La misión, una tarea que nos transforma, empodera y envía (página 3)
Enviado por Manuel Ismael León Limache
En cuanto a la identidad cultural de los pueblos, es necesario dar énfasis a lo propio de cada pueblo, es decir, su expresión cultural autóctona. Esta no puede ser arrasada por influencia de otras culturas. Toda reflexión y quehacer teológico debe tener en cuenta este aspecto y deben surgir a partir del continuo intercambio de experiencias con dicha cultura. En el caso de América Latina, cada pueblo tiene sus propios rasgos culturales, pero hay un eje común en la tarea pastoral: el fervor religioso en la vida de cada pueblo y su situación de miseria y explotación.
En este proceso de diálogo el Evangelio debe ejercer su influencia para lograr humanizar las relaciones personales y los sistemas, con el fin de que cada persona pueda vivir en plenitud, de acuerdo al propósito de Dios.
7.2.4 Debe promover la vida
En virtud de nuestro contexto latinoamericano, las nuevas propuestas teológicas deben promover la justicia y la solidaridad. El Dios en todo el Antiguo Testamento se presenta ante su pueblo como un Dios liberador, defensor de los pobres, del huérfano y de la viuda. Levanta profetas de en medio de su pueblo para denunciar el pecado, anunciar y establecer la justicia y la paz, como expresión de su amor en favor de los marginados.
Dios y el pueblo son los actores principales en el Antiguo Testamento, los cuales celebran un Pacto, que implica obediencia y fidelidad por parte de ambos. Por eso, Dios se presenta a su pueblo como un Dios fiel a su pacto y en donde la justicia, el amor y la paz son las señales de su presencia salvífica.
Los profetas constantemente señalan que no se puede predicar la esperanza y la reconciliación, en una situación de pecado y de injusticia: mientras no cambie radicalmente esta situación no habrá posibilidad de cambio, lo que implicará el castigo y la destrucción.
Ahora bien, Jesús no descuida este aspecto y retoma el quehacer de los profetas y en forma muy especial, la voluntad del Padre: establecer el Reino y su justicia. Une de esta manera el hilo conductor de la conducta de Dios. Jesús, en su práctica pastoral se coloca en la línea de esta preferencia de su Padre. No sólo se limita a proclamar la liberación de los pobres, sino que hace su opción por ellos, por los marginados de su época (pecadores, publicanos, mujeres, prostitutas, niños, ignorantes de la Ley, etc.), que no estaban incluidos en la teología formal de ese entonces. Pero allí no queda todo, sino que Jesús va más allá de su opción por los pobres: haciéndose pobre. De ahí que su palabra y su práctica tengan autoridad para nosotros los cristianos.
La Iglesia a través de los siglos no ha omitido a los pobres en su teología, pero sí ha descuidado en su quehacer la plena redención de los mismos. En la mayoría de veces ha estado al lado de los causantes de la opresión del pueblo. Más bien ha utilizado la devoción popular para garantizar el sistema imperante.
Hoy en día es necesario que por medio de una educación teológica renovada, se pueda contribuir a la práctica de la solidaridad en forma más radical con los pobres y marinados de nuestra humanidad, es decir con el pueblo sufriente y adolorido, que espera su redención y liberación, ya. No se puede ignorar que la mayoría de nuestro pueblo es un pueblo creyente, que expresa su fe y devoción en formas simples y hasta a veces rudimentaria, sin embargo, a pesar de su sufrimiento no ha perdido su fe en el Dios de la vida, liberador, misericordioso y salvador.
Si la educación teológica y su quehacer se da en un contexto fuera del compromiso con los menos favorecidos, se convierte en una teología vacía, muerta, y no en una teología que genera vida en abundancia, tal como lo fue el ministerio de Jesucristo (Juan 10.10).
Llamamiento a una constante cooperación
El documento dice:
Recordando a Cristo, el anfitrión del banquete, y comprometidos con la unidad por la que él vivió y oró, somos llamados a una constante cooperación, a hacer frente a las cuestiones controvertidas y a avanzar hacia una visión común. Somos interpelados a acogernos mutuamente en nuestra diversidad, afirmar nuestra pertenencia al único cuerpo de Cristo a través del bautismo, y reconocer nuestra necesidad de reciprocidad, cooperación, colaboración y trabajo en red en la misión, para que el mundo crea.
Buscando la unidad
Considerando el hecho de que la misión es un trabajo central en la fe y en la teología cristiana, la misma implica una vocación profunda de amor, de unidad y de servicio. El Dios revelado en la historia de la salvación, y en las propias escrituras no es estático, sino más bien relacional y misionero. Es decir, un Dios que siempre se ha manifestado como Señor de la historia guiando a su pueblo hacia la realización de sus propósitos redentores por medio de sus pactos, la ley y los profetas que hablaron en nombre de Dios, y además interpretaron los signos de los tiempos.
Éste Dios de amor también vino al mundo, encarnado por medio de su Hijo, quien tomando la forma humana, compartió la condición humana haciéndose uno en nosotros, muriendo en la cruz, pero levantado gloriosamente de la tumba. Dios, en el poder del Espíritu Santo, cuida, ama y sostiene a la humanidad y a toda su creación.
El Dios de amor, y de salvación es el Dios de la misión. Entonces, la misión de Dios missio Dei, no tiene límites o barreras, la misma está direccionada hacia toda la humanidad, y hacia toda su creación.
Por lo mismo, una aproximación trinitaria a la missio Dei es importante. Por un lado, la misma promueve una comprensión más inclusiva de la presencia y trabajo de Dios en todo el mundo, y entre todas las personas, afirmando que las señales de su presencia pueden también ser identificadas en personas y lugares inesperados. Por otro lado, la aproximación trinitaria, confirma que tanto el Padre, el Verbo y el Espíritu, estarán siempre presentes actuando en todas partes.
La missio Dei obliga a considerar cuantas veces sea necesario el mandato testamentario de Jesús de ser uno (Jn 17.21). Los cristianos, en virtud de su fidelidad a Jesucristo, están llamados a tener la mente de Cristo (1 Cor 2.16); a ser portavoces del mensaje de transformación (Mt 28.19-20, Mc 16.15); a identificar los signos de la presencia de Dios, afirmando y promoviendo el testimonio y la cooperación en toda buena obra del reino, y demostrar con ello que son colaboradores de Dios (1 Cor 4.1).
Hoy, la misión de la Iglesia en el poder del Espíritu, es llamar a las personas a una comunión real con Dios y con la creación. Haciéndolo así, la Iglesia debe honrar la intrínseca e inseparable relación entre misión y unidad. Lo dicho, supone una acción holística. Cada congregación local, en un determinado lugar y espacio físico, está llamada por Dios a situarse como señal de unidad, de amor y de servicio. Su universalidad implica apertura hacia todos y todas más allá de las fronteras de raza, color, casta, sexo, cultura o nación. Tal cual dispone el panorama bíblico misionero: "Hasta lo último de la tierra" (Cf. Hech 1.8; Mc 16.15; Lc 24.47).
Trabajando más por lo que nos une que por lo que nos separa
No hace falta ser un experto/a en ciencias sociales o ciencias políticas para entender la realidad actual, ya que en el día a día vemos con incertidumbre e impotencia el aumento de los signos de muerte y de pecado social y estructural, expresados en malas noticias. Con desilusión, también somos testigos de supuestos proyectos socio-económicos a favor de las grandes mayorías. Nos percatamos que no necesariamente la llegada al poder de sectores sociales deprimidos, supone solución a los grandes problemas locales, nacionales e internacionales.
Por lo mismo, en el entendido de situarnos en el mundo como señal del reino de Dios es importante, conformar alternativas pastorales, y misionales desde nuestras más profundas convicciones de fe.
De ahí que el contexto actual nos impulsa a encontrarnos en el terreno de los hechos, los que postulamos una esperanza y una realidad distinta. Si la Iglesia es promotora del amor, der la paz, y de la justicia, esto implica toda una propuesta que no se circunscribe a la vida privada, o abstraída de la realidad. El mandato de Jesús por ejemplo registrado en (Mt 28.18-20) supone una acción concreta en todos los órdenes de la vida, y en toda la tierra. Ante ello, no es casual que Jesús comisione, ungiéndole de poder no a un gobernante, o a algún encumbrado líder político, sino a sus seguidores. Los seguidores primigenios son los gestores del movimiento eclesiológico de Jesús.
Trabajar más a partir de los que nos une que de lo que nos separa, hoy significa:
1) Sentirnos llamados a participar en la misión de Dios y la plenitud de vida
Ante los fenómenos de des-humanización que contemplamos día a día, hemos de mostrar que tenemos una propuesta distinta como forma de vida, basada no en la acumulación de bienes, en el acaparamiento, en la codicia y el engaño. Hoy, igual que Jesús, podemos desatar grandes milagros de solidaridad por medio de la donación y el reparto. Es decir que nuestras manos, similares a las de Jesús, también pueden promover grandes portentos de justicia y de misericordia. Nuestra espiritualidad no puede ser más un hecho privado, cuando existe un mundo que se nos muere delante de nosotros.
2) Sentirnos llamados a vivir en comunión
Ante el gran pecado institucionalizado del individualismo que carcome la vida social, estamos llamados a desenvolver nuestra naturaleza comunitaria como cuerpo, y como pueblo de Cristo. De acuerdo a las jornadas de reflexión a nivel de misión contextual hoy en el mundo, se viene recalcando que nuestra vivencia contempla dos lugares comunitarios muy importantes. Uno es en el ámbito de nuestra congregacionalidad[69]local, y otra lo es en el ámbito de nuestra catolicidad. Es decir, universalidad. Lo dicho viene del kata holon (de acuerdo con todo). En resumen, la catolicidad es un signo de la autenticidad de la vida cristiana. La misma, también se basa en las diversidades e identidades locales; las mismas que se complementan con la comunión a nivel más macro.
3) Sentirnos llamados a encarnar el evangelio en el interior de cada cultura
Aquí no se trata de quitar valor ni al evangelio, ni a la cultura local, sino a la valoración mutua de modo que la buena nueva de salvación también tome forma y lugar en cada cultura. El más claro ejemplo tiene que ver con el nacimiento de Jesús, que en cuanto llegó al mundo fue arropado en la cultura de su tiempo. Posteriormente, él nunca puso por delante su cultura en desmedro del evangelio o viceversa. Por el contrario, él focalizó la intención amorosa de Dios en medio de su tiempo, en el entendido de que la buena nueva de salvación llama y encuentra al ser humano en circunstancias concretas, sin desmerecer o desechar su identidad social.
Hoy muchas culturas locales, desde sus propias raíces expresan buenas nuevas de paz, en el sentido de haber también sido alcanzadas por la obra redentora de Dios. La diversidad es buena y útil para los fines salvíficos del Señor. No se trata de simples sincretismos, sino de un respeto mutuo
4) Sentirnos llamados a promover la paz
La paz, como anhelo humano no deber ser esfuerzo único y exclusivo de organismos, o de gobiernos nacionales y mundiales. La misma debiera ser una premisa en la agenda eclesial y misional.
Con tristeza, muchas veces somos testigos de climas de confrontación local, regional, y nacional por formas de pensar, de vivir, o de actuar. Las congregaciones locales debieran ser un ejemplo específico de vida pacífica. De hecho, se alcanza bienaventuranza cuando se la promueve (Mt 5.1ss). Congregacionalmente, supone renuncia a proselitismos inútiles; renuncia a denominacionalismos; y renuncia a tendencias manipuladoras de conciencia de las personas.
No perdiendo nunca la esperanza
El acuerdo dice:
Recordando la manera de actuar de Jesús en el testimonio y el servicio, creemos que estamos llamados por Dios para seguir este camino alegres, inspirados, ungidos, enviados y fortalecidos por el Espíritu Santo, y nutridos por las prácticas de vida cristiana en la comunidad. Mientras esperamos la venida de Cristo en la gloria y el juicio, experimentamos su presencia entre nosotros en el Espíritu Santo e invitamos a todos a unirse a nosotros y participar en la misión transformadora y reconciliadora de Dios, misión de amor a toda la creación.
Jesús, el modelo por excelencia
Durante las últimas décadas, especialmente en el continente latinoamericano, se oye hablar, de cara a los desafíos contextuales de la necesidad de recuperar la dimensión cristológica del Jesús hecho hombre. Dicho de otro modo, el Jesús histórico (según los relatos neo testamentarios), ilumina de manera concreta el accionar del Jesús de la fe (la presencia de Jesús en nuestra historia actual) en nuestros días.
Una perspectiva, fuertemente enfatizada tiene que ver con la formación de Cristo entre nosotros; y tal énfasis viene de la cristología paulina cuando él habla en (Gal 4.19) de la maravillosa experiencia de encarnación de Cristo entre los suyos: "Hijos míos!, de nuevo sufro los dolores de parto hasta que Cristo se forme en ustedes". Más adelante, según (Fil 2.5-11), con la urgencia de seguir fielmente a Cristo, Pablo insiste en tener los mismos sentimientos de Cristo; inclusive llegando a ser como él en su muerte, y luego en su resurrección.
De lo anterior, podemos colegir en que es urgente ser conformados en Cristo y en Cristo, recordando que tal forma ya ha vencido al mundo. En perspectiva misionera, hoy estamos pues convocados a dejar que Cristo tome forma en nosotros. El cómo tiene necesariamente que ver con la intención originaria de Dios de enviar a su Hijo al mundo para hacerse Uno con el mundo, en el entendido de que no se trata del mundo de pecado y de maldad. Se trata de redimir al mundo, en un gesto profundo de amor y de solidaridad con la condición desventurada de las víctimas de un sistema de muerte y de pecado.
El texto de (Fil 2.5-11), habla acerca del grado de encarnación de Jesús hasta la humillación y muerte de cruz, sin considerar su condición divina como cosa a qué aferrarse.
Entonces, la forma de Cristo, en primer lugar, es la forma de un servidor, de un esclavo, que está disponible para el prójimo. Un criterio bíblico para evidenciar lo dicho, lo encontramos en el evangelio de Juan, cuando dice que Jesús lavó los pies a los discípulos, y luego murió en la cruz en beneficio de toda la creación de Dios (Jn 13.2-17). La acción no concluye ahí, pues posteriormente el Señor invita a los "lavados" a hacer lo mismo, en virtud del gran ejemplo del propio Maestro. "Ejemplo os he dado, para que ustedes hagan lo que yo les he hecho… Porque en verdad les digo: El esclavo no es más que su amo y el que es enviado no es más que el que lo envía… Ahora que ustedes saben esto, serán felices si lo ponen en práctica" (vv. 14-17).
Para nuestros objetivos, a partir de lo anterior diremos que una acción misionera y eclesial que procura conformar y hacerlo visible a Cristo, no se preocupa con el éxito sino con la fidelidad a la persona de Aquél en quien Dios se encarnó y murió en la cruz, para luego resucitar.
La Iglesia entonces, en sentido teológico es una expresión de la conformación de Cristo; por algo es llamado el "cuerpo de Cristo". Sin embargo, no se trata de una conformación cerrada o estrecha a unos cuentos religiosos, o "consumidores de religión". Se trata fundamentalmente de la intención amorosa de Dios de hacer de un fragmento de la humanidad un instrumento para la afirmación y promoción de la vida para todos y todas. El ejemplo de amor y de servicio está dado, y únicamente hace falta participar de dicho proyecto de amor.
Siguiendo el modelo de amor de Jesús, para orientar nuestra función misionera, de modo práctico ello significa:
Primero: Optar por la vida y luchar contra todas las condiciones y fuerzas que deshumanizan en el mundo. La resistencia a los poderes malévolos de la globalización y de los sistemas económicos de muerte, es también una exigencia teológica.
Segundo: Optar por los pobres, es optar por las victimas y los excluidos de nuestro mundo. Hoy crecen los mares de seres humanos como los damnificados por los desastres naturales; los enfermos terminales, los sin techo, los indigentes, y otros sujetos emergentes.
Tercero: Optar por la esperanza que siempre alumbra el porvenir de quienes buscan mejores días. El evangelio es justicia, libertad, bienestar, y cosas que las inmensas mayorías hoy no disfrutan.
Fortalecidos por el Espíritu Santo
Una pneumatología[70]contextual, afirma que la participación activa del Espíritu Santo en medio nuestro es principalmente de animación. Por eso, cada acción significativa de la Iglesia, desde el acontecimiento del Pentecostés, resulta de la acción del Espíritu Santo. El mismo, prometido por Jesús como Parakletos es Abogado, Guía, Intercesor, y Maestro Animador. (Jn 13-17). Jesús mismo promete que el Espíritu vendrá a animar a la comunidad de discípulos en las luchas que deberán sostener en el mundo por causa de la fe (Jn 14.15-17; 25-26; 15. 18-26; 16.12-15).
La experiencia del Parakletos puede asemejarse a la de un animador de un grupo que se organiza para conseguir objetivos. Se trata de algo así como un entrenador de equipo que cuando sus miembros se desalientan les da ánimo para seguir con entusiasmo en busca de lograr las hazañas.
El Espíritu insufla paz, gozo, y ánimo en medio de las agonías y conflictos de nuestra realidad humana. Según Pablo en (Rom 8.1ss) el Espíritu también nos confronta con las obras de la carne, cuya naturaleza es la muerte. El término sarx (carne) es realidad de muerte. El Espíritu, además de asegurarnos la victoria sobre la muerte, viene para socorrernos en nuestra debilidad; porque aun no sabemos cómo pedir ni qué pedir en nuestras oraciones. El propio Espíritu intercede por nosotros, con gemidos y súplicas que no se pueden expresar. Sólo Dios que penetra en los secretos del corazón, escucha los anhelos del Espíritu porque cuando el "Espíritu ruega por los santos, lo hace según la manera de Dios" (Rom 8.26-27).
La misión como animación es en esencia espiritualidad comprometida. No hay lugar para huir del mundo, y dejar la lucha contra los poderes de la muerte. Con la unción, guía y participación del Espíritu Santo, significa estar presentes en nombre de Jesucristo en el centro mismo de los acontecimientos. Lo anterior realizando una opción de defensa de la vida en toda su magnitud.
En espera de la gloriosa venida de Cristo
El acuerdo de Edimburgo concluye con la vocación cristiana de servicio. También con la esperanza de que no todo acaba en éste mundo terreno. Sino que en perspectiva escatológica, tal cual afirma la misma fe cristiana, todos estamos a la espera de la gloriosa venida de Cristo por segunda vez.
La espera a la cual invita el texto no es a la pasiva, de aquietar el corazón y las acciones sin hacer nada. Por el contrario, se trata de afirmar la veracidad y relevancia del testimonio de vida que ilumina, anima y acompaña las acciones a favor de la vida.
Desde América latina, podemos decir que hoy, participar en la misión redentora del Señor, supone vivir "entre el dolor y la esperanza". Dolor porque a veces miramos con impotencia las consecuencias del abuso desmedido contra la creación, lo que trae consigo desajustes climáticos; asistimos a una tiempo en el que cada vez abunda más el sufrimiento de quienes lo pierden todo por efectos de alguna tragedia inesperada; a ello se suman los cuadros desgarradores de miseria; y ni qué decir de la moral pública tan contaminada por la corrupción, el egoísmo, y la avaricia de unos pocos.
Vivir la vida, según las promesas de Jesús en (Jn 10.10) es alegría, bienestar, justicia, trabajo, salud, estabilidad, y confianza.
No porque afirmemos la promesa del Señor de "nuevos cielos" y de "nueva tierra" según el libro de (Ap 21.1.27), hemos de tender a asumir una actitud escapista del mundo. Justamente los nuevos cielos y la nueva tierra son el premio para quienes luchamos por ello como promesa.
Invitando a unirse a la causa misionera
Por mucho tiempo se ha sostenido la idea de que quienes hacen o participan en la misión son únicamente los clérigos, religiosos, o misioneros/as. Desde la missio Dei, diremos que dicho privilegio es de toda la Iglesia, entendida como cuerpo de Cristo en la tierra.
Más allá de los dualismos, y a-historicismos que han reducido tanto el concepto como la acción misionera, por todo lo dicho anteriormente estamos incluso urgidos de realizar una re-evangelización en nuestras propias congregaciones locales. La misma es un potencial por excelencia de dones y de ministerios. Similar a los primeros tiempos en que Dios preguntaba a Caín por su hermano, somos interrogados por Dios y por la historia por nuestros/a hermano/a.
Si tan solo desarrolláramos con sensibilidad, un oído dispuesto a responder por tal pregunta, nos daríamos cuenta que tenemos un mensaje contextual de gozo, de paz, y de esperanza; pertinente y vital que nos encaminará a la restauración de todas las cosas en Jesucristo.
Hoy se requiere que toda la Iglesia se ponga en sintonía con el reino, y en movimiento evangelizador ad-intra y ad-extra (hacia adentro y hacia afuera). Juan Wesley dijo que el mundo era su parroquia. De hecho, el mundo ha cambiado mucho. El mismo, ahora es unipolar, con sistemas de dominación y de exclusión sin precedentes; la violencia aumenta, así como la miseria y las pandemias, tales como la malaria, el sarampión, el cólera y el SIDA, además del narcotráfico y la corrupción en general. Ante tales dramas, estamos invitados a actualizar nuestra agenda y nuestro itinerario misionero.
Hoy, es importante brindar una palabra de esperanza que transforme y desentrañe a los gobernadores de las tinieblas; las huestes espirituales de maldad que han producido este caos en nuestro mundo.
Creemos que el documento de Edimburgo, invita a des-centrarnos de nosotros mismos como Iglesia, cancelando todo tipo de proselitismos y competencias interdenominacionales y expansionistas para pasar al tiempo del servicio y de la entrega. Se trata de ingresar al tiempo de la restauración de todo lo creado, dando de comer y de beber a quien lo necesita; vistiendo a los desnudos, y sanando a los enfermos, acogiendo a los peregrinos y migrantes, tal cual lo sentencia Jesús en su mensaje sobre el juicio a las naciones (Mt 25.31-46).
Conclusión
Sin duda, luego de cien años de historia, sabiendo de que el mundo ya no es el mismo, el centenario de lo que fue Edimburgo en 1910, sintió el viento del Espíritu de Dios renovando, sanando y llamando hacia nuevas dimensiones de fe.
Un privilegio inmenso para quienes como participantes, pudieron palpar la presencia del Señor, por medio de los/as participantes que desde contextos específicos, compartían testimonios y experiencias preciosas en el derrotero misionero.
Se nota que existe una tendencia clara hacia un trabajo en equipos, y de manera organizada, sin asumir que alguien o alguna institución o agencia misionera tiene cierta prioridad sobre los/as demás. El tiempo ya no es de expansionismo, ni de "coqueteo" con intereses políticos, temporales, y carnales de ningún tipo, sino con el Dios de reino que una vez más llama al servicio a favor de las nuevas víctimas del pecado estructural. El rol misionero de la Iglesia, representa sin ninguna duda una herramienta poderosísima en materia de transformación, empoderamiento y envío.
Capítulo III
TRANSFORMACIÓN, EMPODERAMIENTO Y ENVÍO: HACIA UNA RECOMPRENSIÓN DE LA MISIÓN
Nuestra intención principal en el presente capítulo es identificar tres imágenes bíblicas conducentes tanto a una re-interpretación, como a una re-valorización de la misión de Dios en Jesucristo, entendida fundamentalmente como promoción de la vida, en la línea del mensaje de salvación.
Nos hemos permitido, para este cometido, identificar tres textos bíblicos que aluden a la transformación; al empoderamiento, y al envío. En un intento de precisar la relevancia de la misión hoy, creemos que es requisito indispensable hablar de la obra transformadora del Señor, la cual, posteriormente empodera para cumplir un propósito que hoy lo llamaremos envío.
De la oscuridad a la luz
El evangelio de Marcos, en su capítulo cinco, versículos uno al veinte nos habla de un episodio digno de tomar en cuenta en términos de la transformación que únicamente es posible en Jesucristo. Se trata de la historia del endemoniado de Gerasa, quien al ser en principio víctima de un sistema represivo, es sujeto de compasión y misericordia de parte del Señor.
Para nuestros fines, remarcamos el siguiente texto:
"Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: "Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti". El se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados" (BJ Mc 5:18-20)
Cuenta la historia de opresión, durante la hegemonía del imperio romano, que eran muchas las víctimas de los horrores de las guerras, cuyas secuelas pervivían en muchas personas. Al parecer, justamente nuestro personaje era una de tales víctimas de un sistema de muerte presente en aquél tiempo y mundo conocido.
La profesora Mireya Baltodano (Baltodano 1996: 2), propone una re-lectura oportuna e iluminadora sobre el texto en cuestión. En su investigación, ella habla interesantemente de un tipo de discipulado radical en un contexto de resistencia. Justamente el texto, por la autoría de Marcos propone un tipo diferente de discipulado; que sin duda tiene su génesis en la acción transformadora de Jesús.
En términos contextuales, el evangelio fue escrito alrededor del año 69. Geopolíticamente, Galilea se ubicaba en la periferia, siendo Jerusalén el centro de poder, lo cual generaba gran tensión entre las comunidades, principalmente por los tributos que la periferia (las aldeas) debían dar al templo (el diezmo sobre la producción del campo) y los impuestos que imponían las autoridades romanas.
Se trataba entonces de una comunidad campesina pobre, marginada del poder. Históricamente, Galilea se ubicada como centro de intensas luchas populares que se dieron entre los años 63 d. C. y 135 d. C., luchas que culminaron con la desaparición de Judea bajo la brutal represión romana. Citando a Pixley, es de suma importancia advertir que desde el año 6 d. C. se había iniciado un movimiento popular que no lograba articularse detrás de una vanguardia[71]
Según nuestro autor, varias expresiones tuvo ese movimiento, entre ellas Jesús el nazareno, antecedido por Juan el bautista, y seguido por los sicarios (en los 50). Entre el 66-74 d.C. se da la primera gran guerra contra Roma que culmina con la caída de la fortaleza de Masada. Esta guerra involucró a casi toda la población judía, basada fuertemente en el campesinado, que luchó intensamente pero fue avasallada por el poderío romano[72]
En este contexto histórico surge el Evangelio según San Marcos. Se trata de un contexto de exterminio, de final, de muerte. Citando a Myers, la profesora Baltodano, quien habla de momento apocalíptico, dice que para Marcos el momento apocalíptico representaba tanto liberación como debacle, comienzo y fin. Pero el entendimiento de la época fue radicalmente diferente a la de los colaboradores de los romanos, o a la de los judíos rebeldes de su tiempo. El año 69 d. C. fue sin duda difícil y de decisiones arriesgadas es decir, era precisamente el momento para escribir las buenas nuevas de Jesús de Nazareth[73]
Nótese que la buena noticia emerge en un contexto de polarización, donde el dominio romano era sinónimo de exterminio y de sufrimiento. Tiene valor entonces la convocatoria a un discipulado radical en medio de la muerte, haciendo también que los cambios en torno al llamado sean radicales como la transformación de un endemoniado en un discípulo.
Incursión en terreno hostil
El hecho de atravesar el mar o el lago supone una voluntad concreta de proyectarse desde una realidad propia y particular, hacia una desconocida o no habitual por parte de Jesús. Marcos habla de lago primero en un esfuerzo de señalar el espacio geo-social, segundo en un afán de acercar la realidad de desigualdad social, política y económica entre los que vivían en el lado gentil y el judío. Lucas habla de mar, lo cual directamente traslada la mente del lector hacia un escenario mucho más grande y distante en términos territoriales.
Es claro que para Marcos, Jesús se aproxima no sólo a un terreno hostil, sino también desconocido. La otra orilla significa lo distinto, lo inverso, lo que es anti-vida. Según Starovinski, Jesús franquea esa frontera y se adentra en lo adverso para ir hacia el otro, en un movimiento salvífico de carácter universal[74]
En otro orden, con carácter iluminador, la profesora Baltodano nos propone vislumbrar en Decápolis el locus de la acción transformadora y liberadora de Jesús (Baltodano 1996: 4). Decápolis está asentada en la región de Gerasa, de cultura helenista. La sola presencia del hato de cerdos nos habla de una comunidad no judía, y por lo tanto no observadora de la ley mosaica. Decápolis significa diez pueblos, que rememoran la confederación de territorios en la frontera este del imperio romano.
Tanto el carácter gentil de la población como la designación de la región con un símbolo romano, hablan nuevamente de una situación de exclusión (impureza) y de represión (dominación imperial). Sin embargo, el evangelista recurre a estos símbolos, no en un sentido peyorativo, sino para resaltar la presencia de Jesús en medio de los despreciados y para repudiar el dominio imperial, como se analizará más adelante.
Más aún. Jesús se movilizó en una región vedada, la de los sepulcros, que en nuestros tiempos sería la zona roja del hampa y la prostitución, o las zonas marginadas que habitan los delincuentes. Al estar alguna vez presentes en "zonas rojas"[75], nuestro afán es salir de allí lo más rápido posible. En lugares así, nuestra preocupación gira en torno a nuestras pertenencias, y a nuestra propia seguridad, debido al peligro de encontrarse con la delincuencia, la prostitución, y la violencia.
El texto refleja una nueva realidad encubierta por las condiciones de dominación que ejercía el imperio de turno. Una de las víctimas directas es sin duda el hombre señalado como "endemoniado" El v. 9 de Marcos 5 refleja la respuesta del endemoniado hacia Jesús en términos de una asimilación de un proyecto perverso de sufrimiento y dolor, pues las legiones romanas en sus incursiones bélicas sembraban muerte y destrucción. Por tanto, puede bien tratarse de un grito, (v.7) clamor, o gemido de impotencia.
Al decir que adentro de sí estaba presente toda una legión de maldad y de muerte, el joven como víctima desenmascara delante de Jesús el horror, el dolor y la marginación de quienes vieron con sus ojos y vivieron en su carne la destrucción. Queremos siempre apoyarnos en la profesora Baltodano (Baltodano 1996: 5), cuando dice que éste es un fenómeno socialmente producido por un lado. Por el otro es una especie de proyección, por medio de la realidad del endemoniado para sentirse el autor del relato también como una víctima del sistema de muerte. Esto es sumamente importante, en función de los destinatarios[76]Es decir, cristianos convertidos del paganismo.
Entonces, no está solamente presente la dominación romana como fuente de la locura, sino que las acciones del "endemoniado" y de Jesús son proyecciones o desplazamientos de los verdaderos impulsos que movían a los personajes del relato. Baltodano (Baltodano; 1996: 6), invita suponer por un momento que el autor no relata una historia, sino un sueño que tuvo. En su inconsciente, donde acuden todos aquellos deseos y pulsiones que no pueden ser expresados y por tanto son reprimidos, éstos se reelaboran en un discurso nuevo pleno de condensaciones y desplazamientos.
Se puede también presuponer que quien tiene el sueño, recoge el inconsciente colectivo de su comunidad o su pueblo. Este contenido manifiesto (el relato del sueño, o la narración de un acontecimiento) debe ser develado en su contenido latente (lo que la represión no permitió comunicar). Al ser nosotros, como seres humanos, seres activos, racionales, sentimentales, y actuantes llevamos en nuestra cotidianidad una serie de cargas emocionales, y afectivas, que en algún momento deben desahogarse.
En cierto modo, Marcos lleva en sí una carga de dolor de un pueblo reprimido. El hombre "endemoniado" es para Marcos el chivo emisario, ya que su condición de víctima, es la más viva representación de las secuelas que deja la agresión brutal e inmisericorde de un sistema de muerte como el romano.
Bajo el esquema anterior, con la ayuda de Baltodano, se puede entonces afirmar que el autor del relato, es también testigo de una historia de terror y aniquilamiento por parte del imperio romano. Él condensa en el falso-yo "Legión" a los romanos, no sólo por su apelativo militar, sino porque éstos son "invasores" de la identidad del hombre "endemoniado". En la acción de transferir los demonios a los cerdos, hace un desplazamiento de la identidad romanos-invasores o mundo de la dominación, la muerte y el pecado (cerdos impuros).
El autor proyecta su impulso original (el repudio a la dominación imperial que no puede expresar abiertamente) en la caída de los cerdos por el despeñadero. Se trata de la extinción de los invasores. En términos de protesta, se trata de afirmar la supremacía y potencialidad de la vida. Hasta aquí, a partir de tal lectura, es posible recuperar el sentido del texto oculto tras vocablos simbólicos, para entender por qué el hombre del relato había llegado a tal nivel de auto-destructividad. Realmente quien estaba siendo analizado hasta este momento era el autor como representante de una colectividad oprimida, que buscaba expresarse a través del relato.
Según Baltodano, el relato nos permite descubrir al protagonista mismo en su proceso socio-emocional. Según ella, una persona alcanza niveles de locura, como e! que se describe en el texto, a través de un prolongado proceso de desprendimiento de la realidad. Este proceso ocurre frente a un entorno amenazante. El yo de la persona[77]con el fin de desarrollar y mantener su identidad y autonomía, y para sentirse seguro frente a la amenaza, se despega y desapega de la relación con los demás, y se convierte a sí mismo en su propio objeto de relacionamiento. En otras palabras, recoge todos los lazos afectivos que había lanzado hacia el exterior y los revierte hacia su interior en donde sólo se encuentra consigo mismo.
La relación con los demás es delegada a un falso-yo que distorsiona la realidad, hasta llegar a niveles de pérdida total de contacto con ella. Así, se crea un vacío interior y un sentimiento de pérdida de contacto hasta con su propio cuerpo (se habla de un yo no encarnado). Es una severa forma de defenderse y protegerse: el aislamiento total. En un intento de experimentar sentimientos reales y vivos, la persona puede recurrir a provocarse dolores intensos en su cuerpo, como puede ser el caso del "endemoniado" de Gerasa[78]
En el proceso sufrido por el "endemoniado" se refleja cómo él se identifica con lo amenazante, es decir, adopta internamente la identidad del agresor bajo un falso-yo y revierte sobre sí mismo toda la agresión que no puede devolver al exterior, hacia quiénes advierte como agresores. El endemoniado vive un desasosiego tremendo persiguiendo por los cerros y sepulcros a los agresores que ha incorporado en sí mismo. Su locura, entonces, es expresión de resistencia. Al no tolerar la dominación ni la opresión, se retrotrae de ella engulléndola en su propia identidad, para desde allí protestar contra ella. Es la única salida posible que encuentra frente a la represión.
Asistimos, por medio del relato de Marcos al hecho de encontrar a un hombre, receptor de un triple violencia. Como dijimos, está primero, la violencia institucionalizada del imperio romano con las particularidades ya mencionadas; está también la violencia contra sí mismo. Dice el (v.5) que él siempre andaba noche y día entre los sepulcros, y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. A ello se añada la violencia practicada contra él por el pueblo. Dice el (v. 4) que muchas veces le habían atado con grillos y cadenas.
La violencia que desata la comunidad contra el gadareno es tan severa como la que el hombre ejerce contra sí mismo. El texto no brinda ningún indicio de que el hombre fuera peligroso para la comunidad; sin embargo, la gente intentaba tenerlo amarrado. Tampoco es evidente en el texto por qué la gente lo quería aprisionado en cadenas. Posiblemente, dadas las circunstancias, los habitantes vivían aterrorizados, cual si se tratara de un animal feroz que al sólo soltarse causaría destrucción y muerte. En resumidas cuentas, las personas no podían vivir indiferentes ante la realidad de un "endemoniado". La violencia del trato al gadareno se da en alianza con el opresor. La clase dominante neutraliza o expulsa a los que no se acoplan al estado de cosas en la sociedad.
El lugar de la sanidad en los planes de Jesús
Dice Baltodano, que la presencia de Jesús además de incomodar a la gente trastorna el orden establecido La curación de este hombre trastornado por la represión, desafía al sistema dominante desterrando simbólicamente al invasor y restableciendo el orden social (Baltodano 1996: 8). Siguiendo a Myers[79]nuestra autora evidencia que desde el desembarco, Jesús encuentra resistencia en los demonios "invasores" del hombre (v.7). Sigue una confrontación fuerte de lucha y negociación sobre cuál debe ser el lugar para los invasores (v. 8-12) hasta que éstos finalmente son erradicados del hombre y por tanto simbólicamente de la comunidad oprimida. Este sería un primer sentido político del "milagro" de Jesús: el repudio al dominio y la represión. Sobre este sentido político,
Myers afirma:
el significado de la lucha de Jesús contra el
hombre fuerte no se reduce sólo al deseo de la
liberación de Palestina del régimen colonial,
aunque de hecho está incluida. Es una lucha
contra las raíces del "espíritu" y políticas de la
dominación[80]
En un sentido sociológico la acción de Jesús desafía la postura acomodaticia de la comunidad que se ha replegado y hecho cómplice del dominante. No es el "endemoniado" el que debe ser señalado y repudiado, sino que a él se le debe hacer justicia por haber sido llevado a su situación de expulsión.
Al gadareno debía vérselo como "chivo emisario" (actuando la locura colectiva) y no como el "chivo expiatorio" (purgando la culpa colectiva). Sin embargo, la comunidad no es capaz de abrir los ojos a su propia complicidad, sino que se mantiene en su rol de pseudo-sujeto y le piden a Jesús que se vaya, que no los confronte. En palabras de Hollenbach, (Hollenbach 1993: 587) Jesús perturba la estabilidad social haciendo un exorcismo que tiene un valor curativo social, que a la postre lo coloca en conflicto con las autoridades. Se convierte así en un activista perturbador de la paz.
En cuanto al sentido del acto de curación de Jesús hay dos historias que corren paralelas. La historia de la comunidad y la historia personal del gadareno. En ambas historias nos podemos descubrir tanto como individuos, producto de una sociedad, así como conjunto social. "El que había tenido la Legión estaba sentado, vestido y en su sano juicio". Simplemente increíble, evidenciar el hecho de alguien que momentos atrás vivía incontrolado, ahora permanece en completamente calma y en "sano juicio" (v. 15).
Asumiendo la figura del gadareno, como una colectiva, el texto nos permite comprender que se trata también de una liberación de la propia comunidad que vivía encadenada hacia una costumbre. Es decir, ver al endemoniado era sinónimo de asimilación de los horrores de la guerra, de la opresión y de la violencia institucionalizada. Asistimos entonces, a un clima de sanidad y liberación integral. Posteriormente, las personas, los familiares y los pueblos serán impactados con el testimonio de alguien que fue transformado y sanado. Estar sentado evoca un sitio, un lugar en el mundo, y el retomo de la calma y la paz después de una búsqueda desenfrenada por cerros y sepulcros.
Las personas necesitamos sentimos en un lugar, necesitamos desarrollar un sentido de pertenencia que nos vincule a personas y lugares. Es parte de la interacción que nos devuelve un sentido de identidad. El mismo hecho de tener un sitio para sentarse representa la confirmación de parte de los demás, de las personas alrededor. El gadareno, en su condición de "rechazado" no tenía lugar entre las demás personas. Cuando el texto nos dice que luego de su encuentro con Jesús él estaba sentado, significa que con la ayuda liberadora del Señor recuperó su "lugar" entre las personas.
El estar vestido alude a la recuperación de un yo encarnado, corporizado y a una auto-estima revalorada. La desnudez anterior era usada como una carta de presentación escandalosa y desafiante, como cortina de humo para su yo débil y sufriente. Al cubrir su cuerpo restaura su integridad yo-cuerpo y su contacto con los demás deja de ser exhibicionista y distorsionado[81]
El atribuírsele ahora un juicio sano indica su capacidad de discernimiento recuperada. Lo que antes dilucidaba por impulsos desordenados, lo interpreta ahora con elementos juiciosos y conectados con la realidad. La acotación "sano juicio" no induce a pensar en alienación sino en racionalidad, comprobada posteriormente por su capacidad de comunicarse y trasmitir lo que le había sucedido. Su capacidad de comunicación y de conectarse no surgió de la nada. Acontece frente a un interlocutor (Jesús) que introduce códigos para un diálogo.
En el caso del gadareno, la recuperación es integral porque abarca sus emociones, su cuerpo y su mente y le ofrece un rol social alternativo que se traduce en un proyecto comunitario: llevar la buena nueva y la esperanza posible a su comunidad.
La urgencia de dar testimonio
En este pasaje Jesús se presenta como un profeta. La liberación realizada era un acto salvífico pero también escandaloso, que trajo como consecuencia, el correr la noticia de su ministerio. A través del tiempo y en la época del cristianismo se ha acostumbrado a ver los milagros de Jesús en un sentido apologético. Es decir como pruebas de la divinidad y el poder del hijo de Dios.
Es necesario, sin embargo, rescatar el sentido de los milagros como prácticas liberadoras en las cuales se revela la compasión de Dios, amor para el cual no hay límites naturales ni barreras sociales. Es un amor que rompe límites y reglas. Y que debe ser reproducido o evidenciado por las relaciones que establecen entre sí los seres humanos. Precisamente Jesús busca que el gadareno cumpla una tarea profética y lo manda a dar testimonio de lo ocurrido. Sus vociferaciones por los cerros se tornaron en proclamas de la gracia que había recibido. El efecto de su mensaje era igualmente perturbador, pero en un sentido positivo la gente se admiraba.
Los primeros que supieron la noticia de su curación se asustaron. Es obvio, para quienes veían a alguien de una manera, la gran sorpresa y asombro. Pero los que escucharon su historia posteriormente, de labios del propio hombre restituido, se maravillaban. La clave de su admiración podría encontrarse en el contenido del mensaje del hombre. No era un mensaje hueco, sino que era corpóreo. Era un mensaje de acción-reflexión, es decir, una historia que tenía palabras y hechos. Jesús no sólo había hablado sino que también había actuado. El gadareno no sólo contaba, sino que se mostraba a sí mismo como heredero de gracia y actor social incorporándose a la vida activa como todos y todas.
Lo escandaloso también radicaba en concebir el hecho de que en Jesús, un gentil impuro, desechado por su locura, fuera objeto de misericordia por parte de un profeta. La comunidad podría haberse asombrado en lo inmediato, lo cercano a la vida cotidiana, que era la curación de una persona, pero en una sociedad tan estratificada, la curación del gentil debe haber causado una gran admiración. El asombro que causaba la acción de ese profeta. Jesús, era debido a su carácter inclusivo frente a los excluidos y de reversión del orden social estatuido quebrantando las normas (Baltodano 1996: 9).
En un mundo violento y de segregación social esa tiene que haber sido una buena noticia, una lluvia fresca, el asomo de la esperanza. Por eso "la proclamación debía ir acompañada de expresiones concretas sobre un nuevo ordenamiento social". Citando nuevamente a Myers[82]Es decir, la gracia tenía que ser presentada acompañada de la justicia.
El pasaje del endemoniado gadareno es inaugural del ministerio de Jesús. Su ministerio, según lo relata el Evangelio de Marcos, continúa lleno de actos de justicia y gracia: alimentación a los hambrientos, curación de los enfermos, compañerismo con el excluido, liberación a los cautivos, confirmación social de las mujeres, exaltación de los niños, acogida al extranjero, y buena nueva para los desheredados de la historia.
Con su actuar desentraña las distintas formas de violencia y deshumanización de la época y que aún persisten. Es un actuar que toca la violencia interiorizada en las personas y aquella que estructura a la sociedad, como se analizó en el caso del gadareno. El ministerio de Jesús propone un reordenamiento social. Myers lo presenta de la siguiente manera:
Jesús hace una clara opción preferencial por los pobres de Palestina a través de sus actos populares entre los marginados. Promueve la ideología de la receptividad y la reciprocidad, que no se queda en una idea abstracta sino que practica una verdadera integración entre los diferentes grupos sociales, viviendo con la gente y entendiéndolos desde la perspectiva de ellos. Nos deja un modelo comunitario de compartir los bienes para que hasta los más pobres tengan, recreando un nuevo sistema de distribuir la tierra, las casas y la economía en general[83]
Las propuestas de Jesús son de una sencillez y una profundidad inmensas. En el centro de la economía misma y del orden social ubica la raíz de toda violencia, una violencia que se da en lo grande y en lo pequeño. Denuncia la inversión del orden social y la revierte con su gracia y práctica de justicia. Invita a sus víctimas restituidas a proclamar a los demás que existe la esperanza, que el milagro se hace cuando se revierte lo invertido. Pero no sólo nos envía a proclamarlo sino a hacerlo, a re-crear la unidad, a hacer comunidad sobre el sentido de solidaridad. Es por eso que la invitación de Jesús va más allá de su "buen querer" de tener a un ex endemoniado entre sus discípulos.
El hombre que inspiraba temor y desconfianza, luego de haber sido transformado por Jesús, es ahora un testimonio viviente de lo que El Señor vino a hacer por los encadenados; por los esclavos de la oscuridad. Las implicaciones para el anuncio son sin duda misiológicas. Si algo ha de hacer hoy la Iglesia, es justamente proclamar los resultados de un encuentro liberador con el Mesías.
Esperando la llenura del Espíritu Santo
Nuestro siguiente texto se encuentra en el comienzo del libro de los Hechos de los apóstoles. Por cierto, el libro es como un tratado eclesiológico, cuyo fundamento es el actuar portentoso del Espíritu Santo, prometido por Jesús (Juan 16:7-15).
De los propios labios de Jesús sale la siguiente afirmación:
"…sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (BJ: Hechos 1:8).
El libro de los Hechos, constituye una recopilación de testimonios vivientes en relación al accionar de Jesús por medio de su Espíritu. El autor, Lucas, a juzgar por sus escritos, parece ser un cristiano de la generación apostólica, judío muy helenizado, de amplia instrucción, conocedor a fondo del juadaísmo, médico y también compañero de viajes de Pablo. Prueba de ello son sus relatos de la segunda parte del libro en los que se expresa en primera persona plural.
Respecto del libro nos preguntamos si ¿tendría Lucas pensado escribir un tercer volumen? Algunos afirman que la forma abrupta en que termina el libro de los Hechos así lo exige. Es posible que Lucas haya pensado en esto. Sin embargo, también puede ser que su ministerio haya sido detenido por el martirio, como afirma Gregorio Nacianceno. Al menos Lucas, permaneció junto a Pablo durante su segunda prisión mientras que otros lo abandonaron para salvar su propia vida. Pero la palabra "primero" no implica necesariamente que sea otro volumen. El evangelio de Lucas nos da las buenas nuevas de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Los Hechos nos muestran la continuación de la obra del Evangelio en la primera generación de la Iglesia. Esta obra del Espíritu Santo nunca llegaría a término durante esta época.
Teófilo «"amante de Dios; amado por Dios"» fue el que primero recibió este libro, como lo fue también con el Evangelio de Lucas. La Biblia no nos dice prácticamente nada sobre él, por lo que ha estado sujeto a mucha especulación. ¿Era el abogado que debía atender el caso de Pablo en Roma? No parece que sea así. En todos sus juicios anteriores, Pablo se había levantado para hacer su propia defensa. ¿Era un noble griego convertido bajo el ministerio de Lucas? ¿Era un filósofo en busca de la verdad? ¿Era Teófilo un título, o un nombre de persona?. Lo más probable es que fuera un amigo personal en quien Lucas podía confiar, porque leería el libro, haría copias y las haría circular (Hechos 1:1).
El hecho de que el evangelio de Lucas tratara sobre lo que Jesús "comenzó a hacer y a enseñar" nos muestra dos cosas. La primera, que la Iglesia tuvo sus comienzos en el Evangelio. El evangelio de Lucas termina con un grupo de creyentes convencidos. Jesús "les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras" (Lucas 24.25). Ya no era un grupo de discípulos fácil de dispersar, sino un cuerpo unido de adoradores que habían recibido un mandato y se hallaban esperando a ser investidos con poder de lo alto (Lucas 24.46-53). En otras palabras, ya eran la Iglesia. Como afirma con claridad (Hebreos) 9.15-17, la muerte y el derramamiento de la sangre de Cristo fueron los que hicieron efectivo el Nuevo Pacto. De esta manera, los creyentes que se hallaban a diario en el templo, especialmente en las horas de oración (Hechos 3.1), bendiciendo (dándole gracias) a Dios, ya eran el Cuerpo del Nuevo Pacto.
Lo segundo que nos muestra es que la obra de Jesús no terminó cuando Él ascendió. Como ya se ha hecho notar, el libro de los Hechos nos presenta las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar por el Espíritu Santo a través de la Iglesia (Hechos 1.2,3).
Se ve con claridad también que Jesús no ascendió hasta haberles dado mandamientos (mandatos, instrucciones) por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido (los escogidos para Él, para que siguieran adelante con su obra). Aquí la palabra "apóstoles" podría no estar limitada a los Doce, sino incluir también a otros "enviados", comisionados por Jesús (como lo fueron los setenta en Lucas 10.1). Es evidente que incluye a aquellos a quienes Jesús se mostró (se presentó) a sí mismo (en formas definidas y en momentos determinados) después de sus sufrimientos, dándoles muchas pruebas infalibles (pruebas positivas, señales seguras, evidencia inequívoca y convincente) de que estaba vivo.
En estas apariciones, Jesús demostró con claridad que no era un espíritu, ni un fantasma. Ellos lo tocaron. Les enseñó sus manos y sus pies diciéndoles: "Yo mismo soy" (Lucas 24.28-43). Durante un período de cuarenta días, estuvo con ellos una y otra vez. No fueron visiones. Fueron apariciones personales, reales y objetivas de Jesús. Ellos lo reconocieron y aprendieron de Él con una comprensión real las verdades relacionadas con el Reino (Gobierno, poder real y autoridad) de Dios. Ahora entendían por qué tanto la cruz como la resurrección eran necesarias para nuestra salvación. Ambas eran revelaciones del grandioso poder y el amor de Dios.
Algunos eruditos bíblicos ven un paralelo entre estos cuarenta días y los cuarenta días durante los cuales Dios estuvo con Moisés en el monte Sinaí, entregándole la Ley. Ciertamente que la enseñanza de Jesús era una "ley" mejor (torah, instrucción). Pero ahora la enseñanza era para todos, no en un lugar restringido como el monte Sinaí, sino en muchos lugares, y hasta a quinientos a la vez (1 Corintios 15.6). Hasta en el día de la resurrección, había otras personas con los apóstoles en el aposento alto (Lucas 24.33) y recibieron su instrucción. Poco después vemos que había ciento veinte presentes (Hechos 1.15). Por tanto, las instrucciones definitivas de Jesús nunca estuvieron limitadas a los once apóstoles (Hechos 1.4,5).
El evangelio de Lucas condensa los cuarenta días posteriores a la resurrección y salta hasta la exhortación final a los ciento veinte para que se quedaran (esperaran, se sentaran) en Jerusalén hasta recibir la promesa del Padre, que Jesús mismo les había hecho (Lucas 24.49; Juan 14.16; 15.26; 16.7, 13).
En Hechos 1.4, Lucas va de nuevo al tiempo inmediatamente anterior a la ascensión. Jesús los había reunido. El griego indica que estaba compartiendo una comida con ellos. En aquel momento, repitió el mandato, insistiéndoles en que no debían salir de Jerusalén. Esto era muy importante. El día de Pentecostés hubiera tenido poco efecto si sólo dos o tres de ellos se hubieran quedado en la ciudad.
Es especialmente significativo sobre la Promesa del Padre que Jesús les diera sus instrucciones por el Espíritu Santo (Hechos 1.2). El Jesús resucitado estaba lleno del Espíritu todavía, como lo había estado durante todo su ministerio anterior. Así como el Padre dio testimonio de su Hijo cuando el Espíritu descendió sobre El (y entró en El) de una manera especial, también el Padre dio testimonio de la fe de los creyentes derramando el Espíritu Santo prometido que les dio poder para servir.
El que se llame "la promesa del Padre" al don del Espíritu, lo relaciona también a las promesas del Antiguo Testamento. La idea de la promesa es uno de los lazos que unen al Antiguo Testamento con el Nuevo. La promesa hecha a Abraham no era sólo una bendición personal y nacional, sino que en él y en su simiente todas las familias de la tierra serían bendecidas (Génesis 12.3). Cuando Abraham creyó (confió) en la promesa de Dios, su fe quedó asentada como crédito a favor suyo en la cuenta de su justicia (Génesis 15.6).
Jesús les había prometido ya este poderoso derramamiento del Espíritu a sus seguidores (Juan 7.38, 39; y especialmente desde el capítulo 14 hasta el 16). También lo había hecho Juan el Bautista, cuyo bautismo se limitaba a bautizar en agua. Ahora Jesús, el prometido por Juan, los bautizaría en el Espíritu Santo (Marcos 1.8). Además, Jesús prometería también que "ocurriría pocos días después" (Hechos 1.6,7)
En cuanto a los tiempos y las sazones Los discípulos estaban pensando en el gobierno futuro cuando interrogaron a Jesús sobre la restauración del reino a Israel. Conocían la profecía de Ezequiel 36.24-27. También sabían que la promesa de Dios a Abraham no incluía solamente a su simiente y la bendición sobre todas las naciones, sino también la tierra. A través de todo el Antiguo Testamento, la esperanza de la promesa de Dios a Israel está relacionada con la tierra prometida. Ezequiel, en los capítulos 36 y 37, vio que Dios restauraría a Israel en la tierra, no porque lo mereciera, sino para revelar su propio nombre santo y su personalidad. Puesto que Ezequiel vio también al Espíritu de Dios derramado sobre un Israel restaurado y renovado, la promesa del Espíritu les haría recordar esto también.
Por tanto, no era una simple curiosidad la que había causado que los discípulos le hicieran preguntas a Jesús sobre aquella parte de la promesa divina. Jesús no negó que seguía formando parte del plan de Dios la restauración del Reino (el gobierno de Dios, la teocracia) a Israel. Pero aquí en la tierra, ellos nunca conocerían los tiempos (momentos específicos) y las estaciones (ocasiones propicias) de esa restauración. El Padre los había puesto bajo su propia autoridad. De vez en cuando. Jesús les advertía a los discípulos que nadie conoce el día ni la hora de su regreso (Marcos 13.32-35.
Después, cuando sus propios discípulos, durante aquella última ida a Jerusalén, suponían que el reino de Dios aparecería de inmediato. Jesús les relató una parábola para señalarles que pasaría largo tiempo antes de que El regresara con poderes reales a gobernar (Lucas 19.11, 12). En ella. Jesús habla de un noble que se marcha a un país lejano, con lo que está hablando de un largo tiempo. Aun así, es evidente que a los discípulos les costó mucho entender esto, pues no querían aceptar la realidad de que los momentos y las fechas no eran asunto de ellos.
Recibiréis poder
Entonces, ¿qué tendrían que hacer los discípulos? El versículo 8 tiene la respuesta. Recibirían poder después de que el Espíritu Santo descendiera sobre ellos para ser testigos de Jesús testigos, proclamando lo que habían visto, oído y experimentado (1 Juan 1.1). A partir de Jerusalén, llevarían su testimonio a través de Judea y de Samaria, y hasta los confines de la tierra. Este programa de testimonio nos da también una verdadera tabla de contenido del libro de los Hechos.
Dios siempre quiso que los suyos fueran testigos. En (Isaías 44.8) exhorta a Israel a dejar de sentirse temeroso. Aunque había una encomienda de ser testigos suyos, el temor lo impedía.
"Recibiréis poder" (en griego, dynamis, gran poder). Aquí de nuevo se relaciona el poder con la promesa hecha a Abraham de que todas las familias de la tierra serían bendecidas. Jesús, en Mateo 24, insiste en que no podían esperar a que hubiera condiciones ideales antes de esparcir el Evangelio entre las naciones. Esta época estaría caracterizada por guerras, rumores de guerras, hambres y terremotos. Los seguidores de Jesús deben salir a esparcir el Evangelio a todas las naciones en medio de todas estas calamidades naturales y todos los trastornos políticos. ¿Cómo sería esto posible? Recibirían poder como consecuencia de haber sido llenos del Espíritu. Este sería el secreto de su éxito en la época de la Iglesia, hasta su consumación final, cuando Jesús regrese.
El papel del Espíritu Santo es primordial; y el ser llenos del poder del Espíritu de Dios es de vital importancia. Jesús dijo a sus discípulos "Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo" (Hechos 1:8). Podemos colegir en que todos los creyentes están en la misma posición de poder ser llenos del Espíritu. Dios no tiene favoritismos para con nadie.
La palabra griega traducida "sed llenos" es "pleroo", ésta en forma presente imperativa y se refiere a estar completamente saturados hasta lo máximo de algo. Esta palabra da la idea de ser completamente controlados (guiados) por el Espíritu Santo, Es estar bajo su total dominio sin perder de vista quiénes somos y que hacemos. La palabra "pletho" usada en (Hechos 2.2) está en forma pasiva indicativa y tiene que ver con el estado de "haber sido lleno", tal como aquellos que estaban en el aposento alto el día de Pentecostés.
En (Efesios 5:18), el apóstol Pablo hace una comparación entre el efecto del alcohol y el efecto del Espíritu Santo. Una persona que se embriaga con vino (alcohol) será controlada en todas las áreas de su vida. La persona pierde de sí misma y es el alcohol quién controla sus acciones. El producto de ser controlado por el alcohol es el descontrol y la contienda (disolución).
Como contraste, aquella persona que es controlada, "embriagada", o saturada del Espíritu Santo será guiada y controlada por el Espíritu Santo. A diferencia de los resultados que produce el alcohol, el creyente que es lleno del Espíritu será un creyente en victoria, de santidad y servirá de edificación a la obra de la iglesia.
El poder tiene claras implicaciones con el martirio (testimonio). Es decir, con la posibilidad de impactar un mundo saturado de maldad, pecado, muerte, injusticia, enfermedad y dolor, con la praxis del amor. En sintonía con el mensaje evangélico de la cruz, se trata de un empoderamiento para el servicio, y no para el sojuzgamiento de otros/as al estilo de los gobiernos de la tierra. El mensaje de Jesús entra en conflicto con el poder terrenal, ya que su interés es cultivar el verdadero sentido del poder al servicio de la vida. Las señales que corroboran la llegada del reino, son nada más muestras del triunfo de la vida sobre la muerte.
Me seréis testigos
El acontecimiento de la ascensión aparece marcado para Lucas por la afirmación de Jesús «me seréis testigos» (1.8). Bajo el signo de estas palabras va a desarrollarse la historia entera de la Iglesia naciente. La ascensión señala el comienzo de la actividad del Espíritu Santo en la Iglesia, a la que convoca primero sobre el fundamento de la fe en Cristo, para guiarla en adelante hacia su plenitud gloriosa del nuevo pueblo de Dios.
El título Hechos de los Apóstoles, que no fue impuesto al texto por su propio autor sino por la iglesia del s. II, no responde en todos sus aspectos al contenido de la narración. En efecto, el libro solo ocasionalmente se ocupa del grupo de los Doce (contado ya Matías, de acuerdo con 1.26). Su atención no se dirige a los apóstoles en general, sino en particular a determinados personajes, especialmente al apóstol Pedro y, sobre todo, a Pablo.
Los trabajos y discursos de Pedro y de Pablo son los principales centros de interés de Lucas. Su propósito es documentar los primeros pasos de la difusión del evangelio de Jesucristo y el modo en que el Espíritu de Dios impulsaba en aquel entonces el crecimiento de la iglesia «en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra» (1.8).
Jerusalén es el lugar donde comienza la historia de la actividad apostólica. Allí es donde se congrega y organiza la iglesia madre; allí se dan las primeras manifestaciones del Espíritu Santo; allí muere Esteban, protomártir de la fe cristiana; allí se escuchan los primeros mensajes evangélicos, y de allí parten los primeros enviados a anunciar fuera de los límites palestinos el mensaje de la salvación. A estos acontecimientos y al desarrollo de la comunidad de Jerusalén, aparece estrechamente vinculada la persona de Pedro.
Pero más interesado aún se muestra Lucas en la figura de Pablo, el misionero, el hombre que fue capaz de renunciar a sus antiguos esquemas mentales y religiosos para, de todo corazón, proclamar a Jesucristo ante cuantos quisieran escucharlo (Hech 13.46; véase Rom 1.16; 1 Co 9.20; Gl 2.7–10). La fe y la vitalidad de Pablo representan para Lucas la energía interna del evangelio, que muy pronto e irresistiblemente habría de alcanzar el corazón del imperio romano.
Desde una perspectiva histórico-geográfica, el relato puede dividirse en tres etapas diferentes:
Primera etapa: Jerusalén (2.1–8.3) Después de la resurrección y de la ascensión de Jesús al cielo (1.4–11); Jerusalén es escenario de la formación del núcleo cristiano más antiguo de la historia (1.12–26); allí vino sobre los discípulos el Espíritu Santo el día de Pentecostés (2.40), y allí se dieron los primeros pasos para la organización de la iglesia (2.41–8.3).
Segunda etapa: Judea y Samaria (8.4–9.43) La persecución contra los cristianos desencadenada tras el martirio de Esteban (6.8–7.60) obligó a muchos de ellos a salir de Jerusalén y dispersarse «por las tierras de Judea y de Samaria» (8.1). Este hecho vino a favorecer la propagación del evangelio, que ya por entonces había alcanzado diversos puntos de Siria y Palestina (8.4–6, 25, 26, 40; 9.19, 30–32, 35–36, 38, 42–43).
Tercera etapa: «hasta lo último de la tierra» (10.1–28.31) El Señor, en el camino de Damasco, había llamado a Saulo de Tarso (7.58; 8.1, 3; 9.1–30; 22.6–16; 26.12–18), para hacer de él «instrumento escogido para llevar» el nombre de Jesús a los gentiles (9.15). Por otro lado, los creyentes «que habían sido esparcidos a causa de la persecución… pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía» (11.19), y de este modo se abrieron las puertas al evangelio en lugares hasta entonces totalmente paganos.
Pablo emprende su actividad misionera. En el transcurso de tres viajes recorre territorios del sur y el oeste de Asia Menor, penetra en Europa por Macedonia y llega hasta Acaya (13.1–14.28; 15.36–18.22; 18.23–20.38). Su paso está marcado por el nacimiento de nuevas iglesias, de las que él es, primero, fundador, y luego, mentor y consejero, y con las que mantiene una cordial relación, sea en persona o por escrito.
Al término de su tercer recorrido apostólico regresa a Jerusalén (21.1–15), en cuyo templo es apresado (21.27–36). Los últimos capítulos de Hechos describen con especial detalle los incidentes del viaje de Pablo a Roma, adonde lo conducen para ser juzgado ante el tribunal imperial, al que él había apelado haciendo uso del derecho que le otorgaba su ciudadanía romana (22.25–29; 23.27; 25.10–12). El libro concluye con la llegada del apóstol a Roma y el inicio de su actividad en aquella ciudad (28.14–31).
El autor de Hechos se manifiesta en ocasiones como testigo presencial de lo que está relatando. La narración utiliza entonces la primera persona plural: «nosotros» (16.10–17; 20.5–21.18; 27.1–28.16), de modo que el escritor se incluye a sí mismo entre las personas que acompañan al apóstol en su trabajo.
La llenura del Espíritu Santo está prometida para quienes serán definitivamente testigos/as de Jesús en el mundo. Dicha llenura, como lo vimos anteriormente, es sinónimo de "empoderamiento". No se trata de la obtención de algún bien social, ideológico o simbólico. Se trata de una gracia divina, concedida a quienes con humildad, lealtad, y vocación de servicio contribuirán a la promoción de la vida; lo que equivale a la instauración del reinado de Dios en el mundo.
Es importante tomar en cuenta la petición de Jesús, cuando instruye a los suyos a "permanecer" (Hech 1.4) en Jerusalén hasta cuando llegue el Espíritu. Sin la participación activa del Espíritu, no será posible ejercer el poder para servir siendo testigos de Jesús en el mundo.
Esta preciosa porción de las Sagradas Escrituras nos muestra que debemos vivir recordando que estar llenos/as del Espíritu es estar llenos/as de las cualidades del Espíritu. Si el Espíritu es Santo, estar llenos/as del Espíritu es estar llenos/as de santidad. Si el Espíritu es vida, estar llenos/as del Espíritu es estar llenos/as de vida. Si el Espíritu es verdad, estar llenos/as del Espíritu es estar llenos/as de verdad. Si el Espíritu es Consolador, estar llenos/as del Espíritu es estar llenos/as de consuelo.
Siendo enviados/as por El Señor del Reino
El tercer momento de nuestra propuesta misiológica, lo vemos como una consecuencia de los dos primeros momentos. Es decir, el salir de la oscuridad, dirige al empoderamiento, para que luego, dicho poder se concretice en la acción concreta. Empero, es importante interrogarse acerca de la acción concreta. Nosotros creemos que la acción concreta tiene su directa inspiración en lo que muchos han venido en llamar la "agenda mesiánica".
Justamente, nuestra tercera clave bíblica se encuentra en el texto lucano, que a la letra dice:
El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor (BJ Lucas 4.18-19)
Se trata de una especie de re-lectura o puesta en contexto por parte del mismo Jesús del oráculo profético de Isaías 61:1-2.
El texto en cuestión, se inscribe en la línea del mensaje jubilar o del jubileo. La institución del "Año Jubilar" se inspiraba en principios de justicia social y era una llamada a volver a los orígenes de Israel, cuando la tierra prometida había sido dividida entre las doce tribus ( Is 13-2 1): la tierra, que pertenece a Dios, no podía ser cedida totalmente; la distribución inicial del país no podía ser abolida por la acumulación de la propiedad de tierra en manos de unos pocos; los israelitas, liberados por Dios de la esclavitud de Egipto, no podían ser esclavos de los patronos de los terrenos.
La celebración del "año santo" es también una llamada al "año de gracia", inaugurado por Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc4.16-20) y al año de misericordia, que el viñador pidió al patrón de la viña, esperando que la higuera estéril diera frutos (Lc. 13.5-9).
El año de gracia, el año de misericordia y el año jubilar, solo se hacen una realidad en las vidas de las personas y las naciones, cuando estos reconocen el Señorío del Jesucristo histórico y su palabra en sus vidas y en sus prácticas cotidianas.
Los estudios lexicológicos puntualizaron la especial atención de Lucas por los pobres (ptochós, 10 veces, además de penichrós, 21:2; cf. ptochós cinco veces, cada una en Marcos y Mateo). De los seis usos de ptochós en Lucas que no dependen de Marcos o de Q, cinco se encuentran en el relato del viaje a Jerusalén (9:51-19:27: 14:13, 21; 16:20, 22; 19:8). También 4:18-19 es particular a Lucas, que, después del bautismo, presenta una introducción programática al ministerio de Jesús con los pobres, débiles y oprimidos (Thomas Hanks 1983:5-53; 1992:417; Sharon Ringe 1985; Goss 2006:530-31).
Estudios anteriores presentaban a Lucas como el más "radical" de los Evangelios. Pero estudios recientes tienden a concluir que la fuente "Q" y Marcos reflejan una perspectiva más radical sobre los pobres y oprimidos. Pocos eruditos han apreciado debidamente la preocupación de Lucas por las "minorías inmorales", comúnmente marginadas por la sociedad: las prostitutas, los cobradores de impuestos, etc. (Lucas 7:34,37,39; cp. 7:1-10 abajo en "3. Los marginados y las minorías sexuales").
El énfasis de Lucas sobre las dimensiones económicas del evangelio sólo se refleja parcialmente en los estudios lexicográficos del vocabulario explícito para los pobres (cp. 1:51-53; 3:10-14; 6:34-36; 9:58; 11:41; 12:33; 14:12-14, 33). Ahora, esta concentración se entiende comúnmente como respuesta a la situación de una iglesia relativamente pobre (¿Cesarea/ Antioquía?) ca. 80 d.C., una iglesia enfrentada al ingreso de miembros pudientes y en peligro de sucumbir al "amor del dinero" característico de ciertos fariseos (16:14; Moxnes 1988:1-21).
Lucas se dirige a una comunidad cristiana en ascenso económico y le presenta las enseñanzas de Jesús apropiadas para la crisis. W. Pilgrim (1981) analizó las enseñanzas de Lucas sobre la riqueza y la pobreza, y las redujo a tres categorías básicas: (1) total renuncia a las riquezas; (2) advertencias contra los peligros de la riqueza; y (3) el uso correcto de las riquezas. El ejemplo de Zaqueo ("Doy la mitad de mis posesiones a los pobres", 19:8; ver 3:10-14) es considerado actualmente como el paradigma preferido de Lucas para las iglesias con nuevos "discípulos ricos".
Desde el punto de vista de Marcos (10:21; el joven rico, de quien Jesús demandó todo), o de la fuente "Q" (procedente de profetas itinerantes que habían dejado esposas, casas y todo), el paradigma de Zaqueo puede parecer un poco tibio y bastante "conservador". Pero Lucas destaca también el año del jubileo (4:18-19; Lev. 25; Mateo 5:5; Sharon Ringe, 1985, 1995).
Luke Johnson (1977) concluye que en Lucas el dinero tiene una función simbólica vinculada con la aceptación o el rechazo del mismo Jesús. El acto de comprometerse con Jesús y con sus discípulos pobres, perseguidos muchas veces, puso en riesgo todas las posesiones, privilegios sociales y relaciones humanas. Darse a conocer públicamente implica arriesgar todo lo que uno es y posee.
Lucas ofrece una particular ayuda para discernir la relación entre la opresión de los pobres y la justicia liberadora de Dios. La mayoría de los estudios recientes sobre este tema tienden a interpretar la Biblia desde perspectivas. Por lo general, tal acercamiento clásico solamente produce una propaganda mayoritaria a favor de un concepto de justicia como "ley y orden", que apoya un status quo injusto. Sin embargo, aunque el Nuevo Testamento fue escrito en griego, el paradigma bíblico dominante del Éxodo sugiere que debemos partir de la experiencia de los oprimidos y entender la justicia como una praxis que los libera de la opresión.
La parábola de la viuda importuna (Lucas 18:1-8) ejemplifica nuestro acercamiento alternativo. Jesús describe subversivamente al juez como un "opresor" ('adikías, injusto, v. 7), aunque para la sociedad este juez es un elemento fundamental del "sistema de justicia". La viuda pobre, que tal vez había perdido su casa a causa de los mecanismos comunes de la opresión (Lucas 20:47), reclama sin cesar la justicia liberadora: "¡Hazme justicia ('ekdíkesón me) contra mi opresor ('antidíkou)!"; 18:3; cp. vv. 5,7-8).
La venida del Hijo del Hombre se entiende como la expresión decisiva de la justicia liberadora de Dios (18:6-8; ver Santiago 5:1-6). La justicia liberadora de Dios responde a la necesidad y a los gritos de los oprimidos, y conlleva la vindicación social de la vergüenza implícita en la pobreza.
Lucas contiene el mismo número de palabras con la raíz dik– (justicia) que Mateo (28 en total), pero, con los casos de esta raíz en Hechos (25), Lucas sería el autor del Nuevo Testamento que, después de Pablo, más emplea esta raíz (Lucas-Hechos, 53 en total; Pablo 114 + 25 en las cartas deutero-paulinas y pastorales). En Lucas-Hechos, 19 de los 53 casos son de palabras con el alfa privativo, que da el sentido de injusticia. En Lucas 4:18-19, sin embargo, cuando Jesús habla de la "opresión", el griego emplea otro término: "habiendo sido aplastados" (tethrausménous).
En los Hechos, especialmente, el verbo dikaióo significa "liberar": "por medio de Jesús todos los que creen quedan liberados de todo aquello de lo que no pudieron alcanzar liberación bajo la ley de Moisés" (13:39). Cuando tomamos nuestras pistas lingüísticas del paradigma del Éxodo y partimos de la experiencia de los oprimidos, podemos reconocer que la "justicia" en la Biblia, bien entendida, es la justicia liberadora y que la "justificación" conlleva la vindicación social de los marginados y su inclusión en la nueva comunidad. Colegimos con ello, que tal término es como un hilo conductor del mensaje redentor, que en esencia significa liberación.
Con la unción del Espíritu
Tomando en cuenta su auditorio, el evangelista Lucas remarca la postura profética de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Él no tiene inconvenientes a la hora de situar la conflictividad de la presencia de Jesús. De hecho, Lucas sabe, que la cercanía del reino supone conflicto.
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