Para 1821, el poder español en su arcaico Virreinato de Nueva España, prácticamente había sido licuado. Dos revueltas populares, encabezadas por sacerdotes, Miguel Hidalgo con su "Grito de Dolores" de Septiembre de 1810 y José María Morelos, como su sucesor natural pero también pasado por las armas, habían hecho temblar el sistema colonial hasta sus raíces, pues ambas sublevaciones tenían en común el hecho de ser "guerras sociales de reivindicación". No nos detendremos en los antecedentes más antiguos de esta clase de enfrentamiento, pero no debemos soslayar ciertos odios intestinos alojados en el Imperio español, que cada tanto asomaban a la luz de la Historia y se traducían en un mar de sangre y muerte como la que los blancos criollos o españoles observaron en la rebelión tupamarista treinta años antes en América del Sur).
Tras este primer período de insurrecciones sociales, raciales y populares, distante en su método y protagonistas de las revoluciones sudamericanas como la del Río de la Plata, lideradas por las élites y no persiguiendo en ningún momento un verdadero colapso radicalizado ni su subsiguiente inversión de la pirámide social, la independencia mexicana sobrevino de la mano de los grupos dominantes, dejando a un lado ese impulso ciertamente revolucionario de los comienzos, quedando anestesiado ese sentimiento casi un siglo, hasta el surgimiento del movimiento agrarista zapatista y la revuelta abierta y franca de Pancho Villa, que describiremos más adelante.
En ese año, sólo alguien lo suficientemente sagaz y maquiavélico podría alzarse con el poder, eludiendo antagonismos y sorteando obstáculos de toda laya. Ese alguien se llamaría Agustín Itúrbide, primer emperador de los mexicanos. Pero, ¿quién era este militar astuto como serpiente? Dice el historiador chileno Diego Barros Arana:
"Itúrbide era mejicano de nacimiento. Contaba en aquella época treinta y siete años de edad. En 1816, era ya coronel de ejército y gozaba de cierto crédito por el valor que había desplegado en la defensa de la causa real; pero en aquel año quedó separado del servicio. Parece que desde tiempo atrás pensaba en que convenía procurar la unión de todos los mejicanos y hacerle servir a favor de la independencia". (2)
A este fin, atrajo al último de los guerrilleros patriotas que se mantenían en pie, Vicente Guerrero. Con magistral muñeca política, de realista, Itúrbide pasó a ser el adalid de la independencia. Como resultado de esto, firmó el Plan de Iguala. Esto no empece efectuar una breve consideración. Recordemos que en Enero de 1820, el comandante Rafael de Riego se había sublevado en España y el movimiento había llevado a los liberales al poder y asimismo obligó a Fernando VII a jurar la Constitución en marzo de ese año. Esto impresionó sobremanera a los realistas mexicanos. Es más que llamativo el pensamiento de Luis Alberto Sánchez:
"El grito de Riego, en 1820, conmovió a las colonias, como se ha dicho repetidas veces. En México se dio por perdida la causa de Fernando, produciéndose entonces un nuevo fidelismo, pero a la inversa: si el de 1810 fue, en las demás colonias, un modo de ganar libertades, el de 1820 fue en México una manera de estrangularlas. Pensando que Fernando podía caer en manos de los liberales de Riego, los absolutistas de Nueva España se apresuraron a forjar un plan, según el cual México se separaría de España, haciéndose independiente, para ofrecer asilo y corona al posiblemente destronado Fernando VII, que no cayó, sino que venció a los rebeldes. Entonces surgió Itúrbide". (3)
¿El Plan de Iguala era una obra maestra de "Realpolitik" maquiavélica? La respuesta es afirmativa, simplemente porque dejaba conformes a todos los protagonistas de este melodrama mexicano, pletórico de amores, odios y recelos variopintos desde Hidalgo y Morelos e ignoraba a las clases inferiores. ¿En qué consistía básicamente? Las tres garantías a las que aludía este instrumento jurídico eran: a) independencia, b) unidad en la Fe católica y c) igualdad para los peninsulares respecto de los criollos. El gobierno sería entregado a un infante español escogido por Fernando VII. El Plan era una "regia" burla a los sueños y deseos de los revolucionarios de 1810, pues con la implementación de Iguala y el surgimiento de Itúrbide como una especie de predestinado a salvar a la Patria en pañales, se alejaba el fantasma de la revuelta "popular", de las plebes mestizas. Dice Luis Villoro en referencia al Plan:
"(…) logró unificar a toda la oligarquía criolla. El proyecto de independencia aparecía, en efecto, claramente ligado a otras dos garantías que tomaba muy a pechos: el mantenimiento de la religión y del orden social, en la unión de todas las clases (…) pero sus términos son muy diferentes a los que la revolución popular había planteado. La rebelión no propugna ninguna transformación social importante del antiguo régimen". (4)
Agrega este autor, que el alto clero apoyó de modo incondicional el arribo de Itúrbide, pues defendía a la Iglesia Católica de los "filosofemas liberales", lo presenta como un "nuevo Moisés" enviado por Dios.
Reiterando a Sánchez: "Y entonces surgió Itúrbide". Para el mejicano José Vasconcelos (5) no era más que "un irresponsable caudillo militar, el precursor del sistema de gobierno que arruinó al país por más de un siglo". Para concluir este cuadro del primer emperador de México, diremos que…
"Desgraciadamente para México, Agustín de Iturbide había contemplado demasiado tiempo la imagen de Napoleón y había detectado sutiles semejanzas entre sí mismo el formidable guerrero. Este descubrimiento incitó al mexicano a buscar una corona". (6)
Como podemos apreciar la tragedia de América Latina también se percibe en sus clases dirigentes contaminadas de fantoches y esperpentos como el más arriba especificado y, cuyo cénit, lo hallaremos a continuación con Santa Anna.
El proceso independentista había concluido. Luego del sobresalto indomestizo de los tiempos primigenios y la poco sutil lección de la "Alhóndiga", los grupos dominantes de Méjico se alistaban para gobernar al país, quizá con diferencias de matices, pero quienes detentarían el poder, detrás del poder de turno no se verían amenazados hasta estallido de la Revolución Mexicana a comienzos del siglo XX.
Iturbide, "el Napoleón azteca", duraría poco tiempo en su trono. Con corona o sin ella, quien se dispusiera a manejar los destinos de este espléndido pero enrevesado país, debía forzosamente mantener saciados los bolsillos y las barrigas del ejército, que ya se había exhibido como un grupo de presión insoslayable y al cual "nadie" podía tratar indolentemente. Don Agustín, encandilado por tanto boato y tanta pedrería preciosa y áureas medallas de órdenes de caballería por él maquinadas, desatendió la cuestión castrense pero prácticamente liquidó el erario en asuntos irrelevantes. Corolario natural de esta mala elección del efímero monarca "a la mejicana" fue el levantamiento de las tropas a las órdenes de un joven oficial veracruzano: Antonio López de Santa Anna. Entre aquellos que se le unieron al futuro generalísimo de (7) todos los ejércitos, se hallaba un notable patriota: Guadalupe Victoria (Félix Fernández). Ambos emitieron otro "plan": el "Plan de Casa Mata" en Febrero de 1823. Por medio de este plan, se reclamaba el fin del régimen imperial y el establecimiento de una república como forma de gobierno. Don Agustín es depuesto y es desterrado a Italia. Una postrera errónea audacia sería la que le costaría su fusilamiento, pues en 1824 decidió regresar a su país natal, más, en lugar de ser vitoreado y aclamado como poco tiempo ha, contrariamente fue y enviado ante un pelotón que acabaría con su vida. Las veleidades imperiales regresarían pero de manos extranjeras cuatro décadas después.
La era de Santa Anna
Era de héroes simulados, piernas enterradas, pasteles mal pagados y
la mitad del territorio nacional perdido
No obstante, antes de internarnos plenamente en el derrotero de nuestro inefable hombre de la Veracruz, nos vemos compelidos a exponer sucintamente quiénes merodeaban las esferas del poder mexicano por aquél entonces. Y, como el lector presumirá, eran éstos elementos de la masonería anglosajona. Dos ritos principales hay en la masonería universal: el escocés y el de York. Los escoceses se aglutinaron en torno a los conservadores y eran patrocinados por el ministro británico. Los yorkinos por su parte, liberales, alrededor del cónsul de EE.UU., Joel Poinsett. El enfrentamiento entre estas facciones también se dio en la convención constituyente que procrearía la Constitución de 1824.
Esta constitución, que en mucho se asimilaba a su par estadounidense, instauraba una república con forma de Estado federal. Al parecer, todo indicaba que el Méjico se encaminaba por la senda de la paz y la organización definitivas. Guadalupe Victoria, liberal – federalista, resultó electo y asumió la presidencia. Pese a no ser un talentoso administrador, Victoria logró finalizar su período (1824 – 1829), que para la época, no era un detalle menor.
Sin embargo, con el alzamiento de Vicente Guerrero contra el conservador Gómez Pedraza se inicia el proceso de las sublevaciones. La Constitución del 24, al igual que en otras regiones latinoamericanas no era más que un bello papel en el cual se depositaban demasiadas expectativas, expectativas que luego colisionarían con los países reales (rememoremos las constituciones unitarias de 1819 y 1826 de las Provincias Unidas). En este caso, Méjico aún se encontraba distante de esa paz definitiva que se requería para crear un verdadero Estado soberano (8). Guerrero es declarado presidente, que a su vez, es fusilado por su vicepresidente Anastasio Bustamante en 1830 (9).
El sempiterno Santa Anna reúne a sus mesnadas por enésima vez y derrota al magnicida, colocando al otrora vencido general Pedraza. Pero… ¿Quién era Antonio López de Santa Anna? Dice Arjona Colomo:
"Había nacido en 1794 de una acomodada familia blanca. Aprendió a dominar, disparar y luchar contra los indios en su juventud. Recibió una educación rudimentaria, pero aprendió lo suficiente para componer emocionantes proclamas. Era bien parecido, romántico, dado a los amores y al juego". (10)
Este camaleón de la política azteca, "acróbata", como lo llama Marcel Niedergang (11), sólo es concebible en nuestro bondadoso extremo occidente. Liberal un día, conservador al siguiente, Santa Anna supo flotar cual fragmento de alcornoque, boyando en la escena política de su país e influyendo directa o indirectamente en las administraciones en las cuales él no fue ungido presidente, que ciertamente lo fue en once ocasiones. El triste legado de Santa Anna a la historia mejicana es inobjetablemente la pérdida de casi la mitad del territorio de su país a manos de los estadounidenses, por la cuestión de Texas como causa primera. Empero, en vista de los estrambóticos e inusuales caracteres del veracruzano, consideramos pertinente antes de ilustrar la obscena agresión de los vecinos anglosajones, una guerra de ribetes perfectos a la medida de nuestro presunto héroe. Nos referimos específicamente a la "Guerra de los pasteles", que Méjico sostuvo contra Francia en 1838 y en la cual fue derrotado.
Luego de la "revolución de Julio", en 1830, la alta burguesía francesa proclamó rey al duque de Orleans, Luis Felipe. Su política exterior no fue muy acertada respecto al continente americano ni a otras regiones. Por influencia de sus asesores, ministros y secretarios como el mentor de la revolución, el historiador Adolphe Thiers o Guizot, Luis Felipe en ese mismo año 1838, tanto a la república azteca cuanto a la Confederación Argentina de Rosas son agredidas por la flota francesa. Sin soslayar la ocupación colonial del África, en la cual se conquista definitivamente Argelia. Tanto desaguisado, como el caso argelino, deberá ser reparado por los mismos franceses en la figura de De Gaulle (de muy mala gana por cierto) 130 años después.
Pues bien, Luis Felipe, "el rey burgués", envía una expedición a Méjico por un trivial asunto de unos pasteles "bien consumidos y mal pagados". Más, ¿cómo se llegó a este estado de cosas? Francia alegaba que México debía abonar una cuantiosa suma en concepto de indemnización por las pérdidas sufridas por sus súbditos a causa de los enfrentamientos internos mexicanos(12). Era muy evidente que México no se hallaba en condiciones de enfrentar a la segunda potencia mundial del momento. México negoció y prometió indemnizar. Francia aceptó, no sin antes bombardear Veracruz, como bravuconada imperial que pretende lucir sus cañones frente a un país vulnerable. Sin embargo, la baladronada le redituó ganancias y una pérdida a Santa Anna. En su retirada, una bomba francesa le voló la pierna, pierna que fue solemnemente enterrada "con pompa y circunstancia". Pero este episodio le valió ser considerado el adalid de un México injustamente agredido.
De todos modos, no fue la incursión gala la única que los mexicanos debieron arrostrar. Sobrevendría la guerra con contra los Estados Unidos y la cuestión de Tejas. Este país había renunciado expresamente a toda pretensión sobre ese territorio en 1817 con España (13). Stephen Austin fue autorizado a radicar colonos anglosajones en tierras de Texas. Con el tiempo, estos colonos fueron progresando, en número y ganancias. Pero, resta preguntarnos, ¿por qué Texas? Para Rafael San Martín:
"Los sabuesos de los productores de algodón olisqueaban tierras y, ¿dónde adquirirlas mejor que en la feraz provincia mexicana? Suelo prolífico y extenso, era un hermoso corral para cebar esclavos. Tarde o temprano el apetito negrero habría de producir el choque con los propietarios genuinos". (14)
Y esto sucedió. Los texanos, hábilmente impulsados del otro lado de la frontera, se sublevan contra la república mexicana, alegando engañosamente que el centralismo impuesto por el gobierno era excesivo. Texas mostraba "la política de país agredido" de la que haría gala el país del norte en cuanta guerra deseara entrar como el caso cubano en 1898 o Pearl Harbour. Infelizmente el "general de todos los ejércitos mexicanos" era una vez más Santa Anna, quien fue derrotado en San Jacinto el 21 de abril de 1836 y obligado a ceder la independencia a los anglosajones, idóneos agentes de los Estados Unidos. Es statu quo se mantuvo por casi una década pero Texas anhelaba fervientemente ser anexada a la Unión… Y así ocurrió.
En 1844, fue elegido presidente de los Estados Unidos, Jacobo K. Polk, apasionado simpatizante de la doctrina del "destino manifiesto". Doctrina que ciertamente llevó a la práctica a costa del débil Méjico… tan lejos de Dios… y tan cerca… Objetivo primordial: California. Significaría para los Estados Unidos alcanzar sus fronteras "naturales" del Pacífico. En 1845, Texas fue definitivamente anexada. En 1846, Polk envía al general Zachary Taylor para invadir Méjico. Éstos se defienden, atacando a Taylor en abril de 1846. Al mes siguiente, Polk comunica al Congreso que había guerra "por acción de México". Pero sería justo remarcar que no todos los estadounidenses compartían la posición de los halcones de la guerra. Tanto en el recinto legislativo como extramuros, el país las barras y las estrellas se debatía en dos bandos bien diferenciados: aquellos partidarios de la guerra, esclavistas y sus oponentes del norte industrial y abolicionista. Había quienes sobrenadaban este mar de sentimientos encontrados, como Ulysses Simpson Grant, futuro héroe de la guerra civil y presidente, quien sin dejar de criticar al presidente, aceptaba la política del hecho consumado. Se temía en grado sumo que las tierras que se obtuvieran como botín, se incorporarían a la pléyade de Estados esclavistas. Y no era una sospecha infundada.
Por otro lado, sin ir más lejos, el entonces senador por el Estado de Illinois, Abraham Lincoln, desde la tribuna increpó a Polk en estos términos en Diciembre de 1847:
"Que el presidente conteste a las cuestiones que le he planteado (…) que conteste con hechos y no con argumentos. Que recuerde que ocupa el sitial de Washington y, en consecuencia conteste como Washington lo habría hecho […] Y si con su contestación puede probar que nos pertenecía realmente el suelo en que se vertió la primera sangre de esta guerra; que no era una región habitada o que por lo menos sus habitantes se habían sometido de propia voluntad a las autoridades civiles de Texas o de los Estados Unidos […], entonces estaré con él para justificarlo […] Pero si no puede o no quiere hacerlo; si utilizando o no un pretexto se esquiva, entonces estaré plenamente convencido de lo que desde ya es para mí más que una sospecha, del hecho de que él mismo es profundamente conciente de que no tiene razón; que siente que la sangre de esta guerra, como la sangre de Abel, clama al cielo contra él…" (15)
Creemos firmemente que las palabras del inmolado en el Teatro Ford, son más que elocuentes y no requieren agregado alguno.
La guerra se dio por concluida mediante el ignominioso Tratado de Guadalupe – Hidalgo del 12 de Febrero de 1848. Méjico había perdido casi la mitad de su territorio (dos millones de km2) (16). La era de Santa Anna se despedía con un país postrado y devastado. Era la hora de los liberales…
La era de Benito Juárez
Un emperador se busca – un emperador se encuentra – un emperador se fusila
El pez grande se come al más pequeño
La era anterior había dejado un nivel de pauperización y un retroceso económico difícilmente imaginable, que había comenzado con las guerras de independencia. Se creyó ver en el liberalismo, una vía posible para la superación de esta situación de estancamiento social y económico. Las ideas liberales, tendían a pretender modificar justamente a ambos factores esenciales de la realidad mejicana: sociedad y economía. Pero, en este tanteo desesperado por encontrar el camino correcto hacia la estabilización y el despegue, los liberales colisionaron con una institución milenaria que en este país tenía y tiene aún en la actualidad, un poder nada despreciable: la Iglesia Católica. Ya en 1833, Gómez Farías había enfocado las reformas en el sentido de suprimir los fueros eclesiásticos como primicias de lo que acontecería con el correr de las décadas. Hasta que se divisó el "Plan de Ayutla".
Una característica propia de esta etapa liberal es pues el nada disimulado, "anticlericalismo", aunque dos más pueden ser enumeradas: el "antilatifundismo" y el "laicismo". Esto no obsta manifestar que fue la guerra a Santa Anna lo que prevaleció y el pedido urgente a un Congreso Federal. Tres figuras se alzan por sobre el horizonte que avizoran el desplazamiento del eterno candidato a "héroe" nacional: el brazo armado del bando liberal, general Juan Álvarez, el abogado Ignacio Comonfort y el también letrado pero aborigen, "Benito Juárez". ¿Y Ayutla? Era uno de los tantos planes revolucionarios pergeñados por Méjico. Era una verdadera declaración de guerra liberal contra Santa Anna. Dice Herring:
"Era un documento sobrio, destinado a satisfacer a los moderados y reclamaba la destitución final de Santa Anna y la convocatoria de un Congreso que redactase una nueva Constitución" (17)
En Agosto de 1854, cae derrotado el veracruzano por Álvarez sin un disparo y éste llama a una Convención en la localidad de Cuernavaca, la que lo ungió como presidente. Poco después, dimite y asume Comonfort. Juárez se aleja del elenco gobernante, pero su legado es la "ley de secularización de bienes eclesiásticos" y la "Constitución liberal" de 1857. En Septiembre de ese mismo año Comonfort es elegido presidente aunque renuncia poco después por controversias con los liberales. Juárez, presidente de la Corte Suprema de Justicia, debía asumir la primera magistratura, pero se interpuso ilegalmente el general Félix Zuloaga. Más, ¿quién era este hombrecito, de apariencia humilde y oscura tez? Dice Sánchez:
"(…) había nacido en Oaxaca, el año de 1806, de un hogar modesto. Un franciscano guió sus primeros pasos, pero a él le interesaba, tanto como las letras, el lenguaje de su tierra, del indio, su hermano. Adverso a los latifundistas, clérigos y militares, hizo armas contra Santa Anna, por lo que éste lo persiguió en 1853. Obligado a emigrar, el abogado Juárez trabajó como obrero manual en una aldea de Estados Unidos vecina a la frontera. (…) Juárez representó la constitucionalidad frente al desmán autoritario" (18)
La guerra civil entre liberales y conservadores se reanudó con tal inquina, que todo el país se vio envuelto en una ola de violencia indescriptible que sólo dejaba tras de sí un enrarecido y pestífero hedor a pólvora y carne humana chamuscada, sumado el rosario de viudas y huérfanos sobrevivientes. Pese a que los conservadores tenían un brillante militar, el general Miguel Miramón, quien había suplantado a Zuloaga, los liberales iban ganando terreno paulatina e inexorablemente. Por fin, Juárez entra triunfal en la Ciudad de México en 1861. Sincrónicamente, los Estados Unidos América entraban en la guerra de Secesión que les costaría medio millón de vidas.
Del otro lado del Atlántico, en Francia, habían sobrevenido los hechos de Febrero de 1848 y la abdicación de Luis Felipe, generando la Segunda República. República que daría a luz un hijo y que, cual crisálida, sería presidente constitucional en principio y luego, gracias a una magistral metamorfosis, en emperador "por la gracia de Dios y la voluntad de la Nación". Hablamos evidentemente del sobrino del vencedor de Austerlitz y Marengo, Luis Napoleón III. Tenía éste una clara conciencia del peligro que se escondía en la fatal expansión de los industriosos y perseverantes estadounidenses a través de compras, anexiones y guerras. ¿Cómo detener esta pujanza inagotable de estos anglosajones que se verían llamados a desempeñar un papel rector durante buena parte del siglo XX?
Lamentablemente Napoleón III ideó concretar un imperio católico que sirviera como Estado – barrera, frente a las pretensiones anteriormente referidas. Todo se precipitó cuando en 1861, Juárez dicta la suspensión del pago de la deuda exterior a tres potencias europeas: España, Francia e Inglaterra. Mediante el Pacto de Londres (Octubre de 1861), las mismas deciden enviar una expedición punitiva que "convenza" a Méjico de que las obligaciones contraídas con naciones europeas deben ser canceladas y no ser subestimadas bajo ningún concepto. Análoga decisión tomaron 41 años después, Italia, Alemania e Inglaterra con respecto a la Venezuela de Cipriano Castro(19).
De las tres, sólo Francia escondía esa intención ya mencionada. De esta forma, Inglaterra y España se retiran y los franceses contrariamente permanecerán para sostener el soñado imperio mejicano de Napoleón.
¿Quién ocuparía el trono? El elegido fue Fernando Maximiliano, archiduque de Austria. Maximiliano era hermano del emperador Francisco José. No fue elegido al azar. Era de buen carácter, afable y especialmente dócil, un perfecto prototipo manejable cual marioneta del teatro Kabuku japonés. ¿Estamos en condiciones de afirmar que Maximiliano fue en todo momento víctima de sus allegados, sus eventuales aliados, sus abiertos enemigos y hasta de su hermano Francisco José? Concluyentemente apoyamos este argumento. Cual formidable telaraña, todos, en mayor o en menor grado, directa o indirectamente, coadyuvaron para que nuestro apacible Habsburgo terminara resignado y aguardando la descarga mortal en el paredón de Querétaro. Su hermano lo conminó a firmar el llamado "Pacto de Familia", por medio del cual renunciaba a todo derecho a la sucesión austríaca. Tal era el interés de su hermano, que fue personalmente al castillo de la localidad de Miramar (cerca de Trieste) en donde se hallaba Maximiliano:
"Francisco José fue a Miramar y después de discutir con su hermano durante varias horas, el archiduque cedió al fin y el pacto de familia fue firmado. A las pocas horas Maximiliano avisó a los miembros de la diputación mexicana, que se hallaban en Trieste, que al día siguiente estaba dispuesto para la aceptación de la corona que se le había ofrecido. El 10 de abril de 1864 Maximiliano fue proclamado en el castillo de Miramar emperador de México". (20)
Un emperador se buscaba y un emperador se encontró. Un emperador que iba a su nueva Patria con las más altruistas intenciones, pero que se estrelló con la complejidad de la coyuntura mexicana. Somos desafectos a la historia contra fáctica: qué hubiera sucedido si… Qué hubiera sucedido si todas las facciones y todas las variables externas hubieran estado a favor de Maximiliano. Jamás lo sabremos. Sólo tenemos el "res gestae" en palabras de Pérez Amuchástegui. Y lo que podemos manifestar ciertamente es que nadie acompañó ni cooperó sinceramente con este monarca. Y no podía ser otra manera: ¿Acaso Gran Bretaña lo apoyaba? Nos aclara Díaz:
"En Londres Maximiliano se dio cuenta de que la política británica le era obstinadamente hostil. Lo más que logró fue que Lord Palmerston le asegurara sus simpatías por el imperio mexicano cuando éste fuera ya un hecho". (21)
Ya en tierra azteca, el monarca tentó terciar entre liberales y conservadores con miras a pacificar a su país adoptivo. No tomó seriamente el encono de las guerras fratricidas de Méjico y por extensión de toda América Latina. Estas "guerras a muerte", como la citada o la de unitarios y federales en Argentina, sólo por nombrar un segundo ejemplo, se resolvían cuando uno de los partidos o facciones era vencido total y completamente por el adversario. No había lugar para "mediadores"(22). Para colmo, Maximiliano comenzaba a mostrar cierta afinidad liberal:
"Maximiliano, lleno de buenas intenciones, trató de reconciliar a conservadores y liberales. Pero los conservadores y la Iglesia, apegados antes que nada a la salvaguarda de sus privilegios abandonan al monarca tentado por el liberalismo. Y los liberales siguen fieles al obstinado Juárez". (23)
Es innecesario describir la absoluta carencia de prurito moral por parte de Napoleón III, cuya responsabilidad en el trágico final del emperador es evidente. Presiones internas en Francia y la situación europea desfavorable no hicieron que este tramoyista de la política francesa, cuya moral estaba muy distante de la de su benemérito tío, titubeara a la hora de abandonar a su suerte al ajusticiado de Querétaro. Alemania iba cobrando forma de la mano de un verdadero creativo de la alta Política, Bismarck y se iba convirtiendo en una creciente amenaza para Francia de la mano de Prusia y que haría saltar en pedazos a este advenedizo, cuyo único mérito fue la de ser el sobrino de un magno corso y cuya mediocridad se patentizó en la sombría guerra de 1870 – 71.
Las tropas francesas del general Bazaine son evacuadas y el final de Maximiliano es "una muerte anunciada", pese a que éste le ofrece evacuarlo, previa abdicación. Sin apoyo de ningún sector, sólo permanecen hasta el fin junto a él, los generales Miramón y Mejía, que correrán idéntica suerte frente al pelotón en el Cerro de las Campanas el 14 de mayo de 1867. Los pedidos desesperados de la emperatriz ante las cortes europeas serán tan infructuosos como aquellos ante Juárez, que se limitó a hacer cumplir la ley. ¿Y los Estados Unidos?:
"Aunque Estados Unidos nunca aceptó el establecimiento y la consolidación del imperio de Maximiliano, la guerra por la que estaba pasando le impidió actuar directamente a favor del gobierno republicano y le obligó a declararse neutral. Al terminar la guerra de Secesión, ya en completa libertad de acción y con un ejército fuerte, se dispuso a cambiar de política. Al asumir la presidencia de Estados Unidos, Andrew Johnson declaró su firme resolución de no consentir nunca en que la voluntad del pueblo mexicano, opuesta a la intervención francesa fuera sofocada por las bayonetas francesas". (24)
Los estadounidenses fueron la otra causa básica para la defunción del imperio. Perturba la descarada hipocresía de Johnson. A los Estados Unidos jamás le preocuparon realmente este tipo de planteo teórico político, pero en cambio despuntaban las apetencias "hemisféricas" que en el siglo siguiente se harían planetarias, especialmente luego de la segunda guerra mundial. Estas primeras advertencias al viejo Mundo se sucederían en el futuro como en el caso venezolano o más palmario todavía con el asunto del Canal de Panamá: "América para los norteamericanos".
Una vez caído el segundo Imperio mexicano, Juárez reasume plenamente sus poderes, erigiéndose presidente hasta su fallecimiento en 1872. Si realizamos una tentativa de balance de la era Juárez y sus reformas liberales, deberemos tomar en cuenta algunos factores como, verbigracia, las inversiones de capital: ¿Acaso vendrían en tropel inversionistas a "arriesgar" sus patrimonios a este país devastado por conflictos internos y externos por años, con bandolerismo incluido?:
"Los capitales extranjeros, como era de esperarse, no se atrevieron a poner en marcha la economía mexicana. Las inversiones extranjeras, destinadas a la construcción de ferrocarriles y al comercio fueron un chisguete. (…) El país progresó aunque a paso de tortuga y no en todos los ramos de la actividad económica. (…) No se pudo sacar el cuerpo de la economía de autoconsumo, (…). Tampoco pudo salir del pantano de la miseria la gran mayoría de la población". (25)
¿Y cuál era la situación indígena y cuál era su relación con el latifundio? Juárez era abogado, como sabemos, pero también era un descendiente de zapotecas. ¿Cómo evaluaríamos este período para este grupo mayoritario de la población de Méjico? Gustavo y Hélène Beyhaut nos cuentan que:
"En México la independencia empeoró la situación del indio por el incremento del latifundio, de formas de trabajo forzoso y la servidumbre por deudas. La progresiva división de las tierras de las comunidades (leyes de desamortización de 1856 y de colonización y de terrenos baldíos) fomentó la gran propiedad y transformó a los indios en peones. (…) Bajo el gobierno de Juárez, en 1869, el caudillo indio cora Manuel Lozada proclamó la necesidad para los indios de defenderse por las armas contra el despojo de sus tierras, y trató de recuperar parte de éstas". (26)
Una de las consignas del liberalismo juarista era precisamente el "antilatifundismo". Pero, éste contrariamente se incrementó. Las tierras que antes pertenecían a la Iglesia, serían ahora para nuevos terratenientes. Deseamos tener fe en Juárez y sus convicciones antilatifundistas, más, los propios indígenas vislumbraban un futuro tenebroso. No deseaban ser propietarios individuales ni que las tierras comunales fueran repartidas. En el horizonte económico, se cumple un principio inexorable:
"Cada indio, al hacerse dueño absoluto de una parcela, quedó convertido en un pez pequeño, a expensas de los peces grandes. Un día le arrebató su minifundio el receptor del fisco por no haber pagado impuestos; otro día, el señor hacendado le prestó generosamente dinero y después, se cobró con la parcela avaladora". (27)
De poco o nada servirían medidas humanitarias como la supresión de los castigos corporales al peonaje rural. El problema de fondo subsistía y se iría profundizando con el correr de las décadas. El ejército "libertador" fue otro de los problemas a los que Juárez debió enfrentarse. Era excesivo como su antecesor el "trigarante", aunque capeó dicha circunstancia(28).
EN SÍNTESIS: Juárez, quizá haya tenido un proyecto de país distinto al que se venía perfilando desde el fantoche Santa Anna. La intervención francesa lo elevó al pináculo de la fama y el prestigio, luego de su resonante victoria. Pero, las mezquindades internas y el expolio de los "grandes", ensombrecieron el proyecto y provocaron finalmente el apogeo del "gatopardismo". Méjico, el Méjico profundo, anhelaba un giro radical, no reformas que sólo llevaban consigo la infección de la injusticia y las artimañas de hacendados y leguleyos. Por otro lado, tampoco el liberalismo de esta etapa supo comprender a fondo al pueblo que se supone debía regir. El liberalismo de esta era quería circunscribir la Fe al ámbito privado o peor, permitir el desarrollo de religiones no católicas. Este liberalismo, perdió el norte al pretender esto, pues olvidó que el pueblo mejicano era y es creyente, más allá si profesa un catolicismo ortodoxo o una especie de sincretismo. No obstante, los cambios y la revolución serán aplazados más de 35 años…
La era de Porfirio Díaz: Una siesta a la mejicana
Entre caciques rurales, militares, burócratas e intelectuales
El 18 de Julio de 1872 murió Benito Juárez. La Reforma se extinguía, divorciada casi por completo de los gobernados y la escena política, social y económica de Méjico la dirigía la clase dominante encabezada por los grandes propietarios rurales y los oportunistas circunstanciales enriquecidos. Asumió la presidencia Sebastián Lerdo de Tejada, presidente de la Corte Suprema de Justicia. Por todos los medios a su alcance, Lerdo intentó pacificar al país, lo cual logró en parte. Sin embargo, cometió el insensato error de aspirar a la reelección lo que contradecía la Constitución de 1857. Pero, el intérprete principal de esta tragicomedia mexicana que asomaba y que conduciría los destinos del país hasta 1911, era el general Porfirio Díaz Mori.
Díaz había combatido junto a Juárez por el ejército republicano y contra Maximiliano. Una vez Juárez en el poder, ambos líderes se van distanciando por sus diferencias irreconciliables: uno, jurista y con la Constitución y la ley entre sus objetivos (aunque se haya visto tentado por el autoritarismo que representaba la reelección), el otro, experto en acuerdos, alianzas y contra alianzas y más consustanciado con la realidad. Coqueteando con la Iglesia, en oposición a Lerdo y proclive a aceptar la intervención de capitales extranjeros (norteamericanos), el pronunciamiento de Tuxtepec que parió el Plan homónimo se basaba en "sufragio libre y Constitución de 1857". Lerdo se ve forzado a alejarse del Poder. Gradualmente Díaz iba ocupando el sitial que la Historia le tenía reservado.
Refiriéndonos rápidamente a su vida, Díaz era de origen humilde. Nacido en Oaxaca, en 1830, de sangre mestiza y española, había intentado seguir la carrera eclesiástica primero y jurídica después, pero en ambas observó que no respondían a su vocación. Ésta se traduciría en las armas y así se destacaría en el conflicto con Maximiliano. El nuevo Mesías prometía transformaciones estructurales en un Méjico deshecho por los conflictos examinados hasta ahora. Paradójicamente a lo que ocurriría en su prolongada dictadura, nos cuenta Halperin:
"El triunfo de Díaz quería ser el punto de partida para una continuación de la Reforma; el jefe triunfante juraba por sus principios y acusaba al vencido de haberlos traicionado: en particular condenaba la política de amistad con Estados Unidos que Lerdo, luego de Juárez practicaba". (29)
Significaba también el final de la etapa jurídico liberal de la era anterior. Los partidarios de Díaz se encargarían de pregonar que daba principio la era de la "tiranía honrada". Bonaparte había clausurado la Revolución de 1789; Díaz es el broche de oro de la Reforma liberal que se alzó contra Santa Anna y "el Antiguo Régimen" de los conservadores, pero fagocitándola en el nombre de una legalidad que él se ocuparía de infringir impúdicamente hasta 1911, con el breve intervalo 1880 – 1884.
A Díaz le cupo una época que demandaba "orden y progreso" o quizá "paz y administración" como lo declarara el presidente argentino Julio Roca. Orden y paz reclamados por el "gran capital" que se iba imponiendo en todo el orbe y en especial en países "emergentes" como los latinoamericanos. Siempre y en cada proceso de continuas guerras civiles van surgiendo líderes regionales, "caudillos" o "leones" provinciales que se sostienen por mérito y poder propios, constituyendo poderes anómalos. En Argentina, Rosas los había ido eliminando uno a uno o absorbiéndolos a su régimen, ya pacificados y mansos hasta el levantamiento de Urquiza. Dice Herring:
"La primera tarea de Díaz fue imponer el orden. La anarquía de las décadas anteriores había producido una plétora de pequeños y grandes caudillos, que dominaban en diversas regiones. Los presidentes, aún Santa Anna y Juárez se habían visto obligados a pactar con esos gobernantes irregulares" (30)
Díaz los irá asimilando a través de dádivas, honores y condecoraciones. A los delincuentes de medio pelo un simple tiro por la espalda en caminos solitarios. A los opositores más conocidos, métodos de convencimiento "por la razón o por la fuerza". La fórmula del éxito era tan modesta como siniestra: "pan o palo". Las voces deben ser acalladas: llenadas con "pesos" o "plomo" según la ocasión.
¿Por qué el éxito de Díaz? ¿Acaso era una especie de superhombre nietzscheano? No exactamente. Como anotamos en su momento, era un diestro manipulador de alianzas:
"El éxito fenomenal del régimen de Díaz – y tuvo éxito, independientemente de lo despótico que haya sido – se debió, sobre todo, a las provechosas asociaciones que mantuvo durante su largo reinado. Las principales fueron sus pactos con los políticos, el ejército, la Iglesia, el capital extranjero y los grandes terratenientes" (31)
Fue Díaz un verdadero prestidigitador de alto fuste. Se sirvió como príncipe maquiavélico de todos los resortes y mecanismos que tenía a su disposición. No vaciló en utilizar y manosear a personas e instituciones. Hizo suya una Constitución liberal y la reconvirtió en un medio para llegar al autoritarismo más descarnado, reivindicó la lucha contra el invasor galo y entregó a México al capitalismo extranjero. A tal punto llegó su farsa antirreeleccionista, que permitió a un "calientasillas" en palabras de Herring, "su compadre, hombre banal e inepto" según Vasconcelos, como Manuel González, ocupar el cargo presidencial desde 1880 hasta 1884. No sería desgraciada la asociación con nuestro Juárez Celman, a quien Roca colocó en el "trono" también creyendo que sería un fácil monigote. Los hechos demostraron que ambos no eran tan dóciles como sus respectivos mentores habían pensado, pero a Celman lo depuso su natural ineficiencia, imprevisión y una sobrecarga de autoestima al creer administrar un país que se le iba de las manos, originando la Revolución del Parque. Mientras que a González, lo desplazó el monarca Díaz al notar claramente que el mismo y sus amigotes, no sólo enriquecían sus rebosantes bolsillos, sino que, además, comenzaba a degustar peligrosamente el embriagante gusto del Poder. Y así, "Porfirio I", decidía volver a escena, pero ya con la reelección garantizada. ¿Y la Constitución del 57? Cumplió su ciclo… Un tiro por la espalda como a los criminales de marras.
En este ciclo harían su aparición estelar el denominado grupo de "los científicos". Serían llamados a ser el "soporte ideológico" del régimen porfirista. No superaban la veintena. Eran firmes convencidos del positivismo de Augusto Comte, su creador. Cándidamente creían que la sociedad podía ser explicada a través de las ciencias sociales, exentas de la lamentable influencia de teologías y metafísicas varias. Económicamente liberales, creían que el futuro de Méjico estaría en manos del hombre blanco y no de la indiada, a la que veían sólo como "bestias de carga". Era una especie de "guardia intelectual palaciega" de Díaz. ¿Cuál era la relación que tenía con ellos? – en realidad era de recelo – Díaz, un "advenedizo semianalfabeto" contrastaba con estos ilustrados admiradores de la cultura europea. No obstante ser compañeros incómodos, le fueron sumamente "útiles" al dictador. Dos fueron las cabezas visibles de este movimiento intelectual: el ministro José Limantour y el historiador, abogado y educador Justo Sierra.
¿Y el ejército? Recordemos que quien deseara dirigir al país azteca debía en principio tener al mismo de su lado. Y sino, volvamos la mirada sobre el primer emperador, Agustín I. Esto lo sabía perfectamente este emperador sin trono, "por la gracia del ejército". A los generales los mantenía gordos de barriga y de prebendas, desde excelentes comidas a damas no muy matrimoniadas. Todo valía para satisfacer a los oficiales. La soldadesca, en cambio, en condiciones que rozaban la miseria. ¿Y que justificación tenía el dictador para mantener este ejército que no superaba los 50 mil hombres? "Protección contra la invasión yanqui; pero su verdadero papel era asegurar a Díaz contra posibles rivales"(32).
Con la Iglesia, Díaz tuvo una relación más que aceptable, considerando su grado 33 en la masonería. Satisfizo a los anticlericales apoyando algunas de las leyes de la Reforma, como verbigracia, la prohibición a la Iglesia de poseer propiedades no requeridas para el culto. Asimismo, el clero fue satisfecho permitiendo el aumento del número de sacerdotes o tolerando la extensión de los predios eclesiásticos. La Iglesia respiraba nuevamente desde el apogeo de la Reforma liberal. Los sacerdotes gozaban de una libertad no vista anteriormente.
¿Y el capitalismo extranjero? Resultó un aliado indispensable. Gracias a las iniciativas norteamericana, británica y belga, se amplió la red de ferrocarriles, pero, como era de esperarse, atendieron a las zonas ya productivas, no arriesgando en zonas para la apertura de radicación. La inversión en minería se vio impulsada, luego que fueran sancionadas las leyes de 1884 (durante el régimen González) y de 1892, por medio de las cuales, se otorgaban plenos derechos sobre el subsuelo al propietario del suelo. Se dispararon las producciones de oro, plata y cobre. En cuestión petrolera, Díaz operó con una astucia digna de ser relatada. Dio prerrogativas alternativamente a británicos y estadounidenses, sin favorecer permanentemente a ninguno. Puede decirse que el capital extranjero dominaba gran parte de las actividades productivas mejicanas durante el Porfiriato.
¿Y la tierra, a quién pertenecía? Generalmente a extranjeros, entre quienes podemos contar al famoso William Randolph Hearst, el magnate en quien Orson Welles se inspiró para filmar "Citizen Kane". Pero también debemos contar a españoles, dueños de tabacales en los que se explotaba cruelmente a los trabajadores. Estos forasteros tenían un trato de privilegio por parte del régimen y así Díaz, sólo consiguió parcelar el país en portentosas haciendas, en manos de unos pocos miles de "hacendados", principal bastión del porfirismo. El resto de la población, "los sin tierra", conformaban la mayoría y no eran más que "bestias de carga mal pagadas"(33). Nos recuerda González:
"Los esclavos del progreso capitalista no llegaron a saborear los dones porfíricos: la paz, la libertad y el bienestar. La mayoría campesina que nacía, vivía y moría en haciendas y ranchos de gente reacia al negocio y a la técnica, de ricos de abolengo, siguió sumisa a las costumbres de arroparse con los rayos del sol, vivir en jacales, comer gordas, frijoles y chile, pero un poco más feliz que antes, sin la zozobra de la guerra" (34)
Pero hasta en la novela corta de Orwell,"Rebelión en la granja", las bestias se sublevan contra los amos y así ocurriría años después, con una violencia inusitada que no se veía desde aquel "Grito de Dolores". El sistema porfirista les aportó a estos "potentes" de un arma eficaz para combatir el bandolerismo con los tristemente conocidos "rurales" (policía federal). Como las tierras de dominio "público" eran numerosas aún, estos hacendados amigos del Poder obtenían con pasmosa sencillez los títulos de propiedad de ellas. En otros casos, los "ejidos", vale decir, las tierras ocupadas por pequeños labradores y por aldeas indígenas, también eran presa fácil de estos inescrupulosos: una vez más "el pez grande se comía al chico". Insolentes "compañías de supervisión" tenían la facultad legal de apoderarse de cuanto predio consideraran "no amparado" en títulos válidos demostrables (como habitualmente sucedía). Para 1910, casi un tercio del territorio mejicano (70 millones de hectáreas) había sido "supervisado" por estas compañías. Las tierras habían sido vendidas a precio irrisorio a nuevos y viejos hacendados. La "hacienda" era pues, la unidad económica y social del Méjico prerrevolucionario, un fehaciente atraso pese a la propaganda porfirista.
Balance de Díaz: ¿Éxito o fracaso? Si bien los capitales extranjeros afluyeron, los progresos económicos fueron muy lentos. Algunas medidas exitosas se debieron al decano de los científicos, el ministro de finanzas, José Limantour. Se abolió la "alcabala", un impuesto a las ventas sobre productos en circulación de un Estado a otro (había sobrevivido a los tiempos coloniales). Las fábricas y plantas textiles se multiplicaron. La minería y la industria petrolera florecían. Las finanzas se mantuvieron equilibradas y esto posibilitó la obra pública. Pero… las ganancias, en su mayoría iban a parar a propietarios extranjeros. En otras palabras… la prosperidad no llegaba a las masas "descalzas". Si imaginamos la torta económica podremos ver que sólo el 5% de la población disfrutaba de vivienda, vestimenta y alimentación dignas, mientras que la masa indígena y mestiza apenas sobrevivía con centavos diarios para maíz, chile y frijoles.
Desde la cultura, el Porfiriato también quedó en deuda. La educación era mala, las escuelas eran inauguradas en las ciudades pero casi nunca en las aldeas. Solo a Justo Sierra, se le debe la reapertura de la Universidad Nacional, inactiva por casi una centuria. Los intelectuales, no buscaban paradigmas mexicanos, sino que su fuente de inspiración era la cultura francesa.
¿Pero por qué se lo apoyó con tanto entusiasmo y durante tanto tiempo? Sospechamos que se debió primordialmente al pavor que evocaba la anarquía y la violencia endémica que aquejó al país desde su nacimiento y, como describimos al principio, a la obra maestra de alianzas efectivas y viables que urdió en todos esos años:
"La época de la historia de México que va del verano de 1867 a la primavera de 1911 admite los apelativos de duradera, pacífica, autoritaria, centralista, liberal, positivista, concupiscente, progresista, torremarfileña, urbana, dependiente, extranjerizante y nacionalista. (…) Lo de la paz augusta debe entenderse en relación con el antes y el después de la historia de México y no en términos absolutos. De 1867 á 1910 se derramó mucho menos sangre que de 1810 a 1866 y de 1911 á 1930" (35)
El ocaso y fin de Díaz comenzó con su decisión de ser reelegido en 1910. La agitación social se iba sintiendo en las fábricas y en el campo. Activistas provenientes sobre todo de España, azuzaban los ánimos intentando la "toma de conciencia" de este proletariado. Los intelectuales ya insinuaban diatribas contra el anciano dictador. El campesinado halló por fin a su vocero en un arrendatario azucarero del Estado de Morelos: Emiliano Zapata. Más, todas estas fuerzas inquietas se conjugaron en la figura de Francisco Madero…
La Revolución mexicana
"Las matanzas, los fusilamientos, las exacciones y los saqueos cayeron sobre el país, entregado al caos. Como en 1810, la Revolución tomó, sobre todo, el aspecto de una furiosa rebeldía de la masa india y de los mestizos, contra los propietarios agrícolas, el clero, los agentes del Gobierno y los extranjeros"
Marcel Niedergang
Díaz había hecho circular la versión de que se postularía para su octavo mandato legal a través de un periodista norteamericano en 1908. En 1910, Francisco Madero entró en escena con un opúsculo titulado "La sucesión presidencial en 1910". En esta breve obra, Madero sólo sugería modestamente, que si Díaz se postulaba para la presidencia, que permitiera al pueblo elegir al vicepresidente. Esto tenía su explicación, por cuanto Díaz ya había elegido como candidato al general Ramón Corral, personaje nefasto y aborrecido por haber vendido indígenas yaquis en el Estado de Sonora.
Cuando en 1909, Díaz anuncia por fin la candidatura, Madero relanza el alicaído lema "¡Sufragio efectivo; no reelección!". Fuerzas de todo el espectro, quizá hasta antagónicas, por buenas o por malas razones, se pusieron de parte del honrado Madero. Díaz sigue adelante e ignora a estas fuerzas. Fue su último error. Pese a festejar alegremente el Centenario y la victoria electoral, la tempestad ya se había desatado. Madero, desde Texas, publicaba en octubre de 1910 su "Plan de San Luis Potosí" (36), exigiendo la renuncia de Díaz y la realización de elecciones limpias. Turbas salieron a las calles de México capital y pedían a viva voz el alejamiento del viejo caudillo de Oaxaca. El edificio que simbolizaba el régimen estaba deteriorado y pasado de moda: su caída era la crónica de una muerte anunciada. Díaz renunció y se exilió en París hasta su muerte acaecida en 1915.
Francisco Ignacio Madero, entró triunfante en Méjico capital el 7 de Junio de 1911. Sin embargo, la viabilidad del nuevo gobierno era limitada. Madero prometió elecciones libres y democracia a un pueblo que hambriento de comida y tierra. Era un perfecto teórico, pero muy imperfecto economista. Apareció en el momento en que Méjico requería una conducción fuerte y Madero era débil. Todos los sectores en pugna se agolpaban en su oficina. Los hacendados veían cómo sus campos y haciendas eran incendiados. El país volvía a ser un polvorín.
Bernardo Reyes, ex asistente de Porfirio Díaz y Félix Díaz, sobrino del mismo, provocaron una sublevación armada contra el presidente, la cual también fue sofocada. En el norte, el general "Venustiano Carranza" y "Pascual Orozco" causaban problemas similares.
En febrero de 1913, se produjo la llamada "decena trágica", en la cual durante diez interminables jornadas, la Ciudad de México estuvo bajo el fuego de artillería. Reyes y Díaz fueron responsables de ese baño de sangre. Este diluvio de sangre fue capitalizado muy hábilmente por el general "Victoriano Huerta", competente militar, pero desleal a Madero. Se enseñoreó de la crisis y se presentó como el nuevo hombre fuerte que doblegaría tanta matanza. El embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson aplaudía satisfecho, al igual que los ciudadanos "decentes". "¿Regresaría la "Pax Porfiriana"? Huerta, pérfido por naturaleza, luego de la renuncia de Madero le había prometido un salvoconducto para evacuar el país. No lo cumplió: el 22 de febrero, Madero y su vicepresidente son asesinados por los guardias que los trasladaban a la prisión. La violencia ya no tendría frenos. Para Halperin:
"La reacción fue lenta en desencadenarse y sólo gradualmente vino a hacer de la Revolución la ola de fondo que terminó de sacudir a la sociedad mexicana con intensidad sólo comparable a la desencadenada en 1810" (37)
Luis Manuel Rojas, diputado partidario de la Revolución responsabilizó temerariamente al embajador norteamericano por el asesinato, en un "Yo acuso" que recuerda a Emilio Zola:
"Yo acuso a míster Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos en México, ante el honorable criterio del gran pueblo americano, como responsable moral de la muerte de los señores Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, que fueron electos por el pueblo, Presidente y Vicepresidente de la República Mexicana, en 1911" (38)
¿Y Emiliano Zapata? Zapata, había salido a la luz en su Estado de Morelos. En 1909 fue elegido presidente de la junta de defensa de tierras de su Anenecuilco natal. A partir de entonces, empezó a analizar los documentos que acreditaban la titularidad de las tierras del lugar. Mayo de 1910, constituye el punto de inflexión en la vida de Zapata, pues cruzó la línea de "no retorno" al tomar tierras por la fuerza de la Villa de Ayala. Perseguido como "bandolero", fue en Ayala, donde concibió su conocido Plan. El mismo, promulgado el 25 de noviembre de 1911, era una proclamación política que reclamaba básicamente las tierras enajenadas por los hacendados y terratenientes a los campesinos. Además, desconocía a Madero como presidente. Su idea principal: "La tierra era para quien la trabaja" y un lema que le calzaba a la perfección: "Libertad, Justicia y Ley". ¿Quién redactó este Plan?:
"El Plan de que se trata fue redactado por Otilio Montaño y Emiliano Zapata. El primero profesor pueblerino de primeras letras, y, el segundo, un campesino que apenas sabía leer y escribir, pero ambos conocían bien la miseria que padecía el habitante del campo; la habían sufrido en su propia carne y por eso tenían idea de sus necesidades elementales insatisfechas y de sus anhelos de mejoramiento individual y colectivo" (39)
Zapata "el Atila del Sur", como despectiva y temerosamente llamaban los periódicos del D.F., creía firmemente que no debía desarmar a sus tropas pese a los pedidos de Madero, con el cual rompe relaciones. Más aún, prosiguió su guerra de guerrillas, saqueando los campos de maíz, trigo y azúcar que proveían los alimentos a la nación y al mismo tiempo, seguía repartiendo tierras a los más postergados.
Doroteo Arango, más conocido como Pancho Villa, era el otro líder de la revolución popular, pero proveniente del norte, de Chihuahua y Durango. Fue también originalmente partidario de Madero, pero posteriormente se acercó a Carranza. Ambos jefes atenazaban a la capital mexicana y eran factores de presión preponderantes en un determinado momento de la Revolución.
No debemos olvidar a Venustiano Carranza, otro de los caciques revolucionarios: había hecho una carrera como senador durante la era Díaz, aunque era en realidad un oportunista pendular, que apoyó a Madero, pero cuyas meta era la de acomodarse acorde a las circunstancias. Principiaba a sonar frecuentemente otro nombre, de un militar de alto vuelo, por sus acertadas estrategias y habilidades castrenses: Álvaro Obregón, a quien Carranza lo haría su asistente.
¿Y la Revolución? ¿Contra quién era ahora? Era sin dudas contra el usurpador, Victoriano Huerta. No obstante la aprobación explícita del delegado norteamericano, Henry L. Wilson, el nuevo presidente de los Estados Unidos, el demócrata Woodrow Wilson desde un primer momento desconfió de Huerta. Y tenía sus razones. Barcos mercantes, hacia abril de 1914 llevaban armas para sostener al gobierno de facto. Wilson, el intelectual de Princeton, finalmente fue colmado y envió a la escuadra norteamericana a Veracruz. La intervención de Estados Unidos fue mal recibida por todas las partes en conflicto. Carranza y Obregón entraron triunfantes en la capital, en buena medida por el apoyo estadounidense. Huerta renunciaba el 14 de julio de 1914 y se exiliaba en Europa.
Carranza se autotitula Primer Jefe del Ejército Constitucionalista gracias a la labor incansable de Obregón. Los otros jefes revolucionarios, Zapata y Villa hostigaban continuamente a Carranza. Se reúnen todos en Aguascalientes en noviembre de 1914, pero nada queda claro tras el trascendente cónclave. Los enfrentamientos no cesan. Zapata y Villa entran y salen de la capital a su antojo, mientras Carranza se refugia en Veracruz.
Para 1915, la disputa se centraba entre Carranza y Villa. Carranza, que tenía en su poder la aduana de Veracruz, disponía de los recursos suficientes para extender la guerra. Pero Villa, cuya sagacidad nadie duda y, con el sólo objetivo de crearle problemas internacionales a Carranza, penetra en territorio norteamericano en marzo de 1916, tirotea Columbus en Nuevo México, mata a unos cuantos norteamericanos y causa la reacción de Wilson. Éste envía al general Pershing, quien jamás logró dar con el paradero del caudillo de Chihuahua. Carranza, vio la salida a través de un instrumento constitucional que saldría en 1917.
La Constitución de 1917
Este instrumento jurídico era resultado de tantos años de revueltas, matanzas, marchas y contramarchas en el proceso revolucionario iniciado por Francisco I. Madero. Sin embargo es de destacar, que la Constitución, seguía los lineamientos de los modelos de Estados Unidos y Francia. Estaban presentes la tripartición del Poder del Estado, las garantías y derechos individuales y también un concepto sumamente provocador: el bienestar común está por sobre los derechos mezquinos del individuo. A continuación sus artículos más controvertidos:
El articulo. 27 hablaba sobre la propiedad de las tierras y de las aguas, que son de la Nación y la Nación puede imponer las restricciones necesarias a la propiedad concedida a personas en concordancia del interés público. Por otro lado, de la Nación es el subsuelo y con él todos los minerales. También los hidrocarburos sean líquidos, sólidos o gaseosos (contrariamente a la era Díaz).
El artículo 123, era una especie de estatuto laboral, en el que se fijaban la jornada de ocho horas, abolición del trabajo infantil, responsabilidad del empleador por accidentes y enfermedades del trabajo, libre asociación gremial, derecho de huelga y la negociación a través de convenios colectivos de trabajo.
El artículo 130, excluía a la Iglesia de toda participación en la educación pública, hacía del matrimonio un contrato civil y además declaraba que los templos dedicados al culto eran de propiedad estatal.
Tal fue el impacto en la sociedad mexicana e internacional, que el modelo mejicano fue imitado por otras constituciones futuras tales como las de Chile, Colombia, Bolivia y otras más. Era en realidad, una declaración de guerra a los hacendados, al clero y a los "patrones". Pero también encerraba una no muy solapada advertencia a los extranjeros que explotaban la tierra, los pozos petroleros y las minas de México.
Carranza permanecía asolado por Villa desde el norte y por Zapata desde el sur. Docenas de caudillos menores mantenían el estado de todos contra todos. Carranza puso precio a la cabeza de Zapata y éste cayó víctima de una emboscada perpetrada en abril de 1919. A pesar de la desaparición física de su jefe indiscutido, los agraristas continuaron la lucha armada. Mientras, los obreros conducidos ahora por Luis Napoleón Morones quien estaba al frente de la naciente C.R.O.M., Confederación Regional Obrera Mexicana, también se alzaban contra Carranza(40).
Álvaro Obregón, quien se había retirado momentáneamente a sus fincas de Sonora, volvía ahora contra su antiguo jefe. Carranza tenía los días contados. Intentó huir en un tren cargado de oro de la tesorería pero fue traicionado a su vez por uno de sus secuaces. Huyó a las montañas, pero una vez capturado fue asesinado. Terminaba la Revolución en su etapa más violenta y sangrienta en aquel mayo de 1920. La reconstrucción de un país devastado, era menester una vez más como en épocas pasadas.
Fin de la Revolución y comienzo de la reconstrucción
Las presidencias de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles
Presidencia de Álvaro Obregón (1920 – 1924)
Eliminado Carranza, se hizo cargo de la presidencia Adolfo de la Huerta (sin parentesco alguno con Victoriano) unos meses hasta la asunción del presidente que daría el puntapié inicial a la etapa en cuestión: Álvaro Obregón Salido. Era positivamente el más capaz de los hombres de la Revolución. Cuando asume en diciembre de 1920, el sonorense contaba la edad de 40 años. Debemos, empero, aceptar con franqueza, que los métodos para establecer un sistema político en paz como lo requería la hora, no diferían demasiado de los de Porfirio Díaz. El porfiriano "pan o palo", regresaba de las penumbras del pasado pero con una vestimenta más "light". ¿Dictadura? Mejor hablar de, "dictablanda", sin pretender compararla directamente a la real dictablanda que ejerció el general Dámaso Berenguer en la también agitada España prerrepublicana de 1930.
Esta dictablanda a la mejicana, se mantuvo vigorosa y saludable gracias a la extraordinaria muñeca política de Don Álvaro quien manejó perfectamente a sus tres principales hipotéticos oponentes: el ejército (natural grupo de presión), el movimiento obrero organizado y los reformadores agrarios.
Al ejército, al igual que Díaz, lo tenía domeñado con generales mimados y apañados, incluso con fondos del erario. Asimismo, redujo "en voz baja" el número de enrolados. A los sindicatos, encabezados por la C.R.O.M. de Morones se les había dado luz verde para ejercer un control omnímodo sobre toda fábrica, taller o negocio. El mismo Morones, operaba casi como un "capo mafioso", rodeado de un grupo de guardaespaldas que ejercían presión "muy disuasiva" sobre la patronal(41).
A los agraristas, aún bajo el hechizo del fantasma de Emiliano, los conformó con pequeños traspasos de tierras que por cierto fueron insignificantes: de un total de 145 millones de hectáreas que poseían los hacendados, sólo fueron transferidas 1,4 millones. Nuevamente, "que todo cambie, para que nadie cambie"…
Vislumbramos que fue en el ámbito educativo y cultural, en el que Obregón dejó su huella al haber colocado en ese sitio al brillante, aunque excéntrico, José Vasconcelos. Supo Vasconcelos aunar y sintetizar lo mejor de la herencia novohispana y la aborigen, creando una amalgama admirable. Creó las escuelas indicadas como "Casa del Pueblo", que ofrecían una multifuncionalidad dentro de cada aldea más allá del mero acto. En las Bellas Artes, descollaron Diego Rivera y José Clemente Orozco.
Con la Iglesia sostuvo un serio altercado en 1923, por la consagración de un monumento a "Cristo, Rey de México" que terminó con la expulsión del país del representante del Papa, arzobispo Filippi.
Con su vecino del norte, Obregón siempre tenía roces de diverso calibre. No deseaba Estados Unidos reconocer a presidente mexicano alguno si no respetaban los derechos adquiridos por los capitalistas norteamericanos. El espinoso artículo 27 ya examinado, era la causal de discordia por cuanto temían que se transformara en un artilugio confiscatorio. Aunque Obregón en repetidas oportunidades adujo que esto nunca sería así, el gobierno de Washington dudaba. Finalmente, tras arduos acuerdos, el gobierno mejicano no aplicaría la retroactividad en el asunto a las compañías petroleras. Obregón fue reconocido en 1923.
Presidencia de Plutarco Elías Calles (1924 – 1928)
La elección como sucesor de Obregón recayó en Plutarco Elías Calles. Su candidatura no agradó a los grupos más conservadores de Méjico. Se lo asociaba con la izquierda vernácula, partidario de la C.R.O.M. y de los imperecederos agraristas. Se buscó un personaje que diera el "cuartelazo" a la antigua y hallaron al ex presidente interino Adolfo de la Huerta. Varios generales influyentes se plegaron y la administración Obregón buscó el apoyo del presidente Calvin Coolidge quien proporcionó las armas necesarias para conjurar la rebelión trasnochada. Obregón concluyó su período en paz: el 1° de Diciembre de 1924, fungió como presidente el ex compañero de armas del saliente, general Plutarco Elías Calles.
Calles y los sindicatos: Al asumir contaba 47 años, también sonorense. Bajo su período, la C.R.O.M. de Morones expandió aún más su poder amparada bajo el ala del gobierno. Morones, desde el Ministerio de Trabajo e Industria conducía los destinos económicos de la república. No sería justo tal vez cotejarlo con el siniestro monje Rasputín, cuyo poder sobre la familia Romanov fue inconmensurable y negativa, sino más bien, con Manuel Godoy y su relación con Carlos IV de Borbón. El régimen Calles lo recompensaba muy bien, pues su patrimonio se incrementó notablemente en mansiones, autos y diamantes. Pero concedamos que el movimiento obrero aprovechó esta situación preferencial de su paladín, conquistando los derechos de organización y de huelga y una cierta seguridad contra riesgos de trabajo, que, aunque se hallaban en teoría vigentes, no correspondían en la praxis.
Calles y la cuestión agraria: al nuevo presidente le placía autodenominarse "heredero de Zapata". Esto era y es casi insultante: sólo aplicó una muy insignificante reforma agraria que no se tradujo más allá de 3,6 millones de hectáreas, pese a lo cual algunos campesinos volvieron a saborear el placer de ser dueños de sus parcelas "¿la tierra para el que la trabaja"?, es cuestionable. Los bancos de crédito agrícola favorecieron financiar el levantamiento de las cosechas, dato nada desdeñable.
Calles y las petroleras: en diciembre de 1925, el presidente, en su calidad de "cruzado" contra la intromisión excesiva del capital foráneo en una materia tan relevante como la energética, obligó a norteamericanos y británicos a convertir sus propiedades en "concesiones a cincuenta años", dando una estocada de muerte al pacto de caballeros del anterior mandatario con los Estados Unidos. Una jugada política muy atrevida, a no dudarlo.
Calles y los "cristeros": la Iglesia Católica no cejaba en su postura contestataria hacia la Constitución del 17, herida por la supresión de tantas y antiguas potestades. Calles reaccionó furibundo, deportando a sacerdotes, cerrando escuelas y conventos y acusando a los jerarcas del clero de "traición". Por inusitado o ilógico que pareciera, los sacerdotes se lanzaron a la huelga: el 31 de Julio de 1926, abandonaron sus altares y ya no regresaron. El paro, se prolongó por tres años. Las iglesias, desprotegidas, fueron saqueadas lenta y progresivamente. Creyentes ultrajados que se llamaron "cristeros", atacaron e incendiaron escuelas públicas e incluso mataron a numerosos maestros civiles. La represión fue brutal. Más de un general bribón, vio los réditos de la lucha y así casas y fincas de buenas familias católicas fueron injustamente confiscadas. Es interesante la interpretación que nos ofrece Pozas:
"Las relaciones de poder en el grupo gobernante, estuvieron inmersas en la lucha social y política de la Cristiada. Este movimiento, políticamente dirigido por el clero, buscaba renegociar su "status" con el nuevo régimen revolucionario. La curia católica no fue una dirección unificada, sus diferencias internas fueron tan significativas como los enfrentamientos externos (…)
La Cristiada fue un proceso social que constriñó los conflictos intergubernamentales de poder durante la presidencia de Plutarco Elías Calles. Asimismo, obligó al grupo gobernante a no frenar el reparto de tierras en aras de una "eficiencia productiva", al ser éste la fuente de consenso social entre los hombre del campo, a quienes se recurrió frecuentemente para combatir a los llamados "defensores de Cristo Rey" " (42)
Calles se preparaba para la sucesión, vale decir, para devolverle el poder a Obregón, cuando una bala del joven fanático José de León Toral, acabó con la vida del manco de Celaya. Esto sin dudas, redundó en provecho directo del que en tiempos de Emilio Portes Gil, nuevo presidente electo, se llamaría a sí, "el jefe máximo de la revolución". Principiaba una breve era con la hegemonía de Calles indiscutida. Sólo se iría licuando y desintegrando con el arribo de un nuevo "cruzado", Lázaro Cárdenas…
A manera de conclusión
México atravesó una curiosa historia, desde sus inicios independientes, tras el período novohispano hasta el advenimiento de las presidencias constitucionales de la Revolución "estabilizada". Curiosa y con ingredientes de la más diversa índole. Es inobjetable que el proceso histórico mexicano es análogo al del resto de los países latinoamericanos, pero también debemos admitir que contiene elementos propios que lo distinguen. Uno de ellos es el establecimiento de dos períodos imperiales, Iturbide y Maximiliano. Las guerras sociales encabezadas por sacerdotes en los albores del XIX, se diferenciaron de las revoluciones "políticamente correctas" sudamericanas, como las de Buenos Aires o Chile. El embrión de este fenómeno como se vio oportunamente no germinaría, sino que estallaría una centuria después.
Personajes estrafalarios, como Santa Anna se han repetido a lo largo de la historia latinoamericana. Un presidente indígena, adelantado más de 150 año al actual mandatario boliviano, con buenas intenciones pero que en la realidad nada transformó, ya que los sólidos cimientos latifundistas no fueron tocados. Recién con la llegada del presidente Lázaro Cárdenas del Río, estas bases serían modificadas y la famosa Revolución Mexicana y sus consecuencias lograrían parte de sus objetivos.
Otro presidente que se calificó de "liberal" confinó al país en una larga siesta a la mexicana, pululando los caciques y leones estatales. Nuestro país conoció en la figura de Roca y su Unicato una situación semejante, pero el "zorro" tucumano respetaría los formalismos de la República aristocrática y regresaría al poder tras su alejamiento legal en 1886.
¿Una generación del 80 en México? Es un poco atrevido el planteo pero el período porfirista no es casualmente pariente ideológico de nuestra dirigencia fundacional de mentas. Sin embargo, probablemente la gran divergencia entre un caso y el otro es la elección de la Metrópoli: México cercano geográfica y económicamente al gigante del Norte; Argentina, pretendiendo ser parte del Imperio británico (ya con síntomas de agotamiento) y sin llegar a comprender a tiempo que los resortes del poder mundial se estaban mudando a Washington, como bien lo demostró el caso de los bóxers y su presencia en China o los "barcos negros" norteamericanos en tierras japonesas de la mano de Perry y mucho más evidente en la Gran Guerra en la cual EE.UU. intervendría con su "fuerza expedicionaria". Creemos innecesario mencionar que la Segunda Guerra Mundial dio el toque de gracia para elevar al grado de superpotencia a los americanos del norte anglosajones y protestantes.
Con la Revolución, Estados Unidos, mantuvo un sigiloso movimiento pendular, de apoyos y vetos hasta que México "invade" Texas de la mano de don Pancho. No obstante no serían los gobiernos estadounidenses republicanos y demócratas de la época quienes con paciencia aguardarían el desenlace de ese magno movimiento, sino las empresas y trusts tanto del "Gran Vecino", cuanto del Reino Unido. Y nos referiremos, casi con pudor, porque es un caso emblemático, a las petroleras, que en su momento se verían afectadas por un nacionalista (inclinado levemente hacia izquierda) en 1938.
Mientras Estados Unidos se aislaba (isolation) para dar el gran salto hacia el orbe, México se debatía en interminables y sempiternas guerras civiles que veía "subir y bajar" presidentes civiles, militares y hasta emperadores. Perdiendo casi la mitad del territorio por causa de uno de ellos, un incompetente y pomposo aprendiz de dictador que llevó erróneamente los destinos del pueblo mexicano hacia un callejón sin salida, del que Juárez no alcanzó a salir completamente.
¿Y Argentina? Al igual que México, pasó por las turbulencias sanguinolentas de las guerras fratricidas pero Juan Manuel de Rosas significó la estabilización del sistema político argentino, no sin antes acallar las oposiciones "por la razón o por la fuerza. Y también, fue agredida por la misma Francia burguesa de Luis Felipe, "¿la Francia de los Derechos del Hombre?". A principios de ese siglo, en ocasión de la independencia de Haití, pudo verificarse que esos derechos eran "inalienables" pero no para todos.
¿Y Europa? Excepto Gran Bretaña, se hallaba en un delicado devenir de revoluciones liberales como las del treinta, sociales, como las de 1848, con una "cuestión social" cuyas demandas iban en aumento y que eclosionarían en la Comuna de París y más dramáticamente en 1905 y 1917 en la Rusia de los Zares. Sin embargo, estos eventos, frutos de injusticias acumuladas por largo tiempo y por masas insatisfechas que ya no temían a sus amos (como lo afirmó temerariamente Proudhon "Los grandes sólo son grandes porque nosotros estamos de rodillas") no revisten homogeneidad. En nuestro país analizado, las masas no estaban compuestas por proletarios ni obreros industriales calificados como los retratados por Chaplin en "Modern Times", sino famélicos campesinos que reclamaban "tierra", tierra para aquél que desee trabajarla (es irónico que Estados Unidos haya planteado una reforma agraria en estrecho vínculo ideológico con lo anterior en el Japón de posguerra, pero en fin).
Por último, no debemos caer en la tentación de esquematizar a la historia de Méjico entre la izquierda y la derecha. La Revolución que el mundo vio nacer antes de la bolchevique, ¿hacia dónde apuntaba?
"(…) sólo imperfectamente definen el sutil espectro de las fuerzas y de las tendencias profundas del país. "¡Tierra y libertad!" este fue el grito de guerra de los zapatistas. La reforma agraria fue la preocupación esencial del más popular y, probablemente, del más desinteresado de los leaders de la revolución de 1910. Casi no hay duda de que Zapata tenía el corazón a la izquierda; pero ¿y Carranza?; ¿y Calles?; ¿y Obregón? La respuesta es: si y no…" (43)
México no es de las "izquierdas ni de las derechas", es esencialmente un país pletórico de contradicciones, rico en historia e "historias". Quizá… como dijo Díaz… demasiado cerca de Estados Unidos…
© Prof. Jorge A. Vai 2009
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