Su aplicación, obviamente, debe ser universal: Cualquier acto de violencia debe ser tratado siempre de la misma manera y debe contemplarse tanto la violencia de los alumnos como la del personal (docente o no).
Los documentos deben ser lo más completos y explícitos posible: Medidas a tomar, servicio de intervención y prevención implicados, medidas explícitas de ayuda a las víctimas, subprogramas de perfeccionamiento del personal, participación activa de los afectados e interesados, establecer una política de detección precoz y subprograma de intervención en caso de urgencia.
Deben basarse en políticas proactivas o de tipo comunitario.
Las medidas judiciales que se puedan tomar son competencia de los jueces, por tanto, debe quedar claro cuáles son las competencias judiciales de aquellas que corresponden a las autoridades escolares.
Todo programa debe ir acompañado de sistemas de evaluación de resultados.
Otras medidas o recomendaciones suelen ser que ante la necesidad de realizar comunicados a la prensa siempre debe recaer sobre la misma persona, debe crearse entusiasmo por parte de todas las partes implicadas con objeto de optimizar la adherencia y, finalmente, el programa debería contemplar la enseñanza a los docentes en técnicas de resolución de conflictos y de colaboración con otros organismos.
PROGRAMAS DE PREVENCIÓN
Son bastante numerosas las posibilidades de intervención. Todas ellas se han implementado con diferentes resultados. Nosotros realizaremos un breve recorrido por cada uno de ellos, aunque desarrollando más detenidamente los denominados Programas Proactivos o de orientación Comunitaria.
Tabla – 2: Tipos de Programas Preventivos
1. Programa de Intervención /Sanción.
2. Programas de Conducta Esperada.
3. Programas de Detección / Prevención.
4. Programas de Orientación Comunitaria.
1- Los Programas de Intervención /sanción (tipo – I) son de naturaleza reactiva. Se actúa cuando un individuo emite una conducta violenta y se basan en el principio de que la mejor forma de prevenir la violencia escolar es hacer saber que un determinado acto de indisciplina frente a un código de conducta conlleva una consecuencia. Es la filosofía de los denominados programas de "Tolerancia Cero".
2- Los Programas de Conducta Esperada (tipo – II) se basan en el principio de que cuando existen unas reglas de convivencia justas, que se han hecho explícitas y son equitativas, se impide la conducta inaceptable. Estos programas, aunque contemplan consecuencias, esta no es su filosofía, son que conllevan una actitud preventiva (se interviene antes de que aparezca la violencia).
3- Los Programas de Detección /Prevención (tipo – III) implican una política de detección precoz de las causas que producen la violencia a través del desarrollo de actividades que reduzcan la violencia y favorezcan relaciones interpersonales positivas. Se basan en el principio de que "el conflicto es inevitable", por tanto, hay que enseñar a los alumnos a saber reaccionar positivamente ante situaciones potencialmente conflictivas.
4- Los Programas de Orientación Comunitaria o Proactivos (tipo – IV) parten del supuesto de que los orígenes profundos de la violencia están fuera del centro escolar ya que el colegio no es en sí misma una estructura violenta, esta es traída al centro por los profesores y los alumnos. Se basan en el Modelo de Salud Pública, implican una coordinación con instituciones y programas externos al colegio. Como praxis preventiva proponen métodos de enseñanza que favorezcan la implicación de alumnos y profesores en la resolución de conflictos. Suelen ser multidimensionales y requieren que sean aceptados por la población de riesgo, encontrándose integrados en la política general educativa, sanitaria y social.
MODELO PROACTIVO O COMUNITARIO
Clásicamente, la Salud Pública distingue entre Prevención Primaría, Secundaria y Terciaria. Es decir, la primera actuaría sobre las causas, la segunda sería la detección e intervención precoz, y la tercera la actuación sobre la violencia declarada con medidas de rehabilitación y reeducación. En el tema de la violencia, como en cualquier otra situación en donde no conocemos con precisión las causas que producen el fenómeno que queremos prevenir, tenemos la necesidad de realizar una serie de intervenciones generales y, la mayoría de las veces, inespecíficas que debemos contrastar periódicamente a través de los resultados obtenidos.
1. Medidas en Prevención Primaria:
Consiste básicamente, básicamente, en el desarrollo de medidas encaminadas a modificar aquellas situaciones socio-culturales que favorezcan la violencia y no difieren de las medidas generales de otros programas:
Sensibilizar al público en general con objeto de que adquieran compromisos con la prevención de la violencia en el contexto escolar.
Intervención Comunitaria que mejoren las condiciones sociales que favorecen la violencia: mejorar las condiciones de hábitat, desarrollo de guarderías, servicios
médicos y psicopedagógicos.
Establecer programas de Intervención desde las guarderías, preescolar y secundaria que favorezcan conductas prosociales.
Reglamentación que regule la emisión de programas violentos en la TV cuando exista una audiencia mayoritariamente infantil.
2. Medidas de prevención secundaria
Igual que en la situación anterior, en la detección e intervención precoz deben contemplarse una serie de medidas anteriores que las posibiliten. Igualmente, deben implicarse todos los estamentos que tengan que ver con la familia, servicios de atención al menor y servicios sociales comunitarios. Solo un programa que sepa articular a estos estamentos tendrá posibilidades de éxito.
Como medidas generales en el ámbito escolar, proponemos:
El establecimiento de normas antiviolencia claras, lógicas y de aplicación no arbitraria.
Desarrollo de programas que enseñen a los alumnos habilidades prosociales.
Regular las actividades escolares excesivamente competitivas.
Desarrollar una buena política escolar de promoción de deporte.
Desarrollar sentimientos de cooperación y solidaridad entre los alumnos.
Actuación inmediata de los actos violentos encaminando la situación hacia el estamento que mejor pueda resolverla.
3. Prevención terciaria
Nos plantea como actuar cuando la violencia ha aparecido. Existen algunas normas básicas que debemos seguir si queremos que las medidas a tomar sean realmente preventivas: la aplicación de castigos debe ser proporcional a la gravedad del acto violento y basados en:
Un programa de expulsiones bien articulado.
El establecimiento y desarrollo de medidas alternativas a la expulsión definitiva articulándolas con un programa de actuación más general y no como única medida.
El establecimiento y desarrollo de modalidades esclares alternativas ya sean transitorias o definitivas.
WEISSBERG y ELLIAS (1993) proponen integrar las actuaciones de prevención frente a la violencia en un marco integrado en un Modelo de Competencias Sociales y de Educación para la Salud. Estos autores encuadran la violencia en una visión extensa del concepto de salud y proponen una enseñanza planificada desde las guarderías hasta el final de la secundaria que contemple las diferentes fases del desarrollo psicológico. Se fundamenta en el aprendizaje de habilidades cognitivas y conductuales que generen actitudes, valores y una correcta percepción y de aceptación de las normas sociales.
PROPUESTA CONCRETA DE UN PROGRAMA DE PREVENCIÓN
Debemos diferenciar las actuaciones preventivas encaminadas a modificar la violencia y la indisciplina ocasional de las dirigidas a los alumnos que presentan trastornos de conducta. Sobre la primera deben desarrollarse Programas Específicos de Centro y sobre las segundas los Programas Comunitarios de Prevención.
Programas Específicos de Centro Cuando realmente se intenta controlar la violencia escolar no son suficientes medidas puntuales y aisladas que dé respuesta a actos de indisciplina concretos. Realmente la eficacia de un programa antiviolencia debe enmarcarse en su actuación en programas de actuación general a nivel, incluso, comunitario. Por tanto, el programa de centros podría ser considerado como un subprograma del comunitario. Igualmente, deben tener el apoyo, tanto de los padres como de los alumnos y profesores y sustentarse en la filosofía de tolerancia cero a la hora de aplicar las medidas disciplinarias. La aplicación de consecuencias se decidirá por una Comisión de Disciplina creada para tal efecto.
A nuestro juicio un Programa de Centro estaría obligado a contemplar un mínimo de aspectos de violencia. Los que recogemos a continuación deben adaptarse a cada situación concreta, teniendo en cuanta las características sociales y de contextos de riesgo de la procedencia del alumnado. Estos supuestos mínimos podrían ser:
No permitir la presencia de armas en el centro, entendiendo por ello cualquier objeto que pueda causar daño físico.
Vigilar el flujo de personas ajenas al centro.
Controlar las conductas de intimidación y /o amenazas entre los alumnos.
No permitir el vandalismo: destrucción de material
Robos de pertenencias a compañeros o al centro.
Discriminación por razones de sexo, raza o aspecto / minusvalías físicas o psíquicas.
Peleas.
Agresiones, intimidación o acoso de tipo sexual.
Intimidaciones por escrito o verbal entre compañeros.
Debe definirse claramente un código de conducta.
Canales de comunicación entre los afectados. En este sentido es muy importante la creación de la figura del "mediador" y que, normalmente, es una persona con ascendencia entre profesores y alumnos.
Política de centro que favorezca un clima positivo.
Elaboración de un protocolo de actuación con secuencias explicitas a cada tipo de infracción y que debe ser conocido por profesores, alumnos y padres.
Recogida de las infracciones producidas y mecanismos para informar a las autoridades educativas.
Programas de perfeccionamiento del personal en técnicas y métodos de promoción de la seguridad y prevención de la violencia.
Deben articularse mecanismos de enlace con la policía y los servicios de seguridad, así como los de urgencias sanitarias para los casos graves de violencia.
Creación de una Comisión de Seguimiento y Evaluación del Programa Antiviolencia.
Las medidas de expulsión deben quedar claramente definidas y todos los implicados deben tener conocimiento exacto de los elementos de violencia que las origina.
Elaboración de programas alternativos a la expulsión.
Creación de mecanismos de ayuda y apoyo a las víctimas de la violencia.
Existen una serie de indicadores que sirven para definir sujetos en riesgo para la cometer actos violentos, así como una serie de señales de advertencia antes de su manifestación. Por ello es importante tenerlas presentes e incluso contemplarlas de forma estandarizada en cualquier programa de centro.
– Como indicadores precoces de sujetos en riesgo podemos incluir aspectos como:
Alumnos que manifiestan con frecuencia episodios de ira incontrolada.
Alumnos con patrones de comportamiento impulsivo y bromas pesadas, intimidación y maltrato.
Historial previo de problemas de indisciplina.
Historial previo de conductas violentas.
Intolerancia a las diferencias y actitudes prejuiciosas.
Pertenencia a pandillas.
Amenazas de violencia.
– ¿Cuáles serían las señales de advertencia que nos obliguen a un seguimiento más estrecho?
La presentación de peleas con los compañeros y /o los familiares.
La destrucción de material de los compañeros o el centro.
Conductas explosivas de ira importante por razones poco significativas.
Amenazas reiteradas de violencia.
Posesión de objetos que pueden ocasionar violencia (navajas, palos, cadenas o cualquier otro…)
Todos los aspectos anteriormente reseñados tienden al concepto de centro seguro y que podría definirse como aquel que mantiene una buena supervisión de acceso al centro, en donde la radio alumnos/profesores es correcta, los ajustes de horarios tienden a minimizar el tiempo muerto en pasillos o lugares potencialmente peligrosos y con una supervisión eficiente durante los recreos. Estos aspectos deben complementarse con la prohibición de la salida de los alumnos del centro sin una causa que los justifique, la prohibición de reuniones, sin supervisión, en lugares potencialmente facilitadores de la trasgresión de las normas conjuntamente con una vigilancia efectiva de los alrededores del centro y coordinación con la policía para asegurar un entorno seguro.
Por supuesto, las medidas anteriores, como venimos diciendo, deben adaptarse a los riesgos particulares de cada centro escolar, de los derivados de su entorno y de la procedencia del alumnado. Igualmente, la intervención preventiva se fundamenta en unos principios básicos para realmente pueda ser operativa y eficaz. En este sentido, la responsabilidad debe ser compartida estableciendo vínculos positivos entre el alumnado, el colegio, la familia y, en definitiva, la comunidad en donde se inserta.
La comunicación con los padres debe ser sincera, objetiva. Se les debe escuchar e informar cuando sean observadas señales de advertencia en sus hijos. En las situaciones de caos o disfunciones graves de la dinámica familiar con tendencia a desplazar responsabilidades al centro, deberían ser los interlocutores de la Asociación de Padres de Familia los que comuniquen la situación de riesgo que presenta su hijo/a e informarles de las medidas que se tomarán de producirse. Esto último impide los recelos padres/profesores. Al mismo tiempo, se debe respetar la confidencialidad de las familias respecto a sus asuntos privados sin adoptar ni actitudes ni sugerencias que puedan ser interpretadas como una injerencia en tales asuntos.
El responsable de programa debería transmitir a los padres una serie de sugerencias que faciliten la operatividad del mismo:
Que hablen con sus hijos acerca de la conveniencia de los programas de disciplina.
Que animen e involucren a sus hijos en el cumplimiento del mismo.
Hablar con sus hijos sobre la violencia en TV, videojuegos etc…
Que les enseñen la conveniencia de resolver pacíficamente los problemas.
Animarles a que enseñen a sus hijos a expresar la frustración y la ira de forma no violenta o peligrosa para los demás.
Enseñarles a tolerar las diferencias de forma tolerante.
Generar mecanismos que les facilite el poder pedir ayuda y orientación si fuera necesario.
Animarles a que consulten si sus hijos manifiestan preocupaciones sobre amenazas o acciones violentas.
Si existen grupos juveniles de prevención de la violencia que participen.
Que los padres participen en los foros que se desarrollen con relación a la violencia escolar.
Respecto a cómo gestionar la aplicación de medidas, estas deberían ser ejecutadas sin demoras y generalizadas a otros contextos. Es difícil que tales conductas se limiten exclusivamente al ámbito escolar.
Objetivos: Las actividades se estructurarán dependiendo del nivel hacia donde se dirija la intervención: encaminadas a actuaciones de prevención primaria, secundaria o terciaria.
– Las actividades hacia la prevención primaria, se realizarían en los centros escolares y consistirían el programas de formación, análisis de situaciones de riesgo, apoyo a la creación y seguimiento de los diferentes programas de prevención establecidos.
– Las actividades en un nivel secundario de prevención se refieren a la actuación sobre la violencia ya declarada. Por tanto, a desarrollar en el centro especializado.
Consistiría en:
Evaluación clínica y psicosocial de cada caso. Esta información debe ser lo más exhaustiva posible y con valoraciones ecológicas específicas que faciliten.
El establecimiento de un programa de tratamiento individualizado con intervención sobre todos los aspectos considerados favorecedores o mantenedores del trastorno de conducta.
Los objetivos del tratamiento individual serían la modificación de las variables del sujeto que se consideren en relación con el trastorno de conducta, sean biológicas, psicológicas o de procedencia ambiental. Las técnicas que se han mostrado relativamente eficaces son las de modificación cognitiva y de conducta.
Una de las actividades terapéuticas más relevantes para los trastornos de conducta, aunque también de más difícil manejo, es la intervención grupal. Se centrarían básicamente en la aplicación de programas en habilidades sociales y desarrollo de conductas prosociales.
Trabajo con familias con objeto de eliminar disfunciones de la dinámica familiar y dotarla de habilidades en el manejo de contingencias.
Programa de tratamiento psico /neurofarmacológico sobre la base de la evidencia científica en cuanto a su efectos terapéuticos.
– Las actividades a un nivel terciario consistirían, básicamente, en:
Mantenimiento de los resultados positivos del tratamiento actuando sobre los aspectos considerados más vulnerables.
Mantenimiento y desarrollo de factores de protección, tanto en el individuo como en la familia, colegio y contextos psicosociales.
Desarrollar intervenciones de seguimiento complementarias, si fuera necesario (toxicomanías, paidopsiquiatría etc…).
Establecimiento de mecanismos fluidos de coordinación continuada con los profesores de los alumnos con objeto de mantener una continuidad de cuidados y seguimiento.
VIOLENCIA DE GÉNERO EN ADOLESCENTES
La violencia constituye en la actualidad un problema social de primera magnitud en muchos países occidentales, por los efectos que produce en las personas contra las que se dirige. Dentro de este contexto debemos destacar que es la población más joven la que aporta gran parte de los datos recogidos en las estadísticas sobre hechos violentos. Son los hombres los que generalmente adoptan el rol de agresores, y mujeres, niñas y niños y personas mayores, los de víctimas.
Actos de violencia tales como sexo sin consentimiento, abuso sexual y violación, acoso y malos tratos, son más comunes de lo que en un principio nos podemos imaginar. Estos y otros como las humillaciones, amenazas, rechazos por motivos de orientación sexual (homofobia), motes… están muy presentes en la vida cotidiana cercana. Las conductas violentas están basadas en convicciones y sistemas de creencias sesgados por mensajes de carácter sexista, mitos sobre el poder y la violencia, por falsedad o ausencia de información sobre las relaciones entre iguales, la sexualidad y las relaciones de género, y por unos mecanismos de socialización que hacen que la realidad emocional de hombres y mujeres sea diferente, presentándose "mutilados/as" ante las relaciones interpersonales y el propio proceso de desarrollo personal.
Esta claramente demostrado que, tomando en consideración los antecedentes de los agresores, los actos de dominio, intimidación y violencia suelen producirse desde edades tempranas, en la adolescencia, fase crítica que va estrechamente unida a la búsqueda de una identidad social, profesional, sexual y de género.
VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES
Hablar de violencia de género es hablar de un concepto que engloba diversas formas de violencia ejercida contra las mujeres, en función de su sexo y del papel que les ha sido adjudicado en un modelo de sociedad basado en normas, valores y principios, que sitúa a las mujeres en una posición de inferioridad y desventaja respecto de los hombres. La violencia de género no es innata sino que se adquiere, se aprende y se desarrolla desde los primeros años de nuestra vida. Los seres humanos heredamos rasgos que influyen en nuestro carácter, pero nuestros comportamientos, desde el sadismo más absoluto a la generosidad más esplendorosa, son el producto de un largo proceso evolutivo condicionado por las influencias sociales, las relaciones interpersonales y la cultura. Si la violencia ejercida contra las mujeres es un comportamiento que se aprende, ese mismo aprendizaje se puede modificar, se puede erradicar inculcando a hombres y mujeres otro sistema de valores basado en la equidad y el respeto mutuo.
Nadie puede dudar que la violencia contra las mujeres es una patología social compleja porque en su presentación intervienen múltiples factores y, por tanto, de difícil tratamiento, más aún si los planteamientos de análisis son simplistas. Si lo que queremos es afrontar de verdad el problema debemos ir al origen del mismo y, por supuesto, la cura y la prevención sólo es posible si todas las instituciones sociales se implican en la tarea.
La prevención de la violencia contra las mujeres desde la educación
Creemos que el papel que la educación puede y debe desempeñar es la erradicación de toda forma de violencia contra la mujer. Ese objetivo es crucial y la coeducación es un mecanismo de primer orden para conseguirlo. Un estudio realizado recientemente por la Unión Europea recomienda una serie de buenas prácticas en esta materia de las que extractamos las siguientes:
Con respecto a las Instituciones educativas
Enseñar a construir la igualdad en la práctica, a través de experiencias de colaboración entre chicas y chicos, basadas en el respeto mutuo.
Incluir la lucha contra el sexismo y la violencia en el currículo escolar, enseñando a detectar y a combatir los problemas que conducen al sexismo y a la violencia contra las mujeres.
Favorecer la superación de los diversos componentes del sexismo y la violencia contra las mujeres, estimulando cambios cognitivos, emocionales y de comportamiento.
Desarrollar instrumentos que permitan detectar, desde la escuela, a las niñas y niños y adolescentes que pueden haber estado expuestos a situaciones de violencia, para interrumpir dichas situaciones, curarles de sus destructivos efectos y prevenir la tendencia a su reproducción posterior.
Con respecto a las Administraciones educativas:
Proporcionar a los centros educativos las condiciones que permitan llevar a la práctica programas eficaces, para prevenir la violencia contra las mujeres, favoreciendo una formación teórico-práctica del profesorado que debe desarrollarlos y facilitando las diversas condiciones que los hagan viables (recursos económicos, materiales para la aplicación, ajustes en los horarios, medios humanos, personas expertas para consultar dudas…)
Integrar la intervención que se realiza desde la educación con la que debe llevarse a cabo en todos los contextos desde los que se estructura la sociedad, conectándolas desde un enfoque multidisciplinar, que permita al profesorado colaborar con otros agentes sociales.
Capítulo 3
El trastorno de conducta oposicionista y desafiante
Los niños al cumplir los dos, tres años suelen mostrar un comportamiento caracterizado por su terquedad, oposición a los padres y maestros, que suele ser más evidente en la adolescencia. Este comportamiento en sí mismo no presenta ningún tipo de anormalidad o anomalía alguna. Sin embargo, cuando estos síntomas se hacen más frecuentes, repetitivos y se convierten en un comportamiento agresivo hacia los demás, influyendo en su vida escolar, social y académica, entonces hay que comenzar a pensar que allí puede haber un posible trastorno de la conducta.
El trastorno oposicionista y desafiante, también conocido como trastorno de la conducta negativista y desafiante se caracteriza, por lo tanto, por un enfrentamiento continuo con los adultos y con todas aquellas personas que tengan algún rasgo de autoridad, en especial dentro de la familia y de la escuela. Suele aparecer en el niño, en torno a los dos – tres años, como una manifestación de oposición y desafío, aunque será a partir de los siete años cuando se manifieste como tal trastorno, afectando entre un cinco y un quince por ciento de la población escolar.
Hasta hace muy poco tiempo era comúnmente aceptado por todos los especialistas que el trastorno desafiante y oposicionista precedía y terminaba convirtiéndose en un trastorno de conducta. Así hemos visto cómo el CIE-10 consideraba al trastorno oposicionista como un subtipo dentro del trastorno disocial o de conducta. Sin embargo, existen evidencias que indican, que ambos trastornos son independientes entre sí; así, por ejemplo, vemos que en el trastorno oposicionista predomina una actitud provocadora y hostil sobre las conductas destructivas o sobre la violación de los derechos fundamentales de los demás.
¿Qué es el trastorno de conducta oposicionista y desafiante?
El trastorno de conducta oposicionista y desafiante (su sigla en inglés es ODD) es un trastorno conductual que normalmente se diagnostica en la niñez y que se caracteriza por conducta no cooperativas, desafiantes, negativas, irritables y fastidiosas hacia los padres, compañeros, maestros y otras figuras de autoridad. La angustia y la preocupación que los niños y adolescentes con ODD provocan en los demás son mayores que las que ellos mismos experimentan.
Causas del trastorno de conducta oposicionista y desafiante
Las causas que ocasionan este trastorno, son hoy en día motivo de discusión, al considerar algunos expertos que éstas son desconocidas. Sin embargo, hay otros que consideran que estas causas hay que buscarlas dentro del ámbito familiar, basándose en la opinión de algunos padres que dicen que su niño con Trastorno Desafiante y Oposicionista era más rígido y demandante que sus hermanos desde su más temprana edad. A estos habría que añadir una serie de factores biológicos y del ambiente, como causantes de este trastorno.
Aún se desconoce la causa exacta de este trastorno, pero Estudios recientes han llevado a analizar como posibles causas en la aparición de este trastorno dos teorías, conocidas cada una de ellas como teoría del desarrollo y teoría del aprendizaje, respectivamente. La teoría del desarrollo, que sugiere que los problemas comienzan cuando el niño tiene entre uno y dos años y medio de edad. Los niños y adolescentes que desarrollan ODD pueden experimentar dificultades para aprender a volverse autónomos y separarse de la principal persona a la cual se encuentran ligados emocionalmente. Las "actitudes negativas" características de este trastorno se consideran una continuación de las cuestiones normales del desarrollo que no se resolvieron de forma adecuada durante los primeros años de vida. La teoría del aprendizaje, que sugiere, sin embargo, que las características negativas del trastorno de conducta oposicionista y desafiante son actitudes aprendidas que reflejan los efectos de las técnicas de refuerzo negativo empleadas por los padres y figuras de autoridad. Se considera que el empleo de refuerzos negativos por parte de los padres incrementa la frecuencia y la intensidad de este tipo de conducta en el adolescente, quien de este modo logra la atención, el tiempo, la preocupación y la interacción que desea obtener de los padres o las figuras de autoridad.
¿A quiénes afecta el trastorno de conducta oposicionista y desafiante?
Los trastornos de la conducta, como categoría, son sin duda la causa mas común de derivación a los servicios de salud mental para niños y adolescentes. Las estadísticas indican que este trastorno afecta entre un 2 y un 16 por ciento de los niños y adolescentes de la población general y que se presenta con una frecuencia mayor en los varones que en las mujeres.
Síntomas del trastorno de conducta oposicionista y desafiante
La mayoría de los síntomas observados en niños y adolescentes con este trastorno también se observa a veces en niños que no lo padecen, especialmente alrededor de los 2 ó 3 años de edad o durante la adolescencia. Muchos niños, principalmente cuando están cansados, con hambre o disgustados, tienden a desobedecer, discutir con sus padres y desafiar su autoridad. Sin embargo, en los niños y adolescentes que padecen el trastorno de conducta oposicionista y desafiante, estos síntomas se presentan en forma más frecuente e interfieren con el aprendizaje, la adaptación en la escuela y, algunas veces, con las relaciones personales del adolescente.
Los síntomas del trastorno de conducta oposicionista y desafiante pueden incluir los siguientes:
Se enfadan con relativa frecuencia, se encoleriza. Es muy habitual en ellos las rabietas frecuentes de todo tipo; pierden con facilidad la paciencia.
Discusiones excesivas con los adultos.
Desafían las reglas de los adultos, negándose a realizar las tareas de la casa, por ejemplo. Son provocadores.
Cuestionamiento constante de las reglas; negativa a obedecerlas.
Conducta dirigida a molestar o enojar a los demás, incluidos los adultos.
Intentos de culpar a otras personas por su mala conducta o errores.
Suelen estar coléricos y resentidos con todo lo que les rodea. Se molestan con facilidad y se enojan, son quisquillosos e irritables.
Actitud de enojo frecuente.
Vocabulario desagradable o poco amable.
Actitud vengativa.
Son mentirosos e incumplidores.
Suelen tener problemas académicos.
En ocasiones, los niños pueden presentar unos síntomas parecidos a los que caracterizan este trastorno, pero que son pasajeros y propios de la edad. Los padres y profesores tendrán que estar atentos a estas diferencias, ya que para que se pueda hablar de trastorno estos síntomas se deben presentar con una gran frecuencia, además de interferir en el aprendizaje, la adaptación en la escuela y, algunas veces, con las relaciones personales del adolescente.
¿Cómo se diagnostica el trastorno de conducta oposicionista y desafiante?
Los padres, maestros y otras personas que representan figuras de autoridad en el entorno del niño o adolescente suelen ser capaces de identificar a un niño o un adolescente que padece el trastorno. No obstante, un psiquiatra infantil o un profesional de la salud mental capacitado es él quien normalmente realiza el diagnóstico. También resulta beneficioso contar con los antecedentes detallados y las observaciones de conducta del adolescente, suministrados por sus padres y maestros y, algunas veces, realizar un examen psicológico. Los padres que advierten síntomas del trastorno en sus niños o hijos adolescentes pueden ayudarlos procurando una evaluación y tratamiento precoces, decisión clave para prevenir la aparición e incidencia de problemas en el futuro.
Además, debido a que el trastorno de conducta oposicionista y desafiante a menudo se manifiesta junto con otros trastornos de la salud mental, entre los que se incluyen trastornos del estado de ánimo, de ansiedad, de conducta y el trastorno de déficit de atención con hiperactividad, la necesidad de un diagnóstico y tratamiento precoces es imperiosa. Consulte al médico de su hijo adolescente para obtener más información.
Tratamiento para el trastorno de conducta oposicionista y desafiante
Al igual que los demás trastornos, éste debe ser tratado por especialistas que contarán necesariamente con la información de primera mano ofrecida por padres y profesores, además de contar con aspectos propios del niño como su estado de salud, la edad, su tolerancia a los medicamentos, etc., que obtendrá de una exploración previa y de la información ofrecida por las personas mencionadas. En primer lugar, se procederá a realizar una evaluación comprensiva, con el fin de determinar si hay otro tipo de desórdenes presentes, como ansiedad, depresión, problemas de aprendizaje o trastorno de déficit de atención e hiperactividad, que pueden llevar al niño a desarrollar un trastorno de la conducta.
El tratamiento específico para el trastorno de conducta oposicionista y desafiante será determinado basándose en lo siguiente:
La edad de su hijo, su estado general de salud y sus antecedentes médicos;
La gravedad de los síntomas de su hijo;
La tolerancia de su hijo a determinados medicamentos o terapias;
Las expectativas para la evolución del trastorno;
El tratamiento puede incluir:
Psicoterapia individual.-"Que suele emplear un enfoque cognitivo conductual a fin de aumentar la capacidad del paciente para resolver problemas y su habilidad de comunicación y de control del enojo y el impulso". Es decir, se pretende que el niño aprenda a controlar sus emociones fuertes (rabia, coraje, etc.).
Terapia familiar.-La terapia familiar tiene a menudo como objetivo realizar cambios en la relación familiar, como por ejemplo, mejorar la capacidad de comunicación y fomentar la interacción entre sus miembros. La crianza de los adolescentes con el trastorno suele ser una tarea muy difícil para los padres, quienes necesitan apoyo, comprensión y ayuda para desarrollar enfoques más eficaces para la crianza de sus hijos.
Terapia grupal con pares.-Que "a menudo prioriza el desarrollo de las habilidades sociales e interpersonales". En este aspecto se aconseja un entrenamiento en las destrezas sociales, encaminado a aumentar la flexibilidad y mejorar la tolerancia de la frustración con sus pares.
Medicamentos.-Si bien no se consideran eficaces para el tratamiento del ODD, pueden utilizarse si se presentan otros síntomas o trastornos que responden al medicamento.
A estos tratamientos habría que añadir las terapias cognitivas, que para el doctor Romeu son un camino prometedor, ya que hasta el momento los datos obtenidos con pacientes que presentaban síntomas de negativismo desafiante han sido muy satisfactorios.
Por último, y no por eso menos importante, hay que ayudar a los padres de forma directa mediante programas de adiestramiento, tendente a que éstos aprendan a manejar el comportamiento del niño. En esta ayuda se tendrá en cuenta una buena información de este tipo de comportamiento de los niños, que permitan una solución del problema y una reducción en la negatividad de los individuos.
Cómo prevenir el trastorno de conducta oposicionista y desafiante en la adolescencia
Algunos expertos consideran que en la manifestación del trastorno de conducta oposicionista y desafiante se produce una secuencia de experiencias relacionadas con el desarrollo. Esta secuencia puede iniciarse con una actitud ineficaz por parte de los padres, seguida de dificultades con otras figuras de autoridad y malas relaciones con los compañeros. A medida que estas experiencias se exacerban y persisten, la conducta desafiante y oposicionista se transforma en un patrón. La detección y la intervención precoces en las vivencias negativas familiares y sociales pueden lograr interrumpir la secuencia de experiencias que llevan a conductas más oposicionistas y desafiantes. La detección precoz y la intervención con habilidades más efectivas de comunicación, de crianza, de resolución de conflictos y de control del enojo pueden alterar el patrón de conductas negativas y disminuir la interferencia del trastorno en las relaciones interpersonales con los adultos y los compañeros, así como también en la adaptación en el ámbito escolar y social. El objetivo principal de la intervención precoz es favorecer el crecimiento y el desarrollo normales del adolescente y, además, mejorar la calidad de vida del niño o adolescente que padece el trastorno de conducta oposicionista y desafiante.
¿Cómo prevenirlo?
En primer lugar, se debe llevar a cabo una buena labor preventiva y de intervención precoz del trastorno. Para ello se evitarán todo tipo de situaciones negativas dentro del ámbito familiar y social, que son generadoras de conductas desafiantes y oposicionistas.
Potenciar todas aquellas habilidades encaminadas a favorecer la comunicación entre los diferentes miembros de la familia.
Controlar las emociones de enojo y todas las conductas negativas que pueden llevar a enfrentamientos.
Eliminar todo tipo de situaciones conflictivas en el ámbito familiar y escolar.
Lograr una correcta adaptación al ámbito escolar.
¿Qué pueden hacer los padres cuando aparece este trastorno?
Los padres, en primer lugar, deben de recibir la información precisa sobre el trastorno que padece su hijo, así como las posibilidades que tiene de que éste se corrija y no llegue a convertirse en un trastorno de conducta. Asimismo, los padres deben evitar de caer en el error de centrar toda su atención en su hijo con TDO, pues ello le puede ocasionar más perjuicios que beneficios. Los expertos aconsejan que los padres actúen de la siguiente manera:
Apoyar al niño en todas aquellas situaciones positivas, reforzando sus actuaciones que demuestren flexibilidad y cooperación.
Autoimponerse unos tiempos de descanso; es decir, darnos un tiempo antes de actuar si consideramos que una actuación inmediata puede provocar un conflicto mayor.
Establecer prioridades en aquellas cosas que queramos que hagan nuestros hijos, de manera que se eviten situaciones de enfrentamientos.
Establecer límites razonables, que el niño entienda con facilidad, imponiendo unas consecuencias consistentes.
Centrar nuestra atención en otros intereses distintos, que no sean única y exclusivamente, estar pendientes de nuestro hijo con este trastorno. Para ello es bueno contar con otros profesionales que respalden nuestra actuación con él.
Realizar ejercicios de relajación, de manera que disminuyan el estrés y nos permitan una respuesta correcta ante cualquier situación conflictiva presentada.
Capítulo 4
Trastorno de la conducta o trastorno disocial
Dentro de los trastornos de conducta, el trastorno disocial es uno de los más característicos; suele ir asociado con conflictos familiares, pobreza, defectos genéticos y adicción a drogas o alcoholismo de parte de los progenitores. Si hiciésemos una breve incursión histórica sobre los autores que han trabajado en el estudio de la conducta infantil, veríamos que el interés suscitado por esta temática proviene del siglo XIX; los autores de la época englobaban los problemas de la conducta en la infancia con aquellos otros relacionados con la hiperactividad, bajo el epígrafe de "niños inestables", como los denominaba Bourneville. Tras este autor siguieron sus pasos otros de la talla de Still (1902) o Heuyer, para quien la conducta disocial de estos chicos se debía a factores psicosociales. Heuyer los denominaba como "niños anormales y delincuentes juveniles". No será, sin embargo, hasta mediados del siglo XX cuando este trastorno encuentre su correcta delimitación desde un punto de vista clínico, hasta llegar a su actual denominación como Trastorno de Conducta. Es el momento en el que se analizan los síntomas más evidentes de este comportamiento como las rabietas no controlables, la agresividad hacia sus compañeros y familiares y toda una amplia gama de manifestaciones, como iremos analizando en los apartados siguientes.
Nosotros, para el análisis de este trastorno hemos seguido los criterios establecidos tanto por el DSM-IV como por el CIE 10, de la OMS. A partir de ellos nuestra única pretensión ha sido acercarnos a su problemática, al mismo tiempo que dar unas pequeñas indicaciones sobre su tratamiento, según la información ofrecida por los expertos en esta materia.
¿Qué es el trastorno de la conducta o trastorno disocial?
Se entiende como trastorno de conducta a la alteración del comportamiento, que se manifiesta de una manera antisocial, ya desde la infancia, y que se refleja en una serie de violaciones de normas que no son propias de la edad, como los enfrentamientos con otros niños; escaparse de clase, etc., y que son consideradas más allá que la propia "maldad infantil" o rebeldía del adolescente. Estas manifestaciones van unidas a una serie de situaciones familiares, sociales, escolares que las van a potenciar. Aunque aparecen en etapas infantiles, pueden continuar y se amplía en la edad adulta. Por otra parte, indicar que este trastorno afecta, al igual que ocurre con el TDAH, en mayor medida más a los niños que a las niñas, en porcentajes que van entre el 6 y el 16 por ciento para los niños y entre el 2 y el 9 por ciento para las niñas.
Finalmente, indicar que este tipo de trastorno disocial suele ir precedido de otro trastorno, el negativista desafiante, que aparece con mayor frecuencia en los años preescolares, mientras que el trastorno de conducta aparece en niños mayores, en adolescentes. Esta opinión. Sin embargo, hoy en día es discutida por algunos autores.
El trastorno del comportamiento (su sigla en inglés es CD) es un trastorno de la conducta que a veces se diagnostica en la niñez y que se caracteriza por conductas antisociales que violan los derechos de los demás y las normas y reglas sociales apropiadas para la edad. Algunos ejemplos podrían incluir la falta de responsabilidad, la conducta transgresora (ausentarse de la escuela sin permiso o escaparse), la violación de los derechos de los demás (como por ejemplo, robar) o, la agresión física hacia los demás (como por ejemplo, golpes o violación). Estas conductas son a menudo concomitantes, no obstante, también es posible que se presente sólo una o varias de ellas en forma aislada, es decir, sin las demás.
¿Cuáles son las causas del trastorno del comportamiento?
Se considera que las condiciones que contribuyen al desarrollo de un trastorno de la conducta son multifactoriales, lo que significa que existen muchos factores involucrados. Los exámenes neuropsicológicos demuestran que los niños y los adolescentes que sufren este tipo de trastornos parecen presentar alguna clase de anomalía en el lóbulo frontal del cerebro, lo cual interfiere en su capacidad para planificar, evitar los riesgos y aprender de las experiencias negativas. Se piensa que el temperamento de los niños tiene una base genética. Los niños y los adolescentes que tienen un temperamento difícil tienen mayor probabilidad de desarrollar trastornos de conducta, y lo mismo sucede con los que provienen de hogares carenciados, traumáticos o desorganizados. Se comprobó también que los problemas sociales y el rechazo por parte de sus compañeros contribuyen a la delincuencia. Existe además una relación entre el bajo nivel socioeconómico y los trastornos de la conducta. Los niños y los adolescentes que manifiestan conductas delictivas y agresivas tienen perfiles cognitivos y psicológicos característicos en comparación con adolescentes que padecen otros problemas de salud mental y los que forman parte de grupos de control. Todos los factores que posiblemente contribuyen al desarrollo del trastorno determinan la interacción de los niños y los adolescentes con los demás.
Este comportamiento agresivo y violento, que puede incluso llevar al menor a la utilización de armas de fuego, va generalmente unido a una serie de causas multifactoriales que han provocado esta situación. Algunas de las más significativas son:
Relación de este trastorno con una afección en el lóbulo frontal del cerebro, lo que impide a estos niños llevar a cabo actuaciones de planificación o evitación de riesgos, así como aprender de sus experiencias negativas.
Factores de origen genético, heredados de la familia. En este sentido es frecuente encontrar en el entorno del niño familiares con trastornos mentales graves, como esquizofrenia, paranoia, trastornos de la personalidad o anormalidades neurológicas.
Es frecuente, también, encontrar niños con trastornos de la conducta que presentan síntomas del Trastorno de la Atención e Hiperactividad.
Familias desestructuradas y con problemas graves entre sus miembros, que no suelen contar con el necesario apoyo familiar. Suelen ser hijos de familias marginales y muy inestables: los padres se han divorciado; son hijos de madre soltera o de padres en paro. Estas situaciones han llegado a provocar que estos niños sufran en sus propias carnes la violencia en el hogar.
Problemas de rechazo social; niños que no son bien aceptados entre el resto de sus compañeros.
Bajo nivel socioeconómico en la familia (pobreza, carencia de medios, necesidades económicas de todo tipo).
Comportamiento agresivo o violencia previa. A veces, va unido a situaciones de abuso físico o sexual, donde ellos han sido las víctimas.
Exposición a la violencia en los medios de difusión (televisión, radio, etc.).
Uso de drogas o de alcohol, o de ambos.
Presencia de armas de fuego en la casa.
Daño cerebral debido a heridas en la cabeza.
Convivir con compañeros delincuentes.
Algunos autores encuentran una asociación entre este trastorno y los trastornos de la personalidad, en especial los referidos a la personalidad sádica, que es uno de los síntomas más destructivos de este trastorno. Este afán destructivo lo dirigen hacia los demás y se identifica al principio de la edad adulta. En los niños se presenta en forma de crueldad hacia los animales.
¿A quiénes afecta el trastorno del comportamiento?
Los índices de trastornos de la conducta en los adolescentes varían considerablemente, con oscilaciones comprobadas de un 6 a un 16 por ciento para los niños y de un 2 a un 9 por ciento para las niñas. Este trastorno se presenta con una frecuencia mayor en los varones que en las mujeres. Los niños y los adolescentes que padecen trastornos de la conducta con frecuencia tienen también otros problemas psiquiátricos que pueden contribuir al desarrollo de este trastorno. En las últimas décadas, los trastornos de la conducta han aumentado considerablemente. La conducta agresiva es la causa de entre un tercio y la mitad de las derivaciones a los servicios de salud mental para niños y adolescentes.
Síntomas del trastorno del comportamiento
Los síntomas del trastorno disocial van unidos a un tipo de comportamiento repetitivo y persistente en el que se violan los derechos básicos de las personas, así como normas sociales propias de la edad. Según los criterios establecidos por el DSM-IV la edad en la que suele aparecer es a partir de los 15 años. Los expertos nos ponen sobre aviso de que algunos de estos síntomas pueden aparecer también en niños que no padecen este tipo de trastorno de conducta, siendo más frecuente su aparición en aquellos que padecen TDAH. Asimismo, suele manifestarse junto con otros trastornos de la salud mental como, por ejemplo, trastornos del estado de ánimo, de ansiedad, de estrés postraumático, abuso de drogas, trastornos del aprendizaje, etc. Como se ve síntomas más propios de un trastorno de conducta negativista y desafiante, considerado por algunos autores como fase previa al trastorno disocial. Los padres habrán de estar muy atentos a estos síntomas y recurrir al médico cuando considere que su hijo presenta un cuadro parecido.
La mayoría de los síntomas que se manifiestan en los adolescentes con trastornos de la conducta también se presentan a veces en aquellos que no sufren el trastorno. Sin embargo, en los adolescentes que padecen el trastorno, estos síntomas se evidencian de forma más frecuente e interfieren en el aprendizaje, la adaptación a la escuela y, algunas veces, en las relaciones del adolescente con los demás.
A continuación se enumeran los síntomas más comunes del trastorno del comportamiento. Sin embargo, cada adolescente puede experimentarlos de una forma diferente. Existen cuatro grupos principales de conductas que pueden incluirse en esta clasificación:
Conducta agresiva:Que se manifiesta tanto hacia las personas como hacia los animales, sin que exista una afectación emocional, al menos en apariencia. Suele ir unida a una amenaza o a un daño físico a otras personas, reflejada en una conducta intimidatoria; enfrentamientos físicos; acciones violentas hacia los demás; utilización de armas (palos, piedras, cuchillos, botellas rotas, pistolas); suele ser cruel con las personas y los animales; roba a sus víctimas; fuerza a otras personas a mantener una relación sexual con él; se manifiesta de una manera cruel con los animales.
La conducta agresiva provoca o amenaza con algún daño físico a otras personas y puede incluir lo siguiente:
Conducta intimidante
Amedrentamiento
Peleas físicas
Crueldad con los demás o con los animales
Uso de armas
Someter a otra persona a la relación sexual, violación o abuso deshonesto
Conducta destructiva:Caracterizado por un vandalismo y un espíritu destructor de la propiedad privada, generalmente de los otros, que puede llegar, incluso, al incendio intencionado de esa propiedad. El fin no es otro que el de causar el mayor daño posible.
La conducta destructiva puede incluir lo siguiente:
vandalismo, destrucción intencional de la propiedad
incendios intencionales
Falsedad y Engaño:Se caracteriza porque fuerza la entrada en el edificio, casa o automóvil de otras personas; utiliza la mentira para obtener aquello que de otra forma no alcanzaría o para evitar la ejecución de sus obligaciones; es un mentiroso incumplidor. Su objetivo único y prioritario va encaminado a conseguir sus propósitos.
La conducta engañosa puede incluir lo siguiente:
Mentiras
Robos
Hurtos en tiendas
Delincuencia
Transgresión de reglas:En este apartado nos referimos a aquellas reglas que son propias de los niños y adolescentes, como las relacionadas con la no asistencia a clase (hacerse la vaca); realizar bromas pesadas; travesuras de todo tipo; pasar la noche fuera de casa, pese a la negativa de los padres; etc.
Las transgresiones de las reglas habituales de conducta o de las normas adecuadas para la edad pueden incluir lo siguiente:
Ausencia injustificada a la escuela
Escaparse
Bromas pesadas
Travesuras
Inicio precoz de la actividad sexual
Los síntomas del trastorno del comportamiento pueden parecerse a los de otros cuadros clínicos o problemas de conducta.
Los primeros síntomas, sin embargo, suelen ser más simples y a veces nos pueden confundir con la evolución propia de la edad. Estos síntomas o "señales de alerta" son: una ira intensa; ataques de furia o pataletas; una irritabilidad e impulsividad extremas; y frustrarse con facilidad. A consecuencia de todo ello el niño que padece un trastorno disocial sufre un fuerte deterioro en su vida social, académica o laboral. Por último, conviene señalar que los trastornos de conducta presentan, en cuanto al sexo, una serie de diferencias; así, por ejemplo, en los chicos se observa conductas agresivas y violentas, mientras que en las chicas son más frecuentes los incumplimientos normativos.
Atendiendo a los criterios establecidos por CIE 10, los trastornos disociales más característicos son:
Trastorno disocial limitado al contexto familiar. Son niños que muestran su agresividad o violencia únicamente dentro del entorno familiar y que se refleja en robos de dinero a algunos miembros de la familia; roturas de objetos, ropas y enseres o pertenencias propias de la familia; pueden llegar, incluso, a provocar el incendio de la casa.
El origen se puede encontrar en un fuerte enfrentamiento entre el niño y un miembro de la familia.
Trastorno disocial en niños no socializados. En este trastorno se combina un comportamiento disocial agresivo con una importante dificultad para las relaciones personales con otros chicos.
Son chicos que son rechazados por los demás chicos de su edad, con los que mantienen un enfrentamiento; tampoco encuentran facilidad para tratar con los adultos. Todo ello les lleva a tener una grave falta de afectividad. A veces suele convertirse en delincuente en solitario, apareciendo entonces todos los síntomas mencionados: violencia, peleas, robos, etc.
Trastorno disocial en niños socializados. A diferencia del caso anterior aparece en chicos que se encuentran integrados en grupos, con una fuerte socialización. Su relación con los adultos y con su familia suele ser conflictiva. Normalmente, sin embargo, actúa fuera del ámbito familiar, siendo su radio de acción más el escolar, donde se rodea de una pandilla con la que llevar a cabo los delitos (robos, intimidaciones, etc.); aunque la mayoría de las ocasiones se queda en una mera ausencia escolar.
Trastorno disocial desafiante y oposicionista. Este trastorno se circunscribe a los chicos menores de diez años y se caracteriza porque éstos muestran una clara tendencia desafiante, desobediente y provocadora, que va más allá de las típicas travesuras pero sin llegar a comportamientos tan agresivos y violentos como los anteriores. El comportamiento de este tipo de chicos está más relacionado con una oposición activa hacia todo aquello que les ordenan los adultos, especialmente, los padres y profesores, así como a molestarles intencionadamente. Son chicos fácilmente irascibles, pierden el control con facilidad y se enfrentan con aquellos que le echan en cara sus fallos.
Trastornos disociales y de las emociones mixtos. Son aquellos trastornos caracterizados por una combinación de comportamientos de tipo agresivo, disocial o retador, que suelen ir acompañadas de cuadros depresivos, de ansiedad, etc. Sus principales subtipos son:
Trastorno disocial depresivo: se combinan algunos rasgos de trastorno disocial de la infancia con otros de depresión persistente que originan sentimientos de infelicidad o pérdida de interés por todo lo habitual.
Otros trastornos disociales y de las emociones mixtos. Combinan trastornos disociales de la infancia con otros como ansiedad, temores, fobias, despersonalización, etc.
¿Cómo se diagnostica el trastorno del comportamiento?
Los psiquiatras infantiles u otro profesional de la salud mental capacitado normalmente diagnostican los trastornos de la conducta en niños y adolescentes. También resulta beneficioso contar con los antecedentes detallados y las observaciones de conducta del adolescente, suministrados por sus padres y maestros y, algunas veces, realizar un examen psicológico. Los padres que advierten síntomas de trastorno de la conducta en sus hijos pequeños o adolescentes pueden ayudarlos procurando una evaluación y tratamiento precoces, decisión clave para prevenir la aparición e incidencia de problemas en el futuro.
Además, debido a que el trastorno del comportamiento a menudo se manifiesta junto con otros trastornos de la salud mental, entre los que se incluyen trastornos del estado de ánimo, de ansiedad, de estrés postraumático, abuso de drogas, trastorno de déficit de atención con hiperactividad y trastornos en el aprendizaje, la necesidad de un diagnóstico y tratamiento precoces es imperiosa. Consulte al médico de su hijo adolescente para obtener más información.
TRATAMIENTO DE PROBLEMAS DE CONDUCTA (NIÑOS Y ADOLESCENTES)
1. AREA COGNITIVA
A. Desde el punto de vista cognitivo el niño o adolescente va a presentar 3 características:
A.1) Es frecuente que el niño o adolescente tenga una autoimagen negativa donde se vea despreciado, no amado e indeseable para otros; y que su conducta sea en parte motivada por un ataque para defenderse de los desprecios.
A.2) Baja tolerancia ante la frustración: Soporta muy mal no satisfacer sus deseos inmediatamente y ello le lleva a reaccionar con ira, impulsividad o manipulación.
A.3) Falta de empatía por los derechos y sentimientos ajenos. Es egocéntrico centrado en satisfacer sus deseos.
B. Las intervenciones cognitivas se dirigen a modificar los tres componentes anteriores. Básicamente se trata de la RESOLUCION DE PROBLEMAS Y EL AUTOCONTROL frente a la impulsividad, y el ENTRENAMIENTO EN EMPATIA frente a la escasa responsabilidad y falta de conciencia de los sentimientos del otro. Se trabaja en formato de grupo de adolescente donde se exponen y modelan problemas relacionales, identificando los componentes cognitivo-conductuales de cada situación/sujeto, y generando/entrenando alternativas. (Terapia cognitiva-conductual- Foultisch, 1988; Kazdin, 1989).
Otras intervenciones cognitivas se centran en trabajar con la familia y como sus actitudes y el problema se interrelacionan circularmente (p.e Huber y Baruth, 1989)
2. AREA AFECTIVA
A. La principal característica de la afectividad de los trastornos de conducta es la falta de control del niño/adolescente de sus emociones en relación a su baja tolerancia a la frustración y la falta de empatia con el/la agredida.
B. Las intervenciones cognitivas-conductuales tratan de facilitar que se IDENTIFIQUEN LOS SENTIMIENTOS y que se module o REGULE SU EXPRESION. Con niños más pequeños se facilita este aprendizaje mediante las instrucciones verbales y el modelado en el contexto por ejemplo de una terapia de juego o por orientación familiar. Con adolescentes los grupos de chicos/as con problemas similares o la terapia familiar tienen la misma finalidad. Se trabajan tres aspectos: (1) Identificar que se siente, (2) Como se puede expresar, (3) Como se puede sentir el otro.
3. AREA SOMATICA
Puede ser frecuente la ASOCIACION DE OTROS TRASTORNOS que puedan requerir MEDICACION, como la hiperactividad (p.e psicoestimulantes), los trastornos afectivos (p.e antidepresivos), o las crisis de agresividad extrema en forma de convulsiones (p.e antiepilepticos).
4. AREA INTERPERSONAL
La familia en estos casos suele presentar intentos de solución del trastorno de conducta caracterizado por el exceso de métodos coercitivos-castigos e inconsistencias (p.e falta de límites claros, no mantenimientos de consecuencias, desacuerdos parentales, etc.). También puede darse el caso de que el trastorno del niño o adolescente forme parte de conflictos más generales de la propia familia (a menudo de problemas conyugales) y que este sea empleado en la misma disfunción familiar.
Puede bastar, en casos de disfunción familiar baja, un planteamiento de ORIENTACION A LOS PADRES de tipo psicoeducativo y conductual: El terapeuta enseña a los padres a cómo manejar los problemas de conducta mediante el modelado directo (demostración en vivo), la bibliografía seleccionada que después se discute (lecturas) y el manejo de la propia ira parental (por ejemplo mediante la inoculación al estrés).
En caso de disfunciones familiares más amplias y graves puede estar indicada la TERAPIA FAMILIAR O DE PAREJA. Estas intervenciones suelen estar guiadas por planteamientos sistémicos y cognitivos (p.e Huber y Baruth, 1986; Selekman, 1996)
En caso de familias con desventajas culturales y socioeconómicas la intervención de los servicios sociales y de las redes de APOYO SOCIAL suele estar recomendada.
5. AREA CONDUCTUAL
1- Los objetivos conductuales se dirigen a reducir la conducta antisocial y aumentar la conducta prosocial del niño o adolescente
2- Se suele listar las conductas y capacidades del niño/adolescente que funcionen adecuadamente. Se identifica y se presta APOYO A LO QUE EL SUJETO HACE BIEN (p.e deportes para niños fuertes y agresivos).
3- Se indaga lo que los padres y el chico hacen juntos que sea divertido y agradable y se prescribe que lo realicen con frecuencia creciente.
4- Identificar un solo problema de conducta por vez para su manejo. Se diseña con los familiares y entorno ESTRATEGIAS DE EXTINCION o reducción de esas conductas evitando el castigo físico y empleando intervenciones alternativas (extinción, tiempo fuera, sobre corrección).
El tratamiento específico para los adolescentes que sufren trastornos de la conducta será determinado basándose en lo siguiente:
La edad de su hijo, su estado general de salud y sus antecedentes médicos
La gravedad de los síntomas de su hijo
La tolerancia de su hijo a determinados medicamentos o terapias
Las expectativas para la evolución del trastorno
El tratamiento puede incluir:
Abordajes cognitivo-conductuales.-El objetivo del tratamiento cognitivo-conductual es aumentar la capacidad del paciente para resolver problemas y para comunicarse, así como promover técnicas para controlar los impulsos y el enojo.
Terapia familiar.-La terapia familiar tiene a menudo como objetivo realizar cambios en la relación familiar, como por ejemplo, mejorar la capacidad de comunicación y fomentar la interacción entre sus miembros. Se trata, por otra parte, también de un entrenamiento del joven dirigido a resolver sus problemas. Asimismo, es muy importante un adiestramiento educativo de los padres; según el Gabinete Médico Psicológico del doctor Juan Romeu, este entrenamiento ha sido muy efectivo, hasta el punto de haber disminuido la conducta agresiva y provocativa de los chicos hasta las mismas tasas de sus compañeros no problemáticos.
Terapia de grupo con los compañeros, que pretende mejorar las capacidades de socialización de los individuos. Esta ayuda es muy importante que se lleve a cabo desde la escuela, donde se ofrecerá un apoyo desde el servicio de psicología y de todo el claustro, en general. La terapia grupal a menudo prioriza el desarrollo de las habilidades sociales e interpersonales.
Medicamentos.-No se disponen de fármacos específicos para el trastorno de conducta. Sí se ha comprobado que la utilización de ciertas técnicas de modificación de conducta en unión de ciertos medicamentos ha alcanzado una modificación de ciertas conductas agresivas.
Para el doctor Juan Romeu es muy efectiva la terapia de conducta para el tratamiento de conductas específicas y todavía es mayor cuando se combina con el adiestramiento de los padres. Aunque para llevar a cabo tales terapias aconseja su aplicación en centros especialmente dedicados al acogimiento, tratamiento y reinserción de los niños con tales alteraciones.
No obstante, la medida más eficaz será una prevención a tiempo del trastorno, en el que tendrán mucho que ver padres y maestros, que ante cualquier síntoma de agresividad por parte del niño deben ponerse en alerta.
¿Qué hacer los padres?
Los que mejor conocen a sus hijos, sin duda alguna, son los padres, por eso han de tener sumo cuidado en no quitar importancia a algunos comportamientos que ven en sus hijos y que no siempre se les puede achacar a aspectos meramente evolutivos; son frecuentes entre los padres expresiones como las siguientes, ante el comportamiento agresivo de sus hijos: "es una rabieta de niños" o "ya se le pasará cuando madure", etc. Los padres, ante el menor síntoma de que su hijo padece un trastorno de conducta deben de poner los medios adecuados para su corrección. Para ello se pondrán en manos de especialistas médicos que le aconsejarán la mejor forma de lograrlo, así como mantener una comunicación directa con la escuela, con el fin de que la ayuda ofrecida al niño entre los padres y profesores sea más completa.
Algunos de estos comportamientos se pueden impedir o, al menos, reducir si se ponen las medidas adecuadas. Las estrategias que proponen los expertos van encaminadas a la prevención del abuso infantil; a una buena educación sexual; a la potenciación de programas de intervención temprana; a la supervisión de la programación infantil de la televisión, eliminando escenas de violencia, etc.
Asimismo, se pueden evitar situaciones de riesgo en las que los padres tienen mucho que decir y que están directamente relacionadas con su vida familiar y de pareja. En este sentido indicar que se deben de evitar discusiones de pareja delante de los hijos, así como involucrarles en estas discusiones o evitar tomar decisiones contrarias a la hora de enfrentarse con un problema familiar. En toda esta dinámica es muy importante la uniformidad de los criterios y la serenidad a la hora de enfrentarse al problema.
En otro orden, incidir en la importancia que tiene dar ejemplo a los hijos de todo aquello que criticamos: no tomar drogas ni alcohol; controlar que tampoco ellos las tomen, etc. O estar siempre en contacto con el colegio y con los maestros.
En definitiva, los padres tienen una importante labor en todo este proceso. Algunos expertos en la materia han definido como básicos las siguientes actuaciones que se pueden llevar a cabo en nuestras casas cuando nos enfrentamos a un niño con problemas de conducta:
Reconocer las virtudes de los hijos.
Alabarles cuando hacen lo correcto.
Hacer las cosas que les gusta hacer a ellos y no las nuestras.
Escucharles.
Tener un criterio amplio y justo.
No inculpar a nadie cuando hacemos lo incorrecto.
Mostrarles el camino de la solución de los problemas
Estimularles con el ejemplo.
Evitar enfrentamientos de pareja.
Establecer normas justas.
Permitir el diálogo en la familia.
No castigarles severamente ante una conducta agresiva, ya que eso refuerza su conducta, al sentirse más aislado, todavía, socialmente.
Cómo prevenir el trastorno del comportamiento en los adolescentes:
Al igual que el trastorno de conducta oposicionista y desafiante (su sigla en inglés es ODD), algunos expertos creen que se produce una secuencia determinada de experiencias en el desarrollo del trastorno del comportamiento. Esta secuencia puede iniciarse con una actitud ineficaz por parte de los padres, seguida de fracasos escolares y malas relaciones con los compañeros, serie de experiencias que a menudo provocan un estado de ánimo depresivo y fomentan la participación en un grupo de amigos rebeldes. No obstante, otros opinan que muchos factores como por ejemplo, el abuso sexual en la niñez, la susceptibilidad genética, un historial de fracasos escolares, daño cerebral o experiencias traumáticas, pueden influir en la manifestación de un trastorno de la conducta. La detección y la intervención precoces en las vivencias negativas familiares y sociales pueden lograr interrumpir la secuencia de experiencias que llevan a conductas más perturbadoras o agresivas.
Cuando nuestros hijos enfrentan estos problemas, es útil saber cuáles son las cosas que empeoran la situación:
1. Problemas familiares.-
Cuando tenemos tantos problemas que ya no nos podemos concentrar en los problemas de nuestros hijos;
Cuando nosotros como padres no nos ponemos de acuerdo en cómo ayudarlos con sus problemas;
Cuando como padres discutimos y peleamos delante de los hijos;
Cuando involucramos a nuestros hijos en nuestras peleas;
Cuando nuestros hijos se preocupan por nuestra seguridad y felicidad.
2. Uso de drogas y alcohol.-
Cuando nuestros hijos consumen alcohol y drogas haciendo aflorar sus aspectos más negativos;
Cuando nosotros consumimos alcohol y drogas haciendo aflorar nuestros aspectos más negativos;
Cuando nosotros consumimos alcohol y drogas en lugar de buscar la ayuda apropiada.
3. Presiones de los amigos.-
Cuando otros adolescentes ponen presión en nuestros hijos para que beban y consuman drogas;
Cuando esperamos que nuestros niños se comporten diferente a lo que sus amigos esperan de ellos;
Cuando a nuestros hijos se les presiona para que hagan cosas incorrectas.
4. Presiones en la escuela.-
Cuando cada profesor espera demasiado de nuestros hijos sin darse cuenta de la presión que otros profesores también ponen en ellos;
Cuando presionamos demasiado a nuestros hijos y les provocamos ansiedad;
Cuando esperamos demasiado de nosotros mismos y nuestros hijos siguen nuestro ejemplo;
Cuando a nuestros hijos se les molesta o pasan por momentos difíciles con otros niños abusivos.
5. Las propias presiones del niño.-
Cuando nuestros hijos son sensibles, necesitamos enseñarles a protegerse de manera que eviten involucrarse en problemas. Algunos adolescentes muy sensibles tratan de actuar rudamente para protegerse y pueden llegar hasta intimidar a otros. Los niños que están deprimidos, a veces, pueden volverse irritables y agresivos.
A veces cuando nuestros hijos tienen estos problemas, es muy difícil confrontar esta situación por nosotros mismos. Como padres, deseamos hacer lo mejor por nuestros hijos pero no sabemos cómo hacerlo.
A continuación entregamos algunas formas para tratar a niños con problemas de conducta mientras usted espera por ayuda:
1- Reconocer las virtudes de nuestros hijos y tratar de ignorar sus debilidades.
2- Alabar a nuestros hijos cuando ellos hacen algo correcto en vez de sólo castigarlos cuando hacen lo incorrecto.
3- Intentar hacer las cosas que les gusta hacer a ELLOS en vez de lo que NOSOTROS deseamos que ellos hagan.
4- Escuchar a nuestros hijos. Si deseamos que nuestros hijos nos escuchen, nosotros necesitamos aprender a cómo escucharlos.
5- Ser amplio de criterio y justo. Si nosotros reconocemos lo mejor de nuestros hijos también hay que reconocer cuando ellos han hecho algo incorrecto en la escuela o en contra de la ley, de esa manera les estamos dando apoyo y mostrándoles honestidad.
6- Mostrar a nuestros hijos que nosotros no culpamos a nadie cuando hacemos lo incorrecto o cuando las cosas van mal debido a la mala suerte.
7- Mostrar a nuestros hijos cómo concentrarse en buscar soluciones en vez de encontrar a alguien a quién echarle la culpa.
8- Tratar de estimularlos con nuestro ejemplo para que hagan lo correcto en vez de forzarlos a hacer lo correcto mediante presión y castigo.
9- Dejar que nuestros sentimientos de malestar se calmen antes de conversar con nuestros hijos acerca de lo que han hecho mal.
10- No pelear con nuestra pareja en una forma de que afecte a toda la familia y preocupe a los niños.
11- Permitir a los niños hablar cuando están molestos sin que nos molestemos nosotros. Esto les ayudara a saber que uno puede enojarse y que, sin embargo, se puede conversar acerca de eso en una forma constructiva y segura.
12- Establecer normas justas y consistentes para nuestros hijos.
¿Cuándo se necesita buscar ayuda profesional?
Cuando la familia encuentra que es difícil enfrentar la situación y como padres hemos perdido confianza en qué hacer.
Cuando la conducta destructiva afecta la educación de su hijo, cuando ellos o alguien más resultan lastimados o si están en problemas con la policía.
Capítulo 5
Trastorno por déficit de atención e hiperactividad
En los últimos años venimos observando un progresivo interés por todo lo relacionado con los niños que padecen el denominado Trastorno de atención con o sin hiperactividad, más conocido como TDAH, y que ha quedado reflejado en los numerosos Congresos que tanto a nivel nacional como internacional se han venido celebrando en los últimos años, así como por el interés suscitado entre los especialistas en esta materia. Es a partir de este interés y de la preocupación existente en la sociedad, en especial, de padres y maestros que tienen en su casa o en el aula a un hijo o a un alumno que padece TDAH, lo que nos ha llevado a intentar poner un poco en orden todo lo referente a las cuestiones relacionadas con este tema, a la vez que queríamos ofrecer a todos aquellos interesados un punto de reflexión, un punto de partida sobre el que la comunidad educativa se pueda basar a la hora de conocer el estado de la cuestión sobre la situación actual de este trastorno en la sociedad y cómo hacerle frente.
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