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Análisis del Libro: Más allá del crimen de René Vergara (página 4)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Maturana tenía una fundamental condición humana para el oficio: frialdad. Nunca llegó al llanto y pocas veces arribó a la risa. Jamás se desesperó. Sabía, como muy pocos, que los estados emocionales perturban el juicio. Cuando conversó con el periodista no ignoraba que Pham había solicitado protección a la Legación Francesa y a la Legación China.; que en el colegio de los Hermanos Cristianos, a 2 días de la muerte del francés, pidió hablar con el padre Dionisios -había sido su profesor de religión en Saigón- para pedirle amparo. Nadie le brindó ayuda. "Está desesperado, acorralado. Es cuestión de tiempo" -confidenció Maturana a su afligido jefe-. Agregó: "Sé que él compró los pasteles: fue reconocido fotográficamente por los empleados de "Ramis Clar". A ese negocio llegó a las 17 horas. En las 2 horas en blanco debe entrar en juego la estricnina, no lo sé".

CAPTURA Y CONFESION.

En la tarde del lunes 28 de febrero una delgada y nerviosa mujer morena descendió de un taxi en la misma puerta del 2º Juzgado del Crimen. Dos detectives de Maturana, de guardia en el tribunal, encontraron sospechosísimos sus andares, ademanes, físico y vestimentas. La detuvieron y se la llevaron al comisario. Maturana alegremente dijo:

-¿Pregunto yo o cuentas tú, chinito?

-Charles de Wite sabía que estaba viviendo el final de sus días. Era francés, comisario. Usted no podrá entender…

-No lo creas, chinito: estudié en la Sureté Judiciaire; también soy abogado, colega. ¡Sigue!

-Es el viejo triángulo. Creo que pensaba en mí como amante de Lucía; siempre me dio dinero; su casa era mi casa. Lucía, piadosa, resignada, cuando me conoció, amor tardío, se convirtió en volcán. Ella planteó la necesidad de apresurar la muerte de Charles. Me obligó a prometerle la desaparición, de cualquier manera, de Georgette, mi esposa. El nuestro iba a ser un amor sobre cadáveres de cónyuges. Me dio un sobre que contenía una dosis mortal de estricnina…

-Párate, chinito. Llamaré a la viuda.

En el careo las voces de los amantes llegaron al techo del cuartel… en el rojo juego de las acusaciones mutuas y las negaciones.

-Ay, Lucía, estábamos de acuerdo en efectuar ese sábado una reunión de muerte. Todavía ignoro por qué me desobedeció Georgette. Pero tú fuiste la instigadora. Yo no tengo la culpa del miedo que te dio la agonía de Charles. Tengo tus cartas.

Lucía perdió el color, enmudeció y terminó aceptando haberle escrito a Pham "más de una carta amorosa".

Maturana detuvo el diálogo y llamó a Georgette. Dijo:

-Defiendo a mi esposo de esta vieja bruja. Después del crimen y de la fuga de mi esposo, quemé las cartas: no quería publicidad.

-¿Cómo supo lo que las cartas decían?

-Mi esposo me las leyó y me las entregó para que las guardara.

-Eres una estúpida, Georgette. Estamos perdidos.

-¡Tú eres un miserable puerco oriental! -gritó Lucía.

CONDENA Y LIBERTAD.

El proceso, después de varios meses, pasó a manos de un ministro de la Corte de Apelaciones. El 3 de octubre de 1932 se dictó sentencia contra Van Loc: "Doce años por homicidio calificado". Nadie, ni Maturana, pudo probarle a la viuda complicidad o autoría en el asesinato de Charles De Wite.

Por buena conducta en el penal y por sus intachables antecedentes anteriores al crimen, Pham abandonó el presidio al cumplir 7 años de condena. Abandonó el país en compañía de la fiel Georgette. Se supo que el matrimonio se había radicado en Lima.

Lucía Cassenove regresó a Francia. Un comisario francés confidenció en París, después de la Segunda Guerra, a un policía chileno: "La Cassenove fue perdiendo hermosura y kilos, dinero y alegría. Murió tuberculosa y entre estertores. En sus manos tenía la antigua y arrugada fotografía de un joven oriental".

El crimen de Becker

Este viejo asesinato atrae, subyuga, oprime , y no pasa de ser, como ocurre siempre, la atormentada historia de la vida y muerte de un hombre. En él juegan factores que aún perviven: la credulidad infinita de nuestro pueblo y la locura mayor de los grandes criminales. En el plano individual la intervención providencial del joven Otto Izacovich, su memoria extraordinaria y su claro sentido social; los "chispazos" geniales del juez Bianchi; la ciencia del doctor Germán Valenzuela Basterrica; y una verdad dolorosa, extraída de los archivos policiales, del oficio: los crímenes que más hondamente han estremecido a los chilenos han sido cometidos por extranjeros: Dubois, Becker, Phan Van Loc, Haebig, Etc.

Ha sido denominado "El crimen del canciller", "El crimen del canciller de la Legación de Alemania", etc. El sustantivo "canciller" viene del griego "kigklis": reja, celosía, verja; pasó al latín como "cancer", "cancellis", significando lo mismo que la voz helénica; pero en "cancellarius" cambia a: ujier, portero, escribiente, copista. En castellano: cancerbero: portero brutal; cancela: reja de una casa. En alguna época significó: guardián de los sellos reales. Suele significar: magistrado supremo, ministro de Relaciones Exteriores, jefe o presidente de gobierno. En el caso que nos preocupa, el "canciller" Guillermo Becker, era un empleado inferior o vicecónsul: escribiente. Si uno lee: "Guillermo Becker, canciller", piensa -a pesar de lo mucho que lo baja la voz "legación"- equivocadamente porque el engorroso sustantivo, de larga vida semántica, todavía no se asienta y nos hace pensar en autoridades decisivas, esas que tienen o deben tener íntimas estructuras axiológicas evidenciadas en el hacer del gobernante el mejor servicio de su pueblo.

EL PERSONAJE.

Guillermo Becker Tambaner llegó a Chile en 1889. Diecinueve años. Alto, corpulento, de facciones normales. Traía una carta de recomendación para don Guillermo Woener -dueño del fundo Santa María, provincia de Valdivia- dada por su padre, industrial en Nüremberg. A Woener le pareció… "Un hijo caído del cielo". Aprendió castellano con facilidad y fue un buen cultivador de las eternamente deshechas tierras valdivianas. Recorriendo un potrero se cae del caballo, fracturándose una pierna; en el hospital conoce a Teresa, una joven bondadosa y bella. Le ofrece matrimonio; pero, Teresita es católica y él… luterano. Becker cambia de religión. Dado de alta, regresa al fundo de Woener convertido en un joven místico que ocupa sus ocios en la fabricación de altares; ello no obstante, en las noches, sigilosamente, recorre los dormitorios de la servidumbre femenina; por esta costumbre "embarazosa" y escandalosa, tiene que alejarse del hogar de los Woener. Teresa, desilusionada y amargada, entra, por vida, a un convento. Los alemanes de Valdivia se cierran para el "Don Juan" teutón, con excepción de una monja, enfermera del hospital de esa ciudad, quien le da una recomendación para un importante jesuita alemán de Santiago. Aquí contrae tifus y su vida peligra. Postrado decide dedicar su vida a Dios y toma los hábitos como seminarista de la Compañía de Jesús. No pudo acostumbrarse al trabajo duro, al estudio intenso, oraciones y recogimiento: abandonó el colegio para transformarse, sucesivamente, en comisionista, empleado de tintorería, vendedor de jabones, administrador de fundos, etc. Recorre el norte y el sur; vuelve a pasar por Valdivia , la ciudad más alemana de Chile, su paraíso perdido, y se queda. Conoce a Natalia López y con ella se casa el año de 1899. El matrimonio tuvo un hijo que no alcanzó a vivir 3 meses. Becker, enlutado en el alma, sigue probando ocupaciones. Nadie lo ayuda. Pone en venta lo poco que tiene y regresa a la capital con su fiel Natalia.

A precio muy alto algo ha aprendido en sus 10 años chilenos: conoce con rapidez a los débiles de espíritu y los usa en su provecho; utiliza su antiguo servilismo, mejorado por la experiencia y atiende magníficamente y teatralmente a fuertes y poderosos. En su cerebro se está formando el boceto de la llave del éxito: es sólo cuestión de una nueva oportunidad y la buscará al lado del más alto representante de su patria en este país.

LA ENCRUCIJADA.

Había conocido el poder económico de Woener, hecho, como todo lo duradero, tramo a tramo, día a día; la fuerza de la vieja cultura de los jesuitas, que radica en la suma global de los milagrosos minutos del trabajo incesante unida a la mejor razón; el amor primerizo y limpio de Natalia: el dolor de perder a su primer y único hijo legítimo; patrones, obreros y empleados distintos que, de uno u otro modo, fueron esculpiéndose inútilmente el alma con la pícara, refranesca filosofía criolla. Lejos, como fantasmal telón de fondo, en el que rebotaban todos sus fracasos, el largo y exitoso esfuerzo de su padre. Iba a cumplir 16 años en este país abierto, siestero, nuevo, simple y se sabía hundido. Vivía soñando con una riqueza huidiza, con un golpe de suerte que lo convirtiera en poderoso. Se torturaba entre expansiones imaginarias y restricciones reales, crueles: una cuerda tensa que terminaría cortándose. Estaba en la encrucijada que casi todo ser normal conoce y de la que únicamente se sale llegando a comprender que el destino humano es ineluctable: lo bueno y lo malo, por cercanos y nuestros, hasta aquí convivientes eternos, pueden y deben ser modificados, transformándose en útiles; pero, mientras así no lo entendamos, seguiremos hondamente preocupados de crímenes: víctimas y victimarios creados por una lesa sociedad. Lo ineluctable es sólo la condición mortal. El crimen ha sido y es la más dura, antigua y clara lección diaria y múltiple de un error social universalizado, petrificado.

Becker tuvo todo lo que un niño o adolescente puede necesitar para vivir normalmente en cualquier sociedad: nace y se educa en uno de los países más desarrollados del mundo; padre rico y trabajador. No le gustaron las posibilidades de Alemania. Antes de entrar al crimen veámoslo de otro modo: ¿Fue alguna vez normal? ¿Cuándo? ¿En 1889? ¿Antes? Este hombre se quebró de niño y sus trizaduras no fueron advertidas. Aquí manifestó su inestabilidad paso a paso: no respeta el orden social de los alemanes de Valdivia ni sus compromisos más serios; no fue de su agrado ni una ni otra religión; no le parece bien la agricultura y la deja. Sólo permanece fiel a Natalia, a la que piensa dejar "viuda". Ya es un insatisfecho: un endemoniado más viviendo y muriendo entre la realidad y la fantasía. Su "yo" desorganizado camina rápidamente hacia la desintegración conductual: la locura.

Vuelve a acercarse a los alemanes y se entrevista con el barón Von Hans Bodman, ministro de Alemania en Chile y lo hechiza. Becker se convierte en lo que el diplomático espera de él al nombrarlo empleado de la Legación: puntual, acucioso, serio, digno. Es sólo un representación, porque tiene una motivación más profunda: realizar sus sueños de riqueza. A los pocos meses es nombrado "canciller" y está, a corta distancia, del mundo de las condecoraciones otorgadas, generalmente, por compromiso o reciprocidad, de las comidas de "gala" externa, de los uniformes con entorchados y brillantes tricornios de seda; está, además, al servicio de un noble y del Imperio alemán.

EL CRIMEN.

Concibe su "Chef d'oeuvre" criminal al ver y tratar a Exequiel Tapia, mozo de la Legación: cándido, bueno como un niño: Sí, puede ocupar su lugar como cadáver: las cenizas no marcan diferencias de ninguna clase. Consume un año planificando detalles: ver dinero suficiente para su ambición en la caja de caudales de la Legación; conocer un poco más al barón y su caligrafía; gobernar a Tapia con propinas y regalos. Sabe que intentará engañar a todo un pueblo y a sus compatriotas: debe obtener del gobierno chileno una pensión para su propia "viuda"; pasaporte falso para la fuga; alterar un poco su fisonomía; asegurarse la vida. Ah, pero será rico y volverá a Alemania como triunfador.

El 5 de febrero de 1909, a las 13,30 horas, se declaró un violento incendio en las oficinas de la Legación de Alemania, Nataniel 112. Los bomberos no encontraron agua para combatirlo. A los pocos minutos el fuego se había propagado a siete casas vecinas. La Legación se derrumbó. Entré los testigos del siniestro estaba el ministro alemán. Declaró a los periodistas: "Hace media hora abandoné las oficinas, en ellas estaban el canciller Becker y el mozo Tapia". Recordó que Becker era epiléptico y que… "como estaba lacrando la correspondencia oficial, pudo tener un ataque y haber volcado la vela".

A las 16 horas, cuando humeaban los últimos escombros, se inició la búsqueda de los cuerpos de Becker y Tapia. En la noche un bombero encontró un cadáver carbonizado que tenía una argolla de oro en el dedo anular izquierdo, grabado: "N.L. 13-III-1899". Las iniciales correspondían al nombre y apellido de la esposa del canciller; la fecha era la del matrimonio celebrado en Valdivia. No quedó duda: ese cadáver era Becker. Los doctores Donoso y Molina practicaron un examen médico-legal. Concluyeron: "Es imposible identificarlo, salvo por los datos del anillo. No hay heridas ni demostraciones de golpes o contusiones". Becker había muerto en el cumplimiento del deber.

A la luz natural del día siguiente, el sitio del incendio entregó los restos de un chaleco, algunos botones de metal, un reloj de oro con cadena, una cigarrera de plata, un puñalito con empuñadura de "pata de ciervo" y hasta los lentes que el canciller usaba unidos a una cadenita atada al vestón. Natalia López, llorando, reconoció los objetos como pertenecientes a su esposo. Obvio: Tapia solamente conocía el oro y las joyas ajenas. El juez Bianchi detalló los hallazgos con minuciosidad. Sólo faltaba Tapia, el mozo.

Bienvenida Salgado, esposa de Tapia, expuso: "Mi marido se echó al bolsillo 60 pesos diciéndome, esa mañana, que el canciller lo iba a mandar fuera de Santiago". El ministro Bodman aseguró que él no había ordenado viaje alguno de Tapia y que Becker no tenía autoridad para hacerlo. Agregó que 2 días antes del incendio había guardado, en la caja de caudales, 27 mil pesos en dinero efectivo; dicha caja estaba abierta, chamuscada y sin dinero. Se concluyó: "Tapia asesinó a Becker para robar e incendiar la Legación para borrar toda huella". Su detención fue encargada a todos los policías del país. El gobierno envió a don Víctor Prieto, subsecretario de Relaciones Exteriores y al Edecán del presidente Pedro Montt, a dar el pésame al ministro alemán, prometiéndole hacer lo posible para aprehender al ya inaprehensible Tapia.

TRES CARTAS INCREIBLES.

Los policías de la Sección de Seguridad establecieron que en la localidad de Caleu, en el interior de un bar, meses antes del incendio, un grupo de campesinos tuvo una reyerta con turistas alemanes y que uno de éstos fue muerto a puñaladas. Según Becker, los alemanes habían entablado querella criminal; amenazas anónimas llegaban casi todos los días a la Legación. El propio Becker, por supuesto, mostró a su ministro una hoja manuscrita que decía:

"Señor Guillermo Becker: Ud. No ha hecho caso de nuestra carta. Los 15 días que le habíamos dado de plazo pasaron ayer y los alemanes no han retirado todavía la denuncia. Ahora le decimos terminantemente a Ud. que si el viernes que viene esa demanda no ha sido retirada, Ud. lo pagará con su pellejo. No estamos dispuestos a sufrir que a nuestros compatriotas se les castigue por unos cuantos gringos de mierda. Si es necesario, tampoco respetaremos a la persona de su ministro. Así que téngalo bien entendido. Varios chilenos.".

Ricardo Neupert, uno de los escasos amigos de Becker, se presentó a la policía con 2 cartas fechadas el 31 de Octubre de 1908. Su "difunto " amigo se las había dado para que las mantuviera bajo su personal custodia: una era para Bodman y la otra para el presidente Pedro Montt. Emocionadamente recordó lo dicho por Becker ese día: "Tú, que eres mi mejor amigo, no me pidas explicaciones: temo que me maten; el día menos pensado lo harán. Te ruego, si eso ocurre, entrega estas cartas a Bodman".

Carta al ministro:

"Las amenazas de los chilenos se cumplirán. Supongo que cuando Ud. reciba esta carta ya estaré muerto. La voluntad del que va a morir es sagrada: me es penoso pensar que mi muerte podría ser, para Chile, la causa de un serio conflicto. Estoy preocupado por la suerte de mi mujer y de un primo al que he adoptado como hijo. En la carta adjunta, para su Excelencia, el Presidente, creo haber encontrado la solución. Ponga Ud. esa carta en manos del Excmo. señor Montt. Becker".

Carta dirigida al Presidente Montt:

"Excelentísimo señor: Soy alemán de nacimiento y chileno de afecto por el entrañable cariño que profeso a Chile, donde he pasado las horas más felices de mi vida. He caído víctima de la saña ciega de unos ilusos; yo los perdono, y si la justicia lograra detener a mis victimarios, sírvales mi perdón de escudo y la ignorancia de defensa. No es mi muerte lo peor que han hecho: viví las angustiosas horas de "reo en capilla" que me hicieron pasar durante semanas y semanas, porque yo tenía el presentimiento de que iba a caer en sus manos.

"Dejo, Excmo. señor, una viuda y un niño en situación precaria. Vivía con la renta que mi gobierno me pagaba. A la benevolencia de V.E. recomiendo a esos dos seres en quienes he concentrado todo mi cariño. La generosidad chilena sabrá resarcirles la falta que les hace el que les daba el bienestar y el pan. Así también se evitarán las dificultades que puedan surgir, a causa de mi muerte, entre el gobierno de mi patria y el de Chile, que amo tanto como a aquélla.

"Parecerá extraño y ridículo que un vivo escriba de esta manera, como de ultratumba, pero el presentimiento de mi muerte ha adquirido en mí los caracteres de una certeza. Si esta carta llega a manos de V.E., quiere decir que no me engañé, y entonces mis palabras no tendrán nada de extraño o ridículo. Si supiera que mi muerte no habrá de causar ratos amargos al señor ministro de Alemania, a quien aprecio y venero, ni alarma ni disgustos a mi segunda patria, Chile, que amo con sincero cariño, con más serenidad esperaría el momento en que sentiré en mis entrañas el puñal asesino. Guillermo Becker. Canciller de la Legación de Alemania".

UN TESTIGO PROVIDENCIAL.

Alguien intemporal, para decir lo menos, movió, movió los pasos de 2 seres muy distintos entre si y se produjo el encuentro que cambiaría los roles: asesino por muerto y muerto por asesino.

Otto Izacovich, joyero, fue a ver al juez Bianchi gritando desde la misma puerta del tribunal:

-¡Becker está vivo! ¡Está vivo!

Ante las naturales dudas del magistrado, Izacovich agregó:

-Lo encontré en el Portal Edwards; me acerqué a felicitarlo por haber escapado con vida del incendio. Le hablé en alemán y él, ofuscado, enojado, me contestó en español, diciéndome: "No lo conozco. Déjeme tranquilo". Corrió y se montó en un coche de posta que pasaba al trote.

"El ofuscado-enojado" parecido a Becker, igual a Becker o Becker, entendía alemán. La substancia del extraño dialogo fue captada:

-¿Cuándo lo vio?

-La misma noche del 5, medianoche, o algo más tarde. Llevaba patillas postizas y el rostro lleno de afeites. Vestía de cazador…

El juez dispuso que 2 médicos alemanes hicieran una nueva necropsia al cadáver y el entierro fue postergado para el día 8. Los doctores Aichel y Westenhoeffer encontraron la punta de un cuchillo cerca del corazón; abrieron el cráneo. Concluyeron: "Muerte por herida a puñal en la región cordial y traumatismo cráneo-encefálico".

El juez encargó al doctor Valenzuela Basterrica, Director de la Escuela de Dentística, el examen de la dentadura del occiso…

EL ENTIERRO.

El cortejo salió desde el domicilio de Becker, Purísima 276, en dirección a la Deutsche Evangelische Kirche, ubicada en Santo Domingo 1825. Allí estaba casi toda la colonia alemana residente y delegaciones de provincias. El ataúd, cubierto por la bandera alemana, fue ubicado en el centro de la iglesia. El pastor luterano leyó versículos de la Biblia y le auguró: "… la gloria eterna que sólo alcanzan héroes y misioneros".

Hacia el Cementerio General, en carroza de lujo, se plegó al cortejo una chilena, dolida y silenciosa muchedumbre. En el camposanto el barón Von Bodman leyó: "… la patria alemana recordará, con tierna gratitud, a quien muriera víctima del puñal traidor de un cobarde asesino, cuando cumplía los deberes de su cargo. El difunto era un hombre dotado de nobles cualidades y de un corazón bondadoso".

"El héroe", por fin, reposaba, como todos los muertos, en la soledad de una tumba de flores; pero, la verdad abatía a las sombras.

EL DR. VALENZUELA BASTERRICA.

Las condiciones del Dr. Valenzuela, conocidas días después del entierro de "Becker", fueron asombrosas: "La dentadura corresponde a una persona de aproximadamente 25 años de edad: falta absoluta de desgaste, en dientes y molares". Acompañó al informe facturas de los trabajos efectuados por el dentista Danis Lay en la dentadura de Becker: 5 extracciones con anestesia; 4 tapaduras de oro, 3 de platino, una tapadura grande en cavidad sin nervio y una corona de oro. Finalmente, el informe decía: "La dentadura del cadáver encontrado entre los escombros del la Legación de Alemania sólo tiene careado un molar".

La "obra de arte" del asesino alemán tenía una falla más grande que la isla de Chiloé.

PESQUISA, DETENCIÓN, PROCESO Y FUSILAMIENTO.

La detención del canciller fue encargada por telégrafo y se enviaron, por correo urgente, 200 retratos de su rostro a todo el país. Allanada su casa-habitación se encontraron 23 tomos de la Kriminal Bibliotec y 12 libros sobre crímenes y criminales alemanes. Se establece que 30 días antes del crimen se había asegurado, contra todo riesgo, en 10.000 pesos, en la New York Insurance, a favor de su esposa. Quince días antes del asesinato de más larga y fría premeditación conocido, cobra, en el Banco Alemán, un cheque por 19.500 pesos, previa falsificación de la firma de Bodman. El 26 de enero, a sólo 9 días de la macabra suplantación, obtiene, en el Ministerio de Relaciones Exteriores, pasaporte para Ciro Lara Montt, un "cuñado" fantasma. En la casa Francesa, 3 días antes de matar a Tapia, compra polainas y un elegante traje de cazador; en la peluquería Paganini adquiere un par de patillas "a la austríaca". Horas antes del incendio deja depositado, en el Hotel Melossi, un maletín y un estuche de armas. Dice: "Serán retirados por don Ciro Lara". El 5 de febrero, después de su fatal encuentro con Izacovich, disfrazado de "Lara", se presenta en el hotel; es tarde y decide alojar en "El Melossi". La mañana del 6, mientras desayuna, "Lara" lee, en los diarios, el incendio de la Legación. A un mozo le encarga la compra de un pasaje de ferrocarril para Chillán. El mozo le lleva las maletas al cazador.

"Por Selva Oscura -cerca de Caracautín- ha pasado a caballo un alemán muy parecido a Becker en compañía de un campesino llamado José Villagra. Lo siguen el Subinspector Garretón y el Oficial Fuenzalida, a cargo de 5 guardianes". Rezaba el nervioso mensaje telegráfico.

A pocas leguas de la frontera, en la desembocadura del Mitrauquén, los guardianes Antonio Veloso y Juan Becerra, detienen a Becker, que llega a ofrecerles 5.000 pesos por su libertad -el valor de 2 coupés nuevos-. Entrega su revólver, un maletín con dinero y joyas, un rifle con 500 proyectiles y unos anteojos de larga vista.

El expediente, monumento procesal, pasa de las dos

mil fojas y en todas ellas se nota la mano experta del juez Bianchi. Su última mentira: "Tapia me atacó y me defendí". Terminó confesando haberle dado garrotazos en la cabeza, haberle clavado un cuchillo en el corazón; haberle colocado, ya muerto, su anillo a Tapia e incendiar la Legación. Fue condenado a muerte.

Convirtió su celda en santuario-oratorio. Llevaba un gran crucifijo de madera colgado al cuello junto a 5 escapularios. En una vasija con agua bendita metía, nerviosa y constantemente, sus dedos rojos.

El 5 de julio de 1910, porque el terror -grado máximo del miedo- no le permitía andar, los brazos de 2 gendarmes lo llevaron al patíbulo. Le dieron un calmante que no le produjo efecto. Era casi un cadáver en el mínimo de la actividad circulatoria y respiratoria; sin embargo, en su último estado de lucidez, con los ojos vendados, hizo 2 preguntas susurrantes que no obtuvieron respuestas orales: "¿A qué distancia se colocan los tiradores? ¿Disparan bien?"

El cadáver del ex canciller presentaba 5 famas rojas. 4 en el corazón y una en el medio de la frente. Es curioso: Becker ha sido el mejor blanco de la historia de los fusilamientos chilenos.

El perro de …muerte

De las memorias de Inspector Cortés

Los humanos, creadores del calendario y del reloj, creemos haber fijado todos los plazos… y siempre se nos escapan los del amor y el desamor, los de penas y alegrías, enfermedad y muerte; pero, a veces, por el extrañísimo rumbo de los plazos existenciales, algunos hombres han vaticinado, con escalofriante exactitud, las fechas de sus propios decesos: Miguel Nostradamus (1503-66) dijo, con 10 horas de anticipación: "No me verá con vida la salida del sol". Murió antes del amanecer. Samuel Langhorne Clemens, novelista norteamericano, el famoso "Mark Twain", 1835-1910, expresó: "Vine a la tierra con el cometa Halley y me iré con él". Así fue. El cometa pasa por nuestro planeta cada 76 años. ¿Regresará el extraordinario humorista en 1986?

Mi padre, a los 38 años de edad, nos angustió diciéndonos: "Moriré a los 40". Lo enterramos horas después de convertirse en cuadragenario.

Profesionalmente he vivido rodeado de muertes violentas. A pesar de mi preocupación por este fenómeno no paso de ser, como todo humano o animal, un juguete tánico, con una diferencia atroz: viendo a una persona o su imagen sé si está o no en zona de muerte. Cuando el fallecimiento ocurre soy un sorprendido mayor que la víctima porque ignoro los mecanismos del acierto. Tratando de precisarlo tengo que referirme a vaguedades tales como "mirar de muerte": algo de noche eterna, de quietud opaca; espejo convexo oscureciendo entre destellos de asombro. En la descripción de esta inconsciente hiperestesia directa de lo letal, capaz de apreciar o receptar los "reflejos" de la muerte próxima, ninguna voz puede servirme. Creo que es un mirar viejo, encasillado en mi memoria que debe tener, obviamente, un registro para difuntos próximos. El fenómeno debe tener algo que heredé de mi padre y que yo he acrecentado, sin quererlo, mirando cientos de muertes recientes, miles de pupilas de muertes antiguas. No es broma ir por este mundo llevando en el espíritu carga semejante.

He tenido que aprender a huir de hospitales y de hospicios, de aglomeraciones públicas y privadas. Me he convertido en un solitario que se niega a mirar rostros. Sin embargo, sé que el fenómeno es superior a mis fuerzas ya que soy violentamente atraído por "afinidad de testigo" o por mandato ineludible. ¿Qué, quién me cerca? Sigo aspirando a vivir en la misma forma que los demás. No puedo.

Fui amigo de un extranjero con el que solía jugar bridge. Un día vi en sus ojos que había entrado en las zonas de la vieja parca y supe que pesquisaría un imposible más.

EL RUBIO INQUIETO

Erick Simmons, danés, de 45 años, casado, ingeniero, excelente jugador de bridge y ajedrez, abandonó el club "Miraflores", de la calle Monjitas, y caminó, como siempre, hacia el Parque Forestal, donde acostumbraba a estacionar su automóvil. Dos cuadras de árboles desnudándose con lentitud; rumor de fuentes dormidas; un río viejo y murmurador; palomas tibias arrullando estatuas. La quieta nave de cemento gris del Palacio de Bellas Artes estaba anclando en la noche de su limpio puerto vegetal: libre hotel para pájaros; alto cofre de ilusiones cromáticas con cúpulas-mástiles celestes.

Erick ignoraba que el hombre necesita vagar a la deriva, fugarse hacia el azar en busca del olvido del ser autonegándose, dándose, compartiendo con otros, con cualquiera, el extraño destino humano. Rígido, frío, eficiente, poseía un cerebro especializado en dos voces: análisis y síntesis de negocios; con un motor: ganancia. Tenía hasta el olor de los dólares viejos.

Tenso, fuera de sí, próximo a estallar como una granada al sol, se sentó en un banco frotándose violenta y estrepitosamente las palmas de las manos. Fijó, involuntariamente, su atención en un punto vago, escurridizo: una pequeña e incierta luz lila que lo obligó a cerrar los ojos. La luz se le acercó bailando, cortando toda imagen, todo pensamiento. Ya no le parecía lila: era un morado encendido quemando gasa fina, quemándose a sí misma. Le entró en el cerebro y tuvo una extraña sensación de frío, un frío de piel ajena que empezó a cubrirlo. Escuchó que su propia voz decía: "En tres días serás ajusticiado".

Jamás se había preocupado de su muerte. "Debo estar enloqueciendo. Demasiadas preocupaciones. No he dormido lo suficiente".

Anochecía. Caminó pisando hojas. Fumó. El frío no lo abandonaba. "¿Por qué vivo estas aprensiones? Yo no tengo enemigos. Soy casi un desconocido en este país. A mis empleados y obreros les pago bien".

Dio vuelta su miedo naciente: "¿Y este plazo? ¿Por qué tres días? ¿Por qué no ahora mismo, mañana o en mil días más? No puede ser cierto: El 3 es un número como cualquier otro de los inventados por el hombre". Volvió a sentarse. El miedo suele ser, Erick lo ignoraba, el mejor adelantado de lo oculto.

Un ciclista pasó muy cerca de sus rodillas: el ciclista huía de un enorme perro negro que trataba de morderlo. El perro se detuvo bruscamente frente a Erick. Se echó en el suelo y se quedó mirando al hombre de cabellos rubios y ojos azules. Un joven, con las manos en los bolsillos del pantalón, pasó silbando.

-Lindo su perro, señor.

-No es mío.

-El que sea de otro no lo afea.

El perro despidió al silbador mostrándole los colmillos. Una mujer de edad, coja, envuelta en un chal gris, acarició, de paso, al mastín que sordamente gruñó y peló los dientes. Una voz de metal ordenó:

-¡Quieto, "Negro"!

Desde atrás de Erick, como si fuera un gnomo o un muñeco de goma, apareció un niño ágil, desenvuelto:

-Deme una moneda, señor.

La voz del niño era, ahora, de flauta antigua, penetrante, llena de matices.

-¡No tengo!

-¿No tiene?

-¡No! ¡Llévate tu perro!

-No se enoje. Ud. no sólo es rico, también es avaro.

Rascándose la cabeza pequeña y sonriendo cruzó la avenida rumbo al río con el perro negro detrás.

Erick lo llamó a gritos y le dio 10 pesos, preguntándole:

-¿Qué harás con tanto dinero?

-Compraré cigarrillos y me compraré un sandwich. Gracias.

-¿Dónde vives?

-En una cueva del cerro San Cristóbal.

-¿Con quién?

-Con este perro que sólo es un trozo de corazón de la noche, con la lluvia y el viento. En esta época duermo en una cuna de hojas bulliciosas.

-¿Cuántos años tienes?

-Los del hombre, los del frío, los del silencio.

-No hablas como niño.

-No he dicho que lo sea.

El muchacho recogió la larga colilla de Erick y aspiró, agregando:

El dinero me lo regaló por miedo, ¿cierto?

Caminó hasta su automóvil. De la guantera saco una botellita de metal y bebió un largo trago de pisco: "Debo estar viendo visiones".

Un rostro blanco, agraciado, joven, de larga cabellera rubia, se asomó por la ventanilla de auto:

-¿No quieres compañía?

-¿Cuánto?

-100 pesos.

-Está bien, sube. No me agrada beber solo.

Le pasó la botella.

-¡Hum! Pisco del bueno. ¡Salud! ¿A dónde iremos?

-A ninguna parte. El asesino que se apoderó de mi mente podrá encontrarme en cualquier lugar.

-¿Qué dices, chifladito?

-Alguien me va a matar en 3 días más.

-Tienes tiempo. ¿Cómo es? ¿Ella o él?

-No lo conozco.

-Me bajo. Mi negocio es el sexo. No me gustan los locos ni los crímenes…

-Espera. Aquí tienes los billetes. No tendremos relaciones. Estoy comprando media hora de tu tiempo, porque me pareces normal.

La rubia se guardó el dinero entre sus senos de lanzas.

-Bien, empieza. Es más limpio y descansado escuchar.

-Mi mujer debe estar colocando el mantel sobre la mesa: calcula que debo estar por llegar a casa. Mi hijo mayor está haciendo sus tareas. El menor debe estar dormido; pero yo ya no soy el mismo que salió en la mañana. Ahora vivo los sobresaltos de una pesadilla: mi asesinato a plazo fijo…

-¿Cómo se llama tu hijo menor?

-Erick, como yo. Es colorín. Tiene 2 años.

-¿De dónde eres?

-De Dinamarca. Un país frío con gentes cálidas.

-Se me está pasando el miedo. ¡Salud! Háblame de tu crimen. Ningún hombre, en mi ya larga vida de "amiga pública", sufría de fantasía criminal. Todos vinieron a mí por mi boca, mis senos, mis nalgas. ¡Habla!

-Siempre había dormido bien. Durante el día soy una calculadora manejando personas y números: un industrial convertido en financista. Desde hace una semana tengo los ojos abiertos en la oscuridad. Me pesa la sábana, la almohada se calienta. Me he olvidado hasta del sexo tan necesario para descargar el instinto animal que me resta. La fecha vino sola: hoy, en este parque y no hace mucho rato, mi propia voz, contra mi voluntad, créeme, fijó el plazo absurdo…

-¿Hora?

-No. Supongo que será de noche.

-Puedes quedarte en casa, ir a la policía, salir de Santiago o del país. Ver a un psiquiatra.

-Tienes razón. Sólo que un desconocido poderoso…

-Déjate de desconocido. Puede ser un marido celoso, un padre…

-¿Qué haya podido apoderarse de mi tranquilidad y usar mi propia voz? No. Yo soy tranquilo: mi esposa y prostitutas callejeras.

-¡Ah! Normal. ¿Has arruinado a alguien?

-No lo sé. Uno piensa en números. Los que caen o cayeron hacían lo mismo que yo. Es cuestión de sistema, de habilidad para "untar" al poderoso, de suerte. No vemos rostros. Fabricamos o vendemos alimentos, vestuarios, movilización, luz, agua, gas, remedios, habitaciones, caminos, entretenciones, educación para niños, vacaciones y algo ganamos.

-Me voy, amigo mío. Espero que todo sea una locura pasajera. Mañana, si lo deseas, te veré aquí. Yo también vendo mis servicios y el sexo es el mejor negocio.

Enfiló el auto rumbo al barrio alto. Su mujer tenía la mesa arreglada. Erick dormía con un osito de peluche; el mayor bostezaba con un cuaderno de matemáticas sobre las piernas.

No comió. Se echó en la cama tratando de penetrar su pesadilla. Antes de medianoche se escuchó diciéndose: "Dos días".

Salió del club de bridge como un sonámbulo. Cruzó el parque. Levantó, desde afuera, la antena de su auto. Abrió y se sentó a oír radio. Vio a la rubia subiendo a otro vehículo. Alcanzó a oírla decir a gritos: "'Mañana, "Gringo"!

El muchacho del perro se acercó:

-Deme un cigarrillo.

-Ayer te di 10 pesos.

-Me los comí. El hambre no tiene horario ni sabe de economía; tampoco el vicio.

Le pasé la cajetilla y el niño encendió uno. Aspiró y expelió el humo en pequeñas volutas inclinadas, alargadas.

-Fumas como un viejo y hablas como brujo.

-Lo soy. La rubia se llama Estela y su cabello es negro…

-¿Qué más sabes de ella?

-Duerme en un hotel de la calle San Pablo. Es sensible y bondadosa. Gracias por los cigarrillos. Nos veremos mañana, señor.

-¿Cómo sabes que vendré?

-Ud. no faltará a la cita: ningún hombre puede alterar su sino.

Bajó del auto tratando de sujetar al muchacho. El perro rezongó abriendo el hocico húmedo y rojo.

La Costanera era a esa hora un largo desfile de automóviles veloces con conductores cargados de cansancio, dudas y una que otra esperanza. Erick se agregó a la fila de motores enloquecidos que se desgranaba en calles laterales llenas de "mausoleos" para transeúntes, con antejardines espaciosos, mangueras, perros bravos, rejas, gatos y empleadas parlanchinas. Detuvo su Volvo blanco frente a una casa gris. Cortó el agua del regador automático. Abrió la puerta, besó a su esposa -rito de los cónyuges- y tomó asiento en la larga mesa cubierta con un blanco y frío mantel de nylon. De la dorada alcuza sacó aceite y se lo echó a una lechuga tierna. La mordió y se fue a su dormitorio diciendo:

-No tengo hambre.

-Hace días que no comes, Erick. ¿Qué pasa? Ni siquiera has saludado a los niños.

-La fábrica no anda bien: demasiados gastos.

Desnudo se puso a mirar el techo. "Mañana. ¿A que hora se cumplirá el plazo? ¿Cuánto sabrá ese muchacho-duende del parque? Su perro me paraliza. ¿Cómo y para qué vive un hombre su último día?"

Se levantó ojeroso, cansado; sin ánimo atendió sus negocios. Cerca del atardecer se encaminó hacia el parque y esperó.

La rubia venía radiante:

-Hola, "Gringo". ¿Cuántas horas te quedan?

-Lo ignoro. Sube.

Volvieron a beber pisco.

-¿Qué harás?

-¿Qué puedo hacer o dejar de hacer? Uno adquiere hábitos que no puede modificar. Somos gusanos erguidos, monos, si lo prefieres, dueños de un lenguaje incierto. Así voy a morir, sin saber por qué ni a qué vine a este mundo. Creo haber sido duro, pero solamente repetía lo que vi hacer a otros desde que yo era niño. A propósito, ¿conoces a ese muchacho que anda por este parque acompañado de un mastín negro?

-No. ¿Por qué?

-¿Es Estela tu nombre?

-Sí.

-¿Duermes en un hotel de la calle San Pablo?

-¿Por qué has estado haciendo averiguaciones sobre mí?

-Todo me lo dijo el muchacho del perro. Es un niño endemoniado que dice frases terribles. Su perro tiene un mirar que produce terror. Cuando vuelva a verlos…

-Estás loco, Erick. Dame mis 100 pesos. Si mañana sigues vivo, ven a verme, seguiré siendo tu confidente. Trabajo en este parque desde que era una niña y jamás he visto a un niño con un mastín negro y feroz.

Contra su costumbre, Erick tomó la Avenida Santa María. En Pío Nono vio al muchacho del perro y lo siguió. El niño empezó a correr hacia el cerro San Cristóbal. Por el camino de autos, perseguido y perseguidor se encumbraron hacia el verde, la luna y las nubes.

Hice fotografiar el Volvo blanco y los pies de un hombre rubio que colgaban sobre el camino. Ordené fotografiar esa garganta abierta a dentelladas. Comenté con los hombres de la Brigada de Homicidios:

-He visto muertos blancos y negros, rojos y azules, verdes y amarillos, morados. La transparencia de éste es casi vidriosa. ¿Cómo pudo un perro…?

Alguien preguntó:

-¿Dijo perro, inspector?

-Sí. Perro. Aquí están sus pisadas y en esta garganta hay profundas huellas cónicas: Tienen las arcadas dentarias más estrechas que el hombre y poseen 2 incisivos más. Los premolares terminan en punta; las huellas del canino inferior se intercalan entre las del canino y las del tercer incisivo superiores. ¡Miren! Hay huellas erosionadas en esta piel de pergamino y arañazos alrededor de las mordeduras. Lo que me preocupa son estas pupilas llenas de asombro doloroso. ¿Cómo será la cara de ese perro de muerte? ¿Qué habrá visto Erick Simmons?

El recado del Dr. Acuña

"Hace algún tiempo recibí, en sobre cerrado y lacrado este "mensaje". Es brasa y hielo para mi torturado espíritu.

"A pesar de lo que sobre mí expresa, no he

sido capaz de alterar frase alguna.

Inspector Cortés".

"Desde ayer… no soy lo que era y no puedo saber lo que ahora soy. En el accidente automovilístico (?) de Alameda y Santa Lucía -que obra en su conocimiento-, mi viejo reloj se detuvo -Ud. lo vio- a las 16,10, marcando, con inútil exactitud, la data de mi muerte física

"¿Qué le pasa, inspector? ¿Le sorprende que sepa, después de muerto, lo que hizo en mi sitio del suceso? Todavía -como lo prueban sus vacilaciones y titubeos- seguimos conectados. A usted, un hombre enchapado en humanas aberraciones, errores, misterios y crímenes, un "milagro" no lo llevará al asombro ni a la locura; por eso ha sido elegido como el destinatario de este informe de "difunto".

"Mi viejo Chevrolet gris, que me llevara, sin dificultades, durante un cuarto de siglo, por caminos, ciudades, pueblos y senderos de este país de ensueños largos, no fue convertido en chatarra por el camión que tan imprevista y velozmente salió desde el hoyo del "Metro" en construcción: una fuerza, en la que Ud. no cree, hundió el acelerador; la misma que colocó el microbús al costado derecho de mi vehículo. Hable con el juez; muéstrele este escrito -si se atreve-y olvídese del chofer. Sé que lo hará. Gracias.

"El informe de mis colegas del Instituto Médico Legal, respecto a las causas de mi fallecimiento: "Lesiones profundas en el tórax con fractura de las costillas; pulmones contusionados y dislocados por las puntas de las costillas rotas; corazón fuera de la base de los grandes vasos; fractura de las columnas vertebral y lumbar. Muerte instantánea", es, profesionalmente -equivale a humano-, exacto.

"Supongo que está fumando como capitán de barco a la deriva; y que se muerde los labios: el informe del Instituto está en su cajón, inspector. ¡Cotéjelo con el mío!, sin olvidar que yo fui el necropsiado. Un perito en Investigaciones Documentales podría decirle que el dactilógrafo de este "recado" carece de pulso y de emociones. No, no lo hará, porque ya debe haber observado la uniformidad extrahumana de los tipos. Bien, Cortés: ¿cómo supe lo que redactaron los doctores Vargas y Tobar?

"Creí que las rápidas escenas del camión, microbús y choque, de acuerdo con mi humana condición, serían lo último que captarían mis retinas-cerebro: pero, seguí mirando, oyendo, pensando, recordando.

"Me pareció que ascendía… sin mayor esfuerzo. Me detuve en el aire como si fuera -trato de ayudarlo a comprender- una ingrávida burbuja celeste, transparente, hecha de tibia luz murmurante.

"Perdóneme, inspector, el párrafo anterior: es tan difícil escribirle a Ud., duro hipopótamo de los hechos. Si cuesta vestir, de noche, a una sombra débil: más dificultades existen al tratar de vestir, con palabras, a una pequeña luz durante un claro día de marzo. Supongo que, a esta altura del relato Ud. ya comprende que carezco de materia-forma.

"Sentí que el olor de la bencina derramada y mi sangre formaban una extraña mezcla-aroma, y no prevalecía el derivado de los hidrocarburos. No se sorprenda: mi mente actual o lo que sea, clasifica de otra manera porque es distinta. En mi actual condición, débil luz que se apaga, lo que Ud. sigue denominando "olfato" es para mí un simple análisis de esencia y mi sangre era más importante. Descendí por entre los fierros retorcidos: quería verme desangrar. Actor y espectador de una escena nueva. Macabra deformación profesional, si Ud. lo prefiere. Los glóbulos rojos, encadenados por la gravedad, eran un collar de monedas arreboladas. El ya disminuido chorro arterial había formado un pozo sobre el pavimento. Una gota de aceite me atravesó sin tocarme, sin abrirme. Comprendí que era menos que el aire; y dueño de una movilidad inaprehensible: deseo y acto eran y son instantáneos, inseparables. Confuso -resabio de mi ex humana condición-, volví a tomar altura. Vi cuando sacaban mi cuerpo de muñeco molido, desarticulado. Mi rostro duro, achatado, tenía una expresión de "sorpresa dolorosa" que mi memoria no registraba y comprendí que ya no podía interpretar el pasado, tan reciente, como humano: encontré falsa mi interpretación fisonómica. Trato de hacerle comprender que habito, así me parece, en la misma frontera de lo que fui y lo que soy: una línea que no admite trazos… precisos.

"En el furgón -de orden suya- condujeron mi cadáver a la morgue. Se que trató de impedir mi necropsia. No le doy las gracias: este "muerto" (?) no agradece sentimientos envueltos en jerarquía oficial: una vieja vanidad suya.

"Me quede "vagando" por los alrededores del lugar del "accidente" en busca de una explicación: allí había "nacido" a mi nuevo estado y algo podía encontrar. Sin duda, todavía perdura en mí el oficio. Debí escribir "flotando" o "girando". Es inútil: ningún gerundio puede servirme para comunicarle a Ud. lo que soy, lo que hacía y lo que buscaba. Una idea es esencialmente lo opuesto a materia y yo debo ser menos que la huella del último suspiro. Créame, Cortés, algunas "ideas" son atemporales: existen desde antes que el hombre aprendiera a medir el tiempo de su muerte, cuando lo que llamamos "cerebro" empezaba a plasmarse en la comarca azul de la primera lágrima-océano, y seguirán existiendo cuando el hombres-especie olvide el crimen, el llanto y la congoja.

"Qué le ocurre al viejo investigador de conductas criminales? ¿Le quema el alma este airecillo del Más Allá? ¿Necesita más pruebas? Trataré de dárselas. Allí, en ese trágico escenario, los espectadores, conmocionados y conmovidos por mi muerte, ya eran, como siempre, adelantados aprendices del proprio rol a jugar, que es el motor que mueve secretamente toda conducta humana. Los interrogantes del espectador, cualquiera que sea, son: ¿cómo será la mía; cuándo? Inspector, no se estremezca: su cerebro funcionó profesionalmente al pensar en mi reemplazante, Ud. no le teme, ¿cierto? Sumé emociones: respiraciones agitadas, pulsos rápidos, secreciones; en lo psíquico los estados de conciencia pasaban de la pena a una aguda sensibilidad: todos buscaban ver heridas. Hiperestesia, significando el máximum de sensibilidad total, no pasa de ser una palabra más que no me sirve para expresarle la penetrabilidad que estoy "viviendo-muriendo". Como médico examinador policial, de su Brigada de Homicidios, compartimos, profesionalmente, muchas muertes de extraños: Ud. observaba y concluía. Nos consultábamos. Supongo que lo recuerda. En miles de sitios del suceso Ud. fue secando la fuente de sus lágrimas: lo supe ayer…cuando sus manos hábiles tocaron mi cuerpo y su cerebro sólo comparaba heridas. ¿Y ahora, Cortés?

"Perdón, mi mujer, enlutada, acaba de regresar del cementerio y se ha encerrado en el que fuera nuestro dormitorio. Sé que está llorando. Iré a ver sus lágrimas, a oírlas caer sobre el limpio piso de madera o en su falda. Mi invisible corazón de esfera anhela compartir esa pequeña y tibia lluvia silenciosa, íntima, secreta. Será mi despedida.

"Ana, inspector, dejó caer 20 lágrimas y sollozó. Sonó su larga nariz fría y se limpió ojos y rostro. Contó el dinero sobrante -el funeral fue carísimo- y empezó a juntar mis cosas, a desarmar mi cama, a empaquetar mis libros. Leí su intencionalidad; Ud., sabe, ahora, que puedo hacerlo: va a seguir, sin desmayo alguno, preocupada del futuro de nuestro pequeño hijo. Está arrinconando sus recuerdos entre sus células y tratará de hacer lo mismo con el niño. Esta es otra de esas "ideas" eternas: el espíritu, poseyendo a la materia, cumple, inexorablemente, su misión de prolongar las vidas familiares en las mejores condiciones posibles.

"Vuelvo a disculparme, inspector: una esfera no debería cometer errores; pero Ud. sabe que fui humano y, al parecer, no podré cortar, así como así, las raíces de la ternura con mis manos florecidas de apoyo franco, mis voces tibias, el mirar compasivo; esa ternura donde todavía anida la piedad sensible al dolor ajeno. Me estaba refiriendo a vida-muerte, un fenómeno complejo, lento-rápido, que los humanos, viviendo como "inmortales", rehusan analizar. Entre lo vital y lo mortal no cabe ni la sombra de una aguja: la unión es esencial.

"Los seres, y Ud. lo sabe bien, se dividen en destructores y creadores. En un principio solamente existían los primeros; pero, desde hace algunos miles de años, lo útil, lo bello y lo bueno, quedan: son los frutos de los mejores. Y esta es otra de esas ideas reales eternas. La unidad intermedia -los conceptos del hombre superior- permanece como patrimonio de la especie y por ese sendero, que es de todos y el mismo, avanzan, dolorosamente, los vivientes, perdiendo animalidad, sublimándose.

"Mi mujer ha salido a comprar: alimentarse es fundamental para seguir viviendo la muerte que le queda…

"Humanamente, inspector, hay una muerte funcional, la que Ud. tanto conoce; después, la tisular. Esta última es camino de locura: Eduardo Brown-Sequard, un colega francés, del siglo pasado, inyectó sangre en la carótida de un perro decapitado y vio que el animal ejecutaba movimientos de cara y ojos. Dice: "Me parecieron dirigidos por la voluntad" . P. Roger y M. Beis practicaron electroshock transcerebrales en cuatro cadáveres de humanos adultos, frescos, logrando espasmos musculares generalizados en los músculos de las caras. Crille, en sus ensayos de "resucitabilidad" (1909), demostró la conservación de los tejidos: piel, miocardio y músculos, horas; los centros respiratorios alrededor de 30 minutos; el centro vasomotor y cardíaco, de 20 a 30 minutos; médula y corteza, de 8 a 10 minutos; centro psíquico, de 6 a 7 minutos. En algunos cadáveres observó una supervivencia inconsciente de casi 24 horas. Esta es, inspector Cortés, casi toda nuestra ciencia especializada más allá de la muerte. En los esfuerzos de los 4 investigadores citados, aparece -lo sé ahora que no soy médico- la agónica supervivencia artificial cuando las condiciones experimentales obligan a los órganos a funcionar: una especie de memoria fisiológica sacudida. Pero el elemento fundamental de toda vida-muerte es el espíritu que aparece como extraanímico y superfísico, ajeno al transitorio "poseedor" que encarna y separado -al menos en mi caso- de su "prisión" física. Crille se equivocó: las 24 horas no son inconscientes. En esta "zona", inspector, creo que la causa de la "fuga" obedece a una inteligencia superior cuyos designios se me escapan. Cuando las agonías son largas y dolorosas siempre corresponden a aquellos seres que inútilmente tratan de seguir viviendo; en muchos el temor a la muerte acorta el plazo vital, indicando, me parece -sólo soy un aprendiz de esfera-, vidas arraigadas en el instinto o en el error. Hasta podría acuñarse una frase para tertulia de espíritus: dime cómo fue tu muerte y sabré como fue tu vida. Ignoro por qué no tuve una agonía larga; aunque, entrenado para morir sólo fui sorprendido por lo "imprevisto del accidente". Me es difícil reacomodarme a esta realidad: ayer fui un hombre. En un principio, mientras crecía mi comprensión del fenómeno vital, me cuidaba, como casi todo humano lo hace, para "diferir" el final: locura o insensatez mayor de los vivos. Al casi entender sus mecanismos -anatomopatólogo, y al fin y al cabo-, me limité a vivir sin aprensiones y con notable olvido de mi plazo. Comprendo, ahora, que mi conducta no era común; sin embargo, ella encerraba, para mí, un inapreciable principio lógico de armonía del espíritu, sin el cual el humano vive y muere atormentado.

"Mi mujer, perdón, mi viuda, acaba de regresar con carne, leche y huevos. Compró -fuerza del hábito y obnubilación- dos quesillos para mí. ¡Pobrecita!

"En este balance finalístico tengo que decirle que llegué a la policía por vocación mortífera, de la que era, como todos, ajeno, mientras no comprendí que la vida es en cada ser rol… escalonado y ascendente. El humano funcionamiento, de acuerdo a su carga esencial, gatilla, como en los animales, el canto del canario, la fuerza del elefante, el apetito del chacal; con una diferencia substancial: puede llegar a tener conciencia de lo que verdaderamente es por el camino de la piedad, justicia y virtud. A la postre todos los que viven tienen un fin que nadie ignora; es mejor tratar de convertir este planeta verdeazul en un paraíso cósmico donde el espíritu universal, fragmentado en millones de seres, empiece a construir la felicidad vital… hay un solo camino: olvidar el egoísmo.

"Mi mujer está hablando, telefónicamente, con mi suegra y le ruega tener al niño unos días más en esa casa suya. Lo hará.

"El que puso en mí, inspector, una aptitud de muerte, una predestinación que empezó con insectos y que terminó a su lado, viendo, todos los días, humanos convertidos en cadáveres por otros humanos -los destructores-, sabía que, finalmente, escribiría este recado. Creí que llegaría a convertirme en un experto en tanatología y ya ve, Ud., en lo que he terminado. De niño solía tenderme de espalda y llegaba a la inmovilidad externa-interna casi absoluta, el "casi" comprende la respiración en el mínimo y ciertas "ideas" que, de uno u otro modo alteraban mi mente ansiosa de vacuidad total. Ciertos interrogantes sobre el destino humano suelen ser un buen ejercicio, incluso para Ud. que ha envejecido en la violencia extrema. ¿Qué busca Ud., inspector? ¿El éxito como pesquisa? ¿No le parece inútil meta tan corta? ¿O lo agarró el ciego hacer y ya es una máquina? No, no heriré su sensibilidad; pero, no olvide: mañana el sol tendrá un día más en el tiempo del tiempo y Ud. un día menos de su tiempo. Para el hombre es mejor la luz del alma generosa.

"Vi a mi esposa, a mi madre y a mi hijo echar puñados de tierra sobre mi tumba y aquí estoy escribiendo para Ud., a horas de haber sido cristianamente sepultado. Puedo, por ello, comprender que vida y muerte se separan en otra etapa. ¿Qué más sé ahora que poseo tan extraña experiencia? Que mi memoria es la suya, que mi cerebro es el suyo, porque la vida que compartimos tiene un solo sendero; y sé que yo soy un consciente tramo de 24 horas Más Allá.

"Me estoy deshaciendo en el aire. Me apago inspector: ya no veo ni escucho ni pienso. Me estoy abriendo y moliendo: fulgor de noche en la noche. La región del no-ser- no tiene puerta, tiene… olvido".

El señor Tarres

De las Memorias del Inspector Cortés

Mi suegro es español de las Islas Baleares y comerciante del Barrio Estación. Llegó a Chile el año 1920 y se nacionalizó hace más de 30 años. Sólo los domingos y festivos deja de vender huevos y aceitunas. Nació con el siglo y posee una envidiable salud: con su nieto más joven, 10 años de edad, suele correr unos 20 metros de la calle Erasmo Escala, ascender una o dos laderas bajas del cerro San Cristóbal o bogar unos minutos en la laguna del Parque Cousiño; a veces nadan, juntos, en la piscina de Peñaflor o en la de Colina. Todos los días lee 4 diarios; en la TV sigue a "Elliot Ness". Sábados y domingos duerme siestas largas; al levantarse arregla enchufes, poda limoneros o revisa el motor de su Fiat modelo 1962. En las comidas habla de San Lorenzo, el pueblo de Mallorca donde nació y donde sigue, afectiva y emocionalmente, viviendo. Toca, en el piano, canciones chilenas, mexicanas, cubanas, argentinas y venezolanas; con la guitarra se va a Andalucía: coplas y bulerías. Canta -fue monaguillo en España– largas letanías en las que mezcla mallorquín, castellano y latín. No le gusta la política partidista y cree en muy pocos curas. Entre los comerciantes de la Estación Central su palabra vale más que un "t.' s check".

Hace 2 años le dio la gripe asiática y el médico de la familia, A. Waissbluth, le inyectó antibióticos. El organismo de don Jaime reaccionó mal: 2 meses de fiebres intermitentes, pérdida del apetito y del sueño. Cuando había perdido la conciencia llamé a mi amigo, el doctor J. Vargas. Cambió la terramicina por sueros y vitaminas. Durmió. Su rostro empezó a tomar color de vida. Bebió jugos de frutas y sopas de pollo. En la semana comió cordero asado. Una noche me llamó a su dormitorio:

-¿Sabes de dónde vengo?

-Sí, de Hong Kong.

-No, gracioso, del cementerio. Desperté a horcajadas sobre el ancho muro amarillo-blanquizco de la calle Zañartu, allí donde hay una palmera y cipreses; una calle con muertos en hileras escaladas: algunas cabezas quedan a centímetros de los transeúntes. Era medianoche o algo así: ni un alma en la plaza ni en la calle. Tú sabes que ese muro, inspector, no lo escala ni un acróbata. ¿Cómo llegué allí? ¡Contesta, Carlos Cortés!.

-No payasee, suegro. Como convaleciente tiene algunos derechos, pero yo no tuve su fiebre, tampoco tengo su locura…

-Estoy hablando seriamente, investigador de pacotilla.

Lo miré a los ojos: la escasa luz de la lámpara de velador me impidió verle el dividido diablillo de sus cristalinos. La voz me pareció angustiada, controlada. Mantenía las manos quietas y la pequeña cabeza alzada, interrogándome con la expresión general del rostro.

-Usted me ha tomado por José, el hijo de Jacob, y quiere que le interprete un sueño vestido de pesadilla, ¿cierto?

-¿Sueño? Todavía me duelen las asentaderas y las piernas: ese muro es ancho: longitud de cadáveres anichados, cubiertos con ladrillos.

-Está bien. ¿Cuándo ocurrió?

-Yo he perdido, bien lo sabes, la noción del tiempo. Supongo que fue cuando estaba por "entregarla".

-Referencia inútil. ¿Cómo puedo saber el día?

-¿No se puede controlar el tiempo de la aparición de los dolores musculares?

-Sí. Creo que es posible. Una pregunta de cajón: ¿cuándo empezaron?

-Supongo que cuando ese médico, amigo tuyo, cambió el tratamiento.

-¡Ah! Siete u ocho días. Buena reflexión.

-¿De qué va a servirte?

-De nada. Esta es casi una conversación post mortem.

-¿Qué es eso?

-Después de la muerte. Unos versos del trágico Séneca: aseguraba que después de la muerte nada hay y que la misma muerte nada es. Es el más ilustre de los suicidas hispanolatinos.

-Si la muerte nada es ¿qué es la vida? ¿Acaso somos fantasmas?

-Ud., según su historia, ha estado más cerca de esa frontera y debería saberlo. Adelante, suegro: lo escucho.

-Iba a dejarme caer hacía el lado de las… ánimas, cuando una calavera chica empezó a gritar: "¿Qué va a hacer? ¡Devuélvase! Aquí se pasa peor que afuera. ¡Váyase!

Reclamé de la recepción diciendo: "Estoy medio muerto". Un vozarrón llegó a mí desde cerca de la capilla del cementerio: voz ronca, vibrosa, notable acortadora de distancia: "¡No recibimos muertos a medias! Yo soy el cuidador nocturno de la paz de los difuntos. Además, Ud. está fuera de horario. ¡Bájese hacia el lado de la calle!".

Luces celestes brotaron desde la tierra, tumbas, árboles. Más que un amanecer era el florecer de la medianoche. El muro y yo éramos la frontera: la mitad clara, la otra, oscura. Cientos de cráneos se asomaron desde nichos blancos y grises, miles venían, suspendidos del aire, desde calles y avenidas. Mitin de calaveras: faroles oscuros, redondos, iluminados en sus orificios, avanzando hacia mí… Mi ánimo y mi sangre se encabritaron. "¿Qué pasa?" -preguntó una inconfundible voz de jefe, voz hecha al mando interrogativo. Los muertos, parece increíble, también están jerarquizados. Alguien contestó: "Señor capitán de los espíritus, un viviente trata de hacerse pasar por uno de los nuestros. Está en el muro sureste". La luz celeste cambió a rosada. El capitán de los espíritus me interrogó desde las sombras, directamente:

-¿Quién eres? ¡Dilo en voz alta porque tu presencia ha despertado a todos… mis hermanos!

Grité: "Jaime Llinás. Comerciante. 76 años". Creo, lo pienso ahora, que uno adquiere cierta práctica inconsciente en esto de dar, oralmente, los datos personales. El jefe de los muertos insistió:

-¿Qué has hecho en tu vida?

-Trabajar. De 7 a 11 años fui a una escuelita de San Lorenzo y ya tejía monederos de plata; fui peón de chuzo y pala en la construcción de una vía ferroviaria, dinamitero de rocas, empleado de almacén en Palma de Mallorca. Aquí, obrero y empleado. Economicé. Mi sudor lo había convertido en monedas de oro. Compro y vendo huevos y aceitunas…

Los difuntos procesionales, incontables, seguían llenando ese enorme escenario rosa encendido, y metían tanto ruido como los vivos. A ellos se dirigió el jefe al decir: "Votaremos. Es la primera vez que un vivo-muerto quiere entrar voluntariamente a integrar nuestras filas. Aquellos que estén de acuerdo con el rechazo apagarán sus luces".

El rosado empezó a perderse. Un negro espeso, silencioso, cubrió a las calaveras. Cerca de un ciprés un cráneo iluminado dijo: "Me opongo". Agregó: "La votación es un sistema humano, vital. Los muertos no podemos usarlo… porque nada podemos elegir. Este hombre o medio hombre o medio cadáver debe decirnos las razones que lo trajeron aquí antes del plazo".

-Tienes razón, hermano. Habla, Jaime.

-Con los antibióticos perdí el apetito, enflaquecí. Ustedes deben recordar que no se puede trabajar sin tener la energía necesaria. Además, estoy aburrido de pagar impuestos y demasiado viejo.

-¿Cómo llegaste a escalar ese muro?

-Sé que cerré los ojos. Entré en una especie de letargo y caí en un pozo de sombra… Es lo que sé.

-¡Caramba! -exclamó el jefe-. Los mueven fuerzas extrañas a los vivos y a los muertos. Cavilaremos: el caso es difícil…

-Aquí también trabajamos -dijo una calavera semipelada.

Me dio rabia:

-¿En qué? ¿Cómo? Sólo son sombras, huesos molidos, gusanos, recuerdos.

Una carcajada general, ósea, resonó en el cementerio. Me insultaron.

-¡Cállense, ánimas revolucionarias! Jaime tiene razón: aquí no hay trabajo para los muertos, sólo le damos duras tareas a los vivos: marmoleros, enterradores, cuidadores y oficinistas…

-¡Ah!, pero somos fuente de trabajo -retrucó una calavera peluda.

-Sí -siguió el jefe-. Nos gusta ser cargas, seguir unidos a los de nuestra especie, y cuando alguien quiere unirse a nosotros, nos oponemos. El señor Llinás debe entrar si así lo quiere.

-¡Qué entre como suicida! -gritó un pequeño clavo redondo.

No me gustó la proposición:

-Regresaré cuando el tiempo se haya cumplido. No creí que se iba a armar alboroto tan grande. Yo soy propietario de un mausoleo, tengo derecho humano a…

La luz se hizo roja, amenazante. Las cabezas se acercaban con ruidos de huesos molidos, sueltos. Gritaban:

-¡No queremos muertos adinerados: ocupan demasiado espacio!

-¡Cómprate un cementerio!

-Capitalista de gusanos!

-¡Pobres sí, ricos no!

Desde la calle venía el ruido de un carretón. Volví la cabeza; el conductor detuvo el caballo frente a mí: era mi amigo Pedro Tarrés, mallorquín, al que habíamos enterrado hacía 2 años. Me reconoció:

-¿Qué haces allí, Jaime? ¡Bájate! Es mejor del mundo de los vivos.

-Estoy muy alto, Pedro. Si me tiro me puedo quebrar una pierna o un brazo.

-Es cierto. Quédate tranquilo. Espérame.

Azuzó al percherón blanco y subió el carretón panadero a la vereda, poniéndolo debajo de mi pie izquierdo. Los muertos seguían alborotados: un cirio me pasó cerca de la cabeza, una corona seca me cayó en el hombro. Salté sobre el techo del carretón. Algo me produjo un leve dolor en el antebrazo izquierdo. Apoyé los pies en el asiento del conductor y descendí. Al trote nos dirigimos hacia el oeste. La puerta principal mostraba un cementerio oscuro, quieto, normal. El trote se convirtió en galope, en vuelo. Tarrés, auriga en sombra, silencioso, me dejó aquí, en la cama. Al menos así me parece, inspector-yerno.

Miré a mi suegro con simpatía. Al cubrirle los brazos con la colcha noté que tenía, en el antebrazo izquierdo, una larga cortadura de bordes irregulares, en proceso de cicatrización:

-¿Cómo se cortó?

-El carretón tenía una lata suelta…

Moví la cabeza. ¿Cómo se entra en zonas extrahumanas? ¿Qué es lo que nos estremece el alma?

-Las pesadillas, don Jaime, son sólo sueños desagradables. Yo duermo en la pieza vecina a la suya. Ud. lleva más de 60 días en cama. Su paseo mayor es ir al baño: 3 metros. De aquí no ha salido, físicamente, al menos. Lo que Ud. tiene es una poderosa imaginación.

-Sí, y un corte en el antebrazo que se te ha atravesado como una espina. ¡Acláralo, inspector! No es posible vivir normalmente con tales dudas…

-Bien. ¿En que trabajaba el señor Tarrés? ¿Panadería?

-No. Era mi competidor de aceitunas.

-¿Tuvo carretón panadero?

-No, hombre. Usaba automóvil. Era riquísimo.

-Sus respuestas no me ayudan.

-Lo sé. No sé mentir.

-¿Qué ropas tenía Ud., si es que recuerda, arriba del muro?

-No recuerdo.

Revisé todas las ropas de don Jaime. Una camisa blanca tenía manchas de sangre fresca y un corte irregular en la manga izquierda. Me dolió la cabeza. Unos pantalones oscuros, muy viejos, tenían, en las asentaderas, fragmentos de pintura amarilla y blanquizca, y manchas de moho, ladrillo y tierra aceitosa. Tomé dos analgésicos y salí.

En el cementerio, frente a una palmera y 3 cipreses, el muro mostraba unos ladrillos movidos. En el piso exterior, vereda ancha, existían leves saltaduras hechas, al parecer, por un pesado cuerpo metálico. La tumba del señor Tarrés tenía la tierra removida, como si alguien hubiera sido recientemente enterrado o recientemente exhumado…

Mi esencia se negó a seguir investigando: encontrar un carretón panadero con una lata suelta en el techo y tirado por un percherón blanco hubiere sido más de lo que puede soportar un hombre que se gana la vida pesquisando homicidios simples, crímenes pasionales, asesinatos más o menos perfectos, pero humanos. A mi suegro le dije

-En cualquier cementerio son más las tumbas de los pobres; hay más nichos que mausoleos. Se mantienen las mismas diferencias socio-económicas de aquí…

-¿Estuve o no en el muro?

-No lo sé. Un humano movió los ladrillos del lugar señalado por Ud. Tal vez un pintor o un albañil.

-¡La vereda! ¿Qué encontraste con tu famosa lupa?

-El cemento estaba saltado: algún vehículo de mano, una carretilla cargada de arena o ripio, por ejemplo, pudo producir esos rastros.

-Gracias. Háblame de la tumba de Tarrés.

Tragué saliva espesa. Bebí agua. Encendí un cigarrillo. Tosí. No alcancé a abrir la boca:

-Gracias, yerno. No te preocupes: has sido elocuentísimo. Hay algo que no te he dicho: Tarrés, el caballo y el carretón, desaparecieron frente a la abierta ventana de esta casa, la que da a este dormitorio. Todavía hay geranios de tallos rotos y césped aplastado… Mis sandalias… tienen briznas… Yo jamás he pisado, conscientemente, ese antejardín…

Se sonó, la pequeña y recta nariz, usando un viejo pañuelo de colores que guardó, muy dobladito, en el bolsillo superior de su pijama verde. Carraspeó, agregando:

-Tú y yo sabemos, ahora, que la muerte es un fenómeno extraño, desconcertante, gemelo de la vida misteriosa, insondable. Ambas nacieron de un mismo y eterno parto

El visitante de los arreboles

De las Memorias del Inspector Cortés.

La tarde del domingo 12 de diciembre último el sol, pintor herido, al recoger sus brochas planetarias, arreboló las nubes de su -para nosotros- muerte aparente, sumergida: tibia tela de luz ensangrentada para vestir cardenales mitrados, en fuga, encendidos; moradas flechas circulares oscureciendo el plumaje de los pájaros, enmudeciendo gargantas infantiles, cantos. Hasta en el pavimento de la calle Erasmo Escala, donde moro, caía la extraña y tenue luz: robles y acacias esquineros mostraban temblorosas hojas de ágata.

No lo vi venir, pero oí el ruido sordo de una contera golpeando, acompasadamente, las baldosas de la vereda. Detrás de la punta metálica ojotas grises, viejas, gastadísimas, unidas por correas negras sobre empeines y talones desnudos, blancos, flacos, arrugados. Alcé la mirada: pantalones claros, sucios, remendados sobre las rodillas; un paletó de lana gris; camisa púrpura, abierta. Rostro de vela larga, endurecido, con lágrimas suspendidas. Cabellos espesos, rizados, oscuros, alcanzaban su espalda de arco viejo. Venía, espectro débil, desde el oeste rojo, apoyándose en la reja del antejardín y bailando una ebriedad de viento alto, de hoja antigua y seca, vaga. Destrozó un geranio y se clavó las espinas de un rosal al tratar de mantenerse de pie. Cayó como una hoja de palma, como un pañuelo gris. Lo ayudé a levantarse sujetándole, dándole peso a su ingravidez de burbuja oscura. Nos detuvimos en la escalinata del edificio donde vivo; encuclillado terminó sentándose en la tercera grada. Las hojas de una enredadera le formaron un trono oloroso, decorado por flores azules. Dos abejas zumbonas revoloteaban cerca de su larga y delgada nariz aguileña. Olía a baúl viejo recién abierto, a caminos polvorientos y olvidados. Mostrando largos dientes amarillos, separados y una sonrisa-mueca ósea, empezó a cabecear sujetándose de las espadas inútiles de la reja. Parecía dormir, en lámina pretérita, el sueño-muerte de la especie. Seguí regando limoneros, hortensias; malvas altas, bailarinas, con mariposas blancas, de vuelos arraigados; achiras anaranjadas. "¡Qué viejo es! ¿Quién será? ¿De dónde habrá venido?" Descarté la ebriedad: el olor del vino siempre es nuevo. En mi mano derecha, hiriendo mi cerebro, una sensación de pluma tibia me llevaba por otras rutas: un espíritu vestido de piel, huesos formales y andrajos. Visión para un domingo de soledad.

Dejé el chorro de agua sobre la tierra que rodea el tronco de una acacia extranjera y encendí un cigarrillo. Una voz de campana sorda rebotó en la calle desierta y en mis tímpanos; voz con tonos de muerte cercana, de vida vieja:

-Deme un cigarrillo, señor. Es un vicio nuevo en mí: aún no tiene cuatrocientos años y excita mi gastadísimo sistema nervioso o los restos que de él me quedan; provoca un aumento de mis escasas secreciones glandulares y contrae mis casi inirrigados vasos sanguíneos.

Le di lo que pedía. La llama de mi encendedor no era firme. No pude dejar de mirar sus ojos hundidos, casi cuencas.

-Gracias. Voy a desmalezar su jardín.

Apenas pude decir:

-Está oscureciendo: en minutos más no serán visibles. Usted está muy débil: es casi una… sombra…

-Maleza que yo toco, señor, se desraíza.

Por encima de la reja empezaron a caer, sobre la vereda, matas de yuyo. Gritó:

-¡Deme una podadora!

Sentí los "clicks". Su voz decía: "Este limonero se está muriendo. Está herido en la corteza y en la albura. Sanará porque es nuevo, apenas ocho años: un segundo para un cítrico.

Lo vi correrse hacia el naranjo mandarino y oí caer ramas secas:

-Este árbol, señor, fue traído del Paraguay.

Salió. Me entregó la herramienta. Se lavó las manos en el chorro. Le di otro cigarrillo y aventuré una pregunta, porque conocía muy bien la historia del árbol que cubre parte de la ventana de mi escritorio:

-¿Por qué cree Ud. que el mandarino es paraguayo?

-Es casi un arbusto. No ha podido crecer porque aquí recibe poca agua y escaso sol. Su follaje es abierto y bajo; las ramas básicas nacen a menos de una cuarta del pequeño tronco; los frutos vienen exiguos. En zonas de ríos grandes y tierras cálidas o de aguas medicinales, como las del Ypané, se desarrollan esplendorosamente. Por el río Paraguay, que se une al Paraná, los incontables lanchones con mandarinas apiladas, mástiles frutales, tiñen el agua de arreboles olorosos: la luz solar poniente vive entre cáscaras, zumos, gajos…

-No ha contestado.

-¡No! Déjeme soñar, recordando en voz alta, el desfile fluvial de la luz perfumada. Si la mandarina tuviera el pericarpio delgado de la uva sería el mayor milagro vegetal. En mi memoria sigue viviendo una larga herida suave, olorosa. Paso el río Paraná y todo es agua, luz, paz: la comarca mundial del citrus. El perfume del azahar es el dueño de las provincias; sólo en Tánger o en Valencia del Cid se puede ver y oler algo semejante. Antes, demasiados siglos, ese aroma era romano, griego…

-Lo traje, señor, de San Vicente de Tagua Tagua.

-Sí. No me haga caso. Yo hablaba de otros tiempos, de orígenes, de árboles sagrados…

LA REVELACIÓN.

-¿Qué hace Ud., señor, en este mundo? Es irreal como las pesadillas.

-Testifico sobre espíritu y destino del hombre.

-Desmalezó y podó como un maestro. Permítame obsequiarle este billete.

Su risa de huesos saltó a la vereda como un guijarro, rebotó en la pared del frente, aquietándose en la lejanía. Se puso de pie. Creí que iba a volar, dijo:

-Trabajo gratis. Ojalá tuviera problemas económicos, de espacio o tiempo, ambiciones, vanidades, algo, cualquier cosa.

-Perdón. ¿De qué vive?

-De una orden inexorable. Hace veinte siglos fui zapatero en Jerusalén.

-¿Qué hace aquí?

-Converso con Ud., experto en muerte.

-Sólo soy pesquisa de asesinatos.

-Lo sé, inspector Cortés. ¿Qué sabe de la muerte? Su trabajo se parece al del legendario rey de Corinto, Sísifo: la piedra vuelve a rodar.

Me entregué: mi interlocutor tenía la parte brillante y eterna de la razón. Dije:

-Sólo conozco rostros de muertos, actitudes póstumas, procesos fisiológicos casi rituales. La muerte es sí escapa a la humana comprensión. Alguien escribió: "La muerte a cada paso diferida". ¿Cuál es el paso? ¿Quién difiere? ¿Cómo? ¿Por qué? Por estas interrogantes la muerte es el principio del conocimiento y la madre religiosa del humano. Como el hombre jamás ha sido inmortal no creo en balas ciegas ni en cuchilladas sin destino.

-¿No se acorta el plazo?

-¿Cuál?

-El de los suicidas, por ejemplo; a los que tanto envidio. No todo humano es mortal, inspector. Cuando esa maravillosa condición se pierde, uno busca la muerte con desesperación de amante enloquecido. La paz del espíritu, la única que existe, es más que una palabra: es la razón de la vida. No hay paz sin muerte, salvo que el hombre alcance una vida espiritual simple, perfecta.

-¿Quién es Ud.?

-El que negó el descanso.

-¿A quién?

-Al aparentemente vencido. Quería congraciarme con los poderosos ocasionales, transitorios. En ese tiempo yo tasaba al hombre por riquezas y poder terrenos.

-Es un error común. No me parece una gran falta.

-No, pero he sido un gran ejemplo: conmigo ha florecido la piedad. Ahora, en el fondo del hombre, la muerte vive entre el temor y la esperanza. El temor es conciencia en desarrollo y la esperanza del limpio interno se parece a la gracia.

Volvió a sentarse en la tercera grada. Hice lo mismo. Volvimos a fumar. El aire se llenó de voces latinas, hebreas, griegas, nacidas del murmullo viejo de una muchedumbre airada, distante. Pasos y el ruido sordo de un largo madero arrastrado sobre piedras milenarias. Llantos, risas. Empecé a temblar. La voz de mi interlocutor llegó a mí llena de angustia, enlutecida:

-¿Le teme a la muerte?

-Sí. Quisiera entender un poco más lo que ocurre con mi espíritu y creo saber que para lograrlo necesito algún tiempo o un milagro. Poco a poco, señor, me he ido centrando, paradojalmente, en un vivir abierto, humano. Ya no me asombro ni juzgo.

-Sigue una buena ruta, inspector. No necesita consejos. ¿La sacó de libros?

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