fue su osadía para merecer tan absurdo castigo? Haber planteado que el universo es infinito, que Dios es el alma del universo y que las cosas materiales no son más que manifestaciones de un único principio infinito; afirmar que las estrellas no parecen cambiar de situación por las enormes distancias que las separaban de la tierra; sostener la infinitud el universo físico, y sugerir que podían existir numerosos sistemas planetarios como el nuestro y multitud de planetas habitables. Defendió, al igual que Galileo, la tesis copernicana de que la tierra gira en torno al sol. Sostuvo que las estrellas son soles distantes con sus propios planetas, que el universo es infinito, que se puede convocar a las almas de los muertos por la necromancia y la magia, y que es mentira el dogma de la Santísima Trinidad. ¿Mereció morir así uno de los precursores de la filosofía y la astronomía moderna? La ciencia fue menos perseguida en los países protestantes porque allí la dominación eclesiástica no era tan fuerte. La vida y obra de Bruno son clara manifestación del dramático enfrentamiento que se vivía en la época. En el mundo medieval, teocrático, inmovilista, con pretensiones de conocimiento absoluto frente al cual no tenían los hombres otra opción que la recta interpretación y recta opinión, la ortodoxia resistía el advenimiento de una nueva e inquietante postura intelectual.
El escritor Stefan Zweig nos dice en su libro Erasmo de Rótterdam, triunfo y tragedia, señala que "…Hus se asfixia entre las llamas ardientes; Savonarola es amarrado al poste de la hoguera en Florencia; Servet, arrojado al fuego por el fanático Calvino. Cada cual tiene su hora trágica: Thomas Münzer es tenaceado con tenazas de fuego; John Knox, clavado en su propia galera… A Thomas Moro y a John Fisher les ponen la cabeza sobre el tajo de los criminales; Zwingli, acogotado por la maza de armas, yace en la llanura de Cappel: todos ellos figuras inolvidables, intrépidos en su creyente furor, extáticos en sus cuitas, grandes en su destino. Mas detrás de ellos prosigue ardiendo la llama fatal del delirio religioso; los destruidos castillos de la Guerra de los Aldeanos son testigos infamadores de aquel Cristo, mal comprendido, cada cual según su modo, por aquellos fanáticos; las ciudades arruinadas, las granjas saqueadas de la Guerra de los Treinta Años y de la de los Cien Años, estos panoramas apocalípticos claman a los cielos la sinrazón terrena del "no querer ceder"… Durante siglos quedará partido el orbe cristiano y europeo en católicos contra protestantes, gentes del norte contra gentes del sur, germanos contra romanos: en este momento sólo hay una elección, una decisión posible para los alemanes, para los hombres de Occidente: o papistas o luteranos, o el poder de las llaves de San Pedro o el Evangelio. …la Roma del esplendor papal rechazaba cualquier protesta, hasta las mejor intencionadas; en la hoguera, con una mordaza en la boca, expiaban su culpa todos los que hablaban demasiado alto, con demasiada pasión; sólo en agrias coplas populares o en picantes anécdotas podía descargarse secretamente la irritación por el abuso del comercio de reliquias y de indulgencias; subterráneamente, iban de mano en mano ciertas hojas sueltas con la imagen del papa como una gran araña chupadora de sangre". Sobre el reformador de la Iglesia Católica, el monje alemán Martín Lutero, señala que éste "prorrumpe en clamores de alegría cuando Thomas Münzer y diez mil aldeanos son degollados vilmente, y se alaba y glorifica, en voz bien alta, "de que su sangre la lleva él sobre su cabeza"; se regocija de que el "marrano" de Zwingli, Karlstadt y todos los otros que alguna vez se le han opuesto mueran miserablemente: jamás este hombre, ardiente y violento en sus odios, tuvo una palabra justa para un enemigo ya muerto. En el pulpito, una voz humana que arrebata; en su casa, un amable padre de familia; artista y poeta capaz de expresar la más alta cultura, Lutero, en cuanto comienza una contienda, se convierte en un lobo, en un endemoniado, presa de gigantescos furores, al cual no detiene ninguna obligación o justicia. Esta salvaje necesidad de su naturaleza le lleva siempre, durante toda su vida, a buscar la guerra, pues el combatir no sólo le parece la forma de vida más llena de goces, sino también la moralmente más justa. "Un ser humano, y especialmente un cristiano, tiene que ser hombre de guerra", dice con orgullo mirándose al espejo, y en una carta posterior (1541) alza esta declaración hasta los cielos al afirmar misteriosamente "que es seguro que Dios también combate"… "Dios me ha ordenado que enseñe y juzgue en tierra alemana, como uno de los apóstoles y evangelistas". Por el propio Dios siente el extático que le ha sido atribuida la misión de purificar la Iglesia, de libertar al pueblo alemán de las manos del "Anticristo", del papa, ese "enmascarado y auténtico diablo", de libertarlo con la palabra, y, si no queda otro remedio, con la espada y a sangre y fuego… "Quien perece en defensa de los príncipes —predica—, será bienaventurado mártir; quien cae frente a ellos, se va con el diablo; por eso, el que pueda hacerlo debe combatir, estrangular y apuñalar, secreta o públicamente, pensando que no puede haber nada más venenoso, más pernicioso y diabólico que un hombre rebelde". Sin consideración alguna, se coloca para siempre del lado de la autoridad contra el pueblo. "El asno quiere palos y el populacho ser regido por la fuerza"… Cierto que muchos partidarios de Lutero se apoyan en la frase evangélica que dice: No he venido a traeros la paz sino la espada… No pienses que la cuestión podrá quedar arreglada sin tumulto, escándalo y revueltas. De una espada no puedes hacer una pluma ni de una guerra una paz. La palabra de Dios es guerra, es escándalo, es ruina, es veneno… Esta es la guerra de Nuestro Señor, el cual la ha suscitado y no cesará hasta que hayan perecido todos los enemigos de su palabra… Este hombre lleno de furia combativa no tolera ningún otro final a una discusión, sino el pleno e incondicional aniquilamiento de su contradictor… Lutero, propiamente, con su acción resuelta, no hace más que poner fuego a la cargada mina". Esta exaltación a la violencia, en nombre de la religión, fue aprovechada por los poderosos de su época, que, al igual que los actuales, son hombres pragmáticos, oportunitas, logreros, violentos y manipuladores. Fue así que Lutero, "sin desearlo, y acaso también sin comprenderlo del todo, con sus exigencias sólo pensadas para el orden espiritual, ha llegado a ser el exponente de los más diversos intereses terrenos, el ariete de los asuntos nacionales alemanes, una importante figura en el ajedrez político que se juega entre el papa, el emperador y los príncipes alemanes". Como se colige, Martín Lutero, que oportunamente le "puso su tatequieto" a los desmanes y corrupción de la Iglesia Católica, también, con su "apostolado", propició la violencia. El mismo Lutero lo reconoce en lo siguientes términos: "Yo, Martín Lutero, he matado en la sublevación a todos los campesinos, pues les he dicho que pegaran hasta la muerte; toda su sangre está sobre mi conciencia" (Erasmo de Rótterdam, triunfo y tragedia).
El Papa Juan XXII (1316-1334) dispuso enviar a la hoguera a supuestos herejes de la orden franciscana conocidos como "franciscanos espirituales" porque sostenían que Cristo había sido pobre. En la novela El nombre de la rosa, de Humberto Eco, encontramos que Arnaldo Amalrico, abad de Citeaux, cuando le preguntaron qué había de hacer con los ciudadanos de Béziers, ciudad sospechosa de herejía, respondió: "¡Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos!". Dice el libro que "la ciudad de Beziers fue tomada, y los nuestros no hicieron diferencias de dignidad ni de sexo ni de edad, y pasaron por las armas a casi veinte mil hombres. Después de la matanza, la ciudad fue saqueada y quemada". Luego se tomo a Carcasona donde dejó ciego a todos sus habitantes.
Sobre este oprobioso episodio "religioso", el escritor colombiano Fernando Vallejo, en su libro "La puta de Babilonia", precisa:
"A mediados de 1209 y al mando de un ejército de asesinos, el legado papal Arnoldo Amalrico le puso sitio a Beziers, baluarte de los albigenses occitanos, con la exigencia de que le entregaran a doscientos de los más conocidos de esos herejes que allí se refugiaban, a cambio de perdonar la ciudad. Almarico era un monje cistenciense al servicio de Inocencio III; su ejército era una turba de mercenarios, duques, condes, criados, burgueses, campesinos, obispos feudales y caballeros desocupados; y los albigenses eran los más devotos continuadores de Cristo… Los ciudadanos de Beziers decidieron resistir y no entregar a sus protegidos… pero cayó en manos de los sitiadores y éstos, con católico celo, se entregaron a la rapiña y al exterminio… Y así, sin distingos, herejes y católicos por igual iban cayendo todos degollados… En la sola iglesia de Santa María Magdalena masacraron a siete mil sin perdonar mujeres, niños ni viejos… Albigenses o n o, los veinte mil eran todos cristianos".
A éste y otros exabruptos han tenido la desfachatez histórica de llamarlos eufemísticamente guerras santas. "Una guerra santa sigue siendo una guerra. Quizá por eso no deberían existir guerras santas", señala Umberto Eco. Dizque guerra santa con la promesa del cielo para los que mueran en ella. ¡Qué desfachatez!
En muchas ocasiones la religión se ha convertido en "el opio del pueblo" porque ha sido utilizada para dominar y adormecer las masas y embrutecerlas, y hacerlas pensar en cosas distintas de sus intereses inmediatos. Según Marx, la religión es un engaño, una ilusión utópica, con que se pretende acallar la miseria del hombre; la expresión de un orden social vituperable, el arma con que los ricos pretenden mantener su opresión sobre los desheredados; el opio del pueblo; la enemiga de la ciencia; y, en manos de la iglesia, la aliada incondicional del capitalismo. El opio del pueblo significa que la religión, al señalar la existencia de una vida futura, le impide al hombre reaccionar contra las miserias de la vida presente. La religión le inculca al hombre amor y compasión para con sus semejantes, en vez de infundirle odio y venganza; así lo incapacita para la violencia y la revolución sangrienta. "A lo largo de la historia las religiones han sido manipuladas por sus sacerdotes y por los dirigentes de las sociedades", precisa Antonio Caballero.
Caballero sostiene que "si la Iglesia Católica ha sido un lastre retardatario en el mundo entero, la Iglesia colombiana ha sido una de las más reaccionarias del orbe cristiano. Las jerarquías de la Iglesia colombiana han estado siempre al servicio de los intereses de las estructuras sociales existentes, del injusto orden político y social tradicional, y han puesto siempre el prestigio que les da la doctrina cristiana del amor, por una parte, y, por la otra, el poder que les da la riqueza al servicio de lo más reaccionario que ha habido en Colombia y, en consecuencia, al servicio de que hoy estemos sumidos en un mar de sangre".
Un intelectual de la categoría de José Saramago, premio nobel de literatura, publicó recientemente un artículo (El factor Dios) por Internet, que vale leer, analizar y reflexionar:
"Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios.
Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y aun sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir.
Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel.
Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.
Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia.
Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el "factor Dios", ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el "factor Dios" el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra…) la bendición divina. Y fue en el "factor Dios" en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones.
Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el "factor Dios", ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.
Al lector creyente (de cualquier creencia…) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del "factor Dios". No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose".
Como quiera que el fenómeno religioso es tan influyente en la sociedad colombiana y se encuentra en la base nuestra principal cosmovisión, es importante conocer el punto de vista de personas que tienen diferentes maneras de percibir, interpretar y sistematizar la realidad con relación al problema de la religión. En consecuencia, extracto algunos apartes de un juicioso ensayo (titulado La religión: instrumento del delito y consuelo de los ingenuos, los ignorantes y los pobres) aparecido en Internet a principios del año 2003:
"El fenómeno religioso ha generado en la humanidad y en el planeta tierra catástrofes de inmensa gravedad, catástrofes, incluso, de mayor gravedad que las catástrofes naturales del planeta tierra en que vivimos; sin embargo, el fenómeno religioso no es más que otro de los que caracterizan al ser humano y, como fenómeno humano, ha tenido su nacimiento, su desarrollo, y se dirige hacia su muerte, hacia su desaparición, lenta pero inexorable. El culto a los fenómenos naturales, que es el comienzo de lo que llega a ser posteriormente la religión, sigue teniendo vigencia aunque el humano no lo perciba, como tal, en su conciencia…
Las religiones predominantes en el mundo de hoy representan un inmenso poder económico, social, político, cultural e incluso militar. De acuerdo con estimaciones de entidades e instituciones dedicadas a la investigación social, las principales religiones están representadas en el Cristianismo, el Islam, el Hinduismo, el Budismo y algunas otras religiones chinas; cada una de estas religiones posee diversas corrientes o expresiones que representan la existencia de sectores o grupos humanos de menor significación cuantitativa y cualitativa dentro del conjunto de la humanidad. El cristianismo se encuentra dividido entre católicos romanos, protestantes, cristianos ortodoxos, anglicanos y otros; a la vez, el Islam se encuentra dividido en las corrientes sunnitas, shiitas y otras de menor importancia, el hinduismo es un verdadero mosaico de manifestaciones rituales y de creencias innumerables en variedad. Otras manifestaciones religiosas son las tribales de regiones en donde aún no se han consolidado sus pueblos como naciones modernas; entre ellas encontramos el sikhismo, el shamanismo, el confucianismo, el bahanismo, el jainismo, el shintoismo y otras; hay una población, en el planeta, que no se manifiesta como religiosa y que alcanza unos novecientos millones de personas; se calcula en unos doscientos cuarenta millones las personas que se manifiestan como ateos, es decir, de personas que no creen en dioses; sin embargo, es fundamental precisar, aquí, que ateo no es todo aquel que en un momento determinado de su existencia afirma que no hay dios o que no cree en dioses…
Quienes han llegado a la cima del poder religioso pertenecen a los grandes poderes económicos de sus respectivos pueblos y para ello han tenido que acudir a la intriga, al fraude, al engaño, al crimen organizado, a toda una serie de conductas que no son, precisamente, las que propagan y anuncian en sus inumerables textos religiosos y en sus permanentes discursos y sermones. Nada más significativo, en ese sentido, que los acontecimientos de finales del siglo XX en los que el Pontífice romano, el más alto jerarca del catolicismo, se convirtió en cómplice y usufructuario de los más escandalosos fraudes financieros de que tengan noticia la historia moderna: La quiebra del Banco Ambrosiano dentro de la cual se cometieron no solamente defraudaciones financieras, que toda la banca mundial comete, sino asesinatos, torturas, represiones políticas en países bajo regímenes militares, etc. Los miles de millones, en dinero, que el Vaticano ha acumulado, han sido producto del crimen, del asesinato, del envenenamiento, de la defraudación, de todo acto criminoso y de lesa humanidad; y si volvemos la vista hacia otras religiones como el Islam, los jeques y sus correligionarios no han sido muy diferentes a los jerarcas del cristianismo católico y el cristianismo protestante; se diferencian en las formas: unos son más sofisticados que otros, de acuerdo al desarrollo de sus propios medios de enriquecimiento criminal. El delito de las jerarquías religiosas comienza en las mismas bases de sus dogmas. Porque en lo que se refiere a los "principios", ellos no han cambiado: todas las religiones siguen agitando como doctrina los textos más antiguos de que se tenga conocimiento en la historia de la humanidad. Y todos esos textos son falsificaciones de todo tipo mediante los cuales se va transmitiendo, como si fuese una verdad revelada y dicha por personajes de teatro que van por el mundo sembrando la mentira, arropada con el vestido brillante del culto y el rito. En este sentido, la tradición ejerce un completo dominio sobre todos los seres humanos creyentes…
En esta perspectiva y retrospectiva es que hoy podemos afirmar que las religiones han sido instrumento del delito, el crimen atroz, el fraude, el engaño por parte de quienes asumieron su liderazgo y, al mismo tiempo, son el refugio de los pobres, el espacio de los ignorantes y el campo de acción de personajes cuyo carácter de ingenuidad y naturaleza idealista les hace creer que mediante la religión van a lograr el mejoramiento material y cultural de la humanidad que ellos desean humanistamente…
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