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Pareja y familia (página 3)


Partes: 1, 2, 3, 4

La familia es el ambiente que de forma significativa impulsa el desarrollo de cada individuo. La convivencia diaria permite que el niño aprenda a integrar costumbres y valores que se comparten dentro del núcleo familiar. Su familia le sirve de modelo para aprender las habilidades básicas de comunicación y relación y es allí donde también toma forma su identidad; los lazos así creados dejarán honda huella en su personalidad.

Expectativas sobre conductas propias del género

Dentro del grupo familiar también se aprende a reconocer y asumir los papeles correspondientes a cada género (hombremujer), a partir de la identificación que hace el niño del vínculo establecido con su padre y madre. Según esto aprenderá a comportarse de acuerdo con las expectativas que se generen y refuercen con relación a su propio sexo.

Sin embargo todos estos factores (hereditarios, psicológicos y sociales) interactúan y es difícil a veces precisar cuanto de la conducta corresponde a cada uno.

Los padres necesitan que su estilo de relación brinde posibilidades reales para llevar a cabo la superación de sus integrantes, conociendo cuales actitudes estimulan o empobrecen sus contactos afectivos (Rodríguez, 2001).

Actitudes que debilitan los lazos familiares

Dentro de las actitudes que debilitan los lazos familiares encontramos:

  • a. Expectativas y actitudes descalificadoras

Estas actitudes vulneran la valoración personal y facilitan las relaciones de competencia y rivalidad. Cuando los padres rotulan (María es tan agresiva) a sus hijos, limitan su posibilidad de ampliar su concepto personal; de igual forma, comparar a los miembros de la familia y destacar a uno sobre los otros, o mostrar preferencias, facilita que emerjan en sus relaciones el descontento y la animosidad (Rodríguez, 2001).

  • b. Concentrarse en los errores

Es otra actitud habitual en muchos padres, lo que refuerza la aparición y reproducción de comportamientos que los padres quieren suprimir. Es el caso de las "pataletas", de comportamientos que los padres califican como rebeldes. La crítica constante, o un estilo de relación que busca juzgar siempre, también empobrece la autoestima (Rodríguez, 2001).

  • c. Esperar perfección

Vigilar el comportamiento en forma continua para exigir, de acuerdo con modelos idealizados por los padres, imposibilita descubrir las facultades y habilidades reales de cada individuo, y dificulta que la persona se acepte y ame como es (Rodríguez, 2001).

  • d. Sobreproteger

Algunos padres tienen carencias afectivas que los llevan a considerar que deben actuar en todas las vivencias de sus hijos y por eso se hacen indispensables para ellos. Esto les impide resolver sus problemas y asumir sus responsabilidades. Así disponen y deciden todo lo que los hijos deben de hacer, sentir, pensar, o decir: también pretenden prevenirlos de todos los peligros que los rodean lo cual les niega la posibilidad de desarrollar sus recursos y defensas para afrontar las situaciones cotidianas de la vida, menoscabando su fortaleza interior (Rodríguez, 2001).

  • e. Ser autoritario

Afortunadamente cada vez en menos hogares encontramos que se establezcan estilos autoritarios de relación, a través de los cuales se somete a los hijos a la voluntad paterna. Estas relaciones son fuente de conflicto y violencia para le núcleo familiar.

Todas estas actitudes de los padres traen consecuencias nocivas para los hijos:

  • Los llevan a sentirse inútiles e incapaces.

  • Son fuente de inseguridad emocional.

  • Se vuelven profundamente dependientes y se deteriora su autoestima y seguridad.

  • Conciben el mundo como un lugar terriblemente peligroso e inhóspito.

  • Crece un gran resentimiento y desconfianza en ellos hacia sus padres.

Sin embargo, los padres pueden identificar estos comportamientos negativos y crear nuevas formas de relación más integradoras y que promuevan el bienestar en forma natural. Deben partir de una relación afectuosa en que el respeto por le mundo individual facilite el conocerse a sí mismo para evolucionar a partir de una sana convivencia familiar (Rodríguez, 2001).

Actitudes que facilitan el progreso familiar

Las actitudes que facilitan el progreso familiar son:

  • a. Demostrar confianza

Para lograrlo es adecuado otorgarles responsabilidades de acuerdo con su edad; pedir y tener en cuanta sus comentarios y opiniones; evitar rescatarlos y solucionar sus problemas siempre; confiar en los niños, evitar repetir las instrucciones que se les han dado.

  • b. Concentrarse en sus fortalezas

Se deben reconocer sus habilidades; dar crédito a sus puntos fuertes, sin ("pero") condiciones; concentrarse en el esfuerzo que hacen por superarse; comentar y señalar el esfuerzo a cada paso.

  • c. Valorar y aceptar

Se debe aceptar al hijo como es, con su inmadurez, cualidades y defectos; separar el valor personal de sus logros o éxitos y también diferencias a las personas de sus errores o fallas; así los padres deben aprender a apreciar la identidad de cada niño.

Se debe dejar a los hijos en libertad de realizar por sí mismos sus actividades: invitarlos a colaborar y participar en las actividades de la familia; impulsarlos para que busquen sus metas y éxito personal de a cuerdo con sus habilidades particulares; permitámosle que se sientan propietarios de su cuerpo.

  • e. Respetar y reconocer igual dignidad

Hay que escucharlos con interés y atención; apreciar sus ideas y sus opiniones; respetar sus gustos, valorar sus contribuciones y tratarlos con cortesía.

Relaciones eficaces, padres eficaces

La misión de los padres es conseguir la realización del grupo familiar y alcanzar el desarrollo de todas sus potencialidades, educando en los valores espirituales que orientan una fe con sentido humano (Rodríguez, 2001).

Actitudes para desarrollar la familia

Estos padres asumen actitudes y formas de relación con las cuales se estimula un desarrollo integral en el grupo familiar; entre ellas tenemos:

  • a. Respeto por la individualidad

Respetan la individualidad y las capacidades de sus hijos a la vez que los guían y orientan: cada persona es un mundo único, con una singularidad de la cual emerge el misterio humano, los padres deben incentivar a sus hijos para que puedan descubrir sus propias capacidades, talentos y superar sus limitaciones viendo su individualidad con optimismo y fe en sí mismos. De la misma manera, el respeto y apoyo a su desarrollo personal los ha de alentar para crear y mantener relaciones en las que puedan continuar progresando positivamente y aportando en forma constructiva al desarrollo comunitario.

Fijar normas de comportamiento claras y velar por su cumplimiento con firmeza pero con amabilidad, es importante. Los padres pueden crear unos criterios claros que sirvan de base a todas las actitudes y comportamientos dentro del núcleo familiar.

  • c. Establecer límites

Es bueno establecer límites dentro de los cuales los hijos puedan tomar decisiones con responsabilidad por sus acciones: el crecimiento ha de favorecerse al establecer pautas que orienten el comportamiento de la familia; esto protege, enseña y ayuda a manejar la propia impulsividad; asimismo, los padres has de asumir una relación de afecto, confianza y firmeza en la vivencia de estas experiencias en la interacción cotidiana, y aprender a ajustarlas a la edad y necesidades cambiantes del grupo

  • d. Estimular el potencial

Estimular a los hijos a que desarrollen su potencial a través de la aceptación y amor incondicional que comparten con ellos; además adelantarlos para que aprendan a conocerse a sí mismos afrontando y superando las dificultades y situaciones que se les presenten en su crecimiento; favorece que los hijos confíen en sus propios recursos y desarrollen nuevas opciones que les permitan solucionar los desafíos que en forma natural le impone su desarrollo.

  • e. Confiar en los hijos

Los padres confinan en los hijos y les permiten ser autónomos. La diversidad, al tiempo que la singularidad que encierra cada integrante de la familia, comprende comportamientos que en muchos casos son inaceptables para los padres; sin embargo, para que los jóvenes aprendan a superar sus propias fallas, se requiere que los padres den un tratamiento adecuado a estas situaciones, tratando de comprender los motivos de esas acciones, aunque mantengan sus propios criterios sobre ellos; que confíen en su progreso personal, promuevan el desarrollo de una autonomía responsable de acuerdo con su edad, para que los muchachos puedan hacer elecciones sobre su comportamiento, aprendiendo a la vez a responder por las consecuencias que estas elecciones les acarrean.

  • f. Valorar el papel de padres

Los padres que dan a su labor la más alta prioridad y por lo tanto disponen del tiempo necesario para compartir y dirigir el desarrollo y formación de sus hijos, valoran su papel positivamente y sienten el grado que implica orientar, guiar y compartir con sus hijos. Ellos buscarán la manera de distribuir su tiempo buscando la manera de que logren acompañar a sus hijos en su proceso de crecimiento y disfrutar de su compañía en la vida diaria.

Es importante que los padres se comprometan con su presencia para orientar la orientación, para lograr establecer relaciones de confianza que consoliden el vínculo afectivo y la valoración personal en los hijos.

  • g. Respetar a hijos

Si se respeta a los hijos se gana su admiración y respeto. Los padres eficaces comparten las relaciones con la familia dentro de un marco de respeto con sus diferencias individuales, lo cual implica que se impulsen en forma permanente la participación y la toma de decisiones, y que se tengan en cuenta las decisiones de cada miembro del grupo familiar. De igual forma, cuando se valoran sus sentimientos, su privacidad y ritmo personal, se fortalecen los lazos afectivos, facilitando que se consoliden en forma recíproca interacciones cálidas y amables.

  • h. Establecer jerarquías en la familia

Establecen claramente una jerarquía en la familia en la que los padres ocupan una posición directiva; aunque dentro de la familia se debe propiciar el cambio de los puntos de vista y fomentar relaciones democráticas, para que se pueda brindar seguridad emocional a sus miembros, es indispensable que haya una definición clara de autoridad, y que los padres asuman la dirección y la guía familiar, este aspecto debe establecerse en forma afectuosa y clara con los hijos, sin posibilidad de que se ponga en tela de juicio.

Los padres han de acompañar a su familia y asumir su posición con seguridad, confiando en sus recursos y criterios personales, y con la certeza de que son ellos las personas adecuadas para estimular su sano desarrollo.

  • i. Promover la autoestima

Se promueve mejor la autoestima al tener en cuanta las necesidades de los hijos, al crear una atmósfera familiar cálida, de afecto y respeto mutuo, en que se estimule la comunicación como elemento fundamental que enriquece las interacciones y facilita la conciliación y resolución de conflictos cuando se presentan.

De igual forma, flexible y clara la disciplina como elemento que promueve la autorregulación del comportamiento y el fortalecimiento de la singularidad, como expresión de la diversidad del mundo personal dentro del ejercicio de la autonomía responsable.

Ser padres eficaces es un desafío, que exige una actitud de apertura y aprendizaje constante, en la que se aprende a valorar el papel que se tiene asignado, y se asume el desarrollo individual y de pareja como una tarea fundamental que posibilitará el avance familiar (Rodríguez, 2001).

Importancia de desarrollar la autoestima

Una adecuada autoestima es la cualidad clave para triunfar en la vida y constituye el punto de partida que lleva a desarrollar atributos fundamentales para el éxito; formar en los hijos un buen concepto de sí mismos, un sólido sentimiento de valor personal que les permita desarrollar al máximo su potencial individual, es un elemento esencial para su desarrollo (Rodríguez, 2001).

"La verdadera seguridad reside en el valor personal sobre el cual se funde, no en la fortaleza de sus murallas, ni en el nivel de sus conocimientos, ni en la cuantía de sus bienes, ni la grandeza de su ego, ni en el poder de su posición".

La autoestima es el juicio personal acerca del valor de sí mismos; implica aceptarse, confiar y estar satisfechos con lo que se es.

Una persona con una buena autoestima es una persona que se aprecia y se valora por lo que es, no por lo que tiene, puede o ha logrado; es una persona que acepta sus sentimientos y emociones, que tiene confianza en sus opiniones, que conoce y utiliza sus cualidades, que se respeta, se siente valiosa, capaz y digna de ser amada; que puede reconocer sus limitaciones y sus fallas sin desfallecer por ello (Rodríguez, 2001).

No hay juicio más importante para un individuo, ni factor más decisivo para su desarrollo y motivación emocional e intelectual, que la evaluación que haga de sí mismo; su concepto personal y autovaloración tienen profundos efectos en sus emociones y son la clave más importante en su comportamiento.

Por esto, cada vez más, los expertos en la conducta humana coinciden en que la autoestima es la clave del éxito y la felicidad personal.

Para ejercer cualquier profesión u oficio se requiere y exige un entrenamiento especial; pero lamentablemente, "cualquiera puede ser padre". Sin embargo, los profundos cambios que está sufriendo nuestra sociedad han originado problemas que muchos de los padres no están preparados par afrontar. Un porcentaje alarmante de niños no se está desarrollando en la forma esperada: la violencia, la drogadicción, la separación conyugal y la promiscuidad sexual están alcanzando niveles inesperados (Rodríguez, 2001).

Algunos, tal vez pesimistas, consideran que esto se debe a que reina el caos y que la familia se está desintegrando; otros más optimistas, ven en la incertidumbre y en el cambio que estamos viviendo la necesidad de renovar nuestras ideas, enriquecer nuestras experiencias y hacer ajustes acordes con las demandas del momento actual. Cualquiera que sea la situación, precisamente en este momento en que prevalece el cambio y la redefinición de los parámetros de la calidad de vida de los seres humanos, la crianza de los hijos no debe dejarse al azar, ya que, de continuar así, se puede esperar que la descomposición personal, familiar y social siga en aumento.

A pesar de las necesidades de que los padres se capaciten para desempeñar su importante misión, muchos objetan esto con argumentos como este: "mis padres no tuvieron ningún entrenamiento especial para ser padres y me formaron correctamente ¿Por qué entonces existe la necesidad de prepararnos para una función tan natural?"

Para contestar estas preguntas es importante considerar los cambios sociales que han ocurrido dentro de una sola generación. Hasta hace poco la vida en familia se regías por normas y papeles establecidos, autocráticos y aceptados por la mayoría. Casi todos los padres de hoy fueron educados en un ambiente autocrático: el padre era la autoridad suprema, la madre debía subordinarse a él y los hijos a los dos. Además, las reglas eran incuestionables y aceptadas como órdenes. Los niños no podían escoger; tenían que obedecer. Cuestionar a los padres era considerado una falta de respeto y los menores debían ser, y eran, más o menos sumisos. Aún en los hogares más indulgentes había una atmosfera de autoridad, que daba control absoluto a los padres sobre los hijos (Rodríguez, 2001).

Si la sociedad hubiese mantenido su estructura rígida, el avance en todas las áreas del ser humano también se habría interrumpido. Pero la sociedad no es estática, y estamos viviendo una época en la cual se lucha por la igualdad.

Los recientes movimientos que propenden por la igualdad (las mujeres reclaman hoy los mismos derechos que los hombres, los trabajadores demandan un trato igual de sus empleadores) han cambiado los términos de las relaciones sociales, y este fenómeno, que se ha llamado la "revolución democrática", hace imperativo que aprendamos a vivir considerando a los demás como iguales en dignidad humana.

Los hijos no han escapado a la influencia de este movimiento. Nacen en un ambiente donde existe una lucha por los derechos individuales y fácilmente llegan a la conclusión de que ellos también tienen derecho a "voz y voto". Por esto los métodos tradicionales de crianza ya no funcionan; los hijos ya no aceptan la supremacía de los padres, cuestionan sus criterios y exigen una explicación "valida" para aceptar sus instrucciones desde la más tierna edad.

Quizás por este mismo fenómeno las actitudes permisivas han ganado terreno. De las relaciones autocráticas hacia los niños, se ha pasado en muchas ocasiones a la "tiranía" por parte de los hijos. Esto ha permitido que los menores hagan lo que desean y los padres los dejen para evitar conflictos; muchas veces se teme ser firme al establecer límites claros, con el convencimiento de que los pequeños "se pueden traumatizar" si no tienen o hacen lo que quieren.

Al cambiar las relaciones familiares de un sistema autocrático a un abuso de la permisividad, tanto padres como hijos han quedado muy confundidos y las familias se mueven entre dos extremos: se exige una disciplina excesiva o por el contrario ninguna disciplina o, lo que es más común, los padres son a veces autocráticos y muy estrictos, y otras permisivos y excesivamente tolerantes, lo que los vuelve muy incoherentes.

Los padres necesitamos aprender a confiar en la capacidad que tenemos para orientar a los hijos, partiendo del conocimiento y respeto que tenemos de ellos, y aprendiendo a formar unas relaciones en que, a través de la comunicación eficaz y el afecto, podamos guiarlos con amor, pero también con firmeza para afianzar una adecuada autoestima que facilite su crecimiento y autorrealización (Rodríguez, 2001).

Una autoestima positiva nace cuando los hijos pueden confiar en que los padres los guiarán con sabiduría en el diario vivir y cuando, además, se sientan seguros de que serán protegidos, aún de sí mismos (Rodríguez, 2001).

El desarrollo de una adecuada valoración personal facilitará que nuestros hijos puedan elegir su propio camino, y con voluntad férrea luchen por sacar adelante su proyecto personal de vida.

Estimular el avance familiar

El individuo comparte con la familia el descubrimiento de sí mismo, por ello, las características de la relación entre padres e hijos va a influir de forma significativa sobre la valoración personal de cada uno. Los padres y la familia han de favorecer que las interacciones promuevan el fortalecimiento de la autoestima de sus miembros (Rodríguez, 2001).

El estímulo que los padres brinden a sus hijos para incentivar su desarrollo, promoverá el crecimiento sano; éste parte de la necesidad de reconocer y enfocar todos los aspectos positivos de los niños. Es el antídoto contra el desaliento, responsable del mal comportamiento, y un excelente medio para mejorar las relaciones entre padres e hijos. Es también el mejor método para promover el desarrollo de todo el potencial de nuestros hijos (Rodríguez, 2001).

El niño, cuando no es estimulado de forma positiva, cuando no se le reconocen sus fortalezas y cualidades, cuando no se le ama o es aceptado con sus diferencias individuales, puede ver lesionado sus amor propio, lo que propiciará que se perciba como un "fracaso"(Rodríguez, 2001).

Incapaz de resolver sus problemas y dificultades, se torna pesimista y sus actuaciones se basan en experiencias y fracasos anteriores. Asume que no es valioso ni competente, y que por lo tanto no sirve. No tiene el coraje al ser imperfecto ni puede reconocer sus errores. Tiende a retraerse (en áreas en las que se cree incompetente), busca llamar la atención a través de comportamientos y actos negativos.

El estímulo es un factor básico y presente en todos los trastornos, deficiencias y fallas, distintas a las causadas por las enfermedades o lesiones cerebrales (Dinkmayer, 2001; Baustin 1980).

Cómo estimular a la familia[3]

  • Enfocar nuestra atención y estímulo hacia las cualidades, puntos fuertes y habilidades que posean; para ello necesitamos amarlos y aceptarlos como son.

  • Reconocer las decisiones y comportamientos positivos con los que se comprometen.

  • Resaltar sus esfuerzos por superarse y progresar; no sólo valorar los éxitos y resultados.

  • Agradecer: es fundamental que aprendamos a crear un clima afectivo en la familia donde podamos reconocer y ser gratos con las contribuciones que los miembros de la familia aportan a nuestro bienestar, así como reconocer lo importante y significativo que son para nuestra vida.

  • Respetar: el respeto es ante todo una disposición de espíritu, para aceptar en el niño su naturalidad, su sencillez, su expresión, su personalidad y sus necesidades de desarrollo. El respeto no se impone, se gana en la calidad de interacción con la familia. Comencemos por minimizar las críticas frecuentes con las que invadimos su intimidad y lesionamos el lazo de afecto que nos une; de igual forma, es importante que aprendamos a confiar en sus capacidades y que no los sobreprotejamos, para que ellos se sientan seguros con sus capacidades personales y logren impulsar sus desarrollo en forma eficaz.

  • Comprender el comportamiento: los niños no son adultos en miniatura, no son ángeles. Son seres humanos con valores y capacidades propios, con limitaciones e inexperiencias; con su propio ritmo de aprendizaje, adaptación y progreso; con sus propios gustos e intereses; con sus respectivas reacciones y actuaciones.

  • Estimular: la labor de los padres y educadores debe consistir en estimularlos para que piensen, opinen, juzguen, elijan, decidan, actúen y así maduren. Esto favorece el desarrollo de todo su potencial humano, cualquiera que este sea.

  • Comunicarse de forma eficaz: la expresión real de lo que somos y sentimos llevará a los niños a creer en nosotros y les enseñará también a expresar lo que sienten y creen. La comunicación es el medio más importante para crear un vínculo real y sólido entre padres e hijos.

  • Disciplinar: es enseñar límites y normas claras de comportamiento, no se disciplina al niño cuando se obtiene una conducta por vías de presión, sea utilizando manipuladores tales como premios, las amenazas o los castigos, porque el niño obedece por interés o por temor, y no por convicción.

  • Demostrar amor: brindar a los hijos respeto, comprensión, estímulo, comunicación y disciplina es darles amor. Sin embargo, para que este amor los nutra, también se necesita:

  • Paciencia y tolerancia; con ella estimularemos también el desarrollo del autocontrol emocional y autoestima.

  • Incondicionalidad: el amor hacia nuestros hijos como base para su desarrollo, no debe depender de sus aciertos o desaciertos. Hemos de estar disponibles con nuestro afecto para impulsarlos a mejorar y a creer en ellos mismos.

  • Caricias verbales y físicas: son las que estrechan los lazos afectivos y la confianza mutua.

  • Tiempo: Necesitamos hacer una distribución del tiempo que nos permita compartir con nuestra familia; la calidad se antepone a la cantidad de atención que les brindemos, ya que lo que ellos demandan es que el tiempo que compartamos sea suficiente para asumir nuestras funciones paternas y esté enriquecido el momento de afecto recíproco.

Nuestro hijos deben de ser nuestra verdadera prioridad (Rodríguez, 2001).

  • EN BUSCA DE LA ARMONÍA FAMILIAR

La convivencia armónica es un proceso de crecimiento personal y grupal que posibilita y estimula las interacciones y el avance familiar. Esto no significa que la convivencia esté libre de momentos de crisis y dificultad, que son parte de la dinámica familiar, e incluso constituyen elementos necesarios para el crecimiento y fortalecimiento individual y grupal. Lo que sí necesitamos promover es que la calidad de las relaciones familiares propicie interacciones sanas dentro de la familia (Rodríguez, 2001).

La familia en el nuevo milenio, necesita consolidar su misión como espacio efectivo que potencia el crecimiento integral de sus miembros y a la vez contribuye a la evolución de las relaciones en el entorno social para que recobren su sentido humano y recuperen el valor de la vida como valor supremo.

Para esto, la familia necesita concentrar sus acción para recuperar la armonía dentro de la convivencia grupal, favoreciendo el desarrollo de los recursos familiares que impulsen a sus miembros a fortalecer su proyecto de vida (Rodríguez, 2001).

La armonía familiar ha de construirse en forma progresiva a partir de la consolidación del proyecto de vida de pareja; Los cónyuges deben crear y afianzar un espacio creativo de interacción, en donde su vínculo afectivo les facilite asumir el compromiso por el progreso de conjunto, fortalecerse como equipo de trabajo en la convivencia, para lograr desde su desarrollo de pareja, orientar al grupo familiar.

La familia, como fuerza humanizante, debe apoyar la manifestación de la singularidad de sus miembros, para que a partir del reconocimiento de sus recursos y limitaciones personales, se fortalezcan interiormente y puedan asumir el compromiso de evolucionar en forma permanente.

La familia necesita aprender a valorar el aporte que cada miembro hace con sus individualidad al proyecto familiar; por ello debe promover el respeto en la interacción diaria (Rodríguez, 2001).

Otro elemento importante para facilitar la armonía familiar es aprovechar los espacios cotidianos para estrechar relaciones entre sus miembros: solo cuando el grupo reconoce el valor del afecto compartido, puede lograr mejorar la calidad de sus interacciones; por ello es fundamental que en las relaciones entre padres e hijos y dentro de la pareja, se compartan caricias y reconocimiento físico en cada etapa del desarrollo (Rodríguez, 2001).

Es básico que también se recurra a la caricia verbal para destacar las cualidades de los diferentes miembros de la familia, así como la singularidad de cada uno; esto permitirá que el espacio de convivencia sea un elemento grato, de fortalecimiento y apoyo para cada individuo y el grupo en general, lo que favorecerá también el sentido de pertenencia y cohesión a la familia, recursos importante para crear y estimular la solidaridad y apoyo mutuo entre los miembros (Rodríguez, 2001).

Los valores eje del proyecto familiar

La familia requiere asumir en la convivencia valores que orienten el curso de la vida familiar, para ello la pareja como líder y guía debe estimular a partir de su ejemplo y tomando como base su proyecto familiar, la identificación de aquellos valores que para cada grupo sean importantes; si los reconocemos podemos servirnos de ellos también para fortalecer el ejercicio de la autoridad, considerando aquellos que estimulen el crecimiento de los miembros del grupo.

Así mismo, vale la pena resaltar que estos valores deben facilitar la convivencia; por ello es importante destacar dentro de ellos la tolerancia, el valor de la vida, la igualdad, el respeto por los otros y por sí mismos, así como el valor del diálogo para la resolución de conflictos (Rodríguez, 2001).

Los valores son el eje que posibilita dar sentido y proyección a la vida familiar en todas las áreas de su desarrollo; no pueden ser tomados a la ligera, sino que hay que integrarlos a la cotidianidad, para que sirvan de referencia y apoyo para la evolución del grupo familiar.

Educación para ejercer una autonomía responsable

Es importante que los miembros del grupo puedan forjar una identidad personal íntegra, que les permita desarrollar en forma progresiva criterios propios que posibiliten tomar decisiones más concientes, para que puedan aprender a autorregular sus comportamiento de acuerdo a una elección responsable.

Es necesario, crear un clima familiar para la reflexión, la toma de conciencia sobre las consecuencias de nuestras acciones y decisiones y que se ejercite a la persona para tomar decisiones; de igual manera, otorgar responsabilidades en cada etapa del crecimiento, que refuerce la importancia del aporte de cada miembro al bien común (Rodríguez, 2001).

Fortalecer la expresión afectiva

Es indispensable para el desarrollo de cada persona y de la armonía familiar, que se apoye la expresión sana de las emociones y sentimientos; el modo seguido por los padres en el manejo emocional, permitirá que los chicos integren en forma más congruente este aprendizaje, que es vital para la calidad de las relaciones interpersonales y para fortalecer interiormente a cada uno. Para ello debemos ejercitarnos y promover que a cada integrante se le respete en la expresión de sus sentimientos, sin ser juzgado; además, debemos brindar canales adecuados que permitan manifestar emociones intensas, para poder aprender a desarrollar un control interno que permita autorregularse (Rodríguez, 2001).

La autoridad en la familia

Para que la familia se constituya en un espacio afectivo de crecimiento debe poseer una estructura interna organizada que facilite el cumplimiento de sus tareas (Rodríguez, 2001).

Uno de los recursos con que cuenta la familia para facilitar la convivencia, es el ejercicio responsable de la autoridad, lo cual implica que dentro del grupo, los padres o adultos responsables, asuman la dirección, apuntando hacia la armonía y el crecimiento,

Dentro del modelo patriarcal la autoridad la ejercía el hombre, a través de una relación vertical de sometimiento de la mujer y de los hijos. Él era quien tomaba las decisiones que afectaban al grupo y a sus diferentes miembros, de forma absoluta y sin cuestionamientos.

Esta forma de manejo de la autoridad se tradujo en estilos autoritarios de crianza, en los cuales, a partir de normas rígidas se impuso la voluntad de los padres, lo que dio como resultado el surgimiento de relaciones conflictivas, en que las personas desarrollaban un concepto personal empobrecido, lo cual frenó el desarrollo de su individualidad; es probable que se genere una convivencia colmada de sentimientos de desconfianza, animosidad, e inseguridad emocional (Rodríguez, 2001).

A la persona que crece en un ambiente autoritario, se le dificulta desarrollar una identidad que impulse un crecimiento autónomo, lo que la hará vulnerable a la presión externa y tendrá gran dificultad para tomar decisiones independientes. Esta persona trasladará a sus relaciones los mismos mecanismos aprendidos, asumiendo mecanismos autoritarios o de sumisión.

Además, este estilo de relación no permite que el grupo familiar logre afianzar un sentido de pertenencia y cohesión que favorezca la solidaridad; al contrario, facilitará que los integrantes se aíslen y busquen satisfacer fuera de la familia las necesidades afectivas de que carecen, exponiéndolos a situaciones de mayor riesgo (adicciones o conductas antisociales); pues si no encuentran en su familia el espacio propicio para nutrirse y crecer interiormente y la necesidad de afecto inherente al ser humano, estimulará que se asocien a personas o grupos que les ofrezcan alguna forma de seguridad y reconocimiento y les sirva como modelos a identificarse.

Como las personas en estas condiciones no ha logrado desarrollar un adecuado autocontrol, valores y criterios que favorezcan la elección de una conducta madura, se orientará por aquellas relaciones que, sin muchas exigencias, le permitan sentirse valorado.

El manejo inadecuado de la autoridad empobrece la calidad de las relaciones y deteriora el progreso personal.

Igualmente nocivo es el ejercicio de autoridad dónde no hay límites claros o criterios que orienten al grupo familiar; el caos, la ausencia de un rumbo claro y de límites que protejan, puede llevar a los chicos a deteriorar su autoestima y a asumir un comportamiento inmaduro e impulsivo que no favorecerá su crecimiento (Rodríguez, 2001).

Comprender el desarrollo humano, nos permite asumir como padres un equilibrio en el manejo de la autoridad. Hoy se empieza a experimentar en los hogares un sistema de relación más participativo, que implica un mayor respeto por las diferencias individuales, en el que el ejercicio de la autoridad propicia que el grupo familiar decida en forma conjunta, se comprometa y responsabilice por sus acciones, estableciendo una pautas firmes y claras que las haga sentirse seguros. Claro está que esto se da dentro de un proceso de democratización progresiva, que se va consolidando en la medida en que los chicos también van madurando: por ello, desde que los hijos son pequeños necesitamos impulsar el desarrollo de la autonomía responsable (capacidad para elegir), asumiendo la responsabilidad por las consecuencias de nuestras acciones o decisiones.

Los padres han de asumir el liderazgo del grupo familiar orientándolo para reforzar en la convivencia cuatro factores esenciales (Rodríguez, 2001):

  • a) El respeto por la individualidad

La autoridad necesita tener como base, para apoyar el desarrollo de los individuos, el respeto por la diferencia, tomar en cuenta las características de las personas y sus necesidades particulares, e identificar las particularidades de su temperamento, para orientarlos positivamente en el manejo de las dificultades que puedan ir teniendo al enfrentar sus tareas de desarrollo en cada etapa del crecimiento (control emocional, habilidades sociales, necesidad de afirmación, etcétera).

  • b) Fortalecer la comunicación

La habilidad para comunicarse permitirá que la familia pueda avanzar y solucionar los problemas que cotidianamente se presentan; apoyar a los hijos para que comuniquen sus necesidades y expresen sus sentimientos, les aportará mayores recursos para establecer relaciones para que puedan ser asertivos y plantear su situación personal frente a las distintas situaciones que deban afrontar; es importante que se reconozcan sus opiniones y aportes, y se le tenga en cuanta al tomar decisiones familiares.

  • c) Creación de normas familiares

Este es un elemento que hará posible la convivencia familiar, debe hacerse de acuerdo con los valores que la familia quiere vivir, con las necesidades del grupo y con la etapa de desarrollo en que se encuentren. A medida que los hijos van creciendo, el sistema puede mantenerse en algunos aspectos, o cambiar aquellos que ya no se acomoden ala evolución de sus miembros; dentro de estos límites, deben estar contempladas las normas de comportamiento de sus miembros, lo cual es importante como elemento de seguridad, como lo es también que, progresivamente, los hijos vayan aportando a este sistema de normas, según los convenios que logren, dentro de la búsqueda del progreso familiar. Este sistema ha de ser conocido por todo y periódicamente revaluado; igualmente, deben ser explícitas las sanciones a su contravención.

  • d) Nutrir los lazos afectivos

La autoridad va unida al grado de intimidad que la familia logre crear, ya que cuando la persona se siente amada y valorada por ésta, va a desear compartir aquellos valores y elementos que la caracterizan. De igual manera, el afecto resulta fundamental para desarrollar la confianza, factor indispensable para que cada factor sienta que su participación y aporte son importantes y fundamentales para el bienestar de los suyos.

La pareja necesita estar unida en todo lo referente a la educación de los hijos, ser conciente en las decisiones que se asuman, respaldarse y ejercer conjuntamente la dirección del hogar (Rodríguez, 2001).

Pubertad y adolescencia

La infancia comienza a quedar atrás e inicia otra etapa del desarrollo caracterizada por impactantes cambios en los aspectos físico, psicológico y social.

Tenemos sensaciones nuevas que en ocasiones no logramos entender; nos sentimos diferentes, al mismo tiempo que experimentamos sentimientos novedosos sobre nosotros y los demás.

Las trasformaciones físicas se evidencian a más temprana edad en las niñas que en los niños. Ellas pueden iniciar estos cambios hacia los 9 o 10 años, mientras que ellos los viven hacia los 10 o 12, en promedio. El crecimiento es acelerado y se nota en la estatura, figura (apariencia) y piel. Es bueno e importante tener en cuenta que estos cambios se pueden adelantar o atrasar en cada chica o chico y que esto es normal (Rodríguez, 2001).

En el aspecto físico, la evolución más importante sucede en la glándula pituitaria, que actúa como un reloj despertador del crecimiento, ésta, envía la orden de crecer a todas las partes del cuerpo y comienza entonces la producción de una hormona especial llamada progesterona en las niñas y testosterona en los niños; en ellas empiezan a crecer el busto, aparecen los bellos en las axilas y el pubis, se ensanchan las caderas, se activa el sistema reproductor y llega la primera menstruación o menarquia; en ellos aumenta la musculatura, se ven más fuertes, la voz se hace más grave, aparecen los bellos en la cara, axilas, pecho, piernas, pubis, además se activa sus sistema reproductor (Rodríguez, 2001).

De igual formas, las glándulas sudoríparas y sebáceas aumentan su producción; el sudor se produce en mayor volumen y se hace más fuerte en su olor; aparece el acné; ya que la grasa quiere salir de nuestro organismo, y al llegar a algunos fóculos capilares, se encuentra obstruido su paso, y se producen los "dolorosos" barros y espinillas.

Es importante hablar con los chicos y las chicas para ayudarles a entender estas transformaciones que se dan, de manera normal, en todos los seres humanos. Se les debe orientar para que se preocupen más por su higiene y por su salud, lo que requiere de más ejercicio, buen descanso y una adecuada nutrición, sobre todo en las niñas, ya que esto les ayudará a evitar los dolores menstruales (Rodríguez, 2001).

Para controlar el sudor y el acné se les debe a consejar que se laven, la cara 2 o tres veces al día, utilizando un jabón suave, agua tibia y una toalla limpia.

Desde el punto de vista biológico, el ser humano en esta etapa está preparado para la reproducción, ya que en las jóvenes los ovarios comienzan a producir óvulos y, en los muchachos, se inicia la producción de semen y espermatozoides. Es necesario aclarar que las emisiones nocturnas y la masturbación a esta edad son normales (Rodríguez, 2001).

Aunque se haya crecido y evolucionado biológicamente, es fundamental madurar por completo para convertirse en verdaderas mujeres y verdaderos hombres, ya que las sensaciones sexuales y los sentimientos de atracción hacia el sexo contrario generan nuevas alegrías, pero también nuevas incertidumbres. Se requiere tiempo para ir asimilando lo que va experimentando cada chica y chico en los aspectos biológico, físico, psicológico y sexual (Rodríguez, 2001).

La sexualidad integral

Dentro de la formación integral de la persona, es importante que se tengan en cuenta las dimensiones del universo personal como la interioridad, la encarnación o corporeidad, la comunicación, el afrontamiento, la trascendencia, la libertad y la acción. Así podremos abordar la sexualidad humana de una forma integral, construyendo un proyecto de educación sexual en la familia, y para apoyar el proyecto de vida de cada uno de los integrantes del grupo familiar (Rodríguez, 2001).

La educación para la sexualidad integral de la sexualidad debe buscar el auto-cuidado en términos de salud, de respeto hacia sí mismo y por los demás, de autoestima de autovaloración, de construcción de valores, de autoestima responsable, es decir, el buen manejo de la libertad conquistada, de la convivencia armónica, tolerancia, ternura, afecto, amor, creatividad, de comunicación y diálogo permanente, responsabilidad y conciencia crítica.

Estos temas se deben abordar de acuerdo con el proceso evolutivo de cada uno de los hijos, facilitando la orientación continua. En todo momento se debe recalcar la valoración positiva de la sexualidad como una función fundamental de todos los seres humanos.

En los niños más pequeños, los que están en edad escolar, se debe trabajar sobre la identidad y el reconocimiento de la singularidad personal, buscar espacios y metodologías que permitan al niño saber quien es, reconocer su cuerpo en su totalidad, y lo que puede expresar con el, valorar lo que tiene en su corporeidad, y aprender a hacerlo respetar como mecanismo para prevenir posibles abusos (Rodríguez, 2001).

A medida que los niños van creciendo se debe hacer énfasis en la importancia de respetarse y respetar las diferencias individuales, lo mismo que en el cuidado de su salud corporal, mental y afectiva. Construir mecanismos de comunicación que conduzcan a que los pequeños aprendan a expresar sus sentimientos, emociones y pensamientos de una manera clara y precisa (Rodríguez, 2001).

Más adelante se debe de ir incorporando a su aprendizaje el ciclo de vida de todos los organismos de la naturaleza y, de manera principal, el de los seres humanos, enfatizando sobre el respeto a todo ser vivo y a la persona.

Posteriormente, hacia la pubertad e inicios de la adolescencia, se debe de preparar a los chicos para los cambios que están viviendo en su organismo, las trasformaciones físicas que experimentan y sus consecuencias psicológicas y sociales. Para esta época la ternura, el afecto y el amor son aspectos fundamentales introyectados en su vida personal. Hay que dialogar de manera constante sobre las diferencias sexuales, las atracciones sobre el otro sexo y los posibles noviazgos.

En plena adolescencia las muchachas y los muchachos deben tener una continuidad en su formación personal, lo que les posibilitará empezar a vivir con mayor intensidad su autonomía responsable; esto significa que la reflexión permanente y profunda debe de ser parte de su vida diaria y el tomar decisiones y ver sus consecuencias; esto le permitirá generar una conciencia crítica frente a sí mismo, los otros, su sexualidad, los embarazos, etc. (Rodríguez, 2001).

Al final de la adolescencia y principios de la primera etapa adulta, cada ser humano vivirá la sexualidad de una manera más creativa y placentera (Rodríguez, 2001).

Desarrollo psicosexual de la juventud, madurez y vejez

Los sueños, las fantasías sexuales y la masturbación aumentan en la adolescencia, lo que permite al joven prepararse, a través de imágenes mentales para sus experiencias sexuales en la vida adulta, donde necesitará sentirse seguro, confiado y tranquilo, a pesar de las posibles dificultades que encuentre.

El adolescente vive con mayor intensidad su independencia, lo que lo lleva a relacionarse con más frecuencia con sus iguales; en ellos encontrará entendimiento, similitud de intereses y necesidades, apoyo y orientación. Así, el grupo de referencia con el que comparte un joven tendrá sus propios valores, sistema de creencias, modos de actuar y relacionarse, que influirán en las concepciones de ser hombre o mujer, en las relaciones de pareja, las relaciones sexuales, la virginidad, etc. (Rodríguez, 2001).

La edad juvenil o primera etapa de la vida adulta, se caracteriza por la elección de la compañera o compañero estable para la vida conyugal.

Durante esta etapa generalmente se estabiliza el estilo personal de actividad sexual. Las presiones sociales del grupo cultural influyen poderosamente en el individuo, sobre el tiempo y los modos de iniciar su vida matrimonial o de pareja. Las relaciones de pareja están influidas notablemente por la formación cultural, y exigen de esta forma determinados comportamientos, especiales y descritos para cada sexo (Rodríguez, 2001).

Es muy importante generar, desde la primera infancia, mecanismos y canales de comunicación familiar. Esto ayudará a que, en la adolescencia, hablar con los muchachos sea una tarea más llevadera; además permitirá a los padres estar cerca del mundo de sus hijos, de sus intereses, necesidades, metas, relaciones con los amigos y amigas. Desde el punto de vista sexual el diálogo posibilitará hablar abiertamente de temas como las relaciones cóitales, masturbación, embarazo, madresolterismo, aborto, métodos anticonceptivos, enfermedades de trasmisión sexual, acoso y abuso sexual, bisexualidad, heterosexualidad, homosexualidad, entre otros.

Con la edad, la capacidad de respuesta sexual sufre algunos cambios, los cuales tienen un ciclo diferente en los dos sexos. En la mujer el mayor interés sexual y la mayor respuesta orgásmica se da después de los 30 años. Después declina un poco y de manera lenta; mientras que en el hombre la mayor capacidad y prontitud de orgasmo y erección se da hacia el fin de la adolescencia; luego mantiene una disminución continua a partir de de la década de los 20 años (Rodríguez, 2001).

La edad madura avanzada se caracteriza, en nuestra cultura, por la preocupación del individuo para mantener su estatus afectivo, su ajuste marital y su capacidad sexual, particularmente en el hombre.

Ambos sexos pueden conservar su capacidad sexual hasta edad avanzada; sin embargo, el hombre suele ser más vulnerable que la mujer. Aunque el poder de erección casi no se afecta, a no ser que factores psicológicos y culturales interfieran, la fuerza de la eyaculación, la rapidez de erección y la fase de inetavilidad tienden a disminuir con la edad, mientras que la necesidad de estimulación tiende a aumentar. La mujer, en cambio, tiende a mantener casi intacta su capacidad orgásmica.

El hombre o mujer que está en proceso de envejecimiento mantiene su potencial sexual indefinidamente, si no se deja influir negativamente por los mitos populares, por sus propias ideas y por sus temores. La vida sexual adulta tiene tanta importancia para el hombre que en la actualidad se ha convertido en un aspecto esencial. Este interés se ve en un sin número de investigaciones acerca del comportamiento, en las que se concluye que la vida sexual adulta es tan gratificante como la vida sexual del joven (Rodríguez, 2001).

El machismo

Los pueblos que han dominado la historia humana se han formado con estilo de relación entre géneros de carácter patriarcal. Un ejemplo de la historia humana referida a partir de la dominación del hombre se da en la misma definición de la especia humana, cuando al hablar de ella decimos "el hombre".

La historia que se ha trasmitido de generación en generación pertenece e los pueblos que han tenido la supremacía; muy poco conocemos o hemos logrado reconstruir sobre la otra versión de los hechos: la historia contada por ejemplo por nuestros indígenas (para quienes la tierra era la "madre", la pacha-mama), o por mujer, que fue considerado como el "sexo débil". La relación patriarcal es una relación de dominación, que implica la opresión de la mujer y también, en esa misma medida, del hombre, al cual se le negó la posibilidad de expresar la totalidad de su mundo individual. En la sociedad occidental y oriental se consideraba a la mujer no como un ser humano, sino como un objeto o pertenencia de la familia y luego del varón. Así se le negó la posibilidad de un desarrollo cabal como persona humana; el hombre, en esta relación, tampoco ha podido desarrollarse como persona íntegra.

La mujer, a través de la historia, ha sido un ser al servicio del hombre y no ha podido establecer con él una relación de igualdad, ya que hace parte de él, y no es un ser independiente. Por esto, en la sociedad patriarcal la realización del varón implicaba los más altos honores para la mujer, cuyos intereses y necesidades personales no era indispensable tener en cuenta, pues al final su función era "tener los hijos del hombre" y no estudiar, trabajar o tener otras formas de expresión personal, si estaba predestinada a trabajar en el hogar y ser "posesión del varón"; la vida de la mujer en ningún aspecto se vivía como producto de una opción libre, pues ya estaba predeterminada desde que nacía (Rodríguez, 2001).

Hoy hemos ido superando progresivamente, y no sin dificultad, este tipo de relación patriarcal, que ha permitido al hombre y a la mujer encontrarse como "pareja" y que cada uno vaya enriqueciendo su definición personal con nuevos descubrimientos, al asumir el riesgo de salir de los esquemas rígidos establecidos por el grupo social. La familia está en un momento de cambio gracias a que se han empezado a redefinir los papeles dentro de la pareja y la mujer conquista un espacio para afirmar su identidad y realización como persona: además, el hombre también ha asumido el desafío de conocer y compartir la vida en el hogar, lo cual lo ha enriquecido en su identidad masculina.

El desarrollo actual permite enfrentar esquemas culturales dañinos; sin embargo, la cultura machista continúa todavía en nuestra vida cotidiana, llegando a infinitas sutilezas con las cuales perdura y se trasmite a los hijos. La familia necesita dar pasos que permitan crear un aspecto afectivo, para compartir como personas, independientemente del género al que pertenezcamos, pues de lo contrario se continuará empobreciendo la vida familiar, social e individual.

El machismo se esconde en las actitudes y acciones tendientes a perpetuar a la mujer como "objeto". La publicidad, por ejemplo, lo hace, utilizando el cuerpo de la mujer para vender desde un cigarro, hasta el detergente con el que el ama de casa le lava al esposo.

Estamos viviendo un momento de evolución donde se está generando un cambio fundamental en todos los esquemas de la vida humana.

Como seres humanos sabemos que no somos los dueños de la vida y que si no creamos alternativas de convivencia que nos permitan respetar el lugar de cada "ser" en el planeta, incluidos los seres humanos, vamos a tener unas condiciones de vida cada vez más precarias; ha si mismo sabemos que la historia humana ha tenido un gran protagonismo masculino; y aunque la mujer ha compartido a cada paso la misma tendencia para crear el progreso, este momento requiere que ella asuma un mayor liderazgo para aportar, con el enriquecimiento y redescubrimiento de sí misma, al cambio en la convivencia humana (Rodríguez, 2001).

La familia necesita asumir el liderazgo que le corresponde para contribuir a la creación de unas relaciones familiares más humanas y posibilitando el forjar personas más íntegras, que puedan compartir, a partir de unas interacciones más democráticas, para que la diversidad de cada género pueda expresarse, enriqueciendo la vida social, ampliar las posibilidades de crecimiento y enriquecer la calidad de vida (Rodríguez, 2001).

Necesitamos entender que como personas, tanto el hombre como la mujer, tenemos la misma dignidad; sin embargo no somos iguales, lo cual enriquece nuestro ser personal de acuerdo con nuestro género; de igual manera, sabemos que en un nivel emocional cada persona necesita integrar su parte masculina y femenina para desarrollarse en forma plena; y, aunque cada persona es diferente, la mujer requiere descubrir su fuerza para afrontar con voluntad y vigor la vida; el hombre necesita tener la posibilidad de asumir su sensibilidad y afectividad para enriquecer su propio desarrollo; por ello el hombre debe permitirse sentimientos de fragilidad en muchos momentos, al igual que expresiones de ternura. La mujer, por su parte, necesita recuperar la tenacidad para ser dueña de sí misma, asumiendo el control de su camino.

Si como personas logramos integrar las áreas de nuestra personalidad que nos permitan amar con libertad, podremos crear relaciones en las que se pueda nutrir la solidaridad, la igualdad, el respeto por las diferencias y la tolerancia.

Los cambios que necesitamos para mejorar han de partir de la familia que estamos construyendo hoy. En ningún otro momento de la historia humana como ahora, se han creado unas condiciones más idóneas para hacer posible que hombre y mujer se relacionen desde una base en común, donde logren encontrarse cara a cara, y contribuir para que el desarrollo humano tome un rumbo digno (Rodríguez, 2001).

El conflicto

El conflicto, definido como la diferencia o desacuerdo entre dos o más individuos, generalmente lleva a conductas emocionales desagradables. En el desempeño de cada ser humano y en sus relaciones con las demás personas, surgen las dificultades que en algunos casos pueden generar conflicto.

La iglesia, en sus diversos documentos tiene un aspecto especial para hablar de la familia; con respecto al tema del conflicto, en el libro la iglesia ante el cambio (1969) dice: "…Los conflictos y temores que vive la familia de hoy junto a los fenómenos sociales que amenazan a la unidad y la santidad de las familias cristianas, no deben desanimarnos; por el contrario deben fortalecer los lazos de amor" (Rodríguez, 2001).

Dentro de de la familia, las emociones y las emociones son intensos por los lazos afectivos que se comparten. La diversidad del mundo individual conlleva la necesidad de contrastar las diferencias percepciones o valoraciones que hacemos de los acontecimientos. Las relaciones humanas y nuestra identidad logran afirmarse y desarrollarse a partir del compartir nuestra individualidad y reconocer la singularidad de las otras personas con las cuales crecemos (Rodríguez, 2001).

Sin embargo, este encuentro interpersonal puede tomar muchas formas, dependiendo de los intereses, necesidades, maneras de expresar nuestra afectividad y estilos de interacción asumidas en cada relación.

El instrumento definitivo que nos permitirá afrontar de manera eficaz o inadecuada el conflicto, es la comunicación.

Los conflictos que se dan en la familia pueden tener diferentes componentes; sin embargo, la interacción entre sus miembros a través de la comunicación es la fuente de tensión principal; por ello, cuando encontramos que algunos empiezan a manifestar malestar en sus relaciones con otros integrantes, es importante de que como familia nos demos cuenta de que algo está sucediendo en el sistema familiar y que no sólo es competencia de los protagonistas implicados en el hecho.

La familia funciona como un sistema vivo, es decir, que lo que le pase a una de las partes, la afectará en sus totalidad; por esto, por ejemplo cuando papá tiene preocupaciones, mamá, al observar que él se siente mal, se tensionará y esto se reflejará de alguna manera en la relación con el resto de la familia (Rodríguez, 2001).

Las necesidades de los miembros de una familia van variando en cada etapa de sus crecimiento, por tanto, su comportamiento, madurez, comunicación y emociones también lo harán. Los padres necesitamos aprender a ser flexibles y sensibles para identificar a tiempo estos elementos y aprender a hacer los ajustes necesarios a que haya lugar en la interacción (Rodríguez, 2001).

Como padres hemos de aprender a hacer ajustes en nuestra interacciones y comunicación cuando los hijos pasan de una etapa a otra de sus desarrollo, ya que no es lo mismo comunicarse y establecer acuerdos con un chico de 6 años que con un joven de 15; si no asumimos los cambios en el momento adecuado surgirá tensión en las relaciones y con ello es posible que se presente el conflicto (Rodríguez, 2001).

Los conflictos pueden surgir por desacuerdos por la forma como percibimos los hechos; entonces, es importante que aprendamos a reconocer las diferencias que cada persona tiene para valorar la realidad, y tratar de ponernos en el lugar del otro para entender su punto de vista, lo cual, si no es posible, nos debe llevar de todos modos a respetar el aporte de la otra persona, aunque mantengamos nuestra propia valoración de los sucesos.

También se puede generar una situación de tensión en las relaciones interpersonales, cuando al expresar nuestros sentimientos y emociones somos demasiado intensos al manifestarlo y no tenemos en cuenta a la otra persona y por tanto podemos lesionar su autoestima (el caso de las lesiones físicas o verbales, como los insultos); también puede suceder que tengamos dificultades para expresar nuestros sentimientos y necesidades y que las personas no logren identificar qué nos sucede o qué esperamos de ellas en forma clara.

Por ello, es importante que tratemos como primera medida de ser justos y expresar lo que sentimos, responsabilizándonos por nuestros sentimientos (siento rabia, estoy triste, me siento mal, etc.) No culpemos a los otros por lo que nos pasa, pues lo cierto es que cada persona es responsable de lo que dice sentir frente a un hecho. Si observamos, por ejemplo, la "pataleta" de un niño en un almacén y a la madre en aprietos, dependiendo de quien observe el hecho, las interpretaciones varían: "¡Que madre tan egoísta!" "¡Que niño tan malcriado; se nota que no lo han sabido educar!"

Vemos que frente a una situación, múltiples pueden ser las interpretaciones y sentimientos que se despiertan y, en cada caso, de forma directa o indirecta, cada cual sentirá de una forma particular. Además, si culpamos a otros de lo que nos sucede, la persona asumirá una posición defensiva, y se cerrará la posibilidad de manejar de forma adecuada la situación.

Igualmente, es importante que manifestemos que es lo que nos molesta de la conducta del otro, para darnos la oportunidad de reparar el daño o conciliar ("Cuando gritas me siento mal"). Si nos limitamos sólo a calificar un comportamiento, estamos agrediendo a la persona en su amor propio y no facilitaremos el cambio.

Finalmente, es conveniente que mencionemos específicamente los cambios que esperamos se den de su comportamiento, o cómo podemos conciliar ("quiero que la próxima vez me hables en tono bajo").

Es esencial que en la familia no evitemos las situaciones que generan malestar, pues si evadimos las dificultades que se presentan en nuestra convivencia familiar sólo se agudizará la gravedad de las consecuencias, y desmejorará la calidad de las relaciones (Rodríguez, 2001).

No pretendamos negar su existencia. Esto sucede frecuentemente en muchos hogares; los padres o personas implicadas creen que restándole importancia, el conflicto va a desaparecer. A veces simplemente nos alejamos, o dejamos de hablar a la persona con la que tenemos dificultades, lo que crea un gran vacío interior o sentimientos ambivalentes que no logran resolverse. Entonces la relación se irá deteriorando de forma progresiva mientras continuemos con esta actitud.

Lo más sano es propiciar el diálogo abierto, buscando escuchar con el corazón la posición de la otra persona, sin juzgar; manifestar respeto por su opinión, y a la vez, expresar nuestra particular visión de las cosas. Buscar luego encontrar puntos en común o plantear una lluvia de ideas que nos permita encontrar una salida de la situación. Si sentimos que somos escuchados y que se nos tienen en cuenta nuestras mutuas necesidades, habrá una mayor disposición para lograr un acuerdo.

En la familia hemos de aprender a conciliar nuestras diferencias, pues los conflictos deben convertirse en oportunidades para crecer en la convivencia. De lo contrario pueden generarnos más dolor y empobrecer la vida familiar (Rodríguez, 2001).

La farmacodependencia en la familia

Uno de los grandes problemas de la humanidad es el consumo de drogas, estupefacientes, narcóticos o sustancias psicoactivas (SPA). Cualquier persona puede llegar a adquirir una dependencia o una adicción. No importa si se es rico, pobre, profesional, analfabeta, hijo, padre o madre. Cada vez se ven más casos de consumo y adicciones a las drogas que estremecen todo nuestro ser.

Se comienza el consumo por curiosidad, soledad, maltrato, abandono, presión de grupo, rebeldía, dopaje para rendimiento escolar o deportivo, depresión, búsqueda, desprecio, identificación, valentía, poder, entre otros problemas (Rodríguez, 2001).

Sin embargo, hay dos sustancias que han sido aceptadas de manera legal, social y cultural, pero que están causando estragos alarmantes en la humanidad: el tabaco y el alcohol. Casi todas las personas que se vuelven adictas al consumo de fármacos empiezan fumando cigarrillos y tomando alcohol, llámese este cerveza, tequila, pisco, aguardiente, vodka, brandy, whisky, etc.

Si miramos las estadísticas en salud, nos damos cuenta de los grandes índices de enfermedades producidas por el consumo de cigarrillos y del impresionante número de accidentes y muertes ocasionados por el efecto del alcohol. Los jóvenes y los niños están consumiendo estas dos sustancias que son la puerta de entrada al monstruoso mundo de las drogas.

Hoy es fácil ver a padres y educadores que dan ejemplo de adicción a sus hijos y estudiantes en la casa, escuela, colegio y universidad. Se fuma y se toma delante de los menores sin reflexionar sobre lo que se está haciendo; pero al mismo tiempo les exigimos a los chicos y jóvenes que no consuman estas sustancias porque son malas para la salud (Rodríguez, 2001).

Cuando las adicciones a éstas y otras sustancias psicoactivas entran en la familia y en la escuela con los salvoconductos de los adultos, la situación se hace más grave, ya que no queda sustento para motivar a los menores hacia la vivencia de experiencias libres de ese consumo.

En general, todas las drogas aquí mencionadas no sólo degeneran la salud física y mental, sino también lo hacen con las relaciones familiares, laborales y sociales. Comienzan por la vida personal, haciendo que el que las consuma disminuya su esfuerzo, voluntad y fortaleza para conseguir sus objetivos, descuide su presentación, sus relaciones de pareja, familiares, etc.

La convivencia familiar y social se hace así cada vez más difícil, y las personas implicadas con el adicto terminan en una cadena de acontecimientos frustrantes, y a veces violentos, que empeoran la situación, haciendo que se altere la escala de valores de toda la familia, y principalmente del afectado. Para el consumidor, la búsqueda y el consumo de estas sustancias se convierte primero en un pasatiempo; luego en una obsesión y posteriormente en una compulsión. Relega en un segundo nivel sus responsabilidades y sus familiares, amigos y compañeros (Rodríguez, 2001).

Todas las sustancias actúan de una manera diferente en el organismo y conducta de la persona adicta. El alcohol es un depresor del sistema nervioso central; el cigarrillo (nicotina), la cocaína y las anfetaminas, en cambio, lo aceleran, y llevan al consumidor a la excitabilidad, trasmisión de múltiples ideas que chocan con su deseo de expresarse, no te dejan dormir, le quitan el apetito, lo vuelven paranoico (ve, oye y siente ruidos, voces o seres que lo vigilan) y, al día siguiente, no puede contar con todos sus recursos físicos, mentales y afectivos para reiniciar su vida. Los alucinógenos, entre ellos la marihuana en grandes cantidades, sacan a los consumidores de la realidad, les producen alucinaciones y visiones fantásticas que pueden llevarlos a experimentar situaciones temporales o permanentes de psicosis (locura). Los tranquilizantes menores, hipnóticos o barbitúricos, como el diazepán, valium, rohypnol, mandrax, lemond, rorer, etc., combinados con alcohol, llevan a la persona que los consume a una peligrosa combinación que puede acabar con su vida en cualquier tipo de accidente, ya que "borra la cinta del cassette", es decir, se pierde y se olvida quien y que se es, su memoria desaparece y no recuerda después lo que hizo bajo estos efectos (Rodríguez, 2001).

Han salido sustancias nuevas como el crak, el basuco y el éxtasis que también producen una dependencia y aceleración en la persona, aunque con diferencias en el comportamiento; mientras que con las dos primeras la persona queda bloqueada para hablar o relacionarse a pesar de la excitabilidad, con la última el consumidor dura horas en permanente movimiento.

Todas las drogas o SPA, particularmente la heroína que inhibe totalmente el deseo sexual, tienen, en grandes cantidades o en permanente abuso un efecto analgésico inhibidor de la libido (energía sexual) y pueden, con el tiempo, llegar producir disfunciones sexuales como la impotencia (Rodríguez, 2001).

Para evitar que en su familia alguno de los miembros llegue a caer en el consumo de sustancias narcóticas, se deben reducir los factores de riesgo como el ejemplo de fumar y tomar alcohol delante de los pequeños, la violencia intrafamiliar, el abandono y la relación con amigos que tengan este problema. Al mismo tiempo, se debe trabajar la autoestima, auto-cuidado y autonomía de todos los miembros del grupo familiar, de manera principal en los menores, sobre todo para que aprendan a escoger sus amistades.

Dentro de estos parámetros de prevención integral se debe generar una muy buena y permanente comunicación. También permitir la expresión de sentimientos, pensamientos y afectos. A los pequeños hay que involucrarlos en el deporte, las artes, actividades sanas para emplear su tiempo libre (constatando de manera permanente) que compartan los mismos aspectos de formación que se tienen en la familia (Rodríguez, 2001).

Si ya hay un adicto en casa que está comenzando con el consumo, se recomienda ser firme con él, incluso hay que pensar en la posibilidad de que deje la casa unos meses para que experimente, en soledad, su situación y ausencia del grupo familiar, y busque abandonar el consumo (Rodríguez, 2001).

Si el adicto lleva muchos años en esto, ya es muy poco lo que se puede hacer. Sin embargo, existe la ayuda profesional como alternativa. Las terapias psicológicas e individuales y familiares ayudan bastante; por último podríamos optar por un internamiento en una casa de rehabilitación (Rodríguez, 2001).

Violencia familiar

La agresión surge en el hombre como fuerza para posibilitar la autoprotección. Se expresa en todas formas de vida de la naturaleza; tiene una función adaptativa, es decir, si la persona no experimenta en forma continua una tensión entre sus necesidades y búsqueda de los estímulos adecuados para satisfacerla, sería difícil avanzar y crecer. Esta dinámica entre estos dos elementos genera una fuerza interna que lleva al equilibrio y moviliza el desarrollo de la vida.

La agresión como mecanismo de adaptación permite que el individuo busque modificar su entorno para obtener lo que necesita; es su fuerza lo que posibilita que construya un lugar personal en el mundo, cree una cultura y se supere a sí mismo en su travesía en la vida (Rodríguez, 2001).

En el ser humano, la búsqueda de bienestar y el impulso que lo lleva a encontrar los medios para sobrevivir, se reflejan desde que nace, por ejemplo en el llanto del infante, quien de forma progresiva va modelando la expresión de sus necesidades de acuerdo con la respuesta que va obteniendo de su entorno, (atención rápida, espera prolongada, no hay respuesta) y del aprendizaje de los modelos de aquellos con quien comparte.

La agresión también puede tomar formas inadecuadas y nocivas para el desarrollo personal, afectando la convivencia en las relaciones si no se canaliza de una forma constructiva.

Para cada persona los activadores de la respuesta agresiva son diferentes; dependen de las características individuales, como por ejemplo su temperamento (los temperamentos difíciles, intensos o fáciles). Ello posibilita que se acomoden más lenta o rápidamente a los cambios. La intensidad de la expresión emocional, la forma en que los estímulos la afectan, todos estos factores interactúan con el entorno, con el estilo de relación y de comunicación de las personas. La calidad del vínculo afectivo refuerza o estimula la aparición de un comportamiento agresivo (Rodríguez, 2001).

Por ello son tan importantes para aprender a expresar las emociones, las dinámicas que se dan en las relaciones entre padres e hijos y entre los miembros de cada pareja son tan complejas que la expresión de la agresividad está asociada a factores muy particulares de cada grupo.

Se ha observado que el estilo de crianza, por ejemplo, es un factor que influye en la forma en como los integrantes del grupo familiar se comunican y solucionan sus dificultades. Por ello, vemos que cuando dentro del grupo familiar los padres asumen modelos de integración, en los que el diálogo y el razonamiento son elementos que se utilizan para resolver las diferencias, es menos probable que se generen expresiones de agresión o, al menos, estas se darán dentro de un marco que permitirá que la persona logre resolver adecuadamente sus conflictos y exprese las emociones de manera sana (Rodríguez, 2001).

Cuando los padres asumen un estilo de interacción autoritaria o represiva, los integrantes del grupo asumirán este manejo, en mayor o menor proporción, de acuerdo con sus diferencias individuales. De toda maneras esto estimulará la aparición de comportamientos de rebeldía y agresión (Rodríguez, 2001).

De igual forma, cuando se desea controlar los comportamientos agresivos con violencia física, se reforzará la persistencia de esta conducta. El niño en esta situación se va a sentir lesionado en su autoestima, al generarse sentimientos de humillación, resentimiento y frustración hacia sí mismos y la figura paterna, lo cual va a facilitar que continúe comportándose agresivamente. Pretender corregir una conducta agresiva utilizando la fuerza o el sometimiento es incongruente; sólo ayudará a que el niño confirme que ser más fuerte y agresivo le servirá para tener el control de las cosas. Además, cuando la relación con la persona que castiga no es afectuosa, o está muy empobrecida, el niño buscará la atención y el reconocimiento del otro, valiéndose de estas mismas prácticas, aunque lo que reciba sea una atención negativa, puesto que lo que busca es la confirmación de que es importante para otros (Rodríguez, 2001).

Asimismo, cuando en la familia las relaciones no se fortalecen a través de un tratamiento adecuado ni se soluciona bien los conflictos, los niños aprenden a desarrollar mecanismos para obtener lo que desean. Los padres deben servir de ejemplo y orientar al chico para resolver pacíficamente las situaciones, enseñando la expresión adecuada de sus sentimientos, el respeto por las otras personas, a partir de la consideración que se tenga en el hogar por la singularidad y características del pequeño.

Los niños con temperamentos difíciles requieren ser fortalecidos en su amor propio; es necesario ayudarlos a que se conozcan a sí mismos, brindándoles canales adecuados para expresarse, ya que ellos son más vulnerables y susceptibles a desarrollar tales comportamientos si los padres no los orientan para que, conociendo su temperamento, aprendan progresivamente a autocontrolarse. Entonce pueden surgir situaciones más difíciles de manejar. Los padres necesitan asumir que el ritmo personal de estos chicos es más lento para ajustarse a los cambios, y requieren darles la posibilidad de más tiempo para prepararse; enseñarles a crear señales (identificando su lenguaje corporal: palpitaciones, agitaciones, dificultad para pensar, etc.) que les ayuden a reconocer cuando asuman un comportamiento alternativo y cómo controlarse (relajarse, detenerse antes de actuar, hacer uso del diálogo interno y respirar hasta calmarse) para que aprendan poco a poco a ejercer dominio sobre sí mismos (Rodríguez, 2001).

Otras actitudes de los padres que pueden favorecer manifestaciones de agresión son las de sobreprotección: la persona que experimenta una invasión continua a su espacio personal puede sentirse agredida por este factor y reaccionar en forma hostil, como una respuesta de defensa, para establecer límites a esta interacción (Rodríguez, 2001).

De igual forma, cuando al niño se le hacen exigencias en forma rigurosa y constante con normas muy rígidas, puede también experimentar esta interacción como una agresión contra él, provocando un comportamiento de animosidad como respuesta de autoprotección.

Orientaciones para la familia

La familia necesita reforzar la comunicación; esto ha de facilitar el compartir el afecto, la expresión adecuada de las emociones de acuerdo con la edad, entrenar a sus miembros para solucionar conflictos; para este fin es fundamental que se pueda compartir un ambiente de aceptación y respeto dentro del grupo.

La vivencia de los valores familiares que apoyen la tolerancia, el diálogo, la responsabilidad, el compartir y la cooperación, facilitará que los jóvenes y niños puedan contar con un apoyo congruente en su convivencia familiar, para que aprendan a sortear las situaciones de la vida cotidiana de una forma positiva para ellos y para las otras personas con las cuales comparten.

Es básico que la familia tenga espacios para compartir y recrearse, para estrechar los lazos afectivos y el conocimiento mutuo, lo que le permitirá desarrollar recursos internos para lograr mayor cohesión, sentido de pertenencia al grupo, y mayor motivación para asumir los valores familiares (Rodríguez, 2001).

Los padres son el eje del hogar. Con su comportamiento modelan la expresión del afecto, la comunicación, el control emocional. Si los hijos cuentan con su ejemplo, podrán asumir la fuerza de esta emoción natural como un recurso que los ayude a crecer y proyectarse con energía y afirmación en su proyecto personal de vida (Rodríguez, 2001).

La juventud

La juventud no es cuestión de tiempo, sino un estado de la mente; es un asunto de la voluntad, una cualidad de imaginación, un vigor de las emociones, es la frescura de los manantiales de la vida.

La juventud significa el predominio del valor sobre la timidez, de la aventura sobre lo fácil.

Esto ocurre más a menudo en una persona de 60 años que en un joven de 20.

Los años pueden arrugar nuestra piel, pero la falta de entusiasmo arruga nuestra alma.

La preocupación, la duda, la falta de confianza, el temor y la desesperación doblan el corazón y convierten el espíritu en polvo.

Tenga usted 60 años o 16, en todo corazón humano existe el amor a lo maravilloso, el asombro por las estrellas del cielo, el impávido desafío a los eventos, el apetito infalible de la niñez, todo lo que representa el goce de vivir

Douglas MacActur

¿Quién es tu amigo?

Tu a migo es:

El que siendo leal y sincero, te comprende,

El que te acepta tal y como eres y cree en ti,

El que sin envidia reconoce tus valores, te estimula y elogia sin adularte;

El que te ayuda desinteresadamente y no abusa de tu bondad;

El que con sabios consejos te ayuda a construir y pulir tu responsabilidad;

El que goza con las alegrías que llegan a tu corazón.

El que sin penetrar en tu intimidad,

Trata de reconocer tus dificultades para ayudarte;

El que sin herirte te aclara lo que entendiste mal o te saca del error;

El que levanta tu animo cuando estas caído;

El que con cuidados y atenciones quiere menguar el dolor de tu enfermedad;

El que te perdona con generosidad, olvidando tu ofensa.

El que ve en ti un ser humano con alegría, esperanzas debilidades y luchas.

Este es el amigo verdadero.

Si lo descubres, consérvalo como un tesoro.

Anónimo

¿Qué es un muchacho?

Los muchachos viven en tamaños, pesos y colores surtidos. Se les encuentra dondequiera, encima, debajo, colgado, trepando, corriendo, saltando. Las mamás los adoran, las niñitas los odian, las hermanas y los hermanos mayores los toleran, los adultos los desconocen y el cielo los protege. Un muchacho es la verdad con la cara sucia, la sabiduría con el pelo desgreñado, la esperanza del futuro con una rana en el bolsillo.

Un muchacho tiene el apetito de un caballo, la digestión de un traga espadas, la energía de una bomba atómica, la curiosidad de un gato, los pulmones de un dictador, la imaginación de Julio Verne, la timidez de una violeta, la audacia de un trompo de acero, el entusiasmo de un triquitraque, y cuando hace algo, tiene cinco pulgares en cada mano.

Le encantan los dulces, las navajas, la Navidad, los libros con láminas, el chico de los vecinos, el campo, el agua (en su estado natural), los animales grandes, papá, los trenes, los domingos por la mañana y los carros de bomberos. Le desagradan las visitas, la doctrina, la escuela, los libros sin láminas, las lecciones de música, las corbatas, los peluqueros, las muchachas, los abrigos, los adultos y la hora de acostarse.

Bert Weeler

Padres eficaces para el siglo XXI

"El crecimiento de los hijos implica madurez por parte de los padres…

Madurez en la aceptación del hijo que se independiza y los necesita cada vez menos… Madurez ante la comprobación, no siempre grata, de que el niño no resulta como hubiéramos deseado…

Madurez para encaminarlo como el lo precisa y no como lo soñamos…

Madurez para organizar una vida de familia armónica y apaciguadora.

Educar a los hijos para convertirlos en seres útiles; generosos y felices en el gran paso por la propia madurez"

Eva Giberti

La influencia de la familia en el desarrollo y formación del niño es generalmente reconocida. Pero sólo en años recientes se empieza a valorar la importancia de que los padres reciban una preparación especial para la crianza de los hijos y desarrollen así un papel más activo en la formación de una nueva cultura que respete el valor de la vida y la igualdad en las relaciones humanas.

Es importante que los padres asuman el liderazgo en la educación de los hijos; para ello, identifiquemos que se espera de los padres en este nuevo milenio, considerando que la familia debe de ser un agente de cambio de las relaciones del nuevo grupo social que estamos formando (Rodríguez, 2001).

La actitud de los padres

Los padres deben ser motivadores, su acción principal es motivar.

Motivar al hijo, para que sea persona.

Motivarlo para que realice su proyecto personal de vida,

Motivarlo para que encuentre sus propias opciones,

Motivarlo para que viva su propia vocación,

Motivarlo en el fracaso,

Motivarlo en la duda,

Motivarlo en el triunfo,

Motivarlo en todo.

Motivar es dar motivos

  • Para ser,

  • Para crecer,

  • Para luchar,

  • Para levantarse,

  • Para triunfar,

  • Para corregir,

  • Para castigar,

  • Para vivir

Los padres solamente deberán motivar para la personalización, pues todo lo demás, vendrá después (Rodríguez, 2001).

Motivar es dar razones

Nunca decir: "porque sí", aunque los hijos sean pequeños. Explicar cuesta poco (o mucho), pero siempre justifica nuestro proceder.

Motivar es dar estímulos positivos

Todos necesitamos de un aliciente que entusiasme nuestra vida, en vez de un reproche que acentúe nuestra culpabilidad y nos conduzca al fracaso.

Motivar es amar

Porque sólo la comprensión sincera puede descubrir lo que somos.

Motivar es dar oportunidades

Pues quien no toma "la última oportunidad" siempre estará condenado al fracaso.

Motivar es correr riesgos

Sólo el riesgo nos da la oportunidad de tener auténtica oportunidad.

Motivar es fracasar

Pues quien no haya "fracasado" en algo, no sabe lo que es "haber vivido".

Motivar es corregir

Pues aquel a quien no le hayan rectificado nunca, no conoce el precio de la "libertad".

Motivar es ser "otro"

Porque quien no se sitúa en nuestro lugar, no ha comprendido el amor.

Motivar es creer

Porque sólo la fe "mueve montañas"

Motivar es admirar

Partes: 1, 2, 3, 4
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