La premisa fundamental de la globalización es que existe un mayor grado de integración dentro y entre las sociedades, el cual juega un papel de primer orden en los cambios económicos y sociales que están teniendo lugar. Este fundamento es ampliamente aceptado. Sin embargo, en lo que se tiene menos consenso es respecto a los mecanismos y principios que rigen esos cambios.
Las teorías económicas neoclásicas acentúan la preeminencia de las ventajas comparativas (Klein, Pauly y Voisin 1985), los métodos propios de las relaciones internacionales resaltan las variables geopolíticas (Keohane 1993, y Thompson 1991), mientras que las perspectivas desde la teoría de los sistemas mundiales subrayan los intercambios desiguales (Amin 1989; Frank 1979; Wallerstein 1991). Estas aproximaciones ofrecen contrastes en las interpretaciones del cambio a nivel mundial.
De manera más particular, las principales áreas de disputa en términos de la teoría de la globalización tienen relación con: (a) el hecho de que los países pueden tener más de tres áreas de colocación en el sistema mundial: centro, semiperiferie y periferie (Schott 1986); (b) las características de posición de varios países en cuanto a compartir un mismo patrón de relaciones pueden estar relacionadas con la formación de "camarillas" o grupos de fuerte o estrecha relación entre ellos y débil agrupación con el resto, ocurriendo esta situación especialmente a niveles regionales (Snyder 1989); (c) Aún dentro de una misma posición de países, por ejemplo dentro de la periferie, se pueden detectar variaciones significativas entre las naciones, tales como tamaño de las economías, demanda efectiva interna, estructura de exportación, y niveles de crecimiento y desarrollo económico (Smith 1992); y (d) existe fuerte evidencia de que los patrones de concentración económica entre naciones, especialmente en los campos del comercio internacional y de las finanzas mundiales; estos rasgos estarían asociados a los niveles de desarrollo que son abordados con insistencia por autores de la corriente teórica del neoestructuralismo en el desarrollo (Cardoso 1992).
La globalización como una teoría del desarrollo
En términos generales la globalización tiene dos significados principales:
Como un fenómeno, implica que existe cada vez más un mayor grado de interdependencia entre las diferentes regiones y países del mundo, en particular en las áreas de relaciones comerciales, financieras y de comunicación;
Como una teoría del desarrollo, uno de sus postulados esenciales es que un mayor nivel de integración está teniendo lugar entre las diferentes regiones del mundo, y que ese nivel de integración está afectando las condiciones sociales y económicas de los países.
Los niveles de mayor integración que son mencionados por la globalización tienen mayor evidencia en las relaciones comerciales, de flujos financieros, de turismo y de comunicaciones. En este sentido, la aproximación teórica de la globalización toma elementos abordados por las teorías de los sistemas mundiales. No obstante, una de las características particulares de la globalización, es su énfasis en los elementos de comunicación y aspectos culturales.
Además de las relaciones tecnológicas, financieras y políticas, los académicos de la globalización argumentan que importantes y elementos nunca antes vistos de comunicación económica están teniendo lugar entre naciones. Esto se pone de manifiesto preferentemente mediante novedosos procesos tecnológicos que permiten la interacción de instituciones, gobiernos, entidades y personas alrededor del mundo.
Características de la globalización
Los principales aspectos de la globalización son resumidos en los puntos siguientes:
Los sistemas de comunicaciones globales están teniendo un crecimiento importancia en la actualidad; es por medio de estos procesos que las naciones, grupos sociales y personas están interactuando de manera más fluida tanto dentro como entre naciones;
Aún cuando los sistemas más avanzados de comunicación están operando preferentemente entre las naciones más desarrolladas, estos mecanismos también están haciendo sentir sus efectos en las naciones menos avanzadas. Esta situación puede permitir la interacción de grupos a partir de las naciones más pobres en su comunicación con otros centros más desarrollados de manera más fácil. En esto cobraría sentido hasta cierto punto el pregonado principio de la aldea global en cuanto a las comunicaciones y las transacciones comerciales y financieras;
Respecto a las actividades económicas, los nuevos avances tecnológicos en las comunicaciones están llegando a ser cada vez más accesibles a pequeñas y medianas empresas locales. Esta situación está creando un nuevo escenario para las transacciones económicas, la utilización de los recursos productivos, de equipo, intercambio de productos y la presencia de los "mecanismos monetarios virtuales". Desde una perspectiva cultural, los nuevos productos para la comunicación están desarrollando un patrón de intercambio e interconexión mundiales;
El concepto de minorías dentro de los diferentes países está siendo afectado por los patrones de comunicación. A pesar de que las minorías pueden no estar completamente integradas dentro de los nuevos circuitos de comunicación, reciben las influencias incluyendo el hecho de que los sectores de mayor poder económico y político si se están integrando en la nueva esfera de interconexión. En última instancia continua el factor de que son las élites de negocios y políticas las que determinan las decisiones políticas dentro de los estados-nación;
Elementos de índole económica y social que se haya bajo la influencia de las condiciones actuales del fenómeno de la globalización ofrecen circunstancias dentro de las cuales se desarrollan las condiciones sociales dentro de los países.
Con base en los principales aspectos que incluye la teoría de la globalización, los principales supuestos de esta teoría se resumen en los siguientes. Primero, factores económicos y culturales están afectando cada aspecto de la vida social de una manera cada vez más integrada. Segundo, en las condiciones actuales y respecto a los estudios específicos de particulares esferas de acción -por ejemplo comercio, finanzas o comunicaciones- la unidad de análisis basada estrictamente en el concepto de estado–nación tiende a perder vigencia. . En particular las comunicaciones están haciendo que esta categoría no posea como antes, una preponderancia causal en muchos aspectos del comportamiento a nivel de naciones.
Uno de los elementos claves de la globalización es su énfasis en el estudio de la creciente integración que ocurre especialmente entre las naciones más desarrolladas. Esta integración afecta especialmente las áreas de comercio, finanzas, tecnología, comunicaciones y coordinación macroeconómica (DeMar 1992; Carlsson 1995). A nivel subsistémico, es decir dentro de las sociedades de los países, se observa un fenómeno de integración social, pero también de creciente discriminación y marginalidad económica en varios sectores (Sunkel 1995; Paul 1996; Scholte 1996).
Durante los últimos años, el término globalización ha sido utilizado preferentemente en relación con la revolución tecnológica en el área de comunicaciones y la creación del cyberespacio. Sin embargo, uno de los principales argumentos ya substanciales con las condiciones actuales de la economía y los flujos informativos, que incluso formulaba el concepto de la "globalización de los mercados" en sus formas actuales, puede ser encontrado en un artículo de 1983 firmado por Theodore Levitt en el Harvard Business Review.
El aspecto funcionalista de la globalización es el que distingue esta teoría del concepto de la internacionalización económica. De conformidad con Peter Kickens, la globalización contiene procesos que son cualitativamente distintos de la internacionalización. En ellos se involucra no solamente la extensión geográfica de las actividades económicas, procesos de internacionalización, sino también y más importante, la integración funcional de actividades que antes se encontraban dispersas. Esto último siendo el rasgo peculiar de la globalización dentro de las innovaciones tecnológicas más recientes. El actual proceso de globalización redunda, por ello, en la formación de unidades funcionales a nivel planetario.
Perspectiva histórica de la globalización
Una vez situado el término cultura en lo relativo a sus antecedentes, resulta provechoso observar la perspectiva histórica del fenómeno de la globalización, tomando en consideración que el proceso de integración funcional de actividades dispersas de la sociedad global se acelera con el surgimiento y evolución de las relaciones capitalistas de producción. En el comportamiento de esta dinámica incidieron múltiples factores, destacándose los procesos de acumulación que dieron lugar al desarrollo de ese modo de producción durante los siglos XV y XVI.
Parafraseando a Marx según su análisis en el Manifiesto Comunista se podría indicar: que un lugar de particular importancia en el desarrollo de una sinergia global, lo desempeñó la formación y desarrollo del mercado mundial, mediante el cual la producción y el consumo de todos los países tiende a asumir un carácter cosmopolita. En este contexto los resultados han sido variados, siendo notorio la sustitución de industrias cuya introducción se transforma en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, y que ya no emplean materias primas de un sólo país, sino, trasladadas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo terrestre.
De lo expresado se puede apuntar que los aspectos culturales han acompañado simultáneamente los procesos políticos, económicos y militares. Por lo que la reflexión sobre la dimensión social y cultural de la globalización está profundamente vinculada con una mayor composición orgánica y técnica del capital, con una mayor intensificación de las relaciones sociales de producción y con el avance del colonialismo, los cuales, en su conjunto han puesto en contacto las más diversas costumbres de vida y de solución de los problemas de existencia humana.
Se puede indicar que el contenido social y cultural como proceso, que remite a la dinámica de la globalización son aspectos que han estado presentes a lo largo de la historia de la humanidad, y particularmente, su mayor omnipresencia ha estado asociado a las relaciones capitalistas de producción. Hace 153 años Marx y Engels (marzo de 1848), refiriéndose a los aspectos señalados expresaron:
"En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales surgen nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de regiones y naciones que se bastaban asímismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material como a la intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal"
Lo planteado permite observar que el proceso de universalización de las relaciones sociales de producción material e intelectual, es un fenómeno que tiene una socialización intensiva o unidad de lo diverso con el devenir de las relaciones capitalistas de producción, debido a la vocación universal del capital, lo cual está ligado también a la cultura de consumo que promueve y a los modelos de desarrollo que estimula, acelerando el proceso de "socialización del sistema". Tal proceso por su naturaleza y sus mayores alcances es reconocido a fines del siglo XX, casi unánimemente por sus analistas como globalización.
El concepto de globalización en su carácter general se presenta con un carácter ambiguo, al admitir distintos contenidos. Ello es manifestación de que este proceso es una tendencia histórica resultante de diversos procesos sociales de alcance mundial, que apuntan hacia una sinergia global interconectando diferentes regiones y países, en virtud de múltiples y complejas interrelaciones, incluyendo no sólo el aspecto económico, sino también social, político, ideológico y cultural. Como tendencia este proceso produce interconexiones de organizaciones sociales geográficamente distantes entre sí e intensifica interconexiones preexistentes
Por consiguiente, la globalización en su aspecto social conduce a una reorganización del espacio geográfico, al viabilizar una creciente interacción e interdependencia de las distintas unidades constitutivas del sistema mundial, lo cual lleva a modificar los ámbitos de acción de sus actores, adquiriendo matices heterogéneos en correspondencia con las interrelaciones que se producen.
A nivel esencial la globalización es un proceso objetivo, resultado del desarrollo de las fuerzas productivas y de la cada vez más desplegada intensificación de las relaciones sociales de producción a lo largo y ancho del escenario mundial intervinculando localidades distintas y distantes, en un mundo heterogéneo en lo económico, social, cultural, demográfico, político e histórico. Esta heterogeneidad, integra a la globalización de una naturaleza compleja y multifacética, tanto por los ámbitos diferentes de la vida social en que se desenvuelve, como por sus impactos, los cuales, también son heterogéneos en su perspectiva socio-clasista y en sus efectos, sobre las diferentes regiones, países y clases sociales.
A partir de la idea anterior y atendiendo a los contenidos diferentes que se le asignan al proceso de globalización es posible identificar "procesos globalizadores o globalizantes", como un conjunto de fenómenos en plural
Partiendo de ello en este artículo se utiliza la dimensión de globalización cultural refiriéndose a esta como lo concreto, es decir como un fenómeno que sintetiza distintos aspectos de la realidad social, en lo que es conveniente apuntar que tal concepción, no debe valorarse como equivalente de que las características de este proceso son homogéneas a lo largo y ancho del escenario mundial.
Criterios en torno a la dimensión cultural de la globalización
En su acepción cultural la globalización es conceptualizada de distintas maneras, de un parte, existen autores que la definen como: "la fase actual de la modernidad entendida como un intento de unificar los imaginarios culturales mundiales, que se diferencia de la anterior por la existencia de múltiples actores".
Este concepto sugiere que la globalización en lo cultural tiene como centro a la modernidad, la cual en la teoría es entendida de diversas formas. Por un lado, se le alude como una noción de progreso, sin embargo por otra parte, es interpretada como una visión totalizadora de la realidad; como un fenómeno que no comporta un conjunto de valores o intereses en sí misma, y que se conforma por medio de la matriz del poder y las estructuras del sistema de clases donde está enraizada.
Esta concepción vista de manera unilateral tiende a mutilar el carácter objetivo de la globalización en su aspecto cultural, debido a que se tiende a concebir sólo el carácter impositivo con que ha actuado la modernidad desde la lógica dominante de los centros de poder. A nuestro entender, es de particular importancia para el análisis de la dimensión cultural de la globalización reconocer que "el papel histórico progresivo del capitalismo puede resumirse en dos breves tesis: aumento de las fuerzas productivas del trabajo social y socialización de este".
Desarrollo histórico de la globalización
La semántica de la globalización, es decir, el estudio del significado de una palabra que en los años noventa ha entrado a formar parte del lenguaje común prestándose a una multiplicidad de interpretaciones, induce a definir la globalización como un concepto polisémico. La expresión globalización otorga unidad lingüística a una pluralidad de significados, esto es lo que constituye la riqueza interpretativa y disciplinar y también su intrínseca ambigüedad política. En una primera aproximación, por globalización se entiende la liberalización del comercio y la desregularización de los movimientos de capitales a escala mundial con el fin de universalizar el modelo de crecimiento económico y de sociedad occidental. Con la expresión pensamiento único, acuñada por Ignacio Ramonet, director de "Le Monde Diplomatique", se entiende concretamente, como el proceso de occidentalización del planeta, la reducción de las diversidades locales (económicas, culturales, étnicas, ambientales) a la única racionalidad tecno-científica de los países desarrollados con la generalización y la implosión de la lógica de las empresas transnacionales y del capital financiero. Los organismos internacionales encargados de imponer la racionalidad occidental son el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco mundial (BM) y l Organización Mundial del Comercio (Wto). Las crisis financieras de los años noventa, en particular la crisis mejicana (1994-95) y la asiática (1997), han dado impulso a la organización de la resistencia internacional contra los efectos desbastadores de la globalización sobre las poblaciones de los países pobres y de reciente industrialización. El intento fallido de la millennium round del Wto (Seattle, 2 de diciembre de 1999) gracias a las movilizaciones militantes de las más diversas organizaciones no gubernativas (sindicatos, organizaciones de consumidores, ecologistas, ATTAC), ha demostrado que la organización de una "globalización desde la base" es posible sobre el propio terreno de las tecnologías más sofisticadas (Internet) que han contribuido a acelerar los procesos de "globalización desde arriba".
La victoria de Seattle (Stop Wto Round, Paremos la "Ronda del milenio" de la OMC, Nada será como antes), también ha revelado la insuficiencia política de los análisis de la globalización en la óptica del "pensamiento único". Según sus teóricos, el significado de la victoria de Seattle se resume en el retorno de la primacía de la representación democrática sobre las lógicas mercantiles, financieras y tecnocráticas. La salida política de la resistencia a la globalización consiste en la constitución de grupos parlamentarios llamado a trabajar sobre problemas del comercio, de los derechos de propiedad intelectual, de los bosques, de los recursos hidraúlicos, de la enseñanza, de la sanidad, de la explotación infantil. El objetivo político es construir una "verdadera democracia internacional".
El análisis crítico que sostiene el éxito político de la revuelta (parlamentarismo supranacional) contra una globalización que privilegia la circulación de las mercancías y del capital: la exportación de bienes, de servicios financieros y de capital es una ventaja exclusiva para los países del centro; en consecuencia, la resistencia política contra la globalización es interpretada como una primera victoria de los países del Sur contra las organizaciones monopolísticas y las clases parasitarias del Norte. El límite de este planteamiento, que pertenece a la totalidad de la historia de las teorías del imperialismo, es el separar el estudio de las perversiones del mercado global, del análisis de los procesos productivos que están en el origen de estas mismas disfunciones de la circulación de las mercancías y de los capitales. El eslogan anglosajón "Fix it or nix it", "ajusta o elimina" es la regla de des-organización de instituciones como el Wto, revela la combinación irresuelta de crítica reformista y de iniciativa política que caracteriza el esquema de interpretación de la globalización según los teóricos del imperialismo.
La globalización se inscribe en la constitución del mercado mundial, definida por Marx como el máximo resultado histórico del capital. La generalización de la explotación de la fuerza de trabajo a escala planetaria como "presupuesto y resultado de la producción capitalista" es el elemento de continuidad de la globalización en el interior del desarrollo histórico del mercado mundial. En esta trayectoria histórica, el crecimiento del comercio exterior y del dinero mundial contribuye en la globalización del capital como relación social, una relación que se articula con la división internacional del trabajo y con las relaciones jerárquicas entre estados-nación. La actual fase de la globalización está marcada por un mercado mundial en plena recomposición sobre la base de la intensificación de los flujos de comunicación, de la deslocalización y concentración industrial, de la internacionalización de los mercados de bienes y servicios (aldea global), de la financiarización de los procesos de acumulación (multiplicación de los mercados bursátiles), del desmantelamiento del estado social y de la redefinición del peso específico de las potencias económicas. En este proceso de globalización de las relaciones capitalistas de producción, la división técnica del trabajo converge en el espacio más rápidamente que el costo de reproducción de la fuerza de trabajo, de tal forma que los diferenciales salariales son utilizados para la construcción reticular de las empresas a escala transnacional como indicación de la "concentración sin centro", para la descentralización flexible, controlada y coordinada de las empresas de los países-centro.
La economía mundial nunca ha sido solamente una economía internacional, es decir, una economía fuertemente orientada hacia el exterior sino que las principales entidades son las economías nacionales. La determinación de relaciones asimétricas, vehiculadas por el sistema monetario y financiero internacional, entre Centro y Periferia, Norte y Sur, desarrollo y subdesarrollo, representa de siempre, incluso en el periodo del gold estándar, el elemento global para el crecimiento económico internacional. No es ni siquiera imaginable, en contraposición al esquema de la economía puramente inter-nacional, una economía completamente globalizada, un sistema mundo en el que las economías nacionales aisladas son sometidas y rearticualdas por el sistema de procesos y transacciones que se autonomizan completamente de los enraizamientos sociales de las economías locales. Con la globalización la determinación local (metropolitana) y regional de los procesos de producción y de distribución de la riqueza mantiene y además refuerza de manera conflictiva la dimensión inter-nacional en el interior de la economía global. La hibridación entre dimensión inter-nacional y la vocación global del desarrollo económico mundial explica el paradójico resultado del análisis evolucionista de estudiosos como P. Hirst, G. Thompson [Hirst, P., Thompson, G., La globalizzazione dell"economia, Editori reuniti, Roma 1997], según los cuales la economía mundial era, comparativamente, más "global" en el periodo entre el 1870 y el 1914 (mayor intensidad del movimiento de capitales para inversiones directas en el exterior y mayores flujos migratorios) y aún más "inter-nacional" en el periodo entre el 1980 y los años noventa (mayor concentración productiva y logística en los países de origen de las propias empresas multinacionales).
El mérito de las interpretaciones "continuistas" de la globalización, más que en la propuesta de reforzar la gestión institucional y la regulación inter-nacional de la economía mundial, consiste en demostrar a que impasse conducen los análisis de la globalización que no ponen en el centro de atención las modificaciones de los modos de producción y las transformaciones de la naturaleza del trabajo. Las consecuencias de la globalización sobre la vida de las personas en los países desarrollados, más que en los países pobres o en vías de desarrollo, las especificaciones de los movimientos de capitales y del nuevo capital financiero desde el punto de vista del ahorro obrero (renta de pensiones) y la financiarización de las economías domésticas, el análisis de las nuevas formas de la violencia organizada en la edad global, son interpretaciones del fenómeno de la globalización que tienden a individuar los elementos de discontinuidad en el proceso histórico de creación del mercado mundial.
En el modelo de crecimiento postfordista la esfera de la circulación de las mercancías está sometida directamente a los procesos de producción y valorización del capital, es decir, que a la vez define en términos de biopolítica las modalidades de control, de regulación y de reproducción de la fuerza de trabajo a escala planetaria. La crisis de la relativa autonomía de las regulaciones monetarias del ciclo económico, la subordinación de las políticas de los bancos centrales, en primer lugar, de la Reserva federal a las dinámicas de los mercados bursátiles y a la valorización de los fondos de pensiones, son la otra cara de la subsunción directa de la circulación a la producción de la riqueza social. Con la liberación de los fondos de pensiones y del ahorro colectivo para los títulos de deuda del estado social y los títulos de acciones y obligaciones de los mercados bursátiles se certifica el carácter omnívoro de los procesos postfordistas de producción de riqueza, la "puesta a trabajar" de la propia vejez con la superación de la separación keynesiana entre ahorro e inversión.
La naturaleza lingüística del trabajo postfordista y la virtualización de los procesos técnico-productivos (digitalización de los sistemas productivos, aceleración de los flujos de información y superposición de la dimensión producto y de la dimensión servicio de las mercancías) modificando radicalmente el cuadro de procesos de producción de riqueza a escala mundial. Bajo este perfil, la globalización es definible como paso de las clásicas dinámicas del imperialismo a la lógica del Imperio. La globalización como imperio es la organización mundial de la subsunción de la circulación en la producción, la "puesta a trabajar" de la vida de la fuerza de trabajo en la fábrica global. La cara oculta monetaria de la subsunción real es la desinflacción, el crecimiento no-inflaccionista, la producción de una excedencia estructural de riqueza social que las tradicionales maniobras sobre tasas de interés para la regulación de los ciclos económicos ya no logran vehicular sin agravar la inestabilidad del sistema financiero global. Con la globalización del imperio las crisis financieras están circunscritas, aunque eso no corta de ninguna manera la gravedad de sus efectos sobre las poblaciones locales. Las exportaciones de mercancías y capitales que han caracterizado al imperialismo histórico, la globalización añade la exportación del ahorro colectivo en búsqueda de rendimientos tales como contrabalancear los efectos monetarios del crecimiento no-inflaccionista (no intermediación bancaria como resultado de la reducción progresiva de las tasas de intereses). En este proceso, la inestabilidad financiera y monetaria global está determinada por movimiento de capitales a corto plazo, movimientos condicionados cada vez menos por la especulación "en sí", pero cada vez más determinadas por tasas de envejecimiento y por los ciclos de vida de las poblaciones de los países-centro. La presión demográfica de los países de las periferias del imperio aumenta con el aumentar de la subsunción real.
El paso del imperialismo al imperio problematiza el esquema jerárquico de la división internacional del trabajo y las asimetrías entre Centro y Periferia porque con los flujos de valores a escala mundial, con la distribución desigual de la riqueza, efectúa resistencia el cuerpo de la fuerza de trabajo global, su multiplicidad. Para funcionar, el imperio debe ejercitar un control sobre la reproducción de la fuerza de trabajo que tiende a anular la diversidad identitaria (étnica, religiosa, cultural) generando blur communities, comunidades de la indistinción. La lógica financiera que caracteriza la globalización imperial balcaniza el cuerpo de la fuerza de trabajo global en el momento mismo en el que dicta las políticas económicas de los gobiernos de los estados-nación.
La ejemplaridad de la "guerra humanitaria" de los Balcanes consiste en haber puesto en evidencia la contradicción entre las políticas financieras globales, las intervenciones del FMI y de la comunidad financiera internacional que a partir de los primeros años ochenta, han llevado a la progresiva disolución de la vertiente institucional de la ex Yugoslavia, generando altas tasas de paro y pobreza, y la explosión de la multiplicidad del cuerpo de la fuerza de trabajo de los Balcanes con la forma de la guerra étnica. El carácter humanitario de la intervención de la NATO ha puesto en crisis la centralidad del cuerpo de la fuerza de trabajo, la centralidad del tenerse cuidado del cuerpo en todas las dimensiones de la época imperial de la globalización, el conflicto irresuelto entre la determinación supranacional de los procesos de acumulación y la ontología del cuerpo colectivo, su naturaleza irreductiblemente múltiple. En el imperio de la globalización los derechos humanitarios son similares a los elementos inmateriales, la componente de servicio de los productos, con la diferencia que para los productos el elemento inmaterial define relaciones de reciprocidad, mientras en el caso de los derechos el elemento inmaterial los define como conceptos sin cuerpo, actos lingüísticos que se realizan disolviendo los lazos de reciprocidad, balcanizando la naturaleza colectiva del cuerpo humano. Después de Seattle, solamente la república de las multitudes puede contraponerse a la globalización.
La globalización desde 1492 a 1945, del mercantilismo al capitalismo en nuestros días
La necesidad de un método válido y confiable apareció como una exigencia fundamental para el quehacer científico. Los espíritus más progresistas se dispusieron a buscar nuevos criterios metodológicos. Los límites espaciales y cronológicos del mundo moderno
El prisma eurocentrista desde el que se concibe la edad moderna es la consecuencia de la valoración que el pensamiento europeo-occidental ha hecho de unos procesos básicos y característicos de la cristiandad occidental a lo largo de un dilatado periodo de tiempo. En este sentido, la geografía de la modernidad estará delimitada por Europa, concretamente Europa occidental, y por la magnitud de la expansión de su civilización desde el inicio de los tiempos modernos.
Pero la conceptualización del mundo moderno y sus límites espaciales y cronológicos son objeto de diferentes aproximaciones desde la propia historiografía de Europa occidental. La historiografía tradicional francesa, por su lado, considera que la edad moderna transcurre entre los siglos XVI y XVIII, situando sus comienzos en torno a la caída de Constantinopla en 1453, al descubrimiento de América en 1492 y al fenómeno cultural del renacimiento, en tanto que emplaza su final en el derrumbamiento de la vieja monarquía y el proceso revolucionario iniciado en 1789 (Revolución Francesa), con el que se iniciaba la contemporaneidad. En cambio, en la historiografía anglosajona el término "moderno" hace referencia a un periodo más prolongado y móvil. En consecuencia, la duración de los tiempos modernos tradicionalmente se ha situado tras el renacimiento, hacia el año 1600, y su final tiende a prolongarse en el tiempo hasta el siglo XX. La delimitación de su ocaso puede variar según las diferentes historiografías, en virtud del propio ritmo histórico de cada pueblo: por ejemplo, en 1848, en las naciones de Europa central; o en 1917 para Rusia.
De cualquier modo, y aunque la historiografía occidental ha tendido a situar la edad moderna entre los siglos XVI y XVIII, la consideración de acontecimientos puntuales de singular relieve en modo alguno son significativos sin la valoración de los procesos de cambio a nivel estructural en el devenir de las sociedades. Así, los inicios de la edad moderna difícilmente pueden ser comprensibles sin atender al despertar del mundo urbano en Occidente desde el siglo XIII, al clima de intenso debate religioso que preludia la Reforma iniciada en el siglo XVI, a los primeros síntomas de cambio en los comportamientos de la economía hacia formas precapitalistas o al proceso de conformación de los primeros estados modernos desde finales del siglo XV. Del mismo modo, el final de la edad moderna habrá de ser igualmente flexible en virtud de los procesos constitutivos de la quiebra y desintegración del Antiguo Régimen, cuya transición tendrá un ritmo y una duración variable según las diferentes realidades históricas de cada pueblo, y que a grosso modo podemos dilatar desde finales del siglo XVIII hasta el siglo XIX, y aún en algunos casos hasta el propio siglo XX. En consecuencia, las transiciones hacia la modernidad y hacia el fin de la misma diluyen sus límites tanto en el Medievo como en la contemporaneidad.
Los rasgos esenciales de la modernidad
La modernidad en su origen y en su esencia es un fenómeno europeo, pero la emergencia, extraversión y expansión de Europa le conferirán una dimensión mundial, a través de la presencia y la interacción de los europeos con otras civilizaciones de ultramar.
Como fenómeno esencialmente europeo los rasgos de la modernidad ilustran unas pautas de cambio profundo en la configuración del universo social, no sin variaciones según los diferentes pueblos de Europa. En el ámbito de las creencias, el hecho más elocuente del inicio de la modernidad es la quiebra de la unidad cristiana en Europa central y occidental, precedido del agitado caldo de cultivo de las herejías y las contestaciones críticas a la Iglesia romana en la baja edad media y que culmina en la Reforma protestante y el inicio de un largo ciclo de las guerras de Religión desde principios del siglo XVI. Asimismo, la secularización del saber, la consolidación de la ciencia y el avance del librepensamiento, basados en el pilar de la razón, generarán actitudes críticas hacia las religiones reveladas.
Estos cambios en la atmósfera cultural y su manifestación en los avances tecnológicos revolucionarán los hábitos materiales de las sociedades europeas y su visión y relación con el entorno a escala planetaria. Los nuevos inventos, en la navegación y en el campo militar, por citar dos ejemplos, facilitarán los descubrimientos geográficos y la apertura de nuevas rutas de navegación hacia los mercados de Extremo Oriente y hacia el Nuevo Mundo. En un plano más amplio, el nuevo marco cultural perfilado en el renacimiento y el humanismo generarán un escenario en el desarrollo del saber donde el hombre ocuparía un lugar central, cuya proyección alcanzaría su más elocuente forma de expresión en el espíritu de la Ilustración en el siglo XVIII y la configuración de Europa como paradigma de la modernidad.
Desde una perspectiva socioeconómica, la lenta pero progresiva implantación de formas protocapitalistas, vinculadas al desarrollo del mundo urbano desde los siglos XII y XIII, y el creciente peso de la actividad mercantil y artesanal en unas sociedades todavía agrarias, irán definiendo los rasgos de la sociedad capitalista. Aquellas transformacio.es económicas transcurrirán paralelas al proceso de expansión de la actividad económica de los europeos en otros mercados mundiales, bien ejerciendo unas relacio.es de explotación sobre sus dependencias coloniales o bien en un plano más igualitario, en primera instancia, en otras áreas del globo, como expresión de la emergencia mundial de las potencias europeas. Asimismo, conviene observar la traslación del eje de la actividad económica, y también geopolítica, desde el Mediterráneo, que no obstante seguirá jugando un papel crucial en la historia de los europeos en su relación con ultramar, hacia el Atlántico.
Las transformacio.es económicas transcurrieron. Parejas e indisociables a ciertos cambios en la estructura social del Antiguo Régimen. Entre éstos, el protagonismo de nuevos grupos sociales muy dinámicos en su comportamiento, tradicionalmente asimilados al complejo concepto de burguesía, los cuales recurrirán a distintas estrategias tanto de corte reformista como revolucionario para su promoción social y política y la salvaguardia de sus intereses económicos. Movimientos que no convienen simplificar y superpo.er a otros fenómenos sociales que atañen a otros sectores de la población, tanto agraria como urbana, de carácter más revolucionario, como se pueden observar en el siglo XVII en el marco de la revolución inglesa; o las estrategias de los grupos tradicionales de poder para frenar o .neutralizar esos movimientos mediante la cooptación de esa burguesía emergente o mediante el recurso a prácticas represivas. De cualquier modo, estas pautas de transformación social conducirían con mayor o menor celeridad y con las peculiaridades propias de cada sociedad a la antesala del ciclo de revolucio.es burguesas que se iniciaría desde finales del siglo XVIII y que supondría, en términos generales, el desmantelamiento del Antiguo Régimen.
Desde la perspectiva política, el fenómeno más relevante es la configuración del Estado moderno, las primeras monarquías nacionales, las cuales se irán abriendo paso a medida que se diluya la idea medieval de imperio cristiano a lo largo de las luchas de religión del siglo XVI. El nacimiento del Estado moderno concretará la expresión de nuevas formas en la organización del poder, como la concentración del mismo en el monarca y la concepción patrimonialista del Estado, la generación de una burocracia y el crecimiento de los instrumentos de coacción, mediante el incremento del poder militar, o la aparición y consolidación de la diplomacia, conjuntamente al desarrollo de una teoría política ad hoc. Fórmulas que culminarían en el Estado absolutista del siglo XVII o en los despotismos ilustrados del siglo XVIII, pero que no pueden ocultar la complejidad de la realidad política europea y el desarrollo de modelos de gobierno alternativos, como las formas parlamentarias que se fueron implantado desde el siglo XVII en Inglaterra, y que vaticinan en la práctica y en sus teorizacio.es el posterior desarrollo del liberalismo.
En su dimensión internacional, la emergencia y la configuración de la Europa moderna perfilarán una nueva visión y una inédita actitud hacia el mundo, y en esa perspectiva la modernidad implica el inicio de los encuentros, y también desencuentros, con otras civilizacio.es a lo largo del globo.
Os descubrimientos geográficos y las nuevas posibilidades habilitadas por las innovacio.es técnicas transformarán radicalmente la visión que del mundo tendrían los europeos. Un cambio de actitud que conjuntamente con las transformacio.es socioeconómicas, culturales y políticas llevará a los europeos a expresar su extraversión hacia ultramar y concretar en el plano internacional la emergencia de Europa. En ese proceso, los europeos entrarán en contacto con otros mundos y con otras civilizacio.es, no siempre con un ánimo dialogante, sino con la pretensión de impo.er sus formas de civilización, o dicho de otro modo, con la intención de crear otras Europas, siempre que encontraran las circunstancias adecuadas para hacerlo. Es cierto que en el caso de América, el Nuevo Mundo se convirtió en el punto de destino de las utopías del viejo continente, pero en el plano ge. Eral de la política europea hacia estas áreas, como más adelante ocurriría con. La expansión europea por otros continentes, se plantearía en términos de desigualdad en favor de las metrópolis europeas.
Por último, la emergencia y la progresiva hegemonía mundial europea acabaría influyendo en el desarrollo de las relacio.es internacionales, en la misma proporción que su expansión por el globo, aún lejos a finales del siglo XVIII de lo que sería la culminación de las prácticas imperialistas y de la hegemonía europea en vísperas de la I Guerra Mundial. La crisis del universalismo imperial y pontificio (la Christianitas medieval) entre los siglos XIV y XVI dejará paso a una nueva realidad internacional europea definida por el protagonismo de los estados modernos, la pluralidad de los estados soberanos, y la configuración del "sistema de estados europeos", cuya acta de nacimiento bien puede datarse en la Paz de Westfalia de 1648. Los estados, y concretamente las grandes monarquías europeas de los siglos XVII y XVIII, serán el elemento predominante en las relacio.es internacionales de la edad moderna y al designio de éstos quedará relegadas la suerte de las posesio.es europeas de ultramar y las posibilidades de penetración en otros mercados extraeuropeos.
Cambios y permanencias en el mundo moderno
Buena parte de la historiografía modernista sigue manteniendo una división trifásica de la evolución de dicho periodo histórico, aunque introduciendo matices y observacio.es que se han ido suscitando a medida que se ha ido revisando la historiografía tradicional occidental. En este sentido, se distingue un primer periodo, ajustado a un "largo siglo XVI", entre mediados del siglo XV y las últimas décadas del siglo XVI, de nacimiento de los tiempos modernos y en el que se comienzan a manifestar con notoria claridad los rasgos de la nueva época y la disolución del mundo medieval; un periodo de reajuste y crisis, entre las últimas décadas del siglo XVI y las décadas centrales de la segunda mitad del siglo XVII, marcado por tensio.es sociales y económicas de desigual impacto en los diferentes estados, reajustes en la correlación de fuerzas entre las potencias europeas a lo largo de la guerra de los Treinta Años, y de cambios importantes en las fórmulas de organización del poder en los estados; y una tercera etapa, iniciada en las décadas finales del siglo XVII hasta las últimas décadas del siglo XVIII, con el inicio del ciclo revolucionario, caracterizado por la recuperación económica y demográfica, aunque en algunos casos perdurará el estancamiento, el desarrollo del espíritu de la Ilustración y la consolidación de dos modelos políticos (el despotismo o el absolutismo ilustrado) y la monarquía parlamentaria inglesa, junto a otros factores indicativos de cambio en términos político-ideológicos, como la Independencia estadounidense y la Revolución Francesa, o en términos socioeconómicos a raíz de las primeras manifestacio.es de la industrialización en Inglaterra.
Pero en la consideración crítica de los cambios y los rasgos de la modernidad se ha de ser extremadamente cauteloso al estudiar las diferentes realidades históricas de los pueblos y los estados, considerando su propia idiosincrasia y su propio ritmo evolutivo, tanto dentro como fuera del ámbito europeo. Y asimismo, se ha de considerar el alcance social de los cambios y la inercia de las permanencias, puesto que a lo largo de la edad moderna es mucho más lo que permanece que lo que cambia respecto a la edad media, si apreciamos la estructura y los comportamientos demográficos, la naturaleza agraria de las sociedades europeas, o la naturaleza de las relacio.es sociales en el marco de la sociedad estamental. La misma apreciación se puede plantear para definir los límites de la edad moderna y el inicio de la contemporaneidad en virtud de la pervivencia del Antiguo Régimen, a raíz de las pautas de cambio y continuidad en las esferas económica, social, político-ideológica y cultural, en los diferentes pueblos y dentro de las mismas sociedades nacionales.
Edad Contemporánea
Periodo histórico que sucede a la denominada edad moderna y cuya proximidad y prolongación hasta el presente le confieren unas connotaciones muy particulares por su cercanía en el tiempo. Benedetto Croce, filósofo italiano de la primera mitad del siglo XX, afirmaba que la "historia es siempre contemporánea" y si ciertamente la historia tiene como centro al hombre, no menos cierto es que ésta tiene como centro al hombre actual. En consecuencia, si la visión del pasado remoto está condicionada por las circunstancias y la mentalidad del hombre actual, también lo estará, y en mayor medida, el pasado reciente tan cercano a su experiencia vital.
El término, acuñado desde la historiografía occidental y plenamente asumido como referencia cronológica, se aplica a un objeto histórico con entidad en sí mismo y, por tanto, no se le considera como un último tramo de la historia moderna. No obstante, la determinación de sus límites y su evolución siguen siendo objeto de controversia entre las distintas historiografías nacionales, en virtud de la diferente concepción en torno al significado de la contemporaneidad, o la posmodernidad, como la han denominado algunos especialistas. Desde la historiografía francesa, el concepto de contemporaneidad y de historia contemporánea se introdujo en la reforma de la enseñanza secundaria de Victor Duruy en 1867, estableciendo sus orígenes desde 1789. En la historiografía anglosajona, donde la concepción de la modernidad es más elástica, la contemporaneidad resulta más dinámica en la medida en que une al presente un pasado muy próximo. De cualquier modo, en toda la historiografía occidental persiste la controversia en torno a la naturaleza y el contenido semántico de lo contemporáneo. Un concepto que, asimismo, ha sido afrontado desde diferentes actitudes intelectuales a lo largo del tiempo, como puede apreciarse en el rechazo de la historia positivista de conferir la dignidad de la historia a la actualidad o el creciente interés desde la década de 1960 por abarcar el pasado más inmediato desde la historia, en diálogo permanente con las demás ciencias sociales. Desde esta perspectiva han ido aflorando, especialmente desde los años ochenta, los estudios sobre la historia del tiempo presente, u otras denominaciones como historia reciente o historia del mundo actual, para referirse a un periodo cronológico en que desarrollan su existencia los propios actores e historiadores.
La especificidad y los límites del mundo contemporáneo
En sus orígenes, la controversia sobre la especificidad y los límites del mundo contemporáneo se desarrolló dentro de un marco esencialmente occidental y eurocentrista, pero la compleja y heterogénea naturaleza de éste y los cambios sobrevenidos en Occidente han influido en la revisión de estos postulados hacia horizontes más amplios, acordes a la globalidad del mismo.
La cercanía en la memoria histórica, sus difusos contenidos por tratarse de procesos inconclusos que percuten en el presente y mediatizan el porvenir, la asincronía y las peculiaridades con que las sociedades se insertan o no en los parámetros de la contemporaneidad, así como su proyección hasta el presente y, por tanto, su carácter esencialmente dinámico y abierto, ilustran la especificidad de ésta respecto a otras eras del pasado.
Tradicionalmente, la historiografía europea occidental, y en concreto la francesa, ha emplazado los orígenes de la contemporaneidad en el ciclo revolucionario iniciado en 1789 (Revolución Francesa), enmarcándola más adelante en los cambios estructurales asociados a la disolución del Antiguo Régimen. La asunción de estos criterios, de cualquier modo, son vinculados por las diferentes historiografías nacionales a su propia singularidad histórica: 1808, en el caso español a partir de la guerra de la Independencia; 1848, en los países de Europa central a raíz de la oleada revolucionaria que tuvo lugar en aquella coyuntura (revoluciones de 1848); o el agitado periodo revolucionario entre 1905 y 1917 en la Rusia imperial que desembocó en la Revolución Rusa. La transición de una era a otra se asocia a dos procesos fundamentales: la aparición de la sociedad capitalista, cuyos síntomas iníciales y primer modelo se forjaron en Gran Bretaña con la primera Revolución Industrial; y las revoluciones burguesas, que irán jalonando la transición hacia un modelo social y hacia fórmulas de organización del poder diferentes de las del Antiguo Régimen. En la historiografía anglosajona, los inicios de la contemporaneidad se sitúan en el siglo XX, no sin disparidad de criterios a tenor de cómo se interprete el término. El historiador inglés Geoffrey Barraclough escribía en 1964 que la historia contemporánea "empieza cuando los problemas reales del mundo de hoy se plantean por primera vez de una manera clara", y que "hasta 1945 el aspecto más destacado de la historia reciente era el fin del antiguo mundo".
La proyección de la contemporaneidad hasta el presente constituye uno de sus rasgos más peculiares, pero precisamente esa cercanía al presente dificulta su periodización interna. Las opciones planteadas por los historiadores son múltiples, proponiendo desde la división en una alta y una baja edad contemporánea, la distinción entre un siglo XIX largo y un siglo XX corto, o la diferenciación entre la contemporaneidad propiamente histórica y la historia actual o del tiempo presente, cuyos límites internos son objeto de continua discusión. De cualquier modo, lo evidente es que el cambio de las estructuras, siempre lento y por debajo de la aceleración del tiempo histórico en determinadas coyunturas, se sitúa en un proceso de transición desde la modernidad al mundo contemporáneo, en el caso de mantener esa proyección lineal del tiempo, cuyos rasgos aparecen mejor delineados a medida que avanza el siglo XX, y en la que cada sociedad habrá trazado un itinerario con su propio ritmo y peculiaridades. Del mismo modo, se podría afirmar que el carácter global e interdependiente del mundo contemporáneo ha facilitado un mejor conocimiento del mismo y la constatación de la concurrencia de sociedades cuyos ritmos históricos son diferentes y que reaccionan de forma plurivalente hacia lo que Occidente ha definido como constitutivo de lo contemporáneo.
Los fundamentos de la contemporaneidad
Partiendo de estas consideraciones previas y enfatizando el fenómeno de la transición en la configuración de la contemporaneidad, desde una concepción amplia y global, y en la que conviven elementos de permanencia de la modernidad con las fuerzas y tendencias de cambio, conviene tener en consideración dos planteamientos previos: en primer término, la tendencia hacia la universalización de la civilización occidental, en clave de imposición, por lo general, a partir de su supremacía tecnológica y material y de la proyección de su modelo de sociedad como paradigma de modernización, que le ha llevado a desarrollar una relaciones desiguales con otras civilizaciones; y en segundo lugar, la presencia de otras civilizaciones, cuyas actitudes varían según el caso y los diferentes momentos históricos frente a la tendencia uniformizadora de Occidente y reivindicadoras de su propia identidad, sin cuya consideración difícilmente podría comprenderse el mundo contemporáneo.
En el ámbito de lo político, uno de los rasgos más ilustrativos de la contemporaneidad es la creación y extensión del Estado-Nación y de los fenómenos intrínsecamente vinculados al mismo, como el nacionalismo, cuyo nacimiento tuvieron lugar en el continente europeo y cuya generalización a lo largo de todo el globo están fuera de toda discusión. La reivindicación y extensión del derecho a la autodeterminación —esgrimido tanto desde planteamientos democráticos como marxistas—, el rebrote de los nacionalismos en Europa central y oriental (tras las revoluciones de 1989 y el final de la Guerra fría), el protagonismo de los estados en las relaciones internacionales o la descolonización ponen de relieve la vitalidad del Estado-Nación. Una realidad que, en modo alguno, puede ocultar las dificultades para plasmar ese concepto no sólo en el mundo extraeuropeo sino en partes de la vieja Europa, y que han sido a menudo motivo de sangrientos conflictos. En un mismo plano, habría que incluir los modelos político-ideológicos que generados y suscitados desde Europa habrían de tener una amplio eco en el mundo, como las formas liberales y democráticas, los fascismos o el socialismo, que según diferentes épocas y las distintas realidades sociales se intentaron plasmar con mayor o menor fidelidad o con un consciente afán de búsqueda de una adaptación original. En ciertos casos, el fracaso de estas fórmulas ha impulsado la búsqueda de soluciones originales inspiradas en la propia tradición, como puede observarse en algunos ejemplos del mundo islámico.
En el ámbito económico, el capitalismo se ha convertido en el marco conceptual y estructural sobre el que se configura la actual economía mundial. El proceso iniciado en Europa, concretamente en Gran Bretaña, y su progresiva expansión, no sin fuertes convulsiones y desequilibrios desde sus primeros momentos, ha alcanzado una dimensión planetaria. Tras los reajustes industriales, mercantiles y financieros posteriores a la II Guerra Mundial, el capitalismo ha generado unas posibilidades de consumo insospechadas. Un proceso posibilitado por los avances de la ciencia y de la tecnología y la creciente interdependencia económica, favorecido, entre otros factores, por la progresiva concentración de la riqueza, en manos de un pequeño grupo de estados, en entidades económicas como las multinacionales y en organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial que dictan las pautas de comportamiento económico de los estados. Un sistema que de forma permanente se ha basado en una relación desigual en favor de los actores que han mantenido una posición hegemónica en el sistema económico y fomentado unas relaciones de dependencia, antes bajo formas de colonización en la era del imperialismo o en la actualidad mediante la perpetuación de los desequilibrios Norte-Sur. Una influencia que también se ha manifestado en la propia concepción de las teorías y modelos económicos, y que se ha agudizado tras el fracaso del socialismo real y el escaso efecto de las propuestas realizadas en pro de un nuevo orden económico internacional más justo.
Uno de los cambios aparejados al desarrollo de las sociedades industriales en Europa desde el siglo XIX fue el cambio en el comportamiento demográfico y el crecimiento de la población. A lo largo del siglo XX, la explosión demográfica ha sido uno de los fenómenos de mayor relevancia y, de hecho, se ha convertido en uno de los grandes problemas globales que se le plantean a la humanidad de cara al próximo milenio. Asimismo, a lo largo del siglo XX se ha configurado y generalizado la sociedad de masas tendente a disfrutar de altos e igualitarios niveles de vida, consumo y bienestar, pero cuya materialización presenta grandes disfuncionalidades ya se trate de poblaciones que tienen acceso al desarrollo o viven sumidas en el subdesarrollo. Indudablemente, los problemas sociales que aparecen en cada universo social son radicalmente diferentes, pero en el caso de estas últimas se plantea la frustración ante el hito de la modernización y la experiencia vivida respecto a la misma. Estas condiciones plantean un desequilibrio constante para aquellas sociedades, provocando fenómenos complejos de alcance mundial como las migraciones desde el Sur hacia el Norte o la búsqueda de soluciones revolucionarias, que en ocasiones ponen de relieve las reticencias hacia Occidente o la debilidad de las estructuras incorporadas desde Occidente, por ejemplo el Estado-Nación, como se ha puesto de manifiesto en los estados centroafricanos a finales del siglo XX.
La fisonomía del mundo contemporáneo sería difícilmente comprensible sin apreciar la transcendental importancia del desarrollo de la ciencia y la tecnología, en especial en lo concerniente a la información y a las comunicaciones. La interdependencia y la globalidad del mundo, sintetizadas en la expresión de la "aldea global" de Marshall McLuhan, han sido posibles gracias a dichos avances. Asimismo, los avances en la ciencia han sobrepasado los límites del mundo occidental para mostrar un claro policentrismo en los focos de desarrollo de la ciencia, como bien refleja el papel que ha jugado Japón tras la II Guerra Mundial. Un desarrollo científico cuyas aplicaciones han alcanzado un altísimo grado de difusión a lo largo del globo, aunque los beneficios del mismo todavía sean objeto de una asimétrica distribución. La cultura y su amplio elenco de manifestaciones ha sido uno de los ámbitos que mejor ha reflejado y ha dotado de un nuevo lenguaje y una nueva imaginería a la contemporaneidad. La crisis de la posmodernidad manifiesta en el pensamiento filosófico, en las ciencias y en las expresiones artísticas han puesto de relieve las limitaciones sobre las que se habían basado los preceptos de la modernidad euro-occidental, y la necesidad de replantear sobre nuevas bases el conocimiento del cosmos y la naturaleza humana. En este proceso ha influido no sólo el propio devenir de la sociedad occidental y la crisis de civilización experimentada a lo largo del siglo XX, sino también el encuentro con otras formas de cultura y con otras civilizaciones.
Por último, el ámbito que mejor ilustra los nuevos signos del mundo contemporáneo son los cambios que han sobrevenido en la configuración de la sociedad internacional actual. Los dos últimos siglos han mostrado la transición desde una sociedad internacional forjada desde la hegemonía eurocéntrica, a partir de un modelo de equilibrio de poder entre las grandes potencias europeas y que culminó en los imperialismos de principios del siglo XX, hacia una sociedad internacional plenamente universalizada, cuyo alumbramiento corrió parejo a la crisis del poder de Europa a través de dos sangrientas guerras mundiales. La nueva sociedad internacional establecida sobre unos pilares decididamente universales, se fraguó tras 1945 sobre la lógica de la bipolaridad de dos superpotencias no europeas, los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y más adelante, al finalizar la Guerra fría, sobre una realidad policéntrica, cuyos contornos y definición son todavía objeto del debate sobre el denominado "nuevo orden mundial". La sociedad internacional tras 1945 ha sido el resultado de dos juegos de fuerzas: la dialéctica Este-Oeste, sobre la que se manifestó la Guerra fría, y la dialéctica Norte-Sur, cuya notoriedad fue mayor a medida que fue emergiendo una nueva realidad, el Tercer Mundo, cuya irrupción tuvo lugar con los procesos de descolonización. Una tensión que aflora en toda su complejidad en el final del siglo XX, mostrando no sólo las fisuras existentes entre el Norte y el Sur en términos socioeconómicos, sino en un plano más amplio, al evidenciar las tensiones entre civilizaciones. Una nueva sociedad internacional más vertebrada, en la medida en que se ha ido institucionalizando la multilateralización de las relaciones internacionales, y más compleja a tenor de la incorporación de nuevos actores, como los organismos internacionales, las organizaciones no gubernamentales, las multinacionales o las internacionales de los partidos, que sustraen protagonismo a la tradicional primacía de los estados. Y en última instancia, una sociedad internacional que expresa en su totalidad la interdependencia y la globalidad de los fenómenos y los acontecimientos del mundo contemporáneo.
En este trabajo se ha analizado el surgimiento de las diferentes civilizaciones y culturas del mundo que fueron evolucionando a través del tiempo.
Durante la prehistoria los hombres eran nómades, pero a medida que pasaba el tiempo se agruparon en tribus transformándose en sedentarios.
Con el surgimiento del trueque (neolítico) comienza la escritura, que se utilizaba para la contabilidad de sus productos. En el momento que surge la escritura comienza la historia, la cual se divide en varias edades caracterizada por diferentes acontecimientos.
Como conclusión se puede decir que varias culturas y civilizaciones que han tenido lugar en la historia del hombre, (como la egipcia, maya, azteca, etc.) han dejado sus legados que hemos utilizado como base de culturas y civilizaciones que se verifican en la actualidad.
Autor:
Alexander Villamizar
Hector Montoya
Jesus Davila
Lilian Sanabria
Pedro Martinez
Facilitador: Pedro Altuve
República Bolivariana de Venezuela
Ministerio del Poder Popular para la Educación Superior
U. B. V. Misión Sucre. Aldea "Concordia I" fin de semana.
Barinas, Estado Barinas.
PFG: Estudios Jurídicos.
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