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Italianos en la Argentina (página 3)


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Lombardía

Del fascismo y sus reiteradas golpizas huye el protagonista de El laúd y la guerra, libro de Martina Gusberti. Decidió emigrar "porque él, como vehemente socialista, fue apaleado varias veces por los camisas negras". El anciano narra qué había sucedido: "Sabían que era músico, director de una banda, y me buscaron para colaborar, pero yo me negué a tocar la marcha fascista y por eso me ligué unos buenos bastonazos, ¡brutte bestie! Me protegí la cabeza como pude, pero ésa es otra historia. Después, emigré a América" (3).

Trentino

En Aquellos tiempos…, Alcides J. Bianchi recuerda su infancia en la colectividad italiana de Mendoza. El escribe: "Pienso que uno de los recuerdos más gratos de nuestra infancia fue la época de los Reyes Magos. Cuando al aproximarse la finalización del año, mamá nos hablaba de la Navidad recordándonos su significado, predisponiendo nuestro ánimo, para que toda la familia participara de la cotidiana celebración. Hacíanos recomendaciones sobre nuestro buen comportamiento a fin de que se fuese superando cada día, para que la ‘Befana’ (leyenda italiana que ella recordaba de la época de su niñez) o cuando la llegada de los Reyes Magos, pudiésemos recibir un hermoso juguete, en mérito a nuestra buena conducta. Esto nos preocupaba sobremanera, haciéndonos obedientes y diligentes en todo lo que se nos indicaba, para así merecer la bondad de la ‘Befana’, o de Melchor, Gaspar y Baltazar. Ya próximos a la fecha tan ansiosamente esperada, mi madre nos preguntaba de quién habíamos decidido recibir el regalo. La elección era obligatoria pues Jesús entregaba tan sólo uno para cada destinatario" (4).

Sin mención de origen

En Juvenilia, Miguel Cané –cuyo nombre se recuerda vinculado con la Ley de Residencia- evoca al enfermero que trabajaba en el Colegio Nacional de Buenos Aires: "Era italiano y su aspecto hacìa imposible un càlculo aproximativo de su edad. Podìa tener treinta años, pero nada impedìa elevar la cifra a veinte unidades màs. Fue siempre para nosotros una grave cuestiòn decir si era gordo o flaco. (…) Empezaba su individuo por una mata de pelo formidable que nos traìa a la idea la confusa y entremezclada vegetaciòn de los bosques primitivos del Paraguay, de que habla Azara; veìamos su frente, estrecha y deprimida, en raras ocasiones y a largos intervalos, como suele entreverse el vago fondo del mar, cuando una ola violenta absorbe en un instante un enorme caudal de agua para levantarlo en espacio. Las cejas formaban un cuerpo unido y compacto con las pestañas ralas y gruesas como si hubieran sido afeitadas desde la infancia. La palabra mejilla era un ser de razòn para el infeliz, que estoy seguro jamàs conociò aquella secciòn de su cara, oculta bajo una barba, cuyo tupido, florescencia y frutos nos traìa a la memoria un ombù frondoso".

"El cuerpo, como he dicho, era enjuto; pero un vientre enorme despertaba compasiòn hacia las dèbiles piernas por las que se hacìa conducir sin piedad. El equilibrio se conservaba gracias a la previsiòn materna que lo habìa dotado de dos andenes de ferrocarril, a guisa de pies, cuyo envoltorio, a no dudarlo, consumìa un cuero de baqueta entero. Un dìa, nos confiò en un momento de abandono, que nunca encontraba alpargatas hechas y que las que obtenìa, fabricadas a medida, excedìan siempre los precios corrientes".

Recuerda el personal castellano del enfermero: "Debìa haber servido en la legiòn italiana durante el sitio de Montevideo o haber vivido en comunidad con algùn soldado de Garibaldi en aquellos tiempos, porque en la època en que fue portero, cuando le tocaba despertar a domicilio, por algùn corte inesperado de la cuerda de la campana, entraba siempre en nuestros cuartos cantando a voz en cuello, con el aire de una diana militar, este verso (!) que tengo grabado en la memoria de una manera inseparable a su pronunciaciòn especial: Levàntasi, muchachi,/ que la cuatro sun/ e lo federali/ sun venì a Cordun. Perdiò el gorjeo matinal a consecuencia de un reto del señor Torres que, hacièndole parar el pelo, le puso a una pulgada de la puerta de calle".

Sobre sus aptitudes para el trabajo, afirma: "Como prototipo de torpeza, nunca he encontrado un spècimen màs completo que nuestro enfermero. Su escasa cantidad de sesos se petrificaba con la presencia del doctor, a quien habìa tomado un miedo feroz y de cuya conciencia mèdica hablaba pestes en sus ratos de confidencia". (5).

En sus Memorias, escribe Lucio V. Mansilla: "Este San Pío era italiano, casado, muy bonachón y cariñoso. Sus quesos de Goya, y particularmente sus chorizos, allí a la vista, tenían fama(…) No sabía leer ni escribir, ni hablaba italiano, ni español, ni genovés, ni dialecto itálico alguno, sino una media lengua suya propia; y a fuerza de oírse llamar San Pío por sobrenombre, llegó a olvidarse de su verdadero patronímico. (…) Una vez, teniendo que prestar declaración con motivo de un bochinche, le preguntó a la mujer: – Che, ¿cómo me llamo yo? – San Pío – No, le nombre de Italia – ¡Ah!, está en el baúl (quería decir en el pasaporte)" (6).

Carlos Ibarguren, en La historia que he vivido, recuerda un festejo de inmigrantes: "el casamiento fue celebrado con una fiesta en la modesta casa del barrio en que vivía la novia. Concurrió allí invitado el elemento gringo de la vecindad con sus respectivas familias –algunas con hijos argentinos- y varios amigos de Darío, entre los que yo me contaba. Se bailó animadamente hasta la madrugada en el patio, al compás del acordeón, ocarina y flauta; de la cocina, donde se jugaba a la morra, partían vociferaciones en italiano, mientras el moscato y el nebiolo espumante enardecían los ánimos sin distinción de edad, sexo ni nacionalidad; y aún recuerdo cómo nos atrajo a los muchachos la bella Carlota, hermana del desposado, que resultó esa noche, reina indiscutida de aquel regocijo meridional" (7).

En conjunto

En sus Memorias, Lucio V. Mansilla escribe: "El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas (…) En cierto sentido eran como cargamento de esclavos" (8).

 

Italianos y otros

Gladys Onega escribió Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa (9), convencida de que "todos tenemos derecho a escribir nuestra historia" (10).

Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en 1930, y continúa en Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus primeros años transcurren en el seno de una familia integrada por un gallego tan esforzado y ahorrativo como autoritario; una criolla apasionada por la hija mayor, la lectura y la costura; y dos hermanos, que acaparan la atención que la pequeña reclamará para sí. Junto a ellos encontramos la familia de la casa da pena –los gallegos que quedaron en su tierra-, los parientes gallegos que emigraron y los parientes criollos de la madre, y los inmigrantes –en su mayoría italianos- que viven en el pueblo.

En un viaje por Santa Fe, Onega y su padre ven a "los expulsados de la tierra": "vimos un carrito del que tiraban una mujer y un hombre, cada uno de su vara; en ese carrito pequeño y angosto llevaban su casa. Allí habían cargado los muebles, los hierros de labranza, un baúl, atados de ropa y todavía cabía una cama donde unos chicos y la nona se amontonaban y se tapaban del sol con la colcha blanca de algodón ahora ennegrecido, que había formado parte del ajuar europeo y que tantas veces había visto en las casa de chacareros, atada por sus cuatro puntas al respaldo y a la piesera de hierro de la cama. Debajo de ese toldo trataban de salvarse del terrible castigo del sol y del bochorno de la tarde con el aire que debía soplar por los costados libres. Detrás del carrito venían unos muchachos que empujaban aliviando el esfuerzo de sus padres".

En "Mínima autobiografía de la exiliada hija" (11), trabajo que integrarà un volumen sobre el exilio español republicano de 1939, a publicar por la Universidad de Lèrida, Marìa Rosa Lojo se refiere a su vida como hija de un gallego y una madrileña exiliados en la Argentina. Sobre la alimentación en la nueva tierra, escribe: "También los sabores, los gozos de la comida, se conformaron y se acuñaron fuera de los hábitos de la cocina argentina moderna. Para mí eran absolutamente familiares los pulpos y los langostinos, los calamares, los camarones y mejillones ajenos a los hábitos de las pampas, y que más bien horrorizaban con sus valvas, sus tintas y sus viscosos tentáculos a la mayoría de mis compañeras de escuela. En cambio, durante la infancia y adolescencia consideré como elementos exóticos las pastas y la pizza –‘clásicos’ para un recetario argentino, definido por su neta hibridez ítalo-criolla-".

 

Notas

  1. S/F: "Friulanos sobre el Paraná", en La Nación Revista, Buenos Aires, 29 de julio de 2001.
  2. Podestá, María Esther: Desde ya y sin interrupciones. Buenos Aires, Corregidor, 1985.
  3. Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
  4. Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos… Buenos Aires, Marymar, 1989.
  5. Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
  6. Mansilla, Lucio V.: Mis memorias, citado en www.oniescuelas.edu.ar.
  7. Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Biblioteca Dictio, 1977.
  8. Mansilla, Lucio V.: Mis memorias
  9. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
  10. Duche, Walter: "Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia", en La Prensa, Buenos Aires, 18 de julio de 1999.
  11. Lojo, María Rosa: "Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ ", en Sitio Al Margen Revista Digital. Noviembre de 2002.

En biografías

Abruzzos

"En Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, escrito entre 1968 y 1970, Bayer reprodujo las cartas" enviadas por el anarquista a Josefa Scarfó. "Bayer acude a las cartas para definir ese amor. ‘Hablaban de un amor que podríamos calificar de puro, profundo, pero casi sin referencias de tipo carnal o sexual’. Para Bayer, estos escritos destilan la moral anarquista de Di Giovanni: ‘Sus cartas tenían ese tono porque por sus ideas, sentía un gran respeto por el género femenino’ " (1).

Piamonteses

Parte de Italia el matrimonio Vairoleto con su primogénito, porque "en aquella región las posibilidades de prosperar eran muy escasas para los aldeanos pobres, y Vittorio concibió el proyecto de ir a América. Algunos emigrantes, incluso un cura que había estado en la parroquia de la villa, escribían enviando noticias favorables desde la Argentina, un país donde hacía falta mano de obra y eran bienvenidos los labriegos italianos para poblar las colonias agrícolas. Ilusionados por esas perspectivas, Vittorio y Teresa se dispusieron a marchar al nuevo continente con su bebé recién nacido". Aquí nacería Juan Bautista.

Los Vairoleto "siguieron hasta Rosario remontando el gran río Paraná. Al bajar en los muelles con sus bultos, mientras la sirena de la nave seguía anunciando el arribo, los emigrantes de tercera clase se encontraron con una cantidad de gente que les hablaba en piamontés, ofreciéndoles los más variados destinos y trabajos a cambio de alojamiento y comida. Todo les resultaba asombroso y no era fácil saber qué les convenía, pero tenían que hacer la prueba. Vittorio comenzó trabajando en la cosecha de esa temporada, y emprendieron un largo itinerario buscando un pedazo de tierra donde afincarse" (2).

"Alberto María De Agostini nació en Pollone, pequeño pueblo de Piamonte, en las cercanías de Biella, el 2 de noviembre de 1883 (3). Monseñor Patagonia. Vida y viajes de Alberto De Agostini el sacerdote salesiano y explorador (4) se titula la biografía escrita por Germán Sopeña, acerca de la que leemos: "En esta biografía de Alberto De Agostini trabajaba Germán Sopeña cuando lo sorprendió la muerte. Y no por azar está dedicada al gran explorador salesiano. Fueron la pasión y el amor que Sopeña sentía por la Patagonia los que lo llevaron a rescatar del olvido y el desconocimiento a uno de sus más destacados pioneros. Tras una profunda investigación que incluye testimonios de quienes lo conocieron, Sopeña traza la semblanza de este "montañista de alma", del "descubridor de hombres, regiones y montañas", del misionero preocupado por la desaparición de las culturas aborígenes y por la protección de la naturaleza. Sin dudas, Sopeña compartía con De Agostini la misma y poderosa atracción por la misteriosa región patagónica. Así lo refleja tan bella y elocuentemente este Monseñor Patagonia" (5).

Nora Ayala escribe acerca de su abuelo, que dejó su tierra: "¡Bagnasco! Nunca hubiera creìdo que extrañarìa tanto ese pueblo contra el que tanto habìa despotricado, las tardes con Franco y Luigi mojando los anzuelos en el Tanaro mientras soñaban con tierras lejanas, aventuras, ciudades, fortunas" (6).

Toscana

"Por más de cuarenta años Marco Denevi (1920-1998) ocupó un lugar central en la narrativa argentina. Títulos que van desde la ya clásica Rosaura a las diez hasta Nuestra Señora de la Noche –su última novela–, pasando también por la inolvidable Ceremonia secreta, revelaron una voz original que se expresó en prácticamente todos los géneros, sin excluir guiones para cine y televisión. Esta biografía de Juan José Delaney –rica en documentos, cartas, testimonios y textos inéditos– da cuenta del camino del escritor, su formación, búsquedas, éxitos, fracasos y preocupaciones filosóficas y cívicas, dentro del contexto histórico y literario en que se desarrollaron. En otro sentido, el ensayista examina los procesos de escritura en Denevi e ilumina y valora aspectos soslayados de la producción del escritor como, por ejemplo, su condición de cuentista excepcional. El resultado es un trabajo que interesará no sólo a los admiradores de la obra de Marco Denevi sino también a estudiosos de la escritura en general y de la literatura argentina en particular" (7).

Marco Denevi afirmó: "Genética y educación se confabularon para hacerme adicto a la música. Mi padre, que nunca exteriorizaba sus emociones, sólo aflojaba frente a la òpera. Nací y me crié en un hogar donde se hacía música a diario, donde la música mal llamada culta formaba parte de la vida cotidiana. Todavía niño, y de la mano de mis mayores, fui a salas de concierto y al Teatro Colón" (8).

Trentino

Alcides J. Bianchi es el autor de Valentìn, el inmigrante (9), obra en la que relata la vida de su padre, exitoso empresario afincado en Mendoza. Don Valentín nació en Fasano, Italia, en 1887. Se dedicó a la docencia hasta que una carta de su hermano lo decide a emigrar a la Argentina. Tenía veintidós años. El hijo evoca ese viaje lleno de ansiedad e incomodidades, con las ratas caminando por encima de la cama del pasajero.

En nuestro país, el italiano desempeñó distintos oficios, destacándose por su facilidad para la contabilidad y su excelente caligrafía, que le valió el apodo de "el gringo de la letra bonita". Fue empleado contable y rematador de lotes, hasta llegar a su ocupación definitiva: la de bodeguero. Formó familia en San Rafael, donde nacieron sus hijos. La esposa soportó la estrechez de los primeros tiempos haciendo economía en el hogar. Bianchi cuenta que su madre cazaba pajaritos con su rifle y los hijos –pequeños, en ese entonces- los deshuesaban, para almorzarlos con polenta. Cuando llegó el momento de pensar en el futuro de su empresa, hizo que los hijos mayores –una hija y el autor de la biografía- estudiaran para poder continuar con el emprendimiento paterno. A partir de ese momento, comenzó a viajar periódicamente a Fasano, donde, ya viudo, pasaba temporadas con su hermana, a quien no había visto durante décadas. Bianchi encontró la muerte en una ruta de su pueblo, en 1968.

El autor relata – basándose en una importante investigación y en la colaboración prestada por aquellos a quienes agradece- cómo el inmigrante llegó, desde la orfandad que signó su infancia, hasta la posición social y económica que se forjó en la Argentina. Este libro narra la historia de un inmigrante exitoso que, sin embargo, nunca dejó de sentir nostalgia por su tierra.

Varios

La Asociación Dante Alighieri publicó numerosos volúmenes de biografías de ítaloargentinos destacados. Entre estos volúmenes se cuentan Rodolfo Kubik, compositor y músico, por Vittorio Balanza; Juan A. Buschiazzo, arquitecto y urbanista de Buenos Aires, por Alberto O. Córdoba; Torquato Di Tella, industrial y algunas cosas más, por Torcuato Di Tella; Roberto F. Giusti. Su vida, su obra, por Fermín Estrella Gutiérrez; El padre Marcos Donati y los franciscanos italianos en la misión de Río Cuarto, por Inés I. Farías; Eugenio Pini, el maestro y las armas, por Alberto A. Fernández; Cesare Cipoletti. Sus obras, sus proyectos, sus colaboradores, por Paolo Girosi; José Ingenieros, por Francisco P. La Plaza; Francisco Bibolini. De la Liguria a la Pampa, por María C. Maradeo; Agustín Rocca en treinta años de recuerdos, por Dionisio Petriella; Alberto M. De Agostini SDB, por Amalia del Pino; Clemente Onelli, de pionero de la Patagonia a director del Jardín Zoológico, por Diego A. Pino; Rodolfo Mondolfo, maestro insigne de filosofía y humanista, por Eugenio Pucciarelli y otros; Carlos Spada, médico y filántropo, por Carlos A. Rezzónico; Víctor De Pol, el escultor olvidado, por Edgardo J. Rocca; Eugenia Sacerdote de Lustig, una pionera de la ciencia en la Argentina, por Laura Rozenberg; Joaquín Frenguelli. Vida y obra de un naturalista completo, por Mario E. Teruggi, y Syria Poletti, mujer de dos mundos, por Walter Gardini.

Sin mención de origen

Félix Luna, en Soy Roca, relata lo sucedido en 1909 en una mesa electoral, cuando se presenta como austríaco un hombre al que su aspecto y su modo de hablar "lo delataban como un bachicha recién desembarcado". Roca le pregunta si es italiano; el inmigrante le responde que sí, y que no sabe lo que dice la libreta: "-Io non só niente…. ¡A mí me la datto don Gaetano ! ‘Don Gaetano’, Cayetano Ganghi era el árbitro de la elección, con sus roperos llenos de libretas falsificadas y sus huestes de inmigrantes analfabetos y de atorrantes dispuestos a votar cinco o seis veces en diferentes mesas" (10).

En tránsito

En El ángel del capitán, Chuny Anzorreguy relata qué se planteó el croata al llegar a la Argentina: "Primero debíamos aprender el idioma. Habiendo ya aprendido más o menos el italiano, la cosa se nos iba a hacer más fácil. Así fue. En poco tiempo podía comunicarme en un castellano bastante pasable" (11).

Italianos y otros

En La última carta de Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, escribe el protagonista: "La afluencia de inmigrantes seguía transformando la fisonomía física y social de la metrópoli con sus gritos, sus palabras mal pronunciadas, sus risas y sus nostalgias por la tierra dejada. En ese fragor positivista algunas pequeñas señales cada tanto advertían que éramos de carne y hueso y no estábamos en el Paraíso Terrenal. Las condiciones deficientes de alojamiento de los inmensos contingentes de extranjeros que desembarcaban pronto causaron una alarma general: un brote de cólera amenazaba con expandirse como epidemia y salirse de control. Para una ciudad que todavía guardaba en su memoria colectiva los horrores de la fiebre amarilla la noticia cayó como el anuncio de la llegada de los cuatro jinetes. El Presidente convocó de urgencia al gabinete y concurrí a la reunión para proponer medidas intrépidas, como las que se recordaban de los tiempos de la epidemia maldita" (12).

Nora Ayala relata que su abuela criolla, que vivía en Misiones, tenía prejuicios contra los extranjeros. "Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los gringos –decía-, estuvimos siempre acá". Otros parientes de Ayala, inmigrantes, discriminaban a los nativos. La bisabuela italiana dice que tiene una hija "casada lamentablemente con un criollo". El abuelo de la misma nacionalidad "dijo sin vueltas que los criollos eran todos haraganes y que no quería ninguno en su familia, con lo cual Samuel quedaba automáticamente excluido" (13).

Notas

  1. S/F: "Las cartas de amor de Severino Di Giovanni", en Clarín, Buenos Aires, 27 de julio de 1999.
  2. Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta, 1999.
  3. S/F: Cuadernos Patagónicos – 2 El padre De Agostini y la Patagonia, en
  4. Sopeña, Germán: Monseñor Patagonia. Vida y viajes de Alberto De Agostini el sacerdote salesiano y explorador. Editorial Tusquets, 2004, 132 páginas.
  5. S/F: en Sopeña, Germán: Monseñor Patagonia. Vida y viajes de Alberto De Agostini el sacerdote salesiano y explorador. Editorial Tusquets, 2004, 132 páginas.
  6. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.
  7. S/F: Información de prensa, en www.corregidor.com.ar.
  8. Delaney, Juan José: Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura: una biografía literaria. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 244 pp.
  9. Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante. Santiago de Chile, Edición del autor, 1987.
  10. Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
  11. Anzorreguy, Chuny: El ángel del Capitán. Biografía del Capitán Croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
  12. Pérez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
  13. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.

En periodismo

Piamonte

Un pasajero es recordado por Susana Aguad, su nieta, en "Al bajar del barco", donde escribe: "Se disipa la angustia de una travesía de dos meses que les quitó fuerza y salud. Sin embargo, a algunos se les llenan los ojos de lágrimas cuando miran por última vez al ‘Génova’ con sus dos banderas trenzando azules y verdes" (1).

Italianos y otros

En 1860 escribió José Hernández: "Nuestros puertos se abren al comercio del mundo, atraído por las valiosas e importantes producciones de nuestro suelo; nuestros desiertos llaman a la inmigración, y la inmigración vendrá estimulada por los temas ocultos que aguardan solamente brazos e industrias que lo exploten" (2).

"De aquella antigua inmigración que inspiró al dramaturgo Vacarezza, a la que desinfectaban con los chorros de fumigadores de animales sobre los muelles de Puerto Madero donde hoy se come con inmaculada vajilla, quedan sus jerarquizados descendientes –nosotros-, bruscamente sobresaltados", afirma Orlando Barone (3).

Mauricio Kartun, en "El siglo disfrazado", se refiere a las fotos que se enviaban a los países de origen, para mostrar el bienestar de los hijos de los inmigrantes.

Analiza la relación del Carnaval con la inmigración: "Fue con el vendaval inmigratorio de principio de siglo que la farra desbordó todo orden institucional, la mascarita se independizó, y el disfraz pasó a ser un atributo de fenomenal creatividad individual, un orgullo familiar en el que las mujeres de la casa lucían su solvencia con el molde y la aguja".

Una vez disfrazado el niño, debía fotografiárselo, para enviar esa imagen al país de origen: "Colas de una cuadra en Foto Bixio, o en Pascale, bajo el sol calcinante de febrero, ése que aseguraba con el resplandor de la primera tarde los mejores contrastes en la vidriada galería de pose del estudio. ¿Cómo testimoniar sino allá en el terruño el prodigio de costura, las costumbres, el crecimiento y la belleza de los chicos, engalanados y maquillados?"

El afianzamiento de la inmigración hizo que cambiaran los disfraces elegidos por las madres para sus hijos: "Viejas fotos. Sólo eso queda de aquella magnífica pasión por el disfraz. De pierrot, sobre todo, hasta los años 20 en que las colectividades tomaron peso propio. De allí en más predominaron los baturros, toreros y gaiteros asturianos, las majas, las gitanas, y los vascos pelotaris con sus paletas en miniatura, o su versión lechera con los tarros también a escala. Napolitanas, damas venecianas, y polichinelas certificaban el amor a Italia."

Fotos que se enviarían a los parientes que tanto se extraña: "Atrás unas líneas ya casi ilegibles: ‘Cara mamma: le invio una fotografia del mio Cesarino. Veda come cresce bello e grasso. Chi manca tanto. Sua cara figlia, Renza’. En la foto, un pequeño soldadito garibaldino. Un sombrero emplumado, y una descolorida mirada melancólica" (4).

Notas

  1. Aguad, Susana: "Al bajar del barco", en Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1999.
  2. Hernández, José: "La nueva época", en El Nacional Argentino de Paraná, 1860. Incluido en "Literatura inmigrante", www.oniescuelas.edu.ar.
  3. Barone, Orlando: "El avance de la intolerancia aldeana", en La Nación, Buenos Aires, 13 de febrero de 2000.
  4. Kartun, Mauricio: "El siglo disfrazado", en Clarín Viva, 20 de febrero de 2000.

En costumbrismo

Sin mención de origen

En sus cuentos (1), Fray Mocho presenta escenas cotidianas, que podían ser protagonizadas por cualquier habitante de la ciudad. En ellas encontramos personajes verosímiles, con los que sin duda habría trabado relación, dada la fidelidad con que los describe y la coherencia con que los vemos actuar. Si bien es importante la habilidad para escribir, no lo es menos la capacidad de observación, y Fray Mocho posee ambas. Sus cuentos lo demuestran. Muchos de estos personajes que retrata son inmigrantes. Entre las diversas nacionalidades que evoca, se destacan los italianos.

Un comerciante de esa procedencia aparece en plena labor, intentando convencer a una compradora de que el producto que desea no es el adecuado, y le dice eso simplemente porque no tiene lo que la mujer le solicita. La descripción del inmigrante es elocuente: "Pascalino se siente arrebatado; las venas del cuello se le inflan, los ojos se le inyectan; le revuelve la bilis, evidentemente, la terquedad de una cliente que quiere longanizas cuando él no tiene y se encamina apresuradamente a su carro como para marcharse, pero vuelve con la misma rapidez, se encara con ella, desocupa la boca de la mascada que le dificulta la palabra, y dice con tono despreciativo, aunque casi lloriqueando de puro meloso y derretido: ‘-¡Ma!… Perqué non parlate guiaro allora?… ¡Voi volete artigoli fate con gose di pero!… ¡Ebene!… ¡Andate al meregato sui volete!… ¡Pascalino non dimenticará de la sua fama!’ ". La reproducción del idioma del extranjero hace que su retrato sea aún más logrado, y evidencia el esfuerzo por adaptar su lengua nativa a la de la nueva tierra.

En "Instantánea", es una italiana la que dialoga con un criollo, tratando en vano de convencerlo de que no le conviene vivir con ella: "Ma… ¿dícame un poco?… ¿Cosa li parece inamuramientos tra ina lavandiera e in bombiero? … E anque… tra ina gringa come me e ono criollo come osté… que é propio in chino…". El criollo no entiende razones, y lo expresa con estas palabras: "-¿Pobre?… ¡La gran perra, que había sido avarienta!… ¿Y tuavía querés ser más rica de lo que sos, mi vida?… ¡Pucha!… ¡si al pensar que me vi’a juntar con vos, me parece que me junto con el Banco e Londres!…".

El mismo tema es abordado por Fray Mocho en "Tirando al aire", cuandro en el que un italiano, requerido de casamiento, afirma no poder hacerlo por estar ya casado en su tierra. En un texto de Fray Mocho vemos a dos argentinas intentando una alianza matrimonial con un inmigrante, mas la misma no se da porque el italiano declara estar casado ya en su país. Ante esta situación, la tía de la joven lo increpa: "-¿Y que más quedrá este condenao?… ¡Se necesita ser un gringo afilador, pa crer que una muchacha como mi sobrina sea capaz de fijarse en él si no es para casarse!… ¿Pa qué estarán los criollos?… ¡Aura mismo le habi’avisar al escribiento que no habías sido lo que parecés… condenao!… ¡Si hasta facha e’criminal en tu tierra t’estoy encontrando… verás con quién te has metido a tirar tiros al aire!…".

Estos y muchos más son los inmigrantes eternizados por Fray Mocho en sus colaboraciones escritas para Caras y Caretas. En esas páginas aparece como el testigo de un momento clave de la historia argentina, en el que supo ver con nitidez al hombre, más allá del fenómeno social. Simpáticos o no, sus personajes son esencialmente creíbles y es por eso que debe recurrirse a ellos cuando se trata de conocer nuestro pasado y la diversidad de nacionalidades que forman nuestro presente.

En "¡Ficate-in-poco; ficate!", texto de 1908, Santiago Dallegri presenta a una española que quiere comprar ligas de seda. Uno de los personajes dice a la mujer: "-No s’enoje misia España, que dispués de todo, no lo hago porque me deba un par de nales sino por hacerle un bien. Pues dígame, ¿pa qué v’á gastar dinero en ligas de seda, si naides se las v’á ver?" (2).

En "Pedrín", Félix Lima muestra el desprecio con que trata a sus padres un hijo de italianos que ha estudiado (3).

Notas

  1. Fray Mocho: Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.
  2. Dallegri, Santiago: "¡Ficate-in-poco; ficate!", en Fray Mocho, Félix Lima y otros. Los costumbristas del 900. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.
  3. Lima, Félix: "Pedrín", en Fray Mocho, Félix Lima y otros. Los costumbristas del 900. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.

En historietas

Calabreses

Inodoro Pereyra, el personaje de Fontanarrosa, pregunta por un cacique ranquel. El personaje con el que dialoga le dice que el cacique se llama "Capobianco. No desciende de ranqueles. Desciende de calabreses" (1).

Sin mención de origen

En otra oportunidad, Inodoro se encuentra con don Nino. El italiano lleva en el hombro un loro, al que le ha enseñado a cantar el himno de su tierra (2).

En una viñeta de Fontanarrosa, referida a las perspectivas de los universitarios en la Argentina, un abuelo dice al nieto: "Vos, Cachito, tenés que aprovechar las oportunidades que ahora, te brinda el país… Yo, como vine de Italia sin nada, tuve que ir a una escuela pública… Vos, en cambio, hoy por hoy, tenés la posibilidad de ir a levantar la cosecha…" (3).

Notas

  1. Fontanarrosa, Roberto: "Inodoro Pereyra ‘El renegáu’ ", en Clarín Viva, 16 de abril de 2000.
  2. Fontanarrosa, Roberto: "Inodoro Pereyra ‘El renegáu’ ", en Clarín Viva, 24 de febrero de 2002.
  3. Fontanarrosa, Roberto: en "Qué hacer con la Universidad", en Clarín, Buenos Aires, 16 de mayo de 1999.

En textos escolares

Italianos y otros

Cien lecturas se titula el libro destinado a alumnos de quinto grado, que publicó la Editorial Guillermo Kraft Limitada. Son sus autores José Mazzanti e I. Mario Flores. La lectura n° 41 de esas cien, es "Los inmigrantes". Transcribo un fragmento de la misma: "¿Quiénes son los que se han atrevido a desafiar así las penurias de la travesía, abandonando su hogar y su patria? Son los inmigrantes.

A medida que van desembarcando, les oímos hablar veinte idiomas distintos. Ved aquel italiano, que baja, de amplio pantalón de pana y raro sombrero; aquel español, de chaqueta corta y ajustada; aquel alemán, rubio y mofletudo… Y desfilan así, con sus trajes y rasgos característicos, rusos, franceses, turcos, belgas… ciudadanos de todos los países que vienen en procura del pan y del bienestar que ofrece nuestro pródigo suelo a todos los hombres de buena voluntad que deseen habitarlo".

Notas

  1. Mazzanti, José y Flores, I. Mario: "Los inmigrantes", en Mazzanti, José y Flores, I. Mario: Cien lecturas. Buenos Aires, Editorial Guillermo Kraft Limitada, 1956. 19° edición. 249 pp.

En novelas

La llegada de los inmigrantes a suelo argentino significò una transformaciòn de gran importancia. El porteño se encontrò conviviendo con extranjeros de diversas nacionalidades y esa realidad se vio reflejada en la literatura.

Abruzzos

Mempo Giardinelli fue distinguido con el Premio Rómulo Gallegos en 1993, por Santo Oficio de la Memoria (1), novela a la que Carlos Fuentes se refiere como a una "saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y xenofobia".

La obra cuenta un siglo de historia privada, argentina y mundial, desde la llegada a nuestro país de Antonio Domeniconelle, su esposa y su primogénito, a fines del siglo XIX, quienes emigran porque eran "muy pobres. Muy pobres. Más pobres que toda la pobreza que hayas visto".

Relata el hijo mayor, refiriéndose al padre: "Llegaron casados, ya. Conmigo. El decidió que Vincenzo y Nicola se quedaran allá. Luego los buscaría, dijo. No atendió el llanto de Angela. No escuchó las razones de nadie. Nunca. (…) El sabía cuanto sufría ella por los hijos que dejaron en Italia, pero jamás hizo nada por traerlos. Cómo un hombre puede ser así, es algo que yo no me explico. Fue terrible, eso". Otro personaje relata que el hombre también pensaba en i bambini: soñaba que en la nueva casa "habría rosas en los floreros y comerían bien, tres veces al día, o cuatro, con todos los chicos, porque iban a traer a Vincenzo y a Nicola de Italia. El país progresaba a pesar de todo, y él también", pero murió antes de concretar su proyecto.

Entrevistado por Mona Moncalvillo, Giardinelli habla sobre su novela. "Es una novela histórica, sobre la inmigración, y a lo largo de varias generaciones viene recorriendo los distintos cruces históricos, que son los cruces dramáticos de nuestra historia: memoria versus olvido, vida-muerte, noche-día, pacificación-violencia, intolerancia-democracia.

Hay una serie de dicotomías, es una cosa muy doble, una especie de gran esquizofrenia que va recorriendo la historia argentina. Al mismo tiempo hice una novela en la que quise meterme con un montón de temas que para mí tenían que ver. Es una discusión sobre la literatura argentina, y también quise hacerla ahí porque la literatura argentina acompaña y se contrapone con la historia. Los epígonos literarios de la Argentina, son en general gente que pertenece a élites que difícilmente llegan a ser valores populares" (2).

Notas

  1. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
  2. Moncalvillo, Mona: reportaje a Mempo Giardinelli, en Humor, 1991. Reproducido en www.literatura.org.

Calabria

En el Libro Tercero de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, aparece Juan Sin Ropa, el que derrotò a Santos Vega. Juan Sin Ropa –explica el folklorista Del Solar- "es el gringo desnudo que vence a Santos Vega en una clase de lucha que nuestro paisano ignoraba: la lucha por la vida". En ese momento, "el vistoso gaucho fue borràndose para dejar sitio a un hombretòn forzudo y coloradote, de camisa y bombachas a cuadros, botas amarillas, facòn ostentoso y un rebenque guarnecido de plata casi hasta la lonja. No sin una efusiòn de simpatìa, los aventureros identificaron al punto la imagen risueña de Cocoliche".

" Sono venuto a l’Argentina per fare l’América –declaró el aparecido-. E sono in América por fare l’Argentina. -¡Ajá! –le gritó Del Solar-. ¡Así quería verte! ¿No sos el gringo bolichero que con hipotecas y trampas robó la tierra del paisanaje? Cocoliche tendió y exhibió sus grandes manos encallecidas. –Io laboro la terra –dijo-. Per me si mangia il pane. Risas hostiles mezcladas a voces de aliento festejaron el retrueque de Cocoliche. –En eso tiene razón el gringo – admitió Pereda. -¡Es un bolichero! Insistía Del Solar-. ¡Sólo ha venido a enriquecerse!".

"Y aquí la figura de Cocoliche se transformó a su vez en la de un anciano cuyas barbas patriarcales relucían como latón fino. Miraba como abriendo grandes horizontes, vestía un poncho de vicuña y un chiripá sombrío; y Adán Buenosayres, temblando como una hoja, reconoció la efigie auténtica del abuelo Sebastiàn, el antepasado europeo de Adàn Buenosayres, quien le dice a Del Solar: "Cien veces crucè la pampa en mi carreta, y cien veces el rìo en mi ballenero de contrabandista. Arè la tierra virgen y agrandè rebaños. Y no es mìa ni la tierra donde se pudren mis huesos" (1).

En Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato evoca la partida desde la tierra de origen: " ‘Addio patre e matre,/ Addio sorelli e fratelli’ Palabras que algún inmigrante-poeta habrá dicho al lado del viejo, en aquel momento en que el barco se alejaba por las costas de Reggio o de Paola, y en el que aquellos hombres y mujeres, con la vista puesta sobre las montañas de lo que en un tiempo fue la Magna Grecia, miraban más que con los ojos del cuerpo (débiles, precarios y finalmente incapaces) con los ojos del alma, esos ojos que siguen viendo aquellas montañas y aquellos castaños, a través de los mares y de los años" (2).

En "La memoria de la tierra", discurso pronunciado al recibir en 1999 la ciudadanía italiana y la Medalla de Oro a la Cultura Italiana en la Argentina, dijo Sábato: "Yo fui el décimo hijo de una familia de once varones a quienes, junto con el sentido del deber y el amor a estas pampas que los habían cobijado, nuestros padres nos transmitieron la nostalgia de su tierra lejana".

El sentimiento se transforma en literatura: "Ese desgarro, esa nostalgia del inmigrante le he volcado en un personaje de Sobre héroes y tumbas, el viejo D’Arcángelo, que extrañaba su viejo terruño, sus costumbres milenarias, sus leyendas, sus navidades junto al fuego". Y se asocia a una etapa de la vida: "¿Cómo no comprender la nostalgia del viejo D’Arcángelo? A medida que nos acercamos a la muerte nos acercamos también a la tierra, pero no a la tierra en general sino a aquel ínfimo pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia. Así también mi padre, descendiente de esos montañeses italianos acostumbrados a las asperezas de la vida, en sus años finales, para defenderse de lo irremediable con el humilde recurso del recuerdo, evocaba la Paola de su infancia. Aquella misma Paola de San Francesco, donde un día se enamoró de mi madre. (…) En el siglo pasado, mis padres llegaron a estas playas con la esperanza de fecundar una tierra de promisión. Se instalaron en la ciudad de Rojas, donde tuvieron un pequeño molino harinero. (…) Al igual que tantos hijos de inmigrantes, crecimos oyendo sus mitos, sus leyendas y sus cantos tradicionales, viendo casi sus montañas y sus ríos de los cuales mi padre me hablaba por las tardes, cuando yo era apenas un niño sentado en sus rodillas (3).

Roberto Raschella hace decir, en Diálogos en los patios rojos (4), a uno de los personajes: "alguno me recuerda la efigie de los paisanos que retornaban al país desde América… y nosotros éramos niños… y no sabíamos si estaban animados o disperados… y cuál era la ambición que los dominaba, hacia atrás, hacia delante… de sí mismos, de los otros seres queridos… ¿Y qué traían debajo? Una turbia enfermedad asemejante a la malaria, una galera vivida… Y recogían los dichos sobre sus mujeres, y apenas querían oír… Por que no hay humano que soporte años de abandono sin covar la venganza que te pone en igualdad………. Todo es el poder también, ¿comprendes? Es el poder si te hacen viajar y estacionarte, sospechar y medir… Un día estás aquí en buena compañía… al otro día te encuentras distante, isolado… y golpeas y te golpean, envueltos todos en boca de tormentos… Y no es un hombre, no son hombres que golpean, es una fuerza exterminada………. Pero sientes un progreso,, un bien… quieres subir, quieres abrazarte a los giros del caso… Y si eres vencedor, persigues a los inútiles… a los melancólicos… a los pícaros… a las levadoras… Persigues, persigues, como un jacobino…".

En 1998, fue distinguido con el Segundo Premio Nacional de Novela, por Si hubiéramos vivido aquí (5). Reporteado por Pablo Ingberg, el escritor afirma: "Mi padre vino varias veces desde la primera preguerra, hasta que, perseguido por el fascismo, se quedó aquí para siempre en 1925. Mi madre, después de muchas dificultades para poder salir de Italia, llegó en 1929. (…) Hasta pasados los treinta años, me dediqué al cine y también a la política. En 1964 abandoné las dos cosas. Viajé a Italia, el pueblo de mis antepasados, y al volver empecé a escribir la que fue mi segunda novela. La época anterior y posterior al viaje va a ser la base de mi tercera novela" (6).

Notas

  1. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1984.
  2. Sábato, Ernesto: Sobre héroes y tumbas. Buenos Aires, Losada, 1966.
  3. Sábato, Ernesto: "La memoria de la tierra", en La Nación, 5 de diciembre de 1999.
  4. Raschella, Roberto: Diálogos en los patios rojos. Buenos Aires, Paradiso Ediciones, 1994. 202 pp.
  5. Raschella, Roberto: Si hubiéramos vivido aquí… Buenos Aires, Losada, 1998.
  6. Ingberg, Pablo: "El amor a los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.

Campania

Cambaceres, en la novela En la sangre (1), alude al italiano, padre del protagonista, con estas palabras: "Arrojado a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su codicia y sus dos brazos, y ahorrando asì sobre el techo, el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de hambre, como esos perros sin dueño que merodean de puerta en puerta en las basuras de las casas, llegò el tachero a redondear una corta cantidad".

Un napolitano, personaje de Barrio Gris, de Joaquín Gómez Bas, hace música: "Madruga diariamente, como vendedor de periódicos que es. Al mediodía llega con una amplia correa cruzada en bandolera. Almuerza; duerme la siesta, riega después un pequeño jardín para despabilarse y practica en la guitarra hasta el atardecer. Entonces se sienta a tocar en el umbral hasta la hora de la cena. Y retorna al instrumento, una pieza tras otra, sin pausa" (2).

"Alguien le hizo una broma al napolitano –escribe Dal Masetto, en La tierra incomparable-: le robó un zapato. El napolitano está parado en cubierta con un pie descalzo. Anda así desde hace varios días porque no tiene otro par. Habla en voz alta, acusa, está dolorido y furioso. Los demás lo miran desde lejos, divertidos y expectantes. Por fin el napolitano se quita el zapato que le queda, lo levanta sobre su cabeza, lo muestra y después lo arroja al mar. En ese momento, venido desde alguna parte, el otro zapato cruza el aire y cae a sus pies. El napolitano lo levanta y lo tira también por encima de la borda. ‘Ahora’, grita, ‘tendré que desembarcar descalzo’ " (3)

Notas

  1. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
  2. Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.
  3. Dal Masetto, Antonio: La tierra incomparable. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

Friuli

En Hermana y Sombra, de Bernardo Verbitsky, dos inmigrantes presumiblemente rusos fundan una cartonería que se llama "La Friulana", en honor a la esposa de uno de ellos (1).

En el año 1961, Gente conmigo (2) de Syria Poletti, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela convocado por la Editorial Losada. Al año siguiente, dicha obra mereció el Segundo Premio Municipal de Buenos Aires y fue seleccionada entre las diez mejores novelas sudamericanas por la editorial Alan Williams de Nueva York. Fue traducida al inglés, alemán y ruso, y se realizó una adaptación cinematográfica y otra televisiva.

En esa obra, un médico niega a la protagonista el permiso para emigrar, a causa de una malformación en la espalda: "Entramos a un salón vasto y desnudo. Era el lugar reservado a la revisión sanitaria. Junto a unas mesas, los médicos revisaban a mujeres y chicos con ráoida indiferencia. Pase usted, pase usted, adelante, otra, rápido. Y las mujeres esperaban pacientemente, con la ropa a medio quitar y los críos berreando". Comienza entonces el peregrinar de la hermana mayor, que debió emigrar sola, y no se resigna a que Nora quede en Italia, cuando ya están todos en América.

En 1965 Jorge Masciángioli adapta para cine Gente conmigo, novela de Syria Poletti que obtuvo el Premio Municipal de Buenos Aires en 1962.. "La película es dirigida por Jorge Darnell e interpretada por Milagros de la Vega, Norma Aleandro, Alberto Argibay y otros actores. Esta versión fílmica es elegida para el Festival Internacional de Venecia por el Instituto Nacional de Cinematografía, y obtiene una importante distinción en el Festival Cinematográfico Internacional de Locarno (Suiza)" (3). En 1967, Syria Poletti adapta para televisión su novela Gente conmigo (4).

En 1971 apareció Extraño oficio (5), novela por la cual Poletti fue nominada para el Premio Nacional de Literatura.

Notas

  1. Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
  2. Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962
  3. S/F: "Biobibliografía de Syria Poletti", en Poletti, Syria: Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
  4. ibídem
  5. Poletti, Syria: Extraño oficio. Buenos Aires, Losada, 1971

Liguria

En la casa de Quilito, protagonista que da título a la novela de Ocantos (1), trabajaba una italiana: "Un apetitoso olor de guisado salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelto en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas". Más adelante dirá de esta mujer que cantaba "un aire de su país, con acompañamiento de platos y cacerolas".

Notas

  1. Ocantos, Carlos María: Quilito. Madrid, Hyspamérica, 1984.

Lombardía

Atilio Betti escribió La noche lombarda (1), libro en el que se narra el viaje del hijo de un italiano a la tierra de sus mayores. "La noche lombarda es el encuentro de un hombre con las fuentes originarias y es, también, a través de la emoción y el lirismo, un documento humano de hondo contenido" (2).

A Italia viaja Atilio Betti en 1967; también lo hace el protagonista de su novela, premiado por el Gobierno de la península. El personaje vive su premio como una revancha: "Mi padre me había negado la educación. Me había condenado, por no querer trabajar bajo su mando, en su fabrica, a una juventud de lucha. A defenderme a puñetazos por las calles y las oficinas, con tal de salir con la mía. Y ahora me hallaba allí, en viaje hacia Italia, en calidad de invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo. Solo, sí, pero libre y triunfante".

Notas

  1. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
  2. S/F: en Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.

Piamonte

Antonio Dal Masetto es el autor de Oscuramente fuerte es la vida (1), distinguida con el Primer Premio Municipal y el Premio Club de los XIII. La protagonista dejó su tierra, para reunirse con su marido: "Hasta último momento, yo seguía formulándome preguntas que no encontraban respuesta. Teníamos lo que habíamos querido siempre: la casa, el terreno, la posibilidad de trabajar. Habíamos defendido esas cosas, las habíamos mantenido durante esos años difíciles. Ahora, cuando aparentemente todo tendía a normalizarse, ¿por qué debíamos dejarlas? Me costaba imaginar un futuro que no estuviese ligado a esas paredes, esos árboles, esas montañas y esos ríos. Había algo en mí que se resistía, que no entendía. Sentía como si una voluntad ajena me hubiese tomado por sorpresa y me estuviese arrastrando a una aventura para la cual no estaba preparada. (…) Llevaba en la mano una bolsita de tela y la llené de tierra. Me acordé de mi abuelo abonando esa tierra, de mi padre punteando, sembrando hortalizas. (…) Entré en la casa, abrí una valija y guardé la bolsita con la tierra. Recorrí las habitaciones como había recorrido el terreno. Con el brazo extendido rocé las paredes, las puertas, las ventanas. Me senté en un rincón y me quedé ahí, sin moverme, hasta que fue la hora de despertar a Elsa y Guido".

La tierra incomparable (2), obra en la que narra la visita de la emigrante a su pueblo, cuarenta años después, fue distinguida con el Premio Planeta Biblioteca del Sur 1994.. En una entrevista, aclara quién viajó: "En realidad, fui yo el que regresó. Allí se dio algo interesante desde el punto de vista del oficio: me propuse contarlo desde la visión de Agata y mi esfuerzo fue tratar de ver todo con los ojos de ella. Ese cambio de personalidad me obligaba a cierto tipo de asombro. Mi mamá -por ejemplo- nunca subió a un avión. Al terminar el libro se lo mandé, ella tenía entonces 80 años. Después la llamé por teléfono y al preguntarle si lo había leído, me respondió tan sólo: Sí, está bien. Hoy tiene 86 años, es un personaje obcecado, sin violencia, pero duro como un roble" (3) .

En la Feria del Libro 2005 se presentó la novela La sed (4), de Hernán Arias, galardonada con el Premio en el Concurso de Novela Daniel Moyano. A criterio de Carlos Gazzera, "La novela de Hernán Arias está narrada desde la óptica de un niño del interior de la pampa gringa, casi campero. Cinco capítulos-historias, independientes entre sí en lo que respecta a la anécdota, pero todos conformando un mismo ambiente. Cada uno de los capítulos está escuetamente marcado por una fecha que precisa el tiempo histórico. Lacónica, esa fecha no tiene ninguna conexión con lo que se cuenta: una salida a cazar perdices con el padre, el tío y el abuelo, la tala del primer árbol para la leña de la casa, el encuentro con el primo que viene de la gran ciudad y la novia de su tío, una tarde de sábado en las cuadreras del pueblo más cercano, un asado en familia. En fin, episodios cotidianos, sin trascendencia para cualquier adulto, pero que resultan vitales para ese niño que lee en los intersticios de esa vida cotidiana, gris, la gramática de una vida que deberá aprender a sobrellevar. La sutileza del lenguaje es notable. Hernán Arias, se diría, intenta abolir el adjetivo. Una descarnada economía busca dotar a ese niño y a los personajes que lo rodean del lenguaje que mejor les cabe. El ejemplo más logrado es el cocoliche de la abuela piamontesa. Tres, cuatro líneas, nada más, para que esa abuela se convierta en la enigmática figura del dolor trágico que se ciñe sobre la familia. La enfermedad que postra a la abuela organiza las metáforas del dolor en esa familia. No hacen falta lágrimas, palabras de queja. Nada. La economía textual se reduce a marcar los gestos, los diálogos. El dolor –como todo otro sentimiento–se dice por elipsis" (5).

Notas

  1. Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
  2. Dal Masetto, Antonio: La tierra incomparable. Buenos Aires, Sudamericana 2003.
  3. Roca, Agustina (texto), Digilio, Rubén (fotos): "Antonio Dal Masetto Historia de vida", en La Naciòn Revista, 12 de julio de 1998.
  4. Arias, Hernán: La sed.
  5. Gazzera, Carlos: "Rostros grises en la pampa gringa" en La Voz del Interior, Córdoba, 19 de mayo de 2005.

Sicilia

La ginebra consuela a un siciliano. Don Pico Sanzone, personaje de Gabriel Báñez, salía de noche con un vagón negro; "lo que en verdad ocurría era que Sanzone sacaba el fúnebre para emborracharse y terminar descarrilado en alguna curva. Mataba la nostalgia de Sicilia con ginebra y manivela, y terminaba llorando como un chico hasta que los compañeros lo sacaban de la cabina y se lo llevaban a dormir la mona ‘Su la vía sento macanudo’, gemía mientras era arrastrado" (1).

Notas

  1. Báñez, Gabriel: Virgen. Barcelona, Sudamericana, 1998.

Toscana

Sabemos que muchos extranjeros regresaron a sus patrias, pero otros dejaron atrás su pasado y crearon familias con mujeres de nuestra tierra. Alrededor de esta situación gira la existencia del protagonista de El mar que nos trajo, de Griselda Gambaro, quien se ve obligado a regresar a su país de origen.

Gambaro escribió la novela (1) remitiéndose a sus vivencias: "La historia familiar relatada en El mar que nos trajo transcurre alternativamente en Argentina e Italia. Comienza en el año 1889 y concluye poco después de la Segunda Guerra Mundial, en la época del peronismo. En la Argentina e Italia pasaron en ese lapso muchas cosas. Pero la historia de ambos países sólo es un fondo para la novela, aunque a veces determine muertes, expulsiones y alejamientos. Sólo recurrí a material de investigación histórica para corroborar algunas fechas, algunos datos como los que se referían, por ejemplo, a las condiciones sociales y laborales a fines del siglo XIX y principios del XX. En otro orden, me fue muy útil un libro hoy agotado de Edmundo D’Amicis que me prestó Leopoldo Brizuela. D’Amicis había viajado a Buenos Aires precisamente en 1889, fecha en la que por coincidencia comienza la novela, y lo había hecho en primera clase, pero, observador sagaz, proporciona en su libro En el océano. Viaje a la Argentina, enriquecedores aportes sobre la vida y la navegación de los inmigrantes que viajaban en tercera. En lo que respecta a Italia, acudí a mis propios recuerdos de los lugares que se mencionan: la isla de Elba, un pueblo de la Calabria, Bonifati, y otro innombrado que fue Pizzo, la cuna de mi abuelo materno, también en Calabria. Recordaba particularmente la isla de Elba, donde sucede el relato cuando se traslada a Italia. La había visitado hacía muchos años, conocido a los descendientes de Agostino, quienes me acompañaron al pueblo bajo cercano a la playa y al alto, sobre la cumbre de una colina, a ‘la playa de arena y piedras romas’ " (2).

En la novela, Agostino "Cada atardecer, salvo que el tiempo lo impidiera, salía en barca bajo patrón en jornadas que, según la pesca, concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se trabajaba mucho y se ganaba poco. (…) Ellos estarían condenados al mismo ritmo de trabajo toda la vida: la pesca, la venta a precios viles y el ocio destinado al arreglo de las redes".

En Los jardines del Carmelo, novela de Ana María Guerra, Ferrario, un artista florentino que vuelve a su tierra, "embriagado, gritaba a los cuatro vientos: Questo é un paese bruto, molto bruto, tutti sono indio, baguale, sporcachone" (3).

Notas

  1. Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Buenos Aires, Norma, 2001.
  2. Gambaro, Griselda: "Crónica de una familia", en Clarín, Buenos Aires, 25 de febrero de 2001.
  3. Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.

Sin mención de origen

Lucio Vicente López dedica La gran aldea (1) a Miguel Canè, su "amigo y camarada". En esta obra aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà. Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: "¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia".

Recuerda a uno de los tenderos criollos: "Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho".

Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el con una cocinera".

"Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes".

A criterio de Delfín Garasa, "Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena.

Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (…) se reproducirá en su inmensidad desierta" (2).

En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra "Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los sonidos ásperos como escupitajos del alemán, mezclándose impíamente a las dulces notas de la lengua italiana; allí los acentos viriles del inglés haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las monerías y suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante de la rancia pronunciación española" (3).

En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe acerca de "la desvergüenza del gringo Culasso que había vendido por veinte pesos a su hija de doce años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo" (4).

En Matanzas se afincó el gringo Sardetti, a quien Juan Moreira, protagonista que da nombre a la obra de Eduardo Gutiérrez, mata por haber negado la deuda que tenía con el gaucho: "Concluyamos que es tarde –dijo levantándose de pronto-. Amigo Sardetti, vengo a que me pague los diez mil pesos o a cumplir mi palabra empeñada. El pulpero vaciló, miró con espanto a Moreira, y dirigiendo una mirada de suprema súplica al paisano que había tratado de disuadir a aquel terrible acreedor, respondió de una manera humilde y quejumbrosa: -Yo no tengo plata, amigo Moreira; espérese unos días, y le juro por Dios que le he de pagar hasta el último peso. -No espero más –contestó el paisano con suprema altivez-; vengan los diez mil pesos o te abro diez bocas en el cuerpo, para que por ellas puedas contar que Juan Moreira cumple lo que promete, aunque lo lleve el diablo. Y con la mano segura desnudó su daga, que brilló con un fulgor siniestro" (5).

En Irresponsable, su novela de 1889, escribe M. T. Podestá: "A lo lejos empezó a divisar una caravana de hombres, mujeres y niños, que parecían acudir a alguna feria. Era una larga fila de inmigrantes que cruzaban la plaza marchando detrás de sus equipajes que ellos mismos ayudaban a transportar. Jóvenes en su mayor parte, fuertes, vigorosos, con esa robustez peculiar de los hijos de las montañas. Vestían sus mejores trajes: los hombres, sus chaquetillas lustrosas, con botones de metal, colgadas del hombro derecho, y dejando ver su camisa blanca, amplia, de hilo crudo, sujeta al cuello con un pañuelo de seda multicolor; sombrero de fieltro, en cuya cinta habían colocado algunos una pluma; el brazo izquierdo desnudo, musculoso, férreo, caras plácidas, de hombres sanos, contentos, sanguíneos; hablaban fuerte en su dialecto especial, echando tal vez sus cuentas sobre la probabilidad de una próxima fortuna.

Algunos llevaban en sus brazos criaturas rollizas, rubias, con la plasticidad exuberante de la buena pasta con que estaban amasados; otros iban encorvados, cargando sobre sus espaldas cuadradas sus baúles y sus valijas, jadeantes, colorados, dejando caer gruesas gotas de sudor sobre la arena caliente y brillante del suelo. Las mujeres, con sus trajes de aldeanas, de colores vivos, con sus caderas anchas, redondeadas, sobre las que apoyaban negligentemente su mano" (6).

Antonio Argerich (7), en ¿Inocentes o culpables?, publicada por primera vez en 1884, fundamenta su aversiòn en supuestos provenientes de las ciencias mèdicas, refutados oportunamente por un sacerdote. Esgrimiendo razones de ìndole cientìfica, a todas luces discutibles, Argerich se opone a la llegada de los extranjeros, reflejando la posiciòn de muchos argentinos de la època. "¿Inocentes o culpables? es una de las pocas obras que registran abiertamente aquel sentimiento, tan comùn en los habitantes de esa Argentina que se veìa invadida por otras razas y otras costumbres. Por eso su testimonio es valioso" (8).

En el prólogo a su novela, Argerich manifiesta: "me opongo franca y decididamente a la inmigración inferior europea, que reputo desastrosa para los destinos a que legítimamente puede y debe aspirar la República Argentina; (…) La intromisión de una masa considerable de inmigrantes, cada año, trae perturbaciones y desequilibra la marcha regular de la sociedad, -y en mi opinión no se consigue el resultado deseado, esto es, que se fusionen estos elementos y que se aumente la población. En efecto, si buscamos unidad, sería importante encontrarla: se habla de colonias aun aquí mismo en la Capital de la República y ya tenemos los oídos taladrados de oír hablar de la patria ausente, lo que implica un estravío moral y hasta una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interés que azuza un sentimiento exótico y apagado para que se ame a una madrastra hasta el fanatismo".

Sostiene que "para mejorar los ganados, nuestros hacendados gastan sumas fabulosas trayendo tipos escogidos, -y para aumentar la población argentina atraemos una inmigración inferior. ¿Cómo, pues, de padres mal conformados y de frente deprimida, puede surgir una generación inteligente y apta para la libertad? Creo que la descendencia de esta inmigración inferior no es una raza fuerte para la lucha, ni dará jamás el hombre que necesita el país". Considera que "tenemos demasiada ignorancia adentro para traer todavía más de afuera" y que "es deber de los Gobiernos estimular la selección del hombre argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas con los rezagos fisiológicos de la vieja Europa".

En esa obra, al nacer el primer hijo de los inmigrantes italianos, Argerich habla de la influencia que "la raza, el medio y el momento" ejercerían en él, tal como afirmaba Hipólito Taine. Le resta toda capacidad de decisión, pues "todo estaba preestablecido. Todo lo habían ordenado voluntades y cerebros anteriores".

Escribe Ocantos, en Quilito, sobre un "italianito vendedor de diarios" y sobre Rocchio, un corredor de Bolsa, "un hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo". Este hombre es descripto por Ocantos con rasgos animales: "un italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya voz era un rugido; (…) Trabajador, eso sí, como una mula de carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía un minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo más de su cuenta del mes" (9).

En Libro extraño, obra de 1894, escribe Francisco A. Sicardi, un inmigrante añora su tierra. Relata el hijo: "muchas veces, cuando volvía de noche de su trabajo y yo estaba al lado de la vela de sebo, leyendo la cartilla, él me contaba las cosas de su tierra, un pueblito todo blanco, al lado de la playa, donde los pescadores cantaban con las piernas desnudas hasta la rodilla, sacando en hileras paso a paso la red, que traía agua verde y pescados; y a mí me enseñaba las cantinelas que tenían como rumores y estruendos de borrascas y bofetadas del mar contra los barcos perdidos y solitarios…" (10).

En "La casa endiablada" (11), de Eduardo L. Holmberg, aparecen italianos de humilde condición, carreros y verduleros, holgazanes y supersticiosos. Antonio Páges Larraya considera que " ‘La casa endiablada’ tiene para nosotros tres motivos de interés: es su primera obra de imaginación a la que traslada nuestra realidad ciudadana; es la primera novela policial escrita en el país, y finalmente, es la primera en la literatura universal en que se descubre un delito por el sistema dactiloscópico" (12).

El gringo (13) que protagoniza la novela de Fausto Burgos, se enorgullece de su sangre: "yo soy gringo, gringo puro, más gringo que todos lo gringo que hanno formato la colonia italiana en San Rafael", dirá. Para la familia del protagonista, en cambio, ser inmigrante es una vergüenza que se debe ocultar: ‘Usted no es un gringo –afirma el yerno que vive a expensas del italiano-; usted ya puede llamarse criollo; ya tiene títulos para ello’ ". Burgos reitera a lo largo de la novela la acusación que los nativos hacen a los extranjeros: "’¿No son ustedes los que nos vienen a quitar la tierra y el vino y el pan y todo? Los peones inmigrantes miran con lástima a quien esto dice y comentan: ‘Povero nero’, ‘povero chino’, ‘é una bestia’".

Alamos talados (14) fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. La clase alta, representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones. Don Ramón Osuna sentía un "desprecio soberano por los gringos, como él llamaba a cuantos no hablaran el castellano. Desprecio que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No quiso alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca el arado rompió sus tierras" .

La diferencia entre terratenientes e inmigrantes es señalada por uno de los personajes: "Doña Pancha aún no podía comprender cómo abuela había recibido, ‘con aire de visita’, a uno de esos gringos bodegueros, decía ella recalcando la palabra con retintín. Ella no podía entenderlo y menos disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas distintas, y la Pancha se había constituido guardián insobornable de esa separación".

Los criollos, que se agrupan bajo la protección de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante el trabajo en la viña, pues nacieron para domar potros y para hacer tareas que exijan valor y destreza: " ‘Los criollos no somos muy guapos pa’ estos menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son cosas pa’ los gringos y las mujeres –había dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar tientos de cuero crudo, marcar animales, ésas son cosas di’ hombre’ y hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas, entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un poco’ " .

En el Segundo Libro de Adán Buenosayres (15), de Leopoldo Marechal, los personajes se trenzan en un debate acerca de las responsabilidades de criollos y de gringos. Samuel Tesler, filòsofo villacrespense, exclama: "Estoy harto de oìr pavadas criollistas (…). Primero fue la exaltación de un gaucho que, según ustedes y a mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan los chacareros italianos. ¡Y ahora les da por calumniar a esa pobre gente del suburbio, complicàndola en una triste literatura de compadritos y milongueros!".

En un conventillo reúne a sus discípulos José Luna, personaje de Marechal en Megafón: "En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y Antenor Funes, conocido por ‘el salteño’ " (16).

Syria Poletti narra en Gente conmigo lo sucedido a una pareja italiana: "El llegó primero; trabajó duro y construyó la casa. Entonces se casaron por poder y ella tomó el barco. Un barco hacia América, hacia él, hacia el nuevo hogar. Durante la travesía la contagió el tracoma y no pudo desembarcar. Las prescripciones sanitarias no lo permitieron. Y él tampoco pudo subir a la nave. Debió conformarse con agitar el pañuelo desde el muelle cuando el buque zarpó de regreso a Italia". La narradora sabe bien por qué sucedió eso a la infortunada pareja de emigrantes: "Ella había contraído el tracoma por viajar junto a algún enfermo clandestino. Un enfermo a quien alguien –un médico o un traductor- habría posibilitado el embarco eludiendo o alterando un diagnóstico" (17).

Félix Luna, en Soy Roca, relata lo sucedido en 1909 en una mesa electoral, cuando se presenta como austríaco un hombre al que su aspecto y su modo de hablar "lo delataban como un bachicha recién desembarcado". Roca le pregunta si es italiano; el inmigrante le responde que sí, y que no sabe lo que dice la libreta: "-Io non só niente…. ¡A mí me la datto don Gaetano ! ‘Don Gaetano’, Cayetano Ganghi era el árbitro de la elección, con sus roperos llenos de libretas falsificadas y sus huestes de inmigrantes analfabetos y de atorrantes dispuestos a votar cinco o seis veces en diferentes mesas" (18).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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