- Introducción
- Edimburgo (1910) y Panamá (1916): Congresos determinantes para la actividad misionera en América Latina
- Congreso misionero de Panamá
- A cien años de Edimburgo
- Transformación, empoderamiento y envío: Hacia una recomprensión de la misión
- Fuego vine a echar sobre la Tierra
- Conclusión
- Bibliografía
INTRODUCCIÓN
La irrupción de un nuevo milenio, ha sido sinónimo de innumerables desafíos en todos los órdenes de la vida. Al momento ya transcurrió la primera década del siglo XXI, y lo que marca el panorama socio-religioso es sin duda el pluralismo religioso. Si en su momento, durante la primera mitad del siglo pasado, el secularismo marcó época en términos del posicionamiento de la fe cristiana en el mundo, hoy el pluralismo religioso interpela tanto la relevancia, como la identidad misma del cristianismo.
Nuestro trabajo, se inscribe en la línea misiológica. Ahora bien, en el entendido de que dicho campo es muy amplio, así en términos investigativos, cuanto propositivos, nuestro afán se inscribe en una perspectiva cristiana evangélica[1]
Las razones que nos han llevado al desarrollo del presente trabajo tienen que ver por un lado con el rol misionero que estamos desarrollando en la actualidad, y por el otro el mismo estado de la cuestión en nuestro medio. En cuanto a lo primero, es importante decir que la experiencia misionera, supone en primer término sumergirse en el alma de Dios y su pasión amorosa por el proyecto redentor en el mundo. Seguidamente, vemos con cierta tristeza que los afanes misioneros, por lo general se han traducido en la construcción de instituciones, orientadas más a ser un fin que un medio.
Posiblemente, entre las razones que contribuyeron a la conformación de una institución, está el hecho de haber tomado distancia de sus orígenes. Es decir, se ha perdido mucho de la esencia martyrial (testimonial). Por ejemplo; la koinonía (vida comunitaria), la diakonia (el servicio), el kerygma (la proclamación profética), y la didajé (enseñanza). El quehacer misiológico y eclesiológico se enriquecía de tales baluartes; los mismos que los podemos evidenciar de manera clara en el ministerio apostólico del apóstol Pablo.
Entendiendo que hoy no sería posible un traslado temporal al período bíblico, lo que nos queda es identificar los pormenores que aun dan cuenta de la identidad cristiana y postular su vigencia en el mundo de hoy.
En términos más propositivos, la estructura de nuestro trabajo consta de cuatro capítulos. El primero hace una referencia analítica a lo que fue el Congreso Misionero de Edimburgo en 1910 por un lado. Y al Congreso de Panamá en 1916 respectivamente.
La fe cristiana fue traída al continente por las potencias europeas. Sépase que las inmensas masas territoriales que se extendían desde el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos hacían una longitud de más de 10.000 km2. La superficie total del vasto continente junto a sus islas alcanzaba los 20.600.000 km2, que a su vez constituían el 15 % de la masa territorial mundial. Pues en éste continente, España en su condición de potencia, pretendió construir su imperio. Al lado de tal intención estaba el afán de "cristianizar el continente". La conquista permitió que España se hiciera dueña del Nuevo Mundo desde el Caribe, a lo largo de América Central y del Sur hasta tierra de fuego, exceptuando Brasil que quedó en manos de Portugal.
Si en un primer momento la misión estuvo marcada por la conquista (ss. XVI-XVIII), en un segundo momento lo estuvo por la llegada del protestantismo (ss. XVIII-XX). La misma coincide con la época neo-colonial, en la que las versiones protestantes, a diferencia del catolicismo, tenían una mentalidad más mercantilista. Lo que marcó definitivamente en el continente, a partir de la llegada del protestantismo fue la excesiva preocupación por mantener viva la cultura, el idioma, las tradiciones y las costumbres de los países de origen. Para todo ello, la "evangelización" o la "misión" fue un vehículo determinante.
Entonces, con la intención de determinar los factores históricos que contribuyeron al establecimiento definitivo del cristianismo en nuestro continente, en nuestro primer capítulo nos detenemos en el análisis de dos momentos trascendentales. Ellos fueron, por un lado el Congreso Misionero realizado en Edimburgo, Escocia en 1910, y el Congreso Misionero realizado en Panamá en 1916.
El congreso misionero de Edimburgo tuvo dos referentes importantes en términos de personajes. Uno es John Mott, y el otro es J.H. Oldham. Las gestiones del primero fueron más que determinantes en materia artificiosa, ya que el propio Mott propuso la evangelización del mundo en dicha generación. La convocatoria fue tan exitosa al punto de comprometer a las misiones más importantes de ultramar a participar en la evangelización mundial. Por ahí se dice, que aunque América latina no estuvo representada, la misma fue como la manzana de la discordia por los intereses implícitos en materia geopolítica de las grandes potencias.
Por lo mismo, a manera de resabio histórico, otra figura emergente y protagónica fue la de Robert Speer, quien casi de inmediato al congreso de Edimburgo convocó a otro que se realizó en Panamá en 1916. La historia nos muestra que en el mismo, lo que se produjo fue casi de manera literal algo así como una "repartija" del continente entre las misiones y denominaciones más clásicas del protestantismo europeo y norteamericano. De ahí en más, asistiremos a la llegada -cual se tratara de un desfile- de distintas y variadas denominaciones en cuanto a rasgos y tendencias teológicas. Definitivamente el continente latinoamericano se constituye para tal época en una "tierra de misión".
Nuestro segundo capítulo, es una especie de reflejo contextual de lo que fue el primer Congreso Misionero realizado en Edimburgo. En el mismo lugar, con todo lo que representa su legado histórico, se realizó otro congreso en ocasión del centenario del primero. Éste último se realizó el año 2010. La participación fue mucho más diversa, en representación de una presencia misionera en los cinco continentes. Ahora bien, se entiende principalmente, a la luz del segundo congreso que presencia misionera implica fundamentalmente servicio y no tanto proselitismo.
Nuestro trabajo en el capítulo correspondiente, radica en torno a una lectura latinoamericana de los nueve puntos del acuerdo de Edimburgo. Creemos importantísimo, entender los mismos, pues de ellos dependerá en gran parte la conformación de una mentalidad mucho más renovada y comprometida con la missio Dei (misión de Dios) en el mundo. Puede ser que en términos de objetividad caigamos en una especie de simpatía excesiva con los nueve puntos del acuerdo. Debemos señalar, que nuestro modesto aporte es apenas uno más de entre los muchos que se puedan seguir dando,. Según el interés de quienes nos encontramos en misión.
Luego de una revisión paciente, en términos de preocupación misional, nos permitimos incursionar en la búsqueda de claves o de referentes bíblico-teológicos que iluminen ulteriores estrategias o pautas misionales.
Para ello, en nuestro tercer capítulo, identificamos tres principios importantes a tomar en cuenta para participar en un quehacer misionero más congruente con el reinado de Dios y con la propia historia. En consecuencia, nos permitimos proponer los siguientes principios: Transformación, empoderamiento y envío.
Para nosotros es de crucial importancia no únicamente experimentar, sino exigir a las/los participantes del quehacer misionero la transformación como requisito principal. Para ello, mencionamos lo que ocurre con el endemoniado de Gerasa, quien luego de experimentar una transformación es enviado a anunciar las buenas noticias en Decápolis. La experiencia de los primeros cristianos nos muestra que únicamente aguardando con paciencia la irrupción del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, es que pudieron ser empoderados; llenados de toda gracia y dádiva de Dios para salir por el mundo entero.
Empoderamiento, entendido como revestimiento de la presencia redentora del Señor de la historia, supone fundamentalmente servicio. No significa la práctica del poder abusivo y dominante; más bien es la acción de la compasión como requisito sublime para la Iglesia de hoy. A propósito, resulta muy digno de tomar en cuenta la reciente obra escrita por Roberto E. Zwetsch. El dice: "Sin este poder del Espíritu liberador de Cristo, la Iglesia permanece como una institución puramente humana y limitada en su perspectiva histórica. Ésta no sobre llevará hábilmente la vocación a la que fue llamada" (Zwetsch 2009: 278).
Nuestro tercer principio radica en torno al énfasis que ha de dársele al envío. Para ello hace falta re-crear de manera permanente en nuestras eclesiologías y prácticas misionales la experiencia del año sabático y del mensaje redentor del jubileo. Justamente, tales referentes bíblicos e históricos son los que dan cuenta de la emergencia del rol mesiánico de Jesús en (Lucas 4.18ss.) Es más, al ser la misma una puesta en contexto del oráculo de (Isaías 61.1-2), se nos recuerda la importancia de referirnos definitiva, e incuestionablemente a la agenda mesiánica de Jesús.
La missio Dei, es continuada por Jesús al proclamar públicamente los parámetros y los contenidos de la misión compasiva, amorosa y redentora de Dios en la historia. Hoy la Iglesia está desafiada a enmarcarse en la agenda mesiánica de (Lucas 4.18ss); por lo mismo sería maravilloso pensar en un renuevo que nos aleje de la tentación de querer "planificar" la acción de Dios en el mundo, siendo que su agenda ya fue propuesta hace mucho tiempo.
Finalmente, nuestro cuarto y último capítulo, es un intento de perfilar únicamente tres aspectos prácticos, de los muchos que pudieran bien identificarse. Desde nuestra óptica, experiencia y práctica pastoral-misional, creemos que el testimonio, la espiritualidad y la predicación podrían ser caminos o medios concretos de renovación.
Muchos coinciden últimamente en que el trabajo misionero o evangelistico no es solamente sinónimo de proclamación pública o cultica, sino de testimonio. Es decir, la forma de vivir y de insertarse en un mundo tan complejo, no sólo son una respuesta sino también una propuesta. Hablamos en nuestro trabajo no de poder del testimonio cristiano, sino de testimonio del poder cristiano, asumiendo el mismo en términos de servicio compasivo, más que de ejercicio abusivo de algún "privilegio".
A continuación, en aras de destacar la participación activa del Espíritu Santo, en un mundo y en una sociedad como la actual, proponemos la eclosión de una espiritualidad sin fronteras. Es decir, una vivencia del Espíritu, libre de absolutos conceptuales o doctrinales, y enmarcada en el plan redentor de Dios. Luego de una revisión acerca de las concepciones clásicas del cristianismo, postulamos algunas pistas pneumatológicas dentro del rol misionero.
Finalmente, en un intento por destacar una de las acciones más comunes del trabajo misionero, abordamos el tema de la predicación. Tomando como referencia concreta una de las realidades sociales más visibles de nuestro continente, como son las poblaciones originarias, nos atrevemos a convocar a una revisión tanto de los contenidos como de las formas de la predicación. Las condiciones actuales invitan a no repetir desaciertos del pasado, sino a procurar la realización del proyecto amoroso de Dios en nuestro medio.
Esperamos pues, que el modesto trabajo que ponemos en consideración de quienes se encuentran en misión, pueda ayudar a vislumbrar con esperanza pistas de renuevo y eficacia. Nuestro mayor anhelo es que quienes amamos el ministerio misionero, podamos sentirnos más comprometidos con el Dios de la historia ejerciendo la missio Dei en el mundo.
Capítulo I
EDIMBURGO (1910) Y PANAMÁ (1916): CONGRESOS DETERMINANTES PARA LA ACTIVIDAD MISIONERA EN AMÉRICA LATINA
En el presente capítulo, nuestro interés principal es adentrarnos en las implicaciones misiológicas de los congresos realizados tanto en Edimburgo, Escocia en 1910, como el de Panamá en 1916. El primero, representa algo así como un gran techo por ser señero en cuanto a trabajo unido y a gran escala; el segundo, es una especie de respuesta inmediata al primer congreso, por tener una impronta muy latinoamericana. Algunos hablan de disidencia. Es decir, refiriéndose a quienes no se sentían incluidos en la agenda de trabajo.
En virtud de nuestro interés investigativo, nuestro énfasis redundará más en la línea evangélica protestante. Sabemos muy bien, que el espectro de la misión es muy grande tanto en la tradición católica como en la protestante. Es así que incursionar en el trasfondo católico-romano representaría todo un capítulo aparte. A continuación nos permitimos destacar las implicaciones previas al congreso.
Hacia el Congreso Misionero de Edimburgo
En procura de retomar el hilo misiológico, es importante notar que antes de la famosa conferencia misionera de Edimburgo, aun sabiendo de la existencia de presencia protestante en el continente latinoamericano desde 1838, los círculos europeos protestantes consideraban innecesario el trabajo misionero. Por eso es que se comenzó a hablar del "continente abandonado"[2]. Tal desinterés marcó una herida profunda por no considerar al continente a la misma altura de otros lugares en términos de campo misionero. Sin duda, se dieron algunas tensiones durante el congreso de Edimburgo[3]
Las iglesias protestantes europeas, las más grandes y establecidas como confesiones oficiales, vetaron al Continente latinoamericano como lugar para hacer obra misionera. Argumentaban que estas tierras ya habían sido cristianizadas por la Iglesia católica romana, y que los esfuerzos propagadores debían enfocarse hacia África, Asia y Oceanía (Deiros 1992:663). Tomás Gutiérrez comenta que la conclusión emanada no agradó a las sociedades misioneras que ya tenían un trabajo arduo y complejo en América Latina[4]esto propició que algunos delegados se reunieran aparte para convocar un congreso en América Latina[5]
Sin embargo, debido a la ya existencia misionera de denominaciones protestantes norteamericanas y británicas, el suelo latinoamericano sí era un legítimo campo misionero.
A propósito, quisiéramos concebir tal derecho como uno que se inscribe en el proyecto amoroso de Dios de redención y de nueva vida. La historia nos demuestra que por detrás existían intereses comerciales y militares. Piedra habla, a manera de ilustrar la lógica expansionista hablando de la trilogía que formó parte del proceso neocolonial (Piedra 2000: 21). Es decir, el comerciante, el soldado y el misionero. Citando a Rufus Anderson, quien evidencia lo dicho, en los siguientes términos:
Las exploraciones misioneras han contribuido al progreso. Han sido ventajosas para la ocupación de un país no evangelizado. Una firma mercantil envía a explorar a un hombre experto en comercio, un militar envía un soldado, la sociedad misionera envía un misionero. Hay una gran lógica en este punto de vista. Nuestro viajero debe tener el ojo, el oído y el corazón de un misionero.[6]
Piedra, destaca en esta misma línea, el comentario que hizo el obispo metodista Warren A. Candler, luego de visitar Cuba en 1898: "El soldado y el marinero han hecho y están haciendo muy bien su trabajo, que las iglesias envíen ahora al predicador y al maestro"[7]. Lamentablemente, la evangelización también era sinónimo de incursión militar, pues la presencia misionera era también vista como un medio para aplacar la resistencia local. Un extracto de VOPSA Voice of Pity for South America (Voz de compasión para América Latina) dice:
No hace más de cinco años atrás cuando el capitán y la tripulación del bergantín Avon fueron asesinados por los mismos bárbaros. Aunque los gobiernos de Inglaterra y los Estados Unidos enviaron barcos de guerra a esa estación, ellos no pueden ser omnipresentes, además de que si de fuerza militar se habla sólo una extirpación total de estos nativos horribles puede asegurar que más navegantes escapen del cuchillo de los caníbales. Cuanto mejor, cuanto más valioso viniendo de un país cristiano, y cuanto más barato sería regenerarles y civilizarles.[8]
Para los intereses expansionistas, América latina era considerada como tierra de misión y continente de las oportunidades en los campos no solamente de la religión sino también del comercio, la manufactura, la agricultura, y la minería. Los siguientes escritos, son una muestra de ello:
"América Latina es hoy por hoy el continente de oportunidades por excelencia en todos los campos: es espiritual, sus minas y manufacturas, sus bosques, su riqueza pesquera, su comercio y agricultura, sus escuelas, sus iglesias y su política"
(Francis Clark, 1907)
"Recuerdo cuando los indígenas con un alto costo tenían un cuchillo, una hacha un par de tijeras, un azadón, una olla de hierro o una cafetera. Pero ahora artículos de marcas inglesas están en las manos de todos ellos. Los toldos, pañuelos y ropa eran desconocidos. Pero ahora, en los lugares donde nuestra misión ha extendido su influencia, un indio se siente mal al menos si n o posee un toldo. Las marcas de productos de Manchester son ahora familiares para ellos"
(WB. Grubb, 1911)
Detrás, también estaba el claro afán de defender la actividad misionera; la creencia en la unicidad y superioridad del cristianismo protestante permitía inclusive fustigar la presencia de la Iglesia Católica, so pretexto de su "fracaso" en el continente. Thomas Neely, en su condición de misionero metodista, fue una de las figuras más influyentes que sostuvo que la Iglesia Católica tuvo su momento no bien aprovechado, y que por lo mismo ahora era el turno del protestantismo.
El romanismo tuvo su oportunidad en Sudamérica y falló; no pudo alumbrarla ni elevarla. No la liberó políticamente, ni liberó al pueblo de la superstición. Encontró una Sudamérica idólatra, y dejó que su gente continuara practicando la adoración de las imágenes.[9]
De entrada, percibimos una visión de exclusivismo por parte del protestantismo, en el entendido de que detrás de afirmaciones como la anterior había una apreciación de América latina como región rica en recursos naturales. Según Piedra, Neely y Stuntz cristianos con mentalidad empresarial decían que la región era como "la tierra del dorado". Neely se refirió en 1909 a la variedad y abundancia de minerales como el oro, el cobre; piedras preciosas como diamantes y esmeraldas; nitrato carbón y petróleo. La riqueza era inagotable[10]Stuntz hablaba de la riqueza en los siguientes términos:
Ahí se encuentran prácticamente todos los minerales útiles, y muchos de ellos en abundancia. El oro es encontrado en cada estado de Sudamérica. Las montañas de las Guyanas tienen aun vetas del metal amarillo. Incluso en Tierra del Fuego los indígenas ganan buenos salarios lavando oro. Brasil, Perú, Colombia, Ecuador, Bolivia y Venezuela son ricos en este precioso metal. Suramérica produce anualmente 15 millones de onzas de plata. Allí hay más cantidades de cobre que lo que tienen las minas de Michigan, Montana y Arizona. Una mina del Perú tiene suficiente plata para pagar los costos de explotación y el transporte del mineral a la costa, y de la costa a los hornos de fundición en los estados Unidos. Si los depósitos de diamantes en el centro del Brasil fueran trabajados eficientemente, como los de Kimberly, el esplendor de las piedras individuales y la producción total no sufrirían como pasa en Sudáfrica. Colombia tiene los depósitos más grandes de esmeraldas que se conocen. El petróleo se encuentra en diferentes lugares.[11]
Lo expuesto entonces, no únicamente ameritaba una "voluntad misionera" sino también una "inversión monetaria" para la consolidación del protestantismo. En síntesis, la consolidación del protestantismo era pues, sinónimo de mecanismos para comenzar a movilizar una economía de tipo capitalista.
Ahora bien, existía un riesgo que tenía que ver con la posibilidad de una revolución industrial en el continente. Todo porque circunstancias parecidas causaron la Revolución Industrial en Inglaterra en el siglo XVIII. Es en virtud de tal peligro, que los estrategas de las misiones protestantes asumieron para sí la causa de vigilar o a "cristianizar" el impacto del capitalismo norteamericano en América latina (Piedra 2000:61).
Todo lo dicho anteriormente, provoca sin duda una serie de interrogantes relacionadas con el "esfuerzo misionero" en el continente. En la misma línea de las preocupaciones, queremos en lo sucesivo con carácter didáctico plantear algunas preguntas alrededor de lo que fue el Congreso Misionero en Edimburgo, realizado en el año 1910.
¿Por qué se realizó el Congreso en Edimburgo?
Resulta por demás importante mencionar a Edimburgo como lugar elegido para la realización del congreso misionero no solamente por su ubicación estrategia en el orbe, sino también por ser de algún modo cabecera del "mundo occidental".
Está ubicada en la costa este de Escocia a orillas del Fiordo del río Forth y en la autoridad unitaria local de la Ciudad de Edimburgo. Es la capital de Escocia desde 1437 y es la sede del gobierno escocés. La ciudad fue uno de los centros más importantes de educación y cultura durante la Ilustración, gracias a la Universidad de Edimburgo. Recientemente, los distritos, The Old Town y New Town, los cuales son parte de la ciudad, fueron nombrados por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad en 1995. De acuerdo al censo del 2001, Edimburgo tiene una población total de aproximadamente 448.624 habitantes.
¿Quién hizo la convocatoria?
La misma, en nuestra opinión fue una especie de consecuencia de una sucesión de hechos. A ello contribuyó la eclosión de personalidades que llegaron a ser el alma de la conferencia de Edimburgo (Piedra: 2000:115). J.H.Oldham (1874-1969) y J.R. Mott (1865-1955) fueron los más emblemáticos. Quizá la figura más relevante haya sido la de John R. Mott, un joven que a las puertas de tener la decisión de definir su vida en una carrera de ciencias políticas escucha el fervoroso llamado a las misiones hecho por J. E. K. Studd, el cual encendió en su corazón un fervor misionero que lo llevó a la movilización de millares de estudiantes, tanto en Estados Unidos, como alrededor del mundo hacia las misiones mundiales. Que le puso al liderazgo de la histórica conferencia misionera de Edimburgo en el año de 1910, al no menos importante, Congreso de Panamá en el año de 1916 y a todos los esfuerzos necesarios que culminaron con la formación del Concilio Mundial de Iglesias en el año 1948. Ningún liderazgo ha sido tan impactante y tan reconocido como John R. Mott. En el año 1957 recibe en Suecia el Premio Nobel de la Paz.
En el horizonte, queda claro que la presencia misionera y los propósitos por parte de los misioneros occidentales era la de seguir evangelizando el mundo. Por lo mismo, el lema de la conferencia era: "La evangelización del mundo en ésta generación". En cuanto a hechos históricos, se marca en el calendario la Guerra Hispano Americana (1898)[12], y el anhelo por controlar el Canal de Panamá (1902)[13], como razones para legitimar la empresa misionera por parte de los Estados Unidos. Es por lo mismo, que los norteamericanos hubieran querido un apoyo decidido de parte del congreso de Edimburgo.
La conferencia, ya tenía, como ingrediente la situación de América latina como lugar de misión. Tal situación llegó a ser un conflicto sin resolución, y es ahí donde comienza el rol de los personajes en cuestión, ya que es Oldham y su influencia la que hace posible la no incorporación del tema como lo deseaban los estadounidenses. Entre tanto que Mott, como bien lo dice Piedra, fue determinante a la hora del soporte económico. "De esta manera, se complementó el pragmatismo creativo de Mott y la preocupaciones teológicas de Oldham, lo que sin duda ayudó al éxito de la conferencia" (Piedra 2000:115).
¿Quiénes y cuántos participaron?
En 1910, en Edimburgo, Escocia, se realizó la Conferencia Misionera Mundial. El punto de la reunión era discutir acerca de la evangelización del mundo. Asistieron aproximadamente 1,200 delegados, representando una amplia variedad de iglesias y organizaciones cristianas (excepto la católica romana). Participaron en la Conferencia alrededor de 160 directivas de agencias misioneras, entre ellas cuarenta y seis británicas, sesenta estadunidenses, doce de Australia, Asia y África del Sur.
De los 1215 delegados oficiales, 509 eran británicos, 491 norteamericanos, 169 de Europa continental, 27 de las colonias blancas de Sudáfrica y Australasia, 19 del mundo no occidental, 18 de ellos de Asia. No hubo ahí representante alguno de la importante presencia misionera norteamericana en América Latina. Llama la atención el hecho de que quienes trabajaban en el continente no hayan insistido en su afán de incorporar la temática latinoamericana a pesar de la oposición.
Mott fue el presidente del "Comité de Continuación". Otras conferencias fueron convocadas por el comité tales como Jerusalén en 1928, Madras, India en 1938, en esta reunión, por primera vez, la participación del Tercer Mundo fue mayoría. John R. Mott junto con el comité jugó un papel muy crucial durante la Primera Guerra Mundial, en especial velando por los misioneros alemanes en los países enemigos como Inglaterra y propició la reconciliación de los alemanes en el congreso de Jerusalén 1928.
El celo de Mott y su llamado era a "evangelizar hasta el final para que el Rey regrese" lo que puso en evidencia que el mayor obstáculo para la consecución de los sueños de Edimburgo era la iglesia mundial dividida. Esto, naturalmente, llevó a trabajar para la fundación del Concilio Mundial de Iglesias en 1948. La perspectiva de Mott era de una clara apertura a la modernidad, los inventos y los avances científicos que debían ser usados para la causa del Evangelio. En un famoso folleto, decía Mott:
La mano de Dios, al abrir puerta tras puerta entre las naciones humanas, al descubrir los secretos de la naturaleza y al traer a la luz invento tras invento, invita a la Iglesia de nuestro tiempo a logros cada vez más grandes. Si la Iglesia, en vez de teorizar y especular, mejor sus oportunidades, recursos y comodidades, parece enteramente posible llenar la tierra con el conocimiento de Cristo antes de que pase esta generación. Literalmente, se puede afirmar que la nuestra es una época de oportunidades sin paralelos. "La providencia y la revelación se combinan para llamar a la Iglesia a ir de nuevo y tomar posesión del mundo para Cristo… La electricidad y el vapor han acercado al mundo. La Iglesia de Dios está en ascenso. Tiene bajo su control el poder, la riqueza y el conocimiento del mundo. Es como un ejército fuerte y bien equipado frente al enemigo… Puede que la victoria no sea fácil, pero es segura."[14]
El lenguaje de Mott es un claro reflejo del espíritu de optimismo que caracterizaba la época, de crecimiento y desarrollo de las ciencias y avances significativos en la calidad de vida.
También revela una perspectiva positiva al mundo de los descubrimientos científicos, muy distinta del fundamentalismo que precisamente en la misma época se gestaba en otros sectores de la Iglesia protestante estadounidense. En efecto, The Fundamentals, los textos publicados en Los Ángeles, California, fueron justamente publicados en 1910 revelando un perfil diferente hacia las ciencias que, con el correr de los años se tornará más virulento en cuanto a realidades sociales, políticas y científicas.
¿Cuáles fueron las preocupaciones más prioritarias?
Teniendo en cuenta la visión, especialmente europea, la lógica misionera intentaba priorizar los continentes de Asia y África. El profesor Piedra habla del continente latinoamericano como la "manzana de la discordia" (Piedra 2000: 113) en los términos de una especie de obstáculo que la propia asamblea tendría que sobrellevar.
A manera de una motivación permanente de trabajo, surge el lema "La evangelización del mundo en este generación"[15]. Al parecer, en la misma se nota un interés vivo por llevar el evangelio hasta los lugares más recónditos, para lo cual un trabajo organizado y esforzado sería necesario y clave.
Sin embargo, en nuestra opinión, se desprenden dos hechos importantes. Por un lado, la interpretación de dicho lema que marcó la diferencia de perspectivas de trabajo misionero entre europeos y norteamericanos. Por el otro, intereses y lealtades encubiertas.
En cuanto a lo primero, según Piedra, el centro del asunto radicaba en la palabra "evangelización" como una que invita a definir su propio significado (Piedra 2000:116). Se produjo una pequeña controversia entre el afirmar: "la evangelización del mundo en esta generación", y afirmar "la evangelización de esta generación". Decía Oldham de Mott, quien se identificaba de algún modo con el primer lema:
Es aquí donde aparece el problema inmediatamente. Mott prácticamente ha respondido al asunto asignando quince mil personas a cada misionero… Pero lo que nosotros entendemos por evangelización no es nada más que la gente tenga una oportunidad para aceptar o rechazar el Evangelio. ¿Pero será posible, cuando hay un misionero extranjero para cincuenta mil personas? Mil veces no.[16]
Obviamente para la línea de Mott, la evangelización tenía que ver con una incursión agresiva en el mundo para alcanzar en "su generación". Oldham, al parecer era de la idea más recatada y paciente, concibiendo la evangelización de un trabajo sostenido, largo y paciente. Oldham seguía diciendo:
Me parece muy interesante notar cómo el gran entusiasmo que hay sobre este lema es básicamente un asunto de temperamento y especialmente de temperamento nacional. Los americanos, con su fuerte tendencia práctica, nunca han tenido dificultad alguna con este lema. Los alemanes, por otro lado con su determinación a llegar hasta el fondo de las cosas, nunca lo han aceptado, y a mi juicio nunca lo aceptarán. Mientras que el inglés y el escocés temporalmente se ubican en medio de ambos, y por consecuencia usted encuentra en este país una discusión interminable, un debate y una incertidumbre respecto al lema. Estoy llegando a pensar que la fraseología del lema es responsable de las dificultades. Se hubieran obviado posiblemente, si se hubiera hablado de "la evangelización de esta generación".[17]
La pequeña o gran controversia, dependiendo del ángulo de opinión en cuestión, refleja intenciones que de hecho contribuirían a la expansión no sólo del evangelio sino también de una nación como los Estados Unidos. Nos parece que la intención de Mott tenía que ver con la consolidación de la obra misionera norteamericana en América latina, haciendo de ella un "cuartel general" para la expansión hacia otras latitudes. Lo anterior especialmente a raíz de la guerra Hispanoamericana de 1898. Mott ubicó a América latina al lado de África y Asia, a las que llamó: "Los campos de batalla más grandes de la fe cristiana"[18].
Mott afirmaba que tales regiones habían sido "aisladas de la influencia de un cristianismo puro", y sus habitantes no eran más que un "rebaño sin pastor"[19]. Es de suponer que opiniones como las de Oldham, ligadas al pensamiento más euro céntrico manifiestan una visión más pragmática; quizás por lo mismo se reconoce en Oldham su claridad teológica y perspicacia en cuanto a la aplicación ética y práctica del evangelio. Por lo mismo él era un deseoso del trabajo social. En su momento fue importante su opinión acerca del trabajo social de la ACJ (Asociación Cristiana de Jóvenes) en la India.
Nosotros sabemos que hay una buena parte de prejuicio nacional. Este sentimiento natural se intensifica aún más por el hecho de que en la India somos la raza gobernante. Hay constantemente presente un sentido de relación de conquistadores y conquistados. Temo que esto aún se sustenta en nuestra manera altiva, la cual creo que es animada por nuestros rasgos nacionales. Siempre me ha parecido el hecho de que nosotros no estemos aquí sólo como extranjeros, es una desventaja; ser miembros de una raza conquistadora y gobernante, es una de las dificultades peculiares del trabajo misionero en la India. Cuando hablamos se nos responde con prejuicio. La gente piensa que nosotros que hemos echado nuestro gobierno sobre ellos y que estamos ahora imponiendo nuestra religión, y por eso ellos se preparan a resistirla"[20]
Otro de los motivos en relación a la no priorización de incursión misionera en América latina estaba ligado a lo que llamamos "lealtades encubiertas". Y es que, aun cuando la expresión suene fuerte, la parte más europea a decir inglesa y escocesa estaba consciente de la presencia católica en el continente. El trasfondo histórico del anglicanismo, sin duda era más que determinante. Según el profesor Piedra, entre los británicos, particularmente los anglicanos de la "Alta Iglesia" (High Church), tendían a considerar como de mal gusto cualquier nueva presencia del cristianismo protestante donde ya había alguna influencia de otra iglesia cristiana (Piedra 2000:114).
Lo dicho significaba un condicionamiento de parte de los británicos de cara a su participación en el congreso de Edimburgo. Para ellos era fundamental la no inclusión de América latina en la agenda de trabajo. Es más, su petición era la renuncia de los intereses y planes norteamericanos en el continente. Para ello fue determinante la ayuda de J.H. Oldham.
Dice también Ruiz[21]que alrededor del congreso de Edimburgo en 1910 se tejió todo un drama que afectaría significativamente la evangelización de América latina y desde América latina. Es de notar que aunque había una fuerte influencia de las agencias misioneras norteamericanas para que América Latina fuera considerada un área no evangelizada, la iglesia anglicana en pleno se unió en contra de tal propuesta. La preocupación Anglicana radicaba en el cuidado que querían tener de sus relaciones con la iglesia católica y con la tradición oriental de la iglesia. Fueron muchas las cartas y cabildeos que llevaron finalmente a que las agencias americanas desistieran de su propuesta y que América latina no fuera considerada un campo misionero, a excepción de las menciones que se hicieron del trabajo dentro de algunos grupos indígenas. A John Mott este asunto lo tomó casi de sorpresa; ocupado como estaba en los viajes y la promoción del congreso no pudo medir las implicaciones para ambas partes de esta decisión.
¿Cuáles fueron los resultados inmediatos del Congreso?
Si bien es cierto, que el congreso de Edimburgo se llevó a cabo con cierta normalidad, el mismo, como dice Ruiz[22]sin duda, marcó significativamente a Mott hasta llevarlo a unirse y participar activamente en la preparación, celebración y seguimiento del congreso de Panamá en 1916 que significa, un esfuerzo y un interés más concertado para la evangelización de América Latina.
Hemos dicho que en el Congreso de Misiones de Edimburgo realizado entre el 14 y el 23 de junio del año 1910 las juntas misioneras protestantes con trabajo en América Latina se vieron sorprendidas cuando se excluyó el continente latinoamericano como campo de misión y se consideró darle prioridad a las misiones en los continentes no cristianos (Asia y África). Dice Jaime Prieto que esto obedeció a que los líderes del Congreso de Edimburgo, al contrario de otros congresos, evitaron una línea dura con respecto a la Iglesia Católica y consideraron que ese continente era una zona ocupada por dicha iglesia.
Ese fue el desacuerdo por el cual el comité de Referencias y el Consejo de las Misiones Extranjeras de Norte América se reunieron en 1913 y nombraron el Comité de Cooperación en América Latina (CCLA). Los miembros de este primer Comité estuvo conformado por Robert Speer como presidente, L. C. Barnes, Ed. F. Cook, William F. Oldham y John W. Tood y tenía el propósito de valorar el trabajo de cooperación de las misiones considerando América Latina como tierra fértil para el crecimiento del protestantismo[23]
Dice también Prieto, que fue así como el CCLA organizó el Congreso de Panamá en 1916, en la zona del Canal, el cual había sido recientemente inaugurado. El misionero Robert Speer secretario de la junta de misiones de la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos afirmó que el rechazo de América Latina en la agenda de Edimburgo, fue lo que sirvió de motivación para poner a ésta en el mapa de las misiones mundiales[24]
A diferencia del congreso de Edimburgo, el Congreso de Panamá contó con un total de 304 delegados de América Latina, Norteamérica, Gran Bretaña y España. Además participaron 177 visitantes de Panamá. De estos delegados sólo 28 eran latinoamericanos (menos del 20%). Los principales temas tratados en Panamá, bajo la coordinación del profesor uruguayo Eduardo Monteverde y Robert Speer fueron los siguientes: ocupación territorial, mensaje y método, educación, el campo de la literatura, trabajo con las mujeres, la iglesia en Misión, la misión en su sede, cooperación y promoción de la unidad[25]
Otros dos elementos a tomar en cuenta en términos de consecuencias del congreso de Edimburgo es la conformación de dos comisiones: Una es la de Fe y Orden, ya la otra es la comisión de Vida y Obra. El Dr. Samuel Escobar lo explica muy bien cuando dice que la primera tenía como tarea la de estudiar los temas relativos a la doctrina y el ministerio entre las diferentes Iglesias Protestantes. Su agenda era el diálogo teológico en busca de un acercamiento para encontrar terreno común entre las diferentes iglesias y denominaciones y explorar también la razón de ser de las diferencias[26]Al ser muy auspiciosa la obra de tal comisión, su primer encuentro se dio en Lausana en 1927, seguido de muchos otros. Cuando se realizó un encuentro en Latinoamérica para tratar los temas de bautismo, ministerio y eucaristía, la reunión se realizó en Lima, Perú, en 1982. La Iglesia Católica fue invitada al primer encuentro pero rechazó consistentemente la participación.
La otra comisión de Vida y Obra, se dedicó a explorar la cooperación de las iglesias en asuntos prácticos como las relaciones internacionales, el servicio a los necesitados como por ejemplo los migrantes y refugiados, la búsqueda de paz entre las naciones que en ese período previo a la segunda guerra mundial preocupaba mucho especialmente a los europeos[27]Sigue diciendo Escobar que los vínculos y esfuerzos comunes de las Iglesias a través de estas dos comisiones culminaron en la formación del Consejo Mundial de Iglesias (CMI). Los planes y contactos para éste ya se habían dado en 1937, pero la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) impidió que surgiese. Se habló de un Consejo Mundial en proceso de formación hasta 1948, que fue el año en que una Asamblea reunida en Amsterdam le dio la partida de nacimiento.
A manera de conclusión de este breve rastreo histórico del Congreso Misionero de Edimburgo, diremos que el mismo no estuvo exento de desacuerdos en cuanto a visiones y planes de trabajo. Pero, además de ello, es importante advertir que tanto las intenciones del lado europeo como de lado norteamericano estaban vinculadas a intereses inmediatos. Las agencias británicas de línea anglicana procuraban mantener su lealtad hacia la Iglesia Católica Romana. Entre tanto, que las agencias misioneras norteamericanas estaban más identificadas con proyectos geopolíticos expansionistas.
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