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Pareja y familia (página 2)


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Teniendo en cuenta estas consideraciones, podemos afirmar que la principal misión que tenemos como padres es fortalecer a nuestros hijos interiormente, a través del afecto en las interacciones que establecemos con ellos, nutriendo su amor propio para que crezcan con una valoración personal positiva que les permita afrontar la vida con decisión (Rodríguez, 2001).

Para lograr amar a nuestra pareja, hijos, familia o vocación, es indispensable que primero aprendamos a querernos a nosotros mismos, pues como bien sabemos: "nadie da lo que no tiene"; amarse a sí mismo es el primer paso para lograr compartir un verdadero amor de pareja, para prodigar nuestro afecto a la familia y, más aún, para que podamos comprometernos con las elecciones que hacemos en nuestra vida.

Debemos comenzar cultivando la autoestima personal, lo cual significa aprender a conocernos. Hemos de aprender a reconocer nuestra singularidad, a confiar en nuestras capacidades, para lograr compartir ese amor con otros.

Es fundamental que podamos comprometernos con nuestro crecimiento personal, ya que si nos fortalecemos estaremos en mejores condiciones de reflejar nuestro bienestar en las relaciones con la familia, con nuestra pareja y con nuestra vida en general (Rodriguez, 2001).

En la medida en que logremos avanzar y trabajar en estimarnos y valorarnos a sí mismos, en esa misma proporción podremos dar nuestro amor a otros, ya que cuando logramos conectarnos con nuestro interior a prendemos a ser más tolerantes, comprensivos, a valorar la desigualdad de cada persona y a reconocer que los seres humanos comparten más semejanzas que diferencias; el amor hacia sí mismos será el camino para redescubrir nuestra capacidad para dar.

Un elemento fundamental es la capacidad que tenemos para comprometernos con lo que amamos, dar lo mejor de nosotros mismos, buscando el bienestar, aceptar y comprender nuestras diferencias. La siguiente definición del amor encierra el compromiso profundo que conlleva. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se regocija de la injusticia, más se regocija de verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabaran y cesaran las lenguas y la ciencia se acabará. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. (I corintios, 13) (Rodríguez, 2001).

En la familia y la pareja el sentido de amor ha de reflejarse en el compromiso para buscar el bienestar y el crecimiento personal y grupal. Además, el amor no debe remitirse sólo a los límites del hogar, sino que ha de trascender nuestras relaciones inmediatas para proyectarse a la búsqueda del bien comunitario. Somos parte de la familia humana; por lo tanto, también nuestro compromiso ha de estar proyectado hacia la responsabilidad constante de brindar lo mejor que somos, para avanzar colectivamente como seres humanos (Rodríguez, 2001).

Comunicación en pareja

La relación conyugal puede enriquecerse, profundizarse o también intensificarse con el tiempo, si la comunicación que se comparte refuerza el lazo emocional. Es el factor más crítico e importante de la relación, no sólo para poder ser felices sino también para poder convivir. Desde luego, la comunicación no es fácil, se ve afectada continuamente, pero la pareja que se comunica de manera efectiva sale adelante, a pesar de lo difíciles que parezcan algunos problemas que eventualmente tengan que afrontar (Rodríguez, 2001).

La comunicación efectiva

No olvidemos que cada día hay algo nuevo que aprender. Siempre se nos está dando oportunidades para conocer una faceta más de la persona a quien amamos; por ello, enriquecer la comunicación nos permite apreciar y acercarnos más a nuestra pareja.

Son muchas las parejas que creen saber más el uno del otro de lo que saben en realidad. La comunicación basada en suposiciones genera confusión y malos entendidos. Si no se comparten los sentimientos con la pareja, él o ella deberán esforzarse por adivinar, y es muy probable que se equivoquen (Rodríguez, 2001).

Si uno es honesto consigo mismo, tras un objetivo análisis, puede llegar a conclusiones que resultan poco gratas sobre su propio comportamiento y, en este punto de la reflexión, probablemente empezará a sentirse mal consigo mismo. Sin embargo, la relación personal es el único camino para afrontar de manera justa la necesidad de efectuar cambios positivos en la relación, al buscar los motivos personales que impulsaron a actuar de tal o cual manera.

Es importante descubrir una forma de comunicarse efectivamente con uno mismo para llegar a comprender así el propio comportamiento, ya que este puede constituir el primer paso, el más importante, para prevenir acciones y actitudes negativas en el futuro.

La auténtica intimidad entre los conyugues y su mutuo desarrollo, se basa en la capacidad que tengan de abrirse y compartir lo que hay en cada uno de ellos, sin temor a ser juzgados no sólo por sus gustos sino por sus disgustos, no únicamente por sus dudas sino también por sus esperanzas. Llegamos a convertirnos en auténticos seres humanos el uno para el otro, al dar el primer paso para despojarnos del artificio y la falsedad, cuando nos planteamos hacerlo, inevitablemente vacilamos. Tememos que al revelarnos mostremos a los demás nuestros puntos vulnerables, incluso a nuestro cónyuge. Tememos aparecer menos buenos, menos fuertes de lo que, creemos, nuestro compañero esperaba, o nos inquieta que pueda desaprobar nuestros sentimientos. Lo que se demuestra con esta actitud es el sentimiento de inseguridad que nos acompaña (Rodríguez, 2001).

La inseguridad (incapacidad de auto-aceptación) nos induce a mantener una "fachada", a aparecer como esposa o esposo ideal. Pero la gente no es ideal, sino sencillamente humana.

Uno de los aspectos que más descuidamos los seres humanos, y que es quizá el más importante en las relaciones amorosas, es el que implica la revelación de los sentimientos. La honradez brusca o "implacable" es raramente una revelación de intimidad; por lo general surge o se utiliza a través de la crítica destructiva e innecesaria (Rodríguez, 2001).

Expresar en forma honrada lo que sentimos, y-o compartirlo con alguien igualmente honesto, es la mejor manera (la única en realidad) de establecer relaciones con franqueza, siempre y cuando se mantenga el debido respeto a la personalidad del otro y se tenga en cuenta su sensibilidad.

Ninguno ni el otro conocerán la verdad tal como es mientras no hayan comunicado recíprocamente su percepción individual de esta verdad y hayan comparado ambos puntos de vista. Cuando cada uno cree que las cosas son como las percibimos y por lo consiguiente esperamos que los demás las vean igual, tendremos una valoración empobrecida de la realidad y de la interacción conyugal (Rodríguez, 2001).

Todo lo que se expresa de manera verbal o no verbal, con vocablos o acciones que demuestren sentimientos, se considera que es comunicación.

La comunicación interpersonal oral incluye dos niveles. Cada situación comunicativa incluye un nivel verbal, en el que expresamos un mensaje por medio de palabras y oraciones y los receptores contestan de la misma manera.

El otro nivel es el no verbal, que se refiere a expresiones faciales, silencios, tono e intensidad de la voz, así como a los movimientos corporales que nos indican las maneras de interpretar las palabras que escuchamos.

Cada miembro de la pareja, cuando quiere entender la posición u opinión de su cónyuge, debe evaluar sus propias actitudes y prejuicios, y hacerlos a un lado si desea en verdad escuchar y comprender lo que la otra persona opina (Rodríguez, 2001).

Si yo quiero que mi compañero deje de hacer suposiciones sobre mis sentimientos, debo revelarme sin tapujos; y para hacerlo, es necesario conocerme antes. No podré hablar abierta y honradamente con mi pareja si antes no he intentado ser honesto con migo mismo.

Saber responder siempre de sí mismo, de los propios actos y sentimientos, demuestra la afirmación individual; por eso no puedo esperar a conocerme para luego responsabilizarme, sino que en la medida en que me conozco me responsabilizo (Rodríguez, 2001).

Procuremos encontrar el tiempo para estar a solas. Utilicemos este tiempo no para la meditación pasiva sino para iniciar un diálogo interior activo consigo mismo: entre la persona que uno cree ser y su yo interior. Este tipo de comunicación aporta revelaciones íntimas. De otro modo el cambio es imposible. No hay artífices de cambio, en el terreno que sea, capaz de elaborar nuevos planes, si antes no se hace una estimación de la situación concreta. Así podemos y debemos evaluar nuestras posibilidades y limitaciones.

Todos llevamos una especie de máscara cuando estamos frente a los demás, pero también cargamos con máscaras internas detrás de las cuales nos escondemos nosotros mismos. ¿Cuáles son sus verdaderos sentimientos hacia usted y hacia los demás? Trate de abordarse en forma objetiva, sin elogios ni reproches, intente comprender, sencillamente, los motivos de su comportamiento, analizándose como si fuese un espectador y no un actor.

Bases de la comunicación efectiva

La comunicación refleja el estado de la pareja; por ello, cuando se desea hacer cambios es importante que halla una disposición basada en el afecto para lograrlos; por ello se necesita que ambos tengan en cuenta los siguientes elementos:

Aceptación

Una mejor comunicación se podrá dar en la medida en que se parta de la aceptación de la realidad que se está compartiendo. Aceptar en forma efectiva nuestra realidad, tanto en lo positivo como en lo negativo, hará posible que se trasformen los elementos que obstaculizan el avance de la interacción y el fortalecimiento de la relación. No se trata de una actitud conformista o resignada, sino de aceptar lo que somos, como paso inicial de un proceso de superación permanente. Esta actitud puede compendiarse en la frase "Dios mío: dame serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar; dame valor para cambiar lo que si puedo, y dame sabiduría para encontrar la diferencia" (Rodríguez, 2001).

Enriquecimiento

Una vez aceptada la realidad, debe iniciarse (a través de la reflexión) el proceso de enriquecimiento personal y de la pareja mediante una doble dinámica:

  • Una dinámica constructiva, que nos impulsa a purificar los valores que vamos descubriendo en nuestro cónyuge y en nosotros mismos, y nos invita a involucrar nuestros valores que nos permiten progresar en nuestra dimensión existencial y de relación.

  • Una dinámica destructiva, que nos debe de llevar a superar de forma individual y con la pareja las fallas y errores que se van encontrando. De esta manera podremos reorganizar el espacio de interacción conyugal si trabajamos para mejorar nuestros defectos y limitaciones.

Encargarse del propio destino

Aceptar la realidad exige asumir conscientemente los valores y defectos propios y del otro; además, hay que identificar las circunstancias que pueden ser fuente de tensión y estrés para la pareja; el trabajo conjunto en estos frentes es lo recomendable y a esto lo podemos llamar hacerse cargo de su propio destino.

"No se tapa el sol con las manos". Tampoco se transforma la realidad negándola o resistiéndonos a aceptarla. Ver de manera objetiva cuanto nos rodea es la mejor forma, si no de destruir toda la oscuridad, al menos de "iluminar el rincón donde vivimos" (Rodríguez, 2001).

Valorarse

La justa apreciación de lo que somos y hemos logrado construir, de lo que nos ha fortalecido y nutrido como compañeros durante el tiempo de convivencia, no solamente es un camino de autenticidad, sino que sirve para estimular nuestro proceso de cambio y búsqueda de nuevos horizontes para compartir.

Necesitamos ser objetivos en esta valoración, ya que tampoco es sano percibirnos como seres autosuficientes y sobrevalorarnos, pues cerramos con ello la posibilidad de crecimiento y aporte con que otros pueden contribuir a nuestra realidad conyugal. Tampoco debemos subvalorar nuestras posibilidades para avanzar, sentirnos culpables o responsabilizar al cónyuge; si lo que queremos es recuperar la relación, debemos aprender a reconocer lo valioso que nos une; es decir el fundamento de nuestra relación.

Responsabilizarse

Como corona del proceso está la responsabilidad, pues sabemos que en la medida en que cada integrante asuma, primero la responsabilidad por los sentimientos y acciones personales, y luego un compromiso consigo mismo y para con su pareja para reparar y construir nuevas opciones y acciones que les permitan progresar, podrá concretar realmente el cambio y la transformación, que redundará en una mejor calidad de vida para los dos (Rodríguez, 2001).

Coherencia

La coherencia es necesaria. Sin autenticidad ni verdad frente a sí mismos y a nuestro compañero, fracasaremos en nuestro intento de realizar nuestro proyecto como pareja.

La coherencia es la concordancia entre lo que se piensa y entre lo que se dice y entre lo que se dice y lo que se hace.

Si queremos realizarnos como personas y pareja, debemos vivir de acuerdo con el proyecto personal y de pareja que hayamos construido, y que este nos oriente para afirmarnos y dar rumbo a nuestra convivencia diaria.

Otro elemento importante dentro de la vivencia es el hecho de que se constituye la realización personal de cada uno, para que cada uno afirme más su individualidad, aquello que le hace ser persona diferente con respecto a los demás, pues de esta manera reflejará su riqueza interior en la convivencia con su pareja. La realización del proyecto personal, la afirmación individual, es indudable, pues no podremos trasformar nuestra forma de relacionarnos si no hacemos como individuo lo que nos corresponde para sentirnos bien consigo mismos. Esta afirmación es paulatina y progresiva e implica un compromiso permanente.

Los antiguos tenían un principio de sabiduría en la frase: "conócete a ti mismo", pues la persona no puede afirmar sino aquello que descubre como valor, y no puede destruir sino lo que conoce como defecto o limitación. Por eso el esfuerzo para conocerse es la base para perfeccionar los valores y superar las barreras individuales, requerimiento básico para progresar en la vida conyugal (Rodríguez, 2001).

Papeles de la pareja

La relación de pareja es uno de los vínculos afectivos que más enriquece la vida del ser humano, ya que abre la posibilidad a la experiencia del amor profundo, que se refleja en la creación de un espacio para compartir lo mejor de cada persona (Rodríguez, 2001).

El ser humano necesita amar y sentirse amado. El amor es una experiencia que moviliza todo el potencial de la vida, en especial la relación de pareja; es una vivencia renovadora que estimula la necesidad de salir de sí mismo, una oportunidad para aprender a dar lo que somos, para entregar y compartir nuestra individualidad, y a partir de ello crecer y aprender a descubrir el misterio que envuelve el que dos personas se encuentren para crear un sueño compartido, formando una pareja.

La relación de pareja es el encuentro de dos mundos que desean compartir e impulsar, a partir de la convivencia, el bienestar conjunto (Rodríguez, 2001).

Dimensiones

La interacción de pareja conlleva a un trabajo de cooperación para construir un espacio en le que se proyecta y cualifica el lazo afectivo a través de la vivencia de cinco dimensiones que se forjan en el diario vivir. Esas dimensiones son las siguientes (Rodríguez, 2001):

La pareja como complemento sexual

La pareja se entiende como el ser complementario con el que compartimos el espacio íntimo de la sexualidad, uno de los elementos que enriquecen la relación. La sexualidad, como expresión de encuentro afectivo, que refleja la riqueza de la convivencia compartida en el diario vivir, se expresa como la generosidad que cada miembro irradia, con el deseo de crear un espacio para lograr la comunicación profunda, el reconocimiento mutuo y la valoración recíproca de la presencia del cónyuge para construir el camino personal; de igual manera, comunica la intensidad del sentimiento mutuo, construido a partir de la entrega a un proyecto conjunto que fortalece la riqueza personal (Rodríguez, 2001).

La sexualidad en la pareja va paralela al crecimiento mutuo en otras áreas de la vida conyugal; por ello, esta dimensión es tan sensible a los cambios, las crisis personales y conyugales.

La sexualidad refleja la espontaneidad y descubrimiento personal del cónyuge como un misterio permanente para develar (Rodríguez, 2001).

Es importante que la pareja avance hacia una vivencia de la sexualidad basada en el respeto por el otro, y también como elemento que nutre la relación cuando su expresión descubre y confirma el trabajo conjunto para superarse y avanzar en otras dimensiones de la relación.

La pareja como compañía personal

Parte del encanto de la relación de pareja reside en la posibilidad de contar con una persona que valora y se interesa por el bienestar personal de la otra. La complicidad y el descubrimiento mutuo de intereses comunes nos permite crecer como personas y como compañeros y esta es una experiencia que nutre la vivencia conyugal (Rodríguez, 2001).

Por ello es fundamental que podamos fortalecer los vínculos de amistad con la pareja, lo cual significa estar abiertos y dispuestos a brindar lo mejor de nosotros, sin imponerle condiciones. Buscar el desarrollo de la pareja también es aceptarla y amarla como es, tener fe en su proceso de búsqueda y desarrollo personal.

Si podemos contar con nuestra pareja en los momentos de alegría y también de dolor o crisis personal, tendremos un gran discurso para crecer.

Compartir con nuestra pareja es un elemento vital, que nos permite madurar en nuestra vida emocional; por ello es importante que demos la oportunidad a la pareja para que pueda apoyarse en nuestro afecto (Rodríguez, 2001).

La pareja como apoyo

Uno de los fundamentos de la relación de pareja consiste en la capacidad de impulsar el desarrollo personal de nuestro compañero.

El apoyo que hemos de ofrecerle para que confíe en sus recursos para crecer, también significa que seamos generosos para que emprenda sus travesías personales.

No es sencillo en muchos momentos de la vida conyugal que la pareja logre reconocer el derecho del cónyuge de crecer en su espacio personal, el cual posiblemente no se comparte. Sin embargo, en la medida en que logremos apoyarnos en nuestros proyectos de vida personal, podremos también enriquecer la relación.

Por ello, las interacciones de pareja en las que el vínculo está caracterizado por la necesidad de ser "posesivos", como si el otro fuese propiedad personal, termina por asfixiar a cada individuo y erosionan el vínculo emocional (Rodríguez, 2001).

Necesitamos aprender a construir nuestro espacio personal para fortalecernos internamente y apoyar a nuestro cónyuge para que también avance en sus conquistas individuales; de esta manera podremos crear un espacio de crecimiento en el que nos sintamos satisfechos con nosotros mismos, y estemos en capacidad de cualificar la relación de pareja (Rodríguez, 2001).

La pareja como esposo (a)

En la relación de pareja la calidad del vínculo afectivo no la brinda la situación legal de la pareja. Sin embargo, cuando las parejas desean simbolizar la calidad de su compromiso afectivo a partir de la formalización de su relación, la vivencia de la pareja también se enriquece (Rodríguez, 2001).

Hablamos aquí del esposo como el compañero o la compañera con quien se comparten unos objetivos y metras conjuntas y con este fin hemos de aprender a comunicar nuestro mundo personal a conocer, valorar y compartir la individualidad de nuestro cónyuge, lo cual es un proceso de aprendizaje que forja verdaderamente el lazo emocional que une a la pareja, pero que también puede distanciarla (Rodríguez, 2001).

Como pareja también debemos aprender a reconocer la singularidad del otro, con todo lo que esto implica: su forma de percibir las cosas, emociones, temores, limitaciones, carencias, cualidades, hábitos, etc., que lo caracterizan; si podemos amarlo y aceptarlo como es, continuaremos avanzando de manera progresiva para realizar nuestro proyecto conjunto.

Si aprendemos a desarrollar otros valores para compartir, como la tolerancia, la búsqueda de igualdad de oportunidades, la capacidad para situarnos en el lugar el otro (empatía), fortalecer nuestras habilidades comunicativas y respetarnos en nuestra dignidad como personas, abonaremos recursos favorables para esa interacción.

La relación de pareja es un mundo fascinante y también un desafío para mejorar como seres humanos (Rodríguez, 2001).

La pareja como padre o madre

Esta importante dimensión se da al ampliar nuestro mundo de pareja para dar paso a la vida en familia.

Un nuevo desafío y otra oportunidad para crecer se abren ante nosotros; el papel de padres nos permitirá reflejar nuestra capacidad para salir de nosotros mismos y compartir lo que somos. Esta no es una tarea sencilla; implica tener la mayor conciencia y gran responsabilidad al elegir esta opción de vida (Rodríguez, 2001).

En el momento de dar este paso, es importante que los miembros de la pareja estén dispuestos a asumir juntos este nuevo camino, de lo contario, será muy difícil avanzar en forma positiva.

Ser padre hoy conlleva la responsabilidad de convertirse en guía de nuestros hijos, de crear una relación que le permita crecer y responsabilizarse como seres humanos.

Los padres han de acompañar este proceso, facilitando y promoviendo unas relaciones que propicien el que emerja la individualidad de cada hijo, y que como familia creemos las mejores condiciones para que pueda avanzar con éxito, responsabilidad y felicidad en su travesía de vida (Rodríguez, 2001).

La felicidad de la pareja

Todos los seres humanos sentimos la necesidad de compartir de manera íntima nuestra vida con otra persona. En principio siempre se busca que la unión sea para toda la vida, a pesar que hoy en día estas uniones estén durando poco tiempo. Existen varias formas de unión, como el matrimonio católico, el civil y la unión libre.

Etapas de la vida en pareja

Al iniciar la travesía, en su primera etapa los miembros de la pareja lo hacen con la esperanza de que van a estar muy felices, que va a ser una experiencia maravillosa; de alguna manera se ve la relación con mucha inocencia, como si se estuviera en un paraíso terrenal. Sin embargo, a medida que se convive empiezan a parecer situaciones internas y externas a la pareja, que pueden influir de manera positiva o negativa en la relación. Veamos un poco más como es el recorrido (Rodríguez, 2001).

Galanteo

El galanteo (coqueteo), es el flechazo de Cupido; a veces nos interesamos de manera inconciente de la otra persona, y hay algo que nos impulsa a dirigir nuestras energías hacia ella sin conocerla, vasta sólo con verla y ya quedamos satisfechos.

Enamoramiento

En el enamoramiento se afianza ese deseo por obtener el interés del otro; se empieza a idealizar a la otra persona; sólo se ven sus aspectos positivos, de manera principal los físicos, y algunas conductas y sentimientos influidos por el amor romántico. Es como si tuviéramos un ojo para ver lo bueno del otro y, al mismo tiempo, otro ojo tapado que no nos permite ver la otra parte, donde se encuentran las debilidades o aspectos negativos.

Matrimonio

Esta etapa nos conduce al deseo de tener para siempre a la otra persona, de no dejarla ir. Por lo tanto, se empieza a soñar con el matrimonio. Se llevan a cabo todos los preparativos pertinentes para realizarlo: religiosos, legales, culturales, sociales, familiares, etc. Por fin nos hallamos en el altar; luego viene la fiesta y posteriormente la luna de miel. Ahora estamos en la nube de los soñadores.

Cotidianidad

Al llegar del viaje de bodas empezamos la primera etapa de la verdad: el matrimonio con domicilio, conocimiento diario del otro, convivencia permanente, acuerdos, exigencias económicas, entre otros. Ahora comenzamos a recorrer el velo que tapaba nuestro otro ojo y empezamos a conocer más de cerca de la otra persona, la percibimos como un ser terrenal, sin idealizaciones. En este momento la realidad está frente a nuestros ojos.

Desencanto y aceptación

Con el tiempo nos volvemos más objetivos y la relación pasa por un pequeño desencanto, que permite aceptar lo que se tiene: fortalezas y limitaciones, tanto personales como de pareja. Con ello reiniciamos la travesía y empezamos a darnos cuenta de que es posible amar a manera plena, sabiendo que podemos acertar o equivocarnos. Aprendemos a aceptar a la otra persona en su totalidad.

Es posible que para este momento "nos encontremos embarazados", lo que alimentará las ilusiones y esperanzas idealistas de etapas anteriores. Un hijo permitirá que revivamos un poco el pasado de la relación para recuperar aspectos positivos que se habían abandonado. La unión, entonces, retoma su fuerza y su esencia. Hay un acercamiento nuevo que posibilita la comunicación sincera, respetuosa y de apoyo incondicional hacia el otro.

Paternidad-maternidad

Al nacer y comenzar a conocer nuestro hijo somos una familia, aunque sigamos siendo pareja. Ahora hay tres personas en el hogar y el nuevo miembro aportará su riqueza personal, nutriendo con alegrías este momento de nuestro camino.

En la medida en que el bebé crece y se convierte poco a poco en un nene, en niño, demandará atenciones que llevarán a la pareja a establecer nuevos acuerdos: ¿Quién cuidará al bebé? ¿Quién lo bañará, lo alimentará, lo vestirá, limpiará, lavará su ropa, etc.? ¿En que jardín de infantes permanecerá? Luego, ¿En dónde estudiará, y qué valores se le inculcarán? ¿Cuánto tiempo queda para la relación en este momento? ¿Corresponde esta situación a la que soñamos cuando todo comenzó?

Las demandas externas seguirán por siempre, entonces las exigencias para los cónyuges serán cada vez mayores.

Posteriormente el hijo crece y hay otras necesidades para satisfacer. Llegan a la pubertad y luego a la adolescencia, el periodo mágico que revolucionará la vida conyugal y familiar. Los sismos hacen su aparición. Las modas, las rebeldías, los lenguajes, los amigos, las amigas, las fiestas, los conciertos, las nuevas necesidades están al orden del día.

La pareja madura

Posteriormente nuestro(s) hijo(s) se casará(n) y de nuevo volveremos a quedar como al principio: frente a frente, y no para una batalla, pues ya hemos afrontado suficientes; ahora estamos solos como al comienzo, tal como queríamos. Con algunas canas y arrugas, con muchas experiencias y aprendizajes, tendremos tiempo para mirar hacia atrás y ver el recorrido que permitirá sacar conclusiones, sobre todo, en cuanto a nuestra felicidad de pareja. Es el momento de evaluar y continuar caminando en procura del fin último de todos los seres humanos, como es la felicidad (Rodríguez, 2001).

La experiencia de ser padres

Ser padres es una vivencia que nos trasforma y confronta nuestro desarrollo personal. Por ello vale la pena preguntarnos: ¿qué tan adultos somos? ¿Tenemos realmente la fuerza y la entereza para asumir las contrariedades y contradicciones que están implícitas en la educación de nuestros hijos? ¿Estamos capacitados para ayudarlos y protegerlos de impulsos que tal vez no están en condiciones de manejar?

Los conocimientos sobre el desarrollo pueden sernos útiles en muchas áreas de la convivencia familiar; nos harán sentir más seguros de nosotros mismos; nos volverán más flexibles ante ciertas situaciones, más comprensivos, pero no producirá "niños perfectos" (Rodríguez, 2001).

El hecho de que nosotros aprendamos los parámetros generales de la conducta de los niños no implica que, por ello, María deje de sacar la lengua a la vecina que le cae mal, o que Juanito abandone de pronto su reciente costumbre de proferir alguna palabrota delante de la abuela, o que Dora aprenda a desayunar sin distraerse, o que Beto renuncie a los constantes pleitos con su hermano mayor. Los niños de todas maneras se seguirán comportando como niños, por más versados que se vuelvan sus padres. Pero es el conocimiento el que nos ayuda a disfrutar mejor la maravillosa aventura de ser padres y además nos permite ver crecer a nuestros hijos sin tener preocupaciones mayores o tal vez innecesarias (Rodríguez, 2001).

Es natural que los niños peleen o discutan por una cosa o por otra. Hay que ir formándolos poco a poco para que aprendan a respetarse y a respetar a los demás. El crecimiento consiste en aprender a compartir las cosas con los demás, a pasar etapa tras etapa y enseñarlo a superar una crisis; implica trabajo y tolerancia, días buenos y malos, vivir y trabajar para vivir.

Ser padre adulto implica examinar con detenimiento el problema de la disciplina; qué es, qué significa, qué debe de ser. Nuestros problemas no pueden resolverse forzando a nuestros hijos a obedecernos, o a dejarlos hacer lo que deseen sin control o límites claros.

La fatiga, la angustia o la incomodidad se acumulan, y hay días que manejamos bastante estrés y creemos que no podremos continuar; sin embargo, si somos adultos, nos repondremos de inmediato y seguiremos adelante. Educar y crear hijos no es una empresa fácil no, tampoco plena de paz (Rodríguez, 2001).

Un poco de descuido es lo que da a una casa el aspecto de hogar. Decimos, un poco, no hablamos de dejar que el caos se apodere de la casa; ahí cada cosa debe hacerse con mesura y sin exceso. Es bueno preguntarse de cuando en cuando: ¿para que tanto orden y tanta pulcritud?

Nuestro optimismo contagia a nuestros hijos y eso les permite aceptar las frustraciones, sin sentimientos de fracaso o culpa. Nuestra actitud comprensiva servirá para alentarlos a crecer. Aquellos niños a los que se les permite satisfacer sus necesidades en cada una de las etapas de crecimiento, desarrollan los recursos internos necesarios para enfrentarse con éxito a los retos y a la etapa siguiente (Rodríguez, 2001).

El padre inmaduro quiere que la vida sea fácil y sencilla; no desea molestias de ninguna clase; cuando los niños le significan problemas, los ve como amenazas a su comodidad y a su felicidad.

Incapaces de imponer sus normas, estos padres se distancian de los hijos o les permiten hacer lo que deseen para así librarse de la responsabilidad que implica hacer frente, con valor, convicción o denuedo, a los problemas de los hijos.

Son adultos que no tienen suficiente madurez y piensan que, con excesos de tolerancia, van a ocultar el hecho de que así están rechazando a sus hijos, al negarse a actuar como padres.

Naturalmente que deseamos que nuestros hijos sean imaginativos, que tengan las oportunidades necesarias para hacer sus propias exploraciones para luchar por su independencia: eso es parte de su desarrollo natural. Pero los niños también tienen que sentir que se les protege y se les cuida; no se les puede permitir que hagan cosas que atenten contra su salud, o que sean antisociales, pero tampoco se les puede pedir que controlen sus impulsos infantiles o inmaduros, por más normales que sean (Rodríguez, 2001).

Qué difícil intuís las fantasías, los temores y las dudas de los niños.

Revelarse

Al mismo tiempo que debemos reconocer nuestras obligaciones y nuestro deber de actuar como personas adultas, también tenemos que dar permiso a los niños para que se revelen (Rodríguez, 2001).

La rebelión es una parte necesaria para cultivar el juicio y el sentido de independencia y los niños tienen una gran fuerza para seguir adelante, aún ante el peligro. En aras del crecimiento: toda la desaprobación de los padres, los castigos, la ira y hasta la pérdida de amor. La rebelión es un acto de integridad, es la negación de la pasividad y de la dependencia.

Muchas veces deseamos que nuestros hijos tengan el valor para defender sus derechos, sus principios o sus ideas. Para eso se necesita juicio e independencia. Un niño que está acostumbrado a obedecer ciegamente a cualquier adulto se meterá en un automóvil de un desconocido que lo invite a subir, pero si está acostumbrado a pensar y a decidir por sí mismo, podrá saber a quien decirle sí y a quien no.

Una madre me comento que en una ocasión su hijo, de doce años había llegado de la escuela mas temprano que de costumbre. Por lo general se quedaba por ahí con los amigos hasta la hora de la cena. Le preguntó a que se debía que llegara tan temprano y el chico le respondió: "algunos de los muchachos decidieron tirar piedras a las ventanas; como no pude convencerlos de que no lo hicieran decidí venirme para acá". Detrás de esa sencilla frase había un mundo de integridad y de valor. Al negarse a hacer algo que no le parecía bien, se arriesgaba a perder su prestigio ente los muchachos, arriesgaba su lugar en el grupo, pero hacía frente a la presión. Este es le tipo de resistencia que se produce con rebeliones saludables y cuando se tiene un claro sentido de libertad y autonomía (Rodríguez, 2001).

Si queremos que nuestros hijos sean libres interiormente no debemos aconsejarles que oculten aquellos sentimientos que no son precisamente amorosos. El precio es demasiado alto.

Las investigaciones en el terreno de la pedagogía se han movido en la misma dirección. John Dewey y otros, quienes encabezan el movimiento denominado de la educación de avanzada, afirman que sí queremos hijos capaces de pensar por sí mismos, tenemos que ayudarles a desarrollar sus controles internos. No es posible hacerlos actuar de una determinada manera por medio del terror, si hacemos eso siempre van a necesitar una autoridad totalitaria para que los controle. Tenemos que intentar enseñarles a vivir en forma constructiva, a aceptar la responsabilidad que tienen, no por la fuerza sino por el amor y la comprensión, ya que el aprendizaje de el autocontrol es lento (Rodríguez, 2001).

Otra observación importante y nueva alude a que el comportamiento es también simbólico y significativo: cuando un niño hace algo que nos parece incomprensible, necesitamos comprender lo que quiere expresar a través de él, por ello, es importante aprender a acercarnos a su mundo personal para comprenderlo y ayudarlo (Rodríguez, 2001).

Ser padres es una experiencia única y formativa tanto para los hijos como para los propios padres; implica aprender a salir de nosotros mismos con generosidad, para compartir nuestra fragilidad y grandeza como seres humanos (Rodríguez, 2001).

Paternidad responsable

Aunque hemos ingresado en un nuevo milenio, en que el gran avance de la tecnología permite reflejar la capacidad del hombre para crear, conquistar nuevos retos y superarse, todavía no hemos podido avanzar lo suficiente en el ámbito del desarrollo moral del ser humano para que se logre situar en el valor de la vida en la base de nuestra organización humana.

Aunque es cierto que la comunicación global está llevando a que los jóvenes y niños puedan tener acceso a una amplia y rica información, así como a conocimiento de todas las áreas que su deseo de explorar quiera extenderse, también lo es que existe un vacío personal, generado por la convivencia cada vez más empobrecida dentro de la familia, que se hace evidente en la creciente dificultad de las parejas para comprometerse en sus relaciones afectivas, las relaciones que nuestra sociedad de consumo fomenta cada día están enmarcadas en la publicidad, que rinde culto al "mundo desechable" en todas sus formas. Y las relaciones de pareja están dentro de su mercado: por ello vemos como las series de televisión invaden la intimidad de los jóvenes para invitarlos a comenzar su vida sexual lo más pronto posible; allí lo más importante es el disfrute momentáneo del mundo de las sensaciones, y la impulsividad y las emociones intensas eclipsan posibles razonamientos "aburridos" y anticuados. Sin embargo, cuando la realidad se concreta después de nueve meses en un pequeño retoño, la situación empieza a complicarse, ya que los embarazos no deseados se dan en mayor proporción entre los jóvenes adolescentes. El impacto que este hecho representa para ellos y para el pequeño que ha llegado al mundo marca el inicio de una pobre calidad de vida para las dos partes; si cuentan con suerte, los padres de los jóvenes los apoyarán y entonces asumirán la paternidad (Rodríguez, 2001).

Sin embargo, lo que se observa en la mayoría de los casos es que la madre es quien responde por el pequeño, mientras que el padre desaparece: es entonces cuando comienza un largo camino, en el que la incertidumbre y la inseguridad rodearán la vida de esta familia.

A partir de la convivencia en el hogar aprendemos a manejar una autonomía responsable, es decir, la capacidad de asumir el control de la vida personal y aprender a responder de nuestras acciones. No obstante, esto sólo puede asimilarse a través del ejemplo; por lo tanto, los padres han de examinar la congruencia entre su estilo de vida y los valores que quieren sembrar en la familia (Rodríguez, 2001).

La comunicación es el canal propicio para el avance personal y familiar; por ello hemos de forjar relaciones en que la confianza nutra la calidad del acercamiento con nuestros hijos, y de esa manera acompañar su crecimiento con una orientación que les brinde la posibilidad de crecer en forma sana.

Si podemos trasmitir la certeza del afecto que profesamos por ellos, al igual que una orientación justa para que se vean fortalecidos por el respeto y el apoyo al descubrir su singularidad, esto será un aporte fundamental y marcará la diferencia, en relación con su capacidad para tomar decisiones.

En la medida en que podamos crear relaciones que nos permitan sentirnos parte de una familia, en la cual los lazos que nos unen alienten la solidaridad y el compartir mutuo, estimularemos en los hijos el deseo de buscar relaciones en las que puedan reproducir y construir una vivencia también muy gratificante.

Cuando los chicos viven en hogares donde el ambiente familiar compartido es asfixiante por la tensión y los conflictos que se presentan en su interior, se sienten inseguros y vulnerables y les es más difícil crear vínculos en los que se sientan confiados y sin temor a intimar (Rodríguez, 2001).

Los padres también necesitan fortalecer a los jóvenes para que crezcan con una autoestima y concepto personal que les permita asumir con voluntad y espíritu combativo las situaciones que la vida les presenta.

La orientación hacia una "sexualidad responsable" debe partir de la vida en el hogar, y son los padres y la familia quienes, con sus actitudes de expresión afectiva, pueden trasmitir la magia del amor y de la vida. Otro aspecto para tener en cuenta y enseñar a nuestros hijos, es la importancia de establecer metas que le permitan integrar su sexualidad al proyecto personal de vida, con el fin de que pueda elegir madura y libremente el momento más apropiado para ejercer la paternidad de manera más responsable (Rodríguez, 2001).

El complejo mundo de hoy exige mucho realismo cuando nos planteamos la posibilidad de sacar adelante una familia. Por tanto, tomar la decisión de ser padres no puede estar en manos del azar, sino que en lo posible debe de ser fruto de una elección muy conciente y meditada, que le permita a la persona integrar esta decisión a sus objetivos individuales.

El deseo es la puerta que abre el corazón de los padres. Por ello, cuando el hijo llega al momento de que goza de adecuadas condiciones (físicas, emocionales, económicas) la perseverancia y el bienestar se integraran con más prontitud al diario vivir del núcleo familiar (Rodríguez, 2001).

Es importante que la pareja hable en forma abierta con relación a este aspecto de su vida, y que se acuerde la convivencia o no de este paso, pues si uno de lo los dos cónyuges no está de acuerdo, se generará tensión, lo cual no es un buen comienzo para este tipo de proyecto familiar (Rodríguez, 2001).

Hoy es muy común encontrar que una mujer desea traer al mundo un hijo, sin que esto implique compartir la paternidad con el hombre. Esta es una situación que hay que meditar muy bien, pues aunque por lo general cuando la mujer se lo plantea es porque tiene los medios económicos para hacerlo, hay que tener presente que el niño necesita la presencia del padre para crecer fortalecido.

La ciencia también se ha encargado de polemizar a través de sus prácticas y avances (como la inseminación artificial, la fecundación in Vitro, la clonación, "alquiler de vientre materno" etc.), con lo cual se abre para la familia un nuevo horizonte de cambios y desafíos que debe integrar. Lo cierto es que resulta cada vez más importante y adquiere mayor significado el fortalecimiento de la convivencia familiar, ya que nos permitirá afrontar con mayor sabiduría y sensibilidad los cambios del mundo que estamos creando (Rodríguez, 2001).

Gestación: el milagro de vivir

Al fin he logrado ver el rostro de mi madre y de mi padre; puedo reconocer sus voces y sentir su amor. ¡Que larga ha sido esta espera!; sin embargo, valió la pena. Hoy puedo empezar a escribir mi historia.

Mi maravilloso viaje empezó, cuando mis padres me llamaron para ser parte de su vida. De un par de células se creó mi universo personal; gracias al soplo divino y a la sabiduría de la naturaleza, en el cuerpo de mi madre empezó a desplegarse todo el programa que dirigió mi creación.

En la primera etapa de mi vida, cuando era una microscópica célula, me acomodé en el útero tras un viaje que me tomo tres o cuatro días desde las trompas de Falopio de mi madre. Desde este punto inicie mi travesía. Empecé a crecer y a los tres días ya estaba formado por un grupo de treinta y dos células. Continuó el proceso de división celular hasta que, dentro del útero, me convertí en una pequeña esfera flotante; mis células se comenzaron a diferenciar hasta formar una pequeña capa de la que nacieron: mi piel, uñas, pelo, dientes, sistema nervioso, órganos de los sentidos; de otra capa se formaron mi sistema digestivo, hígado páncreas, glándulas y sistema respiratorio; luego una tercera capa formo posteriormente los músculos, esqueleto y el sistema circulatorio.

También desde aquí se crearon la placenta y el cordón umbilical, que me permitieron conectarme con mi madre para recibir lo que necesité para crecer (oxígeno y alimento); estuve así protegido dentro de un saco lleno de fluido.

Cuando me albergué cómoda y fuertemente a la pared del útero a los once o doce días, dejé de ser un grupo de células para convertirme en un embrión. De ahí en adelante empezaron a desarrollarse mi sistema respiratorio, digestivo y nervioso, y también mis órganos.

Mi crecimiento en esta fase fue muy rápido; por esta misma razón, durante los tres primeros meses de mi formación era bastante vulnerable, pues mis órganos y sistemas vitales se estaban formando. Por ello mi madre necesitó cuidarme muy bien, pues de ello dependía que yo pudiera vivir y crecer en forma sana.

A partir de la octava semana, y hasta que nací, dejé de ser embrión. Ahora era un feto; crecí muy rápido y el cuerpo de mi madre se acomodó para que pudiera formarme.

Me encantaba moverme en el cuento de mamá. Hacia el cuarto mes ella sintió mis volteretas y patadas; también pude chuparme el dedo pulgar, empuñar la mano, escuchar los sonidos del cuerpo de mi madre y su voz, y con ayuda también la de mi padre.

Mi madre dice que desde que estaba en su cuerpo era más activo que mis hermanos; ya tenía mi propio temperamento.

Durante cuarenta semanas, aproximadamente, estuve dentro del cuerpo materno. A medida que iba aumentando de tamaño y peso me sentía más estrecho e incómodo en el vientre de mi madre; sin embargo, me encantaba escuchar los latidos de su corazón.

Por fin llegó el momento de encontrarme con ella. Pero en ese instante no estaba muy bien, pues mi cuerpo se comprimió, sentí mi cabeza aprisionada y algo me impulsó a salir. Por momentos me hacía falta oxígeno; luego pase por un canal muy estrecho que me pareció interminable.

Por fin vi luces, sentí frío; pero unas manos me situaron al lado de alguien que, por los sonidos de su corazón, ya familiares para mí, supe que era mi madre…, ahora me siento confortable otra vez (Rodríguez, 2001).

El valor de la vida

El misterio de la vida se expresa en el milagro de nacer. No todo el mundo conoce o recuerda el infinito número de episodios y riesgos por los que pasa un ser humano para nacer. Por eso no se agradece a Dios la existencia, no se valora la paternidad o la maternidad y se juega con el acto que produce la vida, o se mata la vida (Rodríguez, 2001).

Cada cultura tiene sus valores, pero es inquietante observar la pérdida de los nuestros, como si la generación de los adultos de hoy no hubiese sido capaz de trasmitir a los jóvenes la importancia de algunos y dentro de ellos el más fundamental: el valor de la vida.

El descontrol, el deseo de poder, de poseer y las condiciones precarias de muchos de nuestros pueblos, además de la confusión en cuanto al papel de los padres solos como se verá en el siguiente apartado (Rodríguez, 2001).

El papel de los padres solos

Es lo deseable y sano que la paternidad la compartan ambos miembros de la pareja, puesto que la responsabilidad que implica la educación, atención y cuidado de la familia requieren del aporte mutuo, para que las funciones paternas y maternas y la calidad de vida de la familia se fortalezcan, estimulando así el progreso de sus miembros (Rodríguez, 2001).

Padres solos

Ahora bien, nos encontramos en un momento en que los cambios y trasformaciones se producen en todas las áreas de la vida humana, lo que de forma indirecta ha influido también en la familia. Por ejemplo, la crisis en las relaciones conyugales ha llevado a que, cada día en mayor proporción, uno de los padres asuma la dirección del hogar, sea esté el padre o la madre. Además hay una mayor proporción de mujeres que desean asumir la maternidad sin la presencia de la pareja; las familias conformadas por un solo padre y sus hijos cada vez son más frecuentes.

Esta situación no es muy fácil de manejar, puesto que son varias las responsabilidades que el padre debe asumir, ya que requiere equilibrar la atención que brinda a sus hijos con su trabajo, hecho fundamental para el bienestar de la familia, y necesita también un espacio para enriquecer su desarrollo personal (Rodríguez, 2001).

Sentimientos encontrados

Cuando se rompe una relación de pareja, los sentimientos que invaden la vida de cada miembro son diversos y pasan por diferentes momentos. Las circunstancias en que ha ocurrido la separación determinan el tipo de emociones que prevalecen. En un primer momento la ruptura puede no ser reconocida como tal, se intenta negar la situación real que se está viviendo y es posible que se conserve la esperanza oculta del regreso. Pero cuando se evidencia el hecho de la inevitable ruptura, los sentimientos son de profundo dolor; la pérdida de la pareja es una herida que lastima a la pareja en forma intensa, creando gran inestabilidad en su proyecto de vida personal y familiar (Rodríguez, 2001).

La desesperanza, la depresión, la desmotivación por el trabajo, la pérdida del sentido de la vida, el descuido en el cuidado personal, e incluso el distanciamiento o la desatención a los hijos, son los sentimientos que hacen parte de esta etapa (Rodríguez, 2001).

Aceptación

Luego de que ha pasado algún tiempo y se acepta, o se comienza a asimilar, la pérdida del cónyuge, también los sentimientos tienden a organizarse otra vez y con ello el panorama se despeja. La persona empieza a reconocer su situación real y aceptar la necesidad de hacer cambios y de reorientar su proyecto de vida, esto conduce a la necesidad de nutrir su amor propio, para aprender a confiar en sus recursos personales y asumir de nuevo el liderazgo de su vida y de sus familia (Rodríguez, 2001).

Soledad

El hecho de organizarse a partir de esta nueva realidad e iniciar otra etapa al retomar el control de la vida personal, de emprender acciones y de proyectar nuevas metas tendientes a impulsar el desarrollo de la familia, convierte este momento en un suceso importante y vital para el padre que está al frente del hogar. Al principio la soledad, aunque esté impregnada de nostalgia, recuerdos sobre la relación, sentimientos de fracaso, de tristeza y vacío, también de la posibilidad de enriquecer el descubrimiento personal (Rodríguez, 2001).

Si a partir de esta vivencia nos damos la oportunidad de recuperar las capacidades, de crear nuevos objetivos que permitan reorientar le proyecto de vida, recobrar y consolidad la relación con los hijos, tendremos en nuestras manos y en nuestro corazón la oportunidad de comenzar de nuevo; depende, en cada caso, del manejo que se dé a la situación.

La soledad puede representar la posibilidad de confrontar nuestros sentimientos de debilidad con la voluntad y coraje personal para lograr nuestros objetivos. Estamos muy concientes de que la tarea bajo nuestra responsabilidad requiere lo mejor de nosotros para impulsar a la familia hacia la superación de este momento doloroso, y trasformarlo en una oportunidad para crecer como persona y como grupo (Rodríguez, 2001).

Manejo de papeles y respeto de la identidad

La realidad y sentimientos del padre que asume las funciones propias y las que tenía el otro cónyuge, conforman un engranaje de responsabilidad y emociones difíciles de manejar de manera equilibrada, ya que el vínculo que reúne a la pareja no desaparece con la ruptura (Rodríguez, 2001).

El lazo emocional con la pareja genera emociones ambivalentes de atracción y distanciamiento; por ello los cónyuges necesitan reorientar su relación, estableciendo como punto de interés mutuo el bienestar de sus hijos por encima de los intereses personales o necesidades de cada uno. Es preciso que busquen compartir sus interacciones dentro de un marco de respeto mutuo, asumiendo que ahora el área común será la atención a su familia.

No se debe utilizar a los hijos para agredirse. Se debe respetar y facilitar la relación con el miembro de la pareja que no conviva con ellos, para que puedan seguir contando con él o ella en forma incondicional y no se afecte tanto su autoestima y su seguridad emocional. Se debe dejar muy en claro, para sí mismos y para los hijos, los mecanismos y acuerdos que permitirán continuar con las funciones paternas. Si los padres logran asumir este compromiso y se esfuerzan por llevarlo a cabo, ayudan al bienestar y fortalecen las relaciones con los hijos, lo cual debe de ser la base para toda decisión que se tome en adelante (Rodríguez, 2001).

Mecanismos de ayuda

Los padres que emprenden su tarea paterna sin contar con la ayuda de su cónyuge, necesitan tener gran fortaleza interior y fe en sí mismos para asumir con inteligencia las diversas funciones que han de realizar. Para ello debe confiar en personas de la comunidad o de su familia con las que puede contar para apoyarse en caso de necesitar ayuda; es preciso administrar bien su tiempo, fortalecer sus autoestima y aunque los momentos difíciles van a ser parte de la cotidianidad, hay que recordar que sus hijos lo aman y dependen de su capacidad para superase. Aprenda a confiar en sus hijos y esfuércese por aprovechar los momentos en que están juntos, para expresarles su afecto y consolidar sus relaciones (Rodríguez, 2001).

En este camino habrá muchos momentos en que creerá desfallecer o temerá perder la esperanza. Sin embargo, si aprende a valorar su papel como padre, a estimar el amor de sus hijos y a fortalecerlo, sabrá que los esfuerzos han valido la pena si puede contar con quienes ama para continuar creciendo (Rodríguez, 2001).

  • Presencia y ausencia psicológica del padre

La familia de manera progresiva ha ido progresando el sistema patriarcal de relación, en la que el padre se encargaba de proveer el sustenta económico y la madre de las funciones de la crianza y administración del hogar. Allí el hombre no participaba en la educación de sus hijos y se le negaba además la posibilidad de demostrar su ternura y afectividad, pues debía mostrar una figura autoritaria y fuerte en todo momento. La afectividad que manifestaba la mujer era símbolo de debilidad, motivo el cual se eliminaba este sentimiento de la identidad masculina.

El desarrollo humano a favorecido que la pareja revalore sus roles e identidades como hombre o mujer, lo cual facilita que dentro del contexto familiar el padre recupere su espacio como orientador, y con ello también enriquezca y amplié su identidad masculina.

La presencia del padre como figura sensible y estimulante para la formación de los hijos es algo fundamental para el desarrollo sano de la familia (Rodríguez, 2001).

El vínculo entre el padre y el pequeño se forma rápidamente y al mismo tiempo en que se da el de madre e hijo.

La personalidad de cada progenitor es diferente, y aporta una amplia gama de elementos a la identidad de los hijos (Rodríguez, 2001).

Se han llevado a cabo varias investigaciones que han demostrado la importancia del padre para el desarrollo social y cognoscitivo de los hijos. Se encontró que cuando el padre se relaciona de forma más cercana a sus hijos, estos tienden a ser más curiosos y brillantes; además aprenden a establecer expectativas más positivas en las relaciones interpersonales.

En la relación con los hijos, el padre proporciona estímulos más intensos y cortos, y generan un impacto en el niño que hacen que lo valoren como "novedoso" y que establezca más juego con él. De igual forma, el padre es más activo y estimula la motricidad y el tacto. La madre, por su parte, tiene el papel más protector, y utiliza más las palabras y el sentido de la vista para afirmar su relación. Por ello el niño necesita la presencia de los dos para enriquecer su crecimiento (Rodríguez, 2001).

Es importante que el padre valore su papel y que éste sea gratificante para él, ya que esta actitud se reflejará en la interacción con el pequeño.

La presencia comprometida del padre en las relaciones es vital para el cumplimiento de las funciones de atención, cuidado y seguridad emocional para sus miembros, y proporciona una mejor calidad de relación entre la madre y sus hijos (Rodríguez, 2001).

Manejar de manera adecuada la autoridad, expresarse efectivamente, aprender a solucionar los problemas, son frutos del trabajo en pareja, fundamentales para una atmósfera familiar más grata y estimulante.

Si el padre no participa de forma activa y positiva en la convivencia familiar o está ausente, los efectos en los hijos dependerán en la forma en que la madre asuma la relación con ellos. Si logra establecer una red de apoyo y forja una interacción cercana y cálida, fortalece su autoestima y se esfuerza por consolidar la relación con los niños, las consecuencias serán menos negativas para su seguridad emocional, aunque la carencia afectiva que deja la ausencia de la figura del padre es imposible de llenar (Rodríguez, 2001).

Si la madre, por el contrario, establece una relación distante, fría o de rechazo, el niño se sentirá abandonado y las consecuencias para su estabilidad emocional serán negativas y de un pronóstico muy reservado.

Las parejas que logran desarrollar un trabajo en equipo que les permitan orientar a sus hijos en forma congruente, con criterios que faciliten una convivencia familiar cálida, estimulante y de respeto entre sus miembros, posibilitarán un desarrollo armonioso y sano de todos (Rodríguez, 2001).

Papel de los padres en la formación integral

Lograr el perfil ideal de persona que queremos educar, sólo es posible con padres de familia que tengan patrones de comportamiento y actitudes acordes con los siguientes rasgos característicos o capacidades (Rodríguez, 2001):

  • a. Tomar decisiones libres y responsables

Esta es una de las características de la persona formada, madura y adulta. Es una manifestación de que se es una persona con identidad propia.

La clave del asunto está en la actitud y el comportamiento que necesita tener papá y mamá para lograr que sus hijos logren conquistar estas habilidades.

Así como entre los esposos cada uno tiene su individualidad y necesita respetar el espacio personal del otro y su singularidad, también los padres deben de hacer lo mismo con cada hijo.

Lo peor que los padres pueden hacer con sus hijos es pretender que estos lleguen a ser como una fotocopia o una imagen idéntica de ellos. Porque cada uno de nosotros es un mundo diferente, y por ello cada uno de los hijos está llamado a formar su propio universo personal, pero en ningún caso una réplica o un doble de su papá ni de su mamá.

Es imposible negar el parecido físico, y aún temperamental, con nuestros padres. Pero de todas maneras, cada uno se manifiesta con una personalidad diferente.

Cada persona debe buscar expresar su identidad; el papel que los padres tienen en ese proceso es supremamente importante y definitivo.

Una manifestación madura de la personalidad es la de ser capaz de tomar decisiones libres, autónomas y responsables. Necesitamos preparar a los niños y a los jóvenes para que vayan aprendiendo a hacerlo, según su edad, su personalidad y sus circunstancias.

En la relación entre esposos, uno de los motivos más frecuentes de disgusto y tensión se da cuando uno de ellos pretende tomar decisiones sin contar con su pareja. Esto es algo que las parejas han experimentado y conocen.

Cabe preguntarnos lo que sienten los hijos cuando papá o mamá, o los dos en conjunto, deciden por ellos y no los dejan tomar parte en las decisiones que los afectan, ya sea en el nivel personal o familiar.

Vale la pena echar mano del recuerdo de nuestra propia infancia y adolescencia. Los que hemos tenido la fortuna de tener unos padres que nos permitieron ser nosotros mismos y nos brindaron variadas oportunidades de optar y ser tenidos en cuenta en las decisiones de la familia, podemos dar testimonio del efecto positivo que esta actitud ha tenido en el desarrollo de nuestra familia.

Hay otras personas cuya experiencia es diferente, dado que sus padres decidieron en su lugar. Ellos pueden hablarnos de temores y resentimientos, de su debilidad de carácter, su indecisión e inestabilidad, de su sentimiento de inseguridad o frustración.

Unos y otros tenemos apoyo en nuestra propia experiencia personal para saber como debemos proceder con nuestros hijos.

Podemos llevar a la práctica la conclusión que nace de todas estas vivencias: necesitamos brindar a nuestros hijos amplias posibilidades para decidir, acomodándolas a la edad, a la responsabilidad, a las circunstancias en las que vive cada uno.

Si el colegio sigue este espíritu personalista en el proceso educativo, pretende ir formando a sus alumnos en la libertad responsable y el ritmo hogareño no puede ser diferente. La actitud de papá y mamá tiene que ir necesariamente en la misma línea, poco a poco, con paciencia, con cariño, acompañando a los hijos, dándoles la mano en el momento oportuno y sabiendo aprender de las experiencias, sin un temor desmedido por la posibilidad de alguna pequeña equivocación (Rodríguez, 2001).

  • b. Compromiso cristiano como opción de vida

Si una persona estudia una carrera durante varios años, se espera que más tarde aproveche lo que estudió, no solamente como una manera de ganarse la vida y mantener un hogar, sino también para ofrecer un aporte contractivo y positivo a la sociedad en que vive.

Los padres de familia, como fruto de su amor, han dado origen a la vida de sus hijos. Lo importante no es quedarse en dadores de vida humana, sino seguir conservando y educando esa nueva vida. El niño debe aprender a caminar, hablar, vivir. El nacimiento es sólo el comienzo de la vida real de cada persona, aunque hace falta continuar el proceso de la educación en la fe.

En este punto el papel de papá y mamá es definitivo. Al iniciarse la ceremonia del bautismo, dentro del rito cristiano, el sacerdote pregunta a los papás sí, al pedir el bautismo para su niño, ellos están dispuestos a asumir el compromiso implícito en el mismo hecho de bautizar al niño. Cuando estos padres de familia responden que sí están dispuestos, su respuesta significa que asumen el compromiso de continuar de manera responsable el proceso de educación y maduración de en la fe de ese niño que va a ser bautizado. Del mismo modo, de acuerdo con las creencias que procesa cada familia, los hijos deben orientarse desde pequeños para asimilar y desarrollar los valores que le permitan tener un adecuado desarrollo moral y espiritual.

Los padres de familia son y están llamados a ser los primeros y los auténticos educadores en la fe de sus hijos. Nadie puede reemplazarlos en le cumplimiento fiel de esta obligación (Rodríguez, 2001).

Queremos que los hijos aprovechen al máximo sus propias cualidades, de manera que en su viada adulta puedan dar y ofrecer su aporte constructivo a la sociedad, a la patria y a su familia.

Por eso necesitamos padres de familia que se conviertan en genuinos y auténticos modelos para sus hijos, de modo que estos quieran imitarlos y ser como ellos o incluso mejores, si es posible. No se trata de estimular la competencia egoísta, sino de alentar la sana emulación y el deseo de ser cada día mejores.

Padres y madres que conservan el deseo de lograr una educación permanente, que buscan para sí mismos su actualización profesional, que son buenos lectores, se preocupan por loas avances de la ciencia, apoyan las actividades culturales escolares, acompañan a sus hijos al campo y los apoyan en su vida deportiva e invitan al estudio y al cumplimiento de los deberes escolares, son papás y mamás que ofrecen los medios adecuados para hacer de sus hijos una personas intelectual y humanamente competentes.

A los papás o mamás que viven sólo del recuerdo o en el pasado, aquellos para quienes "todo tiempo pasado fue mejor", que sólo anhelan "lo que pudo haber sido y no fue", les será muy difícil inculcar en sus hijos el tipo de actividades y comportamientos que los harán llegar a ser las personas triunfadoras y sobresalientes en el siglo XXI.

El ambiente hogareño tiene que ser de acogida, estimulante, de aprecio, que invite sin tensiones al cumplimiento de las obligaciones propias y promueva el sentido de compromiso; para ello es preciso que los padres de familia sepan mezclar la exigencia con la comprensión, la bondad con el reto, la alegría y la familiaridad con el respeto mutuo.

Para ello hace falta establecer un cierto plan de vida familiar, dar tiempos apropiados para el juego, el estudio, el descanso, las comidas, la televisión, las prácticas de vida cristiana.

Cada hijo requiere ser tratado como persona independiente, y que se acepten y reconozcan sus propias cualidades y limitaciones.

Ni el papá ni la mamá determina la profesión de sus hijos. El ideal no es que deban seguir el mismo camino de sus padres. La mejor profesión para alguno puede no estar en los claustros universitarios. Pero es fundamental crear la conciencia de que debe destacarse en lo que está llamado a ser, según sus cualidades.

La competencia intelectual y humana debe de llevar a cada uno a aceptar sus propios errores con responsabilidad, el deseo por aprender de los mismos fracasos, sin desanimarnos por ello, sino asumiéndolos como un desafío para levantarnos y seguir adelante con decisión.

Es importante pensar que las dificultades son para afrontarlas y los problemas para superarlos. El éxito no es de aquellos que se desaniman ante el primer tropiezo.

La base de todo resultado exitoso consiste en hacer una adecuada distribución del tiempo y una conveniente programación de las actividades.

Los triunfadores han sabido buscar ayuda a tiempo y se han rodeado de personas competentes, prudentes y responsables en sus deberes. Crear está conciencia en los hijos contribuirá a hacer de ellos el tipo de personas adultas, humana e intelectualmente competentes que pretendemos.

  • d. Expresar amor en sus relaciones

Hay una canción que refleja muy bien lo que entendemos por el término amor[2]Su primera estrofa dice así: "amar es entregarse, olvidándose de sí, buscando lo que al otro puede hacer feliz".

Un par de dichos populares son oportunos para ilustrar esta idea que se tiene del amor: "Del dicho al hecho hay mucho trecho" y "Obras son amores y no buenas razones". Es importante expresar con palabras el amor que tenemos a las personas, pues todos necesitamos este tipo de estímulo y refuerzo. Igual de necesario es que nuestras actitudes y comportamientos sean también una manifestación auténtica, real y efectiva del amor que decimos sentir.

Un aspecto fundamental de la formación integral es la orientación para expresar la afectividad y una construcción positiva de relaciones interpersonales. Buscamos llevar a la persona a ser capaz de manifestar adecuada y plenamente el amor en la relación con sus semejantes, en primer lugar con respecto a sus padres y hermanos, en su época de niñez y juventud, y más tarde con su propio cónyuge y con sus hijos cuando constituyan su propio hogar.

La otra dimensión de la expresión del amor es la relación con los demás, hace regencia, a la época de colegio, a la forma en que el niño se relaciona e integra con sus propios compañeros, y más tarde a la relación con las personas con las que entra en contacto en las esferas profesional y social.

Una persona madura es aquella que se integra en forma adecuada a su propia esfera social, profesional y familiar. El niño debe aprender, dentro de su propia familia, desde sus primeros años de vida escolar y desde el inicio de su vida, a relacionarse con sus semejantes, también a superar las inclinaciones egoístas y darse a los demás con una dimensión altruista de caridad y amor.

Unos padres de familia que se aman de palabra y con obras, que dan testimonios a sus propios hijos con sus actitudes y con su vida sobre el valor del amor en sus mutuas relaciones, están contribuyendo decididamente a formar a sus hijos con una madurez afectiva.

Resultan muy importantes las actitudes que comunican los padres a sus hijos en todo lo relacionado con la vida sexual, así como los valores que trasmiten y la aceptación que hacen de cada uno, de acuerdo con su condición de hombre o de mujer. La educación debe darse en un ambiente de respeto mutuo, sin tabúes carentes de sentido y con una disposición sana y abierta, mostrando naturalidad y dignidad en todas las actuaciones y relaciones.

El mundo en el que vivimos nos presenta muchos valores y actitudes que, con frecuencia, entran en contradicción con lo que buscamos. Es preciso esforzarnos a conciencia para no dejarnos llevar por el espíritu materialista que predica el placer por el goce egoísta, y cultivar el respeto por las diferencias de género, honrar al ser hombre o mujer con actitudes que reflejen igualdad y solidaridad para la realización mutua.

Hace falta educar a los hijos con el fin de que sepan dominarse a sí mismos; para lograrlo es necesario llevarlos a obrar, guiarlos a través de profundas convicciones, inculcarles una gran capacidad para que sean compasivos, sin temor al sacrificio, generosos al compartir con otros su tiempo, sus cosas y así mismos.

El amor paternal y maternal que comprende y estimula es un aliciente poderoso para llevar a los hijos a desarrollar su propia capacidad de amar a los demás, sin engaños y con generosidad, disponiéndose a relacionarse con ellos en un plano de igualdad, de respeto, del reconocimiento del valor de la persona que es cada ser humano.

  • e. Compromiso solidario

Los seres humanos no somos, en modo alguno, islas perdidas en el inmenso del océano. Por el contrario, desde el instante mismo de la propia concepción en el seno de nuestra madre, somos fruto del amor de nuestros padres. Al momento de nacer fuimos incapaces de valernos y sobrevivir por cuenta propia. Todo el proceso de formación, hasta llegar a la edad adulta, se ha caracterizado por la interacción con nuestros semejantes, y es mucho más lo que hemos recibido que lo aportado.

El desarrollo mismo de nuestra personalidad y vida adulta se da entre personas semejantes a nosotros. No podemos vivir sin los demás y aislarnos. Y no sólo los necesitamos, sino que ellos esperan y necesitan nuestra colaboración e integración.

El objetivo fundamental del proceso educativo, iniciado en el hogar y continuado en las entidades educativas, es precisamente la socialización, es decir, la gradual incorporación del niño a la familia, al colegio y a la sociedad, hasta que llegue a ser capaz de prestar sus aporte, su colaboración constructiva, creadora y responsable tanto a sus familia, como a su medio profesional y social, a su patria y a la sociedad en general.

Una de las dificultades que nos corresponde afrontar en este proceso nos los ofrece el medio que nos rodea y que promueve el individualismo, la competencia, el acaparamiento, la lucha entre los seres humanos en todos los terrenos de la vida humana social.

Debemos sobreponerlos al egoísmo, al aislamiento, a los diferentes tipos de engaños en la política y en la vida económica, a la mentira, al fingimiento, al deseo de figurar, a la codicia de los bienes ajenos, a la violencia, a las injusticias de toda índole.

La familia, como la institución educativa, están llamadas a fomentar con todos sus esfuerzos el amor al prójimo, la igualdad y la solidaridad hacia todas las personas, el auténtico compromiso solidario y comunitario de los unos con los otros.

Es necesario construir la vida en el hogar en base al amor fraterno, estimulando las responsabilidades mutuas al realizar los quehaceres domésticos; reforzar la ayuda de los mayores hacia los hermanos pequeños, exigir el cumplimiento de los deberes de cada uno y llevar a todos los miembros de la familia a disfrutar de sus ratos de ocio y de descanso juntos, sin tensiones y en un ambiente de colaboración.

Los padres de familia deben de ser concientes de su responsabilidad para inculcar el principio de la libertad responsable. Cada uno de ellos, como persona y como pareja, tiene que ser un ejemplo para sus hijos en el momento de cumplir sus propios deberes solidarios y comunitarios. Esto se extiende, por una parte, a sus deberes en el propio hogar y en los hogares de sus respectivos padres, y por otra a sus deberes profesionales en el trabajo.

Sin embargo, limitarnos a esto es contentarse con lo mínimo. Papá y mamá tienen que ser un ejemplo de vida en la forma como cumplen sus deberes religiosos, ciudadanos, políticos, gremiales y sociales. Hay que dar ejemplo en situaciones como el acato y respeto a la autoridad, la observación de las leyes de tránsito, el pago de impuestos, la cancelación de deudas, la participación en eventos de carácter cívico, comunitario o social, entre otras.

  • f. Apertura al cambio

En el mundo en que vivimos el siglo XXI, no avanzar ni progresar, cerrarse al cambio, son sinónimos de retroceso y aniquilamiento. Esta disposición de apertura debe enmarcarse en un mundo de valores trascendentes, orientados por la sinceridad, la rectitud, la verdad, la justicia y el amor.

La familia no puede encapsularse ni encerrarse en el mundo irreal del exclusivismo; no puede formar a sus miembros más pequeños en el ambiente marginado de la realidad en que vive la mayoría de nuestros semejantes. El ejemplo de papá y mamá, aquel que muestran en la actitud con las personas que, en diferentes campos de la vida real les prestan sus servicios, es algo que no pasa desapercibido en sus hijos y que va creando en ellos actitudes que se traducirán más tarde en sus formas de proceder y su comportamiento con los demás.

La preocupación permanente por el otro, la disponibilidad constante de tener el bien común, el deseo sincero de tratar a los demás como nos gustaría ser tratados y por evitar hacer a otras personas lo que no queremos que nos hagan a nosotros, son refuerzos positivos para formar en nuestros hijos este tipo de compromiso social y de conciencia, fruto de su capacidad de vivir solidariamente las relaciones con sus semejantes.

Un elemento muy sencillo pero que fácilmente pasamos por alto, lo encontramos en la forma habitual de expresarnos. En lugar de utilizar tanto la primera persona del singular: yo quiero, yo pienso, yo necesito, deberíamos tener más en cuenta lo que tú y nuestros hijos quieren, piensan, necesitan. Y, ¿Qué tal si diéramos el paso siguiente: abrirnos a lo que nuestro prójimo quiere, lo que necesita, lo que busca? (Rodríguez, 2001).

Comunicación en la familia

La comunicación entre padres e hijos permite que los lazos emocionales se establezcan y se consoliden a lo largo de la convivencia.

Las fallas, pueden pasar durante largo tiempo inadvertidas, pero van forjando interacciones empobrecidas y creando cimientos de soledad, inseguridad y distanciamiento entre los miembros del grupo familiar, lo cual va a promover un ambiente desfavorable para el desarrollo personal y colectivo (Rodríguez, 2001).

El objetivo de lograr una comunicación eficaz, es primero, llegar a lo mejor de nuestros hijos: su inteligencia, su iniciativa, su sentido de responsabilidad, su habilidad para ser sensibles a las necesidades de los demás, en segundo lugar nutrir su autoestima, su concepto personal y animarlos a colaborar porque se sientan capaces y porque nos aman (Rodríguez, 2001).

El elemento fundamental de la comunicación es saber escuchar, lo cual es diferente a oír, ya que cuando queremos entender a la otra persona y comprender su mundo personal, necesitamos ante todo asumir una disposición interior que nos permita estar atentos y valorar lo que nuestro interlocutor quiere expresar.

Cuando escuchamos a alguien necesitamos enviar un mensaje congruente de aceptación que permita a la otra persona reconocer que nos interesa. Sólo si nos acercamos a su realidad sin anteponer nuestros criterios personales, podemos entender su posición personal. El segundo elemento importante en la comunicación, consiste en expresar o que entendimos de las ideas y sentimientos de nuestro interlocutor, para aclarar el mensaje recibido. Por ello, al exponer las ideas no debemos enjuiciar, amenazar, ni rechazar lo que esa persona está compartiendo con nosotros. Aunque no estemos de acuerdo, busquemos comprender el punto de vista de la otra persona.

Elementos que enriquecen la comunicación

Disposición al cambio

Cuando nos damos cuenta de que necesitamos enriquecer nuestra comunicación y por ello debemos hacer ajustes, estamos dando el primer paso para mejorar la calidad de nuestras interacciones; si un individuo no está dispuesto a ver las cosas de otra manera y sólo acepta su visión personal, la persuasión no servirá y procuraremos evitar el diálogo. Estar dispuestos a cambiar no significa tener un carácter variable.

Adoptar una actitud abierta es aceptar nuestros errores y permitirnos buscar alternativas que posibiliten mejorar la calidad de la comunicación.

Utilizar un código común

Es necesario utilizar un vocabulario común para las dos personas: busquemos aclarar los mensajes que demos y recibimos.

No podemos partir de suposiciones sobre lo que la otra persona quiere decir, o sobre lo que está diciendo. Debemos confrontar lo que percibimos con nuestro interlocutor.

Interés mutuo por comunicarse

Sin motivación para establecer un diálogo, resulta inútil utilizar cualquier iniciativa para comenzar la comunicación entre dos personas; por ello no podemos forzar el diálogo con nuestra familia, sino aprender a ser sensibles para aprender a ubicar el mejor momento para hacerlo, cuando haya disposición para ello; necesitamos conocer el mundo de nuestros hijos para lograr establecer un puente que nos permita acercarnos, un área común que facilite el acercamiento.

Libertad de expresión

Es necesario que haya capacidad de aceptación y respeto entre las dos personas que interactúan. Si la actitud es abierta y comprensiva por parte de la persona que recibe el mensaje, el que lo envía se sentirá con más libertad para hablar, sin que se genere una actitud de prevención a ser rechazado o juzgado, promoviendo como punto de partida para la comunicación la aceptación de la otra persona, y aprendiendo a desarrollar un diálogo espontáneo, cálido y sincero.

Es importante que permitamos los desacuerdos y la posibilidad de controvertir, ya que sólo a través del intercambio respetuoso de los puntos de vista de cada uno se podrá avanzar para acordar una solución que nos lleve a progresar en las dos partes.

Orientaciones prácticas

Las relaciones familiares se fortalecen a partir de la calidad de la comunicación que se fomente en la familia. Con base en esto, es útil entender que la comunicación comprende un intercambio afectivo de ideas, afectos, expresiones verbales y no verbales que nos facilitan acordar un significado para poder acercarnos.

Los padres pueden modelar el aprendizaje de los estilos de comunicación familiar a partir de su ejemplo. De la forma particular como la pareja exprese su afecto, sus sentimientos y emociones, depende el estilo escogido para solucionar los problemas. Por ello es útil que los padres periódicamente revisen su estilo de interacción y hagan los ajustes correspondientes que les permitan mejorar la calida de sus comunicación con la pareja y la familia (Rodríguez, 2001).

La comunicación se fortalece en cada etapa del proceso de crecimiento de quienes participan en ella. Las caricias y expresiones de afecto a través del contacto físico permitirán estrechar los lazos entre esas personas (Rodríguez, 2001).

Aprendemos a expresar nuestro afecto sin juzgar los sentimientos o emociones propios o del otro; permitamos que otros compartan lo que sentimos y enseñemos a nuestros hijos a hacerlo también, abriendo canales para que puedan valorar los sentimientos que emergen de acuerdo con las diferentes situaciones, sin descalificar a ninguno; más bien aprendamos a nombrarlos y a reconocer su aporte en cada caso.

La comunicación va cambiando a medida que los pequeños miembros de la familia van creciendo, por lo que los padres necesitan hacer los ajustes en las diferentes fases, según las necesidades del grupo (Rodríguez, 2001).

Aprendamos a conocer nuestra familia, su temperamento, la forma de manejar sus emociones, ritmo personal y forma de solucionar problemas, para que, "según eso", podamos orientar la comunicación de una forma diferente y eficaz.

La comunicación en la familia es como el oxígeno en la vida. Busquemos cualificarla para que sea un instrumento que nos permita crecer en forma sana con los seres que amamos (Rodríguez, 2001).

Comprensión del comportamiento

Desde que nace, la persona se expresa y manifiesta de manera singular. Cada individuos es único y aquí radica su riqueza como ser humano.

Por ello en el transcurso de su desarrollo, va afirmando su identidad a partir de su manera particular de percibir la realidad, así como de las experiencias que le van aportando un aprendizaje para dar una dirección a su vida (Rodríguez, 2001).

Comportamiento

El comportamiento, entonces, en cada individuo, resulta de una decisión propia de cómo responder y actuar, y se ve influido por el sistema de valores, creencias y conceptos personales que vamos construyendo. Obramos según la imagen que nos formamos de nosotros mismos.

Podemos afirmar (Rodríguez, 2001), que el comportamiento es el resultado de:

  • Herencia

Nuestras características físicas, como el color de los ojos, forma de la nariz, o la estatura, dependen de nuestra herencia genética, al igual que algunas de las características que forman nuestra personalidad, como el temperamento, el ritmo personal para hacer las cosas, y la inteligencia.

  • Atmósfera y valores familiares

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